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La voz de Isaías sigue clamando que del tronco seco de David ha de surgir un rey nuevo, con un espíritu nuevo que sentará su gobierno sobre la justicia y la paz (Is 11,4). Pablo recuerda a los Romanos que Dios ha mantenido su fidelidad a sus promesas y nos ha hecho a todos hermanos (Rm 15,8). La presencia del Bautista señala en Mateo la cercanía de Jesús. Es hora de preparar el camino, ya no hay tiempo para la espera inútil. Dios se hace compañero de camino (Mt 3,3). ¡PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR! Vienes a mí, Señor, invitándome a tu Reino. Vienes a mí, Señor, lleno del poder de la verdad, llamándome a la transparencia de vida y clamando por la justicia, por la paz y por la luz. Vienes a mí, Señor, para regalar la esperanza a todos los que la perdieron; vienes para acompañar a los cansados, los que aventuran que ya nada puede cambiar. Te intuyo a las puertas de mi vida, del mundo, para generar el gran cambio de la historia. PERO PARA QUE VENGAS, NECESITO CONVERTIRME, SEÑOR: del ruido que me impide escucharte, a la paz que me permite reconocer tu voz de amigo; de la comodidad que desfigura mi felicidad, a la sobriedad que necesita mi alma para no perderte. Necesito convertirme, Señor: de mi voz suave y tímida para pregonarte, a un testimonio vivo, eficaz y valiente, para proclamar que solo Tú eres la salvación de Dios. Necesito convertirme, Señor: de mis apariencias simples e interesadas, a la plenitud que me ofrece tu presencia, misteriosa y exigente, casi siempre silenciosa, con generosas respuestas… y con no pocos interrogantes. CONVIÉRTEME, SEÑOR, y dame un corazón nuevo. Dame un corazón nuevo para amarte y esperarte como quien espera el alba después de una noche sin luz. Señor, Jesús, confiados en ti, te abrimos las puertas de nuestro corazón. ¡Sé nuestro compañero de camino! Ven a nuestras vidas, a nuestra casas, a nuestro mundo ahora que, esperanzados, hemos iniciado este Adviento. ¡Ven! ¡Ven, Señor, Jesús!