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EL ADOLESCENTE ANTE UN DOBLE HOMICIDIO CULPOSO HECHOS: Joven de 15 años de edad. Clase media. Sustrae sin permiso de sus padres el automóvil de éstos y en la vía pública, sin licencia, atropella y mata a dos niños. Con reclusión domiciliar y a cargo de un juez de menores, plantea el clásico problema: la sociedad debe castigar sin piedad al menor siguiendo los deseos de vindicta pública y de los familiares de las víctimas u obrar racionalmente procurando, a la vez que intentan compensar el daño causado a aquéllos, reinsertar al adolescente en su entorno familiar y social, sobre todo asumiendo la grave dimensión de lo obrado. El trauma emocional impacta en plena adolescencia y como tal, para Freud, la lesión es indeleble, aún cuando se pueda paliar sus efectos. En otras palabras, no se borra jamás, pero ciertamente es posible facilitar a través de una acción psicoterapéutica integral la metabolización de un suceso en donde a la trasgresión de los límites siguen las gravísimas e irreversibles consecuencias de una impericia no asumida por el adolescente y que conmoviendo a la sociedad se torna en caldo de cultivo aptísimo para un reclamo enérgico y justificado de los allegados de las víctimas pero, a la vez, para los atizadores histérico psicopáticos de un reclamo legítimo societario por “mayor seguridad”, pero no solucionables mientras inexista una coherente y eficaz política integral dirigida hacia la minoridad. En principio, hechos como estos abarcan al núcleo familiar y en consecuencia un tratamiento de contención y esclarecimiento, objeto de una psicoclínica especializada, debe dirigirse a toda la familia ya que en y desde ella y no del adolescente únicamente se origina la conducta que conduce al irreversible infortunio. Un joven de 15 años está en plena etapa evolutiva de transición entre el niño y el adulto. Carece de la madurez suficiente, tanto neuro orgánica como psíquica, como para asumir una real comprensión –en el sentido pleno del término- de la dimensión del daño causado, aún cuando conozca aquello que hizo y entienda lo malo que subyace en su conducta. De allí la necesidad de una psicoterapia que le permita metabolizar la real significación del hecho y encaminarlo hacia una adecuada reinserción en el seno familiar y societario. Un tratamiento como el referido abarca un abordaje psicoterápico integral dirigido no solamente al joven (psicoterapia individual) si no también y sobre todo a los componentes del núcleo familiar (psicoterapia familiar), debiéndose evaluar de entrada a cada uno de los componentes y las relaciones vinculares que los unen entre sí, verticales y horizontales (padres e hijos) a efectos de planear una acción terapéutica adecuada a la realidad de la “circunstancia”. Todo ello exige que los padres asuman que algo falló en la educación del hijo y no debe descartarse tampoco una profunda exploración psiconeurológica a tenor de los modernos recursos tecno semiológicos que aportan las neurociencias actuales. La necesidad de una reparación ante lo irreparable, constituye un escollo con frecuencia insalvable y que el joven con su familia deben encarar sin miedo. Hay dos vidas que no pueden devolverse, pero ciertamente es también el adolescente quien ha muerto, de otra manera claro, y para volver a vivir tanto él como su entorno familiar, deberán asumir con rigor que el evento ha cambiado radicalmente sus vidas. Cabe finalmente recordar que el tratamiento no debe limitarse a un despliegue más declarativo que efectivo, cosa que acaece en no pocos casos en donde interviene la Justicia y en consecuencia todo sigue igual y en el joven se deposita el peso de una culpa que no es solamente individual si no social y que concluye destrozándolo por completo.