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62 Reseñas de lecturas sobre geopolítica y economía global Russia and the New World Disorder Lo, Bobo (2015), Brookings Institution Press/Chatham House, Baltimore/Londres. “ En lugar de centrarse en el pensamiento estratégico serio (y mucho menos la imaginación), el Kremlin se ha distraído con “triunfos” tácticos y una gran dosis de autoengaño. Pese al énfasis del Kremlin en la búsqueda “pragmática” de los intereses nacionales, su enfoque de relaciones internacionales está distorsionado por un mundo virtual que promete mucho, pero que ofrece pocos resultados.” Sinopsis La anexión rusa de Crimea en marzo de 2014 fue un acto revolucionario y agresivo. Fue revolucionario porque, por primera vez en más de medio siglo, un estado europeo invadió el territorio de otro por la fuerza. Esta acción de Moscú tambaleó las bases del sistema internacional de 1945 y marcó el fin de la política de adaptación con Occidente posterior a la guerra fría. Un “nuevo” sistema estaba emergiendo, incluso si nadie conocía muy bien las reglas o el resultado. Al mismo tiempo, las acciones del Kremlin significaban un retroceso a una era que muchos habían dado por superada. Para Bobo Lo, autor de Russia and the New World Disorder (Rusia y el nuevo desorden mundial), hoy en día la narrativa en Rusia es diferente. La globalización, o al menos la globalización liderada por Occidente, está fuera de juego, mientras que la geopolítica ha vuelto como elemento principal de la política exterior de Putin. Rusia ha vuelto a lo tradicional, a lo familiar, a lo nativo. Dentro de sus fronteras el país está persiguiendo la “idea nacional” basada en una política conservadora y valores sociales, libres de la influencia del liberalismo occidental. Internacionalmente, el país está liderando un nacionalismo renaciente que desafía abiertamente el liderazgo de Estados Unidos y la legitimidad de muchas de las normas e instituciones globales. En opinión de Bobo Lo, el sentimiento de inferioridad que una vez caracterizó la actitud de las élites rusas ha cedido ante una nueva militancia y, al menos en público, una confianza agresiva. A lo largo de esta obra, el autor realizará un análisis (nada complaciente) de Rusia y buscará mostrar al lector cuál es la percepción, estrategia y rol de Rusia en este nuevo desorden mundial. Para Bobo Lo, es mucho lo que está en juego. Si Rusia es capaz de redefinirse como un poder moderno, será un actor clave en la historia del siglo XXI, con capacidad de ejercer una influencia crítica en la sociedad, economía y política internacional. Por el contrario, una Rusia no reconstruida podría terminar como una de las principales víctimas de la transformación global, rezagada en casa, marginalizada de la toma de decisiones y cada vez más vulnerable frente a las ambiciones de otros países. 1 El autor Bobo Lo es investigador asociado en el programa de Rusia y Euroasia de Chatham House (Reino Unido), y un investigador asociado en el Russia and New Independent States Center del Institut Français des Relations Internationales (Ifri). Anteriormente fue director de los programas de China y Rusia en el Center for European Reform en Londres, director del programa de Rusia y Euroasia en Chatham House, y jefe adjunto de misión en la embajada australiana de Moscú. Es autor de Axis of Convenience: Moscow, Beijing, and the New Geopolitics (Brookings/Chatham House, 2008). Idea básica y opinión Russia and the New World Disorder se estructura en tres partes: primero, el contexto de Rusia y su política exterior, es decir, los factores domésticos que influyen en el proceso de toma de decisiones. En segundo lugar, la respuesta del régimen de Putin ante los cuatro desafíos principales que presenta el nuevo desorden mundial: 1) redefinir Rusia como actor global y contribuyente a los bienes públicos globales; 2) recalibrar su influencia post-soviética en Eurasia; 3) llevar a cabo una relación más productiva con la región Asia-Pacífico; y 4) estabilizar sus relaciones con Occidente. La última parte del libro mira hacia el futuro y evalúa posibles escenarios futuros para Rusia. El contexto de Rusia y su política exterior En los últimos años se ha puesto de moda enfatizar la fusión de la política doméstica con la política internacional. La última se contempla básicamente como una extensión de la primera. También existe el pensamiento convencional occidental de considerar que el sistema político de un país y sus valores determinan su actitud hacia el mundo exterior. Por ese motivo, se dice que las democracias son más proclives a llevar a cabo una cooperación de suma positiva que los regímenes autoritarios, que tienden a adoptar posiciones más interesadas, firmes e incluso agresivas. Estas simplificaciones, sin embargo, infravaloran, para Bobo Lo, la complejidad del nexo política nacional/internacional. En el caso de Rusia este nexo asume diversas formas. El vínculo es evidente en el nivel más básico en la cultura política y modus operandi de la élite de Putin. Aunque esta élite no es monolítica, existen bastantes puntos en común, sobre todo en cuanto a política exterior: como subraya Bobo Lo, esta élite no suele desafiar supuestos fundamentales de la política exterior. Las diferencias surgen más bien por conflictos de intereses, no de ideas. Comparado con los amargos desacuerdos en cuanto a la reforma económica, no existen apenas serias desavenencias en cuanto a política exterior. El destino de Rusia como un gran poder e identidad de civilización única son aceptadas como verdades evidentes, con un resentimiento hacia las políticas y acciones de Occidente. La élite rusa tampoco contradice la realidad central de la política del país, que significa que la mayor parte de las grandes decisiones deben pasar por Putin. Uno de los grandes errores de la administración de Obama fue pensar que durante el reset (estrategia de la administración de Obama para recomponer la relación 2 entre Estados Unidos y Rusia) había dos bandos políticos en Moscú: uno progresista y favorable a Occidente, que estaría liderado por Medvedev, y otro reaccionario y conservador bajo la batuta de Putin. Sin embargo, sin la aprobación de Putin no habría respuesta positiva al reset. Otros factores estructurales también influencian la relación entre la política nacional e internacional en Rusia. Su situación geográfica ha reforzado su percepción de que tiene interés directo en los acontecimientos que suceden desde Europa hasta el nordeste de Asia y Pacífico, pasando por el Ártico y Oriente Medio, y ha alimentado una visión de política exterior dominada por la seguridad y la percepción de amenazas. La extensión de su territorio, que cubre más del 10% de la superficie terrestre mundial, también ha contribuido a reforzar su identidad de “imperio”. Al tamaño físico y extensión se añade la auto-identificación. La federación rusa comprende más de cien nacionalidades diferentes, algunas de las religiones principales del mundo y múltiples tradiciones de civilizaciones. Esto le ha permitido adaptar el discurso y enfatizar su civilización europea cuando se dirige a la UE, su identidad euroasiática cuando evoca el desplazamiento del poder global hacia el Este, o subrayar su gran comunidad musulmana cuando busca proyectar su influencia en Oriente Medio y Asia Central. Esta multiplicidad de identidades refuerza la idea de Rusia como “especial”. La memoria histórica también desempeña un papel fundamental en la política exterior rusa: es la fuente de miedos y humillaciones, la base del orgullo nacional y asertividad, y el instrumento de legitimación. El mayor miedo existencial, subraya Bobo Lo, es perder soberanía e integridad territorial. La ruptura de la Unión Soviética no fue solo traumática por su desmembramiento, sino por el desastre real que supuso pasar de un súper poder mundial a un país impotente sin interés. Aunque también hay factores importantes como las fuerzas sociales, en opinión del autor su impacto es aún nacional. Mientras Putin ha encaminado el país hacia mayor autoritarismo, la sociedad rusa se ha vuelto más exigente y diversa. El cliché de una sociedad anestesiada está desactualizado y el apoyo incondicional de la sociedad hacia Putin no puede darse por contado. El cambio en las dinámicas sociales quedó patente en las protestas anti-Putin de 2011-12. Sin embargo, en opinión del autor, las protestas respondían más a un descontento por el fallo del gobierno en combatir la corrupción y proporcionar servicios públicos decentes, y por el momento han tenido poco impacto en la formulación de la política exterior. Ocurre algo similar con la religión. Aunque Putin y otras grandes figuras son vistos a menudo acompañados de líderes religiosos, la religión, según Bobo Lo, tiene poca influencia en la formulación de la política exterior. La iglesia sería más bien un instrumento para legitimar la política exterior, y no tanto un impulsor per se. La segunda cara de la política exterior rusa es externa. Ideas preconcebidas sobre la naturaleza inherente de la política internacional, así como juicios más recientes sobre el ascenso y declive de grandes poderes conforman la base intelectual de la política exterior de Putin. Se impone una visión hobbesiana, en la que el mundo es hostil, el fuerte prospera y el débil es abatido, y en el que Rusia es uno de los países ganadores 3 de la transición hacia un nuevo orden multipolar. Pero para Rusia, el declive de Occidente y el ascenso del resto es más que una simple tendencia objetiva en las relaciones internacionales. Se trata de un proyecto ideológico, impulsado por el deseo de reclamar la soberanía nacional contra la hegemonía política, económica y normativa de Occidente, sobre todo porque Estados Unidos y Europa ya no pueden imponer a los otros su visión de gobernanza global. La división ideológica entre comunismo y capitalismo ha sido remplazada hoy por una competición entre autoritarismo tradicional y liberalismo democrático. Esta visión va directamente al corazón de la percepción de Rusia como un actor global independiente y líder regional. Y sobre todo, apunta Bobo Lo, refuerza la convicción de que el éxito depende de reforzar los fundamentos que han sostenido a Rusia en los buenos tiempos, tales como un sentido claro de propósito nacional, una actitud agresiva hacia el mundo, y crear las capacidades necesarias para respaldarlos. Al mismo tiempo, el Kremlin se enfrenta a una continua lucha por reconciliar su visión de Rusia en el mundo y hacer frente a los desafíos generados por el nuevo desorden mundial. Bobo Lo indica cómo las circunstancias regionales y globales interfieren en la política exterior. El nuevo desorden mundial, lejos de ser un nuevo orden multipolar dominado por pocos poderes grandes, se caracteriza por un ambiente de confusión y rechazo de normas y modelos. Se trata de un mundo en el que la fluidez del poder exige un enfoque completamente diferente por parte de los líderes políticos, de adaptación e incluso reinvención, más que de contención y consolidación. En opinión del autor, la preferencia por este último enfoque está generando en Rusia una política exterior disfuncional. Pese al énfasis del Kremlin en la búsqueda “pragmática” de los intereses nacionales, su enfoque de relaciones internacionales está distorsionado por un mundo virtual que promete mucho, pero que ofrece pocos resultados. A modo de ejemplo, Bobo cita los acontecimientos en Ucrania. Aunque pueda parecer inverosímil, el valor del poder militar está disminuyendo, y el “éxito” de Rusia en Ucrania ha expuesto las deficiencias del uso de la fuerza, y del poder duro en general. La toma de Crimea fue una operación impresionante que logró de forma inmediata los objetivos del Kremlin. Pero ha tenido un efecto negativo para los intereses de Rusia. La administración en Kiev será hostil a Rusia, al menos durante los próximos años, mientras que el apoyo popular en Ucrania hacia posiciones pro-europeas ha aumentado considerablemente. Rusia ante el nuevo desorden mundial La gobernanza global, más que cualquier otra área, muestra la tensión entre la percepción y la realidad en la toma de decisiones de Rusia. Por un lado, destaca el autor, el Kremlin se enorgullece de defender la correcta implementación de las resoluciones de Naciones Unidas. Ha desempeñado un papel clave en establecer nuevas estructuras multilaterales, como la Organización de Cooperación de Shanghái y la Unión Económica Euroasiática. Además, actúa como si se tratase de un actor indispensable – ya sea en Ucrania, Siria o en las cuestiones de seguridad energética global–. Entonces, ¿por qué ha adquirido Rusia tan mala imagen en cuanto a gobernanza global se refiere? Cuando Rusia resiste la voluntad de la “comunidad internacional”, al país se le 4 censura. Y si coopera, su cumplimiento se considera únicamente una elección racional y moral que no requiere ser comentada, y mucho menos alabada. La preocupación de Rusia por la gestión de conflictos, el terrorismo y la proliferación nuclear debería ofrecer una amplia gama de oportunidades de cooperación. Sin embargo, se le acusa de manipular su relación con los países vecinos, se le resta importancia a su contribución en Afganistán y su presencia en Siria es, por lo general, vista como obstruccionista. Para Bobo Lo, lejos de una conspiración de Occidente, el motivo de esta imagen se encuentra en la gran distancia existente entre su apoyo formal a la “primacía del derecho internacional” y la integridad territorial de los estados, y su enfoque muy selectivo a la hora de implementar tales principios. Así, poco después de criticar el unilateralismo y excepcionalidad de la actuación estadounidense en Siria en el otoño de 2013, el Kremlin reveló una actitud sobre Ucrania de “haced lo que digo, no lo que hago”. En el proceso, confirmó que los intereses nacionales rusos priman de largo sobre los estándares de comportamiento internacional aceptable. La voluntad y capacidad de Rusia para desempeñar un rol significativo en la gobernanza global importan, porque el país tiene intereses globales. Pero la pregunta para el autor es ¿qué tipo de actor global? Durante los últimos 200 años, la élite que ha gobernado en Rusia ha considerado el estatus de poder global como un derecho histórico del país, independientemente de las circunstancias. Sin embargo, en el nuevo mundo de hoy en día, el “derecho divino de los grandes poderes” ya no es sostenible. No solo eso, destaca Bobo Lo, sino que Rusia tiene una influencia mínima en la mayoría de los asuntos más importantes de la agenda global actual. A modo de ejemplo, Bobo Lo explica cómo la crisis económica que estalló en 2008 puso de relieve la necesidad de reformar la arquitectura financiera y reducir la dependencia del dólar. Sin embargo, una reforma del FMI y del Banco Mundial favorece a China y a India, no a Rusia. De hecho, su peso en estas instituciones podría verse reducido, ya que los pronósticos indican que su peso en la economía global (del 3,3% en 2014) va a disminuir. Por otro lado, tampoco está claro que un alejamiento general de dólar implicase una inclusión del rublo en la cesta de divisas. Otro ejemplo citado por el autor de la poca influencia rusa en la economía global es su incorporación a la Organización del Comercio Mundial en 2012, convirtiéndola en la última gran economía en acceder. Quizás el desafío más difícil de la política exterior rusa consiste en recalibrar su influencia en el espacio post-soviético y pasar de jefe imperial a poder posimperial. Todos los imperios tienen dificultades para ajustarse al declive, y en opinión de Bobo Lo, Rusia no es ninguna excepción. El colapso de la Unión Soviética fue una experiencia terrible en todos los sentidos. Aunque Moscú sabe que no se puede reconstituir de nuevo, considera que tiene el derecho legítimo de influenciar en sus antiguas repúblicas soviéticas, y continúa siendo alérgico a la posibilidad de que se alíen con otros poderes en contra de Rusia. Esto se mostró con una claridad meridiana en 2008, cuando la perspectiva (lejana) de que Georgia y Ucrania entrasen en la OTAN fue utilizada por el país como excusa para intensificar las tensiones con Tiblisi. También se ha podido ver en los esfuerzos del país por hacer descarrilar las negociaciones sobre el 5 Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la Unión Europea, así como en la respuesta militar de Rusia a la revolución de Maidán. Sin embargo, señala Bobo Lo, frente a esas aspiraciones imperiales hay realidades que el país no puede obviar. Las repúblicas exsoviéticas llevan siendo independientes desde hace más de dos décadas, y son más celosas con su soberanía. Por lo tanto, Rusia se enfrenta a una elección difícil: puede reconsiderar su enfoque y tolerar la presencia de terceras partes, o puede seguir insistiendo en sus “derechos” y correr el riesgo de dañar la influencia y relaciones que tanto le importan. El desenlace de Ucrania muestra lo terrible que puede llegar a ser la ruptura de este equilibrio delicado. Uno de los asuntos recientes más publicitados ha sido el giro de Rusia hacia el Este. Es decir, no solo expandiendo los lazos con China, sino tratando a la región de Asia-Pacífico como un escenario importante de compromiso económico y de seguridad. De nuevo, la desconexión entre la percepción y la realidad es abismal. Mientras que Moscú señala la reemergencia del país como un poder “Euro-pacífico”, un contrapeso geopolítico entre China y Estados Unidos y un puente económico y civilizacional en Eurasia, lo cierto, apunto el autor, es que ha tenido dificultades para materializar tales grandes ambiciones. A excepción de algunos acuerdos energéticos, la huella de Rusia en el continente asiático es bastante superficial y pocos consideran que su contribución pueda ir más allá de recursos y armas. El enfoque de Moscú continúa centrándose casi exclusivamente en China y su interés en la integración económica y la construcción de la seguridad regional son bastante limitadas. Asimismo, destaca el autor, el retraso de sus regiones del Este perjudica la búsqueda de aceptación e influencia en una parte del mundo que está cada vez más disputada y competitiva. Con respecto a su relación con Occidente, Bobo Lo señala que la crisis financiera global y de la eurozona han llevado a Rusia a sobreestimar su pérdida de influencia y poder. Sin embargo, el país debería llevar a cabo una estrategia más consistente basada en una apreciación equilibrada de la realidad actual y los intereses de Rusia a largo plazo. Para el autor, un enfoque práctico consistiría en entender que las principales amenazas a las que se enfrenta Rusia en el siglo XXI no proceden de la defensa antimisiles de Estados Unidos ni de la Asociación Oriental de la Unión Europea, sino de la inestabilidad en países vecinos, la proliferación nuclear y el crimen transnacional. Tal enfoque implica romper con la mentalidad de suma cero que ha dominado durante tanto tiempo la relación con Estados Unidos, así como desarrollar una comprensión más sofisticada de las dinámicas europeas. Perspectivas de futuro para Rusia Son muchos los analistas que desestiman la posibilidad de que Rusia cambie de actitud, sobre todo mientras Putin continúe dominando la política rusa. Este análisis negativo considera que el sentido de “gran poderío” (derzhavnost) e imperio siempre ha estado en el ADN de los gobernantes rusos. Aunque a nivel operativo el Kremlin se haya acomodado a veces, el enfoque estratégico ha continuado siendo conservador y reaccionario. Y lo cierto es que resulta ser optimista a la luz de los acontecimientos 6 recientes. Sin embargo, Bobo Lo enfatiza que las circunstancias pueden alterar, y de hecho alteran, las estrategias. Una política guiada por la geopolítica puede perder todo su atractivo, incluso para una élite educada en la cultura del poder militar, la grandeza nacional y la realpolitik. Asimismo, una creciente presión social y económica, fisuras dentro de la élite o factores externos poco favorables (como un desplome del precio de las materias primas o una China con una posición cada vez más firme) pueden convertir lo improbable de hoy en lo posible, e incluso necesario de mañana. Sin afán de querer predecir cuál será el futuro, Russia and the New World Disorder concluye con cuatro escenarios para 2030: 1. Inmovilismo “suave” o semi-autoritario En este escenario el sistema político estaría dirigido por una personalidad absolutista. La economía sería similar a la de la época del tándem Putin-Medvedev. Los intentos de modernización serían limitados y la energía y los recursos naturales continuarían siendo las principales fuerzas de riqueza y proyección de poder. En política exterior, se observaría un fortalecimiento de los valores, normas e identidad rusa. Bajo este escenario es difícil contemplar una perspectiva para el país que no implique el declive de su posición internacional. 2. Autoritarismo duro Este escenario solo sería posible si se dieran unas circunstancias similares a las de Alemania en 1930: colapso económico e hiperinflación, fractura política, descontento social y humillaciones en política exterior. Habría un deseo general de restaurar la estabilidad y las esperanzas se centrarían en un “líder fuerte”. Pese a los esfuerzos de mostrar una fachada de seguridad, una Rusia autoritaria se sentiría profundamente insegura. Sensible a sus propias debilidades, optaría por encerrarse en sí misma, llevando a cabo un política exterior casi minimalista. La mayor amenaza para este régimen vendría de su incapacidad para adaptarse o contener influencias externas e internas. El paradigma sería el mismo que en el escenario anterior: la imposibilidad de aislar a Rusia del mundo que le rodea. 3. Régimen que se fractura Aunque hoy en día puede que no resulta un escenario factible, podría darse el caso ante la combinación de varios factores como una caída sostenida en el precio de las materias primas, la desaparición o incapacitación de Putin, una guerra interna entre la élite y desenfrenados problemas socio-económicos. El resultado podría ser una Weimarización de Rusia, con un pluralismo auténtico, activismo cívico, liberalización económica y cultural que coexisten con instituciones débiles, inestabilidad macroeconómica y ultranacionalismo. También podría verse la desintegración territorial del país. 7 4. Segunda ola de liberalismo Este escenario parte de la premisa de que el país acabará llevando a cabo un proceso de modernización para hacer frente al continuo retroceso y pérdida de poder del país. Habría avances reales en cuanto a reformas, pluralismo político, estado de derecho (aunque imperfecto), instituciones que funcionan, una economía competitiva y una sociedad civil que emerge. La política exterior resultante sería internacionalista, con una re-conceptualización de las nociones de grandeza y poder. Puede que muchos de estos supuestos no se materialicen. Sin embargo, para Bobo Lo, la única certeza es que Rusia tiene por delante tiempos tremendamente difíciles. La forma en que sus responsables políticos respondan a los desafíos nacionales e internacionales será crucial para su futuro en un siglo con un desorden cada vez mayor. 8