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Transcript
La antipsiquiatria: una radical redefinición de la enfermedad
mental y la locura.
( Publicado en Revista Creces, Mayo 1992 )
"la mayoría de las personas a las que se llama locas y a las cuales se convierte en
victimas sociales en virtud de esa designación (encerrándolas, sometiéndolas a
electrochoques, a drogas tranquilizadoras y a operaciones mutiladoras del cerebro,
etc.) provienen de situaciones familiares en las que existe una desesperada necesidad
de encontrar algún chivo expiatorio, a alguien que acepte tomar sobre si, en un
determinado punto de intensidad del total de relaciones del grupo familiar, la
perturbación de cada uno de los demás y, en cierto sentido, acepte padecer por ellos.
De esta manera, la persona convertida en chivo expiatorio se convertirá en un objeto
enfermo del sistema familiar, que buscara cómplices médicos para sus maquinaciones.
Los médicos pondrán la etiqueta de esquizofrenia al objeto enfermo y luego se
lanzaran sistemáticamente a la destrucción de este objeto mediante los procedimientos
físicos y sociales a los que se da el nombre de tratamiento psiquiátrico".
David Cooper
I. Psiquiatría, descansa en paz
La profunda y constante marea de transformaciones que sacude a nuestra época
alcanza, entre muchas otras cosas, a la naturaleza misma de las disciplinas científicas.
Son muchas las ciencias, las teorías, los sistemas de pensamiento que, en las últimas
décadas, se han visto exigidas a revisar completamente sus conceptos y postulados, a
remozar sus categorías, a superar o desalojar doctrinas, orientaciones o modelos que
han demostrado entrar en franca obsolescencia.
Lo ocurrido con la psiquiatría es un ejemplo de esto. En los últimos cuarenta años se ha
producido, en el terreno de esta disciplina, un cambio radical de perspectiva; desde el
seno mismo de la psiquiatría se ha insistido en una redefinición de sus categorías y
suposiciones básicas, se ha cuestionado a fondo su modelo de tratamiento de las
enfermedades mentales. Se ha llegado a decir que la psiquiatría, tal como se ha
considerado tradicionalmente, está agonizando. E. Fuller Torrey, en su libro La muerte
de la psiquiatría (el titulo es, por sí solo, absolutamente significativo), escribe: "La
psiquiatría se muere, en definitiva, porque hoy se la ve como no funcional. El modelo
médico, al abordar los problemas del comportamiento humano, produce confusiones en
lugar de ofrecer soluciones... Su muerte no es necesariamente un acontecimiento
negativo, puesto que hace posible el nacimiento de una auténtica ciencia del
comportamiento. Esta no puede salir a luz mientras la psiquiatría dure".
El origen de la psiquiatría -como tratamiento médico de las conductas irracionalespuede ubicarse en el siglo XIX. Por cierto, el modelo médico tienen antecedentes
históricos lejanos: la teoría de los humores de los griegos de la Antigüedad. Los
diversos tipos de comportamiento irracional se atribuían a un desequilibrio de humores
(la depresión, por ejemplo, se debía a un exceso de bilis). En la Edad Media, sin
embargo, la explicación religiosa predominó sobre la explicación médica. La noción
griega de que las personas que actuaban irracionalmente estaban "enfermas" fue
reemplazada por la idea teológica de que se hallaban "poseídas" por el demonio. En tal
época, la locura fue brujería y para su curación se requirió de exorcismo.
En el Renacimiento, la corriente médica comenzó nuevamente a ganar terreno y se
transitó esta vez de la brujería al trastorno de la salud. En los siglos XVII y XVIII
empezó ya a gestarse lo que el siglo XIX tomó como la materia fundamental de la
psicopatología. También en este tiempo la locura comenzó a ser considerada un peligro
para la sociedad, y los locos fueron confinados, recluidos entre paredes. Los buques
cargados de dementes se tornaron en "asilos" y "hospitales".
Se consideraban como agentes principales de la conducta irracional las "acciones
morbosas" del cerebro y la masturbación. Benjamin Rush, fundador de la psiquiatría
norteamericana, suponía que la locura era de origen arterial, producida por "una acción
morbosa en los conductos sanguíneos del cerebro", y utilizaba como instrumento
terapéutico una silla giratoria para descongestionar la sangre en la cabeza. La hipótesis
de la masturbación como otra causa de la locura duró hasta las primeras décadas del
siglo XX y las técnicas de tratamiento eran realmente escalofriantes: en las mujeres,
extirpación del clítoris u ovarectomía; en los hombres, cinturones de castidad, anillos
de púas durante la noche que obligaban a despertar en caso de erecciones nocturnas,
separación completa de los nervios dorsales del pene.
La psiquiatría nace como tal en el siglo antepasado. Su tesis central es que los locos
son enfermos y deben ser tratados médicamente. Por el año 1890 se acuña el término
psicoterapia. Médicos como Pinel, Esquirol y Charcot son considerados algunos de los
principales responsables de clasificar la conducta irracional como "enfermedad mental".
El loco sale del asilo donde estaba recluido como antisocial y entra al hospital
psiquiátrico como paciente. Más tarde, Freud aportó también en gran medida a la
concepción de los locos como pacientes con su teoría psico-patológica de la conducta.
La psico-medicalización alcanzó su punto culminante con Emil Kraepelin, en los
primeros años del siglo XX, quien estampó definitivamente el sello médico en la
conducta irracional al clasificarla y darle una nomenclatura. A partir de allí,
"enfermedades mentales denominadas "demencia precoz", "paranoia", "esquizofrenia",
etc., podían ser tratadas y curadas por una institución médica: la psiquiatría. Esta es,
en apretada síntesis, la historia de la psiquiatría, verdadera institución en nuestro siglo
que cuenta con todo un aparato ideológico y bibliográfico, con millones de funcionarios
en todo el mundo, con hospitales, sanatorios, reformatorios y cátedras universitarias en
cada sociedad; que opera con presupuesto del Estado y de diversas y numerosas
fundaciones; que juega importantes roles en la educación, el mercado de trabajo, la
policía, la industria, los tribunales y el ejército. No obstante todo esto, los vientos de la
crítica y el descrédito han comenzado a azotarla desde hace algunas décadas. Desde su
propio interior (desde un grupo de psiquiatras) se ha desarrollado un examen
extremadamente crítico de sus presupuestos básicos. En particular, dos son las tesis
que resultan cuestionadas (pero su cuestionamiento implica una total revisión de la
naturaleza entera de la psiquiatría): 1) que la conducta irracional sea una
"enfermedad" y 2) que este tipo de conducta implique sólo al "paciente" en su
singularidad como individuo "psicótico". Esta postura de cuestionamiento y revisión de
los conceptos fundamentales de la psiquiatría ha constituido un controvertido
movimiento conocido hoy como la antipsiquiatría.
II. La critica antipsiquiatrica
Que lo que comúnmente se concibe como "enfermedad mental" no es una enfermedad,
que el estudio de las conductas psicóticas es un estudio de situaciones y no
simplemente de individuos, que la aparente irracionalidad del comportamiento de una
persona cobra una determinada forma de inteligibilidad cuando se la investiga en un
contexto social mayor (la familia, por ejemplo), son las ideas centrales del movimiento
antipsiquiátrico, provocadoras de mucha polémica y causantes del viraje total del
enfoque psicoterapéutico. Los principales impulsadores de la antipsiquiatría son los
doctores Ronald D. Laing y David Cooper; a sus nombres pueden también sumarse los
de los psiquiatras Aaron Esterson, Leon Redler y Joseph Berke. Aplicando principios y
conceptos de la filosofía existencial y el pensamiento dialéctico (se recurre, entre otros,
a Sartre, Heidegger e incluso a Hegel) a la comprensión de los estados psicóticos, en
particular la esquizofrenia, los antipsiquiatras llegan a conclusiones que traen por los
suelos las anteriores interpretaciones de la conducta irracional. Como sostiene Laing en
su libro La política de la experiencia (una de sus obras más notables): "Parece que se
está produciendo una revolución en torno a la demencia y cordura, tanto dentro como
fuera del campo de la psiquiatría. El punto de vista clínico está cediendo ante un punto
de vista que es, al mismo tiempo, existencial y social".
Toda la existencia social es un entretejido conjunto de contextos en los que se va
desde microsituaciones hasta macrosituaciones. El contexto singular del individuo debe
insertarse en el contexto más amplio de la familia, éste debe colocarse dentro del
contexto de organizaciones e instituciones aun más grandes y así sucesivamente.
Cuando tal es la perspectiva desde la cual se examina una conducta irracional, el
cuadro que se presenta adquiere otra fisonomía, según sostienen los antipsiquiatras. La
"enfermedad mental" deja de ser tal; no es en absoluto la enfermedad de una persona,
una manifestación singular de comportamiento psicótico, sino que se revela como una
anomalía en el sistema de relaciones que rigen la vida de un grupo microsocial
(generalmente, la familia).
"El problema no está en el supuesto "enfermo" sino en una red de interacciones
personales ( y señaladamente en la familia) que, por medio de un gambito conceptual,
abstraen de algún modo al paciente. En suma, la locura no está "en" una persona sino
en un sistema de relaciones en que el futuro "enfermo" participa. La esquizofrenia, si
tal palabra tiene sentido, es un modo más o menos característico de comportamiento
colectivo perturbado" (D. Cooper, Psiquiatría y antipsiquiatría).
"Lo que comúnmente se llama "enfermedad mental" no es una "enfermedad" (según el
actual uso médico-psiquiátrico del término) sino un ejemplo de sufrimiento emocional
originado por un trastorno de todo un campo de relaciones sociales, en primer lugar la
familia. En otras palabras, una "enfermedad mental" refleja lo que está sucediendo en
un grupo de personas trastornadas y que a su vez trastornan, especialmente cuando se
resumen en una sola persona. Con mucha frecuencia, aquel a quien se diagnostica
como "mentalmente enfermo" es el chivo expiatorio; es decir, la víctima propiciatoria
del trastorno emocional de su propia familia o asociados, y en realidad puede ser el
miembro más sano de su grupo" (J. Berke, Viaje a través de la locura).
Comprendida de este modo, la conducta del "enfermo mental" no carece de
racionalidad: es irracional porque no es congruente con las reglas de convivencia
vigentes al interior del grupo microsocial a que pertenece, pero es inteligible en cuanto
tiende a ser una estrategia para lograr la autonomía y la coherencia personal bajo la
intensa presión que su familia le impone. El "enfermo mental" se convierte en tal al
querer mantener su autenticidad en el mundo inauténtico, lleno de tensión, trastorno y
presión, de su grupo microsocial.
La familia, con vistas a preservarse intacta, enmascara el medio de privación de
libertad, de actos propios, de autenticidad en que florecen sus miembros, disfraza su
ambiente de alineación, encubre sus conflictos internos y su trastorno de comunicación
inventando una enfermedad, fabricando un chivo expiatorio en alguno de sus
miembros. La ciencia médica, para satisfacer las exigencias sociales y morales de la
familia, produce a su vez toda una gama de clínicas psiquiátricas, personal y
especialistas que etiquetan a la víctima familiar con el estigma de "enfermo mental" y
lo internan para su tratamiento y curación.
En este punto, la maraña se hace cada vez más compleja. Es muy difícil que el
"enfermo mental" salga de ella; lo más probable es que enloquezca cada vez más. Los
antipsiquiatras dicen a voces y en tonos muy explícitos que el hospital psiquiátrico, en
lugar de ayudar a la persona que ingresa como paciente, tiende a perpetuar el mismo
tipo de situaciones y relaciones interpersonales "trastornadas" que en origen
provocaron la "locura" del sujeto.
Por otra parte, el psicoterapeuta concibe la conducta del interno como un signo de un
fenómeno patológico que se efectúa solamente en él, sin ponerla en relación con
contextos sociales más amplios. Al aislar al "enfermo" de todo sistema social no lo
sigue ya estimando como persona, sino como un mero objeto. Así, no se interesará
genuinamente en comunicarse con él, sino en tratarlo. Rota la comunicación, toda
conducta del paciente será considerada irracional, ininteligible, digna de un "loco". No
queda, pues, otro camino que el tratamiento psiquiátrico: la reclusión, la
administración de drogas tranquilizantes, el electrochoque y el coma insulínico,
tratamiento que hará, ahora sí, del paciente un ser desquiciado. Este es, en líneas
generales, el argumento crítico del movimiento antipsiquiátrico, argumento que incluso
ha sido proyectado más allá de los marcos específicos del tratamiento de la enfermedad
psicótica hasta alcanzar la crítica de la sociedad y sus estructura de poder en general.
La antipsiquiatría representa una impugnación de los criterios convencionales de
nuestro mundo respecto a lo que es cordura o locura. Y también, la denuncia que hace
de todo el aparato de poder que va desde la familia hasta las instituciones sociales a su
servicio (aparato en los que se inventa, se reprime, se encarcela, se aniquila) puede
llevarse, con mayor fundamento todavía, al plano elevado de las "razones de estado".
¿Qué no lograrán -en orden a hacer impuestas- los grupos políticos que tienen en sus
manos todo el poder?.
Los mismos antipsiquiatras han conducido sus planteamientos sobre la "enfermedad
mental" hasta sus implicaciones culturales, sociales y políticas en sus libros, congresos
y conferencias. Un ejemplo fue el congreso sobre Dialéctica de la liberación, celebrado
en Londres en julio de 1967 y organizado por Laing, Cooper, Redler y Berke. El asunto
central fue la yuxtaposición de la violencia de la psiquiatría institucional mundial. Entre
los invitados a conferenciar estuvieron Paul Goodman, Stokelly Carmichael, Lucien
Goldmann y Herbert Marcuse. También, en Kingsley Hall -edificio londinense que,
durante cinco años, fue la "comunidad" en la que Laing, Cooper y varios otros doctores
establecieron sus métodos de "tratamiento antipsiquiátrico" a los esquizofrénicos-, no
faltaron las reuniones con numerosos movimientos de contracultura:, grupos de teatro
experimental, científicos sociales de la Nueva Izquierda, miembros de la
Antiuniversidad de Londres, dirigentes del movimiento de "comunas", poetas, artistas,
músicos, miembros de la "Escuela Libre" de Inglaterra, etc.
El mismo Ronald Laing es considerado, más que un psiquiatra con ideas radicales, un
pensador, un "crítico de la cultura", un "profeta", un impugnador de los fundamentos
de la civilización occidental. Entre los interesados lectores de sus obras y comentaristas
de sus ideas se cuentan estudiosos de la filosofía, sociólogos, gente de letras y
religiosos (aunque muy pocos psiquiatras, seguramente). Presidente de la Philadelphia
Association, hombre de gran experiencia, carisma y erudición, Laing, fallecido hace
algunos años, según me comunicó un psiquiatra conocido (yo nunca pude confirmar
esta información), ha resaltado indiscutiblemente como la primera figura en este
controvertido movimiento de la antipsiquiatría.
III. La locura como travesía
Uno de los testimonios más impresionantes de los resultados a que conduce el
tratamiento antipsiquiátrico lo constituye el relato que hacen Mary Barnes y Joseph
Berke en la obra Viaje a través de la locura. Mary Barnes ingresó a los cuarenta y dos
años a Kingsley Hall; había pasado por clínicas psiquiátricas, por fármacos y por
electrochoques, y su estado psicótico continuaba. En esta "comunidad antipsiquiátrica"
se hizo cargo de ella el doctor Berke, aun cuando no resulta en absoluto adecuado
hablar aquí de una "terapia" o de una "relación médico-paciente" concebida en
términos clásicos. Durante tres años y medio, Mary Barnes -prescindiendo de
medicamentos y de todas las formas tradicionales y consagradas de la psicoterapia"viajó" en su locura, hundiéndose, regresando en el tiempo hasta su etapa intrauterina
para luego resurgir, renacer diferente, equilibrada, curada. Durante todo este tiempo,
Joseph Berke estuvo a su lado, compartiendo su experiencia, apoyándola, entregándole
afecto y comprensión.
Escribe Mary: "Gran parte de mi ser estaba retorcido, enterrado y confuso dentro de mí
misma, como una madeja de lana enredada en la que se ha perdido el hilo. La gran
confusión comenzó antes de que yo naciera. Y cada vez fue peor. Mi padre entró
también en ello, y luego mi hermano. Llegaron mis dos hermanas, y la confusión aun
se hizo mayor. Conforme fui creciendo, fue naciendo en mi mente la vaga idea de que
había una gran división en mí, entre la cabeza y el corazón. Yo vivía con grandes ideas
en la cabeza, totalmente separadas de la vida en mi corazón.
En 1953, cuando estuve un año en el hospital psiquiátrico Saint Bernard`s, me
instalaron en una celda acolchada. Me encontraba tan mal que me limitaba a yacer allí,
sin moverme, ni comer, ni hacer mis necesidades. No me dejaron morir; me
alimentaron con tubos. Yo deseaba que me cuidaran. No sabía entonces -ahora sí- que
lo que yo intentaba hacer era volver al seno de mi madre para nacer de nuevo, para
surgir limpia de toda confusión.
El doctor Theodor A. Werner, analista, me sacó de Saint Bernard`s. Ese no era el lugar
donde, tras hundirme, me fuera posible resurgir. El doctor R. D. Laing -Ronnieconsiguió el lugar adecuado. Me dijo, cuando lo encontró, que era el lugar donde
Gandhi había vivido durante su estancia en Londres. Fui adonde estaba el lugar. Era a
principios de la primavera de 1965... Sobre la puerta estaba escrito: "Kingsley Hall"".
La "comunidad" en la que ingresó Mary no dividía entre personal médico y pacientes,
no exigía convencionalismos, no jerarquizaba ni configuraba modelos de autoridad y
subordinación de ninguna especie. Allí se reunían gentes diversas, que se relacionaban
de muchos modos y establecían también variados tipos de entendimiento. Los
habitantes de Kingsley Hall pagaban su dinero de alquiler a un fondo comunal, el que
se utilizaba para comida, calefacción, electricidad, reparaciones y mantenimiento del
edificio. No había reglas estrictas, sino un ambiente de tolerancia, comprensión, afecto,
libertad. El gurú de la "comunidad" era Ronald Laing, pero muchos otros terapeutas
vivían y trabajaban también allí, explorando estas nuevas maneras de relacionarse y
tratar con sujetos con problemas de conducta.
Viaje a través de la locura está dividido en seis partes, tres de las cuales están escritas
por Mary Barnes y las otras por Joseph Berke. La mujer cuenta su vida, la relación con
su familia "anormalmente agradable", su trabajo como enfermera, sus angustias, sus
temores, su soledad, sus experiencias antes de ingresar a Kingsley Hall y luego su
periplo a través de su psicosis en la "comunidad". Berke relata sus dudas, cuando
estudiante, respecto de las "verdades" psiquiátricas, su alejamiento más tarde de los
métodos tradicionales, su contacto con Ronald Laing, su decisión de ir a trabajar a
Kingsley Hall, su encuentro con Mary Barnes y la relación posterior establecida durante
el "viaje" de ella. Es un libro de páginas desgarradoras, lúcidas, inquietantes, un espejo
donde la naturaleza humana percibe en toda su desnudez la imagen de su dramática
existencia.
Mary se hundió y resurgió. Se convirtió en un bebé que defecaba y orinaba en la cama,
al que había que alimentar con biberón. Y, desde allí, comenzó nuevamente a crecer,
esta vez sin traumas, sin complejos. Le costó más de tres años, y costó a Berke y a los
demás miembros de la "comunidad" más de un dolor de cabeza... pero finalmente la
paciencia, la dedicación, el esfuerzo y el sacrificio dieron sus frutos. Estando
"sumergida", Mary comenzó a pintar, cosa que nunca antes había hecho. Sus primeras
pinturas las hizo embadurnando con excrementos las paredes de la habitación. Terminó
pintando al óleo sobre lienzos. Al ser conocidas, sus pinturas (realizó una exposición
pública en 1969 y, además, fueron comentadas por muchos periodistas que
reportearon Kingsley Hall) causaron una gran impresión, gustaron mucho y se
vendieron bien. Mary Barnes también se convirtió en una buena escritora de poemas y
narraciones cortas.
Varias otras personas han sido tratadas por la antipsiquiatría, lográndose similares
resultados: han quedado finalmente liberadas del acoso, la presión, la angustia, que
hacían de sus vidas una oscura senda sin destino. No obstante estos testimonios del
éxito de las prácticas antipsiquiátricas con que se cuenta, el movimiento no ha obtenido
una acogida abierta y sin reservas. Sus ideas han tenido mayor conocimiento en los
sectores jóvenes de la cultura que en los maduros. La psiquiatría institucional, como es
obvio, lo acusó constantemente de inconsistencia, errores, confusiones, ignorancias.
También se dice que la atracción que ejerce se debe, mayormente, a su carácter
impugnador y crítico de la sociedad contemporánea, y no tanto a sus métodos
innovadores en el tratamiento de las dolencias psíquicas. Mas, cualquiera sea el punto
actual de las discusiones sobre la antipsiquiatría se debe reconocer que su surgimiento
y desarrollo son un signo de las condiciones peculiares de nuestra época, a saber: la
inestabilidad de las instituciones y el despliegue frecuente de ideas y concepciones
alternativas, impactantes, novedosas.
Por Rogelio Rodríguez M.
Para saber más
- E. Fuller Torrey: La muerte de la psiquiatría, Ediciones Martínez Roca.
- R. Boyers y R. Orrill: Laing y la antipsiquiatría, Alianza Editorial.
- M. Barnes y J. Berke: Viaje a través de la locura, Ediciones Martínez Roca.
- David Cooper: Psiquiatría y antipsiquiatría, Editorial Paidós.
Artículo extraído de CRECES EDUCACIÓN - www.creces.cl