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Paseando las orillas. (4 Septiembre 1.999) V. B. Z. Calor, mucho calor, me sobra hasta la poca ropa que me protege de llamar la atención... se esta bien observando las espaldas de los bañistas... llegó el del coche azul, siempre viene después del coche rojo, los primeros en salir son los dos niños, míralos como corren hacia la playa, parece que un imán los atraiga... la misma operación de todos los días, paran bruscamente a un par de pasos de la orilla, se quedan mirando el mar y después se giran rápidamente buscando las figuras de sus padres que ya están acercándose, emprenden la carrera hacia ellos, les ayudan a llevar sus propios juguetes hasta el lugar elegido, una vez allí, comienzan la danza alrededor del campamento levantado, ya se diluyen entre los cientos de bañistas. Creo que ya es Agosto, no sé muy bien en que fecha me encuentro, por la cantidad de gente, seguramente lo será. Alguien se acerca, me tendré que ir como siga acercándose, su cara me es familiar, si, es el del coche blanco y largo, ha cambiado desde el año pasado, esta más grueso, le cuesta caminar por la arena, me levanta la mano, no quiero saludarlo, es el único que se atreve a acercarse, sabe que no le voy a contestar y aun así se acerca como todos estos años, recuerdo la primera vez, hará ya ocho veranos, se acerco, me pregunto por mi aspecto, si necesitaba algo, aquella vez ya no le conteste, se sentó a mi lado y estuvimos mirando el mar varias horas, me dijo que si necesitaba algo solo tenia que pedírselo... no le conteste, ahora ya viene a la playa con la que es su mujer, hace tres veranos se caso según me estuvo hablando, el primer año de casado intento acercarse con su mujer, pero a mitad de camino ella se soltó de su mano y volvió a la playa, después de eso solo viene él, como siempre me cuenta como fue su invierno mientras sigo mirando la playa, esta menos tiempo a mi lado desde que se caso, a veces me invita a fumar, sigo sin hacerle caso y mirando mi playa, mi mar, mi horizonte. Ya se levanto, se limpio las posaderas de arena y se despidió. Hasta dentro de tres días no volverá ¿será sábado?. Adiós amigo. Tendré que ir a comer algo, llevo aquí casi toda la mañana, suerte que anoche salí a por alimentos, las huertas no notan que cada noche les arranque alguno de sus frutos, recogí unas pocas verduras y frutos y los guardo entre los cañizales, en donde esta el refugio en que duermo por las noches, a veces las ratas me ganan la mano y me veo obligado a esperar hasta la noche, espero que esta vez hayan encontrado algo mejor antes de necesitar entrar a quitarme la comida. Este año parece que vengan mas bañistas, se forman hileras interminables de coches, comienzo a sentirme amenazado con tanto extraño, muchos se me quedan mirando y no sé muy bien sí extrañados o sorprendidos que este aquí. Se reposa bien entre los cañizales, son altos, siempre están como murmurando, me costo acostumbrarme a dormir encima de un buen fajo de ellos, pero ahora es mejor que los colchones en que duerme la gente, aun están aquí las frutas y verduras, están calientes, sueltan un olor extraño, seguramente el labrador las pulverizo contra algún mal... tendré que lavarlas, la ultima vez estuve cinco días malo, casi no podía caminar del tremendo dolor de estomago, me sirve el agua del mar, las acequias llevan agua de la que no me fío, así que tendré que cruzar por entre los bañistas para poder llegar a la orilla, tengo tanta hambre que no me será ningún sacrificio el pasar entre ellos. Ve viene ahora a la cabeza la vez que salí entre los cañizales en el momento justo en que una bañista paseaba justo al lado de ellos, se giro de repente y al verme empezó a gritar y yo casi gritaba mas que ella, realmente me asusto tanto que me volví a sumergir corriendo entre las cañas, hasta que fui tranquilizándome y deje de oír sus gritos, aquella vez me corte con las hojas de las cañas, termine con los brazos llenos de cortes, suerte que fue en verano y las heridas curaron pronto, lo peor era el escozor de las heridas, cuando con agua de mar me las desinfectaba. Bueno, vamos allá... tengo que comer, la arena quema, hace años que no uso ya zapatos, me encontré unos pero no eran de mi talla, lo intente pero mejor descalzo... se me quedan mirando mientras paso entre ellos, nadie dice nada, solo me miran, el agua esta tibia, me lavo también la cara, hace demasiado calor para no hacerlo, vuelta al refugio, seré el comentario una vez desaparezca. Que raro, nunca antes los había visto, algunos llevan parece ser teléfonos y hablan por ellos aun estando en la playa. Como quema la arena. Las frutas y verduras ya se secaron de tanto calor. Ahora viene lo peor, la tarde, cuando el sol cae a plomo, cuando más pesa, cuando aplasta las cubiertas y me hace sudar y sudar, hoy paseare después de comer, siempre es mejor que estar aquí a estas horas. Me gusta este cañizal, que derroche de naturaleza, tantos miles de tallos, millones de hojas, dispuestas en orden y concierto, a veces, cuando hace viento parece que todas las cañas se pongan de acuerdo y dancen al mismo compás, me quedo mirándolas, les agradezco que bailen para mi y que me protejan del viento frío del invierno. Suerte, no hay nadie paseando por la orilla del cañizal, caminare hasta que me sienta cansado... se vació algo la playa, deben estar comiendo, alguien viene corriendo y con algo en la mano, es un niño, lo envían sus padres de mensajero, me ofrece un bocadillo, le sonrío y le doy las gracias, no quiero hablar con los mayores, solo hablo con los ñinos, se va corriendo directo hacia sus padres, les dirá que cogí el bocadillo y le di las gracias, se sentirán satisfechos de que su hijo haya echo lo que ellos no se atrevieron... tendré que pasear también el bocadillo, ahora no tengo hambre. Allá a lo lejos hay un perro suelto, mejor no me acerco, la ultima vez casi me ataco uno, suerte que su amo se dio cuenta y lo freno, aun así, me sentí a punto de ser atacado y les cogí miedo. Me sentare aquí y mirare... los pocos bañistas bajo sus sombrillas, algunos sentados comiendo, algunos, pocos, tomando el sol para broncearse... me miro las manos, las tengo quemadas de tanto sol, la cara debo tenerla igual o peor, los labios siempre los tengo secos, el agua es difícil de encontrar, alguna botella olvidada, la lluvia y poco mas. Va cayendo la tarde, algunos ya recogen, otros giran su postura para tomar los últimos rayos solares, ahora comienzo a estar bien, esta noche tendré que lavar mi poca ropa. Comienzan a llegar los “cenadores”, los que trabajan y ya no pueden llegar a pleno sol y se consuelan con cenar a la orilla del mar, vienen mas cargados, mesas desplegables, comida, sillas solo que no traen las sombrillas, algunos encienden brasas en braseros, impregnando el aire de un olor que abre el hambre, sardinas, carne... cuantos años sin probar, solo en estos días me vuelven los recuerdos de esos alimentos olvidados e imposibles. Las luces portátiles de gas comienzan a iluminar las mesas, aparecen los platos, los botes que contienen los alimentos, la brisa fresca, los braseros, los olores parece que me quieran hacer sufrir, estando tan lejos aun me alcanzan. Es la imagen de un restaurante iluminado a velas, un restaurante natural en que los propios camareros preparan las mesas, comen, reposan y lo recogen todo. Un par de horas y habrá terminado el ajetreo de las mesas, todos, excepto los niños, pegaran su espalda al respaldo de su silla e intentaran centrarse en sus propios pensamientos. Los niños seguirán correteando, castigando los balones, compitiendo contra sí mismos, mientras sus padres se sumergen en miradas y palabras que la luz de gas hará mas intimas. Es hora de acostarme, espero que las ratas no me molesten esta noche.