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El viento en tu mirada
EL VIENTO EN TU MIRADA
“¡No voy a matarla, no quiero! Tiene mi sangre, mis genes, mi esencia… He
oído decir que en algunos lugares han entrado los soldados y han pateado
hasta hacer abortar a algunas chicas. Pero esto es un pueblo rural de mala
muerte. Nadie se preocupará”.
El viento movía las hojas de los árboles produciendo un sonido triste, muy
triste. Parecía acompañar la amargura que Jun sentía en sus entrañas, una
amargura espesa que le oscurecía su bella mirada.
Caminaba despacio, con pasos pequeños. Su cabello recogido se iba
escapando de las horquillas como pájaros de una jaula. De repente se detuvo
y miró el atardecer por el valle. El sol se ponía y los colores oscuros rojos se
apagaban en un cielo mortecino. La imagen era bellísima, pero para Jun era
como morir. Y ella estaba empeñada en vivir. Levantó la mirada, con su
cabello ya suelto, y rompió a llorar amargamente. El viento siguió
acompañando su llanto. Avanzó por el sendero sin mirar atrás, con los puños
apretados y la mirada perdida. Un solo pensamiento iluminaba las ruidosas
tinieblas del camino…
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La voz del abuelo Yi-Jie resonó hueca por las paredes:
-
No la dejarás nacer, Jun. Te la quitarán para poder venderla en
Europa. Cierto es que allí tiene un futuro, pero no podemos exportar
nuestros hijos al viejo continente de costumbres depravadas. Además,
con 600 yuan al año casi puedes vivir. Siempre tendrás aquí un plato de
arroz.
-
Es tu nieta, abuelo, ¿cómo me puedes pedir que la mate?
-
¡No es mi nieta! ¡No me hables así, muchacha! Todavía no ha nacido. Ni
siquiera sabes si será una niña sana. ¡No es nada! Debes esperar a que
venga el niño; una hija te llevará toda la dote. No te preocupes. No te
dolerá, no será la primera vez...
-
¡Cállate! – aulló mi madre - ¡CÁLLATE! – repitió con un grito
estremecedor que inundó la pequeña choza.
-
¡Insolente! ¿Cómo le hablas así a un anciano, a tu padre? – y con un
revés sonoro, abofeteó su mejilla derecha violentamente.
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El viento en tu mirada
-
¡Maldita política del hijo único! ¿Por qué no pude tener a mi hija? ¿Por
ser pobre? – respondió con un pequeño atisbo de desafío. En sus
amargos 42 años se reflejaban las heridas del sufrimiento, del trabajo
al sol, del dolor. Aparentaba 60.
-
Lo sabes muy bien: 200.000 yuanes. Eso habríamos tenido que pagar. Y
ya te dijo Chew que te habría denunciado si no hubieras abortado. ¡Ni
viviendo 10 vidas habrías podido pagar la multa, estúpida!
Xia se calló, no podía responder. Ahora era su hija la que estaba viviendo
su maldición. Ella ya estaba infertilizada.
Jun guardó silencio. Respetaba a su abuelo, lo quería, pero también le
tenía miedo. Era capaz de cualquier cosa con tal de respetar las tradiciones. Y
ella no era más que una mujer de 21 años, casada con un hombre al que no
quería y preñada de una niña que amaba con toda el alma.
Había tomado ya una decisión.
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Las seis de la mañana. El tren está a punto de salir. Una mujer embozada
está sentada en un rincón del asiento corrido. El aire está corrompido por la
contaminación, la pobreza y la muerte. La muchacha esconde unos ojos
trémulos y tristes, y un vientre abultado de ocho meses de esperanza. Sabe
que la cogerán. Su esposo, su abuelo, su madre… Todos la buscarán. Pero
está dispuesta a todo. Sabe lo que tiene que hacer.
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La mañana es fría en Shangai. Jun se acerca sigilosa hacia la embajada. No
sabe qué país es, sólo que es europeo. Seguro que allí podrán acogerla. Pedirá
asilo. Alguien se lo dijo, quizás su buena amiga Nian. Respira agitadamente
mientras se acerca… Y sus ojos se estremecen. La entrada está cubierta por la
policía. Su esperanza se desvanece como el humo de una vela mortecina. Un
velo de oscuridad le nubla la vista. Retrocede y se esconde en un rincón. De
pronto una mano robusta se posa en su hombro:
-
¿Estás sola?
Vuelve la vista y sólo acierta a ver su cuello. Lleva clergyman. Un viento
interior helado se apodera de sus huesos. Su vientre se contrae y una mueca
de dolor asoma en su rostro. No puede articular palabra. Por su mente
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El viento en tu mirada
desfilan las palabras de su abuelo. Su madre le había hablado de la Iglesia
Oficial Patriótica, controlada por el partido comunista. Sabe que ya no puede
huir. Una lágrima lenta y agónica araña su suave piel.
-
No tengas miedo, pequeña. Ven conmigo.
Se deja llevar. Nada ya puede hacer.
El viento oscuro de su pueblo vuelve a acompañarla, envolviéndola con sus
tenebrosos brazos helados…
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Shangai, 3 de diciembre de 2006
Empiezo hoy este diario con un nudo en mi garganta. Hoy hace dos años
que mi hija vino a la vida. Xia es sana y tiene un brillo especial en sus
rasgados ojos negros. El padre Dewei, de la Iglesia Católica Oficial, no es
cercano al régimen y simpatiza con la Iglesia clandestina. En cuanto me vio
aquella mañana supo lo que me ocurría. Él me llevó con el matrimonio Wang,
cristianos clandestinos. Ella es estéril y no dudaron en hacerse pasar por los
padres de la niña. Ellos son muy buenos, pero muy reacios a que se
manifieste mi relación con Xia, aunque puedo verla casi a diario. Yo limpio la
iglesia del Padre Dewei. Él me habla de una mujer que tuvo un hijo de Dios y
que sufrió de lo lindo. Me dice que hable con ella, que seguro que me
responderá. Y todos los días lo hago.
Echo de menos a mi madre.
Sufro mucho por no poder abrazar a mi niña, ni siquiera pude
amamantarla. Pero las tinieblas de hace dos años dieron paso a mi pequeño
resplandor del amanecer, que es el significado de su nombre. Hoy cobra más
sentido que nunca. Ella sólo me ve mirarla, y me devuelve la mirada con una
pequeña sonrisa. Y noto que ese brillo de sus ojos me trae a los míos un
viento de amor y esperanza.
¡Dios mío! Yo creo que lo sabe…
Autor: José del Campo Hermoso
Seudónimo: OBI WAN KENOBI
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