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UNA FOTOGRAFÍA ACTUAL DEL MOVIMIENTO ASOCIATIVO Índice: 1. El pasado reciente del movimiento asociativo de acción social en España. Fotografiando el pasado. 2. El fenómeno asociativo en la actualidad. a. Dimensiones y tipologías asociativas b. Situación y posibles factores explicativos de nuestros niveles de asociacionismo. c. El voluntariado como protagonista del movimiento asociativo. Perfiles y ambivalencias 3. Un breve retrato del asociacionismo y el voluntariado en el País Vasco. 4. Retos para el futuro. Vicente Marbán Gallego Departamento de Fundamentos de Economía e Historia Económica. Área de Sociología Universidad de Alcalá Madrid, 9 de diciembre de 2005 Introducción: La capacidad participativa de los individuos ha sido expresada a lo largo de la historia a través de cauces muy diversos entre los que asociaciones voluntarias han adquirido un protagonismo especial como estructuras mediadoras entre los individuos y los gobiernos. Entre los movimientos asociativos los que tradicionalmente han gozado de un mayor reconocimiento y visibilidad social han sido precisamente los de acción social, a los cuales prestaremos especial atención en este texto. No obstante, conviene aclarar, y así lo haremos cuando tratemos sobre las tipologías asociativas, que estos no son los únicos, también lo es el asociacionismo comunitario (asociaciones vecinales, deportivas…), el profesional, el cultural, medio ambiental, del ámbito de la salud o la vivienda, el religioso, el educativo, de derechos humanos... En adelante, enfocaremos este análisis del movimiento asociativo de acción social en España empezando por su pasado más reciente. Saber de donde venimos es importante para saber donde estamos y en el campo del asociacionismo es especialmente significativo en la medida en la que las inercias históricas pasadas son determinantes en los comportamientos asociativos presentes, máxime en un país de democratización tardía como el nuestro. Tras fotografiar el pasado nos centraremos en el fenómeno asociativo actual empezando por precisar su riqueza y heterogeneidad funcional y de tipologías, y continuando por su situación en el panorama participativo español atendiendo a los posibles factores explicativos, pasados y presentes, de nuestros niveles de asociacionismo, sin olvidar una mención expresa al voluntariado como protagonista del movimiento asociativo. Para concluir, nos detendremos brevemente en el asociacionismo y el voluntariado en el País Vasco y en los retos de futuro del asociacionismo en España. 1. El pasado reciente del movimiento asociativo de acción social en España. Fotografiando el pasado. Ciertamente, los movimientos asociativos no son un fenómeno nuevo sino una realidad histórica que se ha ido conformando y madurando en viejo odres hasta su actual institucionalización. Quizás lo realmente nuevo sea su progresiva institucionalización en las últimas tres décadas como un sector relativamente cohesionado en un esquema de órdenes sociales tradicionalmente dominado por el Estado y el mercado. Es probable que la dificultad de acceder a fuentes documentales primarias pueda limitar el análisis de los antecedentes más remotos del movimiento asociativo en España al tener que acudir en muchos casos a pequeños bosquejos o a desarrollos minuciosos de formas asociativas concretas. Algunas muestras de la riqueza histórica del asociacionismo voluntario las podemos encontrar en nuestro entorno y en nuestra bibliografía. Basta con pasear por la magnífica calle Mayor de la ciudad complutense de Alcalá de Henares y pararse en el bello patio castellano del Hospital de Antezana, fundado en 1483 con el fin de atender a enfermos sin recursos y que ha funcionado ininterrumpidamente hasta nuestros días, entre otras cosas, gracias a que los Cofrades del Cabildo de Caballeros de la Fundación de Antezana decidieron mantenerlo abierto a pesar de ser desamortizados sus bienes fundacionales. Remitiéndonos igualmente a la literatura, autores como Casado (1999) nos ofrecen referencias detalladas sobre la historia del asociacionismo. Sirvan de ejemplo, aparte de Fundaciones como la mencionada anteriormente, buena parte de la cofradías o hermandades religiosas orientadas a cultivar el espíritu, las necesidades de sus miembros y la caridad exterior como la Cofradía del Santísimo Sacramento, fundada con anterioridad a 1624. Igualmente interesantes fueron las asociaciones de intervención bélica en favor de la Cristiandad que paralelamente protegían a los peregrinos y enfermos como la Orden de San Juan de Jerusalén y la de Santiago, o las asociaciones orientadas a objetivos económicos como la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, creada en 1775 y que abarcaba igualmente cuestiones educativas y sociales. Otro ejemplo de nuestra histórica riqueza asociativa fue la gran labor desempeñada por los Montes de Piedad en la concesión de préstamos con intereses bajos a los más pobres a la vez que desarrollaban una importante labor social. Más próximos a nuestros días y de manera muy sintética, de lo que hay mayor constancia es del ordenamiento jurídico de corte liberal ortodoxo de la España decimonónica, donde la “cuestión social” fue relegada a un segundo plano hasta que, a partir de 1903, la creciente conflictividad social hiciera necesaria la intervención del Estado en materia laboral, en una época donde los elevados índices de pobreza dificultaron enormemente el desarrollo del asociacionismo asistencial (Vinyes, 1996). Paralelamente, ante las reticencias y falta de sensibilidad de los gobernantes liberal-conservadores en aceptar las asociaciones obreras en situaciones de capitalismo descontrolado, se va configurando un nuevo orden asociativo centrado en la necesidad de crear instituciones asociativas concretas próximas a la cuestión social, tipo sindicatos, ateneos, asociaciones recreativas, partidos o cooperativas, que fueron arraigándose en las convicciones populares, participando en la transformación de la cultura dominante del país procurando mayor dignidad a los trabajadores, y constituyendo su tejido democrático (Sarasa y Obrador, 1999). No obstante, la complejidad y entropía del movimiento asociativo que hoy conocemos, no podemos justificarla desde un punto de vista histórico únicamente por la dificultad de acceder a fuentes documentales primarias sobre sus antecedentes más remotos. Tal complejidad también podemos arraigarla en su antecedente histórico más reciente fruto de movimientos sociales muy heterogéneos y a veces contrapuestos como el movimiento obrero, la Iglesia Católica y los movimientos de las clases medias urbanas de principios de los 70 (asociaciones de vecinos, de estudiantes…) y en funciones muy polivalentes y cambiantes con el tiempo. Estas funciones, en especial cuando nos referimos al asociacionismo de acción social, han ido evolucionando desde la democracia pasando por una serie de etapas que van desde el carácter reivindicativo y movilizador propio de los años setenta (característicos de una sociedad con unos derechos sociales aún no garantizados plenamente), una progresiva profesionalización en la década siguiente, hasta consolidarse institucionalmente en los 90, considerada una década de asociacionismo de carácter que todavía llega a nuestros días que integra elevadas dosis de movilización y profesionalización con la realización de programas de tipo social a través de entidades prestadoras de servicios . En efecto, durante la dictadura franquista la práctica asociativa fue reprimida, susceptible de desconfianza y, en algunos casos, de riesgo, hasta que con el sistema democrático se revitalizara un marco político y económico adecuado para el desarrollo de un asociacionismo que, a medida que crecía el sector público, iría reorientando tímidamente su matiz defensivo y reivindicativo hacia objetivos de control de la gestión pública municipal y gubernamental. Un contexto en el que las amplias expectativas de cambio generadas favorecieron el desarrollo de organizaciones y movimientos reivindicativos, sobre todo vecinales y sociales, que abogaban por la extensión de unos derechos sociales aún no garantizados plenamente. En la primera fase de la transición política (1976- 1982) el desarrollo del asociacionismo fue cualitativamente muy importante pero cuantitativamente discreto por varias razones. En primer lugar, porque las prioridades ciudadanas apuntaban hacia el Estado como precursor de una protección social de carácter público y de amplia cobertura y no hacia los movimientos asociativos. A ello habría que añadir que las formas de participación giraban en torno a los partidos políticos y a las elecciones dejando un margen muy limitado a otras vías de participación (Subirats, 1999). Por último, sucedió que los líderes de los movimientos ciudadanos se dispersaron entre la Administración Pública y los partidos políticos dejando huérfanos de liderazgo a los movimientos asociativos. No sería hasta bien entrados los años 80 cuando los movimientos asociativos empiezan a crecer significativamente a la vez que se va profesionalizando progresivamente. A mediados de esa década, una vez sentadas las bases de la política social, empezaron a aflorar las dificultades del Estado de Bienestar para alcanzar unas crecientes demandas ciudadanas asentadas sobre unas expectativas aún por cubrir. En este contexto, se plantea la necesidad de un mayor pluralismo en la política social en el que las entidades no lucrativas tienen cada vez más que aportar. Pluralismo que va adquiriendo cada vez mayor resonancia a medida que se avanza en la década de los 90 favorecido por una etapa de “consolidación relativa y crítica del sistema de servicios sociales” (Rodríguez Cabrero, 2004). Este clima social favorable hacia una mayor responsabilidad de la sociedad civil en la provisión del bienestar no es casual que coincida con unos movimientos asociativos de acción social en expansión cuya estructura y filosofía organizativa es cada vez más prestacional y menos reivindicativa. En la actualidad el asociacionismo de acción social, parece haber alcanzado una relativa madurez en la que siguen predominando las funciones prestacionales aunque con un poso reivindicativo que aflora en situaciones puntuales. Dicha madurez viene a coincidir con la que podría considerarse cuarta etapa de los servicios sociales caracterizada por una universalización selectiva de determinadas prestaciones sociales básicas” (Rodríguez Cabrero, 2004) y con el desarrollo de nuevas leyes autonómicas de servicios sociales (Madrid, Asturias) que reconocen, lo que hoy día es una realidad, es decir, una mayor participación de los movimientos asociativos en la provisión de servicios sociales. Cuantitativamente, parece que el crecimiento de los movimientos asociativos más prestacionales se ha estabilizado como resultado, entre otros, de dos condicionantes: En primer lugar, por el abordaje de la actividad mercantil en espacios de acción social hasta ahora circunscritos a las entidades voluntarias y cuya viabilidad económica en muchos casos ya ha sido explorada por éstas. En este contexto, las entidades voluntarias están reaccionando en dos direcciones : imitando al sector mercantil con prácticas que rayan lo lucrativo (las que podríamos denominar ONG “euroconversas”) o bien reaccionando y compitiendo con éste mejorando sus estructuras de gestión. De este último escenario se derivan a su vez dos reacciones: alianzas corporativas entre ONG afines para ganar peso procurando además mantener una idiosincrasia propia que muchas veces, dicho sea de paso también tiende a ser imitada por el sector mercantil (por ejemplo creando sus propias fundaciones), o bien, en casos extremos, competencia entre ellas mismas llevadas por una lógica competitiva que les acaba superando. El segundo condicionante tiene que ver con la dinámica propia de un sistema mixto de bienestar donde las asociaciones están sometidas a un mayor control administrativo en su colaboración con las Administraciones Públicas por el que tienden a desaparecer las entidades con estructuras administrativas más informales. Todo ello agravado por la creciente, aunque todavía incipiente, tendencia a sustituir la subvención y el convenio por fórmulas más competitivas y abiertas a la iniciativa mercantil como el contrato público o un sistema de “cheques servicio”, están contagiando a las entidades de acción social de una lógica competitiva que puede acabar acentuando el ya habitual recelo interasociativo entre las propias entidades del Tercer Sector. No obstante, a pesar de su creciente protagonismo en la provisión de servicios sociales y de jugar un papel más activo en la interlocución social junto a los sindicatos y patronal, la integración de los movimientos asociativos en las políticas públicas todavía es muy débil y se limita a una colaboración financiera, a una contenida cooperación institucional y a una insignificante colaboración programática 2. El fenómeno asociativo en la actualidad. a. Dimensiones y tipologías asociativas Antes de abordar la situación del movimiento asociativo en España conviene detenerse brevemente en su riqueza y heterogeneidad funcional y de tipologías a fin de evitar reduccionismos innecesarios. Ya hemos apuntado como los movimientos asociativos de acción social aunque suelen ser los más visibles no necesariamente son los únicos. Aunque en este texto nos centremos preferentemente en estos no conviene olvidar la importancia del asociacionismo comunitario (asociaciones vecinales, deportivas…), el profesional, el cultural, medio ambiental, del ámbito de la salud o la vivienda, el religioso, el educativo, de derechos humanos... Esta diversidad del movimiento asociativo además del ámbito de actuación responde a su vez a dimensiones asociativas y a funciones muy diversas, las cuales pueden convivir dentro de una organización. En síntesis, siguiendo a Rodríguez Cabrero y Ortí (1996) podríamos generalizar cinco dimensiones asociativas potenciales como son: -La dimensión reivindicativa: reclamando la función movilizadora necesaria en este tipo de entidades y muy vinculada a la dimensión representativa, se centraría en la agrupación de individuos para constatar su número y así poder impresionar y convencer a la mayoría sobre la materia objeto de su reivindicación. Tal puede ser el caso, por ejemplo, de asociaciones de feministas. -Simbólica: que reclama fundamentalmente la dignidad asociativa y el asociacionismo de calidad. -Representativa: fuertemente vinculada a la democracia participativa y cuyo fin es representar a un colectivo o colectivos infrarepresentados , en un contexto donde el asociacionismo tiene mucho que decir y algunas necesidades que cubrir. -Organizativa: aludiendo específicamente a las necesidades de organización que las entidades deben tener en aras de lograr la máxima eficacia de sus propios fines. -Económica: que evoca la eficiencia en la gestión de unos recursos que, sin perseguir el lucro, no por menos deben ser gestionados correctamente. Estas dimensiones pueden agruparse en cinco movimientos representativos de campos bien diferenciados, más o menos próximos a la acción pública o privada que Rodríguez Cabrero (1996) describe de la siguiente manera en el cuadro I: Cuadro I: Tipologías Asociativas TIPOLOGÍA FUNCIONES RELACIÓN INSTITUCIONAL CON ESTADO Y MERCADO CAMPO DE ACCIÓN ASOCIACIONISMO ORGANIZATIVO Gestión de servicios Autónoma y complementaria del Estado ORGANIZATIVO Ideológicas Autónoma y complementaria del Estado SIMBÓLICO Autónoma y complementaria del Estado REPRESENTATIVO Crítica Denegación del Estado REIVINDICATIVO Privatización Orientación al mercado EFICIENCIA (culturales, educativas… ) ASOCIACIONISMO COMUNITARIO Sociales (Vecinales, deportivas, culturales, educativas…) ASOCIACIONISMO ASISTENCIAL Políticas Reivindicativas (De acción social, medio ambiente…) ASOCIACIONISMO REIVINDICATIVO Gestión de servicios Promoción (De acción social, medio ambiente…) ASOCIACIONISMO BUROCRÁTICO O MERCANTILISTA Rentabilidad económica (asociaciones profesionales) Fuente: Rodríguez Cabrero (1996). Una tipologías que, en síntesis, nos describen un asociacionismo organizativo orientado a la función de gestionar servicios y regido por unos principios de eficacia, especialización y división funcional, diferentes a los del asociacionismo comunitario, más de corte simbólico al cubrir funciones de tipo ideológico (solidaridad), social (cubrir lagunas en las políticas sociales) y político (democracia participativa) y con el que comparte rasgos de autonomía y complementariedad con el Estado. Un tercer tipo de asociacionismo es el asistencial, representativo de funciones representativas y de gestión de servicios, que, al igual que los dos anteriores, complementa la acción estatal. Por otra parte, desde una perspectiva denegativa del Estado, el asociacionismo reivindicativo considera que la función asociativa debe ser crítica y protegida de intervencionismo público, función que no es compartida por un asociacionismo burocrático, defensor de un modelo de asociación de tipo empresarial que, siguiendo principios mercantiles, deniega la práctica asociativa reivindicativa dado su carácter no instrumental. La relación institucional de estas tipologías asociativas con el mercado, el Estado y con la sociedad civil puede observarse en el cuadro II donde se refleja como es la sociedad civil la que aglutina y da origen a todas ellas, especialmente al asociacionismo reivindicativo, pero compartiendo, según los casos, un espacio muy permeable con otros órdenes sociales como el mercado (asociacionismo burocrático) y el Estado (asociacionismo organizativo, comunitario y asistencial). Cuadro II: El espacio institucional del asociacionismo en un esquema de órdenes sociales Sociedad Civil- Estado- Mercado. ESTADO Gobierno central Autoridades locales Partidos políticos Sindicatos Empresas MERCADO SOCIEDAD CIVIL ASOCIACIONISMO ORGANIZATIVO ASOCIACIONISMO COMUNITARIO ASOCIACIONISMO ASISTENCIAL ASOCIACIONISMO BUROCRÁTICO (Org. Profesionales…) ASOCIACIONISMO REIVINDICATIVO En cuanto a las funciones asociativas, podrían concretarse, siguiendo a Jarre (1991), en las siguientes: -Aportar innovaciones mejorando, dentro de lo posible, las actitudes de la gente. -Prestar servicios: diversificando la oferta y satisfaciendo carencias o ausencias de servicios estatales. -Actuar como defensor contra actitudes insolidarias. -Garantizar valores de participación, voluntariado, protección de las minorías más débiles etc. - Estructura mediadora: -Entre el individuo y el Estado como pasarela de comunicación entre ambas. -Entre una serie de contradicciones a las que nos enfrentamos en la actualidad y donde las asociaciones surgen como respuesta (Alberich, 1996): Contradicción Aspectos enfrentados 1- Ecológica Humanidad-Naturaleza 2- Sexual Hombres- mujeres 3- Generacional Infantil-adultos-tercera edad 4- Racial Negros-blancos-morenos-amarillos 5- Económica Oligarquía-clases medias-insolventes 6- Cultural y religiosa Tolerancia-intolerancia Libertad-fundamentalismo Democracia-autoritarismo Integrismo-integrismo 7- Territorial Estado-Estado/ CC.AA /CC.LL. 8- Vital Salud (vida)-enfermedad (muerte) b. Situación y posibles factores explicativos de nuestros niveles de asociacionismo. El fenómeno asociativo en la actualidad, y en especial el de acción social, ha alcanzado un nivel de madurez suficiente (incluso algunos autores hablan de un asociacionismo de segunda generación) como para extenderse prácticamente por igual por toda la geografía española en la que apenas existen diferencias significativas sobre los niveles de afiliación asociativa (Ruiz Olabuénaga, coord, 2002). Tal madurez conlleva a su vez un mayor nivel de exigencia y de legitimidad social por parte de la ciudadanía la cual es cada vez más recelosa de los déficit crónicos que siguen arrastrando algunas organizaciones tales como su limitada profesionalización o la insuficiente horizontalidad en cuanto a la participación dentro de las asociaciones. Lo cierto es que la indudable contribución de las entidades voluntarias al fortalecimiento de la participación ciudadana viene respaldada por un reconocimiento social atribuible, entre otras razones, a su aparente novedad, a ser considerada la expresión “más pura e inteligible de la solidaridad altruista” y a la mayor publicidad otorgada a éstas para “halagarlas y motivarlas” (Casado, 1999, pp.93-94). Sucede que la elevada valoración social del voluntariado y de asociacionismo no se traduce en unos niveles de asociacionismo y voluntariado tan elevados como cabría esperar, sino más bien todo lo contrario (Callejo, 1999). Sirva de ejemplo como el 78% de los jóvenes entre 15 y 29 años considera que las asociaciones son un buen medio para actuar, incluso un 50% estaría dispuesto a dedicar parte de su tiempo a participar en asociaciones (CIS 2576) pero en realidad tan solo lo hace en torno al 5% y una media del 90% de los encuestados, con excepción de las de carácter deportivo, nunca ha pertenecido a una asociación. Aunque mas adelante nos centraremos en los factores explicativos de nuestros niveles de asociacionismo, detengámonos a analizar con mayor detalle nuestros niveles de asociacionismo y voluntariado. A este respecto un indicador muy útil para analizar las preferencias asociativas y su evolución son las encuestas y barómetros de opinión realizados en los últimos años por el Centro de Investigaciones Sociológicas. Empezando con un análisis por colectivos, los resultados de las distintas encuestas del CIS para las personas mayores de 65 años nos revelan que su afiliación está muy concentrada en organizaciones afines a su entorno generacional como las asociaciones de jubilados (21%), seguidas a gran distancia de asociaciones de corte más “clásico” como las religiosas o las vecinales (CIS 2279: Soledad en personas mayores, 1998). En el caso de las encuestas realizadas entre los jóvenes entre 15 y 24 años muestran una mayor diversificación y dispersión en sus prácticas asociativas que no se traducen en una cultura asociativa del todo satisfactoria ya que en torno a un 5% pertenece a alguna asociación u organización y, a excepción de las asociaciones deportivas (54%), una media del 90% de los encuestados, nunca ha pertenecido a las asociaciones u organizaciones mencionadas (CIS 2370) (tabla 1). En cuanto a sus preferencias participativas destacan las organizaciones denominadas como “ociosas” (deportivas, sociedades locales-regionales, artísticas y culturales, juveniles) y las religiosas en detrimento de las de bienestar social (de ayuda a los demás, ecologistas, derechos humanos pacifistas y feministas). Esta ordenación de preferencias en cuanto a niveles de pertenencia, y salvando las diferencias metodológicas, no ha cambiado sustancialmente entre las encuestas de 1994, 1998 y la del año 2000 a pesar del retroceso de dos puntos porcentuales experimentado en las asociaciones religiosas, juveniles y locales –regionales. Tabla 1: De cada una de las siguientes asociaciones y organizaciones, ¿puedes decirme si perteneces actualmente a alguna/s de ellas, si has pertenecido, pero ya no perteneces o si no has pertenecido nunca? (jóvenes 15-24 años) Pertenece actualmente % No pertenece pero ha pertenecido CIS CIS CIS 2105 2302 2370 (1994) (1998) (2000) 21.6 29.6 28.1 Nunca ha pertenecido CIS CIS CIS CIS CIS CIS 2105 2302 2370 2105 2302 2370 (1994) (1998) (2000) (1994) (1998) (2000) 18 19.8 17.8 50.6 50 53.9 Asociaciones y grupos deportivos: 10.6 12.1 11.1 18.6 10.7 65.1 70 77 Sociedades locales o 14.1 regionales: peñas de fiestas, cofradías, etc. 7.2 5.3 5.1 10.4 18 8 72.6 76 86.6 Asociaciones de tipo religioso 7.4 7.1 8 15 19.3 13.9 67.8 72.5 77.9 Asociaciones y grupos educativos, artísticos y culturales 6.7 5.2 4.7 17.3 22 15.7 66.1 72 79.4 Organizaciones y grupos juveniles (scouts, guías, clubes juveniles 4.8 4.5 3.9 6.5 15.5 6.1 79.0 79.2 89.7 Asociaciones de carácter benéfico social, de ayuda a los demás 2.3 2.2 1.6 4.1 12.1 2.3 83.8 84.9 95.8 Asociaciones y grupos ecologístas 1.6 1.8 2.4 1 11.4 1.2 87.5 86 96.2 Sindicatos 1.3 1.1 1.5 1.1 11.7 0.9 87.9 86.4 97.3 Partidos políticos 1.4 2.2 1.8 2.2 12.4 1.9 86.6 84.6 96.1 Organizaciones interesadas por los derechos humanos 1 1.2 0.7 1.4 11.6 0.8 87.6 86.4 98.2 Movimientos pacifistas 0.5 0.8 0.4 1 11.2 0.7 88.6 87.3 98.3 Grupos relacionados con las mujeres: feministas Fuente: Elaboración propia a partir de CIS 2105: Valores y dinámica intergeneracional .jóvenes 15-24 años (1994), CIS 2302: Juventud y calidad de vida 1998; CIS 2370: Informe sobre la juventud española 2000. Lo cierto es que las preferencias de los distintos colectivos van cambiando con la edad como no podía ser de otra forma. Si comparamos las prácticas asociativas de los jóvenes entre 15 y 24 años con las de los adultos que superan los 25 años parece constatarse que las diferencias son congruentes con el paso de la edad y con nuestra creciente vinculación y dependencia del mercado laboral. Así, la pertenencia de los mayores de 25 años reflejada en distintas encuesta tiende a ser sustancialmente menor en las asociaciones relacionadas con un ocio que requiere más actividad física (deportivas, peñas de fiestas y cofradías y grupos juveniles), muy similar en las religiosas, educativas, artísticas y culturales y en las relacionadas con cuestiones intergeneracionales tan puntuales como la ecología, los derechos humanos y el pacifismo, y superior en las de ayuda a los demás, en los sindicatos y en los partidos políticos. De hecho, cuando nos referimos en general a los españoles mayores de edad la distribución por ámbitos asociativos varía sustancialmente, no así los porcentajes globales de pertenencia a asociaciones, ya que según el último de los barómetros de CIS que se ha dedicado específicamente al asociacionismo y el voluntariado (CIS nº 2419, año 2001), vemos como una media del 87% nunca han pertenecido a asociaciones y organizaciones de voluntariado frente al 6,5 que ha pertenecido o al 5,4 que pertenece actualmente, mientras que sólo el 6% ha trabajado sin remuneración en las ONG durante el último año. Concretamente, al tratarse de la población en general, las preferencias se decantan por las asociaciones de ocio (sociedades locales o regionales: peñas de fiestas, cofradías, etc.) (11,2%), las asociaciones deportivas (9,4%), las culturales (9,1%) y las benéfico-sociales (tabla 2). Tabla 2: De cada una de las siguientes asociaciones y organizaciones, ¿puedes decirme si perteneces actualmente a alguna/s de ellas, si has pertenecido, pero ya no perteneces o si no has pertenecido nunca? (2001) (mayores de 18 años) Pertenece actualmente No pertenece pero ha pertenecido Nunca ha pertenecido 9.4 19.2 Asociaciones y grupos deportivos: 11.2 11.5 Sociedades locales o regionales: peñas de fiestas, cofradías, etc. 9.1 10.1 Asociaciones y grupos educativos, artísticos y culturales 1.6 10 Organizaciones y grupos juveniles (scouts, guías, clubes juveniles 9 6.2 Asociaciones de carácter benéfico social, de ayuda a los demás 1.5 1.5 Asociaciones y grupos ecologístas 6.7 6.5 Sindicatos 2.2 2.5 Partidos políticos 3.1 2.1 Organizaciones interesadas por los derechos humanos 1.2 0.6 Grupos relacionados con las mujeres: feministas Fuente: Elaboración propia a partir de CIS 2419: Actitudes y posición de la población española prácticas solidarias (2001) 71 76.9 80.4 87.9 83.9 96.1 86 94.3 93.9 97.4 hacia las Actitudes y valores explicativos de los niveles participativos de la sociedad civil española En el apartado precedente se ha apuntado como la valoración positiva del voluntariado y la elevada disposición a participar en asociaciones manifestada en las encuestas no se está reflejando en unos niveles de participación tan elevados como cabría esperar. Tal desajuste, a priori, podría atribuirse en parte al método de recogida de la información ya que esa valoración positiva es medida a través de métodos cuantitativos como las encuestas donde tienden a “recogerse más las opciones que están socialmente legitimadas que la real vinculación de los encuestados con las respuestas” (Callejo, 1999, p. 53), que deberían ser completadas con análisis cualitativos en los que la visión del voluntariado no suele ser tan optimista. No obstante, sin descartar este factor, podríamos apuntar otras causas de los moderados niveles asociativos de nuestra sociedad civil, algunas de las cuales también explicarían nuestro diferente ritmo asociativo con respecto a los países mencionados. Concretamente, tales causas interactúan constantemente entre sí y guardarían relación (1) con las características del mercado laboral español, (2) nuestra menor tradición asociativa y la arraigada pertenencia al “asociacionismo familiar”, y (3) la responsabilidad atribuida al Estado en la procura de nuestro bienestar. 1- En primer lugar, las características de nuestro mercado laboral, en especial sus desequilibrios (inestabilidad, elevadas tasas de paro juvenil…) a la vez que han propiciado un incremento del voluntariado al considerarlo como una vía de entrada a un trabajo estable y una escuela de aprendizaje, también han decantado las preferencias de los que buscan empleo a destinar mayor tiempo a encontrar un trabajo que a ser voluntario, lo cual no significa que no quieran serlo algún día. Este factor limitativo tiene su importancia ya que si el voluntariado fuese básicamente una plataforma de lanzamiento laboral nuestra mayor tasa de paro entre los jóvenes menores de 25 años (24,9%, Noviembre 2001, Eurostat) con respecto a otros países desarrollados (UE15: 15,7%) se habría traducido en mayores porcentajes de voluntariado y eso no ocurre en la realidad. De ahí que sea necesario matizar que, si bien, el primer factor (voluntariado como vía de empleo) podría justificar una parte del crecimiento de nuestra vida asociativa y voluntaria en los últimos años, el segundo (sacrificar tiempo de participación asociativa para dedicarlo a la búsqueda de empleo), parece justificar, junto a otras causas, que estos porcentajes no acaben de despegar. Al menos esto es lo que podemos atrevernos a interpretar de los resultados de las encuestas analizadas si cruzamos las respuestas de los individuos que pertenecen a una asociación, o que son voluntarios, con su situación sociolaboral. Concretamente, con respecto al primer factor (la participación asociativa como vía de empleo), un seguimiento de las Encuestas de Valores Mundiales y Europeos durante los 90 para el caso español confirma que hemos pasado de que sólo un 2,8% de los desempleados encuestados estén afiliados en las organizaciones de asistencia social a principios de los 90 a que a finales de esa década lo haga el 11,6. En relación al segundo factor (sacrificar tiempo de participación asociativa para dedicarlo a la búsqueda de empleo), en las asociaciones y organizaciones de asistencia social parece cumplirse ya que los menores porcentajes de pertenencia se dan entre aquellos que están parados y buscan su primer empleo y tan solo un 10% del total de asociados son parados que ya han trabajado antes (CIS 2107). 2- Otra de las causas tratadas repetidamente como justificación de nuestra fragilidad participativa y como signo del “déficit crónico de nuestra sociedad civil” (Subirats, 2001) es una débil tradición asociativa que se ha ido trasmitiendo generacionalmente como consecuencia del mantenimiento de una serie de valores y actitudes que obstaculizan el asociacionismo. Concretamente, en nuestros días todavía permanece latente en el recuerdo de la población más madura una especie de “paternalismo autoritario” propio de la dictadura franquista que creó pasividad y recelos de que todo lo público era a la vez coercitivo y protector/paternal, que el mercado era ineficaz y que lo asociativo era ilegal. Paralelamente, tal ilegalidad fue pretendidamente compensada por la promoción de un tipo de “asociacionismo familiar” asentado sobre un espacio de convivencia familiar considerado como prioritario frente a la inconveniencia del asociacionismo extrafamiliar no religioso. Así, muchos de aquellos que acabaron acostumbrándose a este contexto, consciente o inconscientemente, han trasmitido esas inercias actitudinales poco activas a sus descendientes sin llegar a ser los precursores de base que éstos necesitan para desarrollar valores más participativos más allá del seno familiar. Quienes no lo aceptaron reaccionaron frente a ello encabezando una serie de movimientos reivindicativos que con la democracia acabaron encaminando a través de los partidos políticos, fomentando otro tipo de paternalismo, este de carácter político. Tal “paternalismo político” dotaba a los partidos políticos de un preeminente protagonismo como vehículos de expresión participativa relegando a un segundo plano a otras formas de participación social (Subirats, 2001). Paralelamente, tales movimientos reivindicativos fueron transformándose en organizaciones prestadoras de servicios con una base social políticamente contenida y socialmente cooperativa con el Estado (Marbán y Rodríguez Cabrero, 2001). En parte como consecuencia de ello, nuestros niveles participativos todavía se encuentran a la cola de los países europeos más próximos a pesar de que tales déficit participativos parecen estar siendo superados muy lentamente a medida que las inercias mencionadas se van puliendo generación tras generación. La previsión de que lleguemos a alcanzar unos niveles superiores en el ranking participativo europeo todavía es una incógnita máxime cuando aún permanece latente el sentimiento, o la necesidad, de priorizar la solidaridad proxémica sobre la solidaridad altruista (ésta ultima suele ser la que aparece realmente en las estadísticas comparativas) máxime en un contexto como el nuestro donde determinados servicios sociales públicos (guarderías, cuidados de ancianos, etc.) son insuficientes para complementar la acción familiar y permitir que la solidaridad de ésta pueda canalizarse igualmente hacia terceras personas. 3- Precisamente en este sentido, cabe analizar cual es la relevancia que el propio Estado de Bienestar tiene en la participación social, bien como motor de su desarrollo, bien como factor restrictivo, o como ambos a la vez, con especial énfasis en el grado de responsabilidad atribuida al Estado como responsable principal de nuestro bienestar y en la extensión de los servicios sociales públicos. Es sobradamente conocido el argumento de que el desarrollo del Estado de bienestar obstaculiza el pleno desarrollo de la sociedad civil, como también lo es que ese mismo desarrollo supone para determinados comportamientos pasivos una excusa más factible para descargar en los gobiernos una responsabilidad no proxémica que no debe serles ajena, incluso cuando éstos están programando un distanciamiento de la acción social favoreciendo con todos su esfuerzos la participación ciudadana. A priori y al margen de que suponga o no un obstáculo parece cierto que la responsabilidad atribuida al Estado en la procura de nuestro bienestar es muy significativa en España si tenemos en cuenta que tan sólo el 9% de los jóvenes (CIS 2105) y el 4,3 % de los adultos (CIS 2107) cree que el Estado no puede resolver ningún problema o que solo el 15% de los mayores de edad piensa probablemente o con toda seguridad que el gobierno no debería ser responsable de reducir las diferencias entre ricos y pobres (CIS 2301). Cuando se trata de dirimir responsabilidades entre los gobiernos y los propios individuos para proporcionarse los medios de vida también observamos una mayor predisposición hacia escalas de opinión más próximas al Estado de bienestar, sin diferencias trascendentes entre jóvenes y adultos mayores de 25 años (tabla 3) (el alto porcentaje de los que no saben o no contestan entre los adultos nos hacen ser cautelosos sobre si éstos son menos favorables hacia esta opción que los jóvenes). Tabla 3: ¿Dónde situarías tus opiniones en esta escala? Escala Opinión: Las personas deberían asumir individualmente más responsabilidades para proveerse de medios de vida para sí mismos 1 CIS 2105 Jóvenes (15-25 años) Porcentaje 3.8 acumulado escala 1 a 5= 2 3 4 5 3.9 8.8 10.1 13.6 6 7 8 9 10 9.9 11.6 14.1 10.5 12 40% Porcentaje acumulado escala 6 a 10= CIS 2107 Adultos (> 25) Porcentaje 4 acumulado escala 1 a 5= 3.6 4.4 6.8 16.9 10.3 10.2 11.3 6.8 11.3 35.5 % Porcentaje acumulado escala 6 a 10= 58.1 50% El Estado debería asumir más responsabilidades en cuanto a asegurarse de proporcionar medios de vida a todo el mundo 1.9 14.5 14.5 NS/NC NS/NC 1.9 Fuente: Elaboración propia a partir de CIS 2105: Valores y dinámica intergeneracional; CIS 2107: Valores y dinámica intergeneracional. Donde si se observan diferencias en este sentido, es con la mayor parte de los países europeos situándonos en el doble de la media europea de la escala más “estatalista” (12%) y en menos de la mitad de la media en la más “societaria” (6%). Esto nos coloca a principios de los 90 en las primeras posiciones en la asignación al Estado de la responsabilidad de “proporcionar medios de vida a todo el mundo” y en las últimas para los individuos, aumentando los % a favor del Estado a medida que nos adentramos en los 90 (tabla 4). De esta manera, si agrupamos las escalas de 1 a 5 y de 6 a 10, según se hace en la tabla 5 para diferenciar las posiciones más próximas a la asignación de la responsabilidad a las personas y a los Estados respectivamente, veríamos que los ciudadanos españoles son los que más se decantan por la última opción con un 53 % de respuestas favorables en el periodo 1990-93 y un 64% en 199597. Tabla 4: ¿Dónde situarías tus opiniones en esta escala? Elige entre “Las personas deberían asumir individualmente más responsabilidades para proveerse de medios de vida para sí mismas” o “El Estado debería asumir más responsabilidades en cuanto a asegurarse de proporcionar medios de vida a todo el mundo” Porcentajes Las personas 2 Principios de los 90 Responsabilidad 3 4 5 6 España (escalas agrupadas) Francia 6 (14º) Italia 11.2 8.6 9.9 51.5 Portugal 17.1 6.6 62 15.6 6.8 10 8.7 15.5 (13º) (12º) (13º) (7º) 47 14.8 15.4 12.9 17.6 76 9.6 7 8 9 8.4 (5º) 11.2 (1º) 13.5 (1º) 4.9 5.6 El gobierno NS/NC 8.1 (2º) 53 7.2 2.3 24 12 (2º) - 3.7 - 12.1 - 5.3 11 - 1.6 14.5 1.3 - 2.9 4.8 - 9.5 12.3 9.2 7.6 10.9 8.8 48.5 9 19.7 9.1 4.9 7.6 38 26.9 15.4 20.9 85.5 11.1 11.2 3.8 4.4 3.6 14 9.9 14.3 71 12.5 20.4 7.7 6.3 7.1 15.1 20.4 75.2 10.8 14.7 5 7.1 5.3 3.9 24.8 3.5 - 18 14.2 16.9 10.6 12 6.2 6.2 7.7 3.8 4.4 - 25.5 12.8 14.2 7.6 13 4.5 4.4 6.4 2.7 9 - 10.1 16.6 7.7 15 28 14.4 7.5 9.7 10.4 9.5 17.8 11.4 11.8 16.2 14.6 14.4 15.6 14.6 11 14.5 10.1 11.4 22.2 7.8 14.3 20.4 10.3 9.9 16 6.7 9.8 11 3.7 10.6 14.9 7 Finales de los 90 9.7 5.6 9.8 6.8 3.7 6.6 12.1 5.8 8.5 9.3 4.4 7.8 5.5 1.7 1.9 5 2.2 4 7.6 3.2 2.1 7.4 3.7 6.1 - España 3.2 (5º) 13.4 (2º) 4 16.3 9.2 (2º) 64 4.1 0.8 19.5 17.7 (2º) Suecia 4.6 8.7 (4º) (5º) 32 13 22.9 80 1.1 0.5 Noruega 6.3 Finlandia 5.9 Suecia Noruega Finlandia Alemania Occidental Alemania Oriental Gran Bretaña Dinamarca Holanda Bélgica Austria Media 14.2 29 7 (5º) 8.6 (5º) 14.5 (3º) 9.1 (5º) 14.7 13.9 6 6.8 3.9 12.3 49.5 14.7 12.2 20.3 10.8 8.3 4.8 50.1 5.9 0.4 5.3 15.2 52 14.8 11 15.5 9.4 9.8 3.5 46.8 8.3 1.2 5.2 6.6 15.1 14.3 11.8 13 10.6 10.2 4.9 7.8 0.5 Alemania Occidental 2.4 2.9 6.6 6.5 8.6 12.3 10.3 13.6 12.6 23.5 0.7 Alemania Oriental Media 6.5 6 13.4 12 11 13.6 9.5 9.9 6 7.6 1.2 Fuente : Elaboración propia a partir de Inglehart , R et al (2000):World Values Surveys and European Values Surveys, 1990-1993, 1995-1997, Institute for Social Research, University of Michigan Las razones de que los ciudadanos españoles consideren que el Estado es el principal responsable de nuestro bienestar son muy variopintas y pasarían por ser entendidas como una inercia o una costumbre arraigada en nuestro modo de entender la cosa pública desde el Estado paternalista y autoritario de la Dictadura, como una justificación de que el pago de impuestos sirve precisamente para cargarle con tal responsabilidad, o simplemente como una excusa para delegar en el Estado lo que nuestra débil tradición asociativa no alcanza a asumir en cuanto a responsabilidades sociales. No obstante, más allá de la subjetividad de estas razones para justificar los resultados obtenidos en las encuestas, es preciso matizar que el desarrollo del Estado de Bienestar no debilita necesariamente la vertiente solidaria de la sociedad civil ya que su relación no es sistemáticamente incompatible, entre otras cosas porque el Estado de Bienestar ha dependido y depende de ella tanto en su origen como en su posterior crisis. También porque interactúa con la sociedad civil amortiguando las desigualdades en situaciones de mayor fragilidad, alimentando el pacto social entre agentes contrapuestos e institucionalizando la procura (García Roca, 2001) aportándola la seguridad suficiente para que actúe con la confianza de que si fracasa la cohesión social no se verá perjudicada. A este respecto, es fácil constatar como en Estados de Bienestar maximalistas como los de los países nórdicos (Suecia, Finlandia y Noruega principalmente), la participación asociativa es de las más altas de Europa lo que cabría hacernos pensar que el Estado de bienestar cuanto menos no obstaculiza el desarrollo de la sociedad civil afianzando las bases de confianza y seguridad necesarias en la población para que ésta compatibilice el bienestar del entorno familiar con la solidaridad hacia entornos menos próximos o familiares. De hecho, en sentido contrario, tampoco es de extrañar que en Estados de bienestar no tan maximalistas como el italiano o el español en los que están poco extendidos los servicios sociales de atención a ancianos y a la infancia, la descarga de la responsabilidad que hacen estos Estados de bienestar en las familias tienda a verse contrapesada por la mayor demanda de responsabilidades que los ciudadanos de estos países hacen sobre sus Estados para velar del bienestar de aquellos otros ciudadanos que no están próximos a su entorno ya que sus energías se han agotado fruto de la primera situación. De ahí que en España la administración pública, lejos de pretender frenar la participación asociativa, pretenda fomentarla a través del voluntariado organizado. c. El voluntariado como protagonista del movimiento asociativo. Perfiles y ambivalencias. Aunque el protagonismo del movimiento asociativo corresponde por igual a las entidades, los socios y los voluntarios, nos gustaría detenernos brevemente en los últimos en cuanto que representan el principal valor añadido de las organizaciones de acción social. Su contribución a la cohesión social es indudable en la medida en la que contribuyen a humanizar el mercado suavizando las fricciones del sistema capitalista y fomentando la cercanía y la responsabilidad social hacia los más desfavorecidos, sentando las bases de un altruismo transversal que contagia todos los órdenes de la esfera social. Igualmente, el voluntariado podría suponer una rampa de lanzamiento de un buen número de “ciudadanos precarios” (Moreno, 2000) (emigrantes, gitanos, drogadictos, reclusos, etc.) que inicialmente son los beneficiarios de sus acciones altruistas y que posteriormente se integran en la organización como voluntarios como primer paso hacia su integración social. En definitiva, el voluntariado, y las entidades donde está presente, están protagonizando un relevante papel como última “red de seguridad” para los colectivos más afectados por situaciones de exclusión social. No obstante, tampoco debemos caer en el error de hiperidealizar o mitificar la figura del voluntariado o confundir la imagen ideal y preconsciente del voluntariado con su realidad concreta. En cuanto a la realidad concreta a la que me refiero, según Luís Aranguren, hay que distinguir entre la realidad incuestionable del fenómeno del voluntariado, entendido como una realidad en alza cuantitativa y cualitativamente hablando y a la que me referiré posteriormente, de la realidad de la cultura del voluntariado. En lo que respecta al fenómeno del voluntariado es una realidad en alza, cuantitativa y cualitativamente hablando, que podría explicarse atendiendo a distintas investigaciones orientadas a conocer cuántos y sobre todo cómo son los voluntarios. La investigación dirigida por García Delgado (2004) cifra en 27.000 las organizaciones de acción social con unas estimaciones de voluntarios de 965.000 (equivalentes a 111.000 empleos remunerados). Por otra parte, en el reciente trabajo coordinado por Pérez Díaz y López Novo (2003) se estimaron para algo más de 15.400 organizaciones de acción social en torno a 734.000 voluntarios quienes, según este trabajo, son mayoritariamente mujeres (58%) y menores de 35 años (66%), cuya dedicación más habitual es la que no supera las 5 horas a la semana. En lo que se refiere al nivel de estudios, Pérez Díaz y López Novo confirman que los voluntarios españoles tienen un nivel educativo superior a la media nacional, ya que en esta investigación el 28% cuenta con estudios universitarios frente al 12% de universitarios que refleja la Encuesta de Población Activa para el conjunto de la población mayor de 16 años. Tabla 5 El asociacionismo de acción social en España: Recursos humanos Fuente bibliográfica PÉREZ LÓPEZ (2003) DÍAZ Y NOVO GARCÍA DELGADO (DIR)(2004) Año de Nº / tipo referencia organizaciones 1999 2001 de 15.400 entidades de acción social 27.000 entidades de acción social Voluntarios 734.000 965.000 (equivalentes a 111.000 empleos remunerados) En cuanto a la cultura del voluntariado es mucho más heterogénea y abierta al debate. Concretamente, conviene aclarar que el voluntariado puro y altruista no es necesariamente el perfil dominante ya que la realidad voluntaria es mucho más heterogénea, y las motivaciones más ambivalentes, de lo que a priori conformamos en nuestras conciencias. Concretamente, observamos como, por una parte, el voluntariado está actuando como red de seguridad frente a la sociedad del riesgo y como contrapeso de los valores socioeconómicos dominantes (de competitividad, búsqueda del éxito inmediato o consumismo). Pero por otra parte, hemos observado a través de prácticas cualitativas como los grupos de discusión, que en el voluntariado no predomina la actitud de transformación o de cambio social, salvo en excepciones como el voluntariado ambiental. En los últimos años se ha producido un desplazamiento de la acción ideológica por la asistencial, el voluntariado está cada vez más desideologizado y profesionalizado, lo que parece estar dando lugar a un voluntariado más preocupado por remediar el problema en el efecto en vez de en la causa A la pregunta de ¿cómo son los voluntarios? hemos pretendido darla respuesta en el reciente trabajo de la Fundación Foessa y la Universidad de Alcalá en el que se ha analizado la estructura motivacional del voluntariado mediante 30 entrevistas en profundidad y cinco grupos de discusión entre voluntarios, ex voluntarios, gestores y técnicos de la administración. En dicha investigación se pone de manifiesto como en el voluntariado aparecen, en la mayoría de los casos, y de forma simultánea, diversas orientaciones motivacionales. Tales orientaciones, estarían guiadas por las necesidades, carencias o intereses personales expresivos o instrumentales que tiene el propio voluntario (orientación individualista), por la intención de satisfacer las necesidades ajenas (orientación moral) o por la voluntad de transformar la sociedad (orientación social). Unas orientaciones que son complementarias entre sí, orientaciones que la mayoría de los voluntarios incorporan en su proceso motivacional aunque en una proporción variable de manera que en la mayoría de los casos suele haber un eje motivacional dominante pero no único. Orientaciones que, finalmente son dinámicas en la medida en la que cambian con el tiempo y dentro de cada individuo. Partiendo de estas orientaciones y del análisis de los discursos reflejados en las entrevistas en profundidad y en los grupos de discusión realizados en el trabajo de Fundación Foessa y la Universidad de Alcalá, uno de los investigadores de este trabajo, Ángel Zurdo, ha elaborado una tipología de voluntariado que se resume básicamente en cuatro perfiles: Un primer perfil sería el denominado como Voluntario individualista expresivo y moral, con fuerte presencia de las orientaciones moral y expresiva y que contempla dos variantes: El denominado como Voluntariado Tradicional, de fuerte orientación moral, de carácter religioso, que concibe la actividad voluntaria como un deber que implica sacrificio y reciprocidad, donde hay que devolver lo recibido y que, aunque se muestra en claro retroceso, presenta un alto grado de fidelidad e identidad con la organización. Y por otra parte, el Voluntariado Renovado, donde la orientación expresiva predomina sobre la moral y que actúa por responsabilidad y realización personal, a modo de resocialización. En segundo lugar, el voluntariado individualista complejo, que actúa por realización personal y para adquirir experiencia pero que presenta problemas para delimitar en su discurso cual de las dos vertientes es la predominante. No se encuentran cómodos con la “entrega vital ilimitada” a los demás ni con “la rentabilización a ultranza" del voluntariado. En palabras del propio Angel Zurdo “no pretenden cambiar el mundo, no porque no quieran, sino porque creen que no se puede”. En tercer lugar, el voluntariado individualista instrumental o voluntariado profesionista. Junto con el voluntariado individualista complejo es el perfil más característico de voluntario aunque posiblemente no el más numeroso. Estrechamente vinculado a la situación del mercado laboral, es un voluntario “mercenario” que actúa conscientemente como voluntario para integrarse en el mercado laboral y que en los casos extremos parte del convencimiento de que el voluntariado supone un recurso sustitutivo del personal profesional. Finalmente, el voluntariado grupalista, junto al primer tipo (el voluntario individualista expresivo y moral tradicional) es el grupo más debilitado en los últimos años. Tiene una fuerte presencia de la orientación social transformadora. Su actividad está dirigida a promover el cambio social y muestra un fuerte sentimiento de pertenencia a la organización. 3. Un breve retrato del asociacionismo y el voluntariado en el País Vasco. Al igual que en el resto de España, en el País Vasco el asociacionismo ha dejado de ser un fenómeno marginal y minoritario y cuenta con un intenso reconocimiento social. De ello dan buena cuenta diversas investigaciones y publicaciones que han analizado la realidad asociativa vasca entre las cuales me referiré fundamentalmente a dos: El trabajo coordinado por Ruiz Olabuénaga (2002) y el estudio sobre voluntariado en Bizkaia 2004 realizado por Bolunta, la Agencia para el Voluntariado y las Asociaciones. Según Ruiz Olabuénaga (2002), el perfil general del asociacionismo vasco, en especial el de acción social, no se alejaría significativamente del caso español en lo que se refiere a la heterogeneidad de objetivos y oferta de servicios, la transversalidad de ámbitos de actuación y la disparidad en el tamaño y antigüedad de las organizaciones, como tampoco difieren en sus principales funciones (aportar innovaciones, prestar servicios, actuar como defensor, garantizar valores y como estructura mediadora) y en sus limitaciones (falta de transparencia financiera, particularismo social, recelos interasociativos, déficit de democracia interna…). Esta proximidad, según el citado autor, incluso haría factible la extrapolación al País Vasco de los datos de la situación española. De dicha extrapolación se desprende en este trabajo que en el conjunto del Tercer Sector vasco habría aproximadamente 20.000 entidades no lucrativas de las cuales 1600 lo serían de acción social. En lo que respecta al número de voluntarios, en el conjunto del sector no lucrativo para el año 2000 se cifrarían unos 50.000 voluntarios en sentido estricto (es decir que dedican al menos 4 horas de voluntariado a la semana) y 220.000 en sentido amplio (que dedican al menos 1 hora al mes). Cuando se trata específicamente de los de acción social se situarían en 13.000 y 58.000 respectivamente. En cuanto a las preferencias asociativas los ciudadanos vascos se decantan por las de carácter deportivo, cultural y de ayuda social, cifrándose en estas últimas aproximadamente unos 180.000 socios, lo que representaría el 10,5% de la población mayor de 18 años residente en el País Vasco en el año 2000. El personal remunerado en el conjunto del asociacionismo vasco representa aproximadamente 55.000 empleos a jornada completa, es decir, el 6,8% de la oferta total de empleo del PV mientras que en las de acción social supondrían unos 15.500 empleos a jornada completa (1,9 % del empleo en el PV). En cuanto al volumen total presupuestado por las entidades no lucrativas vascas supone, según Ruiz Olabuénaga, aproximadamente el 6,8% del PIB del PV y las de acción social el 1,4% (520 millones de euros- aprox. 86.500 millones de pesetas). Una buena parte de los ingresos, concretamente más de la mitad proceden de fondos de las administraciones públicas, un tercio de donaciones privadas y el resto de cuotas de socios Tabla 6: Recursos humanos y contribución al PIB del asociacionismo en el País Vasco Voluntarios ASOCIACIONISMO NO LUCRATIVO VASCO ASOCIACIONISMO VASCO DE ACCIÓN SOCIAL Fuente: Ruiz Olabuénaga, J.I. (coord, Autónoma del País Vasco, EDEX, Bilbao Empleos a jornada completa % PIB En sentido estricto (<4 horas/semana = 50.000 55.000 6,8% voluntarios En sentido amplio (<1 hora/MES=220.000 En sentido estricto= 13.000 15.500 1,4% En sentido amplio= 58.000 2002): El Tercer Sector de acción social en la Comunidad El estudio sobre voluntariado en Bizkaia 2004 realizado por Bolunta aporta mucha luz al conocimiento de la realidad voluntaria vasca en un contexto de escasez de investigaciones al respecto. Este estudio se circunscribe a seis grandes grupos de voluntariado: Voluntariado social, de cooperación al desarrollo, medioambiental, comunitario, cultural y cívico y a tres segmentos de población: los voluntarios actuales, los que lo fueron algún día y los que nunca lo han sido. Sin ánimo de ser exhaustivos, en este trabajo se pone de manifiesto como el voluntariado en Bizkaia representa aproximadamente el 11% de la población vizcaína mayor de 18 años (en torno a 106.000 personas) mientras que el 75,5% nunca ha sido voluntaria. El perfil sociológico del voluntario actual se correspondería con mujeres de entre 23 y 39 años, asalariadas por cuenta ajena, con estudios superiores y cuya edad media de inserción en el voluntariado rondaría los 30 años. En cuanto a sus preferencias asociativas, aunque no hay una preferencia contundentemente clara, al igual que vimos a nivel nacional se decantan por las asociaciones deportivas, de ocio y cultura. La mayoría de estos voluntarios han conocido su organización por el boca a boca y las principales motivaciones son expresivas (realización personal, satisfacción por ayudar a los demás y por sentirse útiles para la sociedad) más que instrumentales. Se encuentran altamente satisfechos con ser voluntarios (lo califican por término medio con un 8 sobre 10) y están muy comprometidos con la organización (el 65% dedica más de tres horas semanales al voluntariado) si bien su implicación tiende a disminuir con la edad. Este nivel de satisfacción perdura entre el “voluntariado perdido”, es decir, las personas que han sido voluntarias en alguna ocasión, ya que el abandono de la actividad de voluntariado tienen más que ver con la falta de tiempo por razones laborales o de estudios que con su insatisfacción con el voluntariado que realizaron (lo valoran con una nota similar al voluntariado actual). Lo cierto es que tal satisfacción del voluntariado vasco actual y el perdido no es garantía de que en un futuro el voluntariado vaya en aumento o que sea más comprometido. El análisis del voluntariado potencial sitúa, como afirman los mismos autores, en una encrucijada el voluntariado vasco. Por una parte porque su compromiso e implicación sería más ocasional dada la falta de tiempo para el voluntariado. Por otra parte, porque el elevado interés en el voluntariado de los voluntarios potenciales (el 46% tiene interés en ser voluntario y otro 40% tendría que pensarlo) dista mucho de las probabilidades reales de serlo ya que sólo el 9% considera probable o muy probable llegar a ser voluntario algún día. 4. Retos para el futuro Desde un punto de vista cuantitativo parece que en el futuro puede jugar a favor del movimiento asociativo una mayor participación de grupos sociales tradicionalmente menos participativos como las nuevas cohortes de personas mayores más formadas y expertas, y las minorías étnicas, mientras que en contra podríamos tener la creciente incorporación de la mujer al mercado laboral con su consiguiente reducción de tiempo libre para el voluntariado. En cualquier caso, el impacto neto de estos efectos y de muchos otros es difícil de cuantificar si bien hay indicios de que el movimiento asociativo institucionalizado no crecerá significativamente en los próximos años. Sucede empero que, la fortaleza del movimiento asociativo en el futuro puede que no dependa tanto de su número como de su legitimidad sociopolítica, de su visibilidad social y de su viabilidad económica. Su legitimidad social parece estar avalada por las encuestas ya que las denominadas ONG son consideradas como realmente necesarias por el 63% de los encuestados (barómetro CIS 2419, Alemán y Trinidad, 2001). Su visibilidad social es cada vez mayor ya que son ampliamente conocidas tal y como refleja dicho barómetro de mayo del 2001 en el que el 88% confirma que las conoce. Una visibilidad social que contrasta con la escasa relevancia que los medios de comunicación de masas dan a las entidades de acción social limitada en la mayor parte de los casos a cuestiones puntuales como la intervención de ONG para el desarrollo en catástrofes humanitarias, la protección de colectivos como la mujeres maltratadas, la infancia y los inmigrantes y la promoción del voluntariado en Congresos o foros en los que participan personalidades de prestigio como ponen de manifiesto Marbán, Rodríguez Cabrero y Zurdo (2003) en un seguimiento observacional de las noticias sobre ONG presentadas en la radio y en la televisión durante gran parte del año 2001 en la investigación de la Fundación FOESSA. En cuanto a la viabilidad económica, el movimiento asociativo de acción social sigue dependiendo excesivamente del Estado donde más del 50% de sus ingresos dependen de las subvenciones públicas (53% según investigación de FOESSA y 57% según la dirigida por García Delgado, 2004). Una dependencia que a pesar de ser comúnmente aceptada por un 67% de los ciudadanos (frente a aquellos que piensan que deben financiarse solamente con fondos privados como donativos y cuotas, 20%) (CIS 2419) puede conllevar una merma en su capacidad reivindicativa convirtiéndolas en meras cogestoras de los servicios sociales. Esta complacencia con lo que dicen las encuestas puede llevarnos a hiperidealizar un sector que no está exento de fragilidades ni de tensiones como consecuencia de su institucionalización, afrontando una triple problemática subyacente al proceso asociativo y concretada en la elección entre entidades reivindicativas y/o de servicios, entre dependencia o independencia del Estado, incluso entre profesionalización y/o voluntariado. De las limitaciones de asociacionismo de acción social son conscientes los propios expertos y directivos de las asociaciones de acción social tal y como han demostrado las entrevistas realizadas en la investigación cualitativa de la Fundación Foessa para quienes la contribución de los movimientos asociativos a la política social en los próximos años dependerá de que se superen una serie de retos en varios niveles. En su relación con la administración, el reto es, con sus propias palabras, desarrollar una “cultura de colaboración pactada que garantice la independencia del sector voluntario”. En las relaciones dentro del propio TS: fomentar “la cultura de la colaboración entre las propias entidades, potenciar su visibilidad social y superar las limitaciones que crónicamente siguen afectando a la estructura organizativa de las entidades voluntarias. Entre estas limitaciones destacaríamos, entre otras: • Falta de transparencia financiera, de una cultura de la auditoría, y de evaluaciones externas. • Problemas de particularismo social y exceso de recelos interasociativos. La rápida y fragmentada universalización de los derechos sociales ha dado lugar a un sector voluntario de crecimiento desigual, igualmente fragmentado donde conviven entidades ya consolidadas que han sabido readaptar sus estructuras y conservar un gran tamaño con entidades muy pequeñas y con entidades “francotiradoras” que apuntan a necesidades muy concretas y desaparecen en un corto plazo. Un sector cuya homogeneidad tiende a hiperidealizarse cuando el asociacionismo de acción social en la realidad transita entre organizaciones grandes y poderosas y entidades pequeñas y débiles. • Problemas de democracia interna y de renovación de equipos directivos. • Excesivo predominio de lo asistencial sobre lo reivindicativo. No superar estas limitaciones o seguir arrastrándolas puede poner en peligro la consolidación de un sector y el fracaso y desaparición de un buen número de entidades ante el abordaje de la actividad mercantil en espacios de acción social y el creciente control administrativo de las entidades. Incluso puede llegar a constatarse lo que apuntan Pérez Díaz y López Novo (2003), es decir, que de no superarse estas limitaciones el asociacionismo no lucrativo pueda convertirse en un campo abonado para la proliferación de organizaciones que fracasan permanentemente. BIBLIOGRAFÍA: Abrahamson, P.(1997): “Buen gobierno y política social en Escandinavia: la tutela de la pobreza”, en Giner y Sarasa (eds) (1997), pp. 61-80 Alberich, T. (1994): “Aspectos cuantitativos del asociacionismo en España”, Documentación social, nº 94, pp 53-74. Alemán , C. y Trinidad, A. (2001): “Las actitudes solidarias en España “, en Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, nº extraordinario. Alexander, J. C. 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