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Pío VII. Entre los primeros actos de su gobierno, concedió una amnistía política general, que redobló su simpatía, hasta el delirio de las masas y el aplauso de los tradicionales enemigos de la Iglesia, sin excluir las nuevas logias secretas. Además, creó una Asamblea representativa para dar participación a los laicos en el gobierno de los Estados Pontificios, liberó el “ghetto” judío y reformó la curia Romana, superando grandes dificultades. El año 1848, en efecto, fue un año de radicales cambios sociales contra los absolutismos reales: fue para el siglo XIX lo que 1968 para el siglo XX. Así, Fernando II, Rey de las Dos Sicilias (Nápoles), concedió una Constitución (11 febr.); el Gran Duque de Toscana, también la concedió (17 febr.), mientras que Marx y Engels redactaban el “Manifiesto del Partido Comunista” (21 febr.), por encargo de la Liga de los comunistas. Hubo, además: la revuelta de París y la proclamación de la República Francesa (24 febr.); la revolución en Viena, capital de Austria (13 marzo); la concesión de la Constitución en el Estado Pontificio (14 marzo); la Revolución en Berlín (15 14 C S R F P / S A L E S I A N I D A D marzo); la Revolución contra los Austríacos en Milán (16 marzo) y, a continuación, la declaración de guerra del Piamonte contra Austria (24 marzo). Se trató de una crisis generalizada y contagiosa, como un reguero de pólvora. Pero el haberse negado Pío IX a enviar tropas contra Austria en la guerra del Piamonte contra ésta (1848), alegando ser el Pastor de todos, le hizo perder la simpatía de quienes luchaban por la unificación de la Península italiana, entonces dividida en 8 estados independientes. No obstante, mediante la Constitución y otras reformas Pío IX trató de modernizar los Estados Pontificios, aún en medio de una crispante tensión que, finalmente, estalló cuando fue asesinado su Primer Ministro, el abogado Pellegrino Rossi (15 nov.). Entonces, el Papa huyó a Gaeta, en el Reino de las Dos Sicilias y se instauró la República Romana, bajo inspiración de José Mazzini, quien la gobernó con un triunvirato formado por él mismo, Carlo Armellini y Aurelio Saffi. A propósito, comentaba Don Bosco en sus Memorias del Oratorio [69]: “A fines de 1848 los acontecimientos políticos obligaron a huir de Roma al Santo Padre Pío IX, y refugiarse en Gaeta. Este gran pontífice nos había manifestado varias veces su benevolencia. Difundida la noticia de que se encontraba en mala situación económica, se hizo en Turín una colecta en su favor bajo el título de Óbolo de San Pedro. Una comisión compuesta por el canónigo Francisco Valinotti y el marqués Gustavo Cavour vino al Oratorio. Nosotros alcanzamos a recoger 33 francos. Era poca cosa, pero nosotros la hicimos particularmente grata al Santo Padre adjuntando una dedicatoria que apreció muchísimo. Manifestó su complacencia en una carta dirigida al Cardenal Antonucci, que era por entonces Nuncio en Turín y ahora arzobispo de Ancona. En ella le encargaba nos hiciera manifiesto el consuelo que le habían proporcionado no sólo la ofrenda sino, sobre todo, por los pensamientos que la acompañaban. Nos enviaba luego, junto con la Bendición Apostólica, un paquete con sesenta docenas de rosarios que el 20 de julio de aquel mismo año distribuimos solemnemente”. Uno de los oratorianos, al final de la colecta, había pronunciado un discurso, en el que decía: “deseosos de dar testimonio de amor y de filial veneración a la Cabeza de la Iglesia Católica, a nuestro Padre común, sucesor de San Pedro y Vicario de Jesucristo, hemos hecho nuestros esfuerzos y hemos reunido el óbolo del pobre. Hemos recogido treinta y tres liras, cantidad insignificante para su sublime destino, pero que nos hará dignos de benigna compasión, considerando nuestra edad y nuestra condición de obreros y pobres hijos de familia”. (MBe 3, 393). Noticia de esta ofrenda y parte del discurso citado, fueron publicados en la Historia Eclesiástica del abate Rohrbacher (cf. MBe 3, 398). El gesto, sin embargo, no era meramente simbólico: se producía en un contexto de represalias contra D. Bosco y sus hijos, junto con los seminaristas refugiados en el Oratorio, por su adhesión al Papa. El P. Peraza las resume, así: “los muchachitos oratorianos que salen a sus empleos de “aprendices”, son hostigados por las calles, lo mismo los que cursan estudios secundarios con los profesores José Bonzanino y Mateo Picco. Don Bosco, entonces, para S A L E S I A N I D A D / C S R F P 15