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EDITORIAL Corazones mecánicos. ¿Hacia dónde nos dirigimos? El manejo médico de la insuficiencia cardiaca en la actualidad incluye tanto medidas generales para limitar la carga de trabajo sobre el ventrículo izquierdo, como la combinación de medicamentos que favorecen la contractilidad del miocardio, que reducen el estado congestivo, o bien que disminuyen la postcarga sobre el corazón. Dependiendo del grado de afección del miocardio y de la rapidez de progresión de la enfermedad, es o no posible el manejo exclusivamente médico de esta entidad. Cuando no existe respuesta al tratamiento médico y el paciente se encuentra en clase funcional IV, lo cual habitualmente se asocia a una fracción de expulsión de menos del 20%, la posibilidad de sobrevida a un año se considera que es muy baja, y es entonces cuando debe plantearse el llevar a cabo un transplante cardiaco o bien colocar un dispositivo mecánico de asistencia ventricular como puente para un transplante de corazón. En países que han alcanzado un desarrollo social y de atención médica superior, estos procedimientos, aunque rutinarios, no han sido, sin embargo, suficientes para resolver el problema de la insuficiencia cardiaca. Se estima por ejemplo que en los Estados Unidos, de 20,000 pacientes candidatos a recibir un trasplante cardiaco, sólo pueden recibir un corazón 3,000 por año debi- do a la carencia de donadores. En México, la situación es aún menos halagadora. Desde 1988, año en que se llevaron a cabo los primeros transplantes, se han realizado tan sólo 69 de estos procedimientos, o sea, aproximadamente sólo 5 por año. La gran mayoría de los pacientes fallecen, por lo tanto, sin que se les pueda ofrecer algún tipo de tratamiento quirúrgico. Otros procedimientos, que inicialmente crearon expectativas como posibles alternativas en el manejo de la insuficiencia cardiaca, en la actualidad parecen tener aplicaciones limitadas. Tal es el caso del procedimiento de Batista (reducción ventricular), cuyo empleo es aún controversial, y de la cardiomioplastia, procedimiento que, después de muchos años de haberse descrito y estudiado, parece no ser efectivo. La experiencia con corazones mecánicos y dispositivos de asistencia ventricular se remonta ya a más de treinta años. Distintos sistemas han sido diseñados desde los años sesenta con el fin de mantener un estado hemodinámico estable mientras se permite que el miocardio enfermo (en forma crónica o aguda) recupere su contractilidad o que los pacientes sean transplantados. Podemos dividirlos, en términos generales, en tres tipos. El más sencillo de ellos tanto por su concepto de bioingeniería como por la facilidad de su colocación y, con mucho, el más frecuentemente empleado, es el balón de contrapulsación. Se utiliza la mayoría de las veces como apoyo circulatorio en el postoperatorio inmediato o como asistencia en pacientes con choque cardiogénico agudo de origen isquémico. Sin embargo, sólo puede permanecer colocado por algunos días sin riesgo de complicaciones y el incremento en el gasto cardiaco que puede obtenerse es limitado y no regulable. Otro sistema, la biobomba centrífuga, que se utiliza como bomba de circulación extracorpórea en cirugía cardiaca, puede emplearse también como asistencia ventricular. Si bien permite ofrecer índices cardiacos mucho mayores, tampoco puede utilizarse por más de algunos días, lo cual limita su empleo a pacientes en quienes se espera una recuperación rápida de la función contráctil ventricular. Finalmente, el tercer grupo de sistemas de asistencia ventricular está compuesto por una serie de dispositivos diseñados para permanecer en el organismo por periodos prolongados, de tal forma que se pueda ofrecer a los pacientes que los reciben mayor probabilidad de recuperar su función ventricular o bien de recibir un transplante cardiaco. Las complicaciones habituales de estos dispositivos y que tra- Palacios A. Corazones mecánicos. ¿Hacia nos dirigimos? Rev/ pp Invest La RevistaMacedo de Investigación Clínica / Vol. 53, Núm. dónde 1 / Enero-Febrero, 2001 15-16Clin 2001; 53 (1): 15-16 Versión completa de este artículo disponible en internet: www.imbiomed.com.mx 15 dicionalmente han limitado su empleo son los fenómenos tromboembólicos y las infecciones a nivel de la emergencia, hacia el exterior del cuerpo, del sistema que provee de energía al corazón. En 1969 Cooley describe el empleo de un corazón mecánico total artificial y algunos años después surge el Jarvik 7, otro corazón total. El implante de estos sistemas era complejo debido a que ambos consistían en cámaras anastomosadas directamente a las aurículas, lo cual condicionaba diversas potenciales complicaciones. Posteriormente, sistemas menos complejos como el Novacor, Thoratec y TCI comenzaron a implantarse, y son los que hasta la actualidad siguen empleándose. A diferencia de los corazones totales, con estos sistemas la sangre que llega al ventrículo insuficiente es derivada hacia una cámara colocada ya sea en el abdomen o en el exterior del cuerpo, que la impulsa de regreso hacia la aorta. Estos sistemas se encuentran controlados por consolas externas. Aunque su colocación es menos laboriosa, el riesgo de infecciones condicionadas por la presencia necesaria de una comunicación entre la máquina implantada y la consola externa ha sido un problema que no ha sido aún resuelto. Recientemente (The Lancet 2000; 356: 900) se publicó la experiencia inicial con el implante del corazón Jarvik 2000 en un paciente de 61 años con insuficiencia cardiaca. Este dispositivo tiene la particularidad de ser el primero cuyo diseño se pretende permita su permanencia definitiva, o cuando menos por tiempos mucho más prolongados, en los pacientes en espera de un transplante, con un riesgo menor de fenómenos tromboembólicos y de infecciones. Es una pequeña bomba (2.5 cm de diámetro por 5.5 cm de 16 longitud) que se inserta, mediante un cojinete de sutura, en el interior del ápex del ventrículo izquierdo, e impulsa la sangre que llega a esta cavidad hacia la aorta descendente, a través de un injerto de dacrón, mediante un rotor que puede ajustarse a velocidades de 8,000 a 12,000 rpm (otorgando flujos hasta de 8 litros/min) dependiendo del grado de disfunción ventricular y de las necesidades del paciente. A diferencia de otros corazones mecánicos, la comunicación entre este sistema y el exterior se da a través de la piel cabelluda y no a través del abdomen. El extremo distal de los cables eléctricos que conducen la energía necesaria para activar la bomba se coloca en posición subcutánea por debajo de la piel, a nivel de la base del cráneo. El pequeño grosor de los cables y su localización en un área muy vascularizada reduce en forma muy importante el riesgo de infección, de acuerdo a lo determinado en estudios hechos en animales. Por otro lado, puesto que la bomba se coloca en el interior del ventrículo, no existe un tracto de entrada desde el corazón, lo cual disminuye también, en forma significativa, el riesgo de eventos tromboembólicos. Los resultados iniciales permiten ser optimistas. Dos semanas después de implantado el primer corazón mecánico de este tipo, las manifestaciones de insuficiencia cardiaca prácticamente habían desaparecido en el paciente receptor. Si las predicciones son correctas y las probabilidades de eventos infecciosos y tromboembólicos son tan bajas como se cree, el uso de este dispositivo permitirá aceptar tiempos más prolongados en espera de un donador óptimo e incluso su empleo como tratamiento definitivo de la insuficiencia cardiaca. Será posible esperar, por lo tanto, en un futuro no tan lejano, la des- aparición del transplante cardiaco para ser sustituido por corazones mecánicos de este tipo. En nuestro país, sin embargo, el panorama no es tan esperanzador. El número de transplantes de corazón que se hacen por año es extraordinariamente pequeño tomando en cuenta el tamaño de la población. La falta de educación con relación a la donación de órganos en la población en general e incluso en la comunidad médica, así como factores de índole económico y de organización social, son sin duda las causas más importantes que han frenado el correcto desarrollo en esta área, de tal forma que el transplante cardiaco no ha logrado ser, hasta ahora, ni siquiera una solución parcial para la insuficiencia cardiaca terminal como lo es en otros países, y difícilmente pueden esperarse cambios sustanciales para el futuro cercano. Por otro lado, si bien los corazones mecánicos parecerían poder ofrecer un futuro promisorio en el manejo de la insuficiencia cardiaca en algunos países, en el nuestro, debido a su elevado costo, probablemente sólo algunos pacientes podrán, por el momento, beneficiarse de ellos. En la actualidad, el manejo de la insuficiencia cardiaca en nuestro medio lamentablemente parece que tendrá que seguirse limitando fundamentalmente al manejo médico tradicional, por lo menos en el futuro inmediato. Dr. Alexis Palacios-Macedo Cirugía Cardiovascular Departamento de Cirugía Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición "Salvador Zubirán. Vasco de Quiroga 15 Tlalpan, 14000 México D.F. Palacios Macedo A. Corazones mecánicos. ¿Hacia dónde nos dirigimos? Rev Invest Clin 2001; 53 (1): 15-16