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DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (A) Homilía del P. Joan Recasens, subprior de Montserrat 9 de octubre de 2011 Queridos hermanos y hermanas, El hombre y la mujer de todos los tiempos, y quizás incluso nosotros, nos hemos hecho a menudo la pregunta: ¿De dónde vengo?, ¿Qué hago aquí?, ¿A dónde voy? Durante siglos muchas han sido las explicaciones que han querido dar respuesta a esta duda existencial del hombre, pero ninguna de ellas, al menos para nosotros, nos ha convencido realmente. Jesucristo, en cambio, para muchos de nosotros, es el que nos ha dado la respuesta más convincente. Procedemos de un Ser creador, que podemos llamar en verdad Dios y Padre y que según nos comportemos durante nuestra existencia terrena podremos volver a Él para vivir definitivamente o ser excluidos. En esto consiste, con palabras muy simples, toda la Buena Nueva de Jesucristo y de su Evangelio. Para comprender su mensaje a los hombres de su tiempo, y también a nosotros, Jesucristo, en su predicación, ha utilizado a menudo parábolas, imágenes analógicas, para hacer entender mejor, aunque sea veladamente, estas realidades que están por encima de toda experiencia y todo conocimiento humano. En el evangelio de la misa de hoy tenemos un buen ejemplo. El tema de la elección / reprobación tratado el domingo pasado en la parábola de los viñadores rebeldes, está resumido hoy con el rechazo de la invitación al banquete de las bodas reales. En ambas parábolas, invitación y privilegios pasan de unos a otros. "El banquete está ya preparado", es la insistente invitación a entrar en el reino de Dios ya presente. La hora de Dios no admite dilaciones. Cuando Dios desposa a su Hijo con la humanidad, ningún humano puede estar fuera de las salas del banquete ni dentro indignamente. "Muchos son los llamados y pocos los escogidos". No se trata de predestinación o de reprobación. Quiere decir, simplemente, que la invitación de Dios se extiende a todos, aunque de hecho no son muchos los que la aceptan y se presentan con el traje adecuado. Domingo tras domingo, de parábola en parábola, Jesús nos instruye sobre la naturaleza del reino de Dios. Nunca dijo en su predicación en qué consiste. Únicamente dijo a qué se parece o con qué se puede comparar. No dio una definición directa, porque no la podemos entender. Nos faltan conceptos propios para ello. Jesús se vale de comparaciones con las cosas de la vida presente que conocemos para hacernos imaginar lo que será la vida eterna. Ahora bien, una comparación repetida es la del banquete de bodas. El reino de los cielos se parece a un festín en el que uno es invitado gratuitamente y donde se comparte la amistad, la alegría y la comida en abundancia y gratuitamente. La parábola recae primero sobre los judíos que rechazan la invitación y son sustituidos por los paganos hasta llenar la sala del banquete en el nuevo reino de Dios. Los planes de Dios se cumplen. Su reino se construye, si no es con los primeros invitados, al menos lo es con los últimos llamados. Dios alcanza siempre sus propósitos, únicamente es el hombre quien puede fracasar definitivamente y sin remedio. La fe es un don que puede ser rechazado en un abuso de libertad por parte de quien quiere organizar su vida de espaldas a Dios. Podemos aceptar meritoriamente la invitación de Dios o podemos rechazarla cargándonos con las propias responsabilidades. La libertad que es nuestro gran título de grandeza, se puede convertir en nuestra perdición. Aún hoy Dios sigue enviando a sus mensajeros para invitar a la boda. La respuesta que se dé revelará el fondo de nuestro corazón. Donde está el tesoro, allí está también el corazón. Aceptar la invitación de Dios significa no sólo sentarse en una mesa bien provista, sino también establecer relaciones de amistad con Dios por la pureza del corazón, simbolizada por el traje de boda. Significa también establecer relaciones de fraternidad con los demás invitados, a pesar de las muchas discrepancias. Dios no hace distinción de personas. Nos invita a todos porque todos somos hijos suyos y por lo tanto todos tenemos el mismo derecho de poder participar en las alegrías de la fiesta. Esta es la lección que podemos sacar de la parábola del evangelio de hoy. Que Dios nos ayude a saberlo poner en práctica.