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Oración ante el Cristo de la Buena Muerte. Quinario 2015. Giulia Sabatinelli Señor Jesús, Estoy aquí como otras muchas veces en que has escuchado mis palabras; estoy aquí delante de ti, mi Cristo de la Buena Muerte; pero hoy no estoy sola, conmigo están otros muchos hijos de Dios que has puesto en mi camino. Estar fuera de casa no es fácil: una nueva Universidad, una nueva realidad, una nueva lengua, nuevos amigos... Es fácil sentirse sola.Por eso quiero hoy darte las gracias, porque no solo no me has abandonado jamás, ni siquiera un día, sino que incluso me has dado el don de reconocer a otros como mis hermanos. Después de mucho tiempo buscando, puedo decir a boca llena que he encontrado una familia en Cristo. El miércoles de ceniza el sacerdote nos dijo: «conviértete y cree en el evangelio». ¿Cuántas veces he escuchado estas palabras? Te pido, mi Señor, que nos ayudes a que estas palabras aniden en el corazón de cada uno de nosotros. Tú sabes que, al menos para mí, es muy difícil la conversión en esta época de la vida. Nos encontramos en Cuaresma, en el tiempo que nos conduce a tu muerte, una muerte que has escogido libremente para mostrarnos cuánto nos amas. El papa Francisco nos ha invitado a pedirte el don de las lágrimas en este tiempo de gracia, de manera que nuestra oración y nuestro impulso de conversión hacia ti sean cada vez más auténticos y menos hipócritas. Ya lo sabes: las lágrimas me molestan mucho... y muchas veces me has visto aquí sentada con la cara bañada en ellas. Y sin embargo cada lágrima es como esa gota que el sacerdote derrama en el vino para ser consagrada como tu sangre, Señor. Es la prueba más palpable que estás horadando y cambiando mi corazón, porque mucho de lo que encuentras en él no te gusta o no te sirve. Por ello, te doy gracias, continúa a darme esas lágrimas. Me siento algo perdida y desconcertada, con el deseo de encontrarte y conocerte pero con la imposibilidad de hacerlo. Estoy algo anclada en un egoísmo que solo me hace mal. Pero estos días he recibido el don de unas palabras que quiero compartir con mis hermanos: «querida Giulia, ya no se trata más de sobrevivir, ahora se trata de vivir de verdad. Y para vivir, es necesario aprender a morir a sí misma... ¡por Él!» Padre, mientras más miro a tu Cristo de la Buena Muerte, más rechazo la muerte. Tengo miedo, miedo de dejarme hacer, miedo de dejarme conducir. No soy capaz de aceptar que la vida ya no sea «mi vida», sino «nuestra vida». Ayúdame tú, porque yo sola no puedo. En esta ocasión preciosa del Quinario, te pido que me ayudes a mí y a todos los estudiantes universitarios que se encuentran en mi misma situación. Ayúdanos a fiarnos de ti, a fiarnos del amor divino para vaciarnos de nosotros mismos y acercarnos a tu buena muerte. Finalmente, te doy las gracias, mi Señor, por no rendirte jamás con ninguno de nosotros. Me has dicho que el amor no hace mal, que el amor no hiere, «¡Fíate del amor, Julia!». Animada por este deseo y esta exigencia de fiarme de ti, te rezo en mi nombre y en el de todos los presentes, con las palabras de Carlos de Foucald: Padre mío, me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme en Tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre. Amen.