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Domingo de la XXXIII semana del tiempo ordinario/ Lc 21,5-19. “Yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de los adversarios podrá resistir o ni contradecir” (Lc 21,15). Jesús nos llena de confianza, nos promete que nos va a acompañar siempre. Nos da su sabiduría, que es participación de la vida divina; el Espíritu nos ayuda con sus insinuaciones y mociones, hasta darnos la certeza de que es su voz la que nos va guiando. Necesitamos educar el corazón para acoger su Palabra y ser dóciles. Jesús nos pide que no usemos los mismos métodos de los adversarios. Nuestra fuerza es la confianza en el amor de Dios, que siempre es fiel. Que donde hay violencia pongamos mansedumbre; en la soberbia aprendamos a cultivar la sencillez y la humildad… Más que tomar muchas previsiones, es preciso dejarnos conducir para ver qué dispone el Espíritu providente en nuestra vida, que quiere nuestro bien. Cuando nos dejamos llevar por la angustia y la tristeza, estamos obedeciendo al mal espíritu, al demonio. Hay pensamientos y consideraciones, que estamos llamados a rechazar, pues no provienen de Dios; pues Él siempre nos da su paz y alegría. “Tú eres mi Dios y protector, ¿por qué me rechazas?, ¿por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo?” (Sal 42,2). Jesús haz que confíe siempre en ti y escuche tu voz; que no apague el resonar de tu Palabra en mi corazón. ¡Jesús, tú eres mi Pastor! ¿Qué voces interiores escucho en mí y que tengo que aprender a rechazar? En unión de oraciones Hno. Javier Lázaro sc