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46 Expansión Lunes 18 abril 2016 PAÍS: España FRECUENCIA: Lunes a sábados PÁGINAS: 46 O.J.D.: 30464 TARIFA: 11544 € E.G.M.: 153000 ÁREA: 794 CM² - 74% SECCIÓN: OPINION 18 Abril, 2016 Opinión Cataluña: economía e historia un enfrentamiento sostenido entre dos comunidades homogéneas y diferentes. El ejemplo más conocido, la absurda visión de la guerra de sucesión española entre los Borbones y los Habsburgos a comienzos del siglo XVIII como un enfrentamiento entre España y una Cataluña que luchaba por su independencia, basta para poner de manifiesto cómo se pueden manipular hechos del pasado para defender intereses actuales. Por otra parte, el libro muestra que las dos bestias negras de la historiografía nacionalista catalana, Felipe V y el general Franco, lejos de haber destruido la economía de la región, contribuyeron de forma destacada a su crecimiento. Y, curiosamente, épocas en las que Cataluña gozaba de mayor autonomía, como el siglo XVII o el ya largo período de autogobierno tras la muerte de A FONDO Francisco Cabrillo o que, desde hace mucho tiempo, se viene denominando el “problema catalán” es hoy, sin duda, un asunto muy relevante, no sólo para la región directamente afectada, sino también para el resto de España. Y son numerosos los libros de todo tipo que se han publicado en los últimos años sobre esta cuestión. Cataluña en España. Historia y mito (Gadir Editorial, 2016) se une a esta larga serie. Es obra de uno de nuestros historiadores económicos más prestigiosos, Gabriel Tortella, con la colaboración de J. L. García Ruiz, C.E. Núñez y G. Quiroga. Dicen los autores que este libro es diferente de otros que se han escrito sobre las siempre complejas relaciones entre Cataluña y el resto del país. Y es cierto. Frente a una literatura a menudo poco objetiva, o incluso de trinchera, se trata de una obra muy sólida, tanto en lo que se refiere a su argumentación como a los datos utilizados. Se centra el ensayo en la historia económica de Cataluña; pero ésta se analiza en un marco más amplio, con referencias abundantes al entorno social y político de aquélla. El libro está lleno de observaciones interesantes; pero yo llamaría la atención sobre el hecho de que en él se desmonta una de las tesis principales de los historiadores nacionalistas catalanes: la idea de que, cuando la economía catalana va bien, esto se debe a sus habitantes; pero, cuando va mal, la causa hay que buscarla fuera. Como afirman Tortella y sus colaboradores, las relaciones entre Cataluña y el resto de España han pasado, ciertamente, por períodos de enfrentamientos, pero han sido armoniosas durante la mayor parte de la larga historia común. Historia compleja, ciertamente; pero que en ningún caso puede interpretarse como Es falsa la visión de los nacionalistas catalanes de que la culpa de todo la tiene el Gobierno central son buena muestra del atractivo que para muchos españoles suponía abandonar su región de origen y establecerse allí. Pero hoy las cosas no son así. Lo que reflejan los datos es que, aunque la renta per capita ha crecido mucho en Cataluña –como en todo el país– en las últimas décadas, su posición relativa se ha deteriorado con los gobiernos nacionalistas. Madrid, con un millón de habitantes menos que Cataluña, ha igualado ya su aportación al PIB nacional. Y el fuerte endeudamiento de Cataluña, que tiene que ser financiado por el Estado español, ya que la deuda pública de la comunidad autónoma es considera bono basura por las agencias internacionales de rating, es otro dato que indica que algo está fallando. Esto ha dado origen a un nuevo victimismo. Para los nacionalistas la Elena Ramón L Franco, han sido mucho menos favorables para su economía, al menos en términos relativos. Sólo un ejemplo. Se indica en el libro que los años anteriores a la Guerra Civil se registraron las mayores diferencias entra la renta per capita entre Cataluña y la media de España; y que estas diferencias se fueron reduciendo a partir de los años sesenta por el mayor crecimiento de algunas de las regiones más atrasadas del país. Pero, en 1975, Cataluña conservaba una clara ventaja frente al resto de España en lo que a su base económica y a sus infraestructuras hace referencia; y los flujos de inmigración culpa de que Cataluña no vaya mejor la tiene el Gobierno de Madrid. Pero tal forma de ver los problemas es tan falsa como recurrente. En el libro se dedica mucha atención a una cuestión fundamental de la historia económica de la España contemporánea: los efectos del proteccionismo arancelario en nuestro mediocre desarrollo económico del siglo XIX y primera parte del siglo XX y sus efectos sobre la distribución de la renta. Además de mostrar la curiosa retórica de los proteccionistas, presentando como intereses de toda España lo que eran realmente sus intereses particulares, Tortella y sus colaboradores cuantifican el coste que para el país supuso la protección a la industrial textil –básicamente catalana– entre 1860 y 1890. Las cifras oscilan entre el 0,5% y el 1% del PIB, lo que supone un gran volumen de transferencias que todos los consumidores pagaron en forma de peores productos y precios más altos por mantener una industria que nunca logró ser competitiva internacionalmente y necesitó del mercado nacional para su supervivencia. Se equivocaría quien pensara, sin embargo, que la obra ofrece una imagen globalmente negativa de Cataluña. El objetivo de los autores es presentar una visión lo más objetiva posible, con sus aspectos favorables y desfavorables, de una evolución histórica que sigue condicionando el desarrollo de nuestro país. Pero, seguramente, no todos sacarán esta impresión. En un libro reciente algunos inquisidores nacionalistas elaboraron una lista negra de “malos catalanes”, a los que acusaron, nada menos, que de ayudar al Estado español a “oprimir al pueblo catalán”. No sé si Gabriel Tortella, que nació en Barcelona, ha sido ya incluido en esta lista. Pero me temo que, si no es así, ocupará un lugar relevante en la próxima edición de la obra. Catedrático de Economía de la Universidad Complutense Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat de Cataluña. El populismo y los noruegos VISIÓN PERSONAL Carlos Rodríguez Braun e vuelto este año a disfrutar con Les Luthiers, a quienes no he dejado de admirar desde que los vi por primera vez hace casi cincuenta años en mi Buenos Aires natal. En la antología que presentan en España, bajo el nombre de ¡Chist!, hay un hilo conductor llamado La Comisión, un número que se intercala en varios momentos del espectáculo, en el que unos políticos corruptos encargan a un músico cambiar el H himno nacional. Me concentraré en sólo dos aspectos. Ante la descarada manipulación que pretenden las autoridades, el músico protesta: “No se puede cambiar la historia”. Es bien sabido que el totalitarismo en todas sus variantes se dedica precisamente a eso, a cambiar la historia, y a menudo con notable éxito. A escala mundial, piénsese en la distorsión que aún hoy se mantiene sobre la maldad nazi y la bondad comunista, reflejada en incontables películas y otras manifestaciones culturales. A escala de nuestro país, dos ejemplos son la deformación del pasado por parte de los nacionalistas separatistas y, otra vez, la mitificación del antifranquismo de izquierdas como si encarnara obviamente los ideales de la paz, la tolerancia, la democracia y la libertad. El otro aspecto políticamente destacable de la desopilante La Comisión es cuando los políticos pretenden buscar un enemigo y le indican al compositor que a partir de ahora el enemigo es ¡Noruega! Estupefacto, el músico pregunta: “¿Y qué nos han hecho los noruegos?”. Lógicamente, nada, pero hay que encontrar un enemigo que encienda los ánimos populares. El populismo tiene propensión a buscar enemigos para justificar su propia existencia En el inquietante capítulo 10 de Camino de servidumbre, sobre el triunfo de los peores, Hayek habla de este mismo asunto al referirse al impulso de los demagogos a agrupar un cuerpo homogéneo de seguidores: “Parece casi una ley de la naturaleza humana que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un adversario, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva. La contraposición del “nosotros” y el “ellos”, la lucha contra los ajenos al grupo, parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a un grupo para la acción común. En consecuencia, lo han empleado siempre aquéllos que buscan no sólo el apoyo para una política, sino la ciega confianza de las masas. Desde su punto de vista, tiene la gran ventaja de concederles mayor libertad de acción que casi ningún programa positivo. El enemigo, sea interior, como el “judío” o el “kulak”, o exterior, parece ser una pieza indispensable en el arsenal de un dirigente totalitario”. Cabe recordar el énfasis constante de los populistas y demás antiliberales de toda laya en contra de unos malvados, únicos culpables de nuestras aflicciones: la oligarquía, el capitalismo, los ricos, el 1 %, los de arriba, la casta, las multinacionales… en suma, contra los noruegos.