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Todo país, sin importar si goza de una democracia o no, deberá resolver el desafío de la desigualdad educativa, en plena globalización y dados los avances tecnológicos de los últimos años. Debemos transmitir a la inmensa mayoría de la población conocimientos que sean realmente útiles en la vida contemporánea, en la que cada día las máquinas sustituyen a los trabajadores en cada vez más tareas. Ese será todo un desafío para la próxima generación. “Hoy es más importante un buen ministro de Educación que de Economía” HUGO ALCONADA MON “La Nación” de Argentina La primera impresión que causa es la de un académico distante, desconfiado y brillante. Uno de esos cráneos que se las saben todas y les dicen a todos lo que tienen que hacer. Pero con el correr de los minutos surge otra imagen, la de alguien distendido. P olitólogo de renombre mundial, Fukuyama reparte hoy su tiempo entre sus clases en Stanford, al sur de San Francisco, y sus estadías en Washington DC, donde aún colabora con otra universidad, la Johns Hopkins, e integra el directorio del Diálogo Interamericano, el principal centro de estudios sobre América Latina en la capital de Estados Unidos, que le permitió seguir los cambios en la región durante la última década. — Con 61 años, usted es muy conocido desde que a los 30 publicó “El fin de la historia” . ¿Cuántas veces le han preguntado sobre ese libro? [Risas] Bastantes. Pero muchos ni siquiera lo entendieron. Da igual, porque más allá de lo que pueda decir gente como el fallecido Hugo Chávez, no creo que haya una forma más elevada de civilización que la democracia liberal en combinación con algún tipo de economía de mercado. Así que lo único que expuse en aquel libro es que la modernización y el progreso en marcha que vivimos parecen llevar hacia la democracia liberal, no hacia el socialismo. —¿Cambiaría algo? Sí. En el 2011 publiqué “Los orígenes del orden político” y en octubre saldrá el segundo volumen, “Orden político y decadencia política”, ambos textos representan mi esfuerzo por actualizar aquella obra. Y sí, creo que algunos aspectos son hoy diferentes. Primero, le insisto en que aun hoy no creo que haya una forma de organización política superior a la democracia liberal, pero “ No creo que haya una forma política de organización superior a la democracia liberal”. “ La generación anterior de latinoamericanos peleó por la democracia frente a dictaduras, esta generación debe concentrarse en desarrollar una administración pública de calidad”. sí creo que esta puede variar muchísimo en lo que respecta a su calidad. Y segundo, que un país adopte la forma de una democracia liberal no significa que esta vaya a durar para siempre. Por el contrario, puede desplomarse o declinar. —¿Qué cabe esperar para América Latina? No hay duda de que la región está hoy mucho mejor que 30 años atrás. Creció, la desigualdad se ha reducido y se evidencia un avance como bloque, aunque algunos países han sufrido retrocesos. Venezuela es uno y Argentina también [...]Para un politólogo comparativo resulta un laboratorio estupendo. —¿Cómo es eso? Tiene el mayor número de democracias como región, algunas de las cuales funcionan muy bien y otras no y eso resulta interesante. —En ocasiones hay una obsesión por buscar atajos para alcanzar resultados rápidos, pero que a la larga resultan contraproducentes... En ocasiones hay una tendencia populista a pensar que se pueden solucionar estas profundas inequidades sociales sin preocuparse por el crecimiento y los recursos indispensables para una economía. Por eso, el populismo impulsa medidas que no son sustentables y llevan al colapso. Sí creo que se han intentado muchos atajos en América Latina. Y creo que uno de los mayores déficits en la región, ahora que es democrática en bloque, pasa por la mala administración burocrática de sus estados. Sé que suena extraño, porque si uno habla de estados fuertes de inmediato la gente lo asocia con el riesgo de una dictadura o violaciones de los derechos humanos, pero nada más lejos de eso. Por el contrario, por estado fuerte aludo a uno capaz de reafirmar el Estado de Derecho, aplicar las leyes, garantizar la seguridad jurídica y proveer los servicios básicos, como educación, salud o infraestructura. Por eso creo que la generación anterior de latinoamericanos peleó por la democracia frente a dictaduras brutales; esta generación debe concentrarse en desarrollar una administración pública de elevada calidad. —¿Puede ser más específico? La clave en muchos países pasa hoy por dejar atrás el clientelismo. Para eso un eje crítico es que la sociedad mantenga la presión sobre sus gobernantes y se movilice para reclamar servicios públicos de calidad. En países como Argentina y pensando en el largo plazo, hoy es más importante tener un buen ministro de Educación que de Economía. —Usted es crítico sobre Estados Unidos y el declive que percibe en su sistema político... Ese declive responde a una polarización entre demócratas y republicanos que es la más extrema que he percibido. Se rechazan mutuamente y están metidos en un juego de suma cero. Y creo que los republicanos tienen más culpa, pero la situación también responde a las derivaciones extremas del sistema de balances y contrapesos por el cual resulta fácil para una minoría interesada boicotear los intereses de la mayoría. UNA FLOR DORMIDA “Los expertos en ‘farandulogía’ peruana dirán que cada vez es más fácil ser famoso en la TV de sabor nacional”. L a televisión peruana a veces parece un desordenado laboratorio de científicos locos. Cientos de afiebrados productores buscando todos los días la fórmula perfecta para ganar sintonía y para ser cada día más famoso. Y en ese laboratorio de ficción, allí en una jaula enorme, aparece Flor Polo Díaz, junto a su desesperada necesidad de cámaras. Una mujer que tiene casi treinta años pero que lleva más de veinticinco dando vueltas frente a la mirada de los otros, como si fuera un conejillo de indias condenado a probarlo todo. Florcita ha bailado como vedette, fue actriz cómica de discutible suceso pero sobre todo se ha transformado en una peligrosa fábrica parlante que produce escándalos desde que abre la boca. Allí está Flor, dando vueltas sobre su eje como si fuera un hámster de la ciencia en el ‘reality’ de sus días. Su vida ha sido un experimento, sus días han sido encerrados para siempre en un frío tubo de ensayo. Flor es el cuy en tómbola de Chollywood. Fue deformada desde niña para hacer hoy cosas tan extremas como involucrar a su hijo en sus desvaríos mediáticos. Susy Díaz, la ‘Big Mama’ del ‘show business perucho’, la abandonó al centro de un escenario. Esa nerviosa niña bautizada como Florcita solo cultivó los valores numéricos del ráting. Era inocente, tan inocente como ese pequeño (el pobre nieto de Susy e hijo de Flor) que ha sido rodeado por todas las hienas del amarillismo televisivo. Los expertos en ‘farandulogía’ peruana dirán que cada vez es más fácil ser famoso en la TV de sabor nacional. Peléate con tu pareja, golpea a tu mejor amiga, enamórate de un competidor de “Combate” o de una modelo de “Esto es guerra”. Ese es el pésimo mensaje que nos deja el caso de Flor, su esposo Néstor y su hijo (la verdadera víctima de este figuretismo obsesivo). Fórmulas hay muchas, pero Susy Díaz las tiene todas. Y Flor, su peor heredera, es una prueba irrefutable de que existe la cadena de involución humana donde cada generación nace con una neurona menos. El problema no es que exista alguien como Florcita Polo Díaz en el ambiente artístico. Lo trágico es cada uno de sus gritos para llamar la atención encuentran ecos en la carroña del mediodía o de la medianoche. Carlos Galdós, en su afán por exhibir la gracia que no tiene, le dedicó todo su programa a este drama de la vida real que podría titularse: “Doña Flor y sus dos maridos”. Hazte fama y échate a la cama. Ese debe ser el único refrán que debe conocer Florcita. Por eso esta semana ha cumplido como niña aplicada cada una de estas lecciones. Hizo el escándalo y se desmayó. Es una Flor dormida enfocada por todas las cámaras. Una Flor marchita que solo despertará cuando se vaya el último de los ‘chacales’.