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1 PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX. FRAGMENTOS PARA LA HISTORIA DE UNA APROPIACIÓN Joaquín Álvarez Barrientos (CSIC) Madrid 1. Calderón en el siglo XVIII. 2. Recuperación erudita (siglo XVIII). 3. Refundiciones. 4. La “querella calderoniana” y la corriente crítica. 5. En el siglo XIX. Continúa la apropiación erudita. Importancia de la prensa. 6. Literatura y política. 7. 1881. Segundo Centenerario. Espíritu de Exposición Universal. 8. Influencia del teatro de Calderón. 9. Calderón como personaje literario. 10. Calderón clásico y castizo, 11. Final también fragmentario En estas líneas trazaré la historia, necesariamente fragmentaria, de la lectura y apropiación que los siglos XVIII y XIX hicieron de la figura y obra de Pedro Calderón de la Barca. Proceso que dio como resultado esa imagen ortodoxa de un Calderón que no ríe, serio y poeta teólogo que es la más extendida. La fortuna de Pedro Calderón de la Barca casi desde el momento de su muerte, en que se le quiso beatificar, manifiesta el deseo, por parte de los poderes públicos, de apropiarse su figura y su producción literaria. La historia de esa apropiación política, ideológica y nacionalista refleja cómo se deformó la obra y el pensamiento del autor, tanto en los a_os de la Ilustración como en los posteriores, y ejemplifica también de qué manera se escribió la Historia de nuestra cultura. Calderón en el siglo XVIII Emilio Cotarelo dejó escrito que a lo largo del siglo XVIII sus obras se representaron con enorme aceptación y éxito de público, y que ese público que valoraba sus comedias y autos sacramentales era básicamente popular. Cotarelo, imbuido ya de la idea de que Calderón representaba a España, deformó la 2 imagen de la realidad dramática, pues a_os después, René Andioc mostró que, a medida que avanzaba el siglo, a Calderón, como al resto del teatro del Siglo de Oro, se le representaba menos y que, cuando don Pedro subía al escenario, apenas se mantenía en cartel. Además, para sorpresa de todos, por lo general, quienes acudían con más asiduidad a ver sus comedias eran los que más poder adquisitivo tenían: miembros de la nobleza que mantenían aún los valores caballerescos que Calderón mostraba (1976; 1996). El público necesitaba y prefería obras nuevas, cansado como estaba de las comedias antiguas. La valoración (y redescubrimiento) de Calderón caminó en paralelo a los intentos de crear una cultura nacional, proceso que se inició en el siglo XVIII, y sufrió sus vaivenes y servidumbres. El teatro del Siglo de Oro desempeñó un papel destacado en esta construcción de una cultura nacional. En este relato de manipulaciones o interpretaciones a menudo malintencionadas de la Historia y de las ideas, quizá hay que empezar por rebatir la noción simplista y parcial que se dio de lo que era el siglo XVIII y de la postura de sus intelectuales ante el teatro áureo. De manera general se expuso que los clasicistas, también llamados “galoclásicos” y "filogalos", le negaron cualquier valor, pues sus obras no se ajustaban a la regularidad de las unidades, además de mostrar un sistema moral reprobable. Desde hace ya algunos a_os se ha matizado notablemente esta idea que, sin embargo, sigue difundiéndose (porque, como dijo Einstein, es más difícil acabar con un tópico que romper un átomo). Luzán fue quien primero se refirió a Calderón de forma seria y ponderada y no desde_a al autor, antes al contrario: valora sus cualidades poéticas e imaginativas, aunque repare en lo que le parecen excesos gongorinos y culteranos, porque también se valoró al dramaturgo como poeta. El preceptista se basó además en su producción para establecer una clasificación de las comedias: de teatro, heroicas y de capa y espada, de las que hizo un elogio entusiasta. Pero lo que más interesa ahora es que, ya en 1737, Luzán concluía que los defectos de Calderón quedaban oscurecidos por sus cualidades y que su producción “sirvió y 3 sirve de modelo” (1977, p. 404). Luzán y muchos otros después, como Estala, Moratín y Jovellanos o los jesuitas expulsos expusieron sus opiniones sobre Lope y Calderón siempre matizadas, valorando unas características como cualidades y denostando otras como defectos. Si cuestionan la validez moral de las comedias y la dificultad de los autos, admiran muchas de sus bellezas y valoran lo principal: la capacidad del autor para interesar con la trama y los desenlaces, argumentos que emplearán después los eruditos del XIX.1 En La comedia nueva Moratín resume la actitud de muchos ilustrados: las comedias antiguas [...] están desarregladas, tienen disparates; pero aquellos disparates y aquel desarreglo son hijos del ingenio, y no de la estupidez. Tienen defectos enormes, es verdad; pero entre estos defectos se hallan cosas que, por vida mía, tal vez suspenden y conmueven al espectador, en términos de hacerle olvidar o disculpar cuantos desaciertos han precedido [...] Valen más Calderón, Solís, Rojas, Moreto cuando deliran que estotros [los autores contemporáneos] cuando quieren hablar en razón (II, vi, 1975, p. 115). Es cierto que hubo a lo largo del siglo una contienda entre dos grupos que entendían de diferente modo la literatura, y que en algunos casos las diferencias se extremaron: Nasarre (1992) y Nicolás Fernández de Moratín (1996), contra Erauso y Zavaleta, Romea y algún otro autor de poca entidad (Romero Tobar, 1981a; Guerrero Casado, 1981 y Nerlich, 1987). Estas escaramuzas, como las llamaron después, no tuvieron la trascendencia que la historiografía decimonónica les dio al utilizarlas para ofrecer una idea nefasta, por antiespa_ola y volteriana, del siglo XVIII. Desde mi punto de vista, lo que se estaba debatiendo en esas polémicas era la forma de apropiarse una tradición. En el caso de los castizos, porque pensaron que de fuera venía algo que cambiaba el ser de Espa_a (y sobre todo, ante la evidencia de que ciertas clases perdían los privilegios que habían gozado), y en el de los ilustrados, porque comprendían que era . Para lo que pensaban los teóricos del XVIII, véase Rossi (1968), Urzainqui (1984), Checa Beltrán (1990; 1998). 4 más contraproducente rechazar o prohibir algo, que reformarlo, y así intentaron adaptar el pasado a sus necesidades. Para ello crearon las instituciones y los “discursos” necesarios para dar cuerpo a una cultura nacional y centralizada, que después desarrollaron los intelectuales y políticos del XIX. Y en ese proyecto cultural y político se intentó que colaborarán la lengua, la literatura, la ciencia y las costumbres, unificándolas y dirigiéndolas. Ante el nuevo rumbo que tomaba Europa, ante lo que se ha llamado la modernidad, los reformadores comprendieron que había que cambiar España y para eso era necesario romper con el mundo antiguo de los Austrias, pero también entendieron la conveniencia de integrar el pasado en el nuevo sistema. De hecho, fue con la Ilustración cuando se comenzaron a escribir las primeras historias, también las primeras historias del teatro (dejando aparte el intento solitario de Bances Candamo) con Nasarre, Montiano (1751; 1753), Armona (1988) y García de Villanueva (1802). Y una forma de integrar ese pasado era hacer que las obras del teatro clásico difundieran los propios mensajes de los reformistas: de ahí las refundiciones, las adaptaciones y las regularizaciones. No se negaba, por tanto, el teatro antiguo español sino que se le quiso actualizar para que tuviera mayor vigencia y para evitar, en la medida de lo posible, lo que acabó sucediendo: que una facción, al cabo reaccionaria, proyectara la idea de lo que era ser espa_ol y se adueñara de ciertos personajes como imágenes o iconos de ella. Se dio un doble proceso de apropiación, que continuaría en el XIX, aunque con sus adaptaciones pertinentes. Por un lado, un proceso erudito, que valoraba con matizaciones a Calderón y al teatro antiguo, y por otro, un proceso práctico, escénico, de puesta al día de ese teatro, que dejaba de ser el que era, que cada vez interesaba menos, seguramente porque sus presupuestos ideológicos y religiosos desaparecían, y que cuando más se mantenían era al ofrecerlas refundidas, lo que pone de manifiesto el cambio que se operaba en las mentalidades. En una sociedad, cuya filosofía moderna ponía por delante la razón (y más tarde los sentimientos), y que separó 5 las órbitas de actuación de la ciencia y de la religión, los fundamentos escolásticos y teológicos del teatro calderoniado tenían que ir desapareciendo, salvo en algunas excepciones, que se exacerbarán a medida que se vean atacados, como la que representa el marqués de la Olmeda, que firmó su discurso en defensa de Lope y Calderón con el pseudónimo Tomás de Erauso y Zavaleta (1750). Si el teatro era para los ilustrados un medio educativo, difícilmente podían aceptar la producción calderoniana, y áurea en general, tal y como se concibió en su momento. Por eso las adaptaciones y la prohibición de los autos sacramentales, que tuvo que ver con estos planteamientos, pero también, y suele olvidarse, con el hecho de que casi nadie entendía ya nada de lo que veía y, sobre todo, con que resultaban muy caros. De manera que, en esa polémica por acabar con ellos, se vieron unidos los que figuraban en posiciones encontradas: por un lado, los moralistas detractores del teatro en general, y por otro los que querían su reforma y acabar con el discurso de la alienación que significaba, precisamente, no entender lo que desde el púlpito y el escenario se decía.2 En estas polémicas, a partir de los a_os sesenta, los periódicos desempe_aron un papel importante, dando más difusión a los argumentos y mayor posibilidad de opinar a los interesados, que si sólo se hubieran desarrollado en forma de libros, como ocurrió algunos a_os antes. En los cuarenta y cincuenta, cuando Nasarre, Montiano, Erauso y otros debatieron sus posturas, el medio del que se sirvieron fue el del libro. En los a_os sesenta, el vehículo será por lo general el periódico o el folleto. Los trabajos de Nifo, de El Pensador, de El escritor sin título, de Nicolás Moratín, de Luis Jayme, llegarán al público en forma de periódicos, y no será una discusión sólo entre eruditos, sino que participarán en ella “opinadores” y periodistas, que, desde el punto de vista de los . Para la historia de su prohibición, Esquer Torres (1965), Rossi (1967, pp. 9- 40), Andioc (1976, pp. 345- 379), Hernández (1980) y Palacios Fernández (1992 y 1998, pp. 109- 137). 6 "sabios", no siempre tendrán la adecuada preparación intelectual para intervenir en esas polémicas. Es un síntoma de cómo cambiaban los tiempos, porque, de hecho, cuando a_os después asistamos a la llamada “querella calderoniana” de Böhl, Mora y Alcalá Galiano, nos encontraremos con que se desarrolló desde los más urgentes periódicos y folletos. Es en estos textos de los a_os cincuenta y sesenta en los que la figura de Calderón empieza a ideologizarse de manera decidida, menos por los reformadores y más por los castizos que se la quieren apropiar como estandarte frente a lo que entienden que es invasión de nuevas ideas para destruir el pasado nacional. Es entonces, y no después, cuando a Calderón se le hace emblema de lo espa_ol; y contrasta este vivo empe_o con el hecho ya rese_ado de la cada vez menor asistencia del público a sus obras. Un ejemplo: el 24 de mayo de 1763 Nifo se queja de que apenas ha habido espectadores que acudieran a ver La vida es sue_o: “¿Quién creerá que una comedia doctrinal como ésta, y tan bien desempe_ada por parte de los representantes, ha tenido casi ninguna asistencia de los espectadores?” (Diario extranjero, pp. 122- 123).3 Sin embargo, ese mismo a_o, por las mismas fechas, el sacerdote Juan Cristóbal Romea y Tapia define a Calderón con los rasgos del que ya es guía del espíritu nacional, que más tarde serán recuperados, entre otros, por Mesonero Romanos: cristiano viejo, capellán, sabio, teólogo, poeta y gran dramaturgo (en el discurso IV de El escritor sin título). La apropiación continuará en los debates de Nicolás Moratín y otros. Los casticistas repitieron y ampliaron las ideas que Erauso había expresado, de manera harto farragosa y poco dada al debate, en 1750. Pero había sido él quien escribió que en las comedias de Lope y Calderón “se retrata con propios apacibles coloridos el genio grave, pundonoroso, ardiente, agudo, sutil, constante, fuerte y caballero de toda la nación” (1750, s.p.). Será el discurso que asuman a comienzos del XIX Böhl y Durán. . Para el papel de Nifo en la polémica sobre los autos, Palacios Fernández (1999), a quien agradezco me haya facilitado su texto aún inédito. 7 Pero hasta llegar a ese momento, hemos de pasar por el a_o 1767 en que Bernardo de Iriarte, en otro episodio de esta historia de apropiación, expurga una serie de obras del teatro del Siglo de Oro para regularizarlas y “convertirlas” al modo clasicista. Fue parte de un proyecto que no se llevó a término, inspirado por el conde de Aranda, para dotar a las compa_ías de un acerbo de obras clásicas espa_olas regulares. Bernardo de Iriarte leyó más de cien y selecionó y corrigió setenta y tres, de autores como Lope de Vega (3), Solís (5), Rojas Zorrilla (7), Moreto, etc. Calderón se lleva la palma con veintiuna obras seleccionadas, entre ellas Mejor está que estaba, La dama duente, Guárdate del agua mansa, Antes que todo es mi dama, No hay burlas en el amor, Casa con dos puertas mala es de guardar, pero naturalmente no La vida es sue_o (Palacios Fernández, 1998, pp. 87- 105; Rubio Jiménez, 1998). Recuperación erudita (siglo XVIII) Estas conversiones y refundiciones, de las que me ocuparé después, serán frecuentes desde entonces, contando con la participación de autores como Sebastián y Latre, Trigueros (Aguilar Pi_al, 1988), Enciso Castrillón (Álvarez Barrientos, 1989) y Dionisio Solís (Caldera, 1980; 1981) en el XVIII. Pero, al mismo tiempo, se recuperaba o se construía, según, historiográficamente nuestro pasado cultural. Si López de Sedano, Tomás Antonio Sánchez y más tarde Estala y Quintana recogieron la poesía, García de la Huerta dio a luz su Theatro Hespa_ol, entre 1785 y 1786, en el que no se encuentran obras de Lope aunque sí alguna de Calderón, y cuyo criterio de selección desencadenó una polémica (estudiada por Ríos Carratalá, 1987). Son dos fenómenos paralelos, que, como ya indiqué, se desarrollarán también en el siglo XIX. Por un lado, el criterio conservacionista de los historiadores y antólogos y, por otro, el de los hombres de teatro, que ponen al día las obras de los autores clásicos. Durante el XVIII no fueron muchos esos intentos eruditos, pero sí marcaron las líneas que seguirían después los estudiosos del XIX. Con frecuencia se ha hecho hincapié en la 8 importancia del factor extranjero como elemento para destacar o rechazar algo en nuestra historia --y esa influencia no se puede negar--,4 pero se ha hecho a menudo desconociendo o no queriendo aceptar lo que se trabajaba en el interior. La periodización de la poesía espa_ola, la de la historia literaria hasta el siglo XVIII, por ejemplo, la llevaron a cabo Luzán, el marqués de Valdeflores, Luis José Velázquez, en 1745, con sus Orígenes de la poesía castellana, el padre Sarmiento, se_alando los pasos, las épocas y los autores de valor. Fue Velázquez precisamente quien acu_ó el concepto de “Edad de Oro” o “Siglo de Oro” (Lopez, 1979). Y en esta construcción de la historia literaria nacional siguieron los jesuitas Juan Andrés, Lampillas, Masdeu, que dieron a Marchena, a Gallardo, a los historiadores del XIX y a Menéndez Pelayo las pautas y los autores que habían de configurar esa historia. En los empe_os de aquellos historiadores y de otros no citados --que ya no eran apologistas--, Calderón y el teatro de los siglos XVI y XVII tienen espacio importante, llegándose a escribir, ya en los a_os noventa, que Lope fue el creador del teatro moderno porque dio cabida en la escena a las costumbres contemporáneas (Estala, en su prólogo a El Pluto, 1794). En estas obras eruditas suele tratarse con más agrado y comprensión el teatro de Lope que el de Calderón de la Barca, pero esto no significa un rechazo. Luzán, por ejemplo, prefiere a Calderón.5 Refundiciones Pero si esto se hacía en el campo de la Historia Literaria, en el de la representación las cosas eran distintas. A Calderón, como ya indiqué, se le representaba poco y a menudo desfigurado. La labor de los refundidores fue muy destacada, pudiendo decirse que la mayoría de los espectadores conoció las . Precisamente lo destacaba Morel- Fatio para el caso de la celebración calderoniana de 1881. No me voy a referir en estas páginas al papel de Augusto Schlegel en la valoración de Calderón, de sobra conocido, para insistir más en los elementos españoles. . Una síntesis de estos trabajos en Álvarez Barrientos (1995b). 9 obras del teatro áureo gracias a esos arreglos y no directa y originalmente. Para ello habría sido necesario acudir a las ediciones de comedias sueltas, a las antologías citadas y a las que, ya en el XIX, se publicaron a partir de los a_os veinte. Pero no a la colección Teatro nuevo espa_ol, en la bisagra de los siglos, que incluía una lista de obras prohibidas, entre las que se encuentran algunas de las más famosas de Calderón. La fórmula de la refundición ha recibido bastante atención por parte de la crítica en los últimos a_os. Además del trabajo pionero de Ermanno Caldera (1974), el mismo Caldera (1983), Álvarez Barrientos (1995a), Vellón Lahoz (1990, 1994a y 1994b) y Charles Ganelin (1990, 1991), entre otros, le han dedicado estudios. Aunque siempre se manipula la obra de teatro a la hora de representarla, lo que entendemos por refundición va más allá de esas adaptaciones. Según el Reglamento general para la dirección y reforma de teatros, de 1807, refundidas eran aquellas obras “en que el refundidor, valiéndose del argumento y muchas escenas y versos del original, varía el plan de la fábula, y pone suyos incidentes y escenas de invención propia” (Cotarelo, p. 701b). El Diccionario de Autoridades, en segunda acepción, entiende que “fundir” es deshacer algo para volverlo a montar y darle la “perfección que le faltaba” y, en 1837, el Diccionario de la Academia, define “refundir” como “dar nueva forma y disposición a una obra de ingenio, como comedia, discurso, etc., con el fin de mejorarla”. Las definiciones académicas dan relieve al hecho de mejorar la composición, no a ponerla al día, aspecto que será rese_ado por la propia Academia, cuando en 1956 lo a_ada a su descripción. Que mientras se está refundiendo se defina tal actividad destacando la condición de mejorar la obra indica muchas cosas. Entre ellas la actitud y la conciencia de que, aunque se valora ese teatro, no se le considera perfecto porque lo perfecto es lo que se ajusta a los parámetros vigentes en ese momento. El trabajo del refundidor supone la existencia de una consideración previa y generalizada, según la cual se valora el pasado nacional pero, a la vez, se entiende necesaria su 10 revisión, su regularización, para que ese pasado (y esos valores) puedan ser absolutamente aceptados y apropiados en el presente. Estas adaptaciones, ya desde los tiempos de Bernardo de Iriarte y Sebastián y Latre, se ajustan al modelo prestigiado del clasicismo que, durante el tiempo romántico, seguirá funcionando. Se regularizaban las obras, se cercenaban aquellos discursos que no parecían morales y se impregnaban de cierto aire de época pero no del aparato escenográfico ni de la cosmovisión romántica. De este modo, autores como Bretón de los Herreros, Gorostiza, Fernández Guerra y otros hicieron hablar a los personajes de Calderón de un modo cercano y reconocible por el público decimonónico y, anacronismo singular y sin duda cómico, una obra del siglo XVII como es El astrólogo fingido, corregida en 1811 por Dionisio Solís, repasará algunas de las más famosas comedias de magia del siglo XVIII: _Vaya si yo lo creo! _Pues no está en la comedia ese Fineo, el Brancanelo y otros famosos en sus artes? _Del mago Catalán no hay quince partes? El mágico Fineo, Brancanelo el herrero, El mágico en Catalu_a son algunas de las comedias que más éxito cosecharon durante la centuria anterior. El caso de La vida es sue_o también resulta aleccionador y flagrante. Durante el reinado de Fernando VII había sido prohibida, también antes. Cuando volvió a representarse, conservó el título, algo que no siempre sucedía: El alcalde de Zalamea desde el XVIII se llamaba El garrote más bien dado (en el XVII había alternado ambos títulos) y Peor está que estaba pasó a titularse La carcelera de sí misma (1826) cuando la refundió Bretón, al pensarse que podía aludir a la situación de Espa_a. También mantuvo La vida es sueño casi todo el monólogo famoso de Segismundo pero no sucedió lo mismo con el comienzo, que, en lugar de situarse al amanecer del día, se presenta precisamente cuando empieza a oscurecer y cuyo monólogo inicial se suprimió. En lugar del “hipógrifo violento” se dice esto: (Dentro). Rosaura: _Ay infeliz! (Dentro). Clarín: Mira que desbocado el indómito bruto baja al prado 11 y antes que él baje, medirás el suelo si no te agarras bien. (Dentro). Rosaura: _Valedme cielos! (Dentro). Clarín: Dicho y hecho: fortuna que soltaste el estribo y al brinco te arrojaste. A continuación Rosaura entra en escena. Mesonero Romanos cuenta en sus Memorias que José I ordenó, como forma clara de valoración y acercamiento, que en los teatros de Madrid se pusieran los bustos de Lope y Calderón (1994, p. 152) y a_ade, insistiendo en lo ya se_alado, que sólo en el Trienio Liberal se pudieron ver las obras de los autores clásicos, que habían sido prohibidas, de las que el público español "apenas tenía ya noticia". Pero insiste en que esas obras clásicas fueron "discretamente escogidas y depuradas por el eminente literato don Dionisio Solís" (p. 313), siguiendo la tónica clasicista. Entre 1820 y 1833 el espectador madrile_o asistió a mil ciento sesenta y seis representaciones de obras refundidas (Gies, 1990), siendo los dramaturgos más 6 desfigurados Tirso de Molina, Lope y Calderón. Las refundiciones suponían la reafirmación de valores históricos que debían, sin embargo, someterse a la normativa teatral vigente: se dio así la paradoja de que Calderón, como otros comediógrafos áureos adaptados, fue crítico de aquellas cosas que también criticaron los neoclásicos. Fue crítico de sí mismo y del mundo en que vivió. La “querella claderoniana” y la corriente crítica Juan Valera, en la semblanza que hizo de Dionisio Solís, persistió en que durante el primer tercio del siglo XIX las “joyas de nuestros dramaturgos castizos” sólo se conocían gracias a estas deformaciones, y Pitollet recordaba que, como había sucedido durante el siglo XVIII, a Calderón seguía representándosele muy poco a comienzos del XIX (1909, p. VII), tendencia que continuará a lo largo de esa centuria (Allison Peers, 1974; Romero Tobar, 1981; Menéndez Onrubia, 1990). . Para Tirso, véase Ganelin (1990). Para Calderón, Sullivan (1982) y Caldera (1983), de quien he tomado algunos de los datos reproducidos más arriba. 12 Sorprende, por tanto, la insistencia en hacer símbolo de Espa_a a un autor que apenas interesaba a los espectadores, pero éstos no dirigían la política cultural. Tiene interés detenerse unos momentos en el papel que en este asunto jugaron el matrimonio Böhl de Faber y sus oponentes Mora y Alcalá Galiano. Es un episodio sobradamente conocido ahora gracias a los trabajos de Pitollet y Guillermo Carnero (1978, 1982), pero destacaré algunos aspectos porque, aunque quizá no tuvo tanto eco como hoy parece, sí fue un momento de especial intensidad en el proceso de dar forma y significado político a la figura del poeta, imagen que después sería asumida por otros. Fue entonces cuando los argumentos que se habían manejado en el siglo XVIII adquirieron una dimensión política militante. En este proceso es necesario resaltar la importancia de Paquita Larrea a la hora de utilizar a Calderón como emblema de lo espa_ol. Es ella, antes que su marido, quien ideologiza al poeta como instrumento de lucha y bandera de las esencias nacionales. Antes que las lecciones de Augusto Schlegel, utiliza a Erauso y Zavaleta (que estaba olvidado) y da un impulso definitivo al asunto al enfrentar a Calderón con las ideas de la Ilustración y de los afrancesados. Ilustración y liberalismo se convirtieron en los demonios contra los que el teatro de Pedro Calderón de la Barca, que no se representaba, habría de triunfar. Cuando Böhl regrese a Espa_a, convertido ya en ferviente católico, aprovechará algunas ideas del filósofo alemán, que además deformó al traducirlas incorrectamente, y politizará y demonizará el pensamiento ilustrado, insistiendo en relacionarlo con Francia, con la Guerra que aún estaba en el recuerdo de todos y con el naciente liberalismo. De este modo, Calderón, que no había sido rechazado por los ilustrados, como se ha visto, se convirtió en instrumento político y pretexto para combatirlos. No gustar de Calderón o hacerle objeciones estéticas significará rechazar a España y sus esencias. Así lo se_aló Alcalá Galiano a_os después en sus memorias: Empezó violenta esta lid, y siguió tenaz y enconada. Mezclóse con ella un tanto de política. Böhl y su se_ora eran acérrimos parciales de la monarquía al uso antiguo. El 13 primero había dejado la religión protestante, en que se había criado, por la católica; y siendo sincero en su conversión, era hasta devoto. La mujer afectaba la devoción como pasión [...]. Ya más ardiente la disputa, entró por parte de nuestros contrarios el acusarnos de jansenismo y de amor a las reformas (Cit. por Carnero, 1982, p. 312). Que era lo mismo que ser acusado de "francesismo" y de masón, como recordaba el mismo Alcalá Galiano. Junto a esto, la retórica propia del discurso reaccionario, que se había ido fraguando a la sombra del influjo cada vez mayor de la Ilustración y de los debates en las Cortes. No olvidemos que los Böhl vivirían en el Puerto de Santa María (Cádiz) y que en 1814, y cerca de allí, se había redactado el Manifiesto de los Persas, compendio de la ideología conservadora y ultramonárquica de la época. Por otro lado, do_a Frasquita había animado una tertulia en Cádiz de carácter netamente conservador donde reunía a los más se_alados representantes del bando servil (como recuerda Ramón Solís, 1987), y allí comenzó a fraguar su estrategia y su discurso,7 que también adoptaría Böhl. Así, por ejemplo, en la Segunda parte del Pasatiempo crítico en que se ventilan los méritos de Calderón, de 1819, el alemán escribía: Dígolo denodadamente y sin vergüenza: para hacer juicio de cualquier comedia nueva espa_ola, sólo debiera examinarse: 1_, si se acerca a la poesía de Calderón; 2_, si se allega a la nobleza y elevados pensamientos de Calderón; 3_, si tiene la invención de Calderón; 4_, si su estilo y dicción se conforman con los de Calderón (Cit. Carnero, 1982, p. 311). Será frecuente encontrar este estilo en el XIX al referirse a don Pedro. Agustín Durán, que escribió su Discurso . El 12 de julio de 1810 escribía a su marido: “Me ocupo de Calderón y de nuestros antiguos poetas para procurarme algún consuelo. En los poetas es que [sic] se puede percibir el espíritu, los modales y el carácter de las naciones. Los historiadores nos cuentan crímenes y la historia es tristísima lectura. _Cómo pinta Calderón esa nobleza, esa generosidad, ese excesivo pudonor que caracterizaba a los espa_oles de su tiempo! Pues todavía es lo mismo, a pesar de la corteza viciosa que los vecinos desde tanto tiempo han echado sobre esta nación, y los siglos venideros lo dirán” (Cit. por Carnero, 1990, p. 127). Nótese la dimensión mesiánica de la autora y cómo sus palabras coinciden con las de Erauso, a quien retomó. 14 (1828) siguiendo las mismas ideas de Böhl (de quien era amigo aunque no lo cite; realmente no lo hace nadie en el siglo), parece haberlo compuesto contra “los críticos modernos espa_oles [que querían] destruir nuestro antiguo teatro” (1973, p. 33. También Gies, 1975). Durán, con esta apreciación, nos sitúa ante una corriente crítica de esa tendencia general, demasiado silenciada, a la que llama “partido antinacional”. Entre estos antinacionales estarían los citados Mora y Alcalá Galiano, pero también Larra (Escobar, 1990), que no aceptan la “vuelta al pasado” que para ellos, como para otros exiliados exteriores e interiores, supone tomar como modelo el teatro antiguo, que no responde a las costumbres contemporáneas. Para éstos lo moderno en los a_os veinte y antes era la estética clasicista, de manera que reponer el teatro barroco era “desandar lo andado”, en palabras de Fígaro. Larra pasó, de considerar el clasicismo como modelo válido, a pensar que lo único aceptabble era una literatura actual, que diera cuenta de las costumbres presentes, por eso no participaba de la exaltación calderoniana ni del teatro antiguo en general, que considera representantes de la Inquisición y de la intolerancia política y religiosa. No le extra_aba, por tanto, que el público no acudiera “con prisa y calor” a las representaciones del teatro antiguo: era un teatro desligado de la realidad, cuyo valor se lo encontraban los pocos interesados en sus bellezas poéticas. Por eso lo llamará teatro de gabinete. Quien pensaba que la literatura era la expresión del estado de civilización de un pueblo, no podía estar de acuerdo con la identificación teatro antiguo- casticismo espa_ol y con su recuparación como modelo y valor. Pero esta postura “disidente” no fue la que triunfó, ni la que se pudo escuchar mayoritariamente a lo largo del siglo. En el siglo XIX. Continúa la apropiación erudita. Importancia de la prensa Otro será el discurso de escritores como Mesonero Romanos o Hartzenbusch, éste último editor de las comedias del poeta 15 madrile_o en la Biblioteca de Autores Espa_oles. Los dos eruditos, que comenzaron a batir sus armas literarias en los tiempos del Romanticismo, continuaron, como otros, la tarea de consolidar a Calderón como símbolo de lo espa_ol. Y esto, nuevamente, en época de poca fortuna teatral del dramaturgo. La poca fortuna de Calderón como modelo y objeto de representación tiene que ver, en estos a_os del siglo XIX, con el ascenso del modelo moratiniano de comedia, aceptado por Bretón, Gorostiza y Ventura de la Vega, entre otros. Y, en este ambiente, es en el que Mesonero Romanos en 1842 escribe su serie de artículos que forman la “Rápida ojeada sobre el teatro espa_ol”, publicada en el Semanario Pintoresco Espa_ol. No estará de más se_alar que para El Curioso Parlante Moratín era el compendio del dramaturgo, en quien se había refundido nuestro teatro clásico y que él fue quien “acertó a pintar al hombre moderno de su siglo con tan rara perfección, que el mismo original se admiró” (p. 391a-b). La valoración de Moratín va en la misma línea de la que hizo de Lope, quien también es destacado por semejantes cualidades, y actualiza el razonamiento primero y lúcido de Pedro Estala quien, en 1794, había dicho del Fénix que introdujo “la pintura de nuestras actuales costumbres [y] abrió campo a los ingenios para que formasen el teatro propio de nuestras circunstancias” (p. 37). Para Estala, como ya se hizo notar, Lope fue el creador del teatro moderno. Mesonero se sentía más cerca de Lope y de Tirso y a ellos dedicó más trabajos que a Calderón. Como Hartzenbusch, vio la necesidad de recoger el teatro antiguo espa_ol, lo que hizo en la Biblioteca de Autores Espa_oles editando dos volúmenes: los Dramáticos contemporáneos de Lope de Vega, entre 1857 y 1858, y los Dramáticos posteriores a Lope de Vega, de 1858 y 1859. A ellos a_adió en 1861 otro tomo de comedias de Rojas Zorrilla. Su “Rápida ojeada” había sido la preparación de estas ediciones. En esos artículos había anunciado su intención de dar a conocer a los comediógrafos del entorno de Lope y comentó también la faltaba escribir una historia “de las glorias teatrales” desde Lope hasta Zamora y Ca_izares: Falta trazar con delicada crítica un período de casi dos siglos 16 de triunfos ostentosos de nuestra escena; falta dar a conocer por análisis a tantos y tan encumbrados ingenios [...]; falta, en fin, darles siquiera a leer formando colecciones (p. 373a). En efecto, faltaban ediciones, que empezaron a hacerse realidad en los tomos de la BAE desde 1846, aunque entre 1826 y 1834 Ortega y Compa_ía había dado a las prensas cincuenta y nueve tomos con obras de autores barrocos (Romero Tobar, 1988), Durán había iniciado su Talía Espa_ola en 1834 y Ochoa y Hartzenbusch también habían principiado sus colecciones. Cuando en 1857 publique los tomos correspondientes a los autores contemporáneos de Lope, sintetizando su “Rápida ojeada”, dirá sin ambages que el teatro de Lope, Calderón y sus seguidores es la “expresión fiel y genuina del sentimiento y la fisonomía de un pueblo y de un siglo poético, apasionado, altivo y caballeresco” (BAE, 43, p. VII), pero dará a Lope, no a Calderón, el cetro como verdadero creador “de nuestro teatro exclusivo y nacional”. Ahora bien, insistiendo en las ideas de conservadurismo, catolicismo y nacionalismo de nuestra cultura, que el cambio de dinastía habría amenazado, Lope y Calderón crearon “juntos el teatro apellidado antiguo espa_ol [que abarca] desde la última década del XVI hasta el primer tercio inclusive del XVIII, en que, con el cambio de dinastía y la influencia política y literaria de la nación vecina, perdimos en este, como en otros puntos, tantos rasgos y condiciones de nuestra fisonomía y carácter nacional” (p. X), donde es fácil reconocer un discurso asentado, que inició su andadura en el siglo XVIII y ha tenido vigencia hasta los a_os sesenta del siglo XX. Pero nótese que aún no se llama a ese teatro “teatro clásico”, sino “antiguo espa_ol”. La importancia de la prensa en este siglo y en este asunto fue mucha. Ya indiqué que se utilizaron los periódicos y folletos desde los a_os sesenta del XVIII para crear un estado de opinión. Ahora, con una implantación mayor, con un número más alto de lectores --y además con las ediciones de las obras- se podía difundir o inocular mejor la idea de que Calderón y su teatro representaban lo espa_ol castizo. 17 El trabajo de Mesonero en este sentido es muy hábil, porque además de presentar al lector las obras de esos autores “espa_oles”, aporta peque_as biografías, bocetos en su terminología costumbrista, de los dramaturgos que antologa y son las biografías del héroe, panegíricos de los supuestos valores espa_oles, que todos debemos tomar como ejemplo para nuestra vida.8 El esbozo mitificador de Calderón nos lo muestra como de ilustre cuna, “geógrafo, cronologista, historiador, matemático; canónico [que] estudió en Salamanca, fue militar y después sacerdote, caballero del hábito de Santiago, capellán de honor de S.M.” (p. 380b). El mito está consolidado: Mesonero, apuntalando la tradición, repite casi textualmente las palabras que a Calderón dedicó Romea y Tapia. Pero en estos ensayos fue más lejos, y en ellos se puede ver la raigambre clasicista del autor. Durante el siglo XVIII se ha asistido a ese proceso de regularización de muchas comedias del teatro antiguo espa_ol. Precisamente en la lista que presentó Bernardo de Iriarte a Aranda Calderón era el autor más representado. Luzán, Estala, Moratín, Dionisio Solís y otros escritores del siglo XVIII habían indicado que en el teatro antiguo espa_ol, y más en el de Calderón, había muchas obras que con pocas reformas podían pasar por comedias regulares y arregladas. Nos vamos a encontrar ahora con que Mesonero desarrolla una teoría al respecto, llegando a la conclusión de que bastantes de nuestros dramaturgos barrocos eran autores clasicistas que abandonaron esa estética para seguir la moda que impuso Lope.9 Estos trabajos de Mesonero . Hay cierta sintonía entre la configuración de los héroes literarios de Mesonero y la que en 1840 sustentó Thomas Carlile en sus conferencias sobre Los héroes, en las que trató del héroe como poeta, sacerdote y hombre de letras, que son los aspectos que cuadran a Calderón. Las virtudes fundamentales que el inglés daba al héroe eran la sinceridad y la fidelidad a sus ideales, y éstas se encuentran en Calderón. . Patricio de la y así lo expuso en su "Clarín.- ¡Basta/ que culta jerigonza/ que, ii, p. 5). Escosura, como más tarde Menéndez Pelayo, aceptó esta idea, comedia sobre Calderón, de la que se trata más tarde: ya no entiendo una jota!/ Venus y Marte están bien/ en la aun a mi señor, imponen/ el uso tirano y Góngora" (1867, I, 18 apoyan las hipótesis posteriores de Duncan Moir (1973) y Arellano (1999, pp. 42- 52) sobre las “comedias regulares de Calderón” y de otros barrocos como Góngora, Lope o Tirso. Mesonero, pues, está interesado en la recuperación histórica del pasado pero su perspectiva estética de carácter clasicista influye, como no podía ser de otro modo, en el acercamiento y valoración de ese pasado. Lo que él hizo, en realidad, fue desarrollar y dar presencia al intento ilustrado que quiso asimilarse una tradición de valores evidentes pero que había que poner al día, trazando su historia y retocando las comedias, igual que Bretón, Hartzenbusch y otros. En el caso de Calderón, esos retoques, según los estudios de Moir (pero también de Luzán y otros eruditos dieciochescos), no eran tan difíciles pues en muchas de sus obras aplica con más o menos libertad las reglas, sobre todo las de lugar y tiempo. Si esto fuera así, si existiera ese sustrato clasicista, como parece, en el teatro espa_ol antiguo, Luzán, Nasarre y Montiano, los primeros que defendieron esta postura en el XVIII, habrían tenido razón y habrían sufrido un silenciamiento interesado. Literatura y política Por otro lado, regularizar las obras parece haber sido un requisito necesario para difundir entre el público la condición de clásicos de estos autores. Era, además, una forma de hacer que los escritores fuesen más apreciados en sociedad. Varios de los dramaturgos del siglo XIX que he citado fueron a su vez eruditos que desempe_aron puestos directivos en organismos culturales y políticos, por lo que pudieron orientar esa campa_a de recuperación y valoración del teatro antiguo espa_ol y de la institución literaria a la que pertenecían, creando colecciones, entidades, premios, fiestas e instancias que sirvieran para valorar la actividad literaria y proponer a la sociedad una imagen pública positiva de su labor. Es significativo, a este respecto, que sólo en el siglo XIX se den celebraciones y se institucionalice el festejo de la cultura en toda Europa. Era, como otras veces, una 19 manifestación nueva del proceso que se había iniciado en el XVIII, cuando los escritores entendieron que su salvación como grupo sin función concreta estaba en tener mayor presencia social y política, tras el fracaso de la ideal, atemporal y supranacional República de las Letras. Si en el XVIII, como forma de recuperación del pasado pero también de valorar la propia actividad, se escribieron las primeras historias de la literatura y se crearon centros culturales apoyados por la monarquía, en el XIX, que llevará adelante este proceso, se instalará como recurso político, publicitario e ideológico la celebración del pasado cultural, y los artistas y escritores utilizarán esas celebraciones para proyectar sobre la sociedad una imagen necesaria y útil de su actividad. Desde el punto de vista político, la celebración de centenarios era una manifestación del poder y calidad de la propia cultura frente a las de otras naciones, algo que en el siglo XVIII se hizo valorando unos parnasos, unos modelos y unas lenguas sobre otros. Convertir en símbolo de Espa_a a un literato fue en esa dirección y, dejando a un lado el aspecto ideológico, que, por lo demás, sólo podía ir en una dirección, me parece un acierto el que los intelectuales fueran capaces de capitalizar ese asunto, apoyados por las instituciones políticas --ejemplo de la colaboración entre el Poder y la cultura--, en lugar de convertir en emblema exclusivamente a un militar o a un religioso, aunque ese emblema, Calderón, poseía también esas condiciones. Los literatos se convirtieron en políticos, lo que atrajo la crítica de los que no formaban parte de los grupos de poder, pero esa conversión supuso ampliar los medios de superviviencia de los escritores y control e influencia social. Gracias a estos literatos directivos de la política, no sólo cultural, se trasladaron los restos de Calderón en 1841, como parte de ese programa no escrito pero que cada vez cobra más visos de realidad a la vista de los hechos, y en 1867 se representó la comedia de Escosura Don Pedro Calderón, para cnmemorar la muerte del poeta. Complemento de esta tarea fue también la creación de 20 sociedades de escritores y artistas, y la fundación de revistas que reivindicaron el teatro espa_ol, como recuerda Jesús Rubio (1990, p. 173), frente al europeo y a las exageraciones románticas. En El entreacto (1839- 1841) y en la Revista de teatros (1841- 1842) Hartzenbusch, Gil de Zárate, Zorrilla, el duque de Rivas, García Gutiérrez, Bretón, Rodríguez Rubí y otros hicieron frente a esos teatros y proclamaron en 1841 el valor del teatro “esencialmente espa_ol”, igual que harían después La Espa_a teatral (1856) y El Teatro Nacional (1871). Para mediados de siglo, la figura de Calderón como símbolo o ídolo estaba ya consolidada, y su estrella no hará sino ascender entre los eruditos, no así, hay que repetirlo, en los escenarios. Si cuando se trasladaron sus restos se representó en el Espa_ol La cena del rey Baltasar, Alonso del Real comenta molesto que durante el tiempo que duró la celebración de 1881 apenas se vieron tres obras del autor. Pero entre el mundo académico Calderón siguió siendo el buque insignia del espa_olismo, el portavoz del espíritu nacional.10 1881. Segundo Centenario. Espíritu de Exposición Universal Esta interpretación, que se conformó a lo largo del primer tercio del XIX, coincidiendo en parte con los a_os del Romanticismo, y que entonces tenía cierta vitalidad, muestra su estancamiento en la segunda mitad del siglo, durante la que se repiten tópicos e ideas que nada aportaban al conocimiento del autor ni a su simbología. Es en este ambiente cultural en el que se desarrollaron los festejos de 1881, entre discursos retóricos y celebraciones de poco contenido. Morel- Fatio lo se_alaba pero también lo destacó Menéndez Pelayo en la primera de sus conferencias dedicadas al homenajeado. Y ninguno de los dos se equivocó. Como en otras ocasiones la figura de Menéndez Pelayo se . Tamayo y Baus, en su discurso López de Ayala en su discurso Acerca califica de “católico y honrado”, de esta imagen de Calderón (otros testimonios, en Rubio Jiménez, 1990, de ingreso en la Academia Espa_ola, de 1858, del teatro de Calderón, de 1870, donde le “síntesis de la nacionalidad”, continuaron pp. 183- 185). 21 destacó y resultó controvertida. No me refiero ahora a su famoso brindis del Retiro, en el que protestó por las fiestas del centenario (Alonso del Real, 1881, p. 366),11 sino a su libro Calderón y su teatro, resultado de las conferencias que dictó en la Unión Católica. El santanderino parece dudar de que Calderón sea realmente símbolo de la raza. Piensa, sí, que se ha convertido en tal cosa, pero no cree que lo sea y, en una nota a_adida en la edición de 1910, se_ala que esa identificación la hicieron "los románticos alemanes, partiendo de una falsa idealización del carácter espa_ol y del mismo genio calderoniano” (la cursiva es mía). Es importante esta matización --punto que quiere rectificar en su libro--, porque, llevado de su idea de que el XVIII es un siglo francés, desconoce el proceso previo de conversión que se había dado en dicha centuria, y porque no supone que Calderón tenga entidad suficiente para ser lo que al fin representa. No lo cree “símbolo de la raza”, pero sí importante adorno de la nación: La gloria de Calderón puede decirse que más que gloria de un poeta, es gloria de una nación entera; y mientras se hable la lengua castellana; mientras se conserve algo del espíritu de nuestros padres; mientras la fe católica no huya de las almas; mientras en Castilla quede un resto de honor, de cortesía y de galantería; mientras el amor se estime como una devoción y un culto, y no como mero placer de los sentidos; mientras lata, en fin, aunque sea en pocas y selectas almas, el fuego que ardía en el pecho de El príncipe constante, la famosa devoción que animaba al Eusebio de La devoción de la Cruz, tendrá Calderón admiradores, y será considerado siempre como uno de los más gloriosos ornamentos que Dios quiso conceder a la raza espa_ola (1910, p. 408). Menéndez Pelayo prefería el teatro de Lope y trazó una interpretación del de Calderón que ponía de relieve aciertos y errores y, quizá por querer aupar al primero sobre el segundo, como señala Dámaso Alonso (1956), su estudio supuso un punto de inflexión en la historiografía del personaje. La visión romántica que hasta entonces había prevalecido dio paso a la . En el brindis, como en su libro, Menéndez Pelayo prefiere a la casa de Austria sobre la de los Borbones, igual que antes habían hecho Böhl y Mesonero Romanos. Éste último, como Menéndez Pelayo, también prefería a Lope sobre Calderón. 22 más positivista del polígrafo que, como demostraron Durán y González Echevarría (1976), perduró hasta bien entrado el siglo XX. Por otra parte, tenía entonces Espa_a un gobierno liberal con Sagasta a la cabeza, habían sido reintegrados los profesores krausistas a sus cátedras y ese mismo a_o se creaba la Unión Católica para salvar el espíritu nacional del río de reformas liberales. El a_o anterior, Menéndez Pelayo había publicado su Historia de los heterodoxos, como parte de esa estrategia de contención. Es posible que el disgusto del polígrafo santanderino y de los conservadores católicos por la celebración del centenario de Calderón tuviera que ver con que fueran los liberales quieres dirigieran la conmemoración. Se habría dado, por tanto, una maniobra de capitalización poco habitual. Es decir, un gobierno liberal habría intentado congeniar a todos los espa_oles liderando la celebración de una figura “espa_ola”, patrimonio de los conservadores; habrían portado ellos mismos el estandarte de Calderón para ofrecer una imagen de nación unida, tras el final de la Segunda Guerra Carlista y de la Guerra de Cuba. La celebración del bicentenario de la muerte de Calderón se convirtió en un festejo que no cuestionaba nada de cuanto tenía que ver con la idea de España y del poeta. La crónica que de ella hizo Alonso del Real da la impresión de que lo menos importante era aportar algo de luz al conocimiento de la Historia. La documentación recogida por José Carlos de Torres deja claro que se trataba de aprovechar políticamente un centenario para exaltar el sentimiento patrio y congeniar, en la medida de lo posible, posiciones ideológicas más o menos encontradas tras haberse dado una serie de medidas de carácter liberal que debían de tener preocupados a ciertos sectores de la población: se había creado la Institución Libre de Ense_anza (1876), se fundó el Partido Socialista Obrero espa_ol (1879), se promulgó una ley que regulaba las reuniones públicas (1880), se formaron la primeras Cortes liberales (1881). La idea debía de ser ofrecer una imagen de país nuevo y unificado, a pesar de esas reformas, gracias a la acción del monarca Alfonso XII, el 23 Pacificador; un país que, como las demás naciones, festejaba a sus grandes hijos: antes habían ocurrido los centenarios de Dante, Rubens y Camoens. En este sentido, quiero destacar la posible intencionalidad de carácter mercantil que tuvo en su momento la celebración. Hasta donde yo sé no se ha hecho notar este objetivo de los organizadores, que, disimulado en la verborrea grandilocuente, parece hacer ver su deseo de aprovechar la figura del poeta para conseguir beneficios económicos y lanzar España a Europa, llamando la atención de las demás naciones sobre la posibilidad de "invertir" aquí. Estamos en los años de las exposiciones universales,12 que fueron lugares de encuentro tanto cultural como económico, y ese mismo espíritu parece anidar, quizá apocado, en el comité organizador. Fernández Bremón, en el dictamen que hizo de los proyectos presentados, entre ellos la fantástica "gran cabalgata histórica y alegórica", señalaba lo siguiente: Los historiadores censuran las fastuosas fiestas del Retiro del siglo XVIII: no las defendemos; pero la fiesta del siglo XIX es la apoteosis de la inteligencia y de una gloria nacional, y deseamos que sea, ante todo, germen, no de ruina, sino de riqueza, que atraiga al extranjero, centro de propagación y contratación para el industrial; algo que enseñe e ilustre, algo que eduque el gusto y establezca la verdadera feria moderna, creándola en torno de una fiesta popular (Alonso del Real, 1881, pp. 350- 351. La cursiva es mía). Este era uno de los objetivos, que tiene que ver con cierta consideración industrial de la cultura, clara en el XIX, y con ese apogeo de las celebraciones. No sé hasta qué punto se lograría algo de ese objetivo con procesiones, sufragios, recepciones y actos tan variopintos como la entrega de limosna a los pobres en nombre de don Pedro, recordando su condición de limosnero, pero es posible que la participación de todo tipo de entidades culturales, políticas, artesanales, económicas, periodísticas, etc. en la celebración produjera cierto . Tras las de los a_os 1873 (Viena), 1876 (Filadelfia), 1878 (París), en 1883 se celebró en Madrid una Exposición de productos metalúrgicos, mineros y de cristal. Y en 1888, en Barcelona, la primera Exposición Universal en Espa_a. 24 movimiento económico.13 Desde luego, como irónicamente señaló Alonso del Real, en esos días de celebración "algunos habrán gastado lo que en su pueblo les bastaba para vivir dos años, pero esto qué importa!" (1881, p. 353). Por lo que respecta al conocimiento de la figura y teatro calderonianos, las aportaciones fueron muy pocas. Quizá sólo merezca la pena destacar además del libro de Menéndez Pelayo, las memorias de Picatoste y Sánchez Moguel, siendo lo demás reiteración de tópicos y versos hinchados en elogio del autor, además de las ediciones que se hicieron de sus obras.14 En cuanto a las representaciones de piezas teatrales calderonianas durante los festejos, el balance es mínimo, ahondando en la línea ya señalada de no representación. El cronista Alonso del Real se lamenta, pero consigna "a fuer de verídico", que en esas fiestas el teatro fue el que menos contribuyó a ensalzar a don Pedro. De ocho locales que había en Madrid de importancia, sólo tres, y por pocos días, dieron alguna obra suya. En el Real, una representación de La vida es sueño, y dos de La hija del aire; en el Lara, "tres o cuatro de Casa con dos puertas y de El dragoncillo", y en el Español, El alcalde de Zalamea, que califica de "único acontecimiento teatral". Al finalizar la representación, a la que asistieron las "personas reales y muchísimas notabilidades", el busto de Calderón fue coronado. "Los demás teatros representaron obras de espectáculo y poco mérito", concluye el disgustado Alonso del Real (1881, p. 356), lo que lleva a pensar de nuevo en la falta de interés del público por la figura que, según la erudición y la política, mejor había sabido representarle. Los espectadores, a la hora de tener un guía espiritual, preferían . Alonso del Real relaciona las entidades que participaron en la cabalgata (1881, pp. 360- 364); Esteban Limón da cuenta de las que se sumaron al centenario (1983, pp. 1428- 1429). La Ilustración Espa_ola y Americana del 8 de noviembre de 1880, se_alaba: “El comercio y la industria que, prosperando en estos movimientos de la vida moderna, simpatizan siempre con la actividad, contribuirían a esta fiesta” (p. 266). José Carlos de Torres tiene preparado un volumen con toda la documentación relativa a los fastos de aquel año, que le agradezco me haya dejado consultar antes de su publicación. . Leonardo Romero (1981) hace un balance de esos trabajos. 25 el teatro por horas y las piezas del género chico, más cercanas a sus costumbres y entorno.15 Sería interesante llegar a saber cúal fue el seguimiento popular de la celebración --teniendo en cuenta que sólo fueron festivos los días 23 a 25 de mayo, y nada más que en Madrid--, puesto que, aunque se sumaron diversas instituciones y grupos sociales, los más pertenecientes a la clase media, mucho de lo producido --procesiones, recepciones, banquetes, etc.-- era soportado económicamente por ayuntamientos e instituciones como ateneos, colegios de agentes, militares, gremios. El citado Alonso del Real no aporta datos en este sentido, salvo cuando señala que se calculó en unos catorce mil el número de estudiantes que asistieron a la procesión del 26 de mayo y que "de todos los extremos de Madrid acudían allí en ordenado tropel gremios, comisiones, carrozas, músicas, estandartes, cabalgatas, guardias, soldados, alguaciles, maceros y personas de todas clases y condiciones, vistiendo unos riquísimos y vistosos trajes del siglo XVII [...]. Completaba la animación de este cuadro multitud de curiosos que acudían allí para examinar de cerca todos los detalles" (1881, pp. 359 y 360). Los periódicos, por su parte, hablaron de unas cien mil personas, venidas de los pueblos cercanos. Cabe pensar que el público mayoritario asistiría a la cabalgata y poco más, si atendemos a que los teatros siguieron representando obras que gustaban a ese público y que nada tenían que ver con Calderón, y que difícilmente podrían asistir a los banquetes. Los editores populares, atentos a la celebración, sí publicaron ese año una aleluya con el título de Vida de don Pedro Calderón. Influencia del teatro de Calderón Pero, llegados a este punto, viendo que apenas se representaba su teatro, hay que preguntarse si tuvo algún influjo sobre los dramaturgos de aquellos a_os. La situación es muy diferente de un siglo a otro. . Véanse los trabajos de Ricardo de la Fuente (1990), Romero Ferrer (1993) y Espín Templado (1995). 26 En el XVIII es relativamente frecuente encontrar conexiones de autores denominados populares con las fórmulas de Calderón, en especial en las comedias de espectáculo y en los primeros treinta años, si bien esos vínculos sufrieron transformaciones decisivas para seguir manteniendo la atención del público, cuyos gustos e idiosincrasia varió con el paso del tiempo. Asunto que todavía está por dilucidar es la posible relación que pueda existir entre ciertos géneros nuevos del XVIII como la comedia sentimental y la tragedia urbana, que son fórmulas mixtas, tragicomedias, con las obras espa_olas de los siglos XVI y XVII. Los teóricos del XVIII y los estudiosos actuales han establecido la clara relación que existe con los modelos franceses, pero bien pudiera darse el caso de que esos géneros, que no tienen tanto que ver con el neoclasicismo, y que quieren mostrar las nuevas virtudes cívicas y las costumbres (como hicieron las comedias del Siglo de Oro en su momento) se valieran de modelos que, relacionados con lo francés, también tuvieran que ver, por las estructuras, con el teatro antiguo espa_ol. Muchos en el XVIII rechazaron la tragicomedia, pero alguno, como Masdeu, opinaba que era la mejor fórmula para reproducir las costumbres del día porque la vida solía ser tragicómica. Obsérvese también que esta postura se da a finales del XVIII, cuando el teatro clásico se representa muy poco, pero cuando los teóricos clasicistas lo valoran positivamente. Entre los dramaturgos del XIX no parece haberse dado la misma relación de permeabilidad que entre los autores populares del XVIII, lo cual no debe extrañar si se considera que la cosmovisión romántica (en esencia rebelde) y la del Siglo de Oro no tienen nada que ver. Salvo en casos muy concretos, como en las posibles y hasta cierto punto superficiales relaciones que pueda haber entre Don Álvaro y El desenga_o en un sue_o con Calderón (Romero Tobar, 1981, pp. 117- 122), y la posterior entre El gran Galeoto, que se estrenó el 19 de marzo de 1881, y La vida es sue_o (1989), sin olvidar los contactos de Echegaray con el teatro romántico (Menéndez Onrubia- Ávila Arellano, 1987), no parece que los dramaturgos decimonónicos utilizaran 27 sus estructuras, a pesar de la identificación que se ha hecho a veces entre teatro barroco y teatro romántico; lo que sí asimilaron fue la forma de tratar el tema del honor. Precisamente por ese tratamiento, Romero Tobar (1981, p. 115116), siguiendo a Menéndez Pelayo, considera que El pintor de su deshonra y no El médico de su honra es la pieza que hay que considerar a la hora de ver relaciones entre el teatro de Calderón y los dramas burgueses de la alta comedia en la segunda mitad del siglo. Francisco de Paula Canalejas sentenciaba el asunto ante la Academia, en 1875: “El honor expresa en el teatro espa_ol la idealidad moral del catolicismo”, y ese teatro es “una creación ideal, caballeresca y profundamente religiosa” (p. 21).16 Los literatos románticos y posteriores conocían bien la producción del Siglo de Oro y más parece que el teatro de esa época les inspiró para escribir dramas históricos, tan gratos al público burgués, y que de los mejores comediógrafos del barroco aprendieron estrategias y recursos para construir los enredos de sus propias obras. Es decir, que recibieron una influencia técnica más que de otro tipo. Aunque algunos autores establecieron un paralelo entre el teatro romántico y el antiguo espa_ol, marcando la relación genética que a su entender existía, no parece que haya habido tanta dependencia. Las visiones del mundo romántica y barroca son distintas, de modo que no puede establecerse una identificación en su producción literaria. Esa idea, de dependencia, es un intento más de apropiación del pasado para valorar una experiencia estética contemporánea, como se desprende de las voces más autorizadas, que consideraron romántico el teatro barroco, porque ninguno de los dos seguía las reglas clásicas, pero que no vieron que existiera en el XIX algo similar, es decir, un teatro que, como aquél, reflejara las costumbres y estuviera en sintonía con el mundo del . Recuérdese la significación simbólica del marido de Ana Ozores en La Regenta, gran aficionado a los dramas de honor de Calderón. Para el honor calderoniano en la obra de Galdós, Correa Calderón (1970), Feal Deibe (1977) y Estébanez Calderón (1983). 28 espectador. Tras indicarlo en los años románticos Larra y Mesonero, entre otros, Patricio de la Escosura, por ejemplo, en 1875 insistía, calificando de romántico el teatro de Moreto, Calderón y Lope por esas razones, pero antes, en 1841, como también habían escrito los costumbristas ya citados, se lamentaba: En mi humilde opinión autores tenemos en la Espa_a moderna y dramas así buenos como medianos, aunque no tanto de éstos como de los malos: pero literatura dramática original, conforme a la índole, costumbres y gusto del pueblo espa_ol, ni hoy existe, ni tampoco ha existido entre nosotros desde que pereciendo la escuela de Lope y Calderón, concluyó el Siglo de Oro de nuestra poesía (p. 454). Estas palabras parecen eco de una declaración de Larra de algunos a_os antes, cuando reflexionaba que “nuestro Siglo de Oro ha pasado ya, y nuestro siglo XIX no ha llegado todavía”. Una caducidad, la se_alada por Fígaro, que alude también a una inadecuación ideológico- literaria, que pone de relieve el desacuerdo con la identificación Romanticismo- Siglo de Oro, postulada por Böhl, Durán y otros historiadores posteriores (Varela, pp. 123- 124; Escobar, 1990, p. 165). Russell Sebold incluso se_ala que a los escritores románticos “les repugna la idea de identificar su escuela literaria con la del siglo XVII” (1982, p. 43), pero fueron los estudiosos y los críticos quienes hablaron de un “romántico” Siglo de Oro, de donde se inspiró Allison Peers para desarrollar toda una teoría al respecto (contestada por Sebold, 1982). Hoy en día parece absolutamente aceptado que el referente de los románticos era el movimiento ilustrado, que el Romanticismo surgió de la Ilustración, al librarse de los elementos más rígidos de la poética clasicista, abriéndose a aspectos sensistas y sensibles. El liberalismo que se vivió en los a_os románticos era también consecuencia del pensamiento ilustrado y, si el Siglo de Oro defendía el Trono y el Altar, _cómo la literatura romántica, rebelde, podía tenerle por modelo? Después el teatro áureo, para los dramaturgos, parece haber sido, además de una referencia histórica y costumbrista que aprovechar para sus dramas históricos, un modelo técnico, 29 del mismo modo que pudo haberlo sido para los dramaturgos de finales del XVIII a la hora de dotarse de un instrumento, la tragicomedia, que sirviera para dar cuenta de la realidad. Calderón como personaje literario En lo que sí tuvo fortuna el Siglo de Oro fue en su consideración como materia literaria. No sólo la novela, el teatro dio a la escena numerosos dramas históricos que tenían por argumento asuntos inspirados en aquella época. Los dramaturgos hicieron una reconstrucción del mundo y del pensamiento del Siglo de Oro, idealizando costumbres, conductas, lenguaje e indumentaria, y seguramente, dentro de este gusto, como dramas históricos, hay que entender las representaciones que María Guerrero llevó a cabo a finales del siglo de obras, refundidas, de Calderón.17 Y en este grupo de dramas hubo espacio para que algunos de los más famosos escritores del barroco fueran sus protagonistas. Hay que se_alar que si es posible encontrar un relativo número de obras de creación dedicadas a Lope, Cervantes, Quevedo, Villamediana, es mucho más difícil hallar obras de ese tipo dedicadas a Calderón. En éstas se da un proceso de construcción de la imagen del personaje acorde por lo general con los patrones ideológicos ya expuestos. De aquellas obras en las que participa Calderón sólo he encontrado dos que lo tienen como protagonista. Una es Calderón (1857), de Luis Eguilaz, que no he visto, y otra, de 1867, de Patricio de la Escosura, Don Pedro Calderón, "comedia en tres jornadas. Escrita a imitación de las de nuestro teatro antiguo", y representada el 25 de mayo en el teatro de Jovellanos, en el "aniversario de la muerte del Príncipe de nuestros poetas dramáticos". En las otras piezas, Calderón, como Góngora, Quevedo, Moreto, etc., aparece ocasionalmente y sin influir en el argumento. Por ejemplo, en 1837 Escosura estrenaba La Corte del Buen Retiro sobre los amores del conde de Villamediana con la reina. Allí, en una academia en la que . Para María Guerrero, véase Menéndez Onrubia (1987; 1990; 1994). 30 se reunen varios poetas, aparece Calderón, que “primero es en letras, en ciencias y en a_os” (II, vi, p. 40), y lee unos versos de El mágico prodigioso. Escosura presenta al rey como si fuera un igual de los poetas, pero sólo porque están en esa tertulia: “aquí no soy rey” (II, vi, p. 39), exclama al ofrecer un sillón a su esposa, y él se sienta en los mismos taburetes que los “caballeros” poetas. En líneas generales, Quevedo y Góngora aparecen como suspicaces y Calderón como ingenuo y honrado, dedicado sólo a la literatura. Esta escena --la academia poética-- tuvo un éxito enorme y otros la imitaron, como Gil de Zárate en Un monarca y su privado (1841) y el mismo Escosura en Don Pedro Calderón. Si en 1837 el rey había concedido a Calderón la condición de primero entre todos, Escosura hará decir a Moreto en 1867: “en todas partes/ sois primero, sin segundo” (I, iv, p. 15). Gil de Zárate aprovechó la academia en su obra para hacer algunos comentarios irónicos sobre política (por parte de Quevedo)18 y para mostrar un Calderón sumiso y fiel en extremo al rey, confundiéndose casi con el adulador. Él, como Escosura, dota a Quevedo de cierta condición envidiosa maledicente, contribuyendo también a asegurar la imagen que en el imaginario colectivo ha quedado de este autor. Rey: Insignes vates, salud;/ gloria del suelo espa_ol. Calderón: Pierde, se_or, ante el sol/ cualquier astro su virtud [...]/ de nuestro ingenio a la lumbre/ es fuerza nos eclipsemos. Quevedo: (Aparte: Mientes, bellaco, lo niego;/ que aunque la Musa le sopla,/ bien puede hacer una copla;/ mas siempre es copla de ciego). Rey: Solo honor pretendo dar/ a las musas con mi ejemplo. Calderón: Poco la fama os inquieta/ que de las musas proviene;/ quien tantas coronas tiene/ desprecia la de poeta,/ que a quererla, su laurel/ os cediera el mismo Apolo. Rey: Por concederlo a uno solo/ se ha quedado ya sin él. Calderón: A tanto aspirar no puedo. Quevedo: Cada cual, si no os enoja,/de él tiene también su hoja (I, iv, p. 39). La escena posee tono de época, cierto pintoresquismo, que . Es él quien observa que se “estruja al triste pueblo espa_ol” para poder representar las grandiosas obras en Palacio (I, iv, p. 41). 31 Gil aprovecha más tarde para hacer un juego de teatro dentro del teatro. Una función similar, literaria y costumbrista, tiene la academia que Escosura repite en 1867. En ella se reunen Calderón, Vélez de Guevara, Rojas, Moreto, Fragoso, Cáncer y se intercambian conceptos ingeniosos sobre un tema propuesto por el primero. En esta ocasión (II, xiii), las glosas tienen que ver con el enredo amoroso de la comedia. La obra de Escosura sobre el poeta madrile_o está muy bien tramada. Se desarrolla en tres actos y un epílogo en el que aparece la sombra de Lope para ensalzar a Calderón.19 Hasta llegar a ese momento culminante, Escosura presenta al poeta, de cincuenta a_os, con un pasado de amoríos y escándalos,20 pero siendo ahora “ejemplar/ de caballeros” y compendio de devoción a la monarquía y a la Iglesia: Calderón: el respeto/ que al rey profeso profundo;/ y en los desmayos consuelo/ hallé en el Dios trino y uno/ que adoro,/ y en cuya fe/ vivir y morir procuro (I, iv, p. 19). La obra desarrolla otros asuntos, en los que don Pedro se muestra como buen psicólogo y el autor enlaza los hechos de forma harto hábil, planteando claramente desde el comienzo el problema de Calderón, para preparar su entrada final en religión: Clarín: Ya estás en el punto crítico/ de la vida... _Eres político/ o soldado?... No lo sé./ Hacer comedias, en ti/ soberana habilidad,/ no basta a tu calidad,/ aunque ello sea bueno en sí./ Verdad es que peinas canas,/ y predicas sin corona;/ mas las mujeres, perdona, prefieres a las campanas./ Tu quisieras del valido/ lograr, mas sin . Este Epílogo, "fantasía dramática, puramente de circunstancia, fue improvisada para su objeto, y lo fue, tanto como por el poeta, por los actores y por la empresa, que en veinte y cuatro horas hubieron de estudiarla, ensayarla y ponerla en escena. A los primeros, ya el público les hizo justicia con sus aplausos, y saben cuán agradecido les estoy; pero no está de más expresárselo aquí de nuevo, por toda la representación, ni sería justo callar que el inteligentísimo director de escena, D. Diego Luque, fue quien, con su habitual celo y con la felicidad que el público ha reconocido, dispuso el cuadro final, mucho mejor que hubiera podido imaginarlo el autor del epílogo" (p. 137). . “Escándalo de doncellas”, “terror de matronas”, “de los padres espanto”, “de los hermanos sombra” (p. 6). 32 pretender;/ echas menos la mujer,/ pero temes ser marido [...]/ Eres el hombre que he visto/ más infeliz en Espa_a. Calderón: No vas descaminado (I, vii, pp. 32- 33). Aquí no sólo se expone el problema personal de Calderón sino también el de la condición marginal e intermedia del escritor, que se encuentra fuera y dentro de la sociedad, en contacto con los poderosos pero ajeno a ellos y considerado su criado. La condición de desclasado de muchos de ellos había de contrastar con la de los instalados en la burguesía y, como ya indiqué, ellos mismos poder directivo. Pero el objetivo de la obra era ensalzar a Calderón y eso se verifica cuando, tras decidir no casarse con ninguna de las dos damas posibles, elige por esposa a “la Santa Iglesia católica” (III, xv, p. 134). En ese momento termina la obra con todos los personajes en escena: Mi Musa será, de hoy más,/ la del vate de Israel;/ y, pues la mejor esposa/ dado me ha sido escoger,/ su gracia hará que, cantor/ de Honra y Patria y Dios y Rey,/ ni mi nombre nunca muera,/ ni se agoste mi laurel (p. 135). Tras decir los últimos versos, “óyese una suave melodía que sorprende y admira a los actores, y dice dentro" Lope de Vega (Epílogo, p. 137) que su nombre y su laurel alcanzarán, en efecto, la eternidad. Hay entonces una extraordinaria mutación, propia de las comedias de gran espectáculo, en la que aparecen, como en retablo, las figuras señeras de la cultura española,21 y . "Rasgándose el telón del foro, descubrióse una decoración de nubes, en cuyo centro se elevaba El templo de la Fama, al cual se subía por una espaciosa escalinata, cubierta de abrojos y malezas. En su vestíbulo, veíanse varias ninfas, unas con coronas de laurel y otras con cítaras o liras en las manos. A la derecha del templo, entre nubes, la plataforma de un torreón arábigo, y sobre ella la figura de D. Alfonso el Sabio, apoyándose en un globo terráqueo y contemplando las estrellas. A la izquierda, Hernán Cortés, con una antorcha en la mano, como preparándose a quemar las naves. En el dintel mismo del templo, aparecieron: en el centro, Lope de Vega, con su traje de Sanjuanista, coronado de laurel; a su derecha, Cervantes, Velázquez, Lope de Rueda, Herrera, Garcilaso y el marqués de Santillana; a su izquierda, Quevedo, Alarcón, Tirso, Guillén de Castro, Montalbán y Góngora. Al foro, y convenientemente agrupados, varios de los personajes ilustres de nuestra historia, desde la época romana hasta 1651 [año de la acción de la comedia]. Al pie de la escalinata, y en el espacio que dividía la nueva decoración de la parte de la primera que se conservó, aparecieron, con palmas en las manos, Rojas, Matos y Cáncer, uniéndoseles Guevara así que se verificó la mutación. Al realizarse ésta, los actores del proscenio se dividieron, apartándose a los dos lados del mismo, y dejando solo a Calderón en medio de la escena" (p. 33 siguen unos versos de exaltación de la figura y obras de Calderón. Es Lope quien los dice, con lo cual valen más, pero el Fénix también tiene su orgullo y por eso le dice: Trabaja aun; y así atesora/ fama y honor, con el triunfar contino;/ y la escena en que fui radiante aurora,/ astro de luz te admire peregrino,/ cual ya ocho lustros de tu rey soldado,/ otros ocho, a tu Dios fiel consagrado (p. 139). Religión, Literatura y Espa_a son uno en Lope y Calderón, que exaltan la lengua castellana como vehículo nacional, anunciando a Menéndez Pelayo y a Unamuno: ese es el estro/ de la musa espa_ola soberana,/ de quien padre fue Dios, yo fui maestro,/ y lira sola el habla castellana./ Ese es el espa_ol, ese es el nuestro;/ nunca extranjera ropa le engalana;/ débele nuestra patria sus gigantes:/ Velázquez, Calderón, Cortés, Cervantes! (pp. 140- 141). Y a continuación Calderón es lanzado al Templo de la Fama, para dedicarse en adelante sólo a asuntos propios de su nuevo estado y, aunque se pierda América, nos quedará Calderón, de quien se seguirá hablando, que exclama: _Callad!! _Callad!!... _Del porvenir contemplo/ ya iluminarse el mágico horizonte!!/ Tú me abres, Lope, de la fama el templo/ [...]/ mas, para ser en todo al mundo ejemplo,/ y que mi fama espléndida tramonte/ de siglo a siglo, y siempre sin mancilla,/ mientras lengua y honor haya en Castilla [esto escribirá Menéndez Pelayo en sus conferencias]:/ Dios, que le sirva en el altar, me ordena (pp. 141- 142). Lope: Tu gloria, Calderón, como la mía,/ trascenderá a los tiempos más remotos,/ honor de la espa_ola monarquía./ _Ay! Que escaso el poder, los lazos rotos,/ el mundo de Colón perderá un día!.../ Mas ni en él dirá nadie, ‘yo desde_o/ al vate insigne de La vida es sue_o (p. 143). He citado por extenso para conocer el tono de la exaltación. Calderón es convertido en héroe, un héroe total que puede consolar de la pérdida de las colonias, de la falta de mentalidad moderna e industrial, como escribió Durán, que además ha pasado por todos los estados: militar, literato y religioso. En los dos primeros dio muestras de su grandeza moral y de su capacidad para desempe_arse, en el religioso no 138. La cursiva es del autor). 34 cabe duda de que también será ejemplar.22 Es, en efecto, el compendio del buen espa_ol, y su consuelo cuando se pierdan las colonias americanas, símbolo máximo de la decadencia espa_ola.23 Escosura llevó a cabo una obra técnicamente brillante y cumplió sobradamente el objetivo de glorificar a Calderón, que ya era sin ambages símbolo nacional. Pero llegados a la celebración de 1881 no se representó ningún drama como éste, ni tampoco el de Escosura que, desde luego, habría venido al pelo. Lo único que se hizo, en este sentido, fue una pieza titulada Anta_o y Oga_o, que la Asociación de Escritores y Artistas encargó a Carlos Coello y Pacheco. El autor se aprovechó de esas escenas que gustaban tanto y presentó un cuadro dividido en dos partes. La primera, con autores del Siglo de Oro; la segunda, con autores y actores contemporáneos, que quieren “honrar la escena espa_ola/ para honrar a Calderón”.24 Los escritores de antaño hablan y recitan algunos de sus versos en la tertulia del marqués de Hinojosa, donde sobre todo tienen espacio Góngora y Cervantes. Calderón, al que se presenta como joven aún, tiene poco texto, pero el marqués, en el momento de la despedida, le encarga que siga escribiendo, porque Mucho vale vuestra espada; pero vuestra pluma ha de conquistar a Espa_a más naciones y provincias que las que ayer ganó y hoy está perdiendo [de nuevo, el consuelo por la pérdida . “Gracias, Se_or, si me haces limosnero./ Humilde al débil, con el grande digno,/ duro al pecado, al pecador benigno”. Escosura a_ade esta nota: “Tan piadoso, tan limosnero, tan excelente sacerdote, como cumplido caballero había sido en el siglo, Calderón, al bajar al sepulcro, no dejó menor fama de buen cristiano, que de incomparable ingenio. Pocos a_os después de su muerte, tratóse de comenzar el proceso para su beatificación; pero estorbólo el inconveniente de haber escrito comedias!!...” (p. 143). . Hay que recordar que en 1865 se reunía en Madrid una Junta informativa para estudiar la situación cubana, que en febrero de 1867 (tres meses antes del estreno de la comedia) se aumentó el número de impuestos en La Habana, que la burguesía criolla tomó como una provocación, y que en 1868 estallaba la primera guerra entre Cuba y España, que había perdido ya todas sus posesiones en "tierra firme". . Calderón, Lope, Cervantes, Tirso, Quevedo, Góngora, Ruiz de Alarcón, Rojas, Qui_ones, por los de anta_o; Gómez de Avellaneda, Quintana, Gallego, Bretón, Rivas, duque de Frías, Hartzenbusch, Ventura de la Vega, Escosura, López de Ayala, Antonio Guzmán, Concepción Rodríguez, Joaquina Baus, Jerónima Llorente, entre los de oga_o. 35 de América]; y ha de conquistárselas no como esclavas, sino como hermanas cari_osas de la patria de don Pedro Calderón de la Barca (pp. 65- 66). Esta obra, que se estrenó el 30 de mayo, no fue recogida por Alonso del Real en su crónica de los actos que se llevaron a cabo. Realmente en ella el poeta no tiene un papel destacado, pero la obra cubre el expediente de honrarle honrando la escena. Calderón clásico y castizo En estas obras teatrales se dramatiza la imagen de Calderón, a la que se había ido dando forma, por reacción, desde los tiempos ilustrados. Calderón es patrimonio de los que dirigen el país y su manipulación y apropiación es ejemplo de cómo se construye un pasado, el pasado que se desea. La admiración que se tuvo por el teatro del Siglo de Oro, a lo largo del XIX, se vertió en cierta imitación mediante dramas históricos que recreaban, arqueológicamente, e idealizaban unas conductas y ambientes. Esa admiración se complementó con cierta arqueología teatral y de las costumbres, en un intento de actualizar un modelo antiguo valorado: el del espa_ol de la época de los Austrias, idealmente caballeresco, católico, serio, que Clarín, siguiendo a Larra, también rechazó. Pero se hizo contando solo con algunos (con los que participaban de esos ideales) y sin atender al paso del tiempo, al cambio de las circunstancias históricas y de valores que lo acompa_aban, desoyendo a los que indicaban que sólo existe una Espa_a eterna en su condición cambiante, no en su supuesto y excluyente ser castizo. A esta idealización, que negaba la idea de progreso, contribuyó Calderón, como parte se_alada del bagaje “clásico castizo” que autorizaba tales composiciones, resaltando la idea de Castilla como autenticidad y centro unificador que se vio en Escosura y Menéndez Pelayo. Este ambiente es el que llevó a Unamuno a escribir, en 1895, frases de sobra conocidas, pero que conviene recordar porque sintetizan el proceso y muestran cómo el “teatro antiguo espa_ol” era ya “teatro clásico” (y castizo). Por cómo acopla 36 el estilo al contenido, merece la pena observar el método de “mu_ecas rusas” que utiliza el autor para acercarse al objeto intrahistórico de su análisis: hecho central ha de ser nuestro pensamiento castizo, el de la edad de oro de la literatura castellana, y en él, por de pronto, lo más castellano, el teatro, y en el teatro castellano, sobre todo, Calderón, cifra y compendio de los caracteres diferenciales y exclusivos del casticismo castellano (1996, p. 95. La cursiva es suya). Casticismo es en nuestras letras castizas el teatro, y en éste el de Calderón, porque si otros de nuestros dramaturgos le aventajaron en sendas cualidades [castizas y clásicas], él es quien mejor encarna el espíritu local y transitorio de la Espa_a castellana castiza y de su eco prolongado por los siglos posteriores, más bien que la humanidad eterna de su casta; es un ‘símbolo de raza’. Da cuerpo a lo diferencial y exclusivo de su casta, a sus notas individuales, por lo cual, a pesar de haber galvanizado su memoria tudescos rebuscadores de ejemplares típicos, es a quien ‘leemos con más fatiga’ los espa_oles de hoy, mientras Cervantes vive eterna vida dentro y fuera de su pueblo.25 Calderón, el símbolo de la casta, fue a buscar carne para su pensamiento al teatro (p. 99). Ese que de “teatro antiguo espa_ol” pasó a denominarse “teatro clásico”, cuando hasta entonces clásicos habían sido los grecolatinos. Evidentemente, fue una forma de dignificar a los espa_oles, pero era también otro paso en esa apropiación del pasado. Si los clasicistas habían tenido por modelos, por clásicos, a los autores grecolatinos y, por supuesto, a los espa_oles del siglo XVI, los partidarios de lo “espa_ol” convirtieron en modelos clásicos a esos autores, que nada o poco tenían de clásicos, desde la perspectiva de las poéticas. En este proceso, Calderón fue instrumentalizado de manera decisiva. Cabe preguntarse si otros autores, como Cervantes o Lope, habrían seguido semejante suerte de haber coincidido su centenario con las fechas en que a un grupo de patricios se le ocurrió imitar a los portugueses en su homenaje a Camoens, y a los europeos en general en sus celebraciones de figuras nacionales célebres. Cabe preguntarse si otros autores habrían . Las palabras que van entrecomilladas son citas que Unamuno hace del libro de Menéndez Pelayo sobre Calderón. 37 respondido mejor a ese deseo de proyectar sobre una sombra del pasado la imagen de lo que se quería ser y mostrar como espa_ol. Seguramente no, porque tanto Cervantes como Lope tienen lunares en su trayectoria, aunque el primero fuera considerado por muchos en el XVIII como el mejor y más representativo ingenio espa_ol. Final también fragmentario El teatro de Calderón, en líneas generales, no fue un modelo ideológico para los dramaturgos posteriores (sí para los políticos y los eruditos a su servicio); sus referencias literarias van desde el mundo medieval y gótico al romántico, pasando por los cuadros costumbristas del XVIII. Las motivaciones y las inspiraciones son amplias. Pero la figura Calderón sí se utilizó para que el supuesto carácter nacional, cuya imagen venía fraguándose desde anta_o, encarnara en un cuerpo (Caro Baroja, 1970). Para ello se le convirtió en personaje y se le dotó del aura conveniente, se manipuló su obra en algunos casos para que expresara aquello que se quería que significara (en otros, sólo se puso de relieve) y a él, en beneficio de los conservadores que participaban del ideario del Trono y del Altar, se le hizo ejemplo y modelo de espa_olidad. La dimensión política es evidente. Los gobernantes de la Ilustración intentaron, sin éxito, adaptarlo a sus necesidades para no fracturar más un país que se quería centralizado y convertido en nación; los castizos del XVIII lo erigieron en símbolo de continuidad de una Espa_a que con alarma veían desaparecer, incluso sin el influjo ilustrado. Tras la Revolución Francesa, la Guerra de la Independencia, el desarrollo del liberalismo y del afrancesamiento, y a causa del miedo ampliamente difundido por los nobles y la Iglesia ante la posibilidad de tener en Espa_a una República, como la francesa, los mismos grupos castizos, ya declaradamente reaccionarios, volvieron a levantar el estandarte calderoniano, politizado y emblema que demonizaba cualquier idea de progreso y utilidad. Esta línea siguió fuerte en la Espa_a decimonónica, y tanto más presente en los intentos político- eruditos de apropiación 38 cuanto más hacían las fuerzas democráticas y progresistas por instaurar en el país un régimen liberal. Precisamente, unos a_os antes de 1881 Espa_a había conocido la abolición de la monarquía, la instruración de la república y de nuevo la recuperación de la primera. Las alusiones que se hicieron al consuelo que suponía tener un teatro como el de Calderón frente a la pérdida de las colonias espa_olas van también en esa dirección, ya que la pérdida significaba el acabamiento del viejo imperio espa_ol. En este medio, poco se podían oír las voces críticas. Sumamente ilustrativas de la mentalidad que se defendía, empleando a Calderón como excusa, y de los mecanismos que se utilizaron a lo largo del siglo y después, son las palabras que escribió Durán en su Discurso sobre el influjo que ha tenido la crítica moderna en la decadencia del Teatro Antiguo Espa_ol, en el que “crítica moderna” no es un valor positivo. Es un argumento que se repetirá una y otra vez. Según Durán, Fernando el Católico, Carlos V y Felipe II unieron a Espa_a, ahogaron casi enteramente las formas representativas y consolidaron la Monarquía absoluta. Desde tal momento, el Espa_ol, privado de toda discusión política y religiosa, se vio libre del gérmen de las discordias, y conserva aun la opinión monárquica y cristiana que le distinguía en los siglos XVI y XVII. Esto es tan cierto, que a pesar de las últimas vicisitudes, apenas se hallará un individuo entre el pueblo, a quien no se le presente la idea de República como la de un monstruo cuya existencia no puede concebir, pues tampoco cree que haya un gobierno sin Rey donde se viva en paz y quietud [...]. Y a_ade: Si los extranjeros nos llevan algunas ventajas en industria, podemos nosotros gloriarnos a lo menos de conservar todo el entusiasmo patriótico y religioso que no pudo hollar impunemente el que dominó a la Europa entera, y envanecernos de conservar ileso y lleno de honor el lema que nos distingue: Por mi Dios, por mi Rey, y por mi Dama (1973, pp. 44- 45. La cursiva, del autor. Cit. Escobar, 1990, p. 169). Son palabras de 1828 y son como la justificación del programa de acción de las fuerzas conservadoras y retardatarias. Es claro que, con planteamientos como estos, 39 ningún otro autor podía servir mejor que Calderón como propaganda de un empe_o político, cuya imagen representó y se repuso una y otra vez a lo largo del XIX, dificultando así su avance en la dirección “industrial”. Las voces que se atrevieron a cuestionar esa identificación de lo espa_ol con una determinada manera de ser y obrar no fueron suficientes para cambiar un estado de cosas que, andando los a_os, desencadenó una triste contienda. BIBLIOGRAFÍA Francisco AGUILAR PI_AL. 1988. Un escritor ilustrado: Cándido M_ Trigueros. Madrid, CSIC. Antonio ALCALÁ GALIANO. 1955. Memorias en Obras escogidas, I, ed. Jorge Campos. BAE, 83. Dámaso ALONSO. 1956. Menéndez Pelayo, crítico literario (Las palinodios de don Marcelino). Madrid, Gredos. J. ALONSO DEL REAL. 1881. Calderón según sus obras, sus críticos y sus admiradores. 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