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LOS MARTIRES HOSPITALARIOS DE MALAGA: TESTIMONIO DE UN AMOR MÁS GRANDE, por Hermano Luis Valero El Catecismo de la Iglesia Católica indica que el martirio es un deber de los cristianos, que al tomar parte en la vida de la Iglesia se sienten impulsados a actúar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se derivan 1. Como testigos transmiten la fe por medio de sus palabras y de sus obras. En los mismos términos define el martirio la Constitución Apostólica Ad Gentes en el nº 11, Todos [...] los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación. El martirio podemos indicar que es el supremo testimonio de la verdad de la fe; un testimonio que puede llegar, en ocasiones excepcionales, hasta la entrega de la propia vida. El mártir confiesa a Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Manifiesta la verdad de la fe y de la doctrina cristiana, soporta la muerte mediante un acto de fortaleza, dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios 2, escribió san Ignacio de Antioquia, mártir del siglo II. El martirio se funda en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor consumado en la cruz, a fin de que pudiéramos tener la vida. Cristo es el siervo que sufre, de quien habla el profeta Isaías que se entregó a sí mismo como rescate por muchos. Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día nuestra cruz y a seguirlo por el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El mártir sigue al Señor hasta las últimas consecuencias, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor. La fuerza para afrontar el martirio nace de la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios; son un don de su gracia, que hace capaz de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. La vida de los mártires sorprende por la serenidad y la valentía a la hora de afrontar el sufrimiento y la muerte. Pero es importante subrayar que la gracia de Dios no suprime la libertad de quien afronta el martirio, sino, al contrario, la enriquece y la exalta; el mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder, del mundo. Una persona libre, que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su vida para ser asociado de modo total al sacrificio de 1 2 CIC 2472. San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1. 1 Cristo en la cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios. Una historia de amor en la que intervienen Dios y el hombre, la redención y la respuesta en la libertad del cristiano a su Señor; historia que dará como fruto maduro la experiencia del amor; solo este amor está al origen de la entrega del creyente a sus semejantes, en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad. Ambas libertades necesitan concurrir, puesto que garantizan el encuentro entre Dios que en su suprema libertad ha querido manifestarse al hombre y el cristiano, que conocido en la fe el amor divino responde con toda la fuerza de su ser a Dios. Dicha experiencia ha sido el fundamento de la vocación de los Hermanos de san Juan de Dios, que por su carisma específico testimonian dia a dia la misericordia del Padre para con los pobres y los enfermos; martirio es el dolor de cada día, si en Cristo y con amor es aceptado, señala el himno de la liturgia de las horas, indicando la llamada divina a la santidad, a vivir en medida alta la existencia cristiana, y esto conlleva tomar sobre sí la cruz cada día, todos, sobretodo en nuestro tiempo, en el que parece que prevalecen el egoísmo y el individualismo, debemos asumir como primer y fundamental compromiso crecer día a día en un amor mayor a Dios y a los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro mundo 3. Un proceso que nuestros Hermanos Mártires vivieron; su entrega humilde y sencilla a los enfermos fue causa de única muerte, la fidelidad a Dios en la vocación hospitalaria la culpa de la que fueron acusados. Lo cotidiano del servicio al enfermo ahora de algún modo misterioso, se hace excelencia en la entrega total de sus vidas; todo un proyecto que siempre se fundamentó en la fe, en la esperanza y en la caridad. Su martirio que era testimonio cotidiano en la fidelidad a la propia vocación, ahora fue prueba de un amor más grande. Aquellos Hermanos quisieron seguir proclamando el Amor experimentado, viviendolo aún en medio de las graves dificultades que les acosaban, por ello cuando el Superior les indicó la posibilidad de marchar a casa y dejarlo todo, a una contestaron, Padre, nos quedamos junto a los enfermos, pase lo que pase y queremos correr la misma suerte que pueda correr su Reverencia y los pobres enfermos. No pudieron disimular la fuerza indestructible del amor de Dios que daba sentido a sus vidas y a la que coherentemente querían seguir respondiendo, ahora en medio de las terribles persecuciones que acabaron con su existencia terrena. Después de diecisiete años en que se abrió el proceso de Canonización, han sido aceptadas las causas viam martyrii de veinticuatro Hermanos de san Juan de Dios, martirizados durante la guerra civil española de 1936, serán reconocidos como Beatos junto a un número considerable de 400 mártires de diferentes Diócesis de la 3 Cfr. Benedicto XVI, Audiencia General. Palacio Apostólico de Castelgandolfo. Miércoles 11 de agosto de 2010. 2 geografía española, en una ceremonia que se celebrará el día 10 de octubre en Tarragona, concediéndole a partir de este momento a todos ellos el culto público limitado. La Orden Hospitalaria se vió enriquecida en aquellos días con el martirio de noventa y nueve de sus hijos, los Beator Braulio María Corres, Federico Rubio y 69 compañeros mártires, beatificados por Juan Pablo II en 1992; ahora son veinticuatro pertenecientes en su mayoría a las comunidades de Málaga y de Valencia. Los Hermanos: Silvestre Pérez Laguna, Segundo Pastor García, Baltasar del Charco Horques, Gumersindo Sanz Sanz, Honorio Ballesteros Rodríguez, Raimundo García Moreno, Estanislao de Jesús Peña Ojea, Salustiano Alonso Antonio, formaban parte de la comunidad religiosa de nuestro Santario Psquiátrico de san José de Málaga, murieron el día 17 de agosto de 1936 junto a las tapias del cementerio de san Rafael. Sirviendo la cena a los enfermos fueron detenidos con el objeto de llevarlos a declarar ante el gobernador que los reclamaba, excepto el Superior, P. Gil de san José, que fue obligado a permanecer en el hospital; no obstante el P. Gil, hablando con los Hermanos les comunicó sus peores presentimientos, me temo que esto sea una emboscada, sería conveniente que fueran preparándose, por lo que pudiera ocurrir, a lo que muy animosos contestaron todos, sea lo que Dios quiera. Subidos a los coches excepto el H. Marcos Vergara de nacionalidad colombiana, los trasladaron no a la cárcel para ser interrogados por el gobernador, sino directamente al cementerio de san Rafael, a unos seis kilómetros de distancia, en cuyas tapias fueron fusilados siete de ellos; el Hno. Segundo lo había sido a la salida de la ciudad. Identificados por los objetos hospitalarios que portaban, termómetro, reloj, llave para las correas, medallas y un purificador, y por la marca de sus ropas, fueron enterrados en la fosa común de dicho cementerio hasta noviembre de 1941, en que exhumados sus restos por deseo del Obispo Santos Olivera, que quiso honrar a aquellos más de novecientos cuerpos de sacerdotes, religiosos y cristianos laicos, en un lugar sagrado como reliquias de santos en espera de ser reconocidos como tales; depositándolos en una cripta realizada para tal efecto en la capilla del Cristo de la Agonía de la catedral malagueña 4. Oraré antes de morir para que Dios les perdone..., ¡me mataréis pero yo rogaré por vosotros!... ¡Viva Cristo Rey!..., fueron sus últimas y casi únicas palabras; en este gran teatro del martirio a los protagonistas a penas les dejaron hablar, a penas les escuchaban, otros decidían por ellos; maltratados y sin derechos, no lo tuvieron ni para un juicio, fueron llevados a la muerte. Ah, ¿el crimen por el que los condenaron?, haber conocido cuan grande es la misericordia de Dios y no dejar nunca de hacer el bien entre los pobres y enfermos; es el amor nuevo y pleno que da la vida como donación total, donación que solo es posible cuando por Cristo y en Cristo el Hermano de san Juan de Dios se entrega aún con peligro de la propia vida. 4 O. MARCOS, Testimonio Martiral de los Hermanos de San Juan de Dios en los días de la persecución española. Madrid 1980. 3