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El Programa (II) Convocatoria y Desafíos Héctor Lescano En la entrega anterior nos referimos a la actual etapa en la tarea de elaboración programática, y a las actividades que lleva a cabo la Comisión Nacional de Programa, en particular a la apertura y el ordenamiento temático, a la intensificación de los tiempos y la convocatoria a la participación. Participación de todo el país, lo que supone, en el marco del Plan Político que lleva a cabo la Presidencia del FA, mantener reuniones de trabajo con todas la Comisiones Departamentales y el desarrollo de talleres, seminarios, encuentros de variada naturaleza, aunque prioritariamente regionales, para compartir los avances y los desafíos de escuchar a la gente, a la sociedad, a sus colectivos sociales organizados, a los efectos de construir una propuesta que convoque la adhesión ciudadana. También en lo programático, la real descentralización debe ser el nombre de la participación. Pocos días atrás, al responder a un merecido homenaje que se le realizara, Don Victorio Casartelli, un gran referente de las luchas políticas y sociales del país y con quien tenemos el alto honor de compartir responsabilidades en la CNP, puso énfasis tanto de profundidad conceptual como emotiva, en la perspectiva ideológica, en la necesidad de volver a la lectura de los documentos fundacionales y en abrevar en su vigencia como marco y ancla de la mirada hacia el futuro. Consejo sabio que compartimos plenamente. Para comenzar, en la retoma del pensamiento artiguista que, como señalan tanto el primer plan de gobierno como el compromiso político, constituye “nuestra inspiración más profunda”. Por cierto, sin reclamar en ello exclusividades y pretensiones hegemónicas. Pero sí con la firme decisión de seguir buscando entre todos, los anhelos aún inconclusos del ideario del prócer. Tan vigente, como lo señalara magníficamente el Profesor Daniel Vidart en el marco de las ceremonias llenas de presencia cívica realizadas con motivo del traslado definitivo de sus restos. Y, como lo escribiera el Profesor Mario Cayota en su ”Artigas y su derrota” fundamentando en la investigación de mayor rigor documental , la influencia de los valores cristianos trasmitidos por los tan cercanos curas artiguistas. Como culmina su libro Pacho O’Donnell citando a Trías: “El artiguismo no debe ser un recuerdo sino un programa”. En el umbral del bicentenario de las Instrucciones, esa inspiración debe estar más presente que nunca. Para mostrar el rumbo a seguir. O sea, una mirada de, al menos el mediano plazo, en el que profundicemos un plan nacional de desarrollo. Concepto en el que es necesario ahondar, como se expresa en un primer documento de trabajo, para” aproximarse al tema en base a 1 un horizonte temporal de unos 20 años. De modo que no se trata del “Uruguay ideal” ni de la utopía final, sino del país deseable y posible en 20 años”. Por cierto que desde la perspectiva del desarrollo humano integral, del ”Hombre y de todos los Hombres” al decir de Maritain, no podemos hablar de aquél sin vincular el crecimiento económico con la justa distribución. Conceptos inseparables. El citado informe preliminar señala el acotamiento de la visión de crecimiento desde el nivel de la sustentabilidad de la sociedad uruguaya y de la universal, ”del consumismo desenfrenado o exacerbado, llevado a la práctica por innumerables mecanismos de la sociedad capitalista que crean un confort, que es más aparente que real, el cual genera crecimiento y simultáneamente insatisfacción humana y social…no podemos ver el bienestar solamente por la demanda, sino como obligación de aportar conocimiento, capacidades, riquezas culturales ,etc.” Por cierto, se asume que no hay desarrollo sin crecimiento. ”Un objeto físico o social puede tener crecimiento sin cambios cualitativos, es decir, ampliar su volumen físico o económico, pero no mostrar cambios cualitativos. Desarrollo justamente implica crecimiento con cambios cualitativos, especialmente en las relaciones sociales”. Y, con razón, el compañero Martín Ponce advertía sobre no ser categóricos al hablar de los límites del crecimiento, porque sin desconocer ciertamente lo finito de los recursos, el crecimiento y, por lo tanto el desarrollo, deben tener a su orden el formidable valor del conocimiento, del avance científico y tecnológico que la humanidad sigue generando al servicio, eso sí, de la paz, del bien común, de la prosperidad justa y necesaria. Desde luego que la reflexión sobre el rumbo, incorpora en forma relevante, el nivel de los valores. Sin cuya centralidad, creación o profundización no hay proyecto nacional de desarrollo que nos identifique y represente y sobre los cuales nos referiremos en la próxima entrega. Pero, al terminar, permítasenos decir, sin recurrir a lugares comunes o formalismos, con humildad pero con firme convicción, que los gobiernos frenteamplistas trabajan en la construcción de ese proyecto nacional de desarrollo, que requiere mirada en perspectiva de proceso. Lo vienen haciendo, con responsabilidad y sensibilidad social. Ciertamente, lejos aún de agotar objetivos programáticos, especialmente para los sectores que todavía padecen grandes carencias. Y que requerirán, en el marco del equilibrio entre la sensatez y la audacia que hemos comprometido, acentuar esta última, en el ámbito de concertaciones posibles y de la firmeza de la voluntad política, que traduzcan, no un giro en el rumbo exitoso de la política económica en particular, pero sí acciones para profundizar y extender logros innegables que vienen alcanzándose en este tiempo progresista de la patria. 2