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Habíamos dejado a Francisco, estrenándose como Obispo, entre 16021603: un conflicto bélico fracasado de su Soberano, el Duque de Saboya, en contra de la vecina Ginebra, ha dejado señalado a Francisco como “cómplice” de la agresión y en difícil posición. Francisco queda pensativo, seguro de tener que trazar un plan pastoral global, integral y coherente, para el cual ha convocado un Sínodo Diocesano. Ante tamaño desafío, Francisco busca la respuesta en la oración: se levanta temprano y dedica una hora a la meditación, seguida del rezo del Breviario y dos horas de estudio que concluye con la celebración de la misa, hacia las 9:00, a ser posible con la participación de pueblo, en cualquier iglesia o capilla de Annecy. Francisco se siente el “Padre” de su pueblo, siente la necesidad de estar cerca a sus “hijos” y de asumir todo el peso de la Diócesis. Ya no está Mons. Granier, su “padre espiritual”, que lo animaba y le cuidaba las espaldas; ahora es él, y sólo él, el “Padre de la Diócesis”. Será imposible ir describiendo año por año las diversas situaciones que vive Francisco, en sus 20 años de episcopado. Iremos, por tanto, escogiendo diversas situaciones y relaciones que ilustran otras muchas, intentando percibir el eje de su criteriología espiritual y pastoral. En esta línea, acabamos de señalar su actitud global, psicológica y espiritual, como obispo de su diócesis, tanto al finalizar el artículo pertinente en el pasado número de la Revista, como al iniciar éste. ; Lo podemos explicitar, así: su actitud es la de un “padre” responsable de todos y cada uno de sus hijos e hijas, rebeldes o no, que tiene que conducir a Cristo y a la Iglesia. Comencemos a ilustrarla con algunos hechos: El 5 o 6 de septiembre de 1603 Francisco salía, a pie, de Annecy hasta su querida región de Chablais, para visitarla; y, al concluir su visita, escribía al Papa Clemente VIII: “hace doce años, en sesenta y cuatro parroquias cercanas a Ginebra y, por así decirlo, bajo sus muros, la herejía ocupaba los púlpitos: lo había invadido todo y a la religión católica no le había quedado ni una pulgada de terreno. Hoy, en la misma región, donde la Iglesia extiende sus ramas crecen brotes tan vigorosos que la herejía ya no encuentra sitio. Un tiempo era fatigoso encontrar cien católicos entre todas las parroquias reunidas; hoy no encontramos cien herejes… En todas partes se celebran y frecuentan los misterios de nuestra fe”.1 Francisco era, por decisión de fe, un optimista realista o realista optimista, como se quiera: el cambio radical de las “almas vueltas al rebaño” llenaban su corazón, aunque la situación de los templos y bienes de la Iglesia era ruinosa una vez más, tras los recientes asaltos ginebrinoscalvinistas provocados por el fallido asalto del Duque Carlos Manuel para tomarse la ciudad de Ginebra. Hacía 3 años Francisco había dejado arreglados templos y bienes de la Iglesia en el Chablais; y, ahora, tenía 1 Sales François, Oeuvres, presentadas por A. Ravier,- R. Devos, Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, Paris, 1969, vol. 12, p. 237 24 C S R F P / S A L E S I A N I D A D