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Crisis y democracia Jurgo Alkasaro No se pretende en este pequeño artículo analizar la actual crisis financiera, para cuya comprensión se ha producido ya suficiente literatura que, por otra parte, se supone conocida por el lector, sino reflexionar sobre las deficiencias de la respuesta sindical y popular a la misma. La crisis Inmerso en la crisis y en la lucha por la mera supervivencia ante sus devastadoras consecuencias, poco o nada reflexiona el trabajador, ni aún el sindicalista, en la raíz del fenómeno y en su erradicación. Siguiendo a los medios de comunicación, piensa que la crisis es un fenómeno financiero y aún una mera estafa. La crisis financiera es el estallido de una “burbuja” de un sistema de especulación bursátil, en realidad, la mera manifestación de la existencia de otra crisis mucho más grave y profunda: la crisis del sistema capitalista. Si hay algo que muestre la crisis sistémica e irreparable del capitalismo es el hecho de que resulte más rentable la especulación sobre valores ficticios que la inversión en la industria que, se supone, es la base misma del sistema. El sistema Pero no. La base misma del sistema no es la industria, sino la acumulación de capital. Por ello, la producción no está orientada a la satisfacción de las necesidades humanas, sino a la obtención de beneficios económicos. Muestra de ello es que, mientras gran cantidad de necesidades quedan sin cubrir, se invierten inmensas fortunas en crear nuevas necesidades “más rentables”. El capital necesita crecer constantemente por cualquier medio. Viendo cual es la forma más fácil y rápida de obtener beneficios reinvertibles (acumular capital), podemos ver el “estado de salud” del sistema. Cuando la forma de enriquecerse consiste en construir fábricas, nos hallamos ante el “capitalismo clásico”, el “industrialismo”, el capitalismo contra el que lucharon nuestros abuelos anarquistas. Cuando el capital rinde más invirtiendo en la industria de otros, haciendo de usureros de la industria, nos hallamos ante el capitalismo financiero, ante el capitalismo que inventó las guerras mundiales –prueba fehaciente de que el sistema de la revolución industrial ya no funciona. Cuando el gran medio de capitalización consiste en comprar y vender valores ficticios, nos hallamos ante el capitalismo de las mafias, de los estafadores y el blanqueo de dinero criminal, nos hallamos ante un sistema en el que los industriales y los banqueros son desplazados por los gangsters y los embusteros de los medios de comunicación. Nos hallamos ante un sistema que sólo puede ofrecer miseria y destrucción al conjunto de la sociedad. La democracia económica La democracia, la participación de la sociedad en la toma de decisiones, es, según se dice, la base de la sociedad “occidental”. Esta democracia tiene dos esferas perfectamente delimitadas y perfectamente separadas: la política y la económica. Mientras el derecho universal a participar en la esfera política es, al menos de palabra, reconocido por el sistema y por todos sus secuaces (políticos, periodistas, pedagogos...), un derecho universal a participar en las decisiones de carácter económico no es reconocido ni aun de palabra ni por el sistema, ni por sus secuaces, porque el único derecho eco- nómico que existe es el de propiedad. Sin embargo, es también una verdad universalmente reconocida que la auténtica base de la sociedad es de carácter económico y que el autentico poder no es el político, sino el económico, es decir, ni a los políticos se les ocurriría negar que el poder político es subsidiario del poder económico. Ahora bien, el capital no es más que una acumulación de beneficios extraídos de la explotación del trabajo asalariado, luego, sin necesidad de haber leído a Proudhon o a Marx, está claro que la posesión de capital no es más que un robo a la sociedad, como lo es la privatización del agua potable. Si el destino de los pueblos y del sistema mismo depende de la economía ¿cómo es posible que los pueblos no reclamen su propiedad sobre el capital? Si se producen crisis como la actual crisis financiera, que inevitablemente comportará un crisis industrial y social, es sólo porque las decisiones realmente importantes para la sociedad las toman unos pocos en función de sus intereses particulares. La democracia económica, el derecho universal a participar en la toma de decisiones económicas, es la única garante no sólo de la defensa de los derechos de los pueblos, sino de la propia supervivencia de la humanidad. Sin embargo, nadie, ni siquiera los sedicentes revolucionarios, pone en tela de juicio el derecho de propiedad sobre la riqueza social de los expoliadores. Papel del sindicalismo El papel del sindicalismo institucionalizado está claro para el lector y no requiere mayor comentario. Pero ¿qué papel juega el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo? ¿qué papel juegan los movimientos sociales? El consenso logrado sobre la propiedad de la riqueza social acumulada (convertida en capital por los explotadores) parece alcanzar también a las organizaciones combativas, si no en su ideario, sí por lo menos en su actividad pública. El temor a aislarse del conjunto de la clase y de la población en general, si se cuestiona la propiedad privada de la riqueza social acumulada y se reclama el derecho a decidir sobre nuestras vidas, lleva al propio sindicalismo combativo a enfrentarse sólo a los efectos del problema, no a su raiz. No afrontar la crisis de forma radical, reclamar paliativos (planes sociales, subsidios, sueldos sociales, etc) en vez de plantear claramente la exigencia de la democracia económica, o sea, la propiedad social sobre la riqueza social, es fomentar la falta de conciencia de la desconcienciada clase obrera y jugar un papel, aunque cuantitativamente distinto, cualitativamente equivalente al del sindicalismo institucional. La estafa no es la crisis financiera ni la “refundación del capitalismo” que prometen los amos del mundo. La estafa es el capitalismo mismo. El primero a quien, cercando un terreno, se lo ocurrió decir «esto es mío» y halló gentes bastante simples para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso: «¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!» Jean-Jacques Rousseau Contra la crisis, AUTOGESTIÓN Contra el capitalismo, COMUNISMO LIBERTARIO