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LA DIMENSIÓN INSTITUCIONAL DE LA "ECONOMÍA DE LA REALIDAD": LA ECONOMÍA POLÍTICA INSTITUCIONALISTA Versión preliminar. Por favor, no citar sin permiso de los autores. Fernando López-Castellano is an associate professor in the Department of Applied Economics at the University of Granada (Spain). Dpto. Economía Aplicada Facultad CC. Económicas y Empresariales Campus Univ. de La Cartuja. E-18071 (Granada) Teléfono: +34 958244852 Fax: +34 958244046 e-mail: flopezc@ugr.es Fernando García- Quero is an Andalusian government-ESF postdoctoral research fellow in the Department of Applied Economics at the University of Granada (Spain). Dpto. Economía Aplicada Facultad CC. Económicas y Empresariales Campus Univ. de La Cartuja. E-18071 (Granada) Teléfono: +34 958244261 Fax: +34 958244046 e-mail: fgquero@ugr.es Resumen Los recientes debates sobre el papel de las instituciones están mostrando la existencia de dos grandes líneas de investigación de marcadas diferencias teóricas, metodológicas, ideológicas y políticas: la “Nueva Economía Institucional” y la “Economía Política Institucionalista”. El ataque de la “Economía Política Institucionalista” a la economía ortodoxa se dirige a los pilares que sustentan su filosofía política y moral: la economía neoclásica y la tradición libertaria austríaca. La crítica alcanza a la NIE y al corazón de la metodología deductiva e individualista de la economía neoclásica y el liberalismo doctrinario de la escuela austríaca. Rememorando el Methodenstreit, la EPI reivindica el enfoque inductivo basado en la experiencia histórica, defendido por Schmoller, lo que refleja una concepción diferente de la economía y del proceso de desarrollo. En este trabajo se exponen los principales argumentos de la EPI, las deficiencias de la economía ortodoxa que pretende superar, el importante papel de la historia en el análisis económico y social, y se concluye con el cambio que supondría asumir el nuevo enfoque de cara al arte de gobernar. Introducción A principios de la década del noventa del pasado siglo, la concepción del desarrollo como proceso de acumulación de capital dio paso a una visión que ponía el acento en la vinculación entre instituciones y desempeño económico. Se asumía que las políticas públicas y los marcos institucionales eran parte fundamental de la ecuación del crecimiento, y que explicaban, en gran medida, las diferencias de ingresos entre países (North, 1990; Olson, 1996). Este giro desde una “teoría del desarrollo libre de instituciones” a una “Nueva teoría del crecimiento” (Mantzavinos et al, 2004) ha generado una profusa literatura teórica y multitud de estudios empíricos sobre los determinantes institucionales del desarrollo económico. Desde la literatura ortodoxa se argumenta que la obra de North y otros neoinstitucionalistas ha tenido un doble impacto: en el mundo académico, produciendo avances en la teoría y en el método; en las agencias del desarrollo, reorientando los programas del fundamentalismo del mercado al fomento del buen gobierno (Bates, 2010). La literatura crítica relativiza los avances y achaca el entusiasmo institucionalista del mundo académico al agotamiento de la Economía neoclásica (Nelson and Sampat, 2001), y al interés de la economía ortodoxa por enmascarar los fracasos de las “buenas políticas” recomendadas a los países en desarrollo y de las teorías que las sustentan (Chang, 2007b). En la práctica, la influencia de la Nueva Economía Institucional (NEI) se ha traducido, según sus críticos, en el auge del “monocultivo institucional” y en la implantación universal de un modelo de arquitectura institucional idealizado de la experiencia occidental en los países en vías de desarrollo (Przeworski, 2004; Evans, 2005; Portes, 2007). Los resultados han sido muy negativos, porque la imposición externa de patrones institucionales reduce la posibilidad de que las sociedades construyan sus propias instituciones (Rodrik, 2008), y porque se inspira en una visión falsa, legalista y ahistórica de las instituciones (Toye, 2007). Desde esta perspectiva se destaca la importancia de la interacción entre instituciones formales e informales, y del grado de legitimidad del cambio institucional en una cultura concreta, y se propone, como alternativa al “monocultivo” institucional, impulsar la deliberación, la experimentación y la innovación institucional en los propios países en desarrollo (Evans, 2004). La NEI, pese a autodefinirse como Political Economy (Bates, 1995), no pretende constituirse en un marco teórico distinto y opuesto al paradigma económico dominante, que parte de la economía neoclásica (Furuboth, 1985; Coase, 1998; North, 1990). La NEI que, en palabras de Reinert (2007), surgió en el periodo del "fin de la historia", puede denominarse "Economía Institucional Neoclásica" (Samuels, 1995). Pese a sus recientes avances (López and García-Quero, 2012), su método y su análisis de la realidad están limitados por su adscripción a la economía neoclásica (Akerloo, 2002; Akerloo and Palermo, 2004) y a los planteamientos austriacos respecto a las instituciones y el cambio institucional, que defendieron Menger y Hayek (Rutherford, 2001). La teoría del equilibrio, que constituye el armazón de la economía neoclásica no puede explicar los cambios institucionales ni el crecimiento económico impulsado por el cambio tecnológico (Fusfeld, 1977; Galbraith, 1955, 1967; Duguer, 1995; Nelson, 2002). Chang (2002b) califica a la "Nueva Economía Institucional" (NEI) de visión “superficial” y economicista, y propone un enfoque alternativo "explícitamente institucionalista", la "Economía Política Institucionalista" (EPI), que hunde sus raíces en el legado intelectual de Marx, Veblen, Shumpeter, Polanyi y Simon. La EPI es un enfoque de “Economía Política”, porque enfatiza en el papel de los elementos políticos en la determinación de las políticas públicas; e “institucionalista”, porque reafirma el papel de las instituciones que afectan a las acciones humanas. El argumento central de este artículo es que La EPI parte de una visión radicalmente distinta de la organización económica y social, y difiere de la NEI en temas tales como la propia idea de institución, la concepción del papel del Estado y el mercado en la asignación de recursos, el cambio institucional y el desarrollo. La EPI es la dimensión institucional de la "Economía de la Realidad", una tradición de economía política ignorada desde mediados del siglo XX, cuyo objetivo es sustituir la abstracción y la estática vigentes por una cosmovisión holística y dinámica. El artículo está estructurado en cuatro partes. En la primera se plantea la polémica institucional en el marco del debate en torno al método entre la escuela austriaca y la tradición historicista alemana. En la segunda se presenta el “nuevo” enfoque de investigación de la EPI: agencia individual, Estado y mercado; y revisión de la base histórica de las teorías del desarrollo. En la tercera se propone una relación diferente entre motivaciones, acción colectiva y política social. Por último, se presentan las principales conclusiones de este trabajo. 1. Dos visiones, dos tradiciones: ¿una vuelta al Methodenstreit? El fracaso de las teorías convencionales para abordar la problemática del desarrollo y el creciente interés por las instituciones está favoreciendo la recuperación de una literatura económica tradicionalmente ignorada (Colander, 2011; Rutherford, 2001). El ataque de autores como Chang y Evans a la economía ortodoxa se dirige a los pilares que sustentan su filosofía política y moral: la economía neoclásica y la tradición libertaria austríaca. La crítica alcanza a la NIE (Jameson, 2006), y llega al corazón de la metodología deductiva e individualista de la economía neoclásica y el liberalismo doctrinario de la escuela austríaca (Hodgson, 1998; Kilpinen, 2004). Con un giro metodológico que rememora el Methodenstreit, se reivindica el enfoque inductivo basado en la experiencia histórica, defendido por Schmoller, lo que refleja una concepción diferente de la economía y del proceso de desarrollo (Schumpeter, 1971). Esta propuesta de sustituir la metodología neoclásica por la investigación de las conexiones causales en la estructura institucional de la sociedad, mediante un acercamiento holístico, evolutivo y provisional (Tool, 1998), puede, como en el pasado, cambiar el curso del desarrollo de la teoría económica (Hodgson, 2001). La economía política institucional es un enfoque alternativo distinto de la NEI, que hunde sus raíces en la "Economía institucional antigua" (Chang, 2002b; Kirsten, 2012). Es la dimensión institucional de un proyecto en curso cuya pretensión es refutar la actual ortodoxia desde el análisis histórico, y, en particular, desde la historia de la política económica y social (Reinert, 2007). La nómina de autores que, en el pasado, generó el arsenal teórico que sirvió de base a la política económica es muy extensa y diversa: Keynes, Kaldor, Myrdal, Polanyi, Schumpeter, Weber. La EPI también conecta con la tradición en economía política que focaliza el análisis en el conflicto, las instituciones y el poder, y que cuenta con autores tan relevantes como Marx, Evans y Skocpol (Grindle, 2000). Los recientes desarrollos de este enfoque institucionalista por Hodgson, Lazonick, Evans, Rutherford, Burlamaqui y Toye, entre otros, pretenden generar un análisis que amplíe la visión convencional de las instituciones como "restricciones" y ofrecer una explicación más sistemática y general del cambio institucional (Chang and Evans, 2005). Lo primero supone aceptar que las instituciones conforman los intereses y las visiones del mundo de los actores económicos. Lo segundo, que el cambio institucional implica una transformación de las visiones del mundo que subyacen en las estructuras institucionales. La EPI difiere de la NEI en el instrumental teórico y analítico y en la metodología, en la distinta visión del mercado y las instituciones (Rutherford, 2001), y comparte visión, análisis y método con el institucionalismo tradicional, la escuela histórica alemana y la economía evolucionista o Schumpeteriana. Del viejo institucionalismo, ampliado con los trabajos de John K. Galbraith y Gunnar Myrdal, y los recientes estudios de Greoffrey Hodgson y William Kapp, extrae su énfasis en estudiar la estructura y funcionamiento de los sistemas y procesos económicos, su vocación interdisciplinar y el uso de material empírico histórico y comparativo (Hodgson, 1998, 2003). Tal visión contrasta con la idea de escasez que sustenta la concepción de Robbins, y se aleja mucho de "la mecánica del interés y la utilidad" que defendía Jevons (Kapp, 1968). Como es sabido, Veblen criticó la idea de equilibrio y el individuo utilitarista de la economía neoclásica y marginalista y, ante el individualismo metodológico (de los marginalistas) y el holismo metodológico (de los historicistas y de las versiones más esquemáticas de Marx) propuso el dualismo metodológico, que reconoce una relación causal recíproca entre los individuos y el entorno institucional (Hodgson 1998; Galbraith 1989; Mayhew 1998; Rutherford 1994). De la Escuela histórica extrae su crítica a la abstracción y al método deductivo de la metodología clásica y marginalista, su apuesta por el análisis histórico y estadístico; su rechazo del laissez-faire y de la idea del interés individual como regulador de la acción económica. Como ésta, se plantea el tema de la especificidad de los fenómenos económicos y la necesidad de que la teoría económica sea más sensible a la diversidad de situaciones históricas y geográficas existentes en la vida económica y social. También comparte la idea de Schmoller de un Estado intervencionista en materia social y garante del principio de justicia redistributiva (Priddat, 2004). De la visión evolutiva Schumpeteriana, ampliada posteriormente por Simon, Nelson y Winter y Reinert adopta el argumento de que la innovación es un elemento fundamental del desarrollo económico (Lazonick, 1994?¿?TENEMOS 1991). Estos tres enfoques están muy unidos. Los historicistas, como les llamaba Menger, ejercieron un gran influjo sobre el desarrollo de la disciplina en Estados Unidos, singularmente en Veblen y Commons, pero la influencia de Schmoller y Sombart en Schumpeter también es evidente (Ebner, 2000). A finales del siglo XIX, la interacción entre los pensadores norteamericanos y alemanes, que había comenzado con List, continuó con el magisterio de Knies sobre John Bates Clark y Richard Ely (Hodgson, 2001). La dedicación al estudio histórico y estadístico de la realidad económica y a la resolución de las cuestiones sociales, que recogía en sus estatutos la American Economic Association, fundada en 1885, se inspiró en la Verein für Sozialpolitik fundada por Schmoller en 1872, que avaló las reformas de Bismarck sobre legislación social. Mitchell desempeñó un gran papel en la elaboración de la contabilidad del ingreso nacional y Commons colaboró con el New Deal de Roosevelt (Landreth & Colander 1998; Backhouse, 2002). 2. La nueva agenda de investigación La consolidación de una economía política institucionalista exige elaborar una "nueva agenda de investigación", cuyos objetivos sean restaurar una cosmovisión holística y dinámica frente a la estática actual, y adoptar una estrategia de políticas públicas y de desarrollo radicalmente distinta de la impuesta por los “Árbitros” de las “buenas políticas” y el “buen gobierno”, acorde con la estructura global del poder económico vigente (Chang, 2007b). La nueva agenda debe sustentarse en otros pilares: un concepto alternativo de la agencia humana, basado en el hábito, más poderoso que el de la teoría estándar (Arrow, 1986, tenemos un 1951); y una reconstrucción de las experiencias históricas tergiversadas (Reinert, 2007). De esta agenda resultan una idea de valor social distinta del laissez faire, que incorpora la "mejora de la condición humana" (Veblen), la "consecución de una sociedad razonable" (Commons) y el concepto de igualdad (Myrdal, 1980). Esto significa otro papel de los policy makers y de la política. 2.1. Agencia individual, Estado y mercado The first noticeable difference between the two approaches concerns the very nature of the institution. La Nueva Economía Institucional (NEI) establece una causación unidireccional, una "causalidad ascendente", en palabras de Hodgson, desde los individuos hasta las instituciones. El individuo es la unidad básica, sus motivaciones (funciones de preferencia) están dadas, y se presupone un marco social que gobierna su interacción. Las instituciones sancionan o premian los comportamientos individuales, pero no cambian la motivación en sí misma. El origen de instituciones, tales como la empresa, el mercado o el Estado se explica a partir de un “estado de naturaleza” libre de instituciones y de un modelo racional del comportamiento individual. Hodgson (2006) propone reformular el estado inicial libre de instituciones, argumentando que en cualquier “estado de la naturaleza” del que surgen las instituciones, ya existe un gran número de reglas y normas culturales, y que los individuos nacen en un entorno institucional que les precede, son individuos institucionalizados. La Economía Política Institucional (EPI) postula una causación bidireccional entre la motivación individual y las instituciones sociales, lo que significa aceptar que el entorno institucional que envuelve a los individuos forma sus motivaciones, porque las instituciones encierran valores (cosmovisión, códigos morales, normas sociales) que los individuos interiorizan. Las instituciones son estructuras sociales que pueden implicar una "causalidad descendente reconstituyente", que actúa sobre los hábitos de pensamiento y acción de los individuos (Lawson, 2005). Las instituciones, al estructurar, restringir y permitir la acción individual, moldean los comportamientos y cambian las aspiraciones de los agentes. En definitiva, las instituciones facilitan o restringen el comportamiento individual, y, además, forman a los individuos en sí mismos, en tanto les inculcan valores o visiones del mundo. From an alternative concept of the human agency, which rejects the idea of individual maximization of utilities and assumes habit to be like the cement of human action and belief, Hodgson (2006) maintains, with Veblen, that institutions are durable complexes integrated with customs and routines, and a key element of the collective processes through which the agents perceive and understand their experience (Veblen, 1899). El actor está inmerso en estructuras sociales históricamente dadas, en permanente evolución. De otro lado, para acercarse a los hechos reales hay que distinguir entre las organizaciones y las instituciones que las sostienen y superar la identificación de North de instituciones con normas (Portes, 2007; Toye, 2007). Con esta acepción de las instituciones como "reglas del juego", como "restricciones que los hombres imponen a la interacción humana" (North, 1990, 2005), se reducen a una elección más del conjunto de las realizadas por los individuos en el marco de maximización de la utilidad basada en la elección racional. Sin embargo, la construcción de instituciones es un hecho social y político (histórico) y no un acto racional aislado por parte de determinados actores. Las creencias le confieren legitimidad a las reglas, y éstas deben asociarse a las organizaciones para funcionar. Asumiendo estas premisas, Chang y Evans (2005) define the institutions as systematic patterns consisting of shared expectations, unquestioned assumptions, accepted norms and routines of interaction, of great influence on the structure of the motivations and behaviour of groups of socially interrelated actors. These systematic patterns are incarnated in “organisations”, such as public administrations and businesses, which rely on formal norms and the capacity to impose sanctions. El cambio institucional, entendido como la sustitución de unos valores por otros, supone la modificación de las reglas de juego, la revisión de rutinas establecidas, la reconsideración de creencias y valoraciones anteriores, la sustitución de determinados hábitos mentales y actitudes por otros. El proceso de cambio institucional provoca cambios reales en la percepción de las situaciones y en las pautas de comportamiento por parte de los agentes sociales. In the orthodox theory, the State is always latent how a monopoly of violence, the State, creates the rules, but its power also allows it to violate them (Weingast, 1995). Para North, gran parte de la problemática del desarrollo sigue siendo la creación de instituciones políticas que pongan límites al poder gubernamental. El Estado cumple la función clave de asegurar los derechos de propiedad y garantizar el cumplimiento de los contratos para reducir los costos de transacción, aumentar la riqueza y fomentar el crecimiento, pero deben diseñarse mecanismos de acción colectiva que limiten su capacidad predatoria. Su condición de actor interesado en la economía le incentiva a comportarse de forma oportunista, con el fin de maximizar las rentas de quienes tienen acceso al proceso oficial de toma de decisiones (North, 2005; Shirley, 2008). La concepción del Estado como un "Leviatán maximizador de ingresos" (Brennan & Buchanan, 1980) explica la persistencia de instituciones ineficaces: los dirigentes "depredadores", buscando maximizar la renta socaban los derechos de propiedad y los incentivos para la inversión (Levi, 1988). Esta caricatura del Estado ineficiente, depredador, y recaudador de impuestos, se acentúa en los países en desarrollo, caracterizados por la fragilidad institucional (Toye, 1987, 1995). Se ignora el papel del Estado como creador y regulador de las instituciones que gobiernan las relaciones y como institución política. La evidencia histórica no avala la idea de Brennan y Buchanan (1980) relativa a la percepción del ciudadano de la capacidad fiscal como reflejo del poder de coacción del Estado. La capacidad del Estado es una variable crítica en los casos exitosos de desarrollo (Leftwich, 1995; Seddon-Bolton, 1995). Un enfoque técnico y apolítico de la fiscalidad ignora el papel que cumplen los impuestos en la capacidad del Estado y su gobernanza, y como indicador objetivo de su poder y legitimidad para impulsar el desarrollo (Di John, 2007; Toye, 2000??? será otro). La incapacidad del Estado para articular un sistema fiscal y legal unificado y no discriminatorio era el freno principal para el crecimiento económico premoderno (Epstein, 2009 tenemos). La causa real del atraso reside en la incapacidad recaudatoria del Estado, reflejo de su dificultad para suscitar legitimidad política y de su debilidad institucional en materia de administración y gestión tributaria (Chang, 2002a). Pese a tales evidencias, la teoría ortodoxa entiende que la naturaleza del problema fiscal en los países en desarrollo radica en el despilfarro. La hipótesis de la postura libertaria austríaca de la primacía del mercado se sustenta en la explicación contractualista del origen del Estado. Según ésta, el Estado es la solución "contractual" al problema de la acción colectiva de suministrar ley y orden, y asegurar la propiedad privada para que los mercados funcionen (Buchanan, 1986). Para la EPI, el mercado es una institución más de un sistema capitalista que está formado, además, por otras instituciones, tales como las empresas, el Estado y otras reglas informales como la convención social (Chang, 2002b). En el análisis del mercado y del Estado hay que introducir el elemento político, porque los intercambios están envueltos en un entramado institucional (Polanyi, 1944). El mercado es una construcción política, definida por una serie de instituciones, formales e informales, que regulan la participación, el objeto de intercambio y los derechos y obligaciones de los agentes que intervienen (Chang, 2011; Hodgson, 2006). El mercado no es un fenómeno natural ni su origen es espontáneo, sino que es el resultado del ejercicio del poder, especialmente por parte del Estado a través de sus agencias o por parte de instancias supraestatales (Klein, 1995), sobre todo en los comienzos del capitalismo. El Estado reduce la incertidumbre inherente al cambio económico y asegura los derechos de propiedad. Estado y mercado se complementan por medio de interrelaciones entre una matriz de instituciones y convenciones (Burlamaqui, et al., 2000). Si se analiza en perspectiva histórica, se puede afirmar que el ejercicio del poder político del Estado ha coadyuvado a la acumulación capitalista (Skocpol, 1985). En Occidente, la creación de mercados nacionales coincidió con la creación y expansión de las instituciones estatales (Polanyi, 1944; Epstein, 2000). El Estado mercantilista inglés creó unos marcos de seguridad internos y externos en los que se podía cumplir y hacer cumplir las leyes y derechos, que permitieron el desarrollo de una economía de mercado (O´Brien, 2006 tenemos 2003). De otro lado, la existencia de un gobierno eficaz es una precondición para la transición a la economía de mercado, porque los intercambios voluntarios no pueden producirse en un vacío institucional. Wang‟s study (2003) on China shows that the development of the market requires an arduous process of “legitimization”, sustained by coercion, and that a market economy cannot exist without legal, administrative and tax-efficient institutions, which define property rights; promulgate laws; enforce contracts and collect taxes. En cierto sentido, argumenta, estas instituciones son "bienes públicos" necesarios para que los mercados funcionen. El papel del Estado se acrecienta en un mundo schumpeteriano basado en la competencia y la innovación (Burlamaqui, 2000; Jessop, 2003). La idea de competencia también es ambigua, porque la visión neoliberal del monopolio o el duopolio como “fracaso” del mercado se convierte en "éxito organizativo” para la economía institucional (Lazonick, 1991). 2.2. La revisión de la base histórica de las teorías del desarrollo En un influyente artículo, Olson (1996) se interrogaba sobre el origen de las divergencias de ingresos entre países ricos y pobres y se contestaba atribuyéndoselas a las diferencias de calidad de sus instituciones y de sus políticas económicas. La propuesta interpretativa de North sobre el nacimiento y evolución del mundo occidental, y los posteriores intentos de proyectar la experiencia europea a otros ámbitos (North & Thomas, 1972; North, 1990, 2005) sostiene que el funcionamiento de la economía requiere cumplir dos condiciones: seguridad de los derechos de propiedad y ausencia de depredación. Asumiendo estas premisas, la New Political Economics of development”, ligada al neoinstitucionalismo de elección racional, analiza los fundamentos políticos del desarrollo estudiando la violencia como fuente de prosperidad. La tesis es que la violencia cumple un papel funcional en la historia; en Europa occidental contribuyó a la formación del Estado moderno y la institucionalización del poder se manifestó en la paulatina adquisición del monopolio de la violencia. La guerra y la necesidad de financiarla crearon las condiciones que posibilitaron un orden político favorecedor del crecimiento y configuraron a los Estados modernos (Bates, 2001). Establishing a parallel between the underdeveloped world and the insecure society of Hobbes, it is shown that the development of the European nations and the modernizing forces of developing countries have a common root: the controlling of violence to transform it into collaboration. Frente a la explicación de los teóricos de la dependencia, centrada en las distorsiones causadas por el poder de las economías desarrolladas sobre la política económica de los países en desarrollo, se sostiene que el subdesarrollo contemporáneo no se debe a la política económica, similar a la política mercantilista de los primeros Estados europeos en sus comienzos, sino a las diferencias del sistema internacional que enfrentaron, caracterizado por la guerra fría y la ayuda externa, que conformó un empleo distinto de la violencia. Esto es, faltaron las dos condiciones que habían posibilitado la creación del estado moderno: el imperativo militar -su proclamación como naciones soberanas redujo las posibilidades de conflicto bélico-, y el imperativo económico -la abundante fuente de financiación que supuso la ayuda externa redujo los incentivos para crear riqueza-. Esta doble razón derivó en una relación distinta entre las élites políticas y la ciudadanía, y mermó los incentivos para crear instituciones “liberales” (Bates, 2001; López y Lizárraga, 2006; López Castellano, 2012). A partir de la idea de que la explicación neoinstitucionalista del desarrollo es ahistórica, la dimensión institucional del otro canon subraya que la aproximación al binomio instituciones-desarrollo requiere un enfoque multidisciplinar y un mayor conocimiento de las experiencias históricas y contemporáneas, mediante análisis históricos comparados y estudios de caso centrados en diversos contextos nacionales (Chang, 2007a, 2011). Su propuesta consiste en revisar la base histórica de las teorías del desarrollo, reformulando la pregunta de Olson en los siguientes términos: ¿cómo, de verdad, se hicieron ricos los países ricos?. Para deconstruir el discurso ortodoxo sobre el desarrollo parte de la intuición estructuralista de que el mundo subdesarrollado no alcanzará la prosperidad siguiendo el camino trazado por las naciones desarrolladas, y de la propuesta de Gerschenkron (1952) de interrogar al pasado para extraer elementos que puedan aplicarse a los fenómenos actuales, y a los debates sobre los procesos de industrialización. A partir de esta “aproximación histórica”, plantea una agenda de investigación muy ambiciosa: “Buscar pautas históricas permanentes, construir teorías para explicarlas y aplicar estas teorías a problemas contemporáneos, teniendo en cuenta al mismo tiempo los cambios en las circunstancias tecnológicas, institucionales y políticas” (Chang, 2002a). Su investigación arroja resultados radicalmente distintos de los descritos en las reinterpretaciones del pasado con miradas actuales, tanto en lo referente al “buen gobierno”, cuanto a las "buenas" políticas. La primera constatación es que Europa siguió un “largo y turbulento camino hacia el desarrollo institucional”. Si se particularizan los componentes del “buen gobierno” (sistema democrático, burocracia y poder judicial eficientes y libres de corrupción, protección derechos de propiedad, instituciones financieras, sistema fiscal y de seguridad social), tal conclusión es más evidente, porque la capacidad de suscitar legitimidad política y la implantación de mecanismos fiscales y administrativos se logró en fechas relativamente recientes, y muchas de estas instituciones fueron la consecuencia de la industrialización, más que la causa. En cuanto a las “buenas políticas”, apoyándose en la crítica de F. List a la “doctrina cosmopolita” de Smith y otros partidarios del libre cambio, y en los estudios sobre la relación entre prosperidad y proteccionismo o libre cambio a lo largo de la historia (Bairoch, 1994), Chang sostiene que, salvo excepciones, todos los países hoy desarrollados aplicaron activamente políticas industriales, comerciales y tecnológicas para promover industrias nacientes durante sus etapas de actualización. Tal es el caso de Inglaterra o Estados Unidos, dos mitos del “laissez faire”, que desoyen el “consejo” de Adam Smith de no desarrollar industrias manufactureras y protegen las “industrias nacientes” (Chang, 2007). Las economías de más éxito del planeta buscaron la competencia imperfecta dinámica, mediante prohibiciones de importación y exportación y tarifas como instrumentos para una política económica amplia. Los países ricos se especializaron en la exportación de productos manufacturados aprovechando las ventajas creadas por el hombre, y en la actualidad se incentiva a los países subdesarrollados a especializarse en las ventajas comparativas que proporciona la naturaleza (Reinert, 1995, 2007). Chang (2002a) constata que durante las tres décadas posteriores a la segunda Guerra mundial, tanto los países ricos como los países en vías de desarrollo, experimentaron índices de crecimiento muy superiores a los de la “primera globalización” (1870-1913) con programas de intervención bien diseñados y severos controles sobre los movimientos de capital internacional. Su análisis coincide con el de Nayyar (2006), que muestra los negativos efectos de la cesión al mercado de la tarea del desarrollo. En todos los países que lograron un crecimiento económico sostenido (los tigres Asiáticos, China, Chile, India, Botswana), a la vez que se definían y protegían los derechos de propiedad privada, se aplicaron políticas sociales, de provisión de infraestructuras y de apoyo a la innovación tecnológica y a la inversión productiva. El triunfo del “idiosincrático” modelo asiático se sustentó en un formidable gasto de energía política y recursos económicos y no en el legado cultural, como defiende Huntington (2000). Para comprender el cambio social, subraya, hay que disociar la cultura de la “ilusión del destino”, porque la cultura puede modificarse mediante la exhortación ideológica y la política educativa, apoyadas en cambios en las instituciones y las políticas económicas (Chang, 2007a). Chang concluye sus investigaciones con una reflexión provocadora, que encierra una doble crítica, a las políticas macroeconómicas recomendadas y al discurso subyacente: tras las recomendaciones en materia económica e institucional a los países en desarrollo se esconde un intento de “retirar la escalera” para que no accedan al progreso. La desregulación del sistema financiero, la penalización de la supuesta “irracionalidad” del Estado, y la privatización de los servicios del bienestar son estrategias que les alejan de la prosperidad (Chang, 2002a, 2007b). A la misma conclusión llega Wade (2003) cuando afirma que los acuerdos de las organizaciones multilaterales sobre el libre comercio, sustentados en los principios de reciprocidad y no distorsión, constituyen una versión moderna de la tesis de List. El cambio tecnológico experimentado en los últimos años implica la destrucción creativa de los valores productivos existentes (Chang and Rowthorn, 1995) y exige una creación de instituciones e instrumentos de política económica del tamaño de la generada durante la etapa de formación y consolidación de los estados modernos (Chang and Evans, 2005). Pero, la creación de nuevas instituciones requiere ampliar la idea de "reglas de juego" a la esfera internacional, para incluir la distribución internacional del poder en el análisis del cambio institucional. De esta forma, se captarían el papel de la deuda externa y de la inversión extranjera directa en el mantenimiento de arreglos institucionales para preservar los privilegios de los agentes hegemónicos internacionales. Otro de los argumentos centrales del discurso dominante es que las instituciones clave para el desarrollo son las que “salvaguardan los derechos de propiedad” y garantizan el cumplimiento de los contratos (Shirley, 2008; Dixit, 2009). No obstante, pese a su centralidad en el discurso y a su importancia en la creación de indicadores de calidad institucional, el concepto no está claramente definido (Pzeworski, 2004). Toye (2007) señala que la seguridad de los derechos de propiedad solo es un jalón en la construcción del edificio institucional de cara al desarrollo y, siguiendo a Marx, advierte que siempre es una fuente de conflicto durante los procesos de transformación estructural. Otra idea plenamente aceptada es la referente a que la propiedad privada es más eficiente que la pública, idea que parte de la ignorancia de la diversidad de formas que pueden adoptar los derechos de propiedad, como demostró Ostrom (1990) a nivel teórico, y la experiencia de países como China, Singapur, o Finlandia, a nivel empírico (Chang, 2005, 2011). En la combinación institucional deseable hay un fuerte elemento de especificidad del contexto que surge de las diferencias históricas, geográficas, de economía política u otras condiciones iniciales. Focalizar el análisis en la forma institucional favorece la recomendación de políticas, dado que propone una solución concreta a un problema institucional, pero puede fomentar un isomorfismo peligroso a partir de una imagen idílica de los gobiernos de los países desarrollados (Andrews, 2010). La tradición institucional ortodoxa apoya explícitamente, o tolera implícitamente, los intentos de reformas institucionales impuestas a las antiguas economías socialistas y a muchos países en desarrollo durante las últimas décadas (Chang, 2011). En definitiva, de cara al desarrollo, hay que cambiar los principios neoclásicos por los de List (Reinert, 2007). La estrategia pasa por publicar los "verdaderos" hechos relativos a las experiencias históricas de los países desarrollados para que los países en desarrollo tengan mayor información para tomar decisiones; cambiar la condicionalidad de las ayudas; reescribir las normas y regulaciones de la OMC; y evitar los trasplantes institucionales por su escaso éxito y su alto costo (Chang, 2002b). Por su parte, los países en vías de desarrollo tienen que realizar dos tareas urgentes: deconstruir el argumento de la teoría ortodoxa del crecimiento económico favorable a la recepción de flujos de capital, establecer controles de capital para reducir su movilidad y evitar su fuga, y sustituir la actual arquitectura financiera por otro modelo que restaure el control del sistema financiero por parte del Estado para impulsar la actividad productiva (Aglietta and Cartelier, 1998; Kregel, 2004; Epstein, 2005). 3. Motivaciones, acción colectiva y política social Identificar "instituciones" que fomentan el crecimiento con los valores, la normativa y la estructura organizativa que favorecen la interacción de actores en un mercado con bajos costos de transacción, empobrece el análisis (Nelson y Sampat, 2001). Como sostienen Rodrik y Subramanian (2003 2004?¿?¿), la literatura ortodoxa enfatiza en las instituciones económicas creadoras de mercado, en detrimento de las que lo regulan, lo estabilizan y lo legitiman. Es decir, las que aseguran su funcionamiento y minimizan los riesgos de conflicto, mediante medidas redistributivas y de protección social. La visión de la política redistributiva como mera creación de rentas improductivas, minimiza el papel de la distribución en la persistencia de instituciones disfuncionales y en el fracaso de la acción colectiva, lo que esteriliza el debate (Bardhan, 2001). La literatura ortodoxa no considera el positivo papel de las instituciones ante la inestabilidad de un sistema guiado por la destrucción creativa (Evans and Chang, 2005). En las dimensiones sociales (corrupción y capital social), económicas (funcionamiento de los mercados y respeto a la propiedad privada) y políticas (libertad y estabilidad políticas) que se incluyen en la construcción de indicadores de la calidad institucional, se prescinde de la política social. Tal orden de cosas implica asumir la idea de que el Estado y la Economía son esferas autónomas y negar que son mutuamente constituyentes al estar integradas en sociedades con estructuras institucionales específicas (Block and Evans, 2005). Con el término "arraigo", Polanyi quería advertir que la economía no es autónoma, sino que estaba subordinada a la política, la religión y las creencias sociales (Block, 2001). El gasto social es vital para el funcionamiento de las economías nacionales y la superación de conflictos, de ahí que Chang (2004) critique la concepción ortodoxa de la política social como red de protección residual, sin considerar su significativa contribución al desarrollo. Y Mkandawire (2001) subraya que la política social debe concebirse como la principal preocupación del desarrollo social, y situarse al mismo nivel que la política económica, para asegurar un desarrollo equitativo y socialmente duradero. En este sentido, distinguir entre estrategias para el desarrollo en términos de acumulación frente a protección social, es tan erróneo como hacerlo en términos de estados contra mercados (Block and Evans 2005). La corriente dominante parte de la idea de que la política atenta contra la "racionalidad" del mercado, de ahí que proponga "despolitizar la economía", esto es, reducir el alcance del Estado, mediante la privatización y desregulación, y la creación de agencias independientes (Chang, 2002b). El individualismo metodológico descarta el interés público nacional como categoría y reduce los fenómenos sociales y colectivos a teorías sobre la acción humana individual. Los objetivos de política se miden en términos de utilidad individual, las preocupaciones éticas se reducen a maximizar dicha utilidad, y se invoca el criterio de Pareto para establecer proposiciones normativas (Reinert, 2007; Rutherford, 1994). Los argumentos utilitaristas sobre la corrupción evocan a Mandeville, porque la ven como lubricante de los engranajes de la actividad económica, sin considerar sus costes sociales. El enfoque institucionalista sostiene que los problemas morales no son totalmente reducibles a la maximización de la utilidad individual, y que existen valores y compromisos irreducibles a cuestiones de incentivos o disuasión (Hodgson, 2006). Tras la imagen ortodoxa del Estado se esconde la visión del egoísmo como teoría de la motivación y del comportamiento humano y la negación de la naturaleza “pública” de las motivaciones de los políticos y burócratas estatales, pese a que los individuos pueden estar motivados por el egoísmo más extremo o el más puro altruismo (Steinmo y Lewis, 2011). De una parte, las instituciones no son sólo un conjunto de restricciones dentro de las cuales los políticos y los burócratas individuales maximizan su utilidad racionalmente, sino que confieren legitimidad, autoridad y poder a quienes participan en ellas (Toye, 1995). De otra, y como escribía Röpke (1966), deben existir valores éticos más elevados que puedan ser invocados con éxito, tales como la justicia, el espíritu público, el altruismo, o la buena voluntad, e individuos que piensen “institucionalmente”, esto es, que tengan conciencia del deber propio más allá de la lealtad personal u organizativa (Heclo, 2008), y que al integrarse en la vida pública, terminen interiorizando valores “públicamente orientados”. En todo caso, tanto el comportamiento como las motivaciones de los personajes públicos pueden modificarse mediante la exhortación ideológica, directa, enfatizando en la ética del servicio público en el proceso de entrenamiento burocrático, o indirecta, cambiando las instituciones que les rodean (Chang, 2007). 4. Reflexiones finales La deriva del sistema capitalista y la creciente insatisfacción con la Economía Convencional obliga a recuperar lo más valioso de las tradiciones de la Economía Política, del trabajo crítico de Marx, de la escuela histórica y del institucionalismo tradicional. El canon dominante en la economía, pese a su formalismo, tiene reducida capacidad para captar los principales cambios en las estructuras económicas y sociales. Las explicaciones neoinstitucionalistas abundan en criterios eficientistas y convierten las instituciones en productos de la elección racional de individuos egoístas interesados solo en obtener beneficios materiales. El reto es superar esta visión "superficial" mediante un análisis institucional concebido de manera amplia, que proporcione las bases teóricas que permitan reestructurar la globalización. En este sentido, cambiar las instituciones requiere cambiar la visión del mundo que hay detrás de las estructuras institucionales. El estudio de los procesos económicos exige redefinir su objeto, ampliar sus fronteras e impulsar una apertura metodológica. Economía y sociedad son sistemas dinámicos y complejos que cambian y se sustentan en complejas interrelaciones sociales de dominación, conflicto, cooperación, en las que los recursos naturales, la tecnología, la cultura, las instituciones, el poder, la propiedad, la ética, la acción colectiva van definiendo contextos en los que individuos y colectivos sociales toman decisiones que afectan al contexto y a los propios individuos. Aspectos tales como la cuestión social, la desigualdad, la conciliación del interés individual y el interés general, la libertad y la justicia, y la intervención del Estado en materia social son recuperados en la nueva agenda que propone la Economía Política Institucionalista. Como en la época del eminente historicista alemán Schmoller, la cuestión social es un problema de nuestro tiempo. La Economía Política institucionalista apuesta por la Transformación Social, contribuyendo a una crítica radical de los postulados neoclásicos y de las políticas neoliberales actuales. Frente a la "racionalidad" de la ciencia económica dominante, centra su análisis en la estructura normativo-legal de la sociedad junto con los hábitos mentales y las actitudes compartidas por la colectividad. Frente a la racionalidad de mercado se enfatiza en la racionalidad institucional. Las instituciones definen el marco de actuación de los seres humanos en la esfera social. La coerción, la estructura de incentivos, la persuasión, el comportamiento rutinario, conforman el marco institucional en el que se desarrolla la actividad económica. Los diferentes tipos de valores presentes en las instituciones son los que guían las conductas de los agentes sociales. Cuestionar la visión del egoísmo como teoría de la motivación y del comportamiento humano y la idea de la inexistencia de la naturaleza “pública” de las motivaciones de los políticos y burócratas, supone pensar en individuos con conciencia del deber propio más allá de la lealtad personal u organizativa, individuos que piensen “institucionalmente”. También implica aceptar que las motivaciones de los políticos pueden modificarse a favor de un fin colectivo, mediante la educación en la ética del servicio público. References Aglietta, Michel and Jean Cartelier. 1998. “Ordre monétaire des économies de marché”. In La Monnaie Souveraine, eds. M. Aglietta and A. Orléan. Paris: Éditíons Odíle Jacob, pp.129–158. Ankarloo, Daniel. 2002. “New institutional economics and economic history.” Capital & Class, 78: 9–36. Ankarloo, Daniel and Giulio Palermo. 2004. “Anti-Williamson: a Marxian critique of New Institutional Economics.” Cambridge Journal of Economics 28 (3): 413-429. 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