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5 La reconstrucción de la historia de las Américas. Entrevista a Rodolfo Stavenhagen Introducción Nacido en 1932 en Frankfurt, Alemania, Rodolfo Stavenhagen emigró a México con sus padres en 1940, huyendo del nazismo, cuando la Segunda Guerra Mundial tomaba ímpetu en Europa. Durante su infancia y adolescencia se inició en diálogos intelectuales en el seno mismo de la casa paterna, en donde se juntaban etnólogos, historiadores y artistas, todos ellos apasionados de la cultura mexicana, algunos fascinados por la colección de arte precolombino de su padre, hablaban de cultura, política mexicana e internacional, de ciencias humanas y de las sociedades. Más tarde, después de sus primeros viajes fuera de la Ciudad de México, descubre una pasión por la historia y el presente de las sociedades campesinas y los pueblos indígenas de México. Obtuvo una licenciatura en arte de la Universidad de Chicago en 1951, una maestría en antropología social de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México en 1958 y un doctorado en sociología de la Universidad de París (Sorbonne) en 1965. Desde la conclusión de sus estudios universitarios, se convirtió en un sociólogo eminente en México. Su experiencia y conocimientos, así como sus investigaciones en el campo de las ciencias sociales gozan del reconocimiento de la comunidad científica internacional por su calidad excepcional. Sus investigaciones se centran esencialmente en la sociología del mundo agrario y de desarrollo rural, las minorías étnicas y los pueblos indígenas, los conflictos étnicos y su solución, los derechos humanos y los movimientos sociales. Intelectual e investigador prolífico, ha escrito como autor o coautor unos cuarenta libros en diversos idiomas. Varios de ellos han sido reeditados varias veces y publicados en inglés, árabe, español, francés, italiano, etc. A esto se añaden más de trescientos treinta artículos, escritos como autor o coautor y publicados en revistas científicas internacionales y diarios, así como los numerosos informes que ha redactado para el Instituto de Investigación de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social (UNRISD), el Alto Comisariato de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la Comisión de los Derechos Humanos, la Asamblea General de las Naciones Unidas y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Impartió clases inicialmente en la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México entre 1956 y 1976. Fue el primer director del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México (1973- 1976), donde impartió clases como profesor a partir de 1965. Ha impartido clases como profesor en la Universidad Pontificia Católica de Rio de Janeiro, en el Instituto de Estudios de Desarrollo Económico y Social y el Instituto de Altos Estudios de América Latina de la Universidad de París, así como en el departamento de Sociología de la Universidad de Ginebra. Además de ser excepcionalmente activo en el ámbito académico en México y el mundo, ha tenido cargos de lo más prestigiosos dentro de organizaciones nacionales, panamericanas e internacionales, principalmente en el campo de la defensa de los derechos humanos: Director General de Culturas Populares de la Secretaría de Educación Pública en México, Sub-Director General de la UNESCO a cargo del sector de ciencias sociales y sus aplicaciones, Presidente de la Academia Mexicana de Derechos Humanos, Presidente del consejo directivo del Fondo Para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe, Vice presidente del Instituto Interamericano de Derechos Humanos, miembro del consejo de dirección de la Universidad para la Paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), entre 2001 y 2008, trabajó para la ONU como Relator Especial de la situación de los derechos humanos y las libertades fundamentales de las poblaciones autóctonas. Entrevista M. D. Señor Stavenhagen, platíqueme un poco de sus orígenes. ¿De dónde viene este apellido que suena alemán o germánico? ¿Tiene usted ascendencia indígena? R. S. Comenzaré respondiendo a la segunda pregunta: no, desafortunadamente, no tengo ascendencia indígena. Pero tengo ascendencia alemana, judío-alemana, del norte de Alemania. Hay una pequeña ciudad, cerca de la frontera con Dinamarca, que se llama Stavenhagen. El apellido de la familia es, así, el de uno de mis antepasados que vivió en esa ciudad. Más tarde, mis antepasados se establecieron en Hamburgo. De allí, marcharon a Frankfurt. Fue en esa ciudad donde yo nací. Mi madre venía de Viena, su familia era austriaca. Era la época del imperio de los Habsburgo en ese momento. Mi familia emigró de la Alemania nazi en 1936. Pasamos, como tantos refugiados de esa época, por varios países de Europa. Nos mudamos primero a Génova, en Italia, donde viví durante dos años, siendo un niño pequeño, luego a Suiza y a Holanda. Partimos en 1940, el mismo día que el ejército alemán invadió los Países Bajos. Partimos bajo las bombas alemanas. Me acuerdo muy bien, tenía siete años. Me acuerdo de las bombas que cayeron cerca del barco en donde nos encontrábamos. Había que cruzar el Canal de la Mancha y después el Océano Atlántico Norte. Finalmente, llegamos a México unos días antes de mi octavo cumpleaños. Por lo tanto soy totalmente mexicano, ¡pero no indígena! M. D. ¿Sus padres eran intelectuales? ¿Qué fue lo que lo llevó a convertirse en sociólogo? R. S. Mis padres no eran intelectuales, pero tenían un gran amor por la cultura y las artes. Mi padre era comerciante de joyas, como mi abuelo en Alemania. Mi padre estudió Psicología en la Universidad de Frankfurt, pero jamás ejerció dicha profesión. No lo pudo hacer por motivos económicos, la depresión y la inflación, pero también a causa del nazismo. Él amaba el arte. En México descubrió el arte precolombino, el arte de los indígenas de América antes de la conquista española. Durante cuarenta años coleccionó obras de arte pre colonial. La gente venía a la casa de mi familia para admirar los objetos de arte antiguos. Existía realmente un ambiente de cultura, de discusiones respecto a cuestiones artísticas, respecto a la cultura mexicana y europea. La colección de arte de mi padre fue afortunada, porque parte de dicha colección se encuentra ahora en museos nacionales mexicanos, en el Museo de Antropología de Xalapa, Veracruz, y en el Museo Universitario de Arqueología de Colima. Cada pieza de esta colección se encuentra catalogada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Parte de esta colección será inscrita como patrimonio de la Universidad Autónoma de México (UNAM) y se expondrá en el Centro Cultural de la UNAM en Tlatelolco, en la Ciudad de México. Esto todavía no es un hecho consumado, pero para cuando se publique este libro, creo que ya será un hecho. Fue así como me empecé a interesar por las cuestiones culturales. En casa de mis padres conocí gente muy interesante; eran investigadores en ciencias sociales, sobre todo historiadores y etnólogos. Decidí en primer lugar, dedicarme a la etnología. Tuve la oportunidad, cuando era todavía un colegial, de acompañar a amigos de mis padres en viajes al sureste de México. Visité las comunidades indígenas de Chiapas y Oaxaca. Me fascinaron. Tenía entonces dieciséis o diecisiete años. Así que decidí estudiar etnología. Después de dos años en la Universidad de Chicago, donde realicé mis primeros estudios universitarios y tomé cursos con etnólogos norteamericanos que realizaban investigaciones sobre México y eran muy conocidos, como trabajé con el gobierno, en el Instituto Nacional Indigenista. Trabajé con los indígenas de los Estados de Oaxaca y Chiapas. Me interesé principalmente por la problemática del desarrollo social, la problemática agraria y los temas de las tierras. Comencé a hacer investigaciones y a trabajar en los institutos universitarios de la Universidad Nacional de México, y para ciertos departamentos del gobierno que trabajaban con los indígenas. Finalmente, años más tarde, después de haber ido a Francia para realizar un doctorado en la Universidad de Paris, en sociología esta vez, regresé aquí para establecerme en el Colegio de México a principios de los años 60. No he dejado el Colegio desde hace cuarenta años, salvo por algunos interludios en los que fui a trabajar a otros lados. M. D. ¿Tiene hijos? Si los tiene, ¿le han enseñado alguna cosa acerca de la sociedad mexicana que las investigaciones sociológicas y científicas no le hayan permitido observar? R. S. Sí, tengo una familia mexicana grande. Tengo cuatro hijos, de dos matrimonios. Mis dos hijas mayores son hoy en día profesionistas en México, muy activas en sus profesiones. Mis dos hijos más jóvenes, del matrimonio con mi segunda esposa, realizan sus estudios universitarios. Los cuatro se interesan por los problemas sociales, pero desde otro punto de vista. Ninguno de mis hijos deseó realizar estudios en sociología, antropología o ciencias sociales, salvo una que tiene una licenciatura en Historia, especializada en historia de México, pero no trabaja en ese campo. Mi hija mayor es la Directora General del Instituto Mexicano de Cinematografía. Los otros, los más jóvenes que se encuentran todavía estudiando, definitivamente quieren trabajar en el campo de la comunicación. Se interesan mucho por los problemas sociales. Por ejemplo, mi hija mayor acaba de realizar un documental acerca de un líder revolucionario del Estado de Guerrero, un guerrillero de los años 60, Lucio Cabañas Barrientos. Entrevistó a supervivientes de ese movimiento de hace casi cuarenta años. Se trata de un líder contemporáneo que se hizo al monte para luchar contra la injusticia. Cabañas era un maestro de escuela, que decide hacer guerrilla contra la represión. Organizó un movimiento de resistencia entre los profesores, que fue brutalmente reprimido por los gobiernos federal y local. M. D. Cuando publicó las Siete Tesis y reconoció a los pueblos indígenas como cabales actores de la sociedad mexicana, ¿Esto causó perturbación? R. S. Sí. Esto vino a perturbar precisamente esa visión oficial que veía a las comunidades indígenas como una especie de vestigio de un pasado muerto que debía desaparecer. No solamente no existía ese pasado, sino que, por norma, los indígenas no debían ser ya lo que eran debido a que, en un país moderno y progresista que construía su futuro, todos debían integrarse a esa visión del Estado moderno en donde no había lugar para los indígenas. Esta era todavía, a fin de cuentas, la ideología oficial cuando yo era estudiante. Algunos de mis profesores, que leyeron el artículo, me increparon: «¿Pero qué es esto que dices? ¡Son tonterías!» Yo contestaba «Ese es su punto de vista, yo tengo el mío.» Fue sobre esta línea que después publiqué otras investigaciones académicas respecto a los temas agrarios y campesinos y la problemática de las poblaciones indígenas. M. D. ¿Ha cambiado la relación cotidiana entre los mexicanos y los pueblos indígenas de México desde la época de su infancia? R. S. Sí y mucho, debido precisamente a esos cambios que he mencionado. Los pueblos indígenas, los pueblos indígenas, como les llamamos aquí, tienen ahora una presencia política, una identidad lo suficientemente fuerte como para ser reconocida constitucionalmente. Si usted ve la televisión mexicana, siempre encontrará algún programa acerca de los indígenas. La gente ha tomado conciencia del hecho de que México es un país en el que los indígenas tienen algo que decir, que tienen voz propia y que deben ser escuchados. Sin embargo, todavía quedan muchos problemas por resolver, ya que se quejan mucho de la discriminación, la marginación y la exclusión social a las que se enfrentan. Esto aún continúa porque es muy difícil cambiar el sistema. M. D. Si le pidiéramos que escribiera un libro acerca de las tesis equivocadas o los prejuicios respecto a los pueblos indígenas que circulan en las Américas y otros lugares del mundo ¿Cuáles serían las que deconstruiría? R. S. Existen todavía muchos prejuicios respecto a los pueblos indígenas dentro de la sociedad hegemónica dominante. Aún tenemos viejos prejuicios raciales que dicen: «¡Ahí está! Los indígenas son incapaces de esto y de lo otro. ¡Son biológicamente incapaces!» Bueno, no es muy aceptable hablar de razas biológicas, ¡pero ahora hablamos de razas culturales! Por lo tanto, hace falta «modernizarlos» culturalmente. Sigue siendo el mismo discurso oficial. Es la educación. Pero, ¿qué tipo de educación? Se trata de la educación occidental que impusimos a los indígenas para «modernizarlos». Es parecido a lo que se intentó hacer durante generaciones con los autóctonos de Canadá, con las escuelas residenciales. En México hicimos exactamente lo mismo. Muy recientemente nos hemos dicho: «¡Ah! Pero después de todo, los indígenas tienen un saber propio, tradiciones, conocimientos, espiritualidad y una conexión con la tierra, justo lo que nos falta en esta sociedad urbanizada y globalizada. Así que debemos respetar todo esto.» Ahora existe una especie de contra-valor, que a veces es demasiado ideal o romántico, según se antoje: «Todo lo autóctono es bueno. Así que hace falta salvaguardar este saber y aprender de él», como el Budismo Zen, al que se acude para escuchar la sabiduría de los ancianos a través de la voz de los indígenas. Ni uno ni otro son realmente el reflejo de la realidad. Pero discriminación sigue existiendo. Creo que hace falta deconstruir una visión enfocada en lo racial, una visión desdeñosa hacia los indígenas que sigue existiendo y, por último, una visión folklorista más reciente: «Los indígenas son buenos, porque son bellos tantos colores en los mercados, las textiles, etc.» M. D. Sé que antes, como ahora, las naciones amerindias e indígenas suelen ser muy acogedoras y generosas y utilizan este don para demostrar su respeto o su agradecimiento a sus invitados de honor. Como académico, se le ha distinguido con doctorados honoris causa y prestigiosos premios. ¿Ha recibido usted señales de reconocimiento equivalentes de uno o más pueblos indígenas a lo largo de su mandato como Relator Especial o al final de él? R. S. Sí. A lo largo de mis visitas y mis viajes he recibido regalos de las comunidades, objetos materiales muy significativos para ellos y, por lo tanto, muy significativos para mí. También he sido nombrado por una tribu del bosque Mau, en Kenia, miembro honorario anciano de la comunidad por un grupo de cazadoresrecolectores. Me dijeron: «Ahora usted ha sido nombrado como tal, que es un gran honor.» Yo respondí: «Sí, lo sé.» Luego agregaron: «También tiene usted responsabilidades, debe velar por nosotros.» Pero, ¿cómo voy a lograr eso desde México hasta el bosque Mau? He recibido símbolos de reconocimiento de varios grupos, como éste, y estoy muy agradecido.