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Siempre un poco más lejos - blog Juan Pablo II, el monarca absoluto. Un balance de su reinado autor Joaquim Pisa domingo, 16 de julio de 2006 Cuenta Suetonio que cuando Augusto sintió próximo su final, se vistió y maquilló como un actor y llamó junto a él a su familia y amigos, a los que habló más o menos así: "¿Os ha gustado mi representación? Si es así aplaudirme, sino, podéis silbarme". No parece que Karol Wojtyla, más conocido por el sobrenombre de Juan Pablo II, vaya a tener la elegancia suprema de Augusto a la hora de despedirse. Al parecer, el Papa polaco se aferra al cargo como quien se agarra a un clavo ardiendo. Aunque también se dice que es la Curia vaticana –el gobierno de la Iglesia católica- quien le impide dimitir, al menos hasta que de las luchas internas por el poder surja un candidato claro a la sucesión. Sea como sea, la larga agonía de este anciano, atenazado por múltiples enfermedades, comienza a suscitar compasión; tal vez es lo que pretenden quienes gestionan el espectáculo. Karol Wojtyla nació en Polonia hace 84 años. Dicen sus biógrafos no oficiales que de joven fue actor semiprofesional de cierto éxito. También dicen de él que militó en el movimiento fascista polaco de entreguerras, y que siendo ya cura tuvo una hija que es asimismo actriz de teatro y todavía vive. Ultranacionalista y profundamente reaccionario, Wojtyla hizo una rápida carrera eclesiástica, que le llevó pronto al arzobispado de Cracovia. Aparentemente, Wojtyla y el resto de la jerarquía católica de su país vivieron enfrentados durante décadas con el régimen comunista polaco; en realidad, parece que desde la época de Gomulka hubo cierto grado de colaboración (¿complicidad?) entre dos poderes tan totalitarios como incapaces de destruirse el uno al otro, al menos hasta la crisis final de los años ochenta. La elección de Wojtyla como supremo jerarca de la Iglesia católica vino precedida por el asesinato de su antecesor, el pobre Albino Luciani –Juan Pablo I-, quien al parecer cometió el error de ponerse a investigar las finanzas vaticanas, inmersas entonces en un momento especialmente difícil (crisis del Banco Ambrosiano, asesinato de Calvi "el banquero de Dios", relaciones financieras con la Mafia y la Logia P2...). La elección de un polaco de solo sesenta años para tal puesto convulsionó la Iglesia, pues rompía una doble tradición no escrita de siglos que obligaba a que los Papas fueran italianos y de edad avanzada. Enérgico, deportista, osado, Wojtyla aportó un estilo desconocido hasta entonces entre los sucesores de Pedro. Una vez Papa, Juan Pablo II se aplicó pronto a la tarea de devolver a la Iglesia católica a la situación anterior al Concilio Vaticano II, esfuerzo descomunal en el que ha invertido todas sus energías (y las de la institución que ha gobernado); ardua tarea en la que en contraste con otros antecesores contrarreformistas, el polaco no ha tenido empacho en recurrir a los métodos más avanzados del márketing promocional y la manipulación de masas, utilizando a fondo los "mass media" y los más variados recursos publicitarios y promocionales. Así, Juan Pablo II ha realizado innumerables viajes programados y preparados como si de la gira de una estrella del rock se tratara; su presencia ha llegado a ser solicitada por gobiernos ansiosos de ganar imagen interna y externa, aún al precio de tener que hacerle concesiones para conseguir su visita. A lo largo de la década de los ochenta, el Papado de Juan Pablo II se articuló bajo un doble objetivo: liquidar la Teología de la Liberación en particular y en general los movimientos que intentaban acercar la Iglesia a los pobres, y contribuir al derrumbe de los regímenes comunistas en el centro y este de Europa. El triunfo alcanzado en estos dos terrenos fue absoluto. La cacería ideológica desplegada por las autoridades vaticanas en América Latina contra teólogos, sacerdotes, misioneros, monjas, seglares, y en general contra las llamadas "comunidades cristianas de base" –formadas por campesinos indígenas o mestizos en la mayoría de los casos-, facilitó la coartada "moral" que necesitaban los regímenes dictatoriales de la época para desencadenar la cacería física de los mismos: las matanzas de campesinos en Centroamérica, por ejemplo, son inseparables de las condenas vaticanas contra sus líderes espirituales y materiales, martirizados con la anuencia tácita o expresa de Roma. La lista de asesinados es amplia y conocida: el obispo Romero, Ignacio Ellacuría y sus compañeros jesuitas, monjas francesas y norteamericanas... Ninguno de ellos ha sido proclamado santo por Wojtyla, quien sin embargo ha elevado a los altares a miles de supuestos asesinados por el "Terror Rojo" durante la Guerra de España. Su contribución al derrumbe de los regímenes comunistas europeos fue asimismo importante, aunque probablemente menos decisiva de lo que los sectores vaticanistas han pretendido. En esos años el Vaticano colaboró estrechamente con la Administración Reagan, en su política de cerco agresivo a los países comunistas; precisamente fue Polonia, "su" Polonia, la primera grieta que anunció el hundimiento del imperio soviético en Europa. La creación del sindicato polaco Solidarnosc, una organización ideológicamente dirigida por el Vaticano y financiada y organizada por los servicios secretos norteamericanos, mostró al mundo el "santo descaro" conque Karol Wojtyla actuaba en política internacional, lejos de las tradicionales maneras sibilinas hasta entonces propias del Papado. Sin embargo, estas excursiones en los "asuntos terrenales" han tenido siempre carácter secundario en relación con el nervio central de su pontificado: la revitalización de los viejos valores ideológicos de la Iglesia, y la liquidación de las aportaciones progresistas hechas por el Concilio Vaticano II. Resucitar el antiguo Santo Oficio o Tribunal de la Inquisición, bajo la nueva denominación Congregación para la Doctrina de la Fe, fue una de las iniciativas que más claramente hablan de las coordenadas ideológicas y mentales en las que se sitúa Wojtyla. Al frente de este instrumento represivo situó a Joseph Ratzinger, un cardenal al que el papel de Gran Inquisidor le va como anillo al dedo, y cuyo nombre, por cierto, está sonando últimamente con fuerza como posible sucesor del Papa agonizante. Bajo los anatemas de la renovada Inquisición han sucumbido los mejores pensadores y teólogos del cristianismo contemporáneo, cuyas obras han sido fulminadas sin clemencia; algunos incluso han sido expulsado del seno de la Iglesia. Es obvio que los tiempos ya no permiten quemarlos en hogueras, para han sido cientos los abrasados espiritualmente sólo por intentar adecuar el mensaje evangélico a la contemporaneidad o, simplemente, por querer volver a las fuentes originales de la propuesta cristiana. En ese combate frontal contra la modernidad y el progresismo se inscribe la liquidación del poder de los jesuitas, demasiado identificados con la Teología de la Liberación. El padre Arrupe, vasco, General de los jesuitas y defensor de las posturas más abiertas en la Iglesia, fue tenido encerrado http://www.pisa-bcn.net/blog/ Potenciado por Joomla! Generado: 11 July, 2017, 21:13 Siempre un poco más lejos - blog en Roma durante sus últimos años, en un auténtico secuestro físico y espiritual, y substituido luego por un testaferro papal. Asimismo, el ascenso fulgurante del Opus Dei (y de otras sectas menores aún más radicales, como los Legionarios de Cristo), se relaciona con la apuesta de Juan Pablo II por devolver a la Iglesia católica un perfil ultraconservador. Con todo, la preeminencia de la que el Opus goza hoy en Roma se debe no sólo a sus aportaciones ideológicas sino también, y quizá especialmente, a su contribución económica al sostenimiento de una institución con gravísimos problemas financieros y sobre todo, muy desprestigiada ante el mundo de las finanzas e incluso ante sus propios fieles (que se niegan a contribuir al sostenimiento del tinglado). El Opus Dei ha inyectado ingentes sumas de dinero a las finanzas vaticanas, pero nada parece ser suficiente. Bajo Juan Pablo II, en el círculo del poder vaticano no han aminorado las tramas conspirativas, los negocios sucios y los crímenes sangrientos; al contrario, a lo largo del cuarto de siglo de reinado de Juan Pablo II, se han incrementado espectacularmente. Si como decíamos antes, Wojtyla ya le debió su llegada al trono de San Pedro al asesinato de su antecesor (apenas un mes después de que Luciani hubiera sido elegido Papa), el obscuro y nunca explicado intento de asesinato sufrido por el propio Karol Wojtyla a manos de un ultraderechista turco vino a confirmar que, por debajo de los paseos en "papamóvil" y los mítines multitudinarios, las aguas vaticanas continuaban bajando turbias y pestilentes. Algo de todo eso nos ha llegado a través del cine y la literatura (baste recordar algunas escenas de la tercera parte de El Padrino), pero sobre todo a través de la crónica de sucesos: el caso del asesinato del jefe de la Guardia Suiza vaticana, de su mujer y de uno de sus subordinados, constituyó un sonoro escándalo, sobre el que rápidamente echó tierra la Curia vaticana presentándolo como un asunto de amoríos y celos; otras fuentes hablaron de que lo ocurrido en la Guardia papal fue una "limpieza" de agentes de servicios secretos de potencias "enemigas", quizá relacionado con el intento de asesinato sufrido por Wojtyla años antes. Entre otras muchas tramas negras, parece evidente la participación de la Iglesia católica en las matanzas de Africa central, especialmente en Ruanda, en la que tomaron parte no solo religiosos de a pie sino sobretodo, como incitadores, algunos destacados jerarcas católicos de esos países. También se ha hablado de la participación de "príncipes eclesiásticos" en redes de tráfico de armas y drogas investigadas por la fiscalía italiana. Y del papel encubridor que ha jugado la Iglesia en los numerosos casos de pederastia que le atañen denunciados especialmente en Norteamérica, así como en los al parecer masivos abusos sexuales de curas sobre monjas en toda Africa. Por otra parte, el atrincheramiento en posiciones ultrareaccionarias ha llevado a la Iglesia de Wojtyla a perder pie en temas que para la gran mayoría de católicos no constituyen problema de conciencia desde hace tiempo: la aceptación de la homosexualidad, el uso del preservativo e incluso la separación entre Iglesia y Estado, entre otros asuntos, han distanciado más si cabe los dogmas emanados del Vaticano de la realidad cotidiana en la que viven sus fieles. Y aún así Wojtyla no ha retrocedido un milímetro en sus pretensiones de enroque en la mentalidad más cerril. En esa "operación revival" ideológica reaccionaria dirigida por Juan Pablo II, ha tenido fuerte presencia el relanzamiento de una "religiosidad popular" alrededor de fetiches, peregrinaciones y milagrerías. Famosos son sus viajes a Fátima y Lourdes, por ejemplo, amén de a otros santuarios de la cristiandad no tan relevantes. En el caso concreto de Fátima, hay que recordar el impulso dado a los famosos "tres secretos de Fátima", supuestamente comunicados por la Virgen a tres pastorcillos analfabetos en 1917 y "resucitados" a fines del siglo XX bajo una aureola de misterio y milenarismo. Hoy por fin conocemos el contenido de los chuscos secretos, y es imposible evitar una sonrisa ante ellos: el primero afirmaba que Alemania ("los Cruzados de Cristo", llamaba a sus soldados), ganaría la Primera Guerra Mundial; el segundo, que el comunismo no prevalecería en Rusia ("sólo" duró 75 años, efectivamente) y el tercero, que el Papa de finales del siglo sería asesinado (también erró ahí la pitonisa). Claro que entre otras promesas y observaciones hechas por la supuesta aparición mariana estaba que el comunismo jamás tendría presencia en Portugal (tras la Revolución de los Claveles, en 1973, el PCP formó parte de varios gobiernos portugueses, e incluso llegó a organizar una romería a Fátima en la que participaron decenas de miles de militantes y simpatizantes comunistas, entre los que se cuentan muchos católicos). Con estos mimbres se ha cimentado un Papado cuya huella, por tanto, está condenada a ser efímera. Ante el imparable avance de la modernidad "en el mundo" y dentro de sus propias filas, Juan Pablo II ha desplegado un esfuerzo inmenso que en su final, agotadas todas las energías, incluso para su protagonista principal parece haberse revelado inútil. Hoy la Iglesia Católica está sumida en una crisis de proporciones mucho mayores a cuando Juan Pablo II se puso al frente de ella. No es extraño pues que la amargura y un cierto autocastigo guíen los últimos pasos de Karol Wojtyla sobre la faz de la Tierra. http://www.pisa-bcn.net/blog/ Potenciado por Joomla! Generado: 11 July, 2017, 21:13