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Entre dos tierras "Pero los verdaderos viajeros sólo parten por partir; corazones livianos, como globos..." Charles Baudelaire. I. De pronto sientes un croar de ojos burbujeando, granadas sobre tu espalda. Es la noche, con sus labios de mercurio, abrazada a tus venas. Entre parpadeos se abre el cielo, sarcófago de fresca turmalina. Aquí despiertas con la luna tatuada en tu espalda, vastas lenguas de plata, mejillas de lapachos al sol, falanges frescamente florecidas y el silencio a tientas hilando estrellas en sigilo. Como botella al mar tus uñas rasquetean versos hasta henchirse de carmines. Has llegado a la corteza donde el cielo es un retazo encriptado en tus manos. Las huestes planean rastrear tu lobuna huella en el vergel de la noche. Mañana será el día en que la luna se cierre en tus pupilas. Mañana será tiempo de eclipses. II. Como un desvarío de antorchas que lame a retazos la penumbra duermes con los ojos abiertos de tanto andar a tientas te anudas de laberintos de omegas y principados de aquelarres -quizás el sol aún tema a tu sombra-. Aquí afuera la tinta se escarcha entre relojes que no saben de auroras. Aquí, todo se ha dicho y sin embargo la rueca rueda cicatrices. Este cielo de acuarelas inertes huele a derrota. En este hemisferio no es un croar de ojos es el tiempo temblando en tus manos como granada. En este hemisferio, las huestes te caminan piel adentro. El silencio que te desgrana les pertenece. Con los pies en la orilla de la lumbrera ya no te encuentras. De rodillas quieres arrancarte la piel para escucharte más cerca. Adentro hay una guerra. Vampiria. El cielo se cierra esta vez. Ensillados a sus corceles de plata los truenos arriban como jinetes de azufre bravío. Desenvainan sus crines en el viento como lenguas de sable. La noche, entretanto, se debilita. Ya no queda sangre para beber, búhos protectores ni gárgolas custodias. Sólo las estrellas, hijuelas de la luna, que prometen florecer en eunucos adoquines de la tierra. A lo lejos, el tañer de un corazón. Herbívoro corazón que tiembla. Mis sicarios, los dragones, sólo juegan con las presas. No estoy sola. Entre luciérnagas de cromo corroído una legión de dulces criaturas me acompaña en mi guarida. Cada arteria terrestre exhala un fragor lunar de gnomos de otro tiempo. Y es la noche quien celosa me revela el álgebra de mi savia, calienta mis venas de apetito. II. Amanece. Entre faena de lunas tiemblo sequías. Artificios de luz me huelen, me rozan, sonríen y acechan. Enhebran mis pupilas de esa innombrable antorcha que todo lo ilumina. Dentro muy dentro he decidido quedarme. No estoy sola. Una legión de dulces criaturas me acompaña en mi guarida. En mi mano guardo la luna como un amuleto, o un jardín tal vez, anido el reverso solar que alguna vez fue mío. Escucho el manso crepitar de corazones herbívoros. El cielo se cierra a mis pies. Un anclaje de soles se avecina. Es mi póstuma penumbra.