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Signature numérique de CONTRACLAVE DN : cn=CONTRACLAVE, o=Contraclave, ou=Revista Educativa, email=contracl@contraclave.org, c=ES Date : 2008.04.18 21:47:35 +02'00' Seco Serrano, C. (1984): Militarismo y civilismo en la España Contemporánea. Madrid, Instituto de Estudios Económicos. RESEÑA de © José Manuel Saura Alcaraz PARTE INFORMATIVA 1. Ficha Bibliográfica: Seco Serrano, Carlos. “Militarismo y Civilismo en la España Contemporánea”. 458 páginas. Instituto de Estudios Económicos. Madrid. 1984. Género ensayo histórico, presenta índice, prólogo, epílogo e índice onomástico. 2. Estructura del libro: resumen ordenado por capítulos. I. LA REVOLUCIÓN LIBERAL Y EL PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA. II. LA ÉPOCA ISABELINA Y EL RÉGIMEN POLÍTICO DE LOS GENERALES. III. EL EJÉRCITO DURANTE EL SEXENIO REVOLUCIONARIO. IV. EL CIVILISMO DE LA RESTAURACIÓN. V. EL RETORNO DE LOS SABLES. VI. DE LAS JUNTAS MILITARES A LA DICTADURA. VII. LA DICTADURA. VIII LA II REPÚBLICA Y EL EJÉRCITO. I – LA REVOLUCIÓN LIBERAL Y EL PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA. La guerra de 1808, trastocó las ideas sobre la guerra y el ejército, apareció la guerrilla y el alzamiento popular como forma de lucha contra el invasor, además accedieron a los empleos militares, personas que no provenían de las clases altas, por eso se puede decir que 1808, supuso una ruptura y en cierta medida una “revolución.” Debido a esto se va a experimentar un giro en la idea de ejército, tomando como referencia lo ocurrido en otros países como Inglaterra, Estados Unidos o la Francia revolucionaria, se irá perdiendo la idea del ejército de las monarquías absolutas que obedecían al rey, que era el que les pagaba, y aparecerá un ejército más “popular” con levas voluntarias en lugar de forzosas y más en la línea de las milicias populares. El Ejército español nacido en este periodo, no tenía nada que ver con el francés o el inglés que habían nacido de una lucha entre el pueblo y el monarca, ni tampoco con el de EEUU, nacido de una labor emancipadora, pero si sería un Ejército “nuevo” al ser una institución popular en un momento de vacío político. En 1810, las Constituyentes y posteriormente la misma Constitución de 1812, intentaría crear una milicia que se convirtiese en garante de la soberanía nacional y no en mero instrumento de un monarca absoluto, además la misma Constitución en sus artículos hablaría del ejército como defensor de la justicia. La vuelta de Fernando VII en 1814, trajo la reacción y gran parte del Ejército saludó con entusiasmo la vuelta al “Viejo Orden”, pero era una institución dividida, entre el Ejército de antes de la guerra, compuesto por militares de la nobleza y un Ejército nuevo, formado por el pueblo en armas que a lo largo de la guerra había ascendido en el escalafón, además muchos de ellos le debían a la Constitución y a sus ideas lo que eran, por lo tanto simpatizaban bien poco con el absolutismo, de ahí que para combatir el golpe de Estado de 1814, ellos elaborasen otras medidas conocidas como pronunciamientos. Dichos pronunciamientos fracasarían durante años, hasta que en 1820, triunfase el de Cabezas de San Juan, realizado por el coronel Riego.Con el pronunciamiento de 1820, se iniciará el trienio, conocido como liberal, pero con un signo inquietante, pues el nuevo régimen lo traía el Ejército, no la voluntad popular. El periodo liberal, se verá en peligro por dos extremismos, los “exaltados” que tenderán hacia los excesos políticos y que aprovecharán los “ultras” para fomentar la reacción. Entre una y otra, se decide el cambio de actitud del Rey. Este cambio le llevaría a estar presente en el pronunciamiento de Córdova, el 7 de julio de 1822, aunque Fernando VII, se mostrase desconfiado ante dicho pronunciamiento que terminaría fracasando. 2 En cambio si triunfaría la intervención de los conocidos como “cien mil hijos de san Luis” que invadirían el territorio español, con la misión de devolver los poderes absolutos a Fernando VII. La intervención triunfó debido a: 1. La desastrosa situación económica del país que también afectaba la Ejército. 2. La pérdida de prestigio de los líderes liberales y del propio régimen. Tras su “restauración” ocuparía el trono en la llamada “década ominosa” dónde el Ejército sería depurado y puesto de nuevo al servicio del monarca. Ya en sus últimos años, la situación del monarca, tras la Pragmática Sanción, haría que Cea Bermúdez, depurase también de elementos carlistas al Ejército y de que una gran parte apoyase a la hija del Fernando VII, como antes se había depurado de elementos que tenían ciertas inclinaciones hacia el liberalismo. Los pronunciamientos que en ese último periodo del reinado de Fernando VII, se dieron no tuvieron tanta importancia como los de los años 20, si exceptuamos a la conspiración, más romántica que real de Torrijos, que le trajo como consecuencia, la muerte. II- LA ÉPOCA ISABELINA Y EL RÉGIMEN POLÍTICO DE LOS GENERALES. Tras el fallecimiento de Fernando VII y la disolución del Ejército que apoyaba al pretendiente, la futura reina y su regente, se apoyarían en los partidarios del régimen constitucional, aunque sus defensores, ya no fuesen los exaltados del 12. Ahora serán ministros como Martínez de la Rosa los que se hagan cargo de la situación, y para reconducir el proceso de una verdadera monarquía liberal, establecerá un Estatuto en 1834, que no es una carta otorgada, sino un preámbulo a un sistema constitucional. A pesar de los intentos de Martínez de la Rosa de acabar con los posibles partidarios de d. Carlos esto no fue posible, y en 1834, tras la fuga de este de Inglaterra, la llama de la guerra civil, se extendió por toda España, 3 durante 7 años, sin que en un principio los militares afectos a la causa isabelina lo pudiesen evitar, al contar los carlistas tanto con apoyo de parte de la población como con un gran estratega que hasta su muerte en el cerco de Bilbao, derrotó una y otra vez a los generales cristino, este militar era Zumalacárregui. En 1839, tras la división dentro de las fuerzas carlistas y las ofensivas isabelinas, se llegó al Pacto o abrazo de Vergara, por el cual se ponía fin a esta guerra. Como consecuencia de esta situación, aparecerán los llamados “espadones”, militares constitucionales vencedores de la guerra, que serán los verdaderos protagonistas de la situación política durante el siglo XIX, Espartero, Narváez, O`Donell o Prim, todos ellos a la sombra del sistema al que accederán a él a través del pronunciamiento, pero son sólo jefes de partido, pues serán los partidos políticos, tanto el conservador como el progresistas, los que los nombren sus líderes políticos. De entre ellos podemos destacar a d. Luis Fernández de Córdova, (San Fernando, 1798-Lisboa, 1840) Fue un militar que dio muestras de una clara tendencia hacia las ideas liberales, aunque no estaba de acuerdo con la revolución promulgada por los doceañistas exaltados, durante el tiempo que estuvieron en el poder tras el establecimiento del trienio liberal. En 1822 fue uno de los participantes en la conspiración del 7 de julio y un año después se enfrentó al ejército constitucional. Tras fracasar el intento de sublevar a la guardia real (1822), huye a Francia, de donde regresará con los Cien mil hijos de San Luis (1823). Cuando regresa el rey Fernando VII al poder inicia su carrera diplomática. Embajador en París (1825) y Lisboa (1832), ministro en Copenhague (1827) y plenipotenciario en Berlín (1829). Precisamente en 1833 se produjo la muerte del rey. Fernández de Córdoba no mostró su apoyo a la reina y abandonó la vida política para proseguir sus deberes como militar. Jefe del ejército del Norte en la primera guerra carlista en el bando isabelino. Durante la guerra civil se enfrentó al bando de los carlistas. En 1836 se encontraba en París y publicó una "Memoria justificativa". Al año siguiente juró la constitución y fue diputado en el congreso. Al siguiente año fue participó en 4 una conspiración acontecida en Sevilla y posteriormente tuvo que exiliarse a Lisboa, donde minado por el cáncer falleció, sin poder pisar de nuevo España, aunque se disponía a regresar tras ser amnistiado. El siguiente militar que tiene una gran trayectoria que comienza en los albores del siglo XIX, fue Espartero prototipo del militar constitucional. Prácticamente la guerra la pasó en la sitiada Cádiz, cuna de la Constitución de 1812, y dentro de una academia militar creada por la Regencia. Marchó a América no sólo por sus ansias de gloria sino también por la ola de absolutismo que imperaba en España. Él y muchos de los oficiales que le acompañaban serían conocidos en España como los ayacuchos, en recuerdo de su pasado americano y de la influencia que sobre sus ideas políticas tuvieron otros militares liberales que participaron en aquella guerra. La firma de la Constitución en 1820, le llenó de entusiasmo. Tenemos pues al futuro duque de la Victoria con una ideología de monarquía liberal que era común a la mayoría. A la muerte de Fernando VII, Espartero apoyó la causa de Isabel II y de la regente María Cristina de Borbón frente al hermano del difunto rey Fernando, Carlos María Isidro. Entre los cambios en la dirección del Ejército que la regente María Cristina adoptó en los primeros días de gobierno para eliminar a los elementos carlistas, Espartero fue nombrado Comandante General de Vizcaya en 1834, bajo las órdenes de un antiguo jefe suyo, Jerónimo Valdés, que lo había reclamado para el servicio en campaña. Participó así en el frente norte durante la Primera Guerra Carlista, desempeñando un destacado papel, no sin antes haber puesto en fuga distintas partidas carlistas en Onteniente. Terminada la guerra, Espartero había alcanzado gloria y fama entre todo el pueblo y, lo que es más importante, en el seno del ejército. En agosto de 1837 se había unido al Partido Progresista por rechazo a la inestabilidad que propugnaban los moderados. Sus enfrentamientos con Ramón María Narváez venían desde años atrás. Su adhesión al progresismo no era en principio beligerante, pero las maquinaciones de los moderados por hacer caer el Gobierno -con el plante de los oficiales de la División de la Guardia y las cortapisas que pusieron los 5 distintos gobiernos de esta tendencia a la marcha de la guerra, restringiendo las peticiones en hombres y materiales, impidiendo una dirección efectiva de las operaciones y contraponiendo la figura de Narváez a la de Espartero-, van acercando al futuro Regente a las filas de los progresistas militantes, que sólo desean disponer de una persona de su prestigio para alzarse con el poder. No obstante, este ofrecimiento al liderazgo no es unánime, ya que determinados sectores, los más intransigentes, no perdonan a Espartero su falta de energía en reprimir el motín de la División de la Guardia en 1837, que hizo caer al gobierno progresista de Calatrava. Las incursiones de Espartero en política desde 1839 eran duramente contestadas por la prensa moderada. Consciente de su poder y opuesto al conservadurismo de María Cristina, tras las revueltas de 1840 consiguió ser nombrado Presidente del Consejo de Ministros, pero el insuficiente apoyo le obligó a dimitir. Espartero lideraba sin oposición el Partido Progresista y necesitaba una mayoría suficiente en las Cortes. El motín de la Granja de San Ildefonso había llamado la atención a los moderados sobre la fortaleza de los liberales y, por tanto, del propio Espartero. Así, el enfrentamiento con la Regente acerca del papel de la Milicia Nacional y de la autonomía de los Ayuntamientos, concluyó en una sublevación generalizada contra María Cristina en las ciudades más importantes —Barcelona, Zaragoza y Madrid, las más destacadas— y a la renuncia y entrega de ésta de la Regencia y custodia de sus hijas, incluida la Reina Isabel, en manos del general. Espartero alcanzó la Regencia mientras María Cristina marchaba al exilio en Francia. No obstante, el partido progresista se encontraba dividido respecto a cómo ocupar el espacio dejado por la madre de Isabel II. La fortaleza del general le permitió alcanzar la Regencia no sin antes haberse enemistado con una parte significativa del partido progresista que veía en el general un autoritarismo latente. El conde de Luchana tenía por principio básico de convivencia política el "hágase la voluntad nacional", y de hecho lo mantuvo en todo momento, de tal manera que por Orden de la Regencia de 21 de diciembre, solicitaba la más absoluta libertad en las elecciones (febrero de 1841), para conocer la "verdadera opinión y voluntad del país". Su modo de 6 gobernar dictatorial, personalista y militarista provocó la enemistad con muchos de sus partidarios. Esta situación de tensión interna entre los progresistas fue aprovechada por los moderados con el levantamiento de O'Donnell en 1841 que se saldó con el fusilamiento de algunos destacados y apreciados miembros del ejército como Diego de León. Con posterioridad, el alzamiento de Barcelona en noviembre de 1842 fue reprimido con dureza por el Regente al bombardear la ciudad el 3 de diciembre con cuantiosas víctimas, siendo el preludio del fin de su Regencia. Se aprobó una ley de amnistía que sólo favorecía a los sublevados de octubre del 42, y se relevó a Linage, pero nada de ello impidió el alzamiento popular. Primero fue Málaga. Prim se sublevó en Cataluña, profundamente sensibilizada por la política librecambista del Regente que beneficiaba a Inglaterra en detrimento de la incipiente industria del Principado. Luego siguieron Madrid, Granada, etc. En 1843 se vio obligado a disolver las Cortes, ante la hostilidad de las mismas. Narváez y Serrano encabezaron un pronunciamiento conjunto de militares moderados y progresistas en el que las fuerzas propias del Regente se pasaron al enemigo en Torrejón de Ardoz. El 30 de julio abandonaba la Península, embarcando en un buque inglés que lo condujo a Londres. El Gobierno recién constituido le privó de todos sus títulos, grados, empleos, honores y condecoraciones, ordenando a todas las autoridades del Estado que en caso de encontrarle y reconocerlo, sin más trámite, fuera pasado por las armas como traidor a la Patria. El tercero de los militares importantes en la historia política de España durante el siglo XIX, será Narváez. Durante el Trienio Constitucional (1820-23) se decantó por los partidarios del liberalismo y tuvo un papel destacado en la lucha contra la sublevación absolutista de la Guardia Real de Madrid (1822) promovida por Luis Fernández de Córdova a favor de Fernando VII, por ello le obligó a retirarse del ejército cuando la invasión de los «Cien mil hijos de San Luis» restableció a Fernando VII como rey absoluto. Muerto el rey diez años más tarde, Narváez se reincorporó al ejército y defendió la causa del liberalismo y el Trono de Isabel II en la Primera Guerra Carlista (1833-40). Ascendió rápidamente por los éxitos obtenidos en los frentes del Norte (batallas de Mendigorría, 1835 y Arlabán, 1836), el 7 Maestrazgo, Andalucía y La Mancha; pero en esas campañas se fue enconando también su rivalidad personal con Espartero, que habría de degenerar en enfrentamiento político desde 1838. La persecución de la que fue objeto por Espartero le obligó a exiliarse en Francia durante la Regencia de éste (1841-43); y, dado que su rival había asumido el liderazgo de la rama progresista de los liberales, Narváez se inclinó hacia la rama conservadora, convirtiéndose pronto en el máximo dirigente del partido moderado. Dirigió la sublevación militar que derrocó a Espartero en 1843 (encuentro de Torrejón de Ardoz). En suma, conformó el Estado español contemporáneo según la ideología liberal-conservadora de su partido y según su temperamento autoritario: detuvo el proceso de desamortización de los bienes eclesiásticos, amordazó a la prensa, organizó una Administración centralizada y reprimió los movimientos populares impidiendo tanto el resurgimiento del carlismo (Segunda Guerra Carlista, 1849) como la extensión a España de las revoluciones europeas de 1848. Además de estas reformas también realizó otras de carácter militar, para que dicho institución se uniese a la idea constitucionalista. Estos tres caminos para estabilizar el orden político fueron: 1. Vincular a los jefes militares con el constitucionalismo de 1845. 2. Supresión de la Milicia Popular y creación de la Guardia Civil. 3. Disuadir a quienes se sintiesen tentados por acabar con el régimen institucionalizado. A continuación analizaremos a O´Donell, hizo sus primeras armas en defensa de la causa constitucional durante la Primera Guerra Carlista (183340), Fue ascendiendo por méritos de campaña, primero en el frente del Norte (Lumbier, Unzá, Hernani…) y desde 1839 en el Maestrazgo, ya como jefe del Ejército del Centro y capitán general de Aragón, Valencia y Murcia; Políticamente se encuadró junto a Narváez entre los moderados, contrarios al 8 progresismo de Espartero; el triunfo de éste le hizo exiliarse en 1840, participar en la fallida sublevación de Diego de León (1841) y en la conspiración de militares moderados que acabaron con la Regencia de Espartero en 1843. Narváez le nombró capitán general de Cuba (1844-48), senador vitalicio (1845) y director general de Infantería (1848). En 1854, habiendo degenerado el gobierno moderado bajo el conde de San Luis hacia posiciones autocráticas y ultra conservadoras alejadas de la mayoría del partido, O'Donnell encabezó el pronunciamiento militar de 1854 que, en un principio, sólo buscaba propiciar el cambio ministerial. El 29 de junio se puso al frente de la Caballería insurreccionada en el Campo de Guardias, Tras el indeciso encuentro de Vicálvaro, que daría nombre a los pronunciados, y con el fin de ganar adeptos, dio el 6 de julio el célebre Manifiesto de Manzanares, que al ampliar y radicalizar los objetivos de la revolución, generalizó ésta por todo el país. Capitalizado finalmente el movimiento por el progresismo, y encargado Espartero de presidir el Consejo de Ministros, O'Donnell tuvo que compartir con aquel partido las responsabilidades de gobierno durante el Bienio Progresista, ocupando él la cartera de Guerra. En las Cortes Constituyentes del Bienio nació un nuevo partido de carácter centrista, la Unión Liberal, que quería permanecer equidistante tanto del moderantismo doctrinario como del progresismo puro, partido que convirtió a O'Donnell en su jefe e indiscutible líder. Tras los sucesos del 16 y 17 de julio de 1856, que provocaron la dimisión de Espartero, el conde de Lucena formó el primer Gobierno unionista. Desde la presidencia de este gobierno puso fin a las sesiones de las Cortes Constituyentes, disolvió la Milicia Nacional e, ignorando la Constitución nonnata de 1856, restableció la moderada de 1845, acompañada de un Acta adicional que reflejaba alguna preocupación por conservar ciertas conquistas progresistas (jurados para delitos de imprenta, permanencia de las Cortes durante cuatro meses al menos cada año). El 10 de octubre de 1856 se vio obligado a dimitir, debido a la oposición de los moderados históricos a su política. Fue sustituido en la Presidencia del Consejo de Ministros por Narváez, lo que supuso el retorno a la integridad del régimen político de 1845. Sin embargo, volvió a la Presidencia del Gobierno, ocupando además la cartera de 9 Guerra, en julio de 1858, iniciándose entonces un período de gobierno ininterrumpido de la Unión Liberal que se alargó hasta 1863. En febrero de ese mismo año presentó la dimisión ante la presión del Partido Moderado, siendo llamado de nuevo al gobierno en 1865. En su nuevo mandato trató inútilmente de reintegrar al progresismo en el juego político, y reprimió la revolución de junio de 1866 estallada en Madrid. Sustituido por Narváez nuevamente en aquel año. Se trasladó a Biarritz por problemas de salud, falleciendo al poco (5XI-1867). Su desaparición permitió a los unionistas iniciar una convergencia con los progresistas y los demócratas que culminaría en la revolución de 1868. El último de los llamados “espadones” es Prim decisivo en la última etapa del reinado de Isabel II, y sobre todo creador tras “La Gloriosa” del cambio de monarquía en España. Miembro del partido progresista, conspiró contra Narváez, haciendo que este, enterado de estas conspiraciones invitase a Prim a salir de España, y como se negó le fuese asignada residencia en Oviedo, si bien pudo regresar poco después porque el nuevo gobierno de Narváez dictó una amnistía. Las nuevas elecciones de finales de 1864 fueron también boicoteadas por los progresistas. En 1865 el gobierno endureció su posición y comenzó a tomar medidas represivas que culminaron El día 21 de junio por la noche se inició el golpe en Madrid, que estaba pendiente del cuartel de San Gil donde los sargentos apoyaban la rebelión y que con más dificultades de las previstas consiguieron tomar el control. La lucha se desarrolló por Madrid pero el gobierno obtuvo la victoria al anochecer del 22 de junio. Muchos de los sargentos y cabos (66) fueron fusilados. Prim, que había de ser jefe de gobierno, no llegó a salir de Francia. En la Noche de San Daniel con una decena de muertos y medio centenar de heridos en Madrid (10 de abril de 1865); desde entonces Prim empezó a conspirar decididamente. Un levantamiento en Valencia que el impulsó, fracasó. Salió de España y desde Francia entró por Pamplona nuevamente sin éxito por la defección de muchos de los comprometidos. El fallecimiento de O´Donnell (noviembre de 1867) llevará a sus partidarios a unirse al bloque liderado por Prim. Desde ese momento el general está en disposición de otorgar el definitivo golpe al 10 maltrecho gobierno de Isabel II. Alentó el Pacto de Ostende (1866) intentando derrocar a la reina Isabel II. El 12 de septiembre de 1868 salía Prim de Londres en el vapor Buenaventura, disfrazado como criado de los Sres. Bark, que eran amigos de Prim. Llegado a Gibraltar embarcó en el remolcador inglés Adelia (enviando como señuelo la embarcación llamada Alegría) con el cual se trasladó a la fragata Zaragoza, anclada junto a otros buques de la escuadra en Cádiz. Será en septiembre de 1868 cuando se subleve en Cádiz junto al almirante Topete, publicando el manifiesto "España con honra". Se formó una junta bajo la presidencia de Topete, con Unionistas, Progresistas y Demócratas en forma paritaria. Luego Prim avanzó por la costa Mediterránea sublevando sus ciudades: el 23 Málaga, el 25 Almería, el 26 Cartagena; el 2 de octubre, Valencia y el 3 Barcelona donde fue recibido con gran alborozo. Al pronunciamiento se suma Serrano, que marcha con sus tropas sobre Madrid mientras Prim recorre la costa levantina. La reina es obligada a abandonar su corona. La "Gloriosa" ha triunfado. Prim formará parte del gobierno provisional como ministro de la Guerra y se convertirá en un firme defensor del carácter monárquico del Régimen. Desde ese momento no escatimará esfuerzos en la búsqueda de un nuevo monarca, Al día siguiente recibió la cartera de Estado en el gobierno provisional, del que Prim era el árbitro. En las elecciones de enero de 1869 los progresistas en alianza con los demócratas moderados obtuvieron 160 diputados; 65 la Unión Liberal; 60 los republicanos; y 30 los carlistas y así Prim, líder progresista, volvía a quedar como referencia decisiva. El nombramiento de jefe de gobierno debía contar con su beneplácito y la Constitución fue aprobada aceptando la forma monárquica por decisión de Prim. El nombramiento de Serrano como regente, sin poder efectivo, eliminó su más directo rival. Serrano nombró a Prim jefe de gobierno y Prim se reservó en el gabinete además de la presidencia, la cartera de Guerra, nombrando ministros unionistas y progresistas por igual. 11 Los progresistas proponían la candidatura al trono de Fernando de Coburgo, padre del rey Luis de Portugal, mientras los unionistas proponían al duque de Montpensier. La candidatura de Fernando fracasó por su matrimonio morganático con una bailarina y la oposición del príncipe a que nunca pudieran unirse las coronas de España y Portugal (sueño último de buena parte de sus partidarios). La candidatura de Montpensier, a propuesta de Serrano y Topete, fue rechazada enérgicamente por Prim que además propuso excluir del trono a todas las ramas de los Borbones. Prim ofreció la corona al Duque de Aosta, hijo del rey de Italia, y a Leopoldo de Hohenzollern, que rechazaron la oferta Siendo aceptada más tarde por Amadeo de Saboya. Como presidente del Gobierno se convirtió en principal defensor del nuevo rey pero fue asesinado antes de que éste llegara a España, el 27 de diciembre de 1870. La monarquía saboyana perdía de esta manera a su principal valedor. III- EL EJÉRCITO DURANTE EL SEXENIO REVOLUCIONARIO. En el periodo que va desde 1868 hasta 1874 se suceden rápidamente la revolución de 1868 y la caída borbónica, un periodo provisional y la Constitución de 1869, la Regencia y la búsqueda de un Rey, la monarquía de Amadeo de Saboya, la I República y el gobierno autoritario de Serrano, hasta que a finales de 1874 se produce la Restauración borbónica (Alfonso XII). La Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 inaugura el sexenio revolucionario (1868-1874), apoyada por sectores del Ejército como los representados por los generales Prim y Serrano. Se intentó instaurar una monarquía constitucional de carácter liberal- democrático que reconociese los derechos individuales, acabase con las interferencias de la Corona y reestructurase la organización territorial centralista y despótica del Estado monárquico. Desde la caída de Isabel II, el republicanismo federal conoció una rápida difusión y surgieron importantes núcleos en Bilbao, Valencia, Barcelona o Cádiz. Las Constituyentes de enero de 1869 otorgaron a los republicanos la cuarta parte de los escaños, frente a la mayoría formada por radicales y progresistas, liderados por el general Prim y partidarios de la monarquía constitucional. 12 El asesinato del general Juan Prim, el principal protagonista de la Gloriosa, en diciembre de 1870, cuando apenas había pasado un mes de la entronización de Amadeo I de Saboya, el rey-burgués, arroja negros augurios sobre la monarquía. Durante el breve reinado de Amadeo, los republicanos experimentan fuertes discrepancias internas entre unitarios y federales. En marzo de 1870 se celebró la primera asamblea nacional del partido donde se difunde la Declaración de los republicanos unitarios contra la doctrina federal de Pi que, según ellos, amenaza “la unidad nacional con sus naturales consecuencias de unidad de legislación, fueros, de poder político e indivisibilidad del territorio.” Pi replica a través de un manifiesto, suscrito por el directorio del partido formado por Castelar, Figueras y él mismo, donde se afirma: “al proclamar como forma de gobierno de su partido la república democrático- federal, aspira a constituir la nación española en un grupo de Estados unidos por un pacto federal que sea la expresión de su unidad.” La segunda asamblea del partido fue el marco del choque entre la extrema izquierda, partidaria de derrocar por la fuerza la monarquía de Amadeo y proclamar la república federal, conocidos como los intransigentes, y los políticos o benévolos que propugnan la transformación desde dentro de un régimen que asegura el ejercicio de las libertades democráticas. El punto de inflexión se produjo en enero de 1872, tras el fracaso de la insurrección de El Ferrol, que anuncia el movimiento cantonalista. Pi condenó la intentona y pareció como el portavoz de los benévolos, cada vez más distanciado y enfrentado con los intransigentes. La proclamación de la República provocó la eclosión de las juntas revolucionarias que depusieron a los ayuntamientos monárquicos. La primera medida de Pi fue ordenar la disolución de estas juntas y la reposición de los consistorios hasta la celebración de elecciones municipales. Las Cortes Constituyentes se inauguran el 1 de junio. Ese mismo día el presidente Figueras presenta la dimisión y se encomienda a Pi la formación del nuevo gabinete, que encuentra grandes dificultades ante la oposición de los intransigentes y el retraimiento de los benévolos. Para complicar aún más las cosas Figueras, que continúa ostentando la primera magistratura del Estado, 13 huye precipitadamente a Francia. El 11 de junio Pi puede superar estos obstáculos y es nombrado presidente de la República, conservando el ministerio de Gobernación. Sobre él recae, casi en solitario, la tarea de salvar al régimen. El 13 de junio de 1873 pronunció el discurso donde definió un programa de acción claro y preciso: aprobar urgentemente la Constitución federal para sofocar la insurrección cantonal y apaciguar a los rebeldes cubanos; disponer de facultades extraordinarias para restablecer el orden y la disciplina militar para combatir a los carlistas; aplicar de inmediato una serie de reformas en favor de las clases trabajadoras, como la ley que regula el trabajo infantil y obliga a escolarizar a los niños de ambos sexos, la creación de jurados mixtos de arbitraje para dirimir los conflictos laborales o la redención de los foros y censos para mejorar la situación de los campesinos. Pi no tendrá tiempo para desarrollar este programa y su política de conciliación entre las facciones republicanas, a las que invitó a formar un gobierno de concentración, no prospera. También fracasa su determinación de aprobar inmediatamente la Constitución federal ante las diferencias insalvables entre unitarios e intransigentes que defienden sus respectivos proyectos. Aunque consigue desbaratar, a duras penas, los conatos cantonalistas de Sevilla, Écija y Málaga, no puede impedir la proclamación, el 12 de julio, del cantón de Cartagena, fortaleza militar donde se concentra el grueso de la marina de guerra. Intentó inútilmente que los alzados, dirigidos por el general Contreras, depusieran su actitud. Dolido por las acusaciones de doble juego y connivencia con los insurgentes y ante la imposibilidad de aprobar la Constitución, presenta su dimisión el 18 de julio. Tras su dimisión, la Asamblea elige a Nicolás Salmerón tercer presidente de la República por 119 votos, frente a los 93 diputados que votan por la continuidad de Pi. Salmerón, en el centro del partido, cuenta con el apoyo de la derecha de Castelar, que encarna los valores de una república conservadora y de orden. La caída de Pi provoca la extensión del movimiento cantonalista a muchas ciudades de Andalucía, Valencia, Extremadura y Castilla. Estas insurrecciones son objeto de una enconada polémica entre marxistas y bakuninistas. Engels defiende la estrategia de Pi de consolidar la revolución y descalifica duramente a anarquistas e intransigentes a quienes 14 responsabiliza de su hundimiento. El principal objetivo de Salmerón y Castelar, ya en el último tramo de la República, es aplastar el movimiento cantonalista. El general Pavía, próximo a los radicales, se encarga de destruir los cantones andaluces y el alfonsino Martínez Campos los valencianos, los mismos militares que derrocarán la República. A mediados de septiembre habían caído todos excepto el de Cartagena. Mientras tanto, los carlistas multiplican sus éxitos sin que se tomen las medidas militares y diplomáticas más elementales. Es decir, la política contraria de Pi que propugnaba mano dura con los carlistas y negociaciones con los cantonalistas que volverían al orden en cuanto se aprobase la Constitución federal. Salmerón dimite el 6 de septiembre al negarse a firmar el decreto que restablece la pena de muerte en el Ejército, como exigen los mandos militares que cuentan con el apoyo de Castelar. Pi realizó el último intento para salvar la República federal y le disputó la presidencia a Castelar, quien estaba dispuesto a consumar, como en Francia, el giro a la derecha. Pi contó con el apoyo de los diputados intransigentes que le había sido negado durante su ministerio, pero que ahora serán insuficientes. Antes de la votación se desarrolló un intenso debate, donde Castelar, apoyado por Salmerón, advirtió que no estaba dispuesto a formar un gobierno de coalición con la izquierda y esgrimió la amenaza de un inmediato alzamiento de la conservadora guarnición de Madrid. Finalmente, Castelar fue elegido por 133 sufragios contra 67 de Pi que perdió el apoyo de una veintena larga de diputados que le habían votado dos meses antes. La situación caótica del país y los excesos cantonalistas les condujeron a las filas de la derecha. Aprobado el decreto que restablece la pena de muerte en el Ejército, las Cortes Constituyentes deciden suspender sus sesiones hasta el 2 de enero de 1874, lo que significa de facto la dictadura de Castelar. El cuarto presidente de la República intentó por todos los medios conquistar Cartagena antes de la apertura de la Cámara, así que procedió a reorganizar el Ejército, apoyándose en sectores conservadores a los que situó en puestos clave. Sin embargo, Cartagena continuaba resistiendo con la esperanza que, cuando se reanuden las sesiones, Castelar caería y sería sustituido por un gabinete federalista. 15 En efecto, el 2 de enero volvieron a reunirse las Cortes y se produjo la esperada reacción contra Castelar. La Cámara impugnó su política de mano dura y su república conservadora y unitaria. Los tres hombres fuertes del republicanismo Pi, Salmerón y Figueras llegan a un acuerdo y anuncian que no le apoyarán. En la madrugada del 2 al 3 de enero, las Cortes se niegan a ratificar el voto de confianza al gobierno que parece anunciar el triunfo de la izquierda. Esto precipita el golpe de Estado del general Pavía, cuyos preparativos estaban muy adelantados. A primera hora de la mañana del 3 de enero, sus tropas irrumpen en las Cortes, expulsan a los diputados de sus escaños y cierran la Cámara. Pi nunca perdonará a Castelar su actitud equívoca durante estas jornadas y siempre sospechará que estuvo implicado en el golpe de Pavía, a quien había nombrado comandante de la guarnición de Madrid. IV- EL CIVILISMO DE LA RESTAURACIÓN. El Ejército secundó un golpe que no tuvo prácticamente oposición. Los militares designaron presidente de la República, con poderes dictatoriales, al general Francisco Serrano, uno de los figurones del sexenio, héroe de la batalla de Alcolea, donde se decidió el destino de Isabel II y que contaba con grandes apoyos entre la burguesía conservadora. Perdidas las últimas esperanzas, el 12 de enero capituló Cartagena. Durante casi un año Serrano intentó consolidar una república presidencialista y conservadora, al estilo del general Mac Mahon en Francia, pero, incapaz de ampliar sus apoyos, no pudo impedir el éxito de las conspiraciones así que el poder pasó a manos de una coalición de unionistas y progresistas con el general Serrano a la cabeza que intentó estabilizar el régimen republicano, pero este herido de muerte y sin un apoyo social claro se preparó para la Restauración Monárquica de la mano de Alfonso XII, el cual y a través de Canovas del Castillo, había elaborado el Manifiesto de Sandhurt, que recogía el ideal de un régimen monárquico de signo conservador y católico, que defendería el orden social y garantizaría el funcionamiento del sistema político liberal, siendo proclamado Alfonso XII como rey de España el 29 de diciembre de 1874. 16 Formó gobierno compuesto por demócratas radicales y militares, y concentró sus fuerzas en sofocar el núcleo cantonalista de Cartagena, así como hacer frente a la guerra carlista y restablecer el orden, acabando con la oposición republicana. A pesar de ello, su posición era muy frágil, y Cánovas del Castillo, llevó a cabo una política a favor de la restauración borbónica y a favor de la vuelta de Alfonso XII. Entre las primeras medidas de gobierno, Cánovas sustituyó a gobernadores, presidentes de Diputaciones y alcaldes por personas afines a la Corona; mantuvo a ultranza el orden público, se restableció el Concordato con la devolución a la Iglesia de los pocos bienes aún no vendidos y se ayudó a esta a través de aportaciones estatales. Era una vuelta al pasado, pero con medidas represivas suaves, con perdón para progresistas y demócratas. El llamado programa de la Restauración, basado en la unión entre el Trono y el Ejército se basó en cuatro puntos: 1. La pacificación, tanto ideológica como militar, la primera basada en la aprobación de una Constitución de consenso, la de 1876. La segunda en la finalización de las guerras de Cuba y carlista. 2. Organización del bipartidismo por un lado el Partido LiberalConservador por otro el Partido Liberal Fusionista, conocidos como "liberales" y "conservadores" respectivamente. Fueron los únicos partidos que ocuparon el gobierno en este período. 3. El “turno de partidos” se va a producir una alternancia en el poder que contribuyó a la estabilidad política, a esto se le conoció como “ Turno pacífico”, cuando un partido tenía un problema, estaba gastado o perdía la confianza del Parlamento, cedía su puesto al otro. 4. Consagración del civilismo con la democratización del régimen. En 1886 fracasa la última intentona de pronunciamiento realizada por Villacampa, pretendido “ariete” de Ruiz Zorrilla. 17 En la implantación de los partidos republicanos fue importante la existencia de casinos, ateneos populares, cooperativas y prensa todas ellas vehículo de difusión de las ideas republicanas. Tras la Restauración, Ruiz Zorrilla, el hombre que gozaba de mayor respaldo, hubo de exiliarse al descubrirse que planeaba un pronunciamiento de carácter republicano (1883). Los demás, Castelar, Salmerón, Figueras o Pi y Margall, organizaron diversos partidos republicanos que limitaban sus actuaciones a épocas de elecciones. Ninguno de ellos se cuestionaba los fundamentos del orden económico. Frente al problema social proponían diversas medidas reformistas como el fomento del cooperativismo, la constitución de jurados mixtos, la concesión de créditos baratos a los campesinos o el reparto de algunas tierras, y, en algunos casos, medidas intervencionistas por parte del Estado, como la reducción por ley de la jornada de trabajo o la reglamentación de las condiciones del trabajo realizado. El general Cassola ha pasado a la historia por ser el autor de un proyecto de Ley Constitutiva del Ejército presentado a las Cortes el 22 de abril de 1887, a los pocos días de ser nombrado ministro de la Guerra por Sagasta. Ese proyecto de reformas militares, durísimamente combatido por la oposición conservadora, y aún por militares liberales. apasionó a la opinión pública y a las filas castrenses hasta tal punto que el propio gabinete Sagasta acabó por considerarlo peligroso y dejó en la estacada a su promotor que, tras una primera dimisión no aceptada (enero), presentó su renuncia definitiva en junio de 1888, pretextando un conflicto protocolario que le enfrentó con Martínez Campos, uno de sus más duros antagonistas. En el proyecto presentado -al que acompañaba otro de creación de un Banco Militar de Préstamos para aliviar la dramática situación económica de muchos militares profesionales- se articulaban los grandes lemas de una política militar de la que tan necesitado estaba el ejército español de la Restauración. Pero fue el debate acerca de la obligatoriedad del servicio militar, sin posibilidad de redención o sustitución, el que acaparó la atención de la sociedad y los parlamentarios. Cassola no pudo hacer valer su tesis de que era socialmente injusto un sistema del que quedaban excluidos quienes tenían dinero o cultura el abandono de su 18 provecto impidió la necesaria modernización del ejército y su vertebración en la sociedad en vísperas del 98. V- EL RETORNO DE LOS SABLES. En la década de los 90, en el periodo de crisis, estalla en Cuba (1895, el grito de Baire) y en Filipinas (1896) un movimiento emancipador con la idea de obtener la independencia. A pesar de la poca extensión de las islas, sobre todo para España era vital el mantenimiento de Cuba, pues aparte de suministrar azúcar, café y tabaco absorbía productos peninsulares. La guerra de Cuba se produjo gracias a la madurez del movimiento independentista indígena bajo el liderazgo de José Martí y Antonio Maceo, así como los errores cometidos por los distintos gobiernos de la península que fueron retrasando la concesión de un autogobierno, para preservar los intereses de los indianos peninsulares, facción muy poderosa en la política española. A este sentimiento de frustración, hay que unirle el interés de EEUU, para hacerse con el control de la isla en su propio beneficio, lo que le llevaría a respaldar dicho movimiento de independencia. A mediados de la década de los noventa es nombrado gobernador de Filipinas. En estos años se opuso a los movimientos independentistas. Este factor permitió que volviera a ser bien considerado en el ámbito militar. Su dimisión tuvo lugar cuando el gobierno no le concedió la ayuda que había solicitado. polavieja logró una cierta popularidad entre medios cortesanos, el catalanismo burgués conservador y entre elementos clericales, como lo demostró la famosa "crisis del balcón" a su vuelta a España en mayo de 1897. Fracasada la política de reconciliación de Martínez Campos, Cánovas eligió a Weyler para someter la insurrección (1896). Empleó una táctica de guerra total: organizó campos de concentración para los campesinos, destruyó los edificios que pudieran servir de refugio a los sublevados, prohibió la zafra, etc. La reorganización constante del Ejército de Operaciones caracterizó los veintiún meses de mando en Cuba del marqués de Tenerife. Estas reestructuraciones trataban de dar respuesta a los cambios originados por el 19 desarrollo de la guerra. Entre las medidas más significativas estuvo la de sustituir los destacamentos del ejército, en fincas e ingenios, por voluntarios. Otra de sus medidas fue la de incrementar las guerrillas. Éstas, denominadas volantes, operarían junto a las columnas del ejército regular. Durante las operaciones cumplían misiones de exploración, marchaban a la extrema vanguardia y retaguardia, cubrían los flancos e, incluso, se enfrentaban a pequeños contingente de insurrectos. Sus integrantes eran naturales del país o habían permanecido en él durante mucho tiempo; eso los dotaba de conocimiento del terreno, adaptación al clima y conocimiento del proceder de los cubanos. Las reiteradas promesas del Capitán General y Gobernador de la isla de Cuba de pacificar al país no se materializaban tras diecinueve meses de campaña. En Occidente, por donde debía haber comenzado la pacificación, se seguía combatiendo y no había podido pasar a la ofensiva en Oriente, provincia en la que los insurrectos controlaban grandes extensiones de territorio. A ello se agregaba que su política de guerra de tierra arrasada y la reconcentración eran censuradas cada vez con más firmeza tanto en España como internacionalmente y en Cuba era apoyada casi exclusivamente por el Cuerpo de Voluntarios. Estos y otros factores de carácter político se conjugaron para que el general Valeriano Weyler fuera sustituido de su mando en Cuba. Tras el asesinato de Cánovas del Castillo en 1897, Sagasta se hizo con el gobierno, e intentó un proyecto de autonomía más amplio, pero ya era demasiado tarde y a pesar de las buenas intenciones no existían muchas salidas, pues EEUU, estaba dispuesta a llegar hasta el final. La Chispa que desencadenó todo, fue el hundimiento del acorazado Maine en la rada del puerto de La Habana, los estadounidenses responsabilizaron al gobierno español y aún que este propuso un comité de investigación, EEUU, propuso o bien la compra de la isla o un ultimátum si no renunciaba a la soberanía de ésta. España acudió a la guerra sin alianzas con ningún otro país y sin preparación adecuada. El 1/5/1898, la flota del Pacífico del almirante Dewey, destruía en Cavite (Filipinas) a la flota española del almirante Montojo. Sin tener en cuenta este desastre, se mandó a Cuba la flota del almirante Cervera, 20 la cual sería destruida por el almirante Sampson el 4 de julio de 1898. Sin flota con la que abastecer a un ejército de 200.000 hombres y con la isla en rebelión declarada, España pidió un armisticio, firmando la paz de París el 10/12/1898, en la que renunciaba a Cuba, Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam en las Marianas, los últimos restos de nuestro Imperio colonial. Es el clima de la derrota, dónde hace surgir una serie de críticas hacia el funcionamiento del sistema político y la propia mentalidad derrotista y conformista del país. Se aceptó la derrota con resignación y fatalidad. Polavieja publicó el 1 de septiembre de 1898 una carta-manifiesto de tono regeneracionista que se centraba en reformas de la Hacienda, el Ejército y las administraciones municipal, provincial y de Justicia, además de la descentralización administrativa para Cataluña. La convulsión se produjo entre los políticos e intelectuales, no entre las clases populares. Son éstos los llamados “regeneracionistas”, personas como Picabea o el propio Joaquín Costa, quiénes atacan la corrupción de los partidos políticos y el sistema canovista. Tras la victoria de la Lliga en las elecciones municipales de 1905 en Barcelona, oficiales del ejército asaltaron y destruyeron los locales de dos periódicos de este partido, considerándose ofendidos por una serie de chistes allí publicados. Las Cortes y el gobierno de Madrid no sólo no desautorizaron el gesto sino que aprobaron la Ley de Jurisdicciones, que identificaba los delitos contra el Ejército, incluidas las injurias, como delitos contra la Patria, y los ponía bajo jurisdicción militar, la Ley desprestigió a los liberales, además como era dirigida contra la expansión del catalanismo, como efecto contrario provocó la unión de las principales fuerzas nacionalistas catalanas, desde carlistas a republicanos. VI – DE LAS JUNTAS MILITARES A LA DICTADURA. Ya en 1910, casi 7 años antes de la aparición de las Juntas Militares, algunos oficiales jóvenes abogaban por una reforma dentro del Ejército, para evitar desastres como “el de barranco del lobo” de 1909. 21 El punto de arranque de los “junteros” se inició cuando el Ministerio de la Guerra, trató de evaluar a los oficiales de jefes para arriba, para ver si estaba capacitado en una situación de guerra, era como una “reválida” que muchos no estaban dispuestos a pasar. En un principio lo que nació como una protesta sin ánimo de “sindicalismo” en 1917, derivaría hacia unas Juntas, que elaborarían el “Manifiesto de las Juntas” que buscaba: 1. Orden moral lo que produce la falta de interior satisfacción que anula el entusiasmo. 2. Orden profesional o técnico, por la falta de material con el que realizar sus fines. 3. Orden económico, tanto oficialidad como tropa, tiene unas condiciones inferiores a los civiles análogos. La primera junta militar fue establecida en Barcelona bajo mando del general Márquez y la máxima autoridad para Cataluña, el general Alfau; desde allí se extendió al resto de España y se constituyeron en casi todas las capitales de provincia menos en Madrid. El movimiento que había surgido con fines corporativistas y reivindicaciones sindicales fue transformándose con el tiempo en una especie de oligarquía militar, que representaba una amenaza constante para la estabilidad de los gobiernos parlamentarios, temerosos hacia la posibilidad de que se produjeran pronunciamientos. Durante la crisis de 1917, que propició la sustitución del gobierno de Romanones por el de García Prieto, el general Alfau rompió con el movimiento juntero y, el 25 de mayo de 1917, ordenó su disolución en veinticuatro horas, tras las cuales, ante la negativa, sus miembros fueron arrestados. La reacción provocó la destitución de Alfau, único medio para frenar un ejercito muy dolido, si bien este suceso inició el conflicto que permitió la extensión de las juntas por toda España. El nombramiento como sustituto de Alfau al general Marina, que había sido una especie de gobernador de Melilla, alteró todavía más las sensibilidades. El 1 de junio los jefes de Cuerpo llevaron a Capitanía el 22 Manifiesto de las Juntas, en el cual expusieron cuáles eran sus problemas y qué deseaban como solución, al tiempo que exigían la rehabilitación para los arrestos sin represalias. El manifiesto, presentado al gobierno como un ultimátum, debería cumplirse en doce horas. La situación entró en una fase crítica. El pulso al gobierno fue ganado por los militares, pues fueron excarceladas las juntas de Barcelona, La Coruña, Vitoria, Sevilla y Badajoz. Al mismo tiempo el general Marina aprobó todos los puntos del reglamento de las juntas y, sin siquiera reconocerlas, el gobierno de García Prieto dimitió tras cincuenta días en el poder. El 11 de junio se formó un nuevo gabinete ministerial encabezado por Eduardo Dato, que colocó en la cartera del ministerio de la Guerra a F. Primo de Rivera. El día 25 las Juntas presentaron un nuevo Manifiesto en el que se volvía a atacar al gobierno, que intentó prohibir su difusión sin éxito. La situación del país era grave. En una nueva intromisión de los militares contra el poder civil, las juntas reclamaban un amplio gobierno de concentración. El desconcierto creado fue aprovechado por otras fuerzas políticas y sociales del país también descontentas y deseosas de llevar a cabo una revolución, que tuvo su epicentro en la Lliga catalana de Cambó que buscó el apoyo del ejército sin conseguirlo. En agosto de ese mismo año 1917 se celebró una huelga general que acabó convirtiéndose en un enfrentamiento entre las autoridades y los manifestantes, que fue sofocada tras obligar al gobierno a solicitar el apoyo de las juntas, primeras en aplacar esta situación extrema. Curiosamente, el general Márquez fue el primero en salir a las calles de Barcelona para defender la legalidad vigente. Este acto confirmó el poder de las juntas sobre un poder civil dependiente. Sin embargo, de forma progresiva, las juntas aumentaron la fractura con buena parte del ejército, sobre todos los llamados africanistas, que vieron en el movimiento desde el principio una actuación insolidaria y simplemente burocrática por parte de sus compañeros de cuerpo, mientras ellos luchaban en una guerra. Si en un primer momento parecía que la amplitud del movimiento podía representar un intento regenerador, el juntismo evolucionó a posturas 23 totalmente reaccionarias y conservadoras, que contaron con el consentimiento y comprensión del monarca Alfonso XIII. En este ambiente y con los conflictos abiertos entre el poder civil y militar, así como la crisis del parlamentarismo y la presión de las fuerzas catalanistas lideradas por Cambó, se generaría la huelga general de 1917, que se inició el 20 de julio en Valencia de mano de los ferroviarios, se extendió por toda España y desencadenó una auténtica revolución social durante el mes de agosto. Aunque fueron de la UGT y CNT los principales protagonistas de los enfrentamientos con las fuerzas del orden y del ejército, el movimiento fue preparado por socialistas (P. Iglesias, Besteiro) ugetistas (Largo Caballero), republicanos (Lerroux), contando con la colaboración de la CNT. La detención en Madrid del Comité Directivo de la Huelga y el decidido apoyo del ejército al gobierno, determinaron el fin y represión de los huelguistas. El balance fue trágico, unos 80 muertos y más de 2000 detenidos, el 29 de septiembre los miembros del Comité de Huelga, fueron condenados a muerte, pena conmutada por cadena perpetua ante las manifestaciones y protestas generalizadas. De hecho, pocos meses más tarde los encarcelados obtuvieron su libertad al decretar el gobierno su amnistía, tras ser elegidos diputados. Pese a la derrota, demostró a los sindicatos sobre todo la UGT y el sindicato anarquista CNT, el poder de movilización que tenían, pero a la misma vez provocó un acercamiento de la oficialidad del ejército apoyando la represión y el mantenimiento del orden a toda costa para evitar cualquier radicalización del sistema. Pero en definitiva se inició el desgaste total de los políticos del sistema de turno de partidos y la descomposición del propio régimen 1918-1923, es lo que se llamó el trienio bolchevique. Si la situación era mala en las zonas del sur de España, en Cataluña y sobre todo en Barcelona, dicha situación no era mejor, y esta se complicó cuando la principal compañía de abastecimiento eléctrico de la ciudad, La Canadiense, se propuso la reducción de salarios y el despido de obreros. Rápidamente los anarquistas convocaron movilizaciones que acabaron en huelga general y la paralización de la ciudad durante 44 días, 24 a lo que el gobierno tuvo que ceder, concediendo la readmisión de los despedidos, subida salarial y jornada de 8 horas. Pero la situación empeoró cuando los industriales con el apoyo de las fuerzas militares y del orden público de la ciudad decidieron combatir el movimiento obrero a su manera, para ello, algunos industriales crearon el llamado Sindicato Libre, una organización de pistoleros financiada por los sectores más duros de la patronal y que actuó, con el apoyo de la policía, asesinando a los líderes más importantes del movimiento obrero barcelonés. A ello respondió el anarquismo con la “acción directa” contra los “libres” y personajes de la burguesía catalana. Pero la situación se haría insostenible, tras el recrudecimiento de la guerra de Marruecos, tras terminar la I GM, Francia inició la ocupación de su zona, España emprendió igualmente una política de expansión. Bajo las órdenes del Alto Comisario, general Berenguer, se emprendió una acción lenta de ocupación del territorio marroquí, frente a unas cábilas cada vez más beligerantes y en unas zonas más abruptas, añadiendo a ello un ejército español heterogéneo formado por regulares (indígenas), tropas de reemplazo y la Legión. En verano de 1921, una acción mal planificada de la comandancia de Melilla por el general Fernández Silvestre (amigo personal de Alfonso XIII), permitió al líder rifeño Abd- el-Krim, atacar la posición de Annual, defendida por tropas mal agrupadas y organizadas, que reaccionaron huyendo, lo que convirtió la situación en una cacería, provocando la muerte de 13000 vidas, incluida la de su general en jefe. Aunque en los meses posteriores, Berenguer recompuso la situación, se pidieron explicaciones, se comenzó un expediente instruido por el general Picasso, que acusaba de negligente no sólo a Silvestre sino al propio Berenguer y buena parte del ejército español, así como a personajes influyentes del régimen, dicho expediente no vio la luz debido al golpe de Estado del general Primo de Rivera. Una de las consecuencias que provocaría la guerra de Marruecos sería que las juntas fueron definitivamente disueltas como organización en noviembre de 1922, una vez que habían caído en un total descrédito y desprestigio y fuertemente combatidas por los africanistas, sobre todo tras el Desastre de Annual en 1921. 25 VII – LA DICTADURA. Como bien se recoge a lo largo de los numerosos escritos realizados por Primo de Rivera como con sus coetáneos, el Manifiesto que Primo de Rivera leyó en Barcelona, hablaba que el asumir el mando del gobierno, era “una operación de urgencia”, debido a la situación de inestabilidad en la que se encontraba España, debido a los problemas derivados de los enfrentamientos entre patronos y obreros en Barcelona, así como a la tragedia de Marruecos, por todo ello, Primo de Rivera, asumiría el poder que recibiría del monarca, pues el Rey, “podía designar libremente a sus ministros” y el 14 de septiembre de 1923, Alfonso XIII “decidió” a favor de Primo de Rivera, por lo que el Rey y su trono estaban, a partir de ese momento, “inextricablemente ligados a la Dictadura”. Primo de Rivera establecería tras asumir el control, un Directorio Militar, cuyo gobierno estaba constituido totalmente por militares, tiene la intención de resolver el problema del pistolerismo y los desórdenes callejeros, para ello decretó la suspensión de la Constitución de 1876, la disolución de las Cortes, la prohibición de las actividades políticas por parte de los partidos políticos, la condena del separatismo (suprimió la Mancomunidad de Cataluña) y la represión del anarquismo. Todas estas medidas fueron acompañadas por la destitución de todos los gobernadores y su sustitución por militares. El orden público fue otra de las obsesiones, además para él era lo mismo delincuencia que anarquismo, por lo que reprimió sin contemplaciones cualquier conato de manifestación o protesta, lo que hizo que se redujese drásticamente la inestabilidad callejera. Pero sin duda el gran éxito político del Directorio Militar, fue acabar con la guerra de Marruecos. En un principio, Primo de Rivera era incluso partidario de abandonar Marruecos, pero la presión de los llamados africanistas, como Sanjurjo, Queipo de Llano, Franco o Millán Astray le hizo rectificar, para ello contactó con Francia que también había sido atacada por Abd-el Krim y se propuso una intervención conjunta que terminaría con un desembarco en la retaguardia de las fuerzas rifeñas, el desembarco de Alhucemas en 1925, que 26 conllevaría a la derrota de los rifeños y la rendición de Abd- el Krim a los franceses. La guerra había terminado, con lo que la popularidad de Primo de Rivera alcanzó sus máximos niveles. En esta “luna de miel” en la que se encontraba el régimen, Primo de Rivera, dio paso al Directorio Civil apoyado por la Unión Patriótica, especie de partido único, creado por el Dictador para perpetuarse en el poder, a semejanza del fascismo italiano de Mussolini, se dio paso a la institucionalización del régimen. Pero la élite de los «viejos políticos», en estrecha vinculación con las cancillerías extranjeras (especialmente la embajada inglesa que actúa como centro nucleador de la conspiración), se entrega a una febril actividad subversiva, apoyada también por cada vez más amplios sectores del ejército. La Sanjuanada, conspiración cruzada entre el mundo político (desde Romanones a Marcelino Domingo) y figuras militares (el general Weyler) prefiguraba la lucha que el complot de Prats de Montgó, preparado por el general catalán Maciá. Otro de los principales problemas que tuvo la dictadura de Primo de Rivera fue el conocido como el conflicto artillero. El conflicto estalló a raíz de la supresión de la escala cerrada por el Decreto del 9 de junio de 1926, y se agravó con motivo del Decreto del 26 de julio, que establecía el ascenso por elección. Cabanellas justifica el origen del conflicto de esta forma: Los artilleros han mantenido siempre el principio de la escala cerrada, que rechaza tantos ascensos por méritos de guerra como por elección. Estos últimos fueron establecidos por Primo de Rivera. El Real Decreto del 16 de junio de 1926 que determinaba recompensas en tiempo de guerra, fue resistido por el Arma de Artillería, estimando que afectaba a un compromiso de honor, adquirido desde su ingreso en la Academia Militar, de no aceptar otra forma de ascenso que el del más riguroso escalafón. El conflicto abierto entre el dictador y el cuerpo de Artillería quedó cerrado con la depuración de dicha arma, algo que no perdonaría posteriormente, ni al dictador ni al monarca, pues este había respaldado a Primo de Rivera. 27 A finales del 29 se produce la revuelta de Sánchez Guerra, antaño fiel a Primo de Rivera, al mando de una conjura militar que se asentaba en una extensa trama civil. Como por arte de magia, todas las fuerzas españolas, desde la derecha a la izquierda coinciden en el acoso a la dictadura. Las tensiones nacionalistas se agravan, y todavía está por esclarecer el papel de las logias masónicas, especialmente activas en estas fechas, que fueron utilizadas como elemento privilegiado de infiltración en la izquierda liberal. Los numerosos disparos cruzados consiguen el efecto deseado: Primo de Rivera renuncia tras verse desautorizado por la plana mayor del ejército, y se procede a una progresiva desmantelación del régimen. Alfonso XIII encargó la formación del gobierno al general Berenguer, el cual como objetivo prioritario tenía el de la vuelta al régimen constitucional, pero dicho proceso era imposible de cumplir por la falta de apoyos, además cometió una serie de errores donde destaca su política económica restrictiva, basada en la eliminación del gasto público, lo que llevó a un hundimiento de la producción, aumento del paro y los conflictos sociales. VIII – LA II REPÚBLICA Y EL EJÉRCITO. La implicación de la Monarquía en la Dictadura, convirtió en republicanos a muchos liberales y nacionalistas, a gran parte de los intelectuales, a las organizaciones socialistas y anarquistas, así como a antiguos monárquicos. Representantes de todas estas fuerzas políticas de oposición se pusieron de acuerdo en el Pacto de San Sebastián, agosto de 1930 para terminar con la Monarquía. Se organizó un “Comité Revolucionario” encabezado por Alcalá Zamora y a ello se le añadió, un mitin de carácter republicano en la Plaza de Toros de Madrid, huelgas de la CNT en Barcelona y de la UGT en Madrid, así como un pronunciamiento republicano en la guarnición de Jaca en diciembre de 1930 que a pesar de su fracaso y fusilamiento de los capitanes Galán y García Hernández, provocaron un giro de la opinión pública y sobre todo la dimisión de Berenguer el 14/2/1931. 28 Alfonso XIII, encargó formar gobierno al almirante Aznar que convocó elecciones municipales para el 12 de abril. Los republicanos ganaron de forma aplastante en los núcleos urbanos más importantes, además la actitud de algunos componentes de las fuerzas armadas y sobre todo de Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil que se puso el 14 de abril a las órdenes de Miguel Maura y apoyando por lo tanto a la República, hizo que tras conocer los resultados de las elecciones la salida hacia el exilio de Alfonso XIII y la proclamación de la II República Española el 14/4/1931. Don Manuel Azaña como ministro de la Guerra empezaría en el mismo año de 1931 lo que se conoce con el nombre de “Reformas militares de Azaña”. El Ejército español, después de las campañas de Marruecos presentaba unos problemas: atraso técnico, burocratización creciente, falta de actividad y macrocefalia. Los decretos más importantes fueron los siguientes: Con la Ley Azaña y el Decreto del 25 de abril de 1931 se estableció un plazo, para que todos aquellos oficiales que no quisiesen jurar fidelidad al nuevo régimen pasasen a la reserva conservando el sueldo íntegro. Con el Decreto del 8 de mayo se acordó: • Reducir a 8 las 16 divisiones, una por cada Región militar. • Reorganización del Ministerio de la Guerra y del Estado Mayor Central. • Supresión de los Tribunales de Honor y el Consejo Supremo de Justicia Militar, que ponían fin al fuero especial de los militares y aseguraban su obediencia al Poder Civil. • Desmilitarización de Marruecos. • Cierre de la Academia Militar de Zaragoza. • Reorganización de la Industria de Armamentos. 29 Las reformas no sentaron bien en determinados círculos militares que junto con la creación de la Guardia de Asalto provocó la preocupación de los militares por su futuro profesional. En conjunto, la legislación militar del primer bienio constituyó un esfuerzo impresionante de planificación, y de haberse podido aplicar como fue diseñada, habría cambiado la faz de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, la reforma y, especialmente, la reducción de plantillas, fue duramente combatida por la derecha y por un sector de la oficialidad que, como el general Mola, veía en ella un propósito político de "trituración" de un Ejército del que desconfiaban los gobernantes republicanos. Azaña, no exento de soberbia política, hizo poco para defender su proyecto ante la opinión pública y sus desahogos verbales, que le llevaron a ser tachado de jacobino, contribuyeron a crear agravios que pesaron luego en la actitud contraria al régimen de muchos militares. El intento de golpe de Estado encabezado por el general Sanjurjo, en agosto de ese año, fue exponente del malestar de una parte del Ejército por causas no estrictamente políticas. La fortísima campaña desatada por los medios conservadores contra la reforma, personalizada en la figura de Azaña, contribuyó, además, a convertir al primer ministro en la auténtica bestia negra de muchos militares. Las acciones del gobierno causaron la pérdida de mucho de su apoyo entre los trabajadores y fomentaron el crecimiento de partidos de derecha representantes de la oligarquía terrateniente, los grandes negocios y la Iglesia, quienes miraron hacia el ejército para defender sus privilegios. El mayor de estos partidos fue la extremadamente conservadora coalición católica "Confederación Española de Derechas Autónomas"-CEDA. La fascista Falange fue fundada por José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador y llamado la cual pedía una "revolución nacionalista de masas". El ministro de finanzas del dictador, José Calvo Sotelo, fundó la monárquica Renovación Española, la cual combinaba una ideología fascista con llamadas a los militares para instaurar una dictadura. 30 Encarado por un lado con varios intentos de golpes militares y por el otro con el incremento de combatividad de la clase obrera, el gobierno republicanoPSOE colapsó en 1933 y le siguió una coalición de gobierno de derechas, liderado por el Partido Radical de Alejandro Lerroux pero dependiente del apoyo parlamentario de la CEDA. Dicha coalición procedió a eliminar las reformas sociales limitadas de Azaña, restaurar el poder de la Iglesia y prepararse para una Guerra Civil. La entrada de tres ministros de la CEDA en el gobierno en Octubre 1934 precipitó la sublevación en Asturias y la proclamación de una república independiente en Cataluña. Habiendo visto en Franco un opositor intransigente de la revolución, el gobierno de Lerroux le envió a aplastar la sublevación de Asturias. Usando tácticas de terror que había desarrollado en la guerra colonial en Marruecos, Franco ordenó a los aviones bombardear los barrios obreros y lanzó sobre ellos a la Legión Extranjera-la primera vez que fue utilizada en la península-para aplastar la rebelión. En mayo de 1935, el gobierno fue reorganizado y la CEDA obtuvo cinco ministerios. José María Gil-Robles, el líder de la CEDA, fue nombrado Ministro de la Guerra e inmediatamente nombró a Franco jefe del Estado Mayor. Franco inició la purga del ejército y se puso en contacto con la Unión Militar Española, la organización secreta de los oficiales monárquicos estrechamente vinculados con Renovación Española de Calvo Sotelo. Fueron actualizados los planes para traer al ejército africano en el caso de futuras tensiones sociales. Tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, la situación se radicalizó y comenzaría el plano inclinado hacia la guerra Civil. La U.M.E se organizaría para preparar el golpe de Estado, preparado por Sanjurjo, en el exilio y Mola en el interior, que coordinaría las fuerzas. En un principio el golpe estaba previsto para el 19 de abril, pero quedó suspendido por el derrumbamiento moral y físico del “jefe invisible”. Mientras Mola, finiquitaba el plan, el gobierno elegía a Casares Quiroga como jefe de Gobierno, que no reunía las condiciones precisas para conjurar la tormenta. 31 Además el nuevo gobierno se tenía que enfrentar, por un lado a los golpistas y por otro a las fuerzas sindicalistas, pero los que no dejarían al gobierno ni a la República con vida serían los militares que desde su base en Marruecos tenían organizada la trama para acabar con el régimen, que con su desaparición, provocaría la ausencia de democracia en España, hasta pasados 40 años. REFLEXIÓN FINAL El libro Militarismo y Civilismo en la España Contemporánea de Carlos Seco Serrano, hace una interpretación global de nuestra contemporaneidad desde el prisma del problema militar. Hasta el sexenio revolucionario, el militarismo es la inserción de militares de alta graduación. Desde el nacimiento de un Ejército “popular” tras el conflicto conocido como Guerra de Independencia, dónde se abandona el concepto de Ejército al servicio del Monarca, para pasar a un Ejército al servicio del pueblo y en defensa de la legitimidad constitucional, pasando por el juego de los partidos políticos a causa de la esencial debilidad del sistema representativo, que lleva a grupos políticos a utilizar la fuerza militar para alcanzar sus objetivos. Después del 98 el poder militar suplanta ya claramente las atribuciones del poder civil a fin de imponer sus propios criterios como colectivo. Entre estos dos momentos, para Seco, el período 1874-1906 es una etapa de verdadero civilismo porque el Ejército no decide los cambios políticos, sino que garantiza la legalidad legítimamente establecida. El momento de la guerra de la Independencia dio lugar a un nuevo Ejército que se inclinó al liberalismo, cuya instauración se conseguiría después de una cadena de pronunciamientos , el principal problema era el del papel a jugar por este Ejército que, debiendo defender la idea de la soberanía nacional, estuviese sometido a ésta y no la oprimiese; el dilema se simbolizó en la pugna entre el jefe político y el capitán general, mientras que la legislación de abril de 1821 extendía la jurisdicción militar a los delitos políticos. Se desplaza por lo 32 tanto la idea de un Ejército puesto al servicio de la monarquía, aunque el Rey como tal figura sigue conservando el grado supremo dentro de él. Suavizada la depuración militar del inicio de la Década Ominosa por los aperturismos centristas surgidos en el seno del régimen, la crisis dinástica se orientó gracias a ello hacia el liberalismo y, potenciada por la guerra carlista, la élite militar fue la baza decisiva en la pugna entre moderados y progresistas. Sobre ese trasfondo, en el que los militares eran la fuerza política de que carecían los civiles, se desplegó el «régimen de los generales » (Espartero, Narváez, O'Donnell, Prim), en el que cada cambio político fue el resultado de un pronunciamiento civil enmascarado en un acto de fuerza militar, de tal forma que nacieron las conspiraciones militares que terminarían derrocando de su poder a uno y otro jefe político de tendencias tan dispares, como la conservadora o progresista y el enfrentamiento por lo tanto entre los mismos compañeros de armas, mientras que de fondo subyacía la guerra carlista, dónde se enfrentaban por un lado los militares comprometidos con la monarquía isabelina, independientemente de la tendencia política y por el otro lado los defensores del tradicionalismo, auspiciado por la figura de un rey carlista. Los primeros años del sexenio suprimieron la posibilidad de que el Ejército pudiera continuar siendo la expresión de realidades sociales que la ficción electoral no permitía reflejar, vinculados sus mandos a la Revolución del 68, era ya la garantía del orden constitucional. Pero la proclamación de la I República le obligaría a una toma de posiciones, como colectividad, frente a un estado de cosas que repugnaba a su esencia: secesionismo, indisciplina y violencia social determinaron el golpe de Pavía. Un Ejército que perdería en este periodo la oportunidad de haber sido un Ejército verdaderamente popular, pues las sublevaciones contra el orden establecido, hizo que al intervenir en política para acabar con los problemas de tipo militar que asolaban al estado Central (guerra carlista, cantonalista, cubana) volviese a tener una preponderancia que mantendría a lo largo de todo el siglo XIX, sobre todo con la consiguiente Restauración Borbónica y la unión entre el Trono y el Ejército. 33 Por la situación de las fuerzas en presencia, la restauración de la Monarquía, en la persona de Alfonso XII, era la salida histórica natural, que fue precipitada por el golpe de Martínez Campos, en el que la opinión mayoritaria del Ejército se sintió reflejada. Para Seco, el clima civilista fue una tónica del Ejército de la Restauración. Cánovas, que entendía la Restauración como un proyecto de síntesis y consenso, estaba decidido a acabar con la permanente presencia del Ejército en la vida política y con el monopolio del poder por los moderados. Colocado el monarca a la cabeza del Ejército, cuya cúpula había experimentado una profunda renovación generacional, esta alianza entre el trono y la milicia se convertía en la base del régimen y hacía imposible la intervención militar contra el sistema cuyo orden constitucional estaba garantizado por el Ejército. El Ejército por lo tanto se convertiría en parte integrante de la política española. En la compleja crisis, centrada simbólicamente en el desastre de 1898, se diseña una ruptura del civilismo de la Restauración y se inicia la manifestación de un militarismo creciente como respuesta al agotamiento del sistema de partidos (Polavieja, Weyler) y como reacción defensiva, tanto ante la imputación de la responsabilidad total por la derrota militar como ante los ataques de los sectores regionalistas, que ven en las Fuerzas Armadas la expresión de un Estado en el que no se reconocen. A partir de ahora el poder militar tenderá a ir suplantando al Estado, una situación muy diferente de la experimentada en la época isabelina, en la que el Estado no quedó supeditado al Ejército como institución, aunque fuera el marco de intervenciones de sectores militares empujados por grupos políticos civiles. Tras el significativo paso que en ese proceso significó la Ley de Jurisdicciones (1906), el movimiento de las Juntas de Defensa mateó una profundización del retroceso del poder civil ante las exigencias del Ejército. La cesión que realizó el gobierno al poder de los militares, le supuso que éstos se tribuyesen una serie de “prerrogativas” que marcaría el devenir futuro para su intervención en cualquier momento de la vida política y con ello presionar al sistema democrático. La agitación social de la postguerra, con el recurso repetido al estado de guerra por parte de unos Gobiernos débiles e incapaces 34 de afrontar el orden público con otras alternativas, acabaría de cerrar el círculo de militarización del poder, perfilándose claramente el Ejército como el único sostén del régimen y del modelo de sociedad existente. La culminación sería la dictadura de Primo de Rivera. El golpe de Estado se produjo sin intervención del Rey y con cierta esperanza ilusionada de la sociedad en su potencial regeneracionista para superar el dilema centralismo separatismo, para pacificar las relaciones sociales y para vitalizar las instituciones acercándolas a la nación. Pero, enganchado Primo de Rivera en la red de la gestión gubernamental, la primitiva idea de una acción rápida y a plazo fijo dio paso a una situación cuyo final no se concretaba en absoluto. Aunque el Ejército ejerció el poder durante la dictadura militar, pronto aparecieron distanciamientos y resentimientos por la peculiar forma de actuación del dictador, que al final, carente de la base sobre la que había elevado su régimen, se retiró de la escena política arrastrando en su descrédito al Rey y a la Monarquía, lo que conllevaría un cambio de régimen político, dónde por primera vez el Ejército no intervendría, y sería la voluntad popular sumada a la pasividad del Ejército la que traería este cambio pacífico. Afectado por los avatares de su constante intervencionismo, el Ejército, como institución, fue un espectador del advenimiento de la II República. En el nuevo marco histórico, Azaña intentó reformar las Fuerzas Armadas para asustarlas a lo que debían ser teóricamente sus funciones en un mundo moderno. Su atinada política desplegó amplia hostilidad, se canalizó, primero, hacia el pronunciamiento minoritario contra el Gobierno (1932) y, después, a través de la política militar del bienio derechista. El deslizamiento radical de la etapa del Frente Popular facilitó el éxito de las incitaciones golpistas que se hacían al Ejército. Con la guerra civil, el carácter militar del bando vencedor marcó claramente la esencia del régimen resultante: el Ejército era el poder. 35