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CRÓNICA GASTRONÓMICA La creatividad de un buen intérprete En el restaurante “Lavanda”, en El Escorial. Por Rafael Anson. 01/08/2016@16:43:48 GMT+1 Por Rafael Anson Más artículos de este autor Muchas veces, cuando almuerzo o ceno en un restaurante, pienso y hago un paralelismo con la música. Comprendo que Mozart o Beethoven son genios del arte y de la cultura universal. Ser un buen compositor es muy difícil y está reservado a unos cuantos elegidos por las musas. En cambio, hay grandes y buenos directores de orquesta y, por supuesto, magníficos intérpretes al piano o al violín o en cualquier otro instrumento musical. Creo que en el mundo de la cocina existe algo parecido. Auténticos creadores, compositores, hay muy pocos. Sin embargo, directores de cocina, virtuosos en determinado tipo de platos, hay muchos o, por lo menos, hay muchos más que compositores. Digo todo esto para destacar algo que tuve la oportunidad de disfrutar el otro día. Estuve en un hotel, albergue, fantástico, en Robledo de Chabela, cerca de El Escorial, a menos de una hora de Madrid. El hotel, que podría ser perfectamente un Relais & Chateaux se llama “Los Cinco Enebros” (http://www.loscincoenebros.com/). El restaurante, “Lavanda”. Es un lugar confortable, alegre, maravillosamente cuidado en todos los detalles, donde sus dueños, una familia, han puesto todo lo necesario para que el viajero, el visitante, el cliente, disfrute de paz y sosiego en plena naturaleza, con todos los adelantos de la tecnología moderna. Y en el restaurante, un gran chef, un magnífico intérprete, un gran director de cocina que, además, sigue cocinando con sus manos. Se llama Alejandro Quintanar. Y un plato que figura en la fotografía. Nada más clásico, más tradicional y aparentemente menos creativo que unas patatas fritas, un huevo pasado por agua o una carne, en este caso un hígado, a la sartén. Pues bien, unidos los tres en una pequeña sartén, convierten esa receta en un auténtico placer para los sentidos, para la vista, para el olfato y para el gusto y, también, para el tacto. Faltaba la música. Quizás, de Falla. Además de ese plato, para mí la estrella de la carta, un buen bacalao de Alaska con un impecable romescu. También, el bogavante, al que quizás le faltaba un poco de sabor pero que estaba muy bien de textura y de temperatura. Y unas estupendas patatas baby (no arrugadas como en Canarias), simplemente cocidas, con un alioli al humo, al que quizás le faltaba un poco de ajo. Menos conseguido un falso salmorejo. Pero extraordinario el mojito, con un sorbete de limón con el ron incorporado y con una salsa fresca de menta, recién hecha. En resumen, un concierto muy bien orquestado y con un gran director de orquesta que, a su vez, es un gran pianista porque es el quien elabora cada uno de los platos con sus manos. Estoy seguro que con el tiempo, Alejandro será capaz de crear sus propias partituras pero, por el momento, consigue que Mozart o Beethoven suenen maravillosamente bien. Y es que nuestras madres, abuelas y bisabuelas crearon auténticas obras maestras de la cocina universal. Interpretarlas bien, mezclar unas con otras o unos ingredientes con otros, es más que suficiente para garantizar el placer del comensal. La gastronomía es la industria de la felicidad y se es mucho más feliz cuando se escucha una creación musical o culinaria bien interpretada que cuando uno tiene que escuchar una mala partitura o una falsa creatividad.