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Einführung in die spanische Literaturwissenschaft (Reiser) Texte zur spanischen Lyrik Romance de Doña Urraca (aus Romancero del Cid) Morir vos queredes, padre, San Miguel vos haya el alma; mandastes las vuestras tierras a quien se vos antojara: a don Sancho a Castilla, Castilla la bien nombrada; a don Alonso a León, y a don García a Vizcaya. A mí, porque soy mujer, dejáisme desheredada. Irme yo por esas tierras como una mujer errada, y este mi cuerpo daría a quien se me antojara: a los moros por dineros y a los cristianos de gracia, de lo que ganar pudiere haré bien por la vuestra alma. Alli preguntara el rey: –¿Quién es esa que así habla? Respondiera el Arzobispo: –Vuestra hija doña Vrraca. –Calledes, hija, calledes, no digades tal palabra, que mujer que tal decía merece de ser quemada. Allá en Castilla la Vieja un rincón se me olvidaba, Zamora había por nombre, Zamora la bien cercada; de una parte la cerca el Duero, de otra, peña tajada; del otro la morería. Una cosa muy preciada, quien os la tomare, hija, la mi maldicion le caiga. Todos dicen amén, amén, sino don Sancho, que calla. Romance del prisionero Que por mayo era, por mayo cuando hace la calor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados van a servir al amor sino yo, triste, cuitado, que vivo en esta prisión, que ni sé cuándo es de día ni cuándo las noches son, sino por una avecilla que me cantaba al albor. Matómela un ballestero: ¡déle Dios mal galardón! Garcilaso de la Vega (1501?–1536) Soneto XXIII En tanto que de rosa y de azucena se muestra la color en vuestro gesto y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara luz la tempestad serena; y en tanto que el cabello que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto por el hermoso cuello, blanco, enhiesto el viento mueve, esparce y desordena: coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre. Luis de Góngora (1561–1627) Mientras por competir… Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido al sol relumbra en vano; mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello; mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano; y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello: goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente, no sólo en plata o vïola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. Luis de Góngora (1561–1627) José de Espronceda (1808–1842) Letrilla: Ándeme yo caliente Y ríase la gente. Canción del pirata Traten otros del gobierno Del mundo y sus monarquías, Mientras gobiernan mis días Mantequillas y pan tierno, Y las mañanas de invierno Naranjada y aguardiente, Y ríase la gente. 5 Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín. Bajel pirata que llaman, por su bravura, El Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín. La luna en el mar riela en la lona gime el viento, y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, 15 Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Istambul: Coma en dorada vajilla El príncipe mil cuidados, Cómo píldoras dorados; Que yo en mi pobre mesilla Quiero más una morcilla Que en el asador reviente, Y ríase la gente. 10 Cuando cubra las montañas De blanca nieve el enero, Tenga yo lleno el brasero De bellotas y castañas, Y quien las dulces patrañas Del Rey que rabió me cuente, Y ríase la gente. «Navega, velero mío sin temor, que ni enemigo navío 20 ni tormenta, ni bonanza tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor. Busque muy en hora buena El mercader nuevos soles; Yo conchas y caracoles Entre la menuda arena, Escuchando a Filomena Sobre el chopo de la fuente, Y ríase la gente. Pase a media noche el mar, Y arda en amorosa llama Leandro por ver a su Dama; Que yo más quiero pasar Del golfo de mi lagar La blanca o roja corriente, Y ríase la gente. Pues Amor es tan cruel, Que de Píramo y su amada Hace tálamo una espada, Do se junten ella y él, Sea mi Tisbe un pastel, Y la espada sea mi diente, Y ríase la gente Veinte presas hemos hecho 25 a despecho del inglés y han rendido sus pendones cien naciones 30 a mis pies. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Allá muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra; que yo aquí tengo por mío cuanto abarca el mar bravío, 40 a quien nadie impuso leyes. 35 Y no hay playa, sea cualquiera, ni bandera de esplendor, 45 que no sienta mi derecho y dé pecho a mi valor. 50 Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. A la voz de "¡barco viene!" es de ver 55 cómo vira y se previene a todo trapo a escapar; que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. En las presas yo divido lo cogido por igual; sólo quiero por riqueza 65 la belleza sin rival. 60 Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, 70 mi única patria, la mar. ¡Sentenciado estoy a muerte! Yo me río; no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, 75 colgaré de alguna antena, quizá en su propio navío. Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida 80 ya la di, cuando el yugo del esclavo, como un bravo, sacudí. 85 90 Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. Y del trueno al son violento, y del viento al rebramar, yo me duermo 100 sosegado, arrullado por el mar. 95 Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, 105 mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.» Gustavo Adolfo Bécquer (1836–1870) Rimas I Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora, y estas páginas son de este himno cadencias que el aire dilata en la sombras. Yo quisiera escribirlo, del hombre domando el rebelde, mezquino idioma, con palabras que fuesen a un tiempo suspiros y risas, colores y notas. Pero en vano es luchar; que no hay cifra capaz de encerrarle, y apenas ¡oh hermosa! si teniendo en mis manos las tuyas pudiera, al oído, cantártelo a solas. XXI ¿Qué es la poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul; ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas? Poesía… eres tú. Juan Ramón Jiménez (1881–1958) Yo no soy yo Soy este que va a mi lado sin yo verlo; que, a veces, voy a ver, y que, a veces, olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pié cuando yo muera. El viaje definitivo ...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando y se quedará mi huerto, con su verde árbol y con su pozo blanco. Todas las tardes, el cielo será azul y plácido; y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario. mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumaya, ¡ay, cómo canta en el árbol! Por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando. El Grito Se morirán aquellos que me amaron; y el pueblo se hará nuevo cada año; y en el rincón aquel de mi huerto florido y mi espiritú errará, nostáljico... [encalado, La elipse de un grito va de monte a monte. Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido... Y se quedarán los pájaros cantando. Desde los olivos será un arco iris negro sobre la noche azul. Federico García Lorca (1898–1936) Romance de la luna, luna La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. – Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. – Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. – Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. – Niño déjame, no pises ¡Ay! Como un arco de viola el grito ha hecho vibrar largas cuerdas del viento. ¡Ay! (Las gentes de las cuevas asoman sus velones) ¡Ay! Miguel Hernández (1910–1942) Andaluces de Jaén Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos? No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor. Unidos al agua pura y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosura de los troncos retorcidos. Levántate, olivo cano, dijeron al pie del viento. Y el olivo alzó una mano poderosa de cimiento. Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién amamantó los olivos? Vuestra sangre, vuestra vida, no la del explotador que se enriqueció en la herida generosa del sudor. No la del terrateniente que os sepultó en la pobreza, que os pisoteó la frente, que os redujo la cabeza. Árboles que vuestro afán consagró al centro del día eran principio de un pan que sólo el otro comía. ¡Cuántos siglos de aceituna, los pies y las manos presos, sol a sol y luna a luna, pesan sobre vuestros huesos! Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, pregunta mi alma: ¿de quién, de quién son estos olivos? Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares. Dentro de la claridad del aceite y sus aromas, indican tu libertad la libertad de tus lomas.