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“Dame, hijo mío, tu corazón…” Esta demanda tan tremenda de parte de Dios se encuentra en medio de un catálogo de buenos consejos para una vida santa, que una y otra vez se enfoca en este centro íntimo de la persona, llamado “corazón” en el lenguaje bíblico (Pr.23:12, 15, 17, 19). Pero en el punto donde el maestro divino se dispone a hablar más detalladamente del terrible poder de la tentación y de sus nefastas consecuencias, su llamado a la santidad culmina con estas palabras, que no dejan lugar ni al escape ni a la ambigüedad: “¡Dame tu corazón!” (Pr.23:26). Es como si dijera: “Entrégamelo todo, todo tu ser y lo que hay en ti, así estarás a salvo.” Dios lo pide todo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza...” era el resumen de las ordenanzas que dio a su pueblo elegido (Dt.6:5). Y para que no nos quede ninguna duda, en caso que tengamos otro concepto de la palabra “corazón”, añade Jesús: “…y con toda tu mente” (Lc.10:27). AMAR A DIOS con todo nuestro ser interior (el “motor” de lo que hace luego el cuerpo con sus manos y pies, boca y ojos, etc.): pensamientos, intenciones, deseos, objetivos, energía, sentimientos, ambiciones, motivaciones… - y cuanto más palabras se nos ocurran que denominan alguna parte de este fenómeno tan complejo que es una persona humana. ¿Cuál es tu mayor deseo? ¿En qué inviertes tu energía más íntima (no hablo del esfuerzo físico o mental que requiere por ejemplo el trabajo)? ¿Qué domina tu mente? ¿Cuáles son tus secretos sueños? ¿Tus verdaderas ambiciones para las que vives? El corazón humano es engañoso (Jer.17:9): Podemos ser cristianos y servir al Señor, y aún así en realidad buscar por encima de todo el aprecio de los demás, o lograr tener importancia en nuestro entorno social, o armonía y comodidad, o protección de posibles sufrimientos emocionales… “Somos personas apasionadas.” Me pareció extraña esta declaración generalizada de la boca de grandes expertos en consejería bíblica, sin distinción entre temperamentos más tranquilos o más exaltados, caracteres más activos o más pasivos. Pero conforme voy aprendiendo sobre la naturaleza humana, tanto en la teoría como en la práctica, voy entendiendo poco a poco de qué se trata: hay impulsos y energías de gran poder en nuestras almas que nos empujan y motivan – o a buscar a Dios por encima de todas las cosas y amarle con todo nuestro ser en una entrega total y radical (Ro.12:1) o a buscar en el fondo nuestra protección, satisfacción y felicidad por otros caminos. Me llama la atención una cosa que se repite una y otra vez en mi propia vida: siempre cuando algo o alguien empieza a apasionarme, Dios me lo pide en sacrificio (como pidió a Abraham al hijo de la promesa, Gn.22), es decir: me lleva hasta el punto donde tengo que renunciar completamente a aquello que tanto me llena y tanto me importa… (aunque después, Dios me lo devuelva - como lo hizo también con Abraham). ¿Por qué? Porque Dios me ama con un amor celoso… EL quiere ser mi único gran amor, la fuente principal de mi gozo, mi amigo más íntimo, la base de mi seguridad, el sentido de mi vida – ¡EL quiere mi corazón entero, y no sólo 80 %! Permitamos que Dios examine nuestros corazones (Ps.139:23-24) y seamos sinceros como Pedro, aunque esto traiga primero una tristeza saludable de arrepentimiento: Jesús dijo…: “¿Simón…, me amas más que estos?” – “Sí, Señor, te quiero.” / “¿Me amas?” – “Sí, Señor, te quiero.” / “¿Me quieres?” – Pedro se entristeció… y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero.” / “Apacienta mis ovejas.” (Jn.21:15-17) ¡Para poder realizar un buen ministerio pastoral, tenemos que entregarle nuestro corazón entero a Jesús y tener como meta que nuestros aconsejados hagan lo mismo! Sigrid Py