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Revista Doble Vínculo Nº 0 Ciencia y religión en la sociedad mundial Darío Rodríguez Mansilla Francisco Mujica Coopman El destacado sociólogo alemán Niklas Luhmann fue invitado en octubre del año 1988, en el marco de la celebración del centenario de nuestra universidad, y se le solicitó que dictara una conferencia sobre “Ciencia y religión”. En octubre, a veinte años de esa ocasión y transcurridos diez años de la muerte de Luhmann tendrá lugar en nuestro país un congreso internacional sobre su obra. En el presente artículo, recordaremos algunos aspectos de esa conferencia, tratando de integrarlos en el marco de la teoría de la sociedad elaborada por este autor. Mucho se ha discutido en la modernidad sobre la supuesta tensión entre fe y ciencia: verdad científica y religión parecerían confrontarse. No obstante, si analizamos el proceso de diferenciación funcional de la sociedad, veremos que si bien ciencia y fe han seguido derroteros distintos y hoy entregan diferentes prestaciones a la sociedad, no por eso es la marca de su destino ser rivales; no operan bajo la fórmula de “la una o la otra”. En las sociedades arcaicas la religión debe dar cuenta de todos los problemas que importan a la sociedad. Entrega una protección básica en todas las áreas funcionales, ofreciendo a éstas un ámbito protegido de variación. Gracias a esta protección, estas esferas funcionales pueden diferenciarse incrementando progresivamente su autonomía. En dichas sociedades, toda autoridad política se legitima religiosamente, lo que implica que sus acciones se encuentran limitadas por normas que no han sido su creación. La escasez -que conduce a desigualdades en la satisfacción de necesidades- también encuentra explicación y legitimidad en creencias religiosas y lo mismo sucede en las demás esferas de la vida social. En los primeros agrupamientos humanos, las relaciones sociales son proyectadas sobre todo el mundo. Las dicotomías básicas, de bien y mal, cercano y lejano, amigo y enemigo, conocido y desconocido, familiar y no familiar, son todas de naturaleza social -el mundo no está hecho de cosas familiares y no familiares, conocidas y desconocidas, buenas y malas, etc.-, pero se aplican a todas las cosas. La constitución del mundo es social, lo que se manifiesta en que se pueden establecer relaciones sociales con un amplio espectro de objetos: animales totémicos, espíritus de los muertos, vegetales o minerales varios. Los 91 Revista Doble Vínculo Nº 0 límites del mundo social no son todavía idénticos con los del sistema humano. De esta manera, como demostró Durkheim, se usaban modelos copiados de la organización social para dar un orden comprensible al mundo no social. La de-socialización del mundo reduce lo social a las relaciones humanas, al tiempo que expande las posibilidades para estas relaciones sociales humanas. Un prerrequisito para este desarrollo es que la selectividad de la acción se haga visible y pueda ser atribuida a los individuos. A su vez, esto sólo puede ocurrir si las estructuras del sistema social y sus horizontes de sentido producen un excedente de posibilidades a partir del cual toda acción pueda aparecer como contingente. Sólo cuando es absolutamente claro que actuar implica escoger entre una multitud de posibilidades, se necesita preguntar por los motivos. Con esto, continúa Luhmann, también se individualiza la ansiedad y se hace necesario generalizar el medio religioso para absorberla, de modo que pueda acoger diferentes tipos de individuos con ansiedades referidas a distintas circunstancias de vida y de proyectos vitales. La Ilustración, con su confianza extrema en la razón, llegó a postular que la ciencia podría reemplazar a la religión. El ideal mismo de la ilustración, “Sapere aude”, es propuesto como desafío a las creencias legitimadas por la religión. Doscientos años después, es evidente que la religión no ha desaparecido y que la sociedad mundial es un único sistema diferenciado funcionalmente. No puede sustituirse la religión por la ciencia ni la ciencia por la religión así como no sería pensable reemplazar la economía por la política ni la educación por el derecho. La diferenciación funcional experimentada por la sociedad mundial desmiente las predicciones de la tradición ilustrada y del racionalismo europeo. Ha conducido más bien a la especialización de sistemas en funciones distintas que no pueden ser reducidas entre sí. Si bien en el curso de la historia ha habido dificultades entre ambos sistemas y es probable que se continúen produciendo discrepancias referidas a la ética de la investigación científica, en su funcionamiento cotidiano cada uno de estos sistemas opera de acuerdo a sus propios códigos y tiene sus propios problemas y tareas. Por otra parte, la religión- y específicamente la institución del monacato- dió origen a lo primero que podríamos denominar como universidad. La actividad incesante del copismo medieval (”Ora et labora”) y la exegética de las obras de Platón y Aristóteles dan cuenta de aquello. Este hecho determinante en el desarrollo de la ciencia es frecuentemente olvidado por quienes hacen la crítica de la cultura y también por quienes tras el escudo de la 92 Revista Doble Vínculo Nº 0 objetividad ocultan posturas ideológicas. La Escuela de Artes y Oficios Medievales, inaugurada por Carlomagno, certifica el nacimiento social de la universidad, que se perpetúa con la escolástica y la filosofía tomista. Sin los procesos de propensión a la duda y subjetivización derivados de la reforma protestante, el Concilio de Trento y la contrarreforma católica, sin la metodicidad y la entrega de la doctrina jesuita, poco sabríamos de razón pura, teorías, hipótesis y método científico. Si bien es cierto que religión y ciencia no son lo mismo, también es cierto que sin la diferenciación funcional de la religión, no contaríamos hoy con un subsistema científico socialmente autónomo: la religión fue un gran catalizador para la posibilidad de buscar la verdad científicamente definida. Los cambios religiosos derivados de la Reforma y la Contrarreforma llevan a que se vuelva a plantear la pregunta por la salvación. Esta angustiante incertidumbre decanta en necesidades sociales inéditas. La generación de Goethe es la primera en institucionalizar socialmente la introspección como método de autonálisis para alcanzar la garantía de la salvación. Independientemente de los resultados religiosos de tal proceso, la filosofía ilustrada y el psicoanálisis son herederos directos de la actividad de revisión introspectiva: desde ahora el hombre tiene una mirada escrutadora tanto de sí mismo como del mundo circundante. Esa nueva forma de observación será una piedra angular de la ciencia contemporánea. La conformación católico-pietista se estructuró de acuerdo a las nuevas necesidades de la sociedad para dar cabida a la incipiente individualidad. La formación de la personalidad exige la incorporación de elementos culturales y la universidad juega un papel incuestionable en este proceso. Las formas de presentación individual ante el mundo que hoy día nos parecen normales (sensibilidad, expresividad, discurso, vulnerabilidad, sensación de dignidad personal, etc.) existen sólo por la estabilización social del sistema educativo y, en particular, por la universalización y especialización de la institución universitaria. Desde ahora en adelante el hombre es arrojado al mundo y, en virtud de la comunicación social, debe formar su personalidad y su destino: en libertad y de forma contingente lucha por la autenticidad y la autodeterminación. 93 Revista Doble Vínculo Nº 0 La ciencia colabora en esto con la religión. En la medida en que la ciencia concibe al hombre como un ser finito, empírico y concreto, ¿cómo puede aspirar a la trascendencia? La religión es la solución a esta ambigüedad entre lo inmanente y lo trascendente, el sistema religioso ofrece la posibilidad de acceder a lo trascendente desde nuestra inmanencia. La universidad acepta este principio de diferenciación y lo seculariza desde la enseñanza, mediante la idea de formación moral. Junto con impartir métodos, conocimientos, dotar espacio para el debate, la argumentación y la crítica; la universidad se autoimpone como misión de carácter universal la formación moral de los individuos y de incorporar ese elemento a las comunicaciones que reproduce. Hay individuos que viven sin religión; se manifiestan como descreídos o simplemente viven su vida sin una preocupación de índole religiosa. Sin embargo, situándose en el nivel individual no es posible extraer conclusiones acerca de la sociedad. Por eso se requiere una teoría capaz de diferenciar entre el nivel de los sistemas psíquicos y el nivel de los sistemas sociales. Desde ella se ve claro que aunque haya individuos que puedan vivir sin religión, no existe sociedad alguna sin religión. A toda distinción se le puede hacer la pregunta por su unidad, lo que en la teología fue discutido con toda claridad por Nicolás de Cusa. Si, por ejemplo, se tiene la distinción entre bien y mal, ¿cuál es la unidad de bien y mal? La pregunta por la unidad última, por la “coincidentia oppositorum”, es la que propiamente se hace la religión. Desde un punto de vista funcionalista, la pregunta acerca de la necesidad de la religión adquiere otro cariz. El método funcionalista opera indagando por otras soluciones funcionalmente equivalentes. En esta línea de investigación, sin embargo, no es posible contentarse con respuestas superficiales que creen poder demostrar, por ejemplo, que ideologías seculares como el marxismo, mecanismos simbólicos como el dinero o, incluso, formas de escapismo como las drogas podrían ser un equivalente funcional de la religión. Si se entiende mejor lo que es una función, estos malentendidos se disipan. Si se comprende, por ejemplo, que la función de la religión consiste en la respuesta a preguntas últimas o la solución de la paradoja, entonces queda en claro que no es posible definir la función de la religión sin considerar la interpretación religiosa de esa función. En la medida que la religión se dedica al problema de la simultaneidad de lo indeterminable y lo determinable o de la 94 Revista Doble Vínculo Nº 0 trascendencia y la inmanencia no hay para ella ningún equivalente funcional posible. En otras palabras, la religión constituye un sistema autosustitutivo. La sociedad, dice Luhmann, sólo puede existir como sistema autorreferencial. Está compuesta de comunicaciones que remiten a otras comunicaciones. Esta condición hace que la religión sea inevitable y, agrega, la vida social tiene una calidad religiosa. La constitución paradójica de la autorreferencia impregna toda la vida social y es, al mismo tiempo, un problema particular de la vida humana. La pregunta por el sentido último puede ser hecha en cualquier momento, aunque no todo el tiempo. Si se traduce todo esto en términos del análisis funcional, se puede afirmar que el problema fundamental de la paradoja del mundo sólo puede ser resuelto por la religión, porque ésa es su función. 95