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"Liderazgo y Ética en las Instituciones Educativas" Jorge Capella Riera (2011) E-mail:jcapell@pucp.edu.pe El modelo de organización jerárquico tradicional que se emplea en muchas de las instituciones posee un flujo vertical de información y mando que se centra en eficiencia, control y prevención del fracaso; posee por ello, múltiples niveles administrativos, contables y burocráticos. Actualmente se postula un cambio del modelo hacia una organización en equipos, con nuevas funciones y responsabilidades, constituyendo una arquitectura de organización mucho más cercana a la de las empresas. Cuando hablamos de dirigir instituciones de cualquiera índole establecemos inmediatamente la asociación con el liderazgo. Ciertamente, existe una relación de concentricidad entre esas dos expresiones. Esto lo sostenemos porque, si bien los términos dirección, gestión, gerencia y liderazgo no son palabras equivalentes, entre ellas se establece una relación concurrente que dificulta mucho una clara diferenciación. La ética, además de revelar una conciencia individual y un compromiso personal, ahora también responde a un alcance grupal, organizacional y cultural. Debe aceptarse que así como no es posible pensar en el aprendizaje organizacional independientemente del aprendizaje de la gente, de manera semejante, no puede admitirse una ética de la organización independientemente de la ética de cada una de las personas que la conforman. Las empresas más exitosas no son las que gastan más dinero en publicidad, sino aquellas que invierten energía, recursos y tiempo en generar interacciones armónicas, comportamientos dignos y un estimulante clima organizacional. Es más, la ética, por encima de los aspectos vinculados con el conocimiento y la tecnología, es la ola que orienta la prospectiva del siglo XXI. Como afirma Malraux «el siglo XXI será espiritual o no será» Ciertamente, no será posible mantenernos por mucho tiempo, si seguimos entregados a la línea de menor resistencia. La aceleración tecnológica, la presión competitiva, los desequilibrios socioeconómicos, los desajustes ambientales y la reducción de los índices de gobernabilidad imponen una redimensión de las orientaciones y un rediseño de los esfuerzos. La ética surge así como el eje de las conductas individuales necesarias para que las organizaciones, los países, las subregiones y el mundo asuman el compromiso de sobrevivir, de convivir y de vivir. La autoridad moral es la condición más importante para ejercer el liderazgo. La calidad moral del líder se da por la consistencia entre sus palabras y sus acciones. Esta consistencia es vital, hace confiable al líder y le permite en casos extremos apartarse del código de valores de la mayoría. A nivel más cercano a nosotros, tenemos que recordar que para mantener la influencia moral, debemos sostener nuestro código de ética, mismo que se basa en nuestra propia escala de valores. Para abordar este tema/problema divido la exposición en dos partes que corresponden a las dos variables en juego: liderazgo y ética. Primera parte. El liderazgo. 1.1. Noción de liderazgo. Guédez (1999) considera que hay tres planos complementarios que favorecen una conceptualización. El primero, nos lleva a ver el asunto desde una instancia esencial, lo que nos hace decir que el liderazgo es "capacidad de influir' y 'autoridad para lograr la ayuda' de la gente. Luego, encontramos un plano operativo que se concreta en la función de "coordinación". Finalmente, un plano normativo nos recuerda que el esfuerzo debe destinarse hacia la consecución, consolidación y desarrollo de la misión, visión y valores de una organización. Al conjugar todos estos planos en una redacción integrada, encontramos que el liderazgo representa la capacidad de influir y de obtener ayuda para facilitar la coordinación necesaria en función de la misión, visión y valores predeterminados. Ese contenido que le atribuimos al término liderazgo no sólo se refiere a la persona que singularmente ejerce la gerencia máxima de una organización. También ese contenido alcanza al equipo directivo de una empresa. Para subrayar esta afirmación nos apoyamos en Munch, quien sostiene que el estilo prevaleciente en el grupo directivo es para la organización, lo que la calidad del motor es para un automóvil. Ciertamente, los recursos tecnológicos, financieros y materiales son importantes, pero ellos sólo tienen sentido y funcionan, a partir del equipo humano de una organización, y particularmente del equipo directivo. Adair (1980) afirma que la noción de liderazgo podría ser considerada como un proceso sin forma que comparten algunos o todos los miembros de un grupo, en la medida que se adapta a las características de cada grupo y, por consiguiente, a la de sus miembros. Cualquier miembro que, en un momento dado se encontrara desempeñando una función necesaria o efectiva para lograr las metas del grupo, resultaría el líder en ese momento. 1.2. Estilos de liderazgo. Tenemos ahora que pasar del concepto general de liderazgo al de los estilos mismos que marcan las posibilidades de su ejercitación. En una página aparte nos referimos a cuatro estilos básicos: el autocrático, el liberal, el burocrático y el estratégico. En esta ocasión, sólo queremos relacionar el modelo de Blacke y Mouton, que fue definido en 1972 pero que todavía se mantiene como uno de los apartes más sólidos sobre el tema. Muchos autores plantean, específicamente, que los estilos de liderazgo resultan de la proporción o combinación entre el interés por la gente y el interés por la producción. Desde un punto de vista gráfico esta relación se concreta as!: en el eje vertical se localiza el interés por las personas expresado en nueve puntos; mientras que en el eje horizontal, también en nueve puntos, se mide el interés por la producción. De los posibles cruces se generan bloques o áreas de concentración que se corresponden con los cinco estilos de liderazgo: el burocrático, el autocrático, el democrático, el paternalista y el transformador. A continuación transplantamos el referido gráfico: 2 Las nociones de líder y liderazgo han estado y están relacionadas a la historia y a las investigaciones en las ciencias sociales. Hace unas décadas se representaba generalmente al líder con éxito como una persona con inteligencia, imaginación, iniciativa, capacidad de tomar decisiones rápidas y acertadas, y habilidad para inspirar a sus subordinados. La gente se inclinaba a pensar que el mundo estaba dividido en "líderes" y ”seguidores". Campoy va más allá y señala que el líder tradicional es aquél que: No se da cuenta ni vislumbra el aceleramiento de los cambios. Mantiene un estado rígido hasta el final. Crea dependencia y rechaza la innovación. Confunde renovación con despersonalización. No percibe la realidad cambiante sino su pasado inmóvil. En forma gradual surgió el concepto de dinámica de grupos que centraba su atención en los miembros del grupo en vez de concentrarse solamente en el líder. Los esfuerzos de investigación de los científicos sociales habían subestimado la importancia de la cooperación del empleado y su participación en la toma de decisiones. La evidencia empezó a poner en duda la eficiencia de un estilo de dirección altamente constructivo, y se empezó a prestar más atención a los problemas de motivación y relaciones humanas. Poco a poco las nuevas ideas sobre liderazgo cobraron impacto y los líderes comenzaron deliberadamente a reducir su propio poder y a trasladar a los miembros del grupo la mayor responsabilidad posible con respecto al establecimiento de sus propios objetivos y métodos dentro del marco de las experiencias que se iban obteniendo. Algunos de los adherentes a este tipo de liderazgo comenzaron a adquirir la costumbre de dividir la conducta del líder en "democrática" y "autoritaria". El jefe que tomaba demasiadas decisiones por sí mismo era calificado como “autoritario" y su tipo de conducta directiva era atribuido exclusivamente a su personalidad. El resultado neto de los descubrimientos de los investigadores, y de aquellos programas de capacitación en relaciones humanas que se basaron en ellos, ha sido poner en duda el estereotipo del líder “efectivo”. Consiguientemente, el gerente moderno se encuentra a menudo en una posición mental incómoda. A menudo no está muy seguro de cómo debe comportarse; en ocasiones se encuentra atrapado en el dilema de tener que elegir entre ejercer un tipo de liderazgo "fuerte" o uno "liviano". Algunas veces los nuevos conocimientos empujan en una dirección (“realmente debería hacer que el grupo me ayudase a tomar la decisión"), pero al mismo tiempo su experiencia le empuja en otra dirección, ("realmente yo entiendo el problema mejor que el grupo y por lo tanto yo debería ser quien tome la decisión”). No está seguro de cuándo es realmente adecuado que el grupo tome la decisión y cuando la convocatoria de una conferencia del "staff" resulta ser simplemente un mecanismo para evitar su propia responsabilidad en la toma de decisión. De manera creciente, en los últimos años se ha venido destacando el problema de cómo podría el gerente moderno ser "democrático" en las relaciones con sus subordinados, y al mismo tiempo mantener la necesaria autoridad y control en la organización de la que es responsable. 3 Para Perlman los líderes realmente efectivos captan las condiciones cambiantes del mundo y de sus grupos y son flexibles en adaptar su conducta a los nuevos requerimientos. Por su parte, Cornejo (1999) considera que un auténtico líder de excelencia ejerce su influencia con éxito en todos los diferentes aspectos de su vida; de lo contrario, el desequilibrio en algunos de ellos irremediablemente afectará en los otros. El reto es lograr una satisfacción plena de vida integral del ser humano para lograr la excelencia como líder. Un aspecto esencial en el estudio actual del liderazgo, nos refiere Warren (1990), lo constituye los mecanismos que un grupo crea para la eficiente consecución de sus objetivos y para que los miembros-satisfagan aquellas necesidades surgidas en el grupo. Por medio de un mecanismo de diferenciación de papeles, los grupos utilizan en su beneficio las características diferenciales de sus miembros, asignando tareas para las que cada uno se encuentre más capacitado. El liderazgo es un aspecto de este proceso. Finalmente Hickman sostiene que la gestión de las instituciones requiere líderes más que gerentes y hace las siguientes distinciones:, ateniéndonos a la caracterización que ha hecho de en su libro "Mind of manager, soul of leader": "Un gerente anhela la estabilidad, un líder prospera en la crisis; un gerente duplica, un líder origina; un gerente ve la complejidad, un líder la sencillez; un gerente reacciona, un líder actúa previamente; un gerente planifica, un líder experimenta; un gerente reorganiza, un líder replantea; un gerente venera la ciencia, un líder exalta el arte; un gerente cumple con sus obligaciones, un líder persigue sus sueños; un gerente examina el rendimiento, un líder explora el potencial; un gerente compensa a la gente, un líder la satisface; un gerente se concentra en el corto plazo, un líder busca resultados a largo plazo; un gerente quiere lo bueno, un líder demanda lo mejor". El modelo jerárquico tradicional posee un flujo vertical de información que se centra en eficiencia, control y prevención del fracaso; posee por ello, múltiples niveles administrativos, contables y burocráticos. Actualmente se postula un cambio del modelo hacia una organización en equipos, con nuevas funciones y responsabilidades, constituyendo una arquitectura de organización modular, mas que una estructura rígida, que opera como una red de funciones en las que se hace a la vez el papel de cliente y de servidor de otros equipos internos y externos. Estos equipos deben estar siempre listos para cambiar estrategias y productos, dar respuestas rápidas, reunir a personas competentes en algo, eliminar las burocracias tradicionales y prevenir otras. El trabajo es descentralizado y se organiza en forma de proyectos. Adair nos explica la dinámica del liderazgo en los grupos de trabajo que, según él, se asemejan a los individuos en el sentido que, a pesar de que aquéllos son siempre únicos y singulares (cada uno desarrolla su propia "personalidad de grupo") comparten, como sucede a los individuos, algunas necesidades comunes. En tales grupos se presentan tres áreas de necesidad las que en su momento deben ser satisfechas por el miembro que asume el papel de líder: 4 La necesidad de desempeñar una tarea común. La necesidad de mantenerse como una entidad social coherente es decir, la "necesidad de conservación del grupo”. Las necesidades individuales de cada miembro del grupo. Las tres áreas influyen unas sobre otras, sea para bien o para mal. Se puede afirmar que las comunicaciones internas adecuadas y el espíritu de liderazgo bien desarrollado, entre otros elementos que influyen en la dinámica grupal, hacen que un grupo pueda cumplir mejor sus tareas, creándose un clima de satisfacción que permite el desarrollo del grupo. Por último veamos los factores o fuerzas que ha de tener en cuenta el líder a la hora de decidir cómo dirigir: Fuerzas que afectan al gerente. Fuerzas que afectan a los subordinados. Fuerzas que afectan a la situación concreta. De todas ellas sólo voy a ocuparme de aquellas que aportan a cualquier situación con que se enfrente. Si es capaz de concebirlas como fuerzas que, de forma consciente o inconsciente, afectan su comportamiento, podrá entonces entender mejor qué es lo que hace preferir actuar de una cierta forma. Y, al comprender esto, podrá a menudo llegar a ser más efectivo. Se trata de: Su sistema de valores. Su confianza en sus subordinados. Su capacidad de superar situaciones de incertidumbre. Algunos líderes tienen mayor necesidad que otros de predictibilidad y estabilidad de su medio. Esta "tolerancia de la ambigüedad" es considerada cada día más por los sicólogos como la variable clave en la forma en que una persona se enfrenta con problemas. Al concluir este apartado queremos señalar que el liderazgo es un como un continuo que implica diversos estilos que varían entre uno muy centrado en el jefe y otro en los subordinados, estos varían según el líder que le puede dar más énfasis a los subordinados o a el mismo. Un estilo apropiado de liderazgo depende de las situaciones y las personalidades. Los elementos que influyen sobre el estilo de un administrador son: Fuerzas que operan en la personalidad de un administrador. Fuerza de los subordinados que afectan la personalidad del administrador. Fuerzas de situaciones como valores y tradiciones de la organización. 1.3. Estudio de tres estilos de liderazgo. De cada uno de los enfoques y teorías se desprenden distintos estilos de liderazgo por cuanto tienen que ver directamente con el tema global que nos ocupa: el liderazgo transformador, el liderazgo carismático y el emprendedor. 5 1.3.1. El liderazgo transformador. Guédez (1998) basándose en las diversas tipologías acerca del liderazgo arriba a una posición que se acomoda a dos grandes ámbitos: primero, establece las dimensiones fundamentales de la psicología humana y, luego, puntualiza los rasgos del perfil gerencial que pueden asociarse con cada una de esas dimensiones. Ambito psicológico Perfil gerencial Intelectual Comprensión Conocimiento Competencia Autoestima Afectivo Sensibilidad Serenidad Solidaridad Sencillez Volitivo Perseverancia Iniciativa Laboriosidad Optimismo Intuitivo Creatividad Sentido común Imaginación Riesgo Espiritual Ideales Lealtad Honestidad Sinceridad Las equivalencias que preceden determinan una aclaratoria de inmediato: realmente, no deben apreciarse esas correspondencias en sentidos excluyentes e inflexibles, pues esa propuesta obedece a intereses más indicativos que axiomáticos. La verdad es que sólo buscamos favorecer una percepción global del asunto que, en ningún caso, puede vincularse con la intención de establecer encasillamientos rigidos. De hecho, las relaciones entre alguno de los ámbitos y rasgos puede ramificarse en una trama mucho más cruzada y plural. Lo anterior puede perfectamente congregarse bajo la expresión de una ética de excelencia. Esta no sólo se relaciona con palabras y creencias, sino esencialmente con acciones y hábitos. Las disposiciones y los comportamientos se consolidan y elevan a partir de una internalización y una práctica que se conviertan en costumbre. Aristóteles sostenía que somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia personal es la expresión de un apego a los valores y de una creciente fidelidad con sus aplicaciones concretas. La acción inspirada y proyectada en los valores hará que seamos lo que debemos ser. Esto, además, permitirá que ampliemos nuestra autoridad para influir en los demás y para favorecer la ayuda que necesitamos en el desempeño gerencial. Blacke y Mouton desglosan de esta suerte las características del líder transformador: 6 Acepta que la organización es siempre perfectible. Reemplaza la critica por la acción. Reconoce las buenas intenciones de los otros. Llama las cosas por su nombre justo. Atiende, procesa y respeta cualquier observación. No admite sacrificar a los otros en su propio beneficio. Percibe las debilidades de los otros como una condición que puede superarse y compensarse. Se entrega integro a sus decisiones y convicciones. Concentra energías de manera planificada y coherente. No busca gloria por la acción emprendida. Es objetivo. Procesa con exactitud los datos de un problema. Entiende el entorno como algo abierto. Ejerce la competencia apoyado en la ética de la excelencia. 1.3.2. El liderazgo carismático. El liderazgo carismático hace hincapié “en la conducta simbólica del líder, en sus mensajes visionarios e inspiradores, en la comunicación no verbal, en el recurso a valores ideológicos, en el estímulo intelectual de los seguidores por parte del líder, en la demostración de confianza en sí mismo y en sus seguidores y en las expectativas que tiene el líder del autosacrificio del seguidor y de su rendimiento más allá de su obligación”. El liderazgo carismático puede dar lugar a importantes cambios y resultados en la organización, ya que “transforma” al personal para que procure los objetivos de la organización en vez de sus propios intereses. Los líderes carismáticos transforman a sus seguidores induciendo cambios en sus objetivos, valores, necesidades, creencias y aspiraciones. Logran esta transformación apelando a los conceptos que sus seguidores tienen de sí mismos, es decir, a sus valores y a su identidad personal. Los líderes carismáticos ponen en práctica, en primer lugar, tres conjuntos básicos de conductas del líder. Si lo hacen con eficacia, estas conductas afectan positivamente a los conceptos que de sí mismos tienen los seguidores. A su vez, un concepto positivo de uno mismo impulsa la motivación del empleado hacia una serie de resultados personales, como son el compromiso personal con el líder y con su visión, la conducta de autosacrificio, el compromiso con la organización, la significancia de la tarea y la satisfacción en la misma, la motivación intrínseca y una mejora en el rendimiento. El primer conjunto de conductas del líder carismático implica establecer una visión común acerca del futuro. Una visión es “un futuro realista, creíble, atractivo para la organización”. Según Burt Namus, experto en liderazgo, una visión “correcta” es capaz de desatar el potencial humano, ya que actúa como un faro que guía las esperanzas y el propósito común. Por el contrario, una visión “errónea” puede causar graves daños a una organización. El segundo conjunto de conductas del líder involucra dos componentes clave: Los líderes carismáticos crean expectativas y estándares de alto rendimiento porque saben que los objetivos estimulantes y asequibles dan lugar a una mayor productividad. Los líderes carismáticos necesitan expresar públicamente su confianza en la capacidad de sus seguidores para satisfacer las expectativas de altos 7 rendimientos. Este punto es de gran importancia, ya que es más probable que los empleados se esfuercen por conseguir objetivos difíciles si están persuadidos de que pueden lograr lo que se espera de ellos. El tercer y último conjunto de conductas del líder implica que él mismo se constituya en modelo de roles. A través de sus acciones, los líderes carismáticos modelan los valores, rasgos, creencias y conductas deseadas que son necesarios para hacer realidad su visión. El líder carismático influye en tres aspectos del concepto que el seguidor tiene de sí mismo: Acrecienta la motivación del seguidor para el logro y para la consecución de objetivos. Aumenta la medida en que los seguidores se identifican con los valores del líder, con sus objetivos y aspiraciones y con los intereses colectivos de todos los empleados. La autoestima y autoeficacia del seguidor se ven realzadas por la conducta del líder carismático. Por el contrario, los conceptos de sí mismos de los seguidores se ven afectados negativamente por un liderazgo carismático destructivo. El liderazgo carismático afecta la motivación del empleado. Una de las maneras en que ello tiene lugar es aumentando el valor intrínseco del esfuerzo y de los objetivos del empleado. Los líderes lo consiguen poniendo énfasis en el valor simbólico del esfuerzo: es decir, los lideres carismáticos difunden el mensaje de que el esfuerzo es un reflejo de importantes valores de la organización y de los intereses colectivos. Los seguidores terminan por entender que su nivel de esfuerzo representa una declaración moral. El liderazgo carismático aumenta también las expectativas de esfuerzo y rendimiento de los seguidores al contribuir de manera positiva a su autoestima y autoeficacia. Los líderes elevan también el valor intrínseco del cumplimiento de los objetivos explicando la visión y los objetivos de la organización en función de los valores personales que ellos representan. Los lideres carismáticos aumentan el nivel de significación de las acciones dirigidas al cumplimiento de los objetivos, que da a su vez a los seguidores un sentido de “crecimiento y desarrollo”, que representan contribuciones importantes al concepto positivo de uno mismo. 1.3.3. El liderazgo emprendedor. Según Mendoza (1999) el perfil de una persona emprendedora resaltan cinco competencias esenciales, que toda vez que sean potenciadas, desarrolladas y equilibradas entre ellas conducen de una manera más segura hacia el éxito en la vida, tanto en lo personal como en los negocios, mediante el logro de los objetivos propuestos. Presentamos aquí estas cinco competencias con sus respectivos puntos débiles, contra quienes, en lo posible, debemos luchar: 8 1) Visión estratégica. Definida, en este caso, como la capacidad de visualizar un sueño, desarrollar una idea (un negocio, un proyecto). Es poder mirar el sueño o la idea anticipando el futuro y generar escenarios presentes para su realización. La visión estratégica permite no dejar la mente ni las ideas atoradas en el presente; permite ver más allá de las ``narices'', creando escenarios futuros, anticipando las necesidades del mercado, adelantándose en el tiempo, previendo lo que vendrá, siendo visionario. 2) Alianzas-socios-equipos. Una vez que se haya desarrollado la visión estratégica, debemos hacernos algunas preguntas como: ¿Con quién o quiénes llevo adelante esta visión? ¿Quiénes me acompañarán? ¿Quiénes serán mis socios más adecuados? y ¿Por quién? ¿Cómo trabajaré con ellos? ¿Quién o quienes pueden ser mis mejores aliados? 3) Proactividad-acción. Cuando poseo la visión desarrollada y un equipo de gente o socios con quienes hacerla realidad, es hora de pasar a la ACCION. Esta es una habilidad esencial que desarrolla la capacidad de hacer, de concretar, de operacionalizar o de implementar. 4) Relacionamiento productivo. Aun con las tres competencias anteriores desarrolladas, estas no son suficientes para lograr el éxito esperado; es necesario que estas tres competencias estén entrelazadas por la competencia de la capacidad de RELACIONAMIENTO PRODUCTIVO, que apunta a la capacidad de relacionarse con los demás de una manera productiva y eficaz para generar sinergia, confianza, respeto a las diferencias, un entorno ecológico saludable, espíritu de equipo y calidad de vida. 5) Liderazgo educativo. Todas las competencias anteriores no serían suficientes si no tuviéramos la competencia nucleadora, educadora y encauzadora de las energías, la acción, el 9 pensamiento y las relaciones hacia un objetivo común, todas estas resumidas en el liderazgo. El liderazgo bien comprendido es la capacidad del líder de convencer sobre una visión y llevar a la gente a la realización de esta. Se debe entender, además, el liderazgo educador como aquel capaz de trasmitir pensamientos, ideas y valores, posibilitando a las personas a realizar cambios personales y profesionales. Estas cinco competencias están presentes en todo perfil emprendedor y operan de una forma dinámica y simultánea, sobresaliendo algunas en determinadas situaciones y/o contexto. Lo importante es que cada emprendedor pueda reconocer cuáles son sus competencias más desarrolladas y en cuáles debe trabajar más para mejorar su performance emprendedor. Estas competencias pueden ser medidas más claramente a través de un cuestionario que permite diagnosticar e identificar mejor y más objetivamente el perfil para trabajar en el desarrollo del mismo. Segunda Parte. La ética. Es patente la preocupación ética que en todos los sectores del saber científico y del práctico, al menos en sus representantes más cualificados. La biología, la medicina, la física, la economía, los negocios, etc. muestran, en sus hombres mejores, una fuerte carga de preocupación ética. Ante las sombras que la filosofía antimetafísica ha venido arrojando sobre la verdad del ser, el hombre de hoy se pregunta angustiado por el bien: qué es el bien; porque la vida, tanto en su vertiente individual como en la social, exige imperiosamente un sentido. De ahí un nuevo protagonismo de la ética en el conjunto del pensamiento de hoy. Esa afanosa búsqueda actual de un mínimo de normatividad ética fundamental, afirma Cardona (1990), es el marasmo de la confusión sobre la verdad del ser en que nos hallamos denuncia con dramática evidencia el carácter ético del comienzo mismo del filosofar. Lo preliminar en el saber no es el problema gnoseológico: es un tema ético, de buen amor, que es como puede empezarse a saber bien. Y Guédez (2001) -a quien al igual que Simons (1998), sigo casi literalmente en muchos aspectos de este estudio-, dice que la ética, por encima de los aspectos vinculados con el conocimiento y la tecnología, es la ola que orienta la prospectiva del siglo XXI. Como afirma Malraux «el siglo XXI será espiritual o no será» Ciertamente, no será posible mantenernos por mucho tiempo, si seguimos entregados a la línea de menor resistencia. La ética surge como el eje de las conductas individuales necesarias para que las organizaciones, los países, las subregiones y el mundo asuman el compromiso de sobrevivir, de convivir y de vivir. Por ello, el norte inteligente y efectivo para el quehacer educativo de hoy, está en el planteamiento ético de la tarea y del objetivo del educador. Se trata de ayudar a las instituciones educativas y a los profesores a no perder de vista que su meta es la de formar hombres íntegros, personas: por tanto, restituir a la norma ética su primacía. 10 2. 1. Deslinde terminológico. Lo primero que se nos impone es precisar las distinciones entre ética y moral y hay que aceptar que ambos términos suelen usarse como sinónimos. Al respecto, veamos dos posiciones: la de Regal (1988) y la de Guédez (2001). Para Regal cuando hablamos de ‘lo moral’, ‘la moral’, ‘la moralidad’, fenómeno moral’, etc. queremos decir exactamente lo mismo. Esta moral -que es una conducta humanapuede ser de signo positivo (cuando está referida a un beneficio) o de signo negativo (cuando se refiere a un daño, a una mala acción). Frecuentemente, en el lenguaje común se llama ‘moral’ a la conducta buena de una persona y se le contrapone la conducta ‘inmoral’. En este trabajo moral implica únicamente conducta responsable, que podrá ser buena o mala (moral positiva o moral negativa). Por moral entiende todo el complejo fenómeno de las acciones humanas responsables y susceptibles de un juicio (moral) por los demás. En ese fenómeno están implicadas las acciones mismas, la tabla de valores con que actores y receptores enjuician las acciones y cualquier otro aspecto similar. Puede ser observado, descrito, interpretado, etc. En cambio, por ética entiende el estudio, la observación, el análisis, la investigación científica, en suma, de la problemática moral. Sin embargo prefiere usar la palabra “ética” para indicar la actitud observadora, objetiva e incluso imparcial (hasta donde se pueda) del científico de la moral. Además, dice Regal, hay una palabra más solemne que "ética" o que "moral" y que se usa también como sinónima de ellas: deontología. En ella se subraya el aspecto de verticalidad, de imposición, de compromiso incondicional que se ve obligado a asumir el actor moral. Para quien guste ver ante todo la radicalidad del deber que tiene que ser cumplido, esta palabra, (acuñada al parecer por la filosofía inglesa) cumple muy bien su función. Se usa, por ejemplo, en el contexto de los colegios profesionales sobre todo de los más tradicionales- y de sus códigos de ética o deontología y de sus tribunales de honor. Para Guédez las reglas y las órdenes, así como las tradiciones y costumbres que se imponen desde fuera se refieren a la moral. La ética, por el contrario, procede de las convicciones y de las decisiones ante los dilemas asociados a lo no previsto, es decir, a todo lo que no viene desde fuera, sino desde dentro de nuestras conciencias. La moral se refiere a la oposición o a la distancia entre un valor y un no valor, en cambio, la ética revela la oposición o distancia entre un deber y un deber de conciencia. Mientras la moral es respeto a las prohibiciones, la ética es aceptación de la virtud. La ética es la libertad personal en relación con la libertad individual y social de los otros; por su parte, la moral es la actitud propia en relación con las prescripciones explícitas e implícitas de las leyes, normas y mandamientos. La moral enfatiza no hacer acciones contrarias al ser humano, la ética subraya hacer acciones favorables al ser humano. De acuerdo con esos énfasis, la moral es más reactiva y la ética más proactiva. La moral es filosofía normativa, mientras que la ética es filosofía práctica. La moral es el conjunto de principios que proceden en una sociedad y en un tiempo determinados, la ética es, para decirlo con palabras de Savater, «la reflexión sobre esos principios, la comparación entre unos principios y otros». 11 A partir de las diferencias expuestas es posible deducir que la ética responde a una dimensión que no cabe exclusivamente en los estrictos márgenes de la moral: ella va más allá de la norma, pero no desconoce ni desplaza a la norma. La represión externa y la imposición interna encarnan dimensiones distintas pero necesarias dentro de la vida social y por ende organizacional. 2.2. Situación actual frente a la ética/moral. Antes de entrar en lo propiamente educativo veamos lo que ocurre en estos momentos en materia de moral y cómo se está respondiendo a ello. 2.2.1. Evidencias. Los efectos de la crisis de las ideologías, de la expansión del neoliberalismo y sus criterios economicistas, de la globalización informativa o de los cambios producidos por la ciencia y la técnica, entre otros elementos, señala Salvat (1994), ponen el marco desde el cual se filtran y refractan las distintas opciones y posiciones ético/morales al interior de nuestras sociedades y a nivel mundial. Estos fenómenos afectan al mundo de la vida y su ethos propio, no quedando éste intocado e incólume frente a los nuevos hechos. Este proceso, que no es de ahora solamente sino que unde sus raíces varias décadas atrás, está trayendo como una de sus resultantes paradojales la pérdida paulatina de la vigencia de ciertos lazos comunitarios, o sea, la disolución de ciertas formas y expresiones de intersubjetividad social, con las consecuencias ya sabidas que apuntan al fenómeno del desencantamiento y el individualismo. Esto, que aún puede parecer abstracto, se reflejará en el dominio de lo ético-moral en una serie de temas que son de todos los días. A través de los mass media y los cambios científico-técnicos es la vida misma la que se ve afectada. Es cosa de abrir un periódico o mirar la TV para darse cuenta: allí nos encontramos con el tema del aborto, de la eutanasia, de la corrupción o de la drogadicción y el narcotráfico, para poner algunos tópicos que pasan a ser de discusión pública (aunque esa discusión, en verdad, aún está reducida a las élites y los decisores, pero tiene poca relevancia la voz organizada de la comunidad). Y en esto, quizá lo novedoso sea la no existencia de criterios inconmovibles y compartidos a la hora de emitir juicios sobre estos fenómenos. Sin embargo, para Bloom (1988) el fenómeno más sorprendente de nuestro tiempo, tanto más sorprendente porque ha pasado casi inadvertido, es que existe ahora un lenguaje enteramente nuevo del bien y del mal, que procede de un intento de trascenderlos. Incluso aquéllos que deploran nuestra condición moral actual lo hacen utilizando el mismo lenguaje que ejemplifica esa condición, es decir el del relativismo de valores. Constituye un cambio en nuestra visión de lo moral, tan grande como el que tuvo lugar cuando el cristianismo reemplazó al paganismo greco-romano. Ello conduce con frecuencia a adoptar una de estas dos direcciones opuestas: seguir la línea de menor resistencia, u optar por poses enérgicas y resoluciones fanáticas. Pero bien visto éstas son tan sólo deducciones diferentes que parten de una premisa común: los valores no son el producto de la razón, y es vano buscarlos a fin de encontrar la verdad o una vida buena. La idea dominante de nuestro tiempo es que todas las creencias surgen del yo y no tienen más validación. 12 Estamos ante un nuevo nihilismo, ante un estado de ánimo, un sentimiento de melancolía, una vaga inquietud. Es un nihilismo sin sima, como diría Bloom, que se manifiesta no tanto en la ausencia de creencias firmes cuanto en un caos de los instintos o pasiones. La gente ya no cree en una jerarquía natural de las diversas y contradictorias inclinaciones del alma, y las tradiciones religiosas y sociales que podían sustituir a la naturaleza se han derrumbado. En el plano de la vida privada y la familia, por ej. el tema del aborto, del divorcio, del sida (sin hablar de los temas puestos desde la bioética), están a la orden del día; así como también, en el plano medioambiental, la preocupación por la depredación de suelos y bosques, por la mala calidad de vida de las grandes urbes; o, también los esfuerzos por ver el modo de disminuir los índices de pobreza y marginación que genera el modelo, y la relación de estas tres cuestiones con los grados de violencia existentes y de violación de los derechos humanos, etcétera. Es más, como apunta Salvat, el mismo orden moral aparece cuestionado y puesto como representativo de meras ficciones útiles para la vida práctica. De una ética sin metafísica, parece que hemos pasado a una ética sin moral, toda vez que los postulados que la configuran (libertad, autonomía, voluntad, deber, racionalidad), se muestran como entelequias inventadas para poder darle sentido y fijación a un mundo que, en verdad, se mueve en eterno retorno y sin sentido. Pero esta situación no es de ahora, unde sus raíces en la historia remota y más cercana. Recordemos que en 1985 Idígoras sostenía que es verdad que las heridas de la economía son ostensibles y lacerantes. Pero si nos encontramos ante una nueva crisis económica, no deberíamos alarmarnos excesivamente, pues se trata de fenómenos periódicos que siempre se han de suceder en la vida de los pueblos. Lo que da carácter trágico a nuestra crisis actual es que afecta a los resortes mismos de los que podría surgir la solución. Se trata de una corrupción generalizada que amenaza la supervivencia armónica y pacífica de nuestro pueblo. Es una crisis que nos afecta a todos y que hunde sus raíces en los fundamentos mismos de la solidaridad nacional y de la convivencia. Lamentablemente la situación de inmoralidad ha empeorado en los últimos años conduciéndonos a situaciones fuertemente dramáticas que la Pontificia Universidad Católica del Perú denunció (2000) así: “el acto de corrupción que ha escandalizado a la opinión pública y puesto en riesgo la estabilidad del país constituye, sin duda, un hecho sancionable que descalifica moralmente a todos los actores políticos en él implicados y es, asimismo, testimonio del nivel de degradación que ha alcanzado el manejo de la cosa pública en la vida de la Nación. (…) La autoridad de la ley se ha visto mellada por las dificultades puestas a la alternancia democrática, por los obstáculos establecidos a las instancias de participación cívica. Por la neutralización de la independencia de los poderes y por la pérdida de autonomía de las instituciones; todo ello acompañado de una generalizada pérdida de confianza en la administración de justicia. (…) Con la ayuda sumisa de algunos medios de comunicación social que contribuyeron a aletargar las conciencias, se produjo en muchos ciudadanos e instituciones una actitud de indiferencia ante sucesivos incumplimientos de la Constitución, las leyes del Estado, los derechos de las personas e, inclusive, frente a ciertos atropellos de las normas elementales de la decencia cívica". 2.2.2. Respuestas. Pareciera que el Perú no ha sido capaz de responder creativamente a su vocación. Pero felizmente en nuestro país el pasado no es sólo una carga y una deuda histórica. 13 Es también una herencia positiva, fuente de ética, de creatividad y de inventiva, que constituye nuestro más importante capital de desarrollo. Basadre (1981), uno de los primeros y más acuciosos pensadores en manejar, a nivel del ensayo, el Perú como problema histórico mantiene siempre a la par que una imagen crítica una segura esperanza en la promesa que el Perú significa y que los peruanos tenemos derecho a esperar. En sus últimos escritos asoma insistentemente el "Principio de Esperanza”. Por su parte Mariátegui (1959) ya nos decía que lo que nuestro país tiene de vital son sus hombres jóvenes; no sus mestizas antiguallas. El pasado y sus pobres residuos son, en nuestro caso, un patrimonio demasiado exiguo. El pasado, sobre todo, dispersa, aísla, separa, diferencia demasiado los elementos de la nacionalidad, tan mal combinados, tan mal concertados todavía. El pasado nos enemista. Al porvenir le toca darnos unidad. Y en el pronunciamiento de la Universidad Católica, ya mencionado, leemos: “…Al mismo tiempo debemos proceder a una labor reconstructiva, para la cual contamos afortunadamente, con las reservas morales que residen en el pueblo peruano, en muchos de sus dirigentes y sobre todo en la juventud que ha sabido erigirse en mensajera de un espíritu de justicia, de respeto y de dignidad, espíritu que ahora, debe recuperar su lugar central en la vida nacional”. Simons (1998), a quien también recurro permanentemente en este trabajo, es muy claro al señalar que es necesario caer en la cuenta de que la ética o la moral no consisten en cumplir normas que se imponen arbitrariamente al hombre y que más bien parecerían estorbar su vida y realización humana. Pero tampoco es consecuente una ética relativista, individualista o pragmática que la hace depender totalmente de las diferencias de culturas, personas o intereses. Menos aún tiene sentido una ética fácil (Iight) del todo vale si me parece bien o me conviene. No se pretende liquidar el pluralismo ético, pero podemos obviar sus consecuencias y debilidades a la hora de poner las bases para una macroética de la responsabilidad solidaria. Si estamos de acuerdo en que hay principios universales por el hecho de ser hombres y mujeres que pertenecemos a la humanidad, tiene que haber algo universal común a todos. Debemos aceptar que somos plurales, somos pluralidad. Lo que no podemos aceptar, afirma Mayorga (1994), es la anarquía; la anarquía es cuando uno acepta que es una isla, y no somos isla, ésta es también otra clave para la ética: ubicarse en una sociedad pluralista, donde hay distintos pensamientos aunque haya acuerdos básicos. Si no hay acuerdos básicos, es la ley de la selva la que impera. La ética, en esta posición, tiene que estar atenta a los antiguos valores que siguen siendo válidos y viables y a descubrir los valores que están emergiendo. Frente a esta realidad se hace imprescindible que la educación clarifique lo que es la ética y su significado para el ser humano y su vida, en el entendido que ética es lo que realmente da sentido trascendente, autenticidad y coherencia al quehacer del hombre, en lo personal y en su convivencia con los demás. De lo que se trata primordialmente es de cimentar, hacer creíble y comprensible actualmente el planteamiento de la ética en cuanto que no es algo sobreañadido, una superestructura respecto al ser mismo del hombre, sino como la vocación del hombre a ser verdaderamente humano, a tener que encontrar y dar sentido a su vida en la 14 búsqueda de su realización auténtica y plena en sus dimensiones personal, social e histórica. El «deber ser» de la ética surge y se sustenta en el ser mismo del hombre, en su estructura antropológica. Se trata, en el fondo, de la captación del valor que tiene en sí mismo todo aquello que es humano, sin necesidad de justificación exterior a él. De la intuición de que vale más ser humano y bueno que no serlo, que amar es mejor que no amar, que el bien se justifica y se paga a sí mismo sin necesidad de otro premio distinto, y que vivir humanamente, en libertad y en justicia, con los hombres y para los hombres, es la mayor aspiración - y la obligación - del ser humano. En tal sentido, cualquier ética que se pretenda a la altura de las circunstancias requiere poder articular, reflexiva y argumentadamente, los principios de la autonomía moral, la autodeterminación y la solidaridad. 2. 3. Hacia la construcción de una cultura de la ética. La suprema paradoja de la contemporaneidad, nos dice Guédez, es aquélla que nos advierte que mientras más independientes queremos ser del entorno, más dependemos de él. No hay manera de escapar de los efectos que proceden del espacio y del tiempo histórico en donde nos insertamos. Esta realidad nos obliga a tomar conciencia de los problemas que ahí coexisten: la pobreza, la contaminación, la inseguridad, los desajustes asociados a la salud, a la alimentación y la educación, en suma a la cultura ética. Veamos con Guédez sus aspectos más relevantes. 2. 3.1. Fuentes de la ética Las fuentes de la ética, dice Guédez, se identifican con dimensiones: filosóficas (hacer el bien por el bien mismo); religiosas (hacer el bien por amor a Dios y amor al prójimo); humanas (hacer el bien por amor propio); sociopolíticas (hacer el bien por la convivencia social); institucionales (hacer el bien por el mejoramiento y progreso de organizaciones); y legales (hacer el bien por mandato y prescripción formal). las Los puntos en común que están presentes en estas dimensiones cubren dos aspectos: todo lo que hagas al otro te lo haces a ti mismo, y pensar en el lugar del otro es algo más que el comienzo de una comunicación, se trata de pensar en sus derechos. 2.3.2. Enfoques de la ética Según el mismo autor, el esquema más tradicional indica que existen tres enfoques esenciales: El teleológico o ética de los propósitos y de los fines. Desde esta perspectiva interesa el objetivo final, es decir, lo que se trata de buscar y las intenciones que proporcionan el impulso. Se concibe, entonces, que lo correcto es lo que se hace con un determinado propósito y todo lo que se aleje de esa dirección es incorrecto. 15 El deontológico o ética de las normas. A partir de este criterio se piensa en los principios y reglas que pautan las conductas que determinan la naturaleza moral de los actos. El pragmático o ética de los resultados. Según esta acepción se enfocan las consecuencias e impactos que producen las acciones, es decir, el tipo y grado de afectación que se produce en los otros como consecuencia de nuestras acciones. De una manera más correlacionada con lo empresarial, Solomon habla de los siguientes estilos éticos: El Principista: Respeto a reglas y principios, sin considerar sus consecuencias. El Utilitarista: Lo importante son las consecuencias de la acción, es decir, los resultados y beneficios para el cliente, el socio y el accionista. El Leal: La lealtad al jefe, al grupo y a la organización es lo más importante. El Virtuoso: Apoyo a la conducta en los criterios reconocidos y legitimados por todos. El Intuitivo: Acción poco reflexiva y más apoyada en las experiencias y corazonadas. El Empático: Lo importante es tomar decisiones en función de reconocer a los demás, dentro y fuera de la organización. 2.3.3. Un replanteamiento de la ética. Simons (1998) enfoca la crisis de la ética como una oportunidad para buscar enriquecer y profundizar el sentido positivo y, sobre todo, imprescindible que tiene la dimensión ética de nuestra vida. Según él, dos cambios importantes y sucesivos se han dado en Occidente que han modificado substancialmente la sociedad y, por tanto, la perspectiva ética de ésta: el que se ha llamado la modernidad y el que vivimos actualmente con la denominación no muy clara de postmodernidad. En nuestras sociedades latinoamericanas y, en la nuestra en particular, se da una combinación y, a veces, superposición de lo propio de una sociedad tradicional, de lo moderno y de lo postmodemo. Por ejemplo, mientras el país oficialmente trata de modernizarse, la juventud tiene rasgos que se pueden llamar postmodemos. Lo que sí es importante tener en cuenta es que la realidad, y la nuestra en particular, no se puede encasillar. Y es que, como apunta el mismo Simons, la valoración ética, que en nuestro medio, era clara y, en general no cuestionada, ha dejado de ser evidente y uniforme, lo cual desconcierta a quienes han vivido en la situación anterior. Parecería ser que el mismo hecho de hablar de «moral» despierta actitudes de rechazo. Esto se debe, por lo menos en parte, a que en el pasado se identificara la moral con normas comprendidas como arbitrarias y lo cual generó, muchas veces, culpabilidades traumáticas. La moral jugaba el papel de aguafiestas en la vida y sólo señalaba lo que no se podía hacer. Frente al pluralismo inevitable, respecto al juicio moral en que se encuentran nuestras sociedades, Simons habla de dos reacciones y una propuesta alternativa. La primera reacción es la del pragmatismo individualista que desemboca en la amoralidad, pues ninguna moral puede quedarse en los medios sin tener en cuenta los fundamentos y los fines basarse en el principio pragmático de que «el fin justifica los medios» en el de que los derechos individuales pueden ejercerse 16 sin tener en cuenta el bien común. Dentro de esta misma posición se sitúan el relativismo subjetivista, según el cual la moral depende de cada cultura, grupo o individuo y que para decidir lo que es bueno malo justo o injusto tenemos que situarnos en la perspectiva de cada quien y que los resultados valen para él pero no para los otros, pues no podemos encontrar ningún criterio desde el cual podemos preferir unas opciones respecto de las otras. Esta postura a veces se defiende sutilmente invocando el respeto y la tolerancia que sin duda tenemos que tener los unos respecto de los otros, pero que no se puede confundir con la permisividad del «todo vale» o con una ética «light». En oposición a lo anterior y de forma muchas veces reactiva se da un legalismo rígido y tradicionalista que subraya la necesidad de la obediencia estricta a la norma objetiva y que ignora la prioridad del hombre frente a la ley, la diversidad de situaciones, culturas, personas y los nuevos retos que se presentan a la ética. La actitud de la persona se reduce a una receptividad pasiva e inmadura y se da a costa de la responsabilidad ética. La moral resultaba, así, represiva y alienante. Muchas veces esta posición se debe a la angustia y desconcierto que suelen despertar las situaciones de crisis, a la necesidad de seguridad psicológica, a cualquier precio, que suelen exigir muchas personas. En las dos reacciones se da, de alguna manera, una separación entre ética y vida lo cual exige el planteamiento de una alternativa: la búsqueda de una autenticidad ética, personal y socialmente responsable cuya tesis básica es que la exigencia ética no proviene de una autoridad externa al hombre; es una exigencia de su condición de ser humano. El hombre no puede elegir ser ético o no. En expresión de López Aspitarte que parafrasea a Sartre (1967), el hombre está condenado a ser ético. El animal tiene su vida resuelta por el dinamismo de sus instintos a los que, por otra parte no puede escapar. Al hombre, en cambio, los instintos le son insuficientes y no se le ha dado un modo específico y determinado de ser y comportarse, sino que él mismo tiene que encontrarlo, y en ello se da conjuntamente el llamado ético y su dignidad de ser humano. Para explicitar lo anterior, Simons plantea cuatro dimensiones del fundamento ético en el ser humano: El hombre como ser consciente, libre y por tanto responsable, se ve en la necesidad ineludible de elegir y de emitir juicios de valor para poder optar consciente, libre y responsablemente. Así el hombre sólo es responsable ética y moralmente en la medida que es libre y consciente y, justamente por ello, responsable de sus actos. El hombre como ser en búsqueda de sentido. De lo anterior se deduce que el ser humano no tiene un destino predeterminado de encontrar y dar un sentido a la vida (y a su propia vida) que oriente el quehacer de las personas y la sociedad. Aquí entra en juego la afectividad del hombre que desea el bien aunque lo haga de manera equivocada, pues la búsqueda de sentido a la vida es algo que compromete a todo el hombre y no sólo su inteligencia. El hombre como ser histórico en búsqueda de autenticidad y humanidad. Se da por la tensión que se encuentra en el hombre entre lo que es y lo que debe, puede y quiere ser; entre su ser de hombre y su autenticidad y humanidad, es decir su autorealización personal, social y trascendente. Del ser antropológico se 17 deriva el deber ser y hacer ético, pero al mismo tiempo el ser del hombre sólo alcanza su plenitud a través del llamado ético. El ser proyecto de sí mismo es lo que hace al hombre ser ético. Es el llamado a construir su propio ser en libertad. El hombre como ser social y solidario. Somos constitutivamente sociales, modelamos y somos modelados por el medio socio - cultural. El bien y mal que hacemos repercute en los otros y viceversa. Nuestros actos afectan y cualifican a los otros hombres y esto es recíproco. Si esto es así, la exigencia ética de construir la solidaridad es clara. 2.3.4. Una cultura de la ética en las organizaciones. Una organización, dice Guédez, es una reorganización permanente o deja de ser una organización. Esta expresión, derivada de la tesis del optimismo optimizable de Morin (1982) , sugiere la necesidad de disponer de un fuerte sistema de creencias, valores y conductas relacionadas, para asegurar que esos cambios se hagan en función de un eje cultural. Las organizaciones -en sus expresiones más tangibles- son la sumatoria de los significados de lo que piensan y de lo que dicen, así como de los resultados de lo que hacen. En definitiva, las organizaciones nacen a partir del germen de una cultura y se desarrollan en función de los enfoques de una cultura. Pensamos en una ética como esencia de la cultura y en una cultura de la ética. En uno y otro sentido, deben establecerse correspondencias armónicas entre la ética personal, la ética profesional y la ética organizacional, en donde cada quien sea modelo de los otros y el todo sea condicionante del comportamiento de cada uno. Así como a nivel de los equipos se proclama que ninguno de nosotros es más importante que todos nosotros, y así como en materia de conocimiento se repite que ninguno de nosotros sabe más que todos nosotros, igualmente, desde la perspectiva de la ética, podría también sostenerse que ninguno de nosotros es más ético que todos nosotros. Este sentido individualizado y compartido de la ética es el que se persigue dentro de la acepción de la cultura organizacional. La idea de convertir a la ética en una dimensión cultural se inscribe dentro de las responsabilidades más perentorias que se le plantean a las empresas actuales. Éstas deben repotenciar a la gente en sus competencias técnico-profesionales y en sus dominios gerenciales, pero también en todo aquello que enriquece el núcleo básico del ser humano, es decir, su sensibilidad y sus valores. También las empresas deben promover vivencias compartidas que permitan enraizar convicciones y alcanzar victorias visibles, en armonía con las exigencias sustentables del entorno. Es asimismo importante subrayar que la naturaleza de esta cultura debe ser más proactiva que reactiva. Esto parece obvio pero, sin embargo, debe reiterarse porque somos muy dados a plantear lo ético como un problema de corrupción más que de honestidad, con lo cual debilitamos el impacto de los mensajes. Más que hablar de los castigos y de los riesgos de la corrupción, hay que subrayar las bondades del comportamiento ético. La acepción proactiva de la ética encuentra un importante reforzamiento cuando la organización comprende que lo que se gana por medio de la imposición de un esquema restrictivo es mucho menos de lo que se pierde por la vía de la iniciativa, de la creatividad, de la lealtad, de la honestidad y de la solidaridad de la gente. Hasta el bien deja de serlo cuando es impuesto, mientras que el convencimiento y el arraigo de los principios promueve una creciente economía de escala. Bien sabemos que los valores éticos, a diferencia de los bienes tangibles, no se desgastan con su intercambio, por el contrario, se incrementan y repotencian en 18 proporción directa al uso que se hace de ellos. Los valores éticos actúan como vectores de adhesión y motivación, más que como imperativos incondicionales o patrones legales. Cuando no se convence a la gente por la vía proactiva de los principios y del modelaje, se tiene que gastar a destiempo en recuperaciones y represiones. Con Savater (1999), podemos decir que la tarea fundamental de la humanidad es producir más humanidad y con Lipovetsky (1991), que no es la ética lo que gobierna la comunicación de la empresa, es ésta la que promueve los alcances y prolonga las proyecciones de aquella. Alguien ha dicho que la ética es un seguro de vida y, realmente, no puede haber tranquilidad y seguridad sino en el marco de una conciencia apuntalada por los recursos que la responsabilidad ética proporciona. El equilibrio y coherencia de la cultura organizacional lo proporciona la ética, y ésta es una de las razones por las cuales la ética tiene que dejar de reflejar la atomización de conductas individuales para convertirse en la manera de pensar, sentir, decir y hacer de la organización como un todo. De lo anterior se deriva una consecuencia natural: hablar de cultura ética significa aceptar que los derechos proceden de los deberes y no al revés. La ética -para decirlo con palabras de Camps (1998)- hace tiempo que está más centrada en los derechos que en los deberes y que ser responsable es ser capaz de responder de algo ante alguien y querer hacerlo. En este contexto, debe aceptarse que las lagunas que tienen las leyes, así como las trampas que admiten, sólo pueden compensarse con una actitud responsable. Este es el fundamento básico de una cultura ética. Referencias bibliográficas. ADAIR, J. 1980 El liderazgo basado en la acción. México: Mc.Graw - HilL. 1990 Líderes, no jefes. Bogotá: Legis. BLOOM, A. 1988 Nietzsche en los Estados Unidos de Norteamérica. Facetas. Nº 80. CAMPS, V. 1993 Los valores de la educación. Madrid. Alauda. CARDONA, C. 1990 Etica del quehacer educativo. Madrid. RIALP. GUÉDEZ, V. 1999 Gerencia, cultura y educación. Fondo Editorial Tropykos/CLACDEC. CaracasVenezuela. 1995. 2001 La ética gerencial. Instrumentos estratégicos que facilitan decisiones correctas.Caracas. PDVSA. Planeta. 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