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Insuficiente y tardío Araceli Damián* Era imposible continuar con la simulación de que aquí no pasa nada. Los efectos de la crisis norteamericana se han evidenciado a tal magnitud que al gobierno mexicano no le ha quedado más remedio que implementar un plan de “rescate”. La respuesta ha sorprendido a tirios y troyanos, ya que parecen olvidar los dogmas neoliberales con los que la tecnocracia mexicana ha manejado al país por veintiséis años. No hay razón de tal sorpresa, ya que el próximo año es electoral y el éxito o fracaso del partido en el poder dependerá en gran medida de cómo sorteé la presente crisis. Sin embargo, el plan es tardío, si consideramos que desde hace varios años diversos analistas económicos han hecho llamados al gobierno para que modifique la política económica y monetaria que ha mantenido al país en un total estancamiento. El marasmo económico se instaló en nuestro país desde la crisis de la deuda en los ochenta, cuando los organismos internacionales recomendaron a los gobiernos abandonar su activo papel en la economía y desregular los mercados de bienes y de capitales. México ha sido ejemplo del dogmatismo de la ortodoxia neoliberal. Lo anterior le ha costado mucho al ciudadano común que se ha visto sujeto a condiciones de vida cada vez más precarias. Esta situación se pudo haber evitado. Sin embargo, los tecnócratas nunca tomaron en cuenta la evidencia de que mientras que los países que siguieron al pie de la letra las recomendaciones del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI), como México y Argentina, no lograban salir del hoyo y estaban sujetos a crisis recurrentes, los que hicieron caso omiso de tales recomendaciones, como los asiáticos, alcanzaron ritmos de crecimiento altos y redujeron de manera importante los niveles de pobreza. Pero los propios países asiáticos cayeron en la trampa de las élites financieras. Después de muchas presiones provenientes de los organismos internacionales y del propio gobierno norteamericano, dichos países optaron por liberar sus mercados de bienes y de capitales. En poco tiempo cayeron en su primera gran crisis financiera, la cual era una advertencia de los peligros de la desregulación que nadie quiso escuchar. Al respecto Joseph Stiglitz (El malestar en la globalización, Taurus, 2002) comenta “cuando el baht, moneda tailandesa, se hundió el 2 de julio de 1997 nadie sabía que inauguraba la crisis económica más grande desde la Gran Depresión –se extendió desde Asia hacia Rusia y América Latina, y amenazó a todo el mundo–. Stiglitz narra cómo los promotores de la desregulación subestimaron las consecuencias de la crisis, al grado de que en septiembre de 1997 el expresidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, declaraba que los problemas del baht eran “sólo chispas en el camino a la prosperidad económica”. De igual forma, los funcionarios del FMI (seguros de sus consejos) clamaban por cambios en sus estatutos que les permitieran presionar a los países desarrollados para que liberalizasen sus mercados. Ignorando las consecuencias de aquella crisis, el gigante norteamericano eliminó regulaciones en sus mercados financieros y las chispas se han convertido en verdaderos granadas explosivas. Para colmo, la estrategia para tratar de salvar el sistema financiero norteamericano es muy similar a la que se llevó a cabo durante la crisis asiática. El FMI prestó enormes cantidades de dinero a los gobiernos de los países asiáticos en crisis, pero condicionándolo a que se canalizara a los empresarios endeudados con los bancos occidentales. De esta manera, se salvaron los bancos, a pesar de que prestaron de manera irresponsable, como sucedió también en los años ochenta y en la crisis actual. Stiglitz señala que la estrategia de salvamento no frenó la crisis económica de los países afectados y, en tan sólo un año, en Corea, por ejemplo, el desempleo había crecido cuatro veces, la pobreza urbana se había triplicado y el Producto Interno Bruto se contrajo 6.7 por ciento. Lo anterior permite prever que a pesar del plan de rescate norteamericano los ciudadanos comunes vivirán los estragos mientras que, como ya está sucediendo, los responsables de la crisis siguen viviendo a sus anchas. En México, el paquete de “rescate” anunciado esta semana se parece, aunque en escala reducida, al que propuso Andrés Manuel López Obrador como candidato a la presidencia para promover la economía, salvo que planteaba aplicar la medidas desde el inicio de la administración, no hasta que se presentara una crisis. Por otra parte, sus posibles efectos positivos llegarán de manera tardía, ya que los proyectos iniciarán en 2009, cuando se requieren acciones inmediatas. En consecuencia, la debacle sí será sentida por los ciudadanos comunes. La propuesta es incompleta porque no hay nada de la austeridad republicana que se requiere en estos momentos de crisis. Se dejan altísimos salarios para la burocracia de alto nivel, incluyendo a ministros, legisladores y consejeros del IFE. Por otra parte, se deja intacta la desregulación financiera y el Banco de México mantiene altas las tasas de interés bajo el supuesto de que se evitarán fugas de capitales. Las pasadas jornada que han presionado al alza el dólar muestran que el supuesto es falso. Es tal el nivel de la crisis que hasta el propio FMI ha hecho un llamado para reconsiderar las políticas de desregulación que tanto promovió en el pasado, regresando la soberanía de la economía a los estados nacionales. En esta ocasión sí sería deseable que los tecnócratas le hicieran caso a sus gurús. *El Colegio de México, adamian@colmex.mx