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AVANCES
Neurobiología
Del hábito a la adicción
Estudian en ratones los mecanismos cerebrales que llevan a convertir
la habituación en una conducta adictiva
Christian Honey
E
n la película Café y cigarrillos, los músicos Tom
Waits e Iggy Pop aparecen sentados saboreando
sendos cafés. Sobre la mesa yace un paquete de
tabaco que alguien ha dejado olvidado. Ese olvido es
motivo suficiente para que ambos hablen de lo felices que
se sienten porque, por fin, han dejado de fumar. «Lo
mejor de haberlo dejado», dice Waits, «es que ahora me
puedo permitir uno sin más». Y se lleva un pitillo a la
boca.
Café y cigarrillos, ¿por qué combinan tan bien? ¿Qué
hace que se consuman estos estimulantes una y otra vez?
¿Y cuándo se convierte el hábito en adicción? Los cientí­
ficos intentan juntar las piezas del rompecabezas: dos
hallazgos recientes parece que han logrado encajarlas.
Cuando Waits saca un cigarrillo del paquete, sus
ganglios basales le dan su consentimiento para ello. «Son
una especie de centro de mando que decide qué acto va
a ser el siguiente», explica Nicole Calakos, neurobiólo­
ga de la Universidad Duke en Durham. Dicho tejido
cerebral consiste en un grupo de conexiones de fibras
nerviosas entrelazadas que se aloja en la profundidad
del cerebro.
Estimulación e inhibición cerebral
En los actos que llevamos a cabo de forma consciente
y con un objetivo concreto, los ganglios basales actúan
como un amplificador selectivo. Cuando la corteza
cerebral planifica una acción, el programa de movimien­
tos que se requieren se envía a los ganglios basales,
donde se transmite a través de dos vías paralelas para,
al final, regresar a la corteza cerebral. Mientras que la
vía directa refuerza el programa motor en la corteza
cerebral, la otra vía, la indirecta, lo frena. De esta forma,
los ganglios basales albergan al mismo tiempo una red
que lleva a la acción y otra que indica que más vale
parar. Solo cuando se impone la primera es cuando se
lleva a cabo una acción.
Calakos y sus colaboradores han descubierto en fecha
reciente que los hábitos dejan un rastro en los ganglios
basales. Los investigadores entrenaron a una serie de
PICTURE ALLIANCE / BIBLIOTECA DE RETRATOS MARY EVANS / ARCHIVO RONALD GRANT
Iggy Pop (izquierda) y Tom Waits en una escena
de la película Café y cigarrillos, de 2003.
MENTE Y CEREBRO
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N.O 80 - 2016
E L AU TO R
Christian Honeyes neurólogo y divulgador científico.
MENTE Y CEREBRO
Centros cerebrales de la adicción
Ganglios
basales
Núcleo
­accumbens
YOUSUN KOH
ratones para que accionaran una pequeña palanca, acción
por la que recibían una golosina. Al cabo de seis días,
pusieron a libre disposición de los roedores una gran
cantidad de golosinas. «De esta forma desvalorizamos
para los ratones el hecho de pulsar la palanca», explica
Calakos. A pesar de que los individuos ya no necesitaban
realizar esa acción, muchos de ellos seguían apretando
la palanca: habían desarrollado un hábito.
Tras el experimento, estudiaron los ganglios basales
en los cortes cerebrales de los animales. Mediante impul­
sos eléctricos estimularon la corteza cerebral. Con una
técnica de microscopía de fluorescencia midieron, de
forma simultánea, la actividad neuronal en la red que
estimulaba la acción, así como en la que la inhibía. Según
comprobaron, cuanto más establecido se hallaba el há­
bito en el ratón, con mayor rapidez reaccionaban las
neuronas de la vía directa. En cambio, la actividad en la
vía indirecta permanecía invariable. Al parecer, la ven­
taja temporal de la primera vía supone la base neuroló­
gica para que el hábito se establezca.
Según estos hallazgos, cuando tenemos la costumbre
de tomar una taza de café por la mañana, se pone en
marcha la vía rápida del plan de estimulación: no tenemos
que pensar en cómo hacerlo, ya que la conducta sucede
de forma automática. No obstante, todavía no está claro
si los resultados de Calakos pueden aplicarse a los hu­
manos. Suponiendo que sea así, ¿cuál es la diferencia
entre beber un café y encenderse un cigarrillo? Desde el
punto de vista neurológico ¿qué distingue una conducta
adictiva de un hábito?
«El sistema de recompensa del cerebro segrega el
neurotransmisor dopamina ante una recompensa ines­
perada. Ello acontece en el núcleo accumbens, estructu­
ra que forma parte de los ganglios basales», explica
Christian Lüscher, de la Universidad de Ginebra. Y
añade: «El núcleo accumbens integra informaciones
procedentes de muchas regiones del cerebro, entre ellas,
las responsables del miedo o las que codifican la posición
del propio cuerpo en el espacio». Esas informaciones
determinan si se impone la vía directa o la indirecta;
dicho de otro modo, si el acto se ejecuta o no.
«Si un acto del cual no se espera nada a cambio lleva
consigo una recompensa inesperada, la señal de dopa­
mina en el núcleo accumbens modula la transmisión
sináptica a las neuronas de la vía directa y de la vía indi­
recta», continúa Lüscher. Diversos estudios apoyan sus
palabras: un nivel de dopamina elevado en el núcleo
accumbens activa la vía directa y frena la indirecta.
Con ello, una señal dopamínica procedente del siste­
ma de recompensa influye en el valor que el núcleo ac­
cumbens atribuye al acto que se realiza en ese momento.
Los ganglios basales controlan si un acto planificado
por la corteza cerebral se va a ejecutar. El núcleo
­accumbens, uno de los centros cerebrales de recompensa, forma parte de ellos.
De esta forma, dicha área de los ganglios basales deter­
mina si una acción es un hábito o una adicción.
Una vez se ha adquirido la costumbre de recibir una
recompensa, desaparece la señal dopamínica. La acción
permanece como un simple hábito sin pasar a convertir­
se en una adicción. «La característica definitoria de una
droga que crea adicción es que mantiene artificialmente
la señal de recompensa», indica Lüscher. Las sustancias
adictivas inundan de dopamina el núcleo accumbens y
otras regiones del sistema de recompensa durante solo
un par de minutos (cuando se fuma un cigarrillo) o
durante varias horas (en el consumo de drogas «duras»,
como la cocaína o la heroína). En este último caso, se
corre el riesgo de que el hábito se convierta en adicción.
Otro estudio del grupo de Lüscher publicado en 2015
demuestra la fuerza que puede ejercer el efecto de la señal
dopaminérgica. Como en el experimento de Calakos, los
investigadores entrenaron a ratones para que accionaran
una palanca, pero en lugar de una golosina, los animales,
a los que había insertado un implante en el cerebro, re­
cibían un pequeño estímulo en su sistema de recompen­
sa. Al pulsar la palanca, el dispositivo cerebral se activa­
ba, lo que suponía una recompensa para los múridos;
semejante al efecto que produce una calada de cigarrillo
en el cerebro humano.
Los animales manifestaron una conducta de adicción:
apretaban la palanca sin que recibieran a cambio ningún
alimento que llevarse a la boca. A diferencia de lo que
ocurría con los ratones de Calakos, los roedores del
experimento de Lüscher seguían accionando una y otra
vez el mando; incluso después de varios días de absti­
nencia.
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Lüscher define la adicción como «una enfermedad
aprendida». Según asevera: «En una adicción, el sistema
de aprendizaje funciona demasiado bien». Cuando sufri­
mos una dependencia, aprendemos mucho más que sim­
plemente a sentir los efectos de la recompensa que nos
aporta la droga. El contexto también se halla marcado
por la señal de la dopamina. Ya en los años setenta, in­
vestigaciones de la guerra de Vietnam demostraron que
los soldados adictos a la heroína que regresaban de la
guerra tenían más probabilidades de librarse de la droga
que las personas que permanecían en el ambiente donde
se había originado su adicción. En el contexto correspon­
diente, las áreas cerebrales implicadas esperan un estímulo
de recompensa. Si este estímulo no se recibe, se inhibe
el sistema de recompensa. En el caso de un hábito, es
suficiente con deshacerse de él. En una adicción, sin
embargo, la inhibición no resulta suficientemente fuerte,
por lo que se instala el ansia por la droga.
En resumen, al beber una taza de café nos ocurre lo
mismo que a los ratones de Calakos: el sistema de recom­
pensa no se ve afectado. En cambio, cada vez que fuma­
mos se refuerza la vía de estimulación en los ganglios
basales. Cuando Iggy Pop da la primera calada al cigarri­
llo, le comenta a Waits: «Viejo, te digo una cosa: café y
cigarrillos, menuda combinación».
H
PA R A S A B E R M Á S
Sufficiency of mesolimbic dopamin neuron stimulation for
progression to addiction. V. Pascoli et al. en Neuron, vol. 88,
págs. 1054-1066, 2015.
Pathway-specific striatal substrates for habitual behavior.
J. K. O’Hare et al. en Neuron, vol. 89, págs. 472-479, 2016.
EN NUESTRO ARCHIVO
Adicción al tabaco. Joseph R. DiFranza en IyC, julio de 2008.
Neurobiología del tabaquismo. MyC n.o 64, 2014.
La rutina del pitillo. Y. Yalachkov, J. Kaiser y M. J. Naumer
en MyC n.o 58, 2013.
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