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Mensaje del Papa Juan XXIII en la apertura del Concilio Vaticano II 11 de octubre de 1962 Paráfrasis: Bill Huebsch El texto íntegro original de este discurso también se proporciona a continuación. Toda la Iglesia se regocija hoy porque ese momento anhelado ha llegado finalmente, cuando, bajo la atenta mirada de la Virgen Madre de Dios, el Concilio Ecuménico Vaticano II se inaugura, aquí, junto a la tumba de San Pedro. Los concilios ecuménicos anteriores de la Iglesia, unos 20 en total, además de muchos otros regionales, todos demuestran claramente el vigor de la Iglesia Católica y se registran como luces brillantes en la historia de la Iglesia. Tomamos en cuenta las oportunidades, así como los errores de nuestro tiempo y confiamos en que las enseñanzas de la Iglesia serán presentadas excepcionalmente bien a todas las personas. Es natural para nosotros mirar hacia atrás en nuestra historia de hoy y escuchar de nuevo las voces de liderazgo de la Iglesia, tanto en el Este como en el Oeste, donde, a partir del siglo cuarto, concilios como éste se han reunido. Pero a pesar de las alegrías de estos concilios anteriores, también ha habido un sendero de tristeza y de pruebas, al igual que Simeón profetizó a María que Jesús sería la fuente tanto de la caída como del levantamiento de muchos. © Bill Huebsch, 2015 │ Pagina 1 Lo que enfrenta la Iglesia de hoy, por lo tanto, no es nuevo: los que están en Cristo disfrutan de la luz de la bondad, del orden, y de la paz. Quienes se oponen a Cristo se hunden en confusión, en relaciones humanas amargas, y en el peligro constante de guerra. Los concilios ecuménicos como éste, siempre que se reúnen, son una ocasión de celebración nuevamente de la unión entre Cristo y la Iglesia. Conducen a un anuncio más claro de la verdad, a la recta dirección de las personas en la vida cotidiana, y al fortalecimiento de la energía espiritual por el amor de Dios. Estamos aquí, al cabo de 20 siglos de dicha historia, dando comienzo. Por el bien de los registros históricos, permítanme mencionar el primer momento cuando la idea de llamar a tal concilio vino a mí. La primera vez que pronuncie las palabras fue el 25 de enero de 1959, en la fiesta de la Conversión de San Pablo, en la iglesia dedicada a él en Roma. Fue completamente inesperado, como un rayo de luz celestial, y dio lugar a tres años de tremenda actividad alrededor del mundo en preparación para el día de hoy. Estos años solos han sido un regalo inicial de gracia. Yo confío, con seguridad, que bajo la luz de este concilio, la Iglesia crecerá en riquezas espirituales y, con esta nueva energía, mirará hacia el futuro sin temor. De hecho, con oportunas actualizaciones cuando sea necesario, la Iglesia hará que la gente, familias, y naciones enteras realmente vuelvan sus mentes hacia las cosas divinas. © Bill Huebsch, 2015 │ Pagina 2 Y, por lo tanto, todos estamos muy agradecidos por este momento. Además, también quiero mencionar ante ustedes mi propia evaluación de las felices circunstancias bajo las cuales este concilio comienza su trabajo. Como hago en mi trabajo diario como Papa, a veces tengo que escuchar, con mucho pesar, a voces de personas que, aunque ardiendo en celo, no están dotados con mucho sentido de discreción o medida. Estas personas no ven nada más que una disminución de la verdad y la ruina de la Iglesia en estos tiempos modernos. Ellos dicen que nuestra era, en comparación a eras pasadas, está empeorando y ellos se comportan como si no hubieran aprendido nada de la historia, que es, sin embargo, la maestra de la vida. Se comportan como si en el momento de los antiguos concilios, todo haya sido un triunfo completo de la idea cristiana y de la libertad religiosa. Siento que debo estar en desacuerdo con estos profetas del pesimismo que siempre están pronosticando desastres como si el fin del mundo estuviera cerca. De hecho, en el momento actual, la Divina Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por el mismo esfuerzo de la gente de este tiempo, está dirigido hacia el cumplimiento de los grandes planes de Dios para nosotros. Todo, incluso las diferencias humanas, conduce a un bien mayor para la Iglesia. Es fácil ver esto aún si nos fijamos superficialmente a través de la historia. La mayor parte de los concilios llamados en el pasado fueron obligados a abordar serios desafíos de la Iglesia provocada por las autoridades civiles, incluso cuando pensaban © Bill Huebsch, 2015 │ Pagina 3 que estaban ayudando a la Iglesia. La mayor parte del mundo de hoy no vive bajo tales tiranía civiles y esto es una gran cosa. Me entristezco, por supuesto, por aquellos lugares donde todavía existe tal opresión y, de hecho, algunos obispos se notan aquí hoy principalmente por su ausencia ya que están prisioneros por su fe. Y a pesar de que la vida moderna trae consigo gran esfuerzo y presión de los lados económicos y políticos, no obstante, al menos tiene la ventaja de haber liberado a la Iglesia de obstáculos a su libertad en la mayor parte del mundo. La mayor preocupación de este concilio es la siguiente: que las verdades sagradas y centrales de nuestra fe cristiana sean custodiadas y enseñadas de manera más eficaz. Estas verdades centrales abarcan la plenitud de la persona humana, compuesta, como somos, de cuerpo y alma y, ya que somos peregrinos en la tierra, nos conducen siempre hacia el cielo. Esto pone en perspectiva que hemos de utilizar las cosas terrenales sólo para lograr un bien divino. Según el sexto capítulo del Evangelio de Mateo, Jesús mismo nos llamó a buscar primero el reino de Dios, dirigiendo nuestra energía a ello. Pero Jesús también completó ese pensamiento diciendo que, si realmente buscábamos eso primero, todas las cosas del mundo se nos darían también. Ambos lados de esta ecuación están presentes en la Iglesia de hoy, como siempre lo han estado, y tomamos esto en cuenta a medida que comenzamos. En este esfuerzo, no vamos a salirnos de la verdad © Bill Huebsch, 2015 │ Pagina 4 ya que se transmite a nosotros por los primeros Padres y Madres de la Iglesia. Pero también vamos a estar atentos a estos tiempos, a las nuevas condiciones y a las nuevas formas de vida presentes en el mundo moderno que han abierto nuevos campos de trabajo para los católicos. Así, mientras que la Iglesia es consciente del progreso humano maravilloso también está ansiosa de recordarle a la gente que Dios es la verdadera fuente de sabiduría y belleza. Habiendo dicho esto, está claro que mucho se espera de nosotros aquí con respecto a la transmisión de las doctrinas de la Iglesia, como lo hemos hecho sin falta durante 20 siglos, pese a las dificultades esporádicas al respecto. El punto importante de este consejo no es, por lo tanto, una discusión de un artículo u otro de las enseñanzas fundamentales de la Iglesia; no sería necesario un concilio para dicho trabajo. En cambio, el trabajo de este concilio es el de articular mejor la doctrina de la Iglesia para esta época. Esta doctrina debe ser estudiada y expuesta a través de los métodos de investigación y de las formas literarias del pensamiento moderno. He aquí una distinción clave en que se basa nuestro trabajo: La sustancia de nuestras creencias centrales es una cosa, y la manera como se presenta es otra. Es esta última presentación de la fe con la que nos preocupamos aquí y nuestro enfoque a ésta será uno completamente pastoral. Al dar comenzó a este concilio vemos, como siempre, que la verdad de Jesús es permanente. A menudo, como una época sucede a otra, las opiniones de la gente se siguen entre sí y se excluyen mutuamente. Surgen errores, pero se desvanecen como la niebla ante el sol. En el pasado nos hemos opuesto a estos errores © Bill Huebsch, 2015 │ Pagina 5 y a menudo los hemos condenados. Pero hoy preferimos hacer uso de la medicina de la misericordia en lugar del rigor. Cumplimos con las necesidades de nuestros días demostrando la validez de nuestras enseñanzas en vez de condenando a otros. De hecho, el error de hoy es tan obvio cuando emerge que las propias personas que lo rechazan. La gente está cada vez más convencidos de la alta dignidad de la persona humana, del mal de la violencia, y del callejón sin salida de las armas y la dominación política. Siendo así, la Iglesia Católica en este concilio desea mostrarse a sí misma como la madre amorosa de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad hacia todos los que están separados de ella. La Iglesia no ofrece riquezas que pasarán a la gente de hoy. Al igual que Pedro cuando le pidieron limosna, decimos que no tenemos ni plata ni oro sino que tenemos un cierto poder en Jesucristo para ofrecer al mundo: una manera de caminar en la verdad. Distribuimos los bienes de la gracia divina a todos los que crían a los hijos de Dios con gran dignidad. Abrimos aquí la fuente de nuestras doctrinas vivificantes que permiten a todas las personas entender su verdadera dignidad y su verdadero propósito. Por último, a través de nuestros miembros difundimos la caridad cristiana, la herramienta más poderosa en la eliminación de las semillas de la discordia y en el establecimiento de la armonía, la paz, y la unidad. La verdadera paz y la salvación están asociados con tener una comprensión completa de la verdad revelada. Esta verdad se transmite © Bill Huebsch, 2015 │ Pagina 6 a través de las doctrinas de la Iglesia y la Iglesia desea mucho promover y defender esta verdad para que todos puedan tener acceso a ella con una unidad de comprensión. Desafortunadamente, toda la familia cristiana no tiene esta unidad de mente. La Iglesia Católica considera que es un deber el trabajar activamente para lograr esa unidad, que Jesús mismo pidió en sus oraciones finales. Es una triple especie de unidad la que buscamos. En primer lugar, una unidad entre los mismos católicos la cual queremos mantener firme y fuerte. En segundo lugar, una unidad de oración y de deseo entre los otros cristianos ahora separados de Roma. Y en tercer lugar, una unidad en la estima y en el respeto para los que siguen las religiones no cristianas. Es el claro objetivo de este concilio reunir a las mejores energías de la Iglesia y esforzarnos para que la gente sea bienvenida más favorablemente las buenas nuevas de la salvación. Este concilio preparará y consolidará el camino hacia esa unidad de la humanidad que se requiere como base necesaria con el fin de que la ciudad terrenal pueda ser llevada a parecerse a la celestial donde la verdad reine, la caridad es la ley, y la eternidad es el cronograma. En conclusión, yo dirijo mi voz a ustedes, mis hermanos obispos venerables de la Iglesia. Nos hemos reunido aquí hoy en esta gran Basílica Vaticana donde la historia de la Iglesia se afianza, donde el cielo y la tierra están estrechamente unidos, cerca de la tumba de Pedro y de tantos otros que se han ido antes que nosotros en la fe. El concilio que ahora comienza se eleva en la Iglesia © Bill Huebsch, 2015 │ Pagina 7 como el amanecer, un precursor de la más espléndida luz. Ahora sólo es el amanecer. y ya, en este primer anuncio del día naciente, ¡cuánta dulzura llena nuestro corazón! Todo aquí respira santidad e incita gran alegría. La Iglesia está ahora en sus manos, juntos como ustedes está aquí de todos los continentes del mundo. Podríamos decir que el cielo y la tierra están unidos en la celebración de este concilio, los santos del cielo para protegernos y las personas en la tierra en busca de inspiración y guía. De hecho, se espera que nuestro trabajo corresponda a las necesidades modernas de los diversos pueblos del mundo. Esto requiere de ustedes serenidad de mente, concordia fraternal, moderación en las propuestas, dignidad al discutir, y sabiduría de deliberación. Dios quiera que sus labores y trabajos, hacia el cual los ojos de todas las personas y los deseos de todo el mundo están dirigidos, puede cumplir con generosidad la esperanza de todos. ¡Dios Todopoderoso! En Ti ponemos toda nuestra confianza, no confiando en nuestras propias fuerzas. Mira con buenos ojos a estos pastores de Tu Iglesia. Que la luz de tu gracia nos ayude en la toma de decisiones y en la elaboración de leyes. Bondadosamente escucha las oraciones que te ofrecemos con unanimidad de fe, voz y mente. Oh María, auxilio de los cristianos auxilio de los obispos, arregla todas las cosas para obtener un resultado feliz y útil. © Bill Huebsch, 2015 │ Pagina 8 Con tu esposo, San José, los santos apóstoles, Pedro y Pablo, San Juan Bautista y San Juan Evangelista intercede ante Dios por nosotros. Jesucristo, nuestro amado redentor, gobernante inmortal de las personas y de las épocas, sea el amor, sea el poder, y sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. © Bill Huebsch, 2015 │ Pagina 9