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SEUDÓNIMO: Mina TÍTULO: La memoria del agua TEXTO: Media vida. Ese fue el tiempo que tardé en ser consciente del enorme potencial que tienen los pensamientos. Cuando acunamos un pensamiento exclusivo, este revolotea en torno a nuestra mente y corazón y luego vuela en todas las direcciones, allende los mares y buscando con toda su fuerza y energía convertirse en realidad… hasta que lo consigue. “Esperaré lo que haga falta, pero estoy seguro de que algún día te volveré a encontrar y nada ni nadie volverá a separarnos”. Un 13 de diciembre, fiesta de Santa Lucía y Patrona de Coceña, en Asturias, formulé el anterior pensamiento. El más vehemente de toda mi vida. A ti te bautizaron con el nombre de Lucía. Yo nací en Santa Lucía de Gordón. Mi padre se mudó a Coceña para trabajar en las vecinas minas de fluorita, cerca de Caravia. ––Miguel –me decía mi padre– esa chica no te conviene. ¡Pues no se da la moza aires ni nada! ¿No ves lo presumida que es? Tú eres un chico responsable y trabajador. No te hagas falsas ilusiones. Las hojas del calendario fueron cayendo. Nos hicimos amigos a pesar de las reiteradas advertencias de mis padres. Lucía y yo teníamos 17 años. Yo había comenzado a ver por sus ojos y sentir al ritmo de los latidos de su corazón. Sobre todo a partir de aquel día en la fuente de Obaya del cercano Gobiendes. Cogidos de la mano veíamos brotar la corriente de entre las peñas de la sierra del Sueve. Allí nos dimos el primer beso arrullados por las cristalinas aguas del manantial. Yo ya la adoraba. ––Miguel es un buen guaje –comentaba la madre de Lucía a su hija– si le quieres de verdad, díselo, y si no, pues también. No debes seguir tonteando ni engañándole. A primeros de diciembre, junto a la ermita de Santa Lucía, le dije que estaba enamorado de ella. Contestó que todo aquello era muy bonito pero que éramos demasiado jóvenes. Ahí quedó todo hasta la fiesta de Santa Lucía pocos días después. Caía la tarde. ––Miguel –me comentó lacónicamente Lucía– mañana mismo nos vamos a vivir a un pueblo que se llama Trasona. Está cerca de Avilés. Mi padre tiene allí su nuevo trabajo. ––Te iré a ver. Lo nuestro no puede acabar así, aquí… de esta manera –balbuceaba yo aturdido por la noticia y atropellando mis propias palabras. Nos despedimos con un seco abrazo y un vacilante “hasta luego”. Ella se fue. Ya era de noche. Fue entonces cuando mirando al firmamento pronuncié, mejor dicho, grité lleno de amor y rabia a la vez las palabras de arriba: “Esperaré lo que haga falta…”. Pocas semanas después fui a visitar a Lucía a Trasona. Tras hablar y hablar me dijo, en resumidas cuentas, que hiciera mi vida al margen de la suya. Que ella quería salir del valle, de los humos de la minería, la tierra negra y el sucio carbón de la cuenca. En otras palabras: que ella aspiraba a algo más que casarse con un minero… como suponía que yo acabaría siendo. Todo lo anterior sucedía en la década de 1960. Han pasado, a fecha de hoy 13 de febrero de 2014, 44 años y 2 meses. Nunca más volví a saber de ella. Me hice ingeniero de minas. Estoy prejubilado y sigo soltero. Estos días disfruto de los baños termales en Ledesma cuyas aguas, al igual que las del Sueve de mi juventud, también nacen de corrientes subterráneas y refrescan gratamente mi memoria. Ayer visitamos Salamanca. Me detuve en la Plaza Mayor ante una confitería llamada Santa Lucía. Hoy ha llegado al balneario un autocar desde Asturias. Frente a mí, en el comedor, se ha sentado un ángel. El pensamiento en torno al nombre de toda mi vida me ha electrizado. ¡No le daba crédito a mis ojos! ––Coceña, fuente de Obaya, ermita de Santa Lucía –musité suavemente a la vez que observaba sus ojos clavándose en los míos. Estaba seguro. ¡Era ella, mi eterno pensamiento! ––¿Eres… Miguel? ¡Miguel! ¡Santo Dios, los años que no llevo soñando contigo! –explotó Lucía. Lucía tenía una hija fruto del breve tiempo que le duró su matrimonio con un minero. ––Lucía, el corazón y el agua tienen memoria. Mañana, fiesta de San Valentín, iremos a Salamanca. Te enseñaré la Plaza Mayor y te invitaré a unos pasteles en el número perfecto, el 10: Santa Lucía.