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Antropológica de La Fundación La Salle de Ciencias Naturales 2008, 109: 69-112 ANTROPOLÓGICA 2008, 109: 69-112 Resistencia indígena e identidades fronterizas en la colonización del Oriente de Venezuela, siglos XVI-XVIII Francisco Tiapa Recibido: 24/03/2008. Aceptado: 17/10/2008 Resumen: Las fronteras coloniales del Oriente de Venezuela estuvieron cargadas de una alta conflictividad y dinámica de reelaboración en los juegos de alianzas entre los distintos pueblos indígenas que lo habitaban y los diversos grupos europeos y criollos que participaron en su conquista. En el transcurso de tres siglos, del XVI al XVIII, hubo una constante sobreposición de estrategias de conquista como resultado de las siempre cambiantes formas de resistencia indígena. En su interior, esta estructura de larga duración tuvo diversas coyunturas, según las negociaciones entre los agentes interculturales y los grupos de poder que representaban. Por parte de los pueblos indígenas, se configuraron alianzas definidas por sistemas de relaciones interétnicas estructurados a través de redes de comunicación e intercambios comerciales, las cuales fueron transformadas por la imposición de nuevas formas de organización de sus territorios y espacios sociales, con el poblamiento en las misiones. En este trabajo se presenta una reconstrucción del proceso diacrónico de transformación fronteriza de estos sistemas de relaciones y de sus juegos de construcción de identidades étnicas, como formas de resistencia de los indígenas del Oriente de Venezuela, cambiantes según las distintas formas de expansión del sistema colonial. Palabras claves: fronteras coloniales, pueblos indígenas, sistemas interétnicos, Venezuela colonial. Abstract: The colonial frontiers of Eastern Venezuela were charged with tensions and dynamic restructuring processes that deeply affected the alliances among different indigenous peoples that inhabited the region, as well as the diverse European and Creole groups involved in the conquest process. Throughout the 16th, 17th and 18th centuries, there was a constant overlapping of conquest strategies as a result of the different forms of indigenous resistance. Within this long duration structure, there were also different conjunctures, because of the dealings between intercultural agents and the power groups that they represented. Indigenous peoples made alliances defined by the interethnic relations that were structured by communication and trade networks, which were transformed by the imposition of new forms of territorial and social-spatial organization, as a result of the movement of people to mission settlements. This paper reconstructs the diachronic process of the interethnic system’s frontier transformations and the (re)construction of ethnic identities, such as the resistance strategies of the indigenous peoples of Eastern Venezuela, which were changing in different ways as a result of the expansion of the colonial system. Key words: colonial frontiers, indigenous peoples, interethnic systems, Colonial Venezuela. 70 Resistencia indígena e identidades fronterizas Introducción La expansión de las sociedades europeas sobre los pueblos indígenas de América se desenvolvió según una historia definida desde las decisiones de las esferas más altas de cada una de las potencias colonizadoras. Sin embargo, en las regiones fronterizas, entre el universo cultural impuesto desde Europa y los universos culturales de los distintos pueblos indígenas, ésta no fue una única historia, sino una gran articulación entre diferentes historicidades tan específicas como las diversas localidades involucradas en ellas1. En las historias oficiales se han querido proponer historias únicas y lineales, a partir de ejes temporales centrales, alrededor de los cuales giran las temporalidades subalternas. Sin embargo, todo el macro-proceso de conquista y colonización de América estuvo marcado desde historias locales identificadas según “lugares” específicos, de distintas dimensiones y de distintas dinámicas en cuanto a sus formas de transformación (Escobar, 2000). Estos “lugares” no fueron estáticos, sino que construyeron tipos específicos de relaciones sociales y procesos de creación y transformación cultural que se reprodujeron en el tiempo con el piso común de ser diferentes entre sí. Esto es lo que, en palabras de Coronil (2002), podríamos llamar la temporalización del espacio y la espacialiación del tiempo. A lo largo de la época colonial, el Oriente de Venezuela estuvo poblado principalmente por pueblos de habla Caribe, acompañados por las sociedades Arawak y Warao. Concretamente, se trató de los grupos étnicos Kari’ña, Cumanagoto, Guaiquerí, Chaima, Cuaca, Core, Chacopata, Paria, Tagare, Tomuza, Palenques Guaribe, Palenques Caracare, Topocuar, Characuar, Warao, Aruacos, Acaigua, Cocheima y Apotomo (Acosta Saignes, 1946, 1961; Civrieux, 1976, 1980, 1998; Brizuela, 1655; Prato-Perelli, 1990; Ayala Lafeé, 1996; Heinen, 1980; Ojer, 1964; Caulín [1779] 1986; Pelleprat [1655] 1985; Whitehead, 1988; Morales Mendez, 1990). En el proceso de expansión colonial sobre ellos, entre los siglos XVI y XVIII, nos interesa resaltar ciertos aspectos específicos, a saber, las construcciones de identidades subalternas, el sentido social de los lugares, las formas culturalmente construidas de los territorios y el sentido de las unidades sociopolíticas como espacios de relaciones de poder. De este modo, trataremos de esbozar las relaciones entre los ejercicios de dominación, sus temporalidades y sus lugares de realización, teniendo presente que el tipo de 1 Este trabajo se basa en mi tesis de grado, Identidad y resistencia indígena en la conquista y colonización del Oriente de Venezuela, 1498-1810 (2004), sustentado en una investigación en fuentes documentales publicadas e inéditas, provenientes del Archivo General de la Nación de Caracas y del Archivo General de Indias de Sevilla. Un importante precedente puede ser atribuido a los trabajos de Acosta Saignes (1946, 1961), Civrieux (1976, 1980, 1998); Whitehead (1988), Morales Méndez (1990) y Ayala Lafeé (1996). 72 Resistencia indígena e identidades fronterizas relaciones que se establecieron entre estos elementos no fue tan simple como una generalidad que varió en cada particularidad y que siguió su historia lineal, sino que ante una imposición de generalidad “imaginada” por la hegemonía europea, hubo violentas tensiones y contradicciones que desde lo local crearon diferentes historias de dominación y resistencia. El carácter fundamental de las fronteras de esta región fue la actualización única en cada momento y lugar de una estructura, o de un conjunto de estructuras más amplias, subyacentes a las relaciones sociales y construcciones culturales envueltas en este largo y complejo proceso. En este sentido, para identificar las estructuras de las construcciones de identidades de los pueblos indígenas, y sus realizaciones prácticas en sistemas interétnicos (Cardoso de Oliveira, 1968; 1992), es necesario hacer énfasis en la dinámica de las regiones fronterizas. Como se ha dejado ver, estas regiones estuvieron delineadas por las distintas construcciones culturales que cada grupo, de forma aislada o en alianzas con otros grupos, elaboró sobre ellas. Fue de ese modo que sobre la elaboración de cada espacio de resistencia indígena la sociedad colonial no tuvo más remedio que accionar uno o varios frentes de expansión. A su vez, en lo interno, cada frente estuvo constituido por diversos sistemas de relaciones coyunturales -o de transformación acelerada- en ciertas épocas, y estructurales -o de lenta transformación- en su mayoría. Tales sistemas interétnicos o de interdependencia regional han sido ampliamente documentados en trabajos etnográficos e históricos. Entre los trabajos más resaltantes se encuentra el re g i s t ro etnográfico de las relaciones comerciales entre los Yekwana del Caura-Paragua (Coppens, 1971) y el análisis de los sistemas de intercambio entre los pueblos indígenas de las tierras altas de Guayana, los englobados bajo el etnónimo de Pemón y sus vecinos (Thomas, 1972; Butt-Colson, 1973, 1983-1984). Especialmente resaltantes han sido las investigaciones enfocadas sobre la región del Orinoco Medio, donde se han hecho reconstrucciones históricas del sistema de intercambio regional de este río y de sus afluentes durante la época colonial (Morey y Morey, 1975) y de su dimensión lingüística (Biord, 1985). De estos trabajos se desprendió la propuesta de los Sistemas de Interdependencia Regional del Orinoco (SIRO), como estructuras políticas igualitarias y jerárquicamente horizontales (Arvelo, Morales y Biord, 1985). Tal propuesta, sin embargo, ha sido cuestionada, a partir de las evidencias de que este sistema comercial fue el resultado del impacto colonial, con relaciones jerárquicas desiguales a lo interno (Zucchi y Gassón, 2002). En esta misma dirección, la dinámica del comercio de quiripas y mostacillas ha sido analizada con un componente del sistema mundo moderno (Gassón, 2000). En el ámbito etnográfico, entre los Piaroa se ha identificado la continuidad histórica de las rutas y sistemas comerciales (Mansutti, 1986). Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 73 Sobre ellos, también se han hecho análisis en el marco de la ecología histórica que demuestran la incidencia de las relaciones que este grupo étnico ha tenido con el medio ambiente para la configuración de los sistemas interétnicos (Zent, 1992; 1996). En el Bajo Orinoco, se ha demostrado que en el pasado la heterogeneidad cultural de sus habitantes fue mucho mayor de lo que se puede ver en el presente (Heinen y García Castro, 2000). Asimismo para el caso de los grupos étnicos de filiación lingüística Caribe, resaltan las reconstrucciones históricas de los procesos de transformación de estos pueblos en su amplio espectro territorial, a partir de las distintas formas de contacto con los europeos (Whitehead, 1988; Morales Méndez, 1990). En este trabajo está influenciado por el precedente dejado por estas investigaciones. Sin embargo, el énfasis se pone sobre los procesos diacrónicos de transformación de la dinámica de las relaciones interétnicas a partir de la dialéctica entre la expansión del orden colonial y las diversas respuestas de los pueblos indígenas que habitaron la región. En tal sentido, desde nuestra perspectiva, los sistemas no estuvieron definidos ni por componentes socioculturales completamente indígenas ni tampoco fueron una derivación teleológica de la expansión del orden colonial. Se trata de una articulación entre ambos conjuntos de sistemas normativos, pero no de una manera equilibrada, sino cargada de fuertes tensiones y contradicciones. No se trata de una propuesta que reduce la complejidad de los procesos históricos a la dicotomía dominación/resistencia, sino que, en el contexto de estas tensiones, cada sociedad reaccionó ante los acontecimientos según sus propias formas de significar la realidad. Además de las bases de los autores citados, está el precedente, un texto monográfico extenso sobre el proceso de transformación de las fronteras coloniales en el Oriente de Venezuela, donde se expone con detalle el corpus documental sobre el que se sustentan las ideas expuestas (Tiapa, 2004). Asimismo, otros trabajos se centran en análisis sobre las dinámicas de las últimas fronteras coloniales en los Llanos de la costa Norte del Orinoco, el Delta del Orinoco y el Golfo de Paria (Tiapa, 2007a); las relaciones alrededor de los caciques Chaima de la población de San Félix Cantalicio de Ropopán del Río Guarapiche (Tiapa, 2007b); los usos políticos de la naturaleza, concretamente del agua, en la región de Píritu, en la cuenca del río Unare como parte del proyecto de imposición de la vida en las misiones a las sociedades indígenas de esta región (Tiapa, 2007c); las relaciones interétnicas entre los Warao, los Kari’ña, los Chaima, los Paria y los españoles y criollos en los intentos de colonización de los Warao de la región Noroccidental del Delta del Orinoco (Tiapa, 2007d); y una reconstrucción y análisis de la estructura de los sistemas interétnicos del Oriente de Venezuela durante la época colonial, en la que se propone y se sustenta la configuración y cambio de once sistemas a lo largo de los siglos XVI, XVII y 74 Resistencia indígena e identidades fronterizas XVIII (Tiapa, 2008a). Asimismo, las bases teóricas expuestas han derivado de otros debates sobre la articulación entre la teoría antropológica y la metodología histórica así como de carga política de las herramientas y marcos conceptuales para la reconstrucción de las sociedades indígenas del pasado (Tiapa, 2008b, 2008c). Fronteras del sistema mundo, identidad, poder y territorio Para la comprensión de la reconstrucción interpretativa de las transformaciones de las fronteras coloniales del Oriente de Venezuela, es necesario partir de unas bases teóricas que aclaren los conceptos e ideas empleados. Este modelo teórico, se enmarca en el debate acerca de la expansión del sistema mundo capitalista sobre las sociedades no europeas, y se centra en los ejes de la identidad, el poder y el territorio. Estas ideas ya han sido expuestas en otros textos donde se explican, de manera extensa, los sustentos teóricos y metodológicos de esta investigación (Tiapa, 2004, 2008a, 2008b, 2008c). En la dinámica de la expansión del sistema mundo moderno (Wallerstein, 1976) las sociedades que habitaron sus regiones fronterizas han reaccionado según sus propios sistemas culturales (Wolf, 1987) y o rdenamientos cosmológicos de la realidad (Sahlins, 1988). Ante la configuración progresiva de un orden geopolítico global durante las primeras expansiones del capitalismo agrario a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, en los límites del amplio espectro territorial de las colonias europeas, distintos órdenes culturales han configurado diferentes delineamientos territoriales que se han transformado según sus propias lógicas. Así, diferentes historicidades han respondido ante los cambios impuestos desde las metrópolis a partir de sus propios mecanismos internos, pero siempre de maneras mutuamente constitutivas. Si el modelo cultural define la manera en que se va a reaccionar ante la historia y, a su vez, la historia se expresa espacialmente, entonces no se puede hablar de organizaciones geopolíticas monolíticas, sino de áreas geográficas entrelazadas entre sí, pero diferenciadas por las visiones de mundo de las sociedades que las habitan. A partir del concepto de “área cultural”, ha sido posible la identificación y análisis de los correlatos geográficos de semejanzas y diferencias culturales (Wissler, 1926; Kroeber, 1939; Steward, 1946-1959; Acosta Saignes, 1949). Su uso ha permitido ir más allá de las circunscripciones de pueblos específicos, al buscar integrar diferentes sociedades con elementos en común. Asimismo, ha sido posible contrastar o igualar diversas variables para la delimitación de tales áreas, tanto en términos culturales, como ecológicos, económicos, políticos, etc. Ahora bien, la base teórica culturalista de este concepto se ha visto complementada con la noción de grupo étnico como un conglomerado humano que, como condición para tener un Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 75 conjunto de rasgos culturales comunes, necesita antes que nada que sus miembros se encuentren identificados entre sí (cf. Barth, 1976). Al interior de ellos, el sentido de la “etnia” es el principal eje de cohesión para la construcción de la identidad y de la diferencia (Cardoso de Oliveira, 1992). Así, sobre el eje de la identidad étnica, el resto de las dimensiones culturales se articulan de manera sistémica, de modo que la transformación en cada una de ellas incide sobre el resto (Lévi-Strauss, 1969: 301). Fuera del contexto de las sociedades insertas en el orden capitalista occidental, una parte importante de los pueblos indígenas se encuentra estructurada en sistemas políticos ajenos a la presencia de un Estado coercitivo. En ellas, la construcción de identidades tienen como referencia las prácticas asociadas con los principios de reciprocidad en los que las transacciones comerciales son los sustitutos culturales a la guerra, que es la condición subyacente en las sociedades no estatales (Sahlins, 1984: 21; Mauss, 1991: 170, 260). Al entrar en contacto con las culturas de origen e u ropeo, se establecen relaciones marcadas por la tensión entre la dominación y la sujeción. En palabras de Cardoso de Oliveira (1968) se trata de situaciones de “fricción interétnica”, donde existe una constante pugna por el control de los elementos culturales locales y foráneos (cf. Bonfil Batalla, 1989). En estos sistemas interétnicos, el ejercicio del poder no se restringe únicamente al ejercicio de la fuerza, sino que se trata de la imposición de un orden normalizado (Barnes, 1990: 53), por medio de la configuración de discursos de dominación que presentan múltiples formas y se expanden por medio de diversas redes (Foucault, 1980: 142). En este ámbito, es patente la presencia de los “agentes interculturales”, quienes al ejercer las posiciones de vínculos entre la sociedad indígena y los grupos culturales externos asumen las posiciones de poder y liderazgo en la estructura del sistema (Cardoso de Oliveira, 1968: 344-351). En este reenvío y choque entre universos culturales, el espacio y el tiempo son los sistemas relativos a cada estructura en particular (LéviStrauss, 1969: 261) y se expresan en la relación entre estructura y territorio (Izard, 1981: 341). Sobre el referente de la naturaleza, se construyen significados que marcan el terreno del ejercicio de la acción social, de una manera en que, para el espacio social, el referente natural se convierte en significante, organizado en oposiciones sintagmáticas y paradigmáticas (Leach, 1978: 45-46). Éstas nutren a los discursos culturales sobre los cuales se fundan las relaciones sociales, con lo que es posible que ante la presencia de varias formas de significación espacial, a un mismo referente se le otorguen distintos significados en una constante sobreposición de uno sobre otro (Barthes, 1990: 257). Así, la distinción entre “lugar” y “no lugar” marca la diferencia entre el espacio de la identidad y el espacio de la alteridad, pues el dispositivo espacial expresa la identidad del grupo (Augé, 1993a: 49), por medio de praxis cambiantes atravesadas por el sentido del “lugar” (Escobar, 2000: 156). 76 Resistencia indígena e identidades fronterizas En esta dinámica, cada sociedad construye universos particulares relativos, a los que se accede en el diálogo metodológico entre el modelo teórico y la experiencia directa. Más que sólo una experiencia de acceso, se trata de construir de forma textual una traducción de ésta para su interpretación (Clifford, 1991: 144). En esta experiencia de descripción de los actos cotidianos de una sociedad, los datos resultan ser interpretaciones de las interpretaciones del “otro” por lo que quedan oscurecidas en su transmisión textual. Esto hace que sea necesario que para su descripción se haga interpretación, es decir, una “descripción densa” (Geertz, 1996: 19-23). Ahora bien esta interpretación de la diferencia en el espacio es equiparable a la diferencia en el tiempo (cf. Geertz, 1992), como base de aplicación del conocimiento antropológico. Puesto que la secuencia temporal del pasado no puede ser incorporada en la sincronía presente, se asume que todo pasado es diferente, es decir, el pasado debe ser visto como “otra” sociedad. Dado que no existe una secuencia unilineal en el tiempo, cada sociedad tiene su propia historia y cada ruptura en la continuidad tiene sus propias características, por lo que hay múltiples maneras de reaccionar ante la historia (Gaborieu, 1969: 97). A lo largo de los procesos históricos de la larga duración (Braudel, 1990), los acontecimientos particulares tienen tanta importancia como el cúmulo de actitudes repetidas en largos períodos de tiempo. Así, el reenvío entre acontecimiento y estructura se da como una retroalimentación entre los contextos sociales y culturales de los sujetos históricos y la historicidad y particularidad de cada evento (Burke, 1993a: 290-291). Puesto que la estructura se encuentra en constante cambio, con fines metodológicos, es posible aproximarse a ella tanto desde una perspectiva sincrónica como diacrónica (Saussure, 1980). La sincronía se construye según un corte en un momento particular de la historia en el que se toman en cuenta las relaciones sistémicas de todos los elementos que la integran de forma regular en un momento y un lugar dado. Por su parte la diacronía se enfoca sobre la reconstrucción de las transformaciones estructurales en el tiempo, con un carácter dinámico, accidental y particular (Saussure, 1980: 165). En el abordaje de las dimensiones de la identidad, el poder y el espacio a lo largo de una diacronía, este sentido de la alteridad en el tiempo ha sido puesto sobre la palestra en los debates sobre la disolución de las barreras disciplinares entre Antropología e Historia (Thompson, 1972; Lewis, 1972; Fabian, 1983; Radding, 1984; Thomas, 1989; Geertz, 1992; Buxó, 1993, Burke, 1993a, 1993b; Augé, 1993a, 1993b, 1996; Lowenthal, 1999; Coronil, 2002). En muchos momentos de la historia, los acontecimientos aceleradores de los cambios se encuentran presentes con mucha mayor fuerza. En estas estructuras de coyuntura, las posibilidades potenciales de los contenidos culturales se encuentran cargadas de mayores reacomodos y de una mayor realización práctica (Sahlins, 1997: 13). En ellas, los micro-acontecimientos Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 77 tienen una continuidad más acelerada, después de los cuales, en los momentos de estabilidad, ya han transformado buena parte del orden previo a la profundización de los cambios. Así, tanto en el tiempo como en el espacio, es posible hacer “cortes” que, en el caso particular del recorrido temporal, se pueden ubicar tanto en las coyunturas como en los periodos de continuidad. En estos cortes, la continuidad es vista como un “presente etnográfico” donde, aunque efectivamente hay cambios, éstos son menos evidentes. Para esta operación metodológica, Miguel Acosta Saignes plantea la categoría de “ficción de coetaneidad”, según la cual en momentos cronológicamente distantes, pero similares en el tipo de acontecimientos presentes, es posible hacer una homologación que permita articular el análisis (Acosta Saignes, 1961: 7). Dado que el evento específico es en sí un microcosmos de una realidad de mayor escala y temporalidad, su análisis es coherente con la propuesta microhistórica (Ginzburg, 1983; Levi, 1993). Según ésta, es posible tomar en consideración las diferencias espaciales y temporales de los contextos de los acontecimientos, de modo que no se establezcan modelos generales con tendencia a la homogeneización de realidades que internamente poseen abundantes matices (Levi, 1993: 136)2. En relación con las dinámicas de relaciones sociales y construcciones culturales expandidas en áreas geográficas concretas, la categoría de región histórica permite la articulación entre la transformación temporal y la regularidad espacial. Las referencias geográficas en la organización de los datos permiten su agrupación por regiones y comunidades. Esta agrupación implica la regionalización de los procesos históricos y la delimitación de regiones históricas. Así, la categoría de región histórica (Cunill Grau, 1988), refiere a las áreas geográficas con características históricas comunes manifestadas en la acción de sus habitantes sobre su contexto físico (Cardozo Galué, 1988: 13). Las fuentes empeladas para este trabajo son de diversos tipos, según su nivel de aproximación a los eventos y procesos históricos trabajados. Éstas son tanto de primera como de segunda mano. Entre las de primera mano están las publicadas y las inéditas. Las fuentes de primera mano publicadas son las compilaciones documentales hechas por otros investigadores como es caso de Carrocera (1968), Ríonegro (1918; 1921), Arellano Moreno (1964; 1970), Gómez Canedo (1967) y Prato-Perelli (1990). Entre las fuentes de primera mano inéditas se encuentran las documentos recopilados por el autor en el Archivo General de la Nación de Caracas (AGN) entre 1999 y 2001 y el Archivo General de Indias de Sevilla (AGI), en los primeros meses del año 2000. En el primero se revisaron y analizaron las fuentes de la Sección Indígenas, la Sección Traslados-Colección Cumaná, entre otros que 2 1983). Es en este sentido que cobra importancia el método del “paradigma indiciario” (Ginzburg, 78 Resistencia indígena e identidades fronterizas fueron usados para la investigación del texto monográfico de base, pero que no refiero porque, por razones de espacio, no fueron empleados para el presente trabajo. En el segundo se abarcó en la investigación a la Sección Santo Domingo y en la Sección Caracas (ver la sección de Fuentes Documentales, al final del texto). Asimismo, para una comprobación de los datos que sustentan las afirmaciones expuestas en este artículo se recomienda la revisión del texto monográfico principal (Tiapa, 2004) en el que se expone con detalle y citas los contenidos de estas fuentes documentales. Con esto presente, en relación con las distintas tensiones que se establecieron entre la imposición y la resistencia en este proceso histórico, se puede hablar de tres grandes momentos de larga duración en su dinámica histórica. Una época de configuración inicial previa al inicio de la intervención misionera, a lo largo del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII. Una época intermedia con la imposición del trabajo forzado en las encomiendas, desde principios del siglo XVII hasta principios del siglo XVIII. Finalmente, una fase que se inició con la imposición de las misiones, desde mediados del siglo XVII hasta el fin de la época colonial en la primera década del siglo XIX. Cada proceso de larga duración (cf. Braudel, 1990) estuvo sobrepuesto a los otros, de la misma manera que estuvo marcado por historias locales, en algunos casos, articuladas entre ellas y, en otros, aparentemente disgregadas. Violencia y surgimiento de las alianzas para la resistencia En las primeras décadas de la conquista del Oriente, entre 1498 y 1530, el interés hispano estuvo centrado en la extracción perlera y el comercio de esclavos. Para lograr esto, fue necesario el establecimiento de relaciones relativamente pacíficas con ciertas comunidades costeras, las cuales permitiesen la obtención de provisiones, guías, intérpretes y/o aliados para la guerra y para la captura de esclavos (Ojer, 1966; Humbert, 1976; Jiménez, 1986)3. Este interés permitió que, de manera contingente, los indígenas conformasen relaciones específicas de cooperación con los conquistadores. Éstas, en sí mismas, tuvieron la tendencia a operar según ciertas reglas y a responder a cierta lógica intercultural que, sin embargo, se vio constantemente alterada por la visión de mundo europea. Según esta visión, la prioridad estaba en el provecho material de los recursos naturales de la zona y en la obtención de esclavos. Esto tuvo como consecuencia una constante “trasgresión” -brutalmente violenta- a las reglas que permitieron 3 En este contexto, fue fundamental la propagación del mito sobre el “canibalismo Caribe”, que, más allá de los referentes reales que haya tenido, fue el principal justificativo ideológico de la esclavitud indígena en las Antillas y Tierra Firme (cf. Salas, 1921). Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 79 la acción bélica y de rapiña contra el resto de las comunidades indígenas de la costa oriental. Esto, a su vez, trajo como consecuencia los constantes alzamientos locales y los de mayor alcance regional, como los que sucedieron en la década de 1520 o la coordinación de los ataques de los grupos “Caribes” a los enclaves hispanos de la costa (Ojer, 1966). En este contexto, los principales enclaves estuvieron en la población de Nueva Cádiz, en la isla de Cubagua, y el fortín en la desembocadura del río Cumaná, en Tierra Firme, desde donde se organizaron las principales entradas armadas esclavistas para la explotación de perlas. A pesar de la existencia de este último enclave, la articulación entre grupos locales permitió que el control hispano de las costas se viese notablemente restringido. En términos generales, el éxito de la resistencia tuvo que ver con dos aspectos fundamentales. En primer lugar, la trasgresión de los españoles a la lógica contingente que se había configurado alrededor de las relaciones Mapa Nº 2 Área de acción hispana entre 1498 y 1530 80 Resistencia indígena e identidades fronterizas con las comunidades aliadas. Mientras que el desconocimiento y la descoordinación entre las distintas armadas esclavistas propiciaron la ruptura de las relaciones pacíficas y comerciales entre los españoles y los grupos indígenas aliados a ellos, éstos últimos, reactivando sus relaciones con los grupos indígenas que mantenían resistencia ante la invasión, pudieron establecer un frente común, declarando la guerra al grupo foráneo. En segundo lugar, la extrema violencia usada por los españoles nunca tuvo como objetivo, por lo menos durante esta etapa inicial, la expansión territorial. Ante esto, la cantidad y la amplitud de territorios indígenas autónomos permitió que siempre hubiese la posibilidad de conformar grandes alianzas para repeler a los europeos tanto de las costas como de las islas. Desde la década de 1530, en adelante, las incursiones de conquista en búsqueda de El Dorado irrumpieron en el Golfo de Paria y la región de los ríos Unare y Neverí, por lo que la exclusividad territorial, que los distintos pueblos indígenas había mantenido hasta ese momento, fue alterada a través de métodos bélicos de gran envergadura (Aguado, 1950; Ojer, 1964). Por un lado, en Paria y Trinidad los españoles establecieron pactos de cooperación para la guerra, la provisión e incursiones con un conjunto de comunidades identificadas como Aruacos (Juan de Salas, 1560-1570, en Arellano Moreno, 1964). Éstos fueron considerados como opuestos a los Caribes, quienes ejecutaron los mayores actos de confrontación con los conquistadores. Por otro lado, en la región del Unare y el Neverí los españoles establecieron tanto relaciones de alianzas como de guerra con ciertas comunidades llamadas Palenques (Aguado, 1950). A partir de este momento se crearon dos áreas de expansión para la conquista, que tuvieron como respuesta dos grandes focos de alianzas interétnicas, uno, representado por los Kari’ña de la región Nororiental, el otro, por los Palenques de la región Centroriental4. Ahora bien, mientras las alianzas para la conquista se establecieron sólo con algunas comunidades, las alianzas para la resistencia contaban con una mayor correlación de fuerza, mayor número de grupos que la integraban y una extensa autonomía territorial que permitió “arropar” las pequeñas redes de comunicación hispanas. La estabilidad de estas rutas de movilidad, controladas por los españoles, permitió que se formasen redes que unificaban esta isla con los asentamientos de captura de esclavos de Tierra Firme y las islas de La Española y Puerto Rico (cf. Aguado, 1950; Pérez de Tolosa, 1546 en Arellano Moreno, 1964). Estas redes se sobrepusieron a las rutas de comunicación controladas por los Kari’ña, quienes articulaban distintos grupos indígenas 4 En relación con la denominación “Caribes” y “Palenques”, cabe destacar que, bajo tales nombres, se agruparon diferentes pueblos indígenas, con la finalidad de resistir a los españoles. Así, estos nombres sirvieron como referente para la identificación de dos grandes conjuntos de resistencia territorialmente delineados. Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 81 asentados en el Golfo de Paria, Trinidad, la Costa Nororiental y las Antillas Menores en sistemas de intercambios comerciales y de cooperación de la guerra contra los españoles5. La fundación de la ciudad de Cumaná, en la década de 1560, marcó una coyuntura para el poblamiento hispano de la región. Con la llegada de los contingentes armados de Serpa se conformaron dos grandes áreas fronterizas, coherentes con los focos de resistencia indígena, una entre los ríos Neverí y Unare 6, la otra en los valles de Cumanacoa (AGI, Santo Domingo, 71; Lope de las Varillas, 1569, en Arellano Moreno, 1964). Mapa Nº 3 Área de acción hispana entre 1530 y 1650 5 En esta sobreposición de redes de movilidad, los enfrentamientos fueron intensos y constantes. Si bien, antes de la década de 1530, estos enfrentamientos habían sido numerosos, pero adaptados a la captura de esclavos, desde este momento en adelante, la articulación de alianzas para las guerras de resistencia, entre distintas regiones de predominio de pueblos agrupados bajo el nombre de “Caribes”, se intensificó socavando en buena medida la fuerza de la presencia europea en las costas. 6 En la región Unare-Neverí, se conformó una de las más fuertes alianzas para la resistencia. Los Cumanagoto y Chacopata eran los pueblos indígenas que, junto a los Palenques, superaban en fuerza a los españoles. En el frente de expansión de los valles de Cumanacoa, la transformación se impulsó desde el único asentamiento estable de Cumaná, que amplió sus redes de acción con la explotación perlera y la enajenación de zonas de cultivo a los pueblos indígenas locales. Contra este frente, los Chaima y los Kari’ña habían hecho alianzas que frenaban la avanzada colonial. 82 Resistencia indígena e identidades fronterizas La dinámica de expansión y resistencia hacia el valle de Cumanacoa continuó y se hizo más activa hacia las primeras décadas del siglo XVII. En la medida en que Cumaná fue creciendo en su población, los habitantes indígenas de estas zonas fueron progresivamente sometidos al trabajo de las encomiendas y sus territorios enajenados para las principales haciendas españolas. En la década de 1630 y 1640, las intensas arremetidas armadas cambiaron la condición de exclusividad territorial que mantenían los grupos indígenas de la frontera Unare-Neverí. Se impuso por la fuerza que los españoles estableciesen rutas de comunicación desde el naciente establecimiento de la Nueva Barcelona y desde los Llanos de Caracas (Ojer, 1966; Oviedo y Baños, 1992; Civrieux, 1980). Como resultado de estas guerras, una gran cantidad de comunidades fueron reducidas en encomiendas, mientras que habían aumentado las rutas de movilidad de los españoles para la extracción de ganado y la comunicación con Caracas. Aún cuando las entradas armadas de esta década, dirigidas por Juan Orpín, fueron de una gran violencia, siempre hubo la posibilidad de que los indígenas hiciesen nuevas alianzas interétnicas para la respuesta bélica. Uno de los elementos importantes en el éxito de esta avanzada fue el uso de la mediación con algunas de las comunidades Cumanagoto, las cuales, a través de la fuerza, habían mantenido resistencia. Las relaciones que resultaron de estas guerras sentaron las bases para la nueva forma de conquista que resultaría de la aceleración en la temporalidad estructural hacia finales de la década de 1640. Para este momento, el panorama general de la región era resultado de los rápidos cambios que se habían realizado con las entradas armadas de la década anterior (Civrieux, 1980; Ríonegro, 1918; AGN, Traslados-Cumaná, tomo 80; AGI, Santo Domingo, 641). Como en las décadas anteriores, se configuraron dos conjuntos sistemas de relaciones, uno de dominación y otro de resistencia. Específicamente, se puede hablar de un sistema de dominación impuesto por los españoles, con dos realizaciones prácticas, una estable -representada por el sistema de encomiendas- y una contingente -en las misiones de Píritu-, de este modo, hacia finales de la década de 1640, los asentamientos hispanos, que sólo habían sido intermitentes y temporales, tenían áreas de acción cada vez más sólidas y de mayor correspondencia entre ellas. A su vez, el sistema de resistencia se configuró a partir de dos territorios de autonomía sociopolítica y cultural con sus focos principales en el río Guarapiche y en la zona intermedia entre los ríos Unare y Neverí. Estructuras de coyuntura y delineamiento de la gran alianza para la resistencia Hacia la década de 1650, aún cuando los españoles no lograban el control definitivo del territorio, sí pudieron imponer un número considerable de comunidades al servicio de las encomiendas. A través de éstas, se Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 83 sentaron las bases que naturalizaron las estructuras relacionales de inserción de una cantidad cada vez mayor de comunidades en estos espacios de explotación de la mano de obra indígena7 (Prato-Perelli, 1990, 1986; AGI, Santo Domingo, 641). La imposición del trabajo en encomiendas a un cierto número de comunidades aún no había creado las condiciones para poder acceder al resto de los grupos que mantenían autonomía política en relación con los españoles. Para estos últimos, el principal problema estaba en la necesidad de enajenar los canales indígenas de transmisión de mensajes entre las comunidades que se encontraban encomendadas y las que no lo estaban, Mapa Nº 4 Área de acción hispana entre 1650 y 1700 7 Aunque el sistema de encomiendas garantizaba la explotación de la mano de obra indígena de una forma muy similar a la esclavitud, en sus espacios sociales las comunidades sometidas mantenían un mínimo de autonomía como para reproducir una buena parte de sus contenidos culturales autónomos. Con la formación de estructuras locales definidas por los hispanos se crearon sujetos sociales que jugaron papeles trascendentales en el éxito de la conquista. Estos fueron los agentes interculturales, es decir, los principales mediadores entre los grupos que resistían y el grupo que pretendía imponerse, así como también fueron los que garantizaron el conocimiento del territorio, el paso de fronteras lingüísticas, la creación de nuevas alianzas y el servicio como tropas al mando de los hispano-criollos y españoles. 84 Resistencia indígena e identidades fronterizas que eran la abrumadora mayoría (AGI, Santo Domingo, 641: 14-01-1652). En este sentido, era necesario un sistema con mayores capacidades re p resivas y aculturantes, que permitiese un mayor provecho en la explotación de la mano de obra y el control del territorio. El problema de la autonomía espacial indígena trascendía los ámbitos de las encomiendas, pues las comunidades que supuestamente se hallaban conquistadas, sólo lo estaban en cuanto a su aceptación del comercio y a permitir el paso de los españoles por sus territorios (AGI, Santo Domingo, 641)8. Asimismo, los españoles tuvieron que impedir el contacto de los grupos indígenas, tanto aliados como enemigos, con otros europeos que fuesen susceptibles de arrebatar la hegemonía hispana, sobre todo en el ámbito de la provisión de productos europeos como las armas y herramientas9. De este modo, la estrategia de conquista pasó, paulatinamente, de la pura represión bélica a elaborar estrategias de sometimiento y control. Para el grupo hegemónico, la continuidad de este control -en tanto forma de garantizar la aceptación y naturalización del sometimiento- era fundamental para asegurar que su presencia en la región se prolongase. Ahora bien, el control no sólo tenía que ver con la explotación de la fuerza de trabajo indígena, sino también con sus contenidos culturales y esto sólo era posible mediante la transformación vertical, y desde agentes exógenos, del sentido social de los “lugares” (Escobar, 2000). Así, en la década de 1650, se configuró una estructura de coyuntura (Sahlins, 1997)10 de aceleración de los cambios. En palabras de Sahlins, estas pueden ser entendidas como: “…la realización práctica de las categorías culturales en un contexto histórico específico, como se expresa en la acción interesada de los agentes históricos, incluida la microsociología 8 En un informe presentado ante el Consejo de Indias -sin fecha precisa-, para justificar la presencia de los misioneros capuchinos, se presentó un panorama general de las relaciones entre españoles e indígenas en la región. Según éste el contexto resultaba favorable para que, por medio de ciertos grupos, se reestableciesen los misioneros en la región. En primer lugar, estaban los Píritu, Cumanagoto, Guaribe, Chacopata, Cocheima, Güere, “Maiscanes” y Palenque, con quienes los españoles compartían las redes de movilidad y mantenían intercambios comerciales, particularmente para la extracción de ganado de los llanos. Éstas eran consideradas relaciones de no-agresión explícita. Pero, para los intereses coloniales, esto no era suficiente, pues, la autonomía territorial que aún mantenían estos grupos indígenas, les permitía no someterse por completo a los hispanos. En segundo término, se hallaban los Core y los Tomuza, que habían mantenido resistencia y, por lo tanto, sus relaciones con los españoles (AGI, Santo Domingo, 191). 9 La presencia de europeos y criollos contrapuestos a los españoles era cada vez más frecuente. Incluso, los intentos de asentarse en la región, como fueron los casos de los misioneros franceses en el Guarapiche (Pelleprat, 1990 [1655]) y los de explotación de las salinas del río Unare por holandeses (AGI, Santo Domingo, 641: 31-10-1656). 10 Para un desarrollo más extenso de las transformaciones profundas que ocurrieron a partir de la incorporación de las misiones en el sistema de relaciones, ver los capítulos 5 y 10 de mi tesis de grado (Tiapa, 2004: 154-103; 570-620) y los trabajos sobre la reconstrucción de los sistemas interétnicos de los Llanos Orientales, el Golfo de Paria y el Delta del Orinoco (Tiapa, 2007a: 237) y sobre las relaciones políticas entre los Chaima de San Félix Cantalicio de Ropopán (Tiapa, 2007c). Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 85 de su interacción… esta noción de praxis como una sociología situacional del significado puede aplicarse a la comprensión general del cambio cultural. Como descripción del despliegue social -y de la revaloración funcional- de los significados en términos de acción, no tiene que restringirse a circunstancias de contacto intercultural. La estructura de coyuntura como concepto tiene valor estratégico en la determinación de los riesgos simbólicos… y en las reificaciones selectivas…” (Sahlins, 1997: 14-15). De esta manera, puede entenderse cómo, antes de esta década, el sistema colonial había restringido sus referentes territoriales a no más de cuatro asentamientos costeros. Sin embargo, en adelante, se conformaría un conjunto de representaciones culturales del territorio, contrapuestas entre sí y cargadas de conflictividad, donde lentamente, en el transcurso de los siguientes ciento cincuenta años, la percepción de uno de los grupos, los españoles, se sobrepondría sobre el resto de los universos culturales locales. Conquista cultural, enajenación y defensa del “lugar”: auge y transformación de los sistemas indígenas para la resistencia En términos generales, puede decirse que el fracaso de los primeros intentos de conquista se debió a que, por un lado, si bien en estas formas de sometimiento las relaciones de alianza, cooperación y mediación entre españoles y los distintos grupos indígenas de la región jugaron un papel importante y posibilitaron los primeros establecimientos coloniales en las zonas costeras, el carácter contingente de estos tipos de relaciones impidió la continuidad de las conquistas logradas. Por otra parte, estos sometimientos no necesariamente implicaban la transformación de la distribución espacial de los grupos sometidos, cuando menos de forma sistemática, lo que le permitió que los grupos indígenas atacados mantuviesen el control de sus espacios sociales. Ambos aspectos posibilitaron la constante reorganización de los grupos indígenas de la región, el control de sus territorios de asentamiento y la continuidad de las relaciones de alianza entre ellos. De esta manera, se mantuvo una autonomía política y territorial indígena que impidió la avanzada militar y civil española hacia las zonas internas del territorio hasta mediados del siglo XVII. Este fue el contexto regional de inserción de las misiones como un método coercitivo que conjugaba la negociación con la represión explícita a fin de disgregar las unidades locales que se oponían a las autoridades externas. En esta nueva estrategia de conquista fue central la transformación de las reglas de las relaciones entre grupos diferentes, la imposición de nuevas formas de accionar sobre los territorios y la 86 Resistencia indígena e identidades fronterizas desestructuración de las organizaciones políticas regionales. Posteriormente a esto, la tendencia se estableció hacia la reconfiguración de estas organizaciones en función de la imagen y jerarquización que los europeos construyeron sobre las diferentes sociedades indígenas. Una vez ejercido el control sobre estos pueblos, se inició el intento de fragmentación de sus sistemas económicos internos, asimilándolos al sistema colonial en el que los grupos indígenas subalternos -y los aliados a los españoles en su momento-, junto a los esclavos de origen africano, fueron la principal fuerza de trabajo sobre los que se organizó la estructura económica colonial, reelaborada en los posteriores estados nacionales. De esta manera, el control fue expansivo a todos los ámbitos de la vida social de los grupos indígenas de la zona. La importancia del control de los condicionamientos espaciales de las construcciones culturales de los pueblos indígenas de la región se entiende, además, si se toman en cuenta las relaciones con la naturaleza y las dinámicas discursivas asociadas con ésta. Así pues, el control de la región ya no podía lograrse sólo por medio de la represión bélica, sino que tenía que estar acompañada de otros métodos como el adoctrinamiento religioso. La primera región donde se establecieron las misiones franciscanas fue Píritu, con sus radios de acción circundantes a la cuenca del Bajo Unare. Para los intereses de los españoles, los Píritu del Bajo Unare no sólo fueron vistos como agentes interculturales óptimos para lograr la reducción, sino que sus asentamientos podían ser usados como lugares de influencia hegemónica para el control territorial de la región (Gómez Canedo, 1967, I; Caulín, 1967 [1779], I; AGI, Santo Domingo, 641). La relación entre los indígenas de la costa circundante al río Unare y los españoles había sido tan larga y constante que había intercalado la violencia bélica con relaciones de cooperación para la guerra con otros grupos indígenas o para intercambios comerciales (Civrieux, 1980, 1998; Jiménez, 1986; Caulín, 1968 [1779]; Ojer, 1966; Humbert, 1976; Aguado, 1950 [1581]; Gómez Canedo, 1967; Varillas, 1569 en Arellano Moreno, 1964; Oviedo y Baños, 1992 [1730]; Armas Chitty, 1976; Carrocera, 1968, II; Ríonegro, 1928; AGI; Santo Domingo, 641)11. De allí que, como zona fronteriza, la interdependencia de los sujetos históricos que la integraban había configurado una “región histórica” en el sentido de una dinámica que se reproduciría en el tiempo12. 11 Esta es una parte de las fuentes documentales y autores que tratan sobre los intentos de conquista de los indígenas del Unare entre el siglo XVI y XVII. 12 La dinámica del sistema de relaciones de la región del Bajo Unare no fue en sí misma autocontenida y trascendente a las decisiones de los sujetos que la integraban. En esta manipulación de identidades, el enemigo común fue sobresaltado en el contacto con los Píritu, Cumanagoto, Chacopata y parte de los Palenque. Esto demuestra, una vez más, la importancia de la disciplinación (Barnes, 1990) y el control cultural (Bonfil Batalla, 1989) ejercido sobre los habitantes de estos lugares impuestos. Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 87 A la notoria dinámica del sistema del Bajo Unare se incorporó la presencia misionera-militar, lo cual le daría un nuevo perfil de consagración a la hegemonía hispana. Esta hegemonía se expresó en su perfil territorial y en las relaciones entre los indígenas insertos en esta nueva forma de sistema colonial y aquellos que pugnaban por mantenerse al margen13. En adelante, los propios indígenas de las misiones serían quienes se encargarían de cooperar como guías, intérpretes y, en muchos casos, como tropas para reducir a otros indígenas en los asentamientos impuestos (Gómez Canedo, 1967, I; Caulín 1968 [1779]; AGI, Santo Domingo, 641). Éste fue el momento contingente que dio pié a una nueva estructura de larga duración que se recreó durante más de siglo y medio. Para el logro de la reducción de otros grupos indígenas a las misiones fue determinante que hubiesen relaciones entre los españoles y otros indígenas ya reducidos que, a su vez, tuviesen relaciones o canales de comunicación con aquellos asentados en lugares autónomos o en actitud de resistencia al sistema colonial. De ese modo, la hegemonía del control cultural necesitó la enajenación (Bonfil Batalla, 1989) de estructuras indígenas, de relaciones sociales y de los elementos culturales que las integraban. Difícilmente se puede decir que los misioneros idearon previamente una forma de reducción de comunidades indígenas en las misiones, éstos usaron, según sus intereses, las mismas redes de comunicación y de relaciones entre comunidades. De ese modo, un conjunto de acontecimientos específicos condicionaron un nuevo tipo de relaciones que se haría estructural. Es decir, la larga duración, la amplia estructura, tuvo un fuerte determinante “local” y “acontecimental”. La amplia estructura había sido el control externo de lo local, la imposición de formas de asentamiento, de liderazgos locales, la interrupción de las relaciones con otros europeos y con otros pueblos indígenas, en suma, un proceso macro-estructural que estuvo marcado por las decisiones de unos ciertos sujetos en un lugar y un momento específico. La estructura condicionó los acontecimientos, pero queda claro con esto que, desde “abajo”, desde los acontecimientos, se crearon las formas de nuevas de estructuras de poder y las formas en que fue aceptada en los ámbitos locales14. 13 La hegemonía militar misional entre los Píritu del Bajo Unare no debe ser pasada por alto, pues, fue allí el momento coyuntural de un tipo de relaciones regionales que en su contingencia se naturalizaron y, trasladándose en el tiempo, posibilitaron la avanzada misionera. Hasta el momento, las relaciones entre los Píritu y los españoles habían sido de cooperación, pero de conservación de la autonomía espacial. Con la enajenación de los lugares habitacionales de los Píritu, por parte de los españoles, las relaciones de interdependencia -es decir, de una relativa subordinación articulada con la conservación de la autonomía de la reproducción cultural-, se había transformado en un sistema que en la cotidianidad iría hacia la coerción de todos los ámbitos de su vida cotidiana. 14 Es necesario hacer énfasis en la enajenación hispana de las formas en que las construcciones de identidades de las comunidades indígenas, reducidas en los lugares impuestos de los pueblos de misión, se expresaban mediante las relaciones con comunidades de grupos étnicos comunes o diferentes. 88 Resistencia indígena e identidades fronterizas En cuanto a la imposición de lugares hegemónicos, la fundación de las misiones de Píritu se articuló con la fundación del fuerte de Clarines como un enclave armado que, además de marcar un nuevo eje de interconexión, también delimitó las fronteras con los grupos que mantenían resistencia activa, como los Palenques (Caulín, 1966, I; AGI, Santo Domingo, 641). Desde el eje formado por las misiones pobladas por los Píritu y el fuerte de Clarines se conformó una nueva área de acción hacia comunidades Cumanagoto, Chacopata, Characuar y Topocuar que ya, después de más de cien años de guerra, no oponían una resistencia tan activa como la que todavía mantenían los Palenque (Caulín, 1966 [1779], II; Gómez Parente, 1979). Con el aumento de nuevas comunidades en las misiones se acentuaron las diferencias entre éstas y los Palenque, quienes se negaban, inclusive, al trato con los españoles. Así, por un lado, estaban los grupos indígenas aliados a los Píritu y a los españoles y, por el otro, los Palenque y otras comunidades indígenas que, cohesionadamente, reivindicaban su autonomía ante la presencia hispana. Tal diferencia entre los Píritu y los Palenque tuvo su expresión territorial en los río Güere y Unare, donde se configuró una región fronteriza de contraposición entre un frente de expansión colonial y uno de los focos de articulación interétnica para guerra más importantes de la región (Caulín, 1966 [1779], II; AGN, trasladosCumaná, t.75, f. 99)15. Por otra parte, entre los Cumanagoto y los Palenque había guerras intermitentes, lo que implicaba la existencia de canales de comunicación permanentemente abiertos. La frontera de los Palenque había sido de tensión y de constantes enfrentamientos de pequeña escala. Sin embargo, hubo la comunicación suficiente para el ejercicio de la mediación. Con las negociaciones hechas por los misioneros, y los agentes interculturales a su servicio, la fuerza de los Palenques, como un grupo unificado por un nombre externo que les había servido para cohesionarse, ahora se reafirmaba con la división entre los Caracare, que negociaron con los misioneros, y los Guaribe, que mantenían la resistencia (Caulín, 1966 [1779], II; AGN, traslados-Cumaná, t. 75, f. 99). Una vez reducidos, los alzamientos de los Guaribe tomaron como asidero sus lugares de asentamiento como forma de construcción de identidades. En estos lugares, en las montañas del río Uchire, hubo coincidencia con los Tomuza, con quienes se aliaron por más de una década para resistir a los misioneros (Caulín, 1966 [1779], II; AGI, Santo Domingo, 15 Una forma reelaborada de enajenación de canales de relaciones entre y dentro de diferentes redes de comunicación y de influencia fue la aplicada en la reducción de la comunidad de Caygua, desde donde fue reducida una gran cantidad de comunidades Cumanagoto, Chacopata, Characuar y Topocuar. A través de estas fundaciones, se creó una región de hegemonía de las decisiones hispanas contrapuesta plenamente a la región de predominio Palenque, con sus fronteras físicas marcadas por los ríos Unare y Güere. Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 89 192: 24-11-1681). La alianza Guaribe-Tomuza, aún siendo una de las más duraderas y firmes, sólo se disolvió al momento de negociar con los misioneros su poblamiento (Caulín, 1966 [1779], II; AGFR, secc. XI/36, en Gómez Canedo, 1967: 105-108; AGI, Santo Domingo, 187: 11-03-1681; 189: 1696). Hacia las montañas intermedias entre Cumaná y Barcelona se orientó otro frente de expansión colonial. La reducción de las comunidades que habitaban esta zona se hizo con mediadores desde las mismas encomiendas (Caulín, 1966 [1779], II: 124-136; AGI, Santo Domingo, 192: 11-1687; AGI, Santo Domingo, 641: 13-12-1684; AGI, Santo Domingo, 642: 23-08-1701). Sólo en una zona como la sierra de Bordones se puede decir que los canales, que permitieron que se transmitiesen los mensajes de amenazas para el poblamiento, pudieron haber estado controlados tanto por los indígenas como por los españoles. El frente de expansión que se orientó desde Píritu hacia la Sierra del Bergantín, incidió sobre los Cumanagoto, Core, Tagare y Cuaca que la habitaban y que habían mantenido una frontera de resistencia desde la primera mitad del siglo XVII (Caulín, 1966 [1779], II: 136; AGFR, secc. XI/36 en Gómez Canedo, 1967, I: 101-104; AGI, Santo Domingo, 192: 16-11-1689; AGI, Santo Domingo, 641: 25-11-1690). Este frente de expansión coincidió con el gran eje de alianzas para la guerra que se extendía desde los valles del río Aragua hasta el río Guarapiche, donde el predominio era detentado por los Chaima y los Kari’ña. Los Chaima-Kari’ña de Cumanacoa y del río Guarapiche La expansión hacia el valle de Cumanacoa estuvo condicionada por la necesidad de reducir a misiones y encomiendas a los Chaima y Cuaca de allí y, así, extender las áreas de cultivo, las rutas de extracción de ganado y controlar las rutas comerciales del Guarapiche, cuyos pobladores amenazaban cada vez más a los españoles16 (Prato-Perelli, 1990; Carrocera, 1968, II). El valle de Cumanacoa era una zona de intensos conflictos caracterizados por ataques bidireccionales (Ríonegro, 1918, I; AGI, Santo Domingo, 641) y, como en toda zona de enfrentamientos, las relaciones eran susceptibles de cambiar de hostilidad a comercio debido a su carácter dinámico. Con la primera fundación entre los Chaima de las montañas del Guácharo se reprodujo el método de reducción por medio de la mediación, al abrirse el camino para tratar de convencer de poblarse a los Kari’ña del 16 La necesidad de extender las áreas de cultivo se debió a la expansión de las encomiendas que, para mediados del siglo XVII, llegaban hasta el valle de Cocoyar (Prato-Perelli, 1990); por otra parte, la extracción de ganado era aún más importante debido a los reportes sobre su abundancia en los Llanos, y sobre los conflictos entre españoles e indígenas para poder transportarlos (AGI, Santo Domingo, 641: 15-03-1661, 30-07-1662; Carabantes, 1666 en Ríonegro, 1918, I: 56-57). 90 Resistencia indígena e identidades fronterizas Guarapiche y por medio de ellos negociar con los Caribes antillanos (AGI, Santo Domingo, 641)17. Para la década de 1660, en la región Nororiental había varios sistemas sobrepuestos entre sí. Estos eran el sistema de las encomiendas, sujetos al dominio hispano; los Kari’ña y Chaima del Guarapiche; y los Chaima y Cuaca del valle de Cumanacoa, en parte poblados en las misiones. Las comunidades insertas en las misiones, hacia la década de 1660, Chaima y Cuaca del valle de Cumanacoa y los Kari’ña del Guarapiche, compartían diversos universos de relaciones interétnicas. Estaban las relaciones dentro de las misiones, las fricciones con los españoles civiles que entraban a sus territorios a extraer ganado y las articulaciones estructuradas, de distintos tipos, con los indígenas de los lugares autónomos. Con la fundación de las misiones entre los Kari’ña, Chaima y Cuaca para los españoles de Cumanacoa, las alianzas e intercambios comerciales eran cada vez más estables, al punto de tener aliados indígenas contra otros europeos (AGI, Santo Domingo, 641; Carabantes 1666 en Ríonegro, 1928; Carrocera, 1968, II). Sin embargo, el hecho de que las mismas comunidades participasen de distintos sistemas interétnicos, como el de predominio hispano y los sistemas autónomos indígenas, por igual, condicionó que sus integrantes tuviesen una correlación de fuerzas tan sólida como para poder oponerse a la posibilidad de que las relaciones con los españoles se transformasen en relaciones de dominación sujeción por igual. De ese modo, ante los intentos de sometimiento, desde 1669, se iniciaron los levantamientos que marcaron, una vez más y con mayor solidez, la fuerza de las redes indígenas para la confrontación bélica que integraba a las comunidades que circundaban el río Guarapiche (Carabantes, 1666 en Ríonegro, 1928; BNM, sig. 18719, nº 67, en Ríonegro, 1918). Con la fundación de la villa de San Carlos, su destrucción y los enfrentamientos que esto implicó, desde la década de 1670 se produjo el delineamiento geográfico y ecológico del referente de las fronteras entre diferentes sistemas de relaciones de dominación y resistencia contrapuestos entre sí y cuyo límite era el río Guarapiche. Se marcó la distinción entre ellos y los que habían hecho alianzas con los grupos adscritos al universo cultural hegemónico (AGI, Santo Domingo, 218: 1676; AGI, Santo Domingo, 641: 2604-1695; AGN, Traslados-Cumaná, t. 74; t. 75; BNM, sig. 18719, nº 67, en Ríonegro, 1918, I; Carrocera, 1968, II: 154; III). Con el Guarapiche como frontera de contraposición, los nuevos frentes de expansión se orientaron hacia los valles de Cariaco y la costa del golfo de Paria. Para los proyectos de conquista, el control de los pueblos indígenas del río Guarapiche sólo era 17 Desde la década de 1650 los gobernadores de Cumaná habían hecho mediaciones con caciques del Guarapiche, las que fueron continuadas por los misioneros y que, a su vez, fueron los canales para establecer las paces con los Caribes de San Vicente. Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 91 posible mediante la enajenación del territorio de los asentamientos y de circuitos de movilidad, que constituía la base de la matriz cultural de cohesión colectiva para las identidades de resistencia. En el transcurso de la década de 1680, los frentes de expansión se orientaban hacia las zonas de refugio de aquellas comunidades Chaima y Cuaca que huían de la avanzada misionera. Estas zonas eran las cabeceras del río Neverí, desde Cumanacoa, y las montañas al Este del pueblo del Pilar. En la primera, los fugitivos eran Chaima y Cuaca y estaban siendo reducidos por los hispano-criollos, los Guaiquerí y los Chaima aliados de los españoles (Carrocera, 1968, II: 266, 339, 266-267; III: 424). La otra zona estaba poblada por los Chaima que se desplazaban cada vez más hacia Paria y estaban siendo reducidos con la ayuda de los Chaima de las misiones (AGI, Santo Domingo, 218; Ríonegro, 1928; Carrocera, 1968, II; III). La fuerza de la cohesión interétnica para la guerra entre los Kari’ña, Chaima, Palenque y Cumanagoto del Río Guarapiche había hecho que, hacia la década de 1690, los españoles pidiesen una tregua en la que sólo pedían poder transitar por la zona, sin exigir alianzas o sumisiones18. La resistencia había logrado su propósito. Mientras, hacia el frente de expansión del Este, las entradas armadas eran más constantes y las fugas de los Chaima, que huían del poblamiento en misiones, era cada vez más frecuente, al punto que ya habían hecho alianzas con los franceses de las Antillas. Para la reducción de los Chaima que estaban refugiados más allá del pueblo del Pilar, los españoles habían empleado como estrategia alternar las entradas armadas, hacer una tregua con los indígenas del Guarapiche y buscar aliados entre los Paria de la costa Norte (AGI, Santo Domingo, 189: 16-021696, 1698; AGI, Santo Domingo, 641: 26-04-1695, 03-05-1695). En su extremo Noreste estaban los asentamientos Paria y Chaima, al Este los Chaima y Warao, y al Sur los pueblos indígenas del río Guarapiche. Esto obedeció a una forma de expansión en la que fue prioritario el control de los asentamientos indígenas dentro de estas áreas de acción. En sus límites, la fricción de la resistencia indígena mediante alianzas entre ellos y entre ellos y los franco-antillanos se dejaba sentir. Las fronteras de los Llanos Desde principios del siglo XVIII, los dos grandes frentes de expansión obedecieron a decisiones comunes en las autoridades de Cumaná. Esto fue así debido a que para los españoles cada vez fue más explícito que había 18 Estas negociaciones estuvieron antecedidas por entradas armadas de alta envergadura de las que resultaron fundaciones como la del pueblo Cuaca de San Fernando de Cuturuntar, los pueblos Chaima de Guaypanacuar, El Rincón, y la misión Chaima y Paria de Santa Isabel de Paria (Carrocera, 1968, II; AGI, Santo Domingo, 185: 25-03-1690; AGI, Santo Domingo, 189: 1694; AGI, Santo Domingo, 641: 09-09-1693, 01-08-1690, 18-08-1690). 92 Resistencia indígena e identidades fronterizas coordinación de la resistencia desde el Guarapiche hasta el Unare y a lo largo de los Llanos a partir de la distribución de fuerza entre los Chaima, Palenques, Cumanagoto y Kari’ña. En el gran eje de engranaje sociopolítico entre distintos grupos étnicos, el denominador común fue la fuerte cohesión que se estableció alrededor de los Kari’ña del Guarapiche y de los Llanos, por lo que la acción sobre uno influía directamente sobre otro. Esta gran red de cooperación estaba integrada, además, por comunidades Core y Cuaca. Especialmente los Kari’ña, tuvieron el predominio en cuanto a sus decisiones sobre el resto de los grupos integrantes de la red de resistencia. Por su parte, los Cumanagoto y los Chaima estaban divididos entre comunidades que se oponían y otras que colaboraban con los misioneros. La base fundamental de estas alianzas radicaba en la autonomía de sus redes de comunicación y movilidad. Mapa Nº 5 Área de acción hispana entre 1700 y 1730 Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 93 En la acción sobre el eje de resistencia fue importante el uso de tropas integradas por los pobladores de las villas hispanas y por los indígenas habitantes de las misiones. En la expansión colonial, las reducciones se hacían en las escalas más locales, tomando en consideración incluso familias específicas (Gómez Canedo, 1967, I; Carrocera, 1968, II; AGI, Santo Domingo, 642). La intención de esta forma de reducción fue desarticular las redes de cohesión social que mantenían el sistema. En las pugnas entre la imposición del poblamiento en las misiones y la alianza liderada por los Kari’ña estaba el control por los canales de transmisión de mensajes, pues éstos podían funcionar como vías de amenaza y manipulación o de resistencia y rebelión. Por parte de los misioneros, había amenazas de represión así como promesas de alianzas, con tal de lograr el poblamiento. Por parte de los grupos que resistían, los canales de transmisión de mensajes para la resistencia trascendían la necesidad de la autonomía espacial y circulaban hasta el interior mismo de las misiones (Gómez Canedo, I, 1967; Carrocera, II, 1968; AGI, Santo Domingo, 643: 11-01-1713). Ante esto, la única opción para los españoles era la represión explícita y violenta a comunidades muy bien seleccionadas, especialmente, las identificadas con la categoría genérica de “Caribes” (Caulín, [1779] 1966; Gómez Canedo, I, 1967; Carrocera, II, 1968; AGI, Santo Domingo, 642: 20-03-1704; 643: 11-01-1713, 29-06-1718). Con las entradas armadas sobre el Guarapiche, en la década de 1720, no se logró su control definitivo, pero sí se inició la supresión de los principales nódulos de cohesión entre pueblos indígenas (Caulín, [1779] 1966; Gómez Canedo, I, 1967; Carrocera, II, 1968; AGN, Traslados-Cumaná, t. 57). Como resultado, los Kari’ña que lo poblaban se trasladaron hacia los asentamientos de la Mesa de Guanipa, mientras que los Chaima se replegaron hacia las montañas de Punceres. También algunas comunidades Chaima migraron hacia los Llanos, donde ya había una gran cantidad de asentamientos Kari’ña. En esta región se centró el nuevo foco de la resistencia que, por un lado, había perdido las relaciones con uno de los centros más importantes, como lo fue el Guarapiche y, por otro, trasladó su referente hacia los ejes de movilidad del río Orinoco, donde las alianzas para la guerra se reavivaron con mayor fuerza (AGI, Santo Domingo, 632: 01-031725, 643: 22-11-1726). Este cambio en el nódulo central de la estructura territorial de los sistemas interétnicos, políticamente controlados por los pueblos indígenas de la región, implicó una intensificación del predominio Kari’ña en estos sistemas y la cohesión con comunidades que antes estaban alejadas. Desde décadas antes, en los Llanos habían estado gran parte de los sitios de refugio de los Chaima, Cuaca, Core, Cumanagoto y Palenque que huían de las misiones y que eran recibidos por los Kari’ña. En sí misma, la Mesa de Guanipa había sido un lugar identitario de alcance regional de cohesión para la resistencia indígena. Esto había sido un gran impedimento 94 Resistencia indígena e identidades fronterizas para el control de, incluso, las comunidades insertas en las misiones. A pesar de los cambios en la composición estructural de las redes y nódulos de alianzas indígenas, el traslado de sus epicentros al Sur de los Llanos y al río Orinoco reforzó otras articulaciones con los Kari’ña y otros grupos de filiación lingüística Caribe de otras regiones, quienes participaron en arremetidas directas contra las misiones (Caulín, [1779] 1966; Gómez Parente, 1979; Gómez Canedo, I, 1967; Carrocera, II, 1968; AGI, Santo Domingo, 632: 01-03-1725; 643: 30-06-1722, 13-09-1723, 22-11-1726, 1504-1730, 15-11-1730). En la década de 1730 se marcó una coyuntura de reorganización de las estructuras sociopolíticas expresadas en las alianzas interétnicas para guerra. En esta década, la arremetida colonial se orientó hacía el principal eje de resistencia establecido sobre el río Orinoco, para esto fue fundamental la disgregación de las alianzas entre grupos indígenas y la enajenación del sistema por los españoles con la alianza con grupos como los Paria (Ríonegro, 1928; Carrocera, III, 1968; AGI, Santo Domingo, 632: 10-041735, 21-06-1736). En la avanzada misional, las tensiones eran tan fuertes que el control definitivo del territorio no había podido realizarse ni por los españoles que intentaban dominar, ni por los indígenas que resistían. Así en el Orinoco, su orilla Norte y los Llanos del Sur del Guarapiche y de la Mesa de Guanipa se habían creado áreas de acción donde la hegemonía era detentada por los Kari’ña, que se defendían de los españoles, quienes, desde el Norte y desde ciertos enclaves del Orinoco, habían hecho incursiones cada vez más fuertes, sin lograr su fragmentación. Con la ampliación del radio de acción de los españoles asentados en Santo Tomé de Guayana hacia un enclave en la Angostura del Orinoco (AGI, Santo Domingo, 590: 11-10-1736; AGI, Caracas, 441, en Carrocera, 1968, III: 320-322), se inició una aceleración de los cambios, en la cual se ampliaron las áreas de acción hegemónica, en el sentido territorial y en cuanto a la cantidad de grupos aliados a los españoles. Esto se representó, en términos de su imaginario territorial, con la Concordia misionera (AGI, Santo Domingo, 643: 24-031734). En esta coyuntura se ampliaron los alcances de los españoles para la mediación con los grupos que no se habían reducido, la represión de los que se oponían y la apertura de canales comunicación con los que se habían logrado mantener al margen. Esto se debió a la gran cantidad y diversidad de grupos que simbolizaron alianzas con ellos (AGI, Santo Domingo, 632: 23-03-1735, 30-03-1735, 06-05-1735, 20-06-1736; 643: 09-10-1735; 590: 31-07-1735; 612: 31-07-1736)19. Para los fugitivos refugiados en la Mesa de 19 Una de las incursiones de represión de mayor envergadura, hecha en este contexto, fue la represión de los Chaima de Punceres (AGI, Santo Domingo, 632: 30-03-1735). Con esta acción, el foco de resistencia se trasladó con mayor fuerza hacia la Mesa de Guanipa y hacia el Orinoco. Por otra parte, ante la enajenación de las relaciones de los Caribe con el resto de los indígenas de la región, por medio de la manipulación de los españoles, aquéllos encontraron otros asideros en lugares más alejados y fuera del alcance de los agentes coloniales o con el estrechamiento de relaciones comerciales con los holandeses del Esequibo. Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 95 Guanipa, fue necesario acceder al poblamiento en las misiones por causa de la pérdida de exclusividad territorial. En las negociaciones para estas reducciones hubo una importante presencia de sus decisiones, debido a la fuerza de la resistencia que habían mantenido hasta esa época (AGI, Santo Domingo, 632: 23-03-1735, 12-11-1735; 590: 02-09-1736, 11-10-1736, 2910-1736). Esto se debió -entre otras múltiples causas- a que era necesario evitar que se aliasen con los esclavos de origen africano fugitivos de las haciendas de los valles de Caracas (AGI, Santo Domingo, 590: 31-05-1730, 16-07-1739). Debido a esto, para los españoles era prioritaria la imposición del control sobre los habitantes de esta región, su reducción en misiones y la posesión de sus tierras, de modo que se expandiesen los hatos ganaderos de los vecinos de Barcelona y de los llanos de Caracas. Esto fue hecho por medio de tropas de criollos y de indígenas aliados a los españoles o sometidos en las misiones contra la gran cantidad de comunidades Kari’ña, Chaima, Cumanagoto y Palenque que se hallaban allí refugiadas (Caulín, II, [1779] 1966; Gómez Canedo, I, 1967; Carrocera, III, 1968; AGI, Santo Domingo, 531: 21-06-1739; 602: 26-01-1745, 22-03-1748; 643: 14-091739). Frente a esto, había formas de resistencia cada vez más elaboradas, como las alianzas con los esclavos fugitivos. Esto creó un clima de tensión, de contraposición de fuerzas -en cuanto a la violencia y en cuanto a la capacidad de logro de aliados-, que obligó a quienes resistían a negociar y a los misioneros y militares a aceptar sus condiciones. En cuanto a las nuevas reducciones que se estaban haciendo, cada vez hubo más traslados de comunidades Kari’ña desde el Sur del Orinoco y el río Caroní hacia la Mesa de Guanipa (Caulín, II, [1779] 1966; AGI, Santo Domingo, 602: 26-01-1745, 22-03-1748). Esto puede ser visto como la imposición de lugares de asentamiento y movilidad, pero no como “desarraigo”, pues, -y esto es válido para una gran parte de las misiones de la región- el contacto con las comunidades no reducidas, y la elección de los lugares de los pueblos de misión, estaba íntimamente ligado a la relación que los agentes interculturales tenían con ellas. Éstas estaban orientadas hacia la desestructuración de sistemas más amplios que iban más allá del río Orinoco. De allí el carácter fronterizo de la Mesa de Guanipa, pues fue uno de los últimos territorios que marcaron los límites con grandes ejes de sistemas interétnicos que se extendían hasta el Alto Orinoco y la Guayana. Esto fue posible desde la década de 1750 en adelante, sin embargo, aún había una gran cantidad de comunidades que optaron por la autonomía en sus lugares. Para ese momento, las condiciones estructurales del poblamiento de los Llanos se inclinaban hacia el sistema colonial. El aumento de misiones, fortines y hatos ganaderos había creado condiciones de contraposición de lugares pertenecientes a los universos culturales hegemónicos y subalternos. Así, la principal característica de esta región fronteriza fue que las comunidades que la integraban, por su parte, habían 96 Resistencia indígena e identidades fronterizas recreado una forma de resistencia configurada a principios del siglo XVIII, la cual consistía en la construcción de ámbitos o canales de comunicación ocultos para los hispano-criollos. En su perfil territorial, esta frontera se extendía desde el Sur de los ríos Guanipa, Tigre, Cari, hasta la confluencia del río Pao con el Pariaguán (Caulín, II, [1779] 1966; Civrieux, 1976; Gómez Canedo, II, 1976; Gómez Parente, 1979; AGI, Santo Domingo, 643: 1751). Hacia fines del siglo XVIII, la unidad de los pueblos Kari’ña, Cumanagoto y Palenque se confrontaba con los hatos ganaderos, las villas y las rutas militares. En esta confrontación se crearon ámbitos de cohesión para la cooperación entre los fugitivos de las distintas misiones y las comunidades autónomas, de una gran extensión territorial. Estas redes subalternas sustituyeron las grandes alianzas sociopolíticas para la guerra, con su capacidad de resistencia por fuerza, por una nueva forma de garantizar la sobrevivencia física, social y cultural por medio de la invisibilidad. Esto permitió la creación de nuevos espacios de relaciones sociales y de construcciones culturales. Las grandes alianzas de las décadas anteriores se mantuvieron, sólo que se trasladaron a otros ámbitos, con la finalidad de no ser reprimidas. Los hatos estaban cada vez en mayor expansión y dentro de ellos la cultura hegemónica se veía transformada por los sujetos pertenecientes a sus grupos sociales subalternos criollos y por los indígenas integrados en ellos. En estas tensiones, la hegemonía encontró resistencia en la conciencia subalterna, pues, al tener relaciones estrechas con los indígenas habitantes de las misiones y de los lugares autónomos, además de que muchos de los habitantes de los hatos eran también indígenas, el sentido de cohesión frente a los representantes locales de la cultura hegemónica, pronto se vio reforzado. Ahora bien, esto no fue homogéneo ni teleológico, sino que estuvo cargado de contradicciones como, por ejemplo, los lugares en los cuales el modelo hegemónico de estigmatización de las culturas indígenas fue reproducido. Las fronteras de Paria y el Delta del Orinoco En el proceso de la conquista y colonización hubo dos regiones fronterizas que fueron representativas de la principal particularidad del Oriente de Venezuela, en relación con el resto de las regiones de América. Los habitantes de la región de Paria y el Delta del Orinoco habían tenido intensos contactos y relaciones de diversos tipos desde inicios del siglo XVI, siendo controlada la primera a finales del XVIII y la segunda con una presencia relativa a mediados del siglo XX. Los Paria participaron en redes comerciales y de alianzas bélicas imbricadas con los procesos de conquista del Oriente, el Mar Caribe, la Guayana y el Río Esequibo desde principios del siglo XVI (Humbert, 1976; Ojer, 1964; Jiménez, 1986; Aguado, 1950; Arellano Moreno, 1964). En estas Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 97 redes comerciales y cooperación bélica su lugar siempre fue de un tipo de resistencia que alternó épocas de paz y de alianza y épocas de guerra con los españoles, con los franco-antillanos, los Kari’ña del Guarapiche, los Chaima y los Warao del Delta por igual (Ríonegro, I, 1918; 1921; Carrocera, II, 1968; AGI, Santo Domingo, 189: 20-02-1696; 590: 29-12-1734; 632: 29-03-1735). Esto nos habla de un pueblo indígena que reprodujo un sistema cultural de tanta apertura y capacidad de adaptarse a las contingencias, que le permitió mantener las decisiones de sus sujetos al mismo tiempo que se tomaron los elementos necesarios de la sociedad invasora. Si bien los asentamientos de los Paria estaban en medio de rutas de movilidad bastante transitadas por los españoles, en su interior siempre fue posible la conservación de su exclusividad. La manera en que esto fue asumido por los Paria fue por medio de la acentuación de sus decisiones hacia dentro y hacia fuera como pueblo autónomo. Hacia dentro en cuanto a su organización social y sus modelos culturales, mientras que hacia fuera en cuanto a su libertad para participar de relaciones comerciales con grupos explícitamente enemigos de los españoles (AGI, Santo Domingo, 590: 29-121734; 632: 29-03-1735). Para los Paria esta condición de autonomía les permitió mantenerse alejados de relaciones con los españoles tan estrechas que los llevasen, como al resto, al sometimiento brutal y a la explotación de la mano de obra. La disgregación y reelaboración de esta forma de resistencia estuvo con la aceptación de los misioneros, quienes entraron según las condiciones de los Paria. Esto ocurrió justo en el contexto en que las estrategias de dominación colonial apuntaban a un control del panorama regional y a la desarticulación de una parte importante de la estructura de resistencia liderada por los Kari’ña. Los Paria participaron de activas redes que integraban a grupos que en otras circunstancias no habrían comerciado entre ellos, debido a sus enemistades, como grupos tan antagónicos como los españoles y los Kari’ña. Esto permitió que tuviesen una presencia determinante en la conservación de las redes regionales que, según los intereses de cada grupo, funcionaron según lógicas locales pero se ampliaron hacia espectros más amplios. Sin embargo, esta fuerza identitaria no implicó el aislamiento o la no solidaridad con otros grupos en resistencia, pues la península, en distintas épocas fue un lugar de refugio de fugitivos (AGI, Santo Domingo, 590: 29-12-1734; 606: 01-01-1736; 632: 29-03-1735). Pronto la estructura misma del sistema colonial entró en juego para la coerción. Hacia finales del siglo XVIII, la enajenación de sus tierras, por medio de la presencia de las haciendas de los hispanos y criollos de Cariaco y Cumaná, envolvió lo que antes había sido su territorio de reproducción cultural autónoma (Ríonegro, I, 1918; 1928; Carrocera, II, 1968; AGN, Gobernación y Capitanía General, t. XLI). Los Warao fueron los únicos que, a pesar de haber tenido una relación d i recta con todos los procesos de transformación de las sociedades 98 Resistencia indígena e identidades fronterizas indígenas y criollas de la Guayana, el Esequibo, el Orinoco, los Llanos, Trinidad, Paria y las Antillas, nunca fue conquistado más allá de la reducción en misiones de algunas de sus comunidades en un número extremadamente reducido. Esta posibilidad de resistencia se vio íntimamente relacionada con un modo de vida y una relación con la naturaleza completamente incompatible con los modelos europeos de subsistencia y de vida para ese momento. En este caso, la conservación de su patrimonio cultural tuvo que ver con la estructura del mismo. Puesto que, para los misioneros era imposible fundar misiones en los caños, éstos tenían que llevar a los Warao a otras tierras, desde donde siempre hubo la posibilidad de fugarse, fuera de casos muy específicos (Caulín, II, [1779] 1966; Carrocera, III, 1968; Ríonegro, 1928). En cuanto a la relación con otros pueblos indígenas, ésta se estableció desde las relaciones comerciales con los Paria hasta la guerra con los Kari’ña o la no comunicación con los Chaima de Caripe o de los Llanos. En el primer caso, se constituyó una esfera comercial que en sí misma fue uno de los nódulos centrales de unificación del comercio extendido desde el Alto Orinoco hasta el Mar Caribe. Esto lo demuestran las fuentes sobre los intentos de enajenación de los canales de comunicación entre pueblos diferentes (Carrocera, III, 1968; AGN, Indígenas, t. 4; AGI, Caracas, 202). En el segundo caso, no es del todo certero que, según el patrón indígena de las guerras, éstas hayan operado de la manera que lo hicieron en el transcurso del siglo XVIII. Es posible plantear que las guerras se intensificaron por las alteraciones causadas por la presencia de los holandeses y españoles en el comercio y los conflictos interétnicos. Asimismo, como en otras regiones, la definición de guerra o alianza, según las relaciones que se tuviesen con los españoles, intensificaron los conflictos, de la misma manera en que las transformaciones en ciertas coyunturas en la historia de la región aceleraron los cambios de los modelos culturales y de las organizaciones sociales. En el tercer caso, nuestra hipótesis se orienta hacia las formas de significación del territorio de los Chaima, quienes tuvieron relaciones de todo tipo con todos los grupos de la región, con excepción de los Warao. La receptividad con los fugitivos es otro aspecto a tomar en consideración a propósito de las relaciones entre los Warao y otros pueblos indígenas. Así pues, al ser el Delta un sitio obligatorio de paso entre redes comerciales y rutas de movilidad tan amplias, está claro que los Warao tuviesen todo tipo de relaciones con diversas esferas de interacción. Entre éstas estaban las de cooperación con grupos que, desde el siglo XVI, huían de la avanzada hispana (AGN, Indígenas, T. 4: f.f. 222-305v; AGI, Caracas, 169; AGI, Santo Domingo, 644, en Carrocera, 1968, III; AGI, Caracas, 201, en Carrocera, 1968, III: 272). Al igual que entre otros pueblos indígenas, los fugitivos fueron asimilados por los Warao, pero con una diversidad mucho mayor, incidiendo sobre sus formas de organización, su lengua y sus contenidos culturales. Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 99 Si se toma en cuenta esta hipótesis, se podría dar cuenta sobre las transformaciones de muchos pueblos indígenas a partir de la condición colonial. Para esto, es necesario partir de que estas transformaciones -y el caso de los Warao es excepcional en este sentido- fueron hechas a partir de ámbitos internos a sus propias decisiones. La importancia de esto radica en que la asimilación de elementos culturales ajenos siempre se hace propia o apropiada en la medida en que las decisiones sean tomadas por el pueblo indígena receptor (Bonfil Batalla, 1989). Otro aspecto importante es que, las transformaciones se dieron desde los ámbitos políticos internos a las organizaciones sociales locales, sin una incidencia directa de las decisiones foráneas. Sobre la base de los procesos históricos de configuración de regiones fronterizas entre las áreas geopolíticas definidas desde el modelo cultural colonial y las áreas geopolíticas indígenas, es posible identificar la continuidad histórica y espacial de estructuras territoriales de sistemas interétnicos. En la constante variación y aceleración de cambios, hubo patrones de relaciones interétnicas que se repitieron, de forma superpuesta entre sí. En la contraposición entre los sistemas interétnicos construidos desde las lógicas de los pueblos indígenas que los integraban y los frentes de expansión colonial se crearon las regiones fronterizas, con sus respectivos centros de influencia y ejes de interconexión. En tiempo y espacio, muchos de estos sistemas estuvieron sobrepuestos entre sí, o bien no tuvieron ninguna relación directa posible debido a su alejamiento histórico y territorial (Tiapa, 2004). De este modo, a partir de la reconstrucción de los procesos diacrónicos de configuración territorial de las fronteras coloniales entre el siglo XVI y el siglo XVIII, se ha propuesto la reconstrucción del perfil territorial de los sistemas interétnicos que temporal y espacialmente estuvieron constantemente sobrepuestos entre sí. Estos han sido planteados en otros espacios (Tiapa, 2004, 2007a) y desarrollados con argumentos basados en la evidencia empírica que da cuenta de su validez histórica (Tiapa, 2008b). Como una síntesis de este último trabajo, se puede hablar de la existencia de once sistemas interétnicos en el Oriente de Venezuela entre los siglos XVI y XVIII: 1. Sistema interétnico Paria-Unare. En el transcurso del siglo XVI, compuesto por comunidades Guaiquerí, Tagare, Chacopata, Chaima y Palenques de la costa oriental. 2. Sistema interétnico Unare-Neverí. Entre la segunda mitad del siglo y XVI y la primera del XVII, integrado por Palenques, Cumanagoto, Chacopata, Core, Cuaca, y Píritu. 3. Sistema interétnico Unare-Guarapiche. Entre la segunda mitad del siglo XVII compuesto por comunidades Píritu, Cumanagoto, Tomuza, Cocheima, Tagare, Characuar, Topocuar y Palenques. 4. Sistema interétnico Cariaco-Cumanacoa. Entre la segunda mitad del siglo XVI y el transcurso del siglo XVIII, con predominio Chaima, Cuaca y comunidades Apotomo. 100 Resistencia indígena e identidades fronterizas 5. Sistema de encomiendas Golfo de Santa Fe-Paria. Entre la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVIII, de composición multiétnica y en resistencia subalterna a los españoles. 6. Sistema Guarapiche. Entre principios del XVII y mediados del XVIII, con predominio Kari’ña y sus aliados Chaima, Cuaca y Palenques. 7. Sistema Cúpira-Unare. Desde finales del XVI hasta el XVIII, compuesto por comunidades Tomuza y Palenques-Guaribe. 8. Sistema Palenque. Estructurado contra la avanzada misional, con predominio Palenque y sus aliados Cumanagoto y Kari’ña de los Llanos. 9. Sistema Paria. Desenvuelto entre el XVI y todo el XVIII, con predominio Paria con estrecha vinculación con comunidades Chaima y Warao asentadas allí. 10 .Sistema Deltano. Estructurado desde el siglo XVI hasta la actualidad, integrado por los Warao del Delta, confrontados con los Kari’ña e integrados con los Paria. 11. Sistema llanero. Con mayor fuerza desde principios del siglo XVIII, con predominio Kari’ña articulados con comunidades Cuaca, Core, Chaima, Cumanagoto y Palenques. Mapa Nº 6 Sistemas interétnicos del oriente de Venezuela Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 101 Conclusiones Comúnmente se ha asumido la idea, de manera explícita e implícita, que las sociedades indígenas de América tienen una historia sin historicidad. Con esto nos referimos a que, aunque se asume que ha habido cambios en el tiempo, se parte del principio de que estas transformaciones se dieron como un resultado de las dinámicas de movimiento originadas en las llamadas sociedades occidentales. Desde esta perspectiva, los elementos constitutivos de las sociedades indígenas no tendrían sus propias lógicas y dinámicas internas de transformación, estarían estáticas en el tiempo, con la posibilidad de transformarse solo en función de las decisiones de las agencias externas. Desde esta perspectiva una reconstrucción del pasado de los pueblos indígenas del Oriente de Venezuela debería ser la de estructuras ubicadas en un corte sincrónico sin las interrupciones de los sujetos históricos provenientes del universo colonial, los cuales, al intervenir, provocan la desaparición de las organizaciones sociales locales. De esta manera, se han presentado dos extremos en las opciones sobre la historia de los pueblos indígenas. Por un lado están las reconstrucciones de la conquista que dejan de lado las dinámicas de cambio de las fronteras del mundo colonial. Por el otro, están las descripciones y análisis de universos culturales indígenas “puros” y esencializados. Nuestra perspectiva posiblemente no se aleje de estas opciones historiográficas convencionales. Sin embargo, en el transcurso de esta reconstrucción se trató de sostener que las estructuras locales, en sí, estuvieron cargadas de historicidad, es decir, con unas capacidades de cambio propias de los universos culturales de la región. Por otra parte, de manera coherente con los debates en torno a la geopolítica del conocimiento en el sistema mundo moderno (Mignolo 2001; Lander 2000a, 2000b; Chakrabarty 2001; Escobar 2000; Coronil 2002; Said 2006), es necesario recalcar que no se puede entender la historicidad de las estructuras, organizaciones, relaciones o construcciones culturales sin entender que, aunque sea de forma indirecta, estas son constitutivas de un orden colonial. Es así como el análisis de los sistemas culturales y sociales indígenas y el análisis de las historias de colonización deberían integrarse como elementos de un único conjunto. Para esto es importante tener siempre presente que así como no hubo una historia de la colonización tampoco hubo una única dimensión cultural desde la cual esta historia fue vivida. En suma, la historia del colonialismo es en sí misma una historia multidimensional. Agradecimientos: Agradezco a Nuria Martín y Yheicar Bernal del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas por la elaboración de los mapas presentados. Asimismo agradezco a Argelia Rodríguez-Contreras por la lectura de la versión final. La investigación en el Archivo General de Indias de Sevilla fue posible gracias al programa de beca Intercampus, auspiciada por la Agencia Española de Cooperación Internacional en convenio con la Universidad Central de Venezuela y la Universidad de Cádiz. Las limitaciones de calidad de este trabajo son responsabilidad del autor. 102 Resistencia indígena e identidades fronterizas Fuentes documentales inéditas Archivo General de la Nación (AGN), Caracas: Interrogatorio sobre la administración del gobernador de Cumaná don Joseph Francisco Carreño por orden del gobernador y capitán general don Juan de la Sota en residencia y pesquisa secreta, 1721. Sección Traslados Colección Cumaná, tomo 57, folios 1-113. Residencia a Don Ventura Palacio Rada, gobernador de Cumaná, por el sargento mayor y gobernador de Margarita Capitán don Juan Muñoz de Gadea, 24-09-1680. Sección Traslados, Colección Cumaná, Tomo 74, folios 107-187. Residencia a don Francisco Ventura Palacio Rada por el sargento mayor y capitán de caballos Don Juan Muñoz Gadea, Gobernador y capitán general de Margarita, 20-10-1680, Sección Traslados, Colección Cumaná, tomo 75, folios 99-100. Residencia a Don Diego de Arroyo Daza, hecha por Juan Ramos, en la que se trata sobre la guerra a los caribes y otras naciones alzadas y negros rebeldes, 26-08-1626, Sección Traslados, Colección Cumaná, tomo 80, folios 26-64. Real orden y expediente relativo a la representación hecha por Fray Silvestre de Zaragoza sobre los indios del pueblo Caripe, 1788-1792. Sección Indígenas, tomo 4, folios 222-305v. Carta de Fray Ramón de Tauste al gobernador de Cumaná sobre el traslado de familias de españoles a la misión de Irapa, 01-01-1789, Sección Gobernación y Capitanía General, tomo 151, folios 1-2. Archivo General de Indias (AGI), Sevilla: AGI, Santo Domingo, 187 Carta de Fray Francisco Aparicio al Consejo de Indias sobre un levantamiento de los Tomuza, 11-03-1681. AGI, Santo Domingo, 192 Notificación de Fray Matías Ruíz Blanco sobre la fundación del pueblo de Bordones, 11-11-1687, 2 folios. Informe de Fray Pablo de Gerlanga sobre el ataque de encomenderos a la misión de San José, 12-01-1685, 2 folios. Informe de Fray Matías Ruiz Blanco sobre la reducción de los Cumanagoto, 16-11-1689, 2 folios. Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 103 AGI, Santo Domingo, 189 Cartas del Gobernador de Cumaná, Gaspar del Hoyo, sobre la reducción de los Parias y sobre la necesidad de llevar a la provincia pobladores de las islas Canarias y de prohibir en ésta el consumo de aguardiente a los indígenas, 16-02-1696, 20-02-1696 y 1698, 152 folios. AGI, Santo Domingo, 531 Carta del Rey al Gobernador de Cumana, recomendando que no se haga guerra a los indios y que no prohíba las entradas de los misioneros para que se conviertan por los medios más pacíficos, 21-06-1739, 4 folios. AGI, Santo Domingo, 590 Informe del Consejo de Indias al Rey sobre la reducción de los Parias, 29-12-1734. 24 folios. Carta de Jerónimo Ustariz al Rey. 31/05/1730. 4 folios. Carta de fray Francisco del Castillo al Rey. 02/09/1736. 4 folios. Carta de fray Francisco del Castillo al gobernador de Cumaná. 11/10/1736. 10 folios. Cartas de varios religiosos al Rey. 16/07/1739. 10 folios. Carta al gobernador de Cumaná, sobre holandeses y franceses en el territorio de las misiones. 29/10/1736. 6 folios. AGI, Santo Domingo, 602 Carta al Rey sobre la fundación de Cachipo. 22/03/1748. 20 folios. Petición de Luis Valderrín, vecino de San Baltasar de los Arias para pasar con 25 familias al sitio de Cachipo o Maturín para poblarse allí, 26-01-1745, 20 folios. AGI, Santo Domingo, 606 Informe sobre la fundación de San Carlos Borromeo de Amacuro en la costa de Paria. 01-01-1736. 10 folios. AGI, Santo Domingo, 632 Carta de Juan Felix al Rey sobre la situación en el río Guarapiche 01/03 /1725. 12 folios. Relación de Pedro Nuñez de Gordón sobre Paria. 20/06/1736. 4 folios. 104 Resistencia indígena e identidades fronterizas Carta del gobernador Carlos Sucre al Rey, sobre Paria. 29/03/1735. 6 folios. Carta del gobernador Carlos Sucre al Rey sobre el Guarapiche. 30/03/1735. 4 folios. Carta del gobernador Carlos Sucre al Rey 23/03/1735. 10 folios. Carta del gobernador Carlos Sucre al Rey. 06/05/1735. 6 folios. Carta del Marqués de San Felipe Santiago al Rey. 21/06/1736. 2 folio. Carta del gobernador Carlos Sucre al Rey sobre los enfrentamientos con los Caribes, defensa de Santo Tomé de Guayana, repartición de herramientas y aguardiente entre indígenas. 10/04/1735. 4 folios. AGI, Santo Domingo, 641 Testificación del teniente Andrés Blanco. 03/05/1695. 4 folios. Carta de Mathías Ruíz Blanco al gobernador de Cumaná. 13/12/1684. 6 folios. Real Cédula sobre el fuerte de Clarines. 25/11/1690. 4 folios Carta de Pedro de Brizuela sobre la conquista de Juan de Orpín. 14/01/1652. 4 folios. AGI, Santo Domingo, 642 Certificado de la fundación del pueblo de San Buenaventura de Rolandillo, 23/08/1701, 16 folios. Carta del gobernador de Cumaná al Rey, 20/03/1704, 12 folios. AGI, Santo Domingo, 643 Concordia Misionera, 24/03/1734, 6 folios. Carta del obispo de Puerto Rico al Rey, 15/11/1730, 4 folios. Carta de Pedro Andueza a Pedro de Peñalver, 15/051751, 2 folios. Certificación de fray Josef Jurado, sobre la fundación de San Matheo, 30/06/1722, 2 folios. Carta del cabildo de Cumaná al Rey, sobre Maturín, 13/09/1723, 4 folios. Estado de las misiones de capuchinos y noticias sobre la falta de religiosos, 09/10/1735, 6 folios. Carta de Fray Andrés López, misionero franciscano, al Consejo de Indias sobre la reducción de indígenas y conflictos de límites con otras congregaciones de misioneros, 29-06-1718, 7 folios. Carta del Gobernador de Cumaná, Juan de la Tornera Sota, al Consejo de Indias para informar sobre la participación del gobernador interino de Cumaná en la fundación de una nueva villa hispana en el sitio de Maturín, 22-11-1726, 32 folios. Ant. Fund. La Salle de Cienc. Nat. 109 105 Carta de Fray Miguel de Marchena al Consejo de Indias para solicitar el envío de más misioneros. 14-09-1739, 3 folios. 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