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serie EDUCACIÓN Los efectos de la educación del estante editorial sello de la fundación centro de estudios multidisciplinarios (cem) Directoras Graciela Frigerio Gabriela Diker Comité Editorial Argentina Osvaldo Álvarez Guerrero Ricardo Baquero Norma Barbagelata Sandra Carli Gloria Edelstein Flavia Terigi España Violeta Núñez Francia Laurence Cornu Silvia Costanzo Stephane Douailler Alain Vergnioux Patrice Vermeren Colombia Humberto Quiceno Castrillón Alberto Martínez Boom México Justa Ezpeleta Christian Baudelot François Leclercq (dirs.) Armand Chatard, Boris Gobille, Elena Satchkova Los efectos de la educación Traducción de Hilda H. García Baudelot, Christian Los efectos de la educación / Christian Baudelot y François Leclercq ; con colaboración de Armand Chatard ; Boris Gobille ; Elena Satchkova – 1a ed. – Buenos Aires : Del Estante Editorial, 2008. 368 p. ; 23x16 cm (Educación) Traducido por: Hilda H. García ISBN 978-987-1335-15-2 1. Sociología de la Educación. i. Leclercq, François. ii. Chatard, Armand, colab. iii. Gobille, Boris, colab. iv. Satchkova, Elena, colab. v. García, Hilda H., trad. vi. Título CDD 306.43 Edición original: Les effets de l’éducation © 2005, La Documentation française, ISBN 2-11-005756-4 Foto de tapa: Roger McLassus, Ondas de superficie, 2006 © GNU FDL: http://commons.wikimedia.org/wiki/Commons:GNU_Free_Documentation_License Original: http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:2006-01-14_Surface_waves.jpg Diseño, armado y edición: Luciano Amor Producción gráfica: Daniel Marcos Esta obra, publicada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación Victoria Ocampo, cuenta con el apoyo del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia y del Servicio de Cooperación y Acción Cultural de la Embajada de Francia en la Argentina. Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d’Aide à la Publication Victoria Ocampo, bénéficie du soutien du Ministère français des Affaires Etrangères et du Service de Coopération et d’Action Culturelle de l’Ambassade de France en Argentine. Primera edición en español, 2008 © del estante editorial sello de la fundación centro de estudios multidisciplinarios (cem) Av. Córdoba 991 2º A (1054) Ciudad de Buenos Aires, Argentina Tel.: 4322-3446 Fax: 4322-8932 info@cemfundacion.org.ar www.cemfundacion.org.ar/delestante ISBN 978-987-1335-15-2 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Está prohibida y penada por la ley la reproducción total o parcial de esta obra, en cualquier forma y por cualquier medio, sin la autorización expresa de la editorial. Índice Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 P RIMERA PARTE . Socializaciones CAPÍTULO 1. Cultura y culturas ......................... 45 CAPÍTULO 2. ¿Efectos liberadores? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 CAPÍTULO 3. La inculcación de una ideología . . . . . . . . . . . . . . . . 95 CAPÍTULO 4. Escuela y delincuencia S EGUNDA PARTE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 Niveles de vida CAPÍTULO 5. Los efectos del capital humano sobre los ingresos individuales . . . . . . . . . . . . . . . . . 115 CAPÍTULO 6. Los efectos de las competencias no cognitivas sobre los ingresos individuales . . . . . . . . . . . . . . . . . 141 CAPÍTULO T ERCERA 7. Educación y crecimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 PARTE . CAPÍTULO Jerarquías 8. La educación produce nuevas jerarquías sociales . . . 169 5 6 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN CAPÍTULO 9. La educación produce igualdad y desigualdades . . . . 177 CAPÍTULO 10. Desclasamientos y disminución del efecto del diploma a lo largo de la carrera . . . . . . . . . . . . 185 C UARTA PARTE . Familias CAPÍTULO 11. Los efectos de la educación sobre la formación y el funcionamiento de los hogares . . . . . . . . . . . . 195 CAPÍTULO 12. Los efectos de la educación sobre las inversiones en capital humano de las parejas . . . . . . . . . . . . . . 219 Q UINTA PARTE . Política CAPÍTULO 13. Educación y comportamientos electorales . . . . . . . 229 CAPÍTULO 14. Los efectos de la escolarización sobre las actitudes sociopolíticas: Bennington College, un caso ejemplar . . . . . . . . . . 269 S EXTA PARTE . Sugerencias Algunas propuestas para la investigación en ciencias sociales sobre los efectos de la educación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307 Anexos ANEXO 1. La identificación de las relaciones de causalidad en economía empírica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 317 ANEXO 2. Elementos relativos a la medición de los efectos de la educación en psicología social (capítulo 14) . . . . . . . 325 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 329 Prefacio Q ueremos expresar nuestro reconocimiento a los miembros del consejo científico del Programa Incitativo de Investigación en Educación y Formación (piref)1, especialmente a Marie Duru-Bellat y a Denis Meuret por la confianza que han depositado en nosotros al encargarnos este estudio. Mientras lo realizábamos, comprendimos que se trata de una «misión imposible». Aunque hicimos todo lo posible, somos conscientes de que este informe no abarca en su totalidad la inmensidad del tema propuesto. Sin embargo, si su lectura hiciera tomar conciencia de la cantidad y amplitud de las dimensiones a tener en cuenta, no habrá sido inútil. El trabajo tiene lagunas. Algunas son deliberadas: hemos tratado con rapidez temas muy conocidos por los especialistas de la educación –desigualdades, socializaciones, etc.– para insistir aún más en los aspectos que a menudo les son menos familiares, puesto que han sido estudiados en el marco de disciplinas que no ponen a la educación en el centro de sus objetos: psicología social, antropología, economía, ciencia política. Otras lagunas provienen del mismo objeto estudiado. La educación –es la gran lección de este informe– no es una realidad intangible y universal que, idéntica en cada punto del planeta, produciría en todas partes los mismos efectos. Un sistema de educación es una realidad social e histórica estrechamente ligada a las condiciones nacionales, económicas, sociales, políticas y culturales en las cuales se ha desarrollado, y no cesa de transformarse. Un sistema de educación 1 El piref fue creado en 2002. Participa en la difusión de los resultados de las investigaciones del conjunto de las disciplinas que trabajan sobre la educación en sentido amplio. Está dirigido por Marie Duru-Bellat (iredu, Universidad de Borgoña). Para más información, véase: www.recherche.gouv.fr [consulta: agosto de 2008]. 7 8 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN no es autónomo ni universal, propiedades que se erigen como obstáculos para quien busca acceder a un punto de vista abarcador sobre sus efectos, que no son solamente numerosos y diversos, sino también eminentemente variables según los lugares y los momentos. Veamos algunos ejemplos: las consecuencias de la educación en Japón merecerían por sí solas un estudio particular, puesto que las mismas causas no parecen producir los mismos efectos. Es así como una proporción importante de mujeres con diploma en la enseñanza superior renuncian a presentarse en el mercado de trabajo y prefieren cotizar el valor de su diploma en el «mercado matrimonial». Del mismo modo, los gigantescos esfuerzos realizados por los regímenes socialistas en el campo de la educación producen todavía hoy efectos considerables sobre el conjunto de las poblaciones, pero estos son de naturaleza muy diferente a los que menciona la variante clásica de la teoría del capital humano. Las consecuencias económicas y sociales de la generalización de una escolarización primaria en un país pobre nada tienen que ver con los efectos del diploma en una sociedad desarrollada con preeminencia de lo terciario… Un tercer orden de lagunas es resultado de nuestros propios límites. Que los autores de los trabajos no citados en este informe no se inquieten por ello. Era difícil, incluso imposible, en el transcurso de once meses, tomar conocimiento de la totalidad de la literatura publicada en todo el mundo, sobre todo porque el tema no está constituido como tal en la mayoría de las disciplinas y porque a menudo es necesario ir a buscar uno por uno los cuadros que cruzan las jerarquías de los diplomas con determinada variable. Quisimos plantear la cuestión desde una perspectiva histórica, partiendo de las esperanzas y expectativas que habían depositado en la escuela muchos de sus promotores. Por esa razón, Victor Hugo a menudo ha sido nuestro faro. Agradecemos a todas aquellas personas que nos han ayudado en esta empresa, en especial a Marie-Annick Bertrend, documentalista de la casa Ange-Guépin de Nantes, a Bruno Cavarlay d’Aubusson, responsable de área de estadísticas del Ministerio de Justicia de Francia, y también a Roger Establet, quien nos ha permitido compartir, a lo largo de esta investigación, sus reflexiones y sugerencias, fructíferas y pertinentes. Christian Baudelot François Leclercq Armand Chatard, Boris Gobille, Elena Satchkova Introducción A una pregunta vieja, ¿respuestas nuevas? U na reflexión sobre los efectos de la educación de entrada impacta por su actualidad. Al abrir en la disciplina económica campos de análisis nuevos, los teóricos del capital humano han llevado esta cuestión al punto de partida de una investigación lúcida, a menudo iconoclasta, que sigue las huellas de los efectos directos e indirectos de la educación sobre numerosos aspectos de la vida de los individuos y de las sociedades. El premio Nobel de economía, sucesivamente atribuido a Theodore Schultz y Gary Becker, ha conferido a esta cuestión la legitimidad de un nuevo objeto de conocimiento, particularmente gravitante en un mundo en el que la materia gris se convertía en un factor importante de producción. ¿Será entonces en Chicago, en la segunda mitad del siglo xx, donde se planteó por primera vez la cuestión en todas sus dimensiones, económicas, sociales y morales? De los fundadores de la escuela republicana a las ciencias sociales de hoy Nada de eso. Una puesta en perspectiva histórica del tema muestra, por el contrario, que esta cuestión es tan vieja como la escuela, tal como esta se desarrolló desde hace dos siglos. Desde el siglo xix, los espíritus particularmente esclarecidos, muchos de ellos en Francia, han contribuido de manera muy directa a la instauración de la escuela republicana y han planteado la cuestión en términos ciertamente menos matematizados y más accesibles. Los fundadores de la escuela pública francesa, republicana y laica, sabían lo que hacían al asignar a la nueva institución fines claramente definidos. La escuela debía transformar profundamente 9 10 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN los comportamientos individuales mediante la transmisión de valores morales y ciudadanos que permitieran a los individuos ser dueños de su destino y gobernar bien su vida. Debía, promoviendo a la vez la igualdad de oportunidades y el elitismo republicano, asegurar una igualdad mayor entre los hombres y dar un contenido concreto al artículo 6º de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano1: «Como todos los ciudadanos son iguales ante ella [la ley], todos son igualmente admisibles en toda dignidad, cargo o empleo públicos, según sus capacidades y sin otra distinción que la de sus virtudes y sus talentos». Capacidad, virtudes, talentos; correspondía a la escuela formar todos esos principios reconocidos de diferencias entre los hombres, así como reconocerlos y legitimarlos. La escuela debía, finalmente, contribuir al desarrollo económico formando trabajadores calificados. Moral y ciudadanía, elite e igualdad, riqueza individual y colectiva, esos eran los tres grandes objetivos fijados para la nueva institución por sus fundadores. Tales eran los tres grandes efectos esperados, aunque los dos primeros se imponían ampliamente en el espíritu de la época sobre el tercero, al que Victor Duruy fue casi el único en dar importancia. Por supuesto, un efecto esperado es más una esperanza que un efecto medido. Incluso puede ser una ilusión, puesto que nada garantiza que se realizará. Allí reside la diferencia esencial entre ayer y hoy. Los sociólogos y los economistas contemporáneos evalúan efectos concretos, directos e indirectos, producidos por los sistemas de educación; relacionan las intenciones y las realizaciones. Miden. Los fundadores del sistema solo tenían objetivos, expectativas y esperanzas que la historia, a veces, ha decepcionado. Con muy pocas excepciones, no han intentado controlarlos ni medirlos, ya que tenían la certeza de que bastaba con la existencia de la escuela para que los efectos esperados se realizaran. Sin embargo, aunque las investigaciones modernas exploren, cada vez con más sutileza, el universo de los efectos indirectos, todavía se organizan en torno a los tres grandes objetivos asignados a la escuela por sus fundadores: ciudadanía, igualdad, riqueza. Algunos de ellos ya razonaban en términos positivistas de relaciones de causalidad. La escuela era una causa que producía efectos. «Los efectos sociales de la escuela» es el título que elige uno de los discípulos de Durkheim en un artículo publicado en 1904 en la Revue Scientifique (también conocida como «revista rosa»), año 41, tomo ii. Como abogado de la causa de los beneficios de la escuela pública, Paul Lapie, hijo de un maestro, universitario y administrador de la enseñanza primaria, aspira a lavar el honor de la escuela, acusada de descarriar a la juventud, tanto en lo que concierne a la moral (provoca criminalidad juvenil) como en cuanto a lo social (desorganiza a la sociedad al inspirar en los alumnos «aspiraciones excesivas», creando así una «clase de desclasados y un partido de descontentos»). Entonces, busca, sobre la base de 1 Véase «La Revolución ha forjado el clarín, ¡el siglo xix lo hace sonar!» (Victor Hugo, William Shakespeare, 1864.) CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 11 una encuesta empírica, verificar si «la escuela popular juega convenientemente su rol igualitario». «Desde que existe, ¿la cantidad de niños del pueblo que acceden a situaciones de privilegio ha crecido?» Se empeña en formular la pregunta «en términos científicos». Lo que hay que buscar es «la relación entre esos dos hechos sociales que son la institución de la escuela y los cambios constatados en la distribución de los individuos entre las diversas profesiones». Entonces, estudia sistemáticamente a 722 alumnos, egresados entre 1872 y 1893 de la escuela primaria de varones de un pequeño pueblo de Champagne (Ay), en función de la actividad profesional de sus padres. Observa la situación profesional de los ex alumnos en dos momentos: cuando egresan de la escuela y diez años más tarde, un momento que puede considerarse estable. Entre las variables sociales, la profesión de los padres y las de sus hijos, intercala, como buen sociólogo, una variable escolar: la obtención (o no) del certificado de estudios primarios. De esta audaz prefiguración de las encuestas de Formación y Calificación Profesional (fqp) del Instituto Nacional de Encuestas y Estadísticas de Francia (insee), Paul Lapie extrae conclusiones «tranquilizadoras para los lectores de Maurice Barrès y Paul Bourget» (Merllié, 1994) –«el hijo de propietario es propietario»–, aunque un poco decepcionantes para el militante republicano de una escuela igualitaria y liberadora. Al observar, a partir de sus datos, que una ínfima minoría de alumnos ha cambiado de medio social por el logro escolar, que le ha abierto el acceso a las becas, notando que la movilidad social «no es mayor en el grupo de los buenos alumnos que en el de los mediocres», puesto que el 68% de los titulares del certificado y el 70% de los que no lo tienen pertenecen, diez años después de terminada la escuela, a la misma categoría profesional que sus padres, Paul Lapie enuncia con claridad, desde 1904, una conclusión que avalan, cien años más tarde, los especialistas en estadísticas y los sociólogos que estudian, sobre la base de datos nacionales e internacionales, la movilidad social intergeneracional: «Así, la escuela logra, a veces, romper la malla de la red en la que causas de orden económico encierran nuestros destinos. Su acción no es considerable, pero tampoco nula». ¿Acaso Goldthorpe dice algo distinto en su teoría del constant flux? ¿Y Goux y Maurin con sus modelos log-lineales? Paul Lapie estaba aislado en su búsqueda de una medida experimental del fenómeno, sin embargo no era el único en plantearse la cuestión en esos términos. «La instrucción es a la vez causa y efecto de la movilidad profesional, pero más bien efecto que causa», afirma en 1900 uno de los participantes de una discusión organizada, con la iniciativa de Gabriel Tarde, por la Sociedad de Sociología de París, sobre «lo hereditario y la continuidad de las profesiones» (Merllié, 1994). Los diplomas, según sostiene otro participante de esa reunión, inspiran, en particular a las muchachas, «un cierto desdén por la vida modesta y laboriosa del campo»; mientras que un tercer participante subraya que «la instrucción ha aparecido como el medio más eficaz para prepararse para el cambio». Si bien la discusión se agota y no da lugar a la vasta investigación empírica proyectada 12 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN en el informe, la conciencia de una relación de causa-efecto entre la instrucción y el ascenso social, el éxodo rural y el acceso a la modernidad, aparece claramente. La cuestión estaba en el aire. Del mismo modo, hoy nos sorprendemos al leer, año tras año, el capítulo 6 –«Culture and Communication»– del Statistical Yearbook de la Unesco por el considerable estímulo que la instrucción aporta a la producción y al consumo de todos los medios de comunicación del mundo: periódicos, impresos, radios, televisión, librerías, bibliotecas, libros escolares y otros, películas, museos. Ese capítulo estadístico parece enteramente estructurado por la visión que daba Victor Hugo, en su William Shakespeare, sobre los efectos esperados de la generalización del aprendizaje de la lectura en el marco de una instrucción gratuita y obligatoria. Dice lo siguiente: El progreso del hombre por el avance de los espíritus; no hay salvación fuera de eso. ¡Enseñad! ¡Aprended! Todas las revoluciones del futuro están incluidas, amortizadas, en esa noción: instrucción gratuita y obligatoria. […] Esperad un poco de tiempo, dejad que se realice esta inminencia de la salvación social, la enseñanza gratuita y obligatoria. ¿Qué hace falta? Un cuarto de siglo, imaginad la incalculable suma de desarrollo intelectual que contiene esa palabra: ¿todo el mundo sabe leer? La multiplicación de los lectores es la multiplicación de los panes. El día que Cristo creó ese símbolo, vislumbró la imprenta. Ese prodigio es su milagro. Un libro. Con él alimentaría cinco mil almas, cien mil almas, un millón de almas, toda la humanidad. […] Muchos que escriben, pocos que leen: ese era el mundo hasta nuestros días. Eso va a cambiar. La enseñanza obligatoria es una leva de almas. A partir de ahora, todos los progresos se harán en la humanidad sobre la base de la ampliación de la región letrada. El diámetro del bien ideal y moral corresponde siempre a la apertura de las inteligencias. […] El reino del libro comienza, la escuela es su proveedora. Si el círculo de los lectores se expande, el círculo de los libros leídos crecerá. Ahora bien, la necesidad de leer es un reguero de pólvora, una vez encendido, ya no se detendrá, y esto se combina con la simplificación del trabajo material debida a las máquinas, y el aumento del tiempo libre del hombre: el cuerpo, menos fatigado, da lugar a una inteligencia más libre, se despierta en todas las mentes el vasto apetito del pensamiento; la insaciable sed de conocer y meditar se convertirá cada vez más en una preocupación humana; los lugares bajos serán abandonados en busca de lugares altos, ascenso natural de cualquier inteligencia en crecimiento; se abandonará al caballero de Faublas y se leerá la Orestíada: una vez que se haya probado lo grande, nunca se conocerá la saciedad. Se devorará lo bello, porque la delicadeza de los espíritus aumenta en proporción a su fuerza; y llegará el día en que la civilización se realizará plenamente, esas cumbres casi desiertas durante siglos y CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 13 frecuentadas solamente por la elite, Lucrecio, Dante, Shakespeare, serán cubiertas por almas que irán a buscar su alimento a esas cimas. «Ampliación de la región letrada»: el desarrollo de la instrucción debía enriquecer numérica y cualitativamente el núcleo de una elite intelectual que, al crecer, tenía que convertirse en el motor del progreso. Ya se reconocía, con las palabras del poeta, el rol decisivo en el desarrollo económico y social («la humanidad») de una fuerza de trabajo de alto tenor intelectual. Este texto profético data de 1864. En la misma época, en 1863, Victor Duruy, hijo de un artesano de los Gobelinos y Ministro de Instrucción Pública, establece una relación directa entre riqueza y sistema de enseñanza. La primacía acordada a los estudios humanistas y clásicos se adaptaba a una sociedad cuya fuente principal de la riqueza era la renta de la tierra. Como la gran industria se convierte en motor de la producción en una escala ampliada de riquezas nuevas, es tarea de la escuela contribuir a elevar el nivel de esta producción asegurando una formación «especial» a aquellos que serán los suboficiales de este proceso. Esta es la razón de la creación en los liceos, hacia 1865, al lado de la enseñanza clásica, de secciones de una verdadera enseñanza profesional: Cuando solo existía, en tiempos de nuestros padres, una sola forma de riqueza, la propiedad de la tierra, y toda Francia, o al menos la que era considerada, cabía en Versalles, era natural que solamente se conociera un sistema de educación: aquel con el cual se formó esa sociedad cortés, elegante, refinada, que imponía el tono a todas las cortes de Europa. Conservemos preciosamente esos nobles estudios que han contribuido a la Francia moderna y a su glorioso genio, pero también sigamos al mundo en la dirección que tome. Ahora bien, en nuestro tiempo hemos visto nacer la gran industria y formarse una riqueza inmensa que, en otros tiempos, no se conocía. Hoy Francia tiene 150 000 fábricas, 1 500 000 obreros de fábrica, sin contar los 5 millones de hombres y mujeres ocupados en la pequeña industria y el comercio y los 500 000 caballos-vapor que pueden representar el trabajo de 10 millones de hombres2. Desde fines del siglo xix se había establecido una clara relación entre la educación, la riqueza, la elevación del nivel intelectual y cultural nacional, la ciudadanía y la igualdad. En esa época, la escuela era considerada un poderoso incentivo de transformación de las sociedades. Por lo tanto, la edificación de un sistema era, de pronto, pensada a partir de los efectos que podía producir. 2 Comunicación del Ministro de Instrucción Pública a los rectores, 2 de octubre de 1863 (cit. en Pelpel y Troger, 1993:29). 14 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN En ese campo, Francia no constituye una excepción. Estas esperanzas e interrogantes franceses tienen su equivalente del otro lado del Atlántico. En el siglo xix, los debates sobre las funciones de la escuela agitaron la opinión estadounidense, oponiendo a aquellos que sostenían un sistema de enseñanza cuya finalidad principal debía ser la de formar a las jóvenes generaciones a partir de un ideal democrático y aquellos que pretendían someterlas a las exigencias del sistema industrial desde temprana edad. Las críticas nacionales dirigidas a los sistemas escolares después de una derrota militar (Prusia después de las victorias de Napoleón, Francia después de 1870) o de la manifestación de un retraso tecnológico (Estados Unidos superado por el lanzamiento del primer Sputnik) también plantean, a su manera –y de modo dramático–, la cuestión de los efectos de la educación. Renan dice, en 1867: «La universidad hace la escuela. Se dice que lo que venció en Sadowa* es el maestro primario. No, lo que venció en Sadowa es la ciencia germánica». En abril de 1983 aparece en Estados Unidos A Nation at Risk [Una nación en peligro], un informe abrumador elaborado por la Comisión Nacional para la Excelencia de la Educación. El mal estado del sistema escolar es una amenaza para la supervivencia de la sociedad estadounidense: Podemos estar legítimamente orgullosos de la contribución histórica aportada por nuestras escuelas y nuestras universidades a los Estados Unidos y al bienestar de su pueblo […] Los fundamentos educativos de nuestra sociedad hoy están minados por la erosión de una marea de mediocridad (rising tide of mediocrity) […] Si una potencia extranjera enemiga hubiera intentado imponer en Estados Unidos los resultados mediocres que hoy se ven en nuestras instituciones escolares, hubiéramos podido considerar esta tentativa como un acto de guerra. De hecho, de 1963 a 1980, los resultados promedio del sat (Scholastic Aptitude Test, batería de pruebas administrada a todos los alumnos que aspiran a ser admitidos en un establecimiento de enseñanza superior) acusan una tendencia regular a la baja en todas las áreas: pruebas orales, matemática, física e inglés. Pero, sobre todo, la proporción de estudiantes que obtienen resultados muy buenos y excelentes se funde como nieve al sol. Contrariamente a lo que sucede en Francia, la baja de nivel observada nunca se atribuye a las virtudes o a los defectos de los alumnos, sino al funcionamiento del sistema escolar. El nivel no es del individuo, sino que remite a una medida colectiva de rentabilidad y eficacia de todo el sistema escolar. Existe una relación entre el sistema de educación y el american way of life. * Batalla decisiva de la Guerra de las Siete Semanas (1866), en la que Prusia venció a Austria (n. del e.). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 15 Aun cuando está viva hoy y desde hace más de un siglo, en el momento en que se fundaba la escuela pública, gratuita y obligatoria, la cuestión perdió actualidad entre el comienzo del siglo xx y los años sesenta. Parece haber sido enterrada. Aparentemente, la implementación de la institución escolar y su generalización progresiva han eximido a actores y espectadores de realizar una reflexión sobre sus finalidades y rendimientos. Esta evolución, evidente en Francia, se percibe igualmente en otros países, en especial Estados Unidos, y es visible a través de los diferentes paradigmas de interpretación a los que han recurrido los historiadores estadounidenses de la educación. Los historiadores estadounidenses frente a los efectos de la educación La corriente evolucionista En las décadas de 1910 y 1920, los historiadores estadounidenses de la educación comienzan a desplazar su interés «de Europa hacia Estados Unidos, de la historia intelectual hacia la historia social, de la historia de las teorías de la educación hacia la historia de las instituciones» (Cohen, 1976:306). Para atraer al público estadounidense, Ellwood Cubberley, Paul Monroe y sus discípulos se abocan a problemáticas de «pertinencia contemporánea» y, además, hacen de la investigación en historia una celebración del espíritu de la nación. Su lectura de los hechos históricos pone el acento sobre aquellos que traducen mejor la idea de progreso: el crecimiento, a lo largo del siglo xix, de los gastos escolares y de la cantidad de disciplinas enseñadas, el mejoramiento de la formación de los docentes y de las condiciones materiales de la enseñanza, y la multiplicación de las oportunidades para todos. «La escuela pública universal estadounidense (common school), ha tenido el insigne mérito de apoyar las evoluciones de la sociedad democrática e industrial educando masivamente a los niños del pueblo, futuros trabajadores y ciudadanos del mañana, asimilando a millones de niños inmigrantes desprovistos de las virtudes anglosajonas» (Jablonka, 2001:7). La asociación de la escuela con la democracia, con la igualdad de oportunidades, con el melting pot* es evidente: por un lado, se espera de la escuela que funcione como un igualador social, como un instrumento de democracia y asimilación; por otro lado, las evoluciones sociales son aceptadas como pruebas de que la escuela cumple esas misiones. La historia de la educación es una historia militante que propone una visión apologética, patriótica y teleológica para la escuela pública estadounidense. No se interesa en los hechos que podrían contradecir sus fundamentos epistemológicos, a saber, celebrar la unidad nacional, glorificar la enseñanza pública y creer en el progreso de la civilización. Hasta los años * Crisol, recipiente usado en la fundición de metales. Se utiliza en el mismo sentido que la expresión castellana crisol de razas (n. del e.). 16 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN cincuenta, esta interpretación de la historia de la escuela cuenta con un amplio consenso científico y público. La educación progresista La educación progresista es una corriente pedagógica que se desarrolla en Estados Unidos entre el último cuarto del siglo xix y finales de los años cincuenta. Durante las décadas de 1930 y 1940 es la corriente dominante. Su padre fundador, John Dewey, considera que la educación no debe separarse de la «construcción de una sociedad armoniosa, en la medida en que el desarrollo individual, la democracia y el progreso social se refuerzan mutuamente» (Jablonka, 2001:7). Como los evolucionistas, los progresistas sostienen los valores de democracia, igualdad de oportunidades y cultura nacional, pero cambian profundamente el concepto de la educación. Se espera de la escuela más una preparación para la vida democrática que conocimientos académicos abstractos. En cuanto a los historiadores progresistas, no solo persisten en la alabanza de los resultados de la escuela pública, sino que se implican en una acción social y funcional orientada hacia la «reconstrucción social» del país y la formación de profesores. En otras palabras, se preocupan menos por un estudio riguroso del pasado que por guiar a los docentes en su trabajo. La «nueva historia de la educación» En el contexto de la guerra fría, el triunfo espacial soviético (el primer Sputnik se lanza en 1957) provoca un shock nacional. Se acusa al sistema escolar desarrollado en el marco de la pedagogía progresista de ser responsable del retraso estadounidense. La crítica a la educación se refuerza con el movimiento que, a partir de 1954, opone a partidarios y adversarios de la segregación escolar. A comienzos de los años sesenta se produce una ruptura en la historiografía estadounidense de la educación. La obra de los pioneros fundadores de la historia de la educación de ese país y de los progresistas es cuestionada. La historiografía tradicional es acusada de haber aislado a las instituciones escolares de su contexto, de haber consumado un idealismo apologético y evangélico, de haber ignorado la historia económica y social del país. Ese sentido crítico debería restaurar la credibilidad de la historia de la educación. Lawrence Cremin, el historiador de la educación estadounidense más influyente entre 1960 y 1980, es considerado como el último de los progressive historians y el primero de los new historians. Por una parte, en la tradición de la historia patriótica, defiende la escuela contra las críticas en los diferentes momentos en que la dominación estadounidense está amenazada por los logros económicos y políticos de otros países (Alemania, urss, Japón). Esta apología le cuesta virulentos ataques de parte de historiadores revisionistas. Por otra parte, Cremin CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 17 amplía la definición de educación. Esta sale del mero marco institucional (escolar) para convertirse en el proceso por el cual una cultura se transmite a través de las generaciones. Cremin demuestra que un trabajo importante se efectúa fuera de la escuela: «La educación procede generalmente a través de algunos individuos e instituciones: padres, pares, hermanos y hermanas, amigos, pero también familias, iglesias, bibliotecas, museos, colonias de vacaciones, escuelas y universidades» (Cremin, 1974:260). Los investigadores actuales continúan alargando la lista de factores educativos (medios masivos de comunicación, internet, etc.), pero esto no cambia en nada la conclusión fundamental de que el hecho de tener en cuenta a múltiples agentes de la educación, «relativiza la función de la institución escolar, ahogándola» (Jablonka, 2001:38). La corriente revisionista de los años setenta Algunos hechos acaecidos en los años sesenta crean una atmósfera contestataria: la política de desegregación, la guerra de Vietnam, los escándalos políticos, etc. Una «primera ola revisionista» nace a comienzos de la década. Como la nouvelle histoire, también critica a los «historiadores pedagogos» y a su historia de la educación presentista, parroquial y evangélica. El proyecto de renovación se define en torno a dos principios fundamentales: «La historia de la educación es parte integrante de la historia total y, en consecuencia, debe abandonar una perspectiva institucional estrecha para poder integrar el conjunto de las dimensiones económicas, sociales y políticas; la historia de la educación debe adoptar metodologías y paradigmas científicos, rechazando la “narración gloriosa” de un progreso continuamente asegurado por la escuela» (Bailyn, 1960, cit. en Novoa, 1997:14). Si bien el primer principio es común a los revisionistas y a los «nuevos historiadores», el segundo traza una línea de demarcación entre ambos grupos. A lo largo de los años setenta aparece una «segunda ola revisionista». Influida por perspectivas sociológicas y corrientes marxistas, se distingue por su radicalismo. Los trabajos proponen, a la vez, grandes síntesis de la historia de la educación estadounidense y un espíritu irónico que apela más a la polémica que al consenso científico (Katz, 1968 y 1975; Spring, 1972; Karier, 1975). Como el progresismo de los años treinta, el «revisionismo radical» considera la historia de la educación como una acción social, pero critica a la sociedad estadounidense y a la escuela pública. Esta no promueve la igualdad de oportunidades: excluye a los pobres y a las minorías. Durante un siglo y medio, generaciones de historiadores habían visto en la escuela un instrumento de liberación intelectual, política, económica y social; los revisionistas perciben como efectos de la educación el hábito de la sumisión, la perpetuación de los privilegios, el reforzamiento del orden social caracterizado por las desigualdades y el racismo. Los niños de las clases desfavorecidas son las «víctimas» de ese instrumento de control y de reproducción social que es la escuela. Los revisionistas hablan en voz alta de lo que la historio- 18 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN grafía no había mencionado hasta entonces: el burocratismo escolar, el mantenimiento de las desigualdades por parte de la escuela, los prejuicios que ella vehicula, la discriminación contra las minorías autóctonas, los inmigrantes, las mujeres, etc. Michael Katz (1968:218), por ejemplo, intenta destruir el mito de la historia evolucionista concluyendo, a propósito de las ciudades de Massachusetts, que «el país jamás ha contado con escuelas urbanas animadas, concebidas para la masa y elegidas por ella, donde el placer del individuo primaría sobre los miedos sociales y sobre los imperativos del crecimiento económico». En la polémica suscitada se distinguen, por un lado, una aproximación más o menos balanceada que trata de definir los aportes y los defectos de los revisionistas y, por otro, severas críticas que denuncian «sus interpretaciones incorrectas, su obsesión por los problemas del presente y el sacrificio de todo rigor en beneficio de una ideología política» (Jablonka, 2001:13). Para sostener esas críticas, Diane Ravitch, autora de la primera contradicción de fondo aportada contra los revisionistas radicales, denuncia tres argumentos de esos autores: la utilización determinista del concepto de clase, es decir, la idea de que basta identificar el origen social de un individuo para explicar sus comportamientos; la confusión entre motivaciones y resultados, puesto que todos los acontecimientos se leen a través del prisma de una intencionalidad social; la creencia de que el análisis de la estructura de una institución es la estrategia más adecuada para comprender su función (Ravitch, 1978, cit. en Novoa, 1997:15). Ese movimiento de «péndulo histórico» entre dos interpretaciones opuestas de la historia de la escuela, en el que una pone el acento en la igualdad de oportunidades que resulta de la educación y la otra, por el contrario, en las desigualdades, ayudó quizá a David Tyack (1974) a afinar sus conclusiones: la escuela urbana no ha creado las injusticias, pero ha contribuido mucho a perpetuarlas. El hecho incontestable es que la corriente revisionista marca el fin del «gran consenso» alrededor del «gran relato del progreso». Los años 1980-90: una proliferación de marcos conceptuales Desde comienzos de los años ochenta, la historia de la educación estadounidense se enriquece con nuevos objetos de investigación, nuevos métodos e interpretaciones. En 1983, John Best (1983:3) proclama el comienzo de la era de la «revisión y re-revisión». Hoy se prefiere la utilización del prefijo pos- (posmodernismo, posestructuralismo, posrrevisionismo…) para marcar una ruptura difícil de definir. Las influencias del «paradigma de la ciencia posmoderna» en el campo de la historia de la educación (Cohen y Depaepe, 1996) hacen que, para los investigadores, «primen el análisis reflexivo y la perspectiva crítica, y no el resultado en sí mismo» (Jablonka, 2001:15), es decir que estamos más atentos, a la vez, a la ideología y a la objetividad de los historiadores. En pocas palabras, la «ruptura posmoderna» se traduce en el rechazo epistemológico de los sistemas de pensa- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 19 miento y de acción relativamente coherentes y estables, de una teleología de la historia, de una utilización de la teoría como una forma de pre-explicación. El debate sobre la eficacia de la educación estadounidense permanece constante antes y después de 1983, el año del informe A Nation at Risk, que formula un diagnóstico despiadado de la crisis del sistema educativo (Montagutelli, 2000:265). Sigue en pie la pregunta sobre si la escuela pública contribuye a la democracia y a la igualdad de oportunidades o si preserva el statu quo social como instrumento de dominación y de control. Las respuestas propuestas van desde el mito de la escuela impulsora de progreso hasta la crítica hostil al sistema educativo. Según Jablonka (2001:50), no es seguro que ese mito nacional haya desaparecido en la actualidad, aunque, al menos, «ha sido socavado por los revisionistas, y muchos suscriben el juicio que John Best sostenía a principios de los años ochenta: que la gran escuela pública estadounidense (great american public school) haya abierto la puerta del ascenso para todos no llega a ser un “mito romántico”, pero es al menos una mala mentira proferida deliberadamente». Antonio Novoa es más categórico: a partir de su análisis de trabajos publicados en la primera mitad de los años noventa, constata el abandono de las visiones modernas de progreso que sostenían el proyecto de la «historia» en beneficio de los enfoques que intentan explicar las diferentes «historias» que coexisten en un mismo espacio-tiempo social. Esto se acompaña con una novedad teórica importante: el rechazo por parte de los historiadores de los análisis causales y la valorización de la complejidad, tanto a nivel conceptual como metodológico (Novoa, 1997:9). En otras palabras, la comprensión global de los problemas educativos, incluidos los efectos de la educación, ya no pasa por la búsqueda de un sentido unitario, sino por la reconstrucción de sentidos múltiples a partir de las historias de los diferentes individuos y grupos sociales. Si bien para los evolucionistas el progreso ha sido un efecto directo de la escuela y, para los revisionistas, la escuela pública solo ha sido una forma de «control social», una «intrusión» en la esfera privada, la mayoría de los historiadores de los años ochenta y de las décadas siguientes prefieren las interpretaciones más atemperadas. Los historiadores de la educación estadounidense son en la actualidad cada vez más cuidadosos al matizar las descripciones y al tomar en cuenta diferentes factores e interacciones. La «nueva» historia social En los años ochenta y noventa, la «nueva» historia social de la escuela da ejemplos significativos de análisis complejos (DeYoung, 1995; Grant, 1988; Labaree, 1988; Mirel, 1993; Reese, 1995; Zilversmit, 1993). La escuela es, al mismo tiempo, el lugar simbólico donde se plasman los proyectos de diferentes grupos sociales y de los individuos, se concretan los procesos de producción y reproducción social, y se organizan las prácticas de emancipación (movilidad social) y de regu- 20 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN larización (control social) (Novoa, 1997:26). Mencionemos, a título de ejemplo de esta «nueva» historia, las investigaciones de David Hogan, quien muestra, en 1985, que las reformas progresistas de fines del siglo xix (instrucción obligatoria, legislación sobre el trabajo infantil, etc.) han tenido un efecto coercitivo sobre los padres y, al mismo tiempo, han contribuido a reformular la clase obrera de Chicago. Este efecto se explica por los objetivos de los reformadores, que se inclinan menos por los ideales humanitarios que por la racionalización de un mercado en plena transformación (Hogan, 1985). Barbara Finkelstein nos proporciona otro ejemplo al estudiar el comportamiento de los profesores en la escuela elemental popular en el siglo xix en Estados Unidos. La autora reafirma la constatación de que, en la segunda mitad del siglo, la educación se concibe como una formación cívica que transmite valores angloestadounidenses a niños de diferentes culturas. Pero no por ello los profesores se convierten automáticamente en vectores de valores republicanos ni en agentes del Estado que hacen entrar a los niños en el molde del orden social capitalista y de la nación. La escuela no es una institución total (como la familia, la prisión, el orfanato). Es más bien una estructura de mediación, una etapa entre el mundo restringido de la familia, la iglesia y el vecindario, por un lado, y el mundo ampliado del gobierno, la nación y el mercado, por el otro. En ese marco, la enseñanza es, tal vez, menos un instrumento de destribalización que un árbitro cultural, un intermediario entre las generaciones y los universos sociales (Finkelstein, 1989, cit. en Jablonka, 2001:36). Podemos mencionar también el libro de Alan DeYoung sobre «la vida y la muerte» de una escuela rural desde 1915. El recurso de las entrevistas (historia oral) y de las observaciones etnográficas permite al autor juzgar la importancia de la escuela en la vida de la comunidad local: «Es la historia de una escuela que ha contribuido a formar los recursos humanos que los Estados Unidos modernos necesitaban […] y que ha ayudado a construir y a reconstruir una comunidad local, en un período en el que las comunidades locales eran todavía lugares importantes de la vida social cotidiana» (DeYoung, 1995:329). Las obras citadas, entre muchas otras, se inscriben en dos tendencias mayores. Por un lado, el rechazo a seguir una línea recta que establezca por adelantado las interpretaciones en el marco de determinada ideología y, por otro lado, la creciente atención consagrada al mundo interior de los actores, al contexto educativo (local, nacional, global) y a las prácticas tradicionales (populares, de los profesores, etc.) permiten una consideración más rigurosa de las relaciones entre los alumnos, los docentes y su entorno. De esto resultan nuevas interpretaciones. Desde el ángulo de la etnografía y la microhistoria, la escuela es concebida como un lugar donde se mezclan conflictos, innovación pedagógica, emancipación social, etc. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 21 La escuela: una institución educativa entre otras Uno de los ejes de reconceptualización del trabajo histórico pasa por la revalorización del rol de la escuela en la educación. La herencia de la «nueva historia de la educación» siempre pesa y, en esa óptica, el postulado de que una parte importante de la educación de los niños escapa a la escuela podría parecer banal. La novedad proviene de los que afirman, como Maris Vinovskis (1999:247), por ejemplo, que la «mayor parte de la educación y del ejercicio de los niños tiene lugar en la casa más que en la clase». Se trata, principalmente, de investigaciones que se interesan en la división de la educación entre la escuela y la familia. Otra historiadora, Marianne Bloch, estudia los objetivos y los efectos de la educación en la edad preescolar. Según esta investigadora, las madres de familias pudientes transmiten en sus casas sus valores (considerados buenos y adecuados) a sus hijos. En cuanto a los hijos de familias pobres (inmigrantes, obreras), también reciben algunos de esos valores, pero en el jardín de infantes, las guarderías y otras formas de educación fuera de la casa (más bien destinadas a los hijos de esas familias). Esas instituciones educativas completan los conocimientos y rectifican las deficiencias de la educación familiar (Bloch, 1987). Otra línea de investigación incita a los historiadores a considerar la escolaridad como un simple momento en el proceso educativo. Se trata de trabajos inscriptos en el «marco de la vida entera» (life-course framework). Conciben ese proceso en su prolongación durante toda la existencia del individuo. El análisis se extiende desde la escuela hasta la vida profesional, absorbiendo la instrucción stricto sensu, la formación continua, el sostén socioeconómico para las personas de ciertas categorías, la salud, la nutrición, etc. (Jablonka, 2001). En fin, si bien los historiadores no han medido la influencia de cada una de las instituciones educativas, han cuestionado la hegemonía de la escuela en la educación. Demuestran que la escuela pública y el hecho de que el Estado se haga cargo solo son fenómenos relativamente recientes en la historia de la civilización. En el siglo xix, en Massachusetts, por ejemplo, como en otros lugares, «aquellos que defendían la no-intervención, el control local, gastos reducidos y un rol limitado de la escuela en la sociedad fueron globalmente vencidos» (Vinovskis y Kaestle, 1980:234). La «nueva» historia cultural Otra tendencia en la historiografía estadounidense de la educación está representada por la «nueva» historia cultural. Entre los temas más trabajados figura el de los programas escolares. La historia de esos programas es interpretada también en términos de conflictos. Los contenidos de la enseñanza en Estados Unidos resultan de una lucha entre varias corrientes de pensamiento. Entre 1893 y 1958 se distinguen cuatro corrientes principales: los humanistas subrayan el poder de 22 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN la inteligencia y la capacidad de la educación clásica de liberar al alumno de su origen social; los desarrollistas postulan el respeto del desarrollo psíquico natural del niño y la adaptación de los programas a sus necesidades y aptitudes; los adeptos a la eficacia quieren una educación estándar, funcional, especializada, que luche contra los derroches de tiempo y dinero; los progresistas conciben la escuela como un instrumento de la justicia social y racial (Kliebard, 1986). El estudio de las investigaciones sobre programas de enseñanza es un buen ejemplo del aporte de los historiadores. Este se sitúa, sobre todo, del lado del análisis de las razones de la elección y de la exclusión de ciertos conocimientos. Factores de cambio de los programas (luchas por el poder, compromiso, objetivos y expectativas explícitamente manifestados, etc.) dominan el campo histórico. Pocos historiadores estudian los efectos de las elecciones del curriculum escolar sobre el desarrollo personal y social, aunque se considere que la historia de los programas está íntimamente ligada a esos efectos: «La cuestión fundamental no se agota en la identificación de aquellos que tienen acceso a la escuela o de aquellos que no lo tienen, sino que exige que seamos capaces de explicar cómo los dispositivos sociales son concebidos para separar el acceso a las diferentes formas de saber» (Kliebard, 1992:158). Los programas no se estudian como un conjunto coherente y, por eso, se produce la distancia entre las intenciones de sus creadores, las realidades de su implementación y los resultados de su aplicación (Novoa, 1997:31). Un segundo campo, de importancia incuestionable, está constituido por las investigaciones consagradas a la educación de los niños de las minorías raciales y étnicas (negros, indios, inmigrantes). Esos trabajos, que se han desarrollado mucho desde los años sesenta, proponen múltiples ejemplos innovadores de interpretación del rol de los diferentes actores del campo educativo. Hasta fines de los años setenta, la educación de las minorías era explicada por la opresión estatal y el racismo de la sociedad estadounidense, que hacían de la escuela un instrumento de exclusión social. Se hablaba de niños excluidos a causa de «su pobreza, su color, su diferencia cultural», y se indagaba cómo esa exclusión se había convertido en «previsible y regular, en síntesis, sistemática» (Tyack, 1974:4). Esta mirada sobre los niños de las minorías, que los considera víctimas incomprendidas de la escuela y de fenómenos sociales más vastos, está matizada por la promoción del beneficio que los grupos étnicos obtienen de la escuela estadounidense: muchos padres inmigrantes temen la desculturización de sus hijos y, al mismo tiempo, consideran a la escuela como una puerta abierta hacia nuevas posibilidades. Luego, progresivamente, esta interpretación en términos de victimización ha sido marginada por otras más complejas. Lo primero que aparece es que los efectos de la educación sobre los niños de diferentes grupos (raciales, nacionales, étnicos, religiosos) dependen de la actitud y del comportamiento de esos grupos frente a la escuela. Luego, los investigadores de los ethnic studies muestran la importancia de la autonomía cultural de las comunidades. Estas no son objetos pasivos de la acción del Estado, sino que resisten los ataques y pre- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 23 servan sus valores. Finalmente, la escuela es analizada como una institución conflictiva donde los grupos étnicos, las clases sociales y las organizaciones cívicas se enfrentan a los intereses establecidos por las políticas educativas y las prácticas escolares (Mirel, 1993; Reese, 1983). Desde el punto de vista de los efectos de la educación, la principal conclusión teórica de estas investigaciones conduce a dejar de considerar la asimilación, la integración, la segregación y la desegregación como simples resultados de la política del Estado. El rol activo de las minorías, de sus estrategias educativas y de adaptación se valoriza mejor. Esta historia de la historia de la educación debe ponerse en relación con las transformaciones de las finalidades sucesivamente asignadas a la escuela. Hasta fines del siglo xix, en Francia, los textos promueven la finalidad religiosa y moral: se trata, en primer lugar, de formar cristianos. La escuela republicana privilegia la finalidad política y moral: formar ciudadanos. En la segunda mitad del siglo xx, las finalidades sociales (democratización de los estudios, igualdad de oportunidades) se vuelven prioritarias. El final de los años de crecimiento y el aumento de la desocupación asignan nuevas misiones –de naturaleza socioeconómica– a la escuela: la institución debe preparar para la inserción profesional dotando a los alumnos de calificaciones rentables en el mercado de trabajo. Las primeras misiones, de orden ideológico y moral, se prestaban poco al control y a la validación de las adquisiciones. Las cosas cambian cuando la igualdad de oportunidades o la calificación rentable se convierten en objetivos. Entonces, se puede confrontar lo ideal y lo real, el efecto esperado y el efecto producido, y un análisis de los efectos es posible. ¿Cómo medir los efectos de la educación? Aunque no la hayan inventado, los economistas, sociólogos, psicólogos, politólogos o historiadores que desde los años sesenta tratan la cuestión de los efectos de la educación han innovado en un punto decisivo, el de la medición. Esta no es algo evidente: los efectos de la educación plantean a quien intenta dimensionarlos temibles problemas, que están lejos de estar resueltos en su totalidad. Un objeto de estudio mal constituido Es difícil acceder a una apreciación del conjunto de los trabajos realizados sobre esta cuestión, puesto que, por supuesto, varían mucho, según las disciplinas, las maneras de razonar, pero sobre todo en cuanto al estatus epistemológico de la cuestión, en el que solamente la economía ha construido un objeto claramente identificable. La cuestión de los efectos que ejerce la educación sobre los diferentes sectores de la vida de los individuos y de las sociedades se plantea como tal, y de frente. Se construyen modelos teóricos, de los cuales se extraen hipótesis 24 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN que son puestas a prueba empíricamente. Los trabajos publicados son discutidos, validados o desmentidos y provocan otras investigaciones. En síntesis, la disciplina económica ha hecho de ese tema un objeto legítimo, reconocido y relativamente elevado en la jerarquía de los objetos científicos legítimos, puesto que participa de los trabajos que han hecho merecedores del premio Nobel a Theodore Schultz y a Gary Becker. No sucede lo mismo con las otras disciplinas. La sociología, por cierto, ha instituido también un campo de estudio muy particular consagrado a la movilidad social, que permite medir en buenas condiciones el efecto del capital escolar (identificado a menudo por el diploma más elevado) sobre el destino social. Numerosas investigaciones llevadas a cabo en sociología sobre la cuestión de las desigualdades sociales –sobre el ímpetu de lo que sus obstinados adversarios persisten en calificar con el epíteto, a sus ojos infamante, de «sociología de la reproducción»– permiten también medir los efectos diferenciales del nivel escolar alcanzado sobre un gran número de prácticas y comportamientos. Pero, además de estos dos islotes relativamente constituidos, los «efectos de la educación» deben ser buscados al azar en las investigaciones, en diferentes cuadros cruzados que figuran aquí y allá. La psicología y la psicología social se encuentran a mitad de camino entre estas dos disciplinas. Son más formalizadas que la sociología y comparten con la economía un razonamiento experimental y moralizador de tipo popperiano. Pero solo tratan la cuestión de un modo indirecto. La historia tampoco aborda la cuestión como tal, aunque habla de ella abundantemente, y no solamente en los estudios de historia de la educación. Por lo tanto, la economía está avanzada en este aspecto, aunque esta situación puede también revelarse como una debilidad, ya se trate de una dificultad para tomar en cuenta la complejidad de la experiencia humana que es la educación (más allá de la cantidad de años de escolaridad efectuada o de los conocimientos adquiridos) o de la influencia de la filosofía conservadora en la que navegan implícitamente algunos modelos. ¿Cómo definir «la educación»? Una segunda dificultad proviene de las dimensiones de la educación de la que hablamos. Por cierto, se trata de medir los efectos de la escolarización, excluyendo los modos de educación efectuados en el ámbito familiar, la calle, la religión, la vida profesional, etc., pero la reducción del tema de la escuela no elimina de ninguna manera la heterogeneidad de las variables «escuela» o «escolarización». ¿Qué contenidos tomar en cuenta? ¿Los conocimientos y las competencias (cognitive skills) o los diversos productos de la socialización escolar (non-cognitive skills, cuya traducción francesa, aunque latina, podría ser habitus)? Varios estudios sugieren que, en la India, el hecho de que algunas jóvenes abandonen su domicilio todos los días para ir a la escuela e interactuar allí con niños y adultos que no pertenecen a su familia ni a su (sub)casta alcanza para distinguirse de aquellas CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 25 que no están escolarizadas, incluso si la calidad de la enseñanza es tan mala que no adquieren casi ningún conocimiento. En esas condiciones, ¿qué indicador utilizar? ¿La cantidad de años de estudios, el diploma más elevado o el rendimiento en pruebas de conocimiento? Todos esos indicadores son utilizados. La pregunta es importante, puesto que las diferentes mediciones no obtienen los mismos resultados. Tomemos como ejemplo una encuesta internacional sobre la capacidad de lectoescritura* de los adultos, la Internacional Adult Literacy Survey (ials), realizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (ocde) en veintidós países entre 1994 y 1998. En cada país se tomaron muestras nacionales representativas de los adultos entre 16 y 65 años. Estos han sido entrevistados en sus hogares y han realizado pruebas de lectura y escritura. El objetivo principal de la encuesta era determinar en qué medida los adultos utilizan la información impresa para funcionar en el seno de la sociedad. Los resultados muestran claramente que la relación entre la lectoescritura (entendida como el grado de dominio de la lectura y la escritura) y el nivel de escolaridad es compleja. Por ejemplo, muchos adultos han logrado alcanzar un nivel de lectoescritura relativamente alto a pesar de un pobre nivel de escolaridad; inversamente, algunos poseen un bajo nivel de lectoescritura, a pesar de un nivel de escolaridad elevado. Esta constatación prueba otra hipótesis del ials, según la cual el nivel de escolaridad constituye una débil aproximación a las competencias reales. En consecuencia, se justifica invertir en una evaluación objetiva de las competencias. La misma encuesta establece que, en todos los países excepto Polonia, la lectoescritura juega un rol importante en la determinación de los salarios. El aporte de la lectoescritura se ubica, incluso, en la primera línea de la incidencia de la instrucción sobre los éxitos. Los datos recogidos en la relación entre lectoescritura y salario confirman que el nivel de escolaridad constituye una débil aproximación de las competencias, que las economías nacionales difieren mucho en relación a las competencias exigidas y que la experiencia y las competencias son retribuidas de diferente manera en los distintos países de la ocde. El carácter divergente de los diferentes indicadores del nivel de educación está, del mismo modo, fuertemente subrayado en el estudio realizado por Roger Girod (1991) sobre los conocimientos reales del «hombre moderno». El iq** de los adultos progresaría rápidamente de generación en generación, mientras que el grado real de instrucción general de base permanecería bajo. Los datos reunidos por James Flynn (1987) son claros, puesto que registran, en los catorce grandes países estudiados, una elevación continua del iq medio en el curso de la segunda mitad del siglo xx. Estos progresos son tan sensibles que se utilizan pruebas que no se apoyan tanto en el lenguaje y en otras competencias directamente asocia* Littératie en el original (n. de la t.). ** Sigla de intelligence quotient: coeficiente intelectual (n. del e.). 26 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN das a los conocimientos escolares, como las matrices de Raven. Y son menos sensibles cuando las pruebas miden competencias de lectura, vocabulario, redacción y cálculo. A partir de datos disponibles, lamentablemente escasos, el nivel de conocimientos de base parece haber bajado sensiblemente en Estados Unidos y en Suiza en los últimos veinticinco años. En ambos países, solamente alrededor de un quinto de la población se ubicaría por encima del nivel mínimo en materia de lectura, redacción y cálculo, mientras que los niveles de escolarización señalados en el momento de la obtención de los diplomas han crecido con fuerza. Las relaciones entre el grado real de instrucción de base y el nivel formal de instrucción, tal como se puede medir por la duración de los estudios o el diploma, son débiles. Un cuadro muestra que, en Estados Unidos en particular, aunque el 85% de los jóvenes adultos poseen estudios secundarios –un tercio de los cuales son admitidos en la enseñanza superior–, solamente una minoría de este grupo se ubica por encima de los niveles de instrucción de base. «En total –concluye Girod (1991)–, los jóvenes adultos estadounidenses se sitúan, en general, en vastas zonas de conocimientos de base mediocres y pasables.» El marco institucional de la escolarización también es importante. Dependiendo de que el público sea privado, religioso o laico, comunitario o republicano, militar autoritario o civil permisivo, los efectos sobre las dimensiones morales y ciudadanas de la formación pueden diferir. Muchos de los antiguos y libres niños de Summerhill se habrían orientado a profesiones artísticas. Comparaciones internacionales entre los efectos de sistemas escolares institucionalmente organizados e ideológicamente orientados de diferentes maneras permiten hacerse a la idea de esas diferencias. Yossi Shavit y Walter Müller (1998) han estudiado las variaciones de la relación entre la formación y el empleo en trece países: Alemania, Inglaterra, Australia, Estados Unidos, Francia, Irlanda, Israel, Italia, Japón, Países Bajos, Suecia, Suiza y Taiwán. Aunque, en cada uno de esos trece países, el nivel de educación es el determinante mayor del lugar que ocupan los individuos en el universo profesional, la intensidad y las formas de esa relación varían fuertemente de un país a otro. Los factores de esas variaciones deben buscarse en los principios de organización y los valores que orientan los diferentes sistemas de enseñanza. Alemania, los Países Bajos y Suiza privilegian la formación profesional, mientras que la formación general está en el corazón de las escuelas japonesas e irlandesas; Australia, Inglaterra y Estados Unidos tienen sistemas de enseñanza muy descentralizados, privados y públicos, laicos y religiosos, en oposición a otros, como Francia y Suecia, donde la escuela pública, hegemónica, está estrechamente controlada por el Estado. Las formas de selección y los niveles escolares donde ella interviene, al mismo tiempo que los procedimientos de orientación de los alumnos, difieren también enormemente según los países. En Alemania, a partir de la terminación de la escuela primaria, los flujos de alumnos se reparten en tres segmentos diferentes y relativamente estancos. En Francia, el colegio único CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 27 escolariza, en teoría, a todos los jóvenes hasta la edad de 15 o 16 años. En Estados Unidos, la selección solo interviene al comenzar la enseñanza superior. La articulación de esos tres pares de características opuestas –profesional o general, centralizado o descentralizado, selectivo o no selectivo– permite a los autores establecer una tipología fina de las formas de organización de los diferentes sistemas de enseñanza. Si bien, en cada uno de los países, las profesiones que se ubican en la cima de la jerarquía social solo son accesibles a los individuos que detentan altos niveles de instrucción, la relación entre diploma y empleo no es tan fuerte en todas las configuraciones escolares. Es dos veces más fuerte en Alemania y en Suiza que en Inglaterra, Japón y Estados Unidos. Es más fuerte si el sistema de enseñanza es centralizado, profesional y selectivo. Müller y Shavit confirman lo que Marc Maurice, François Sellier y JeanJacques Silvestre (1982) habían establecido en su comparación entre Francia y Alemania. Las relaciones entre escuela y empleo, las formas de organización del sistema de enseñanza y del mercado de trabajo constituyen verdaderos sistemas «societales» que hunden sus raíces más allá de esas dos instituciones, en la larga historia de las relaciones sociales propias de cada país. Al mismo tiempo, en el seno de un mismo sistema, la calidad de las escuelas debe ser tenida en cuenta. ¿Qué «efectos» medir? Los efectos de la educación nunca son «puros». A menudo se confunden o se mezclan con los efectos de otras variables, como la riqueza. Con frecuencia, lo que se atribuye a la escuela es solamente un efecto de transmisiones de capital cultural que intervienen en el seno de la familia, la religión, la comunidad, etc. A partir de esto se pueden identificar los siguientes problemas: • el problema de las causalidades inversas (reverse causation): el crecimiento del pbi favorece el desarrollo del sistema de enseñanza que, a su vez, contribuye al crecimiento; • el espinoso problema de la endogeneidad. El nivel de educación alcanzado en la escuela por un individuo puede ayudarlo a mantener la buena salud, pero también es posible que la educación, como la salud, esté, de hecho, determinada por una tercera variable, por ejemplo, el entorno familiar. En ese caso, podría existir un correlato entre educación y salud, incluso si la primera no ejerciera un impacto causal sobre la segunda. Puede suceder lo mismo a escala social; por ejemplo, en Francia, al comienzo de la Tercera República, se imponía la tendencia de atribuir solamente a la escuela lo que provendría, por el contrario, de una política global de los republicanos, que combatían, al mismo tiempo, a un conjunto de aspectos de la sociedad monárquica y religiosa. 28 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Esta es la conclusión a la que llegan hoy todos los historiadores de la educación, en especial, aquellos que han estudiado de cerca los procesos de alfabetización. La escuela es un factor necesario, pero nunca suficiente. Ciertamente, todos los trabajos que recurren a datos estadísticos que permiten comparar el índice de alfabetización con el de escolarización concluyen en una correlación netamente positiva. Para Francia, la correlación entre escolarización y aptitud para firmar está probada, sobre todo, durante la segunda mitad del siglo xix (Furet y Ozouf, 1977). Para Alemania, la masificación de la capacidad de escribir durante los siglos xvii y xviii se explica también por la frecuentación de la escuela (François, 1977; Hinrichs, 1982; Norden, 1980). Las correspondencias entre los niveles de alfabetización, la red escolar y las estructuras sociales son constatadas en Inglaterra, Italia y España (Botrel, 1987; Guereña, 1989; Sallmann, 1989; Stephens, 1987). Apoyándose en datos estadísticos y/o en el análisis de las firmas en diferentes documentos (certificados de casamiento, testamentos, etc.)3, estos autores establecen cartografías generales de alfabetización en los países respectivos y muestran también claramente que el analfabetismo nunca es total en las regiones donde existe una densa red de escuelas, aunque la existencia de las escuelas no es suficiente para lograr una alfabetización total. Los análisis cuantitativos se acompañan habitualmente con análisis cualitativos que afinan y matizan las correlaciones estadísticas. Las investigaciones toman en cuenta un número creciente de indicios que están relacionados con la eficacia de la escuela: la existencia de niños que abandonan la escuela sin ser alfabetizados, la frecuentación escolar, el presentismo de los alumnos, la resistencia de los padres, el orden y los métodos de enseñanza de la lectura y de la escritura, etc. Pero hay un fenómeno capital: el triunfo de la institución escolar, medido por el grado de alfabetización de una determinada población, resulta principalmente «de la armonía entre una voluntad política de escolarización, que puede emanar del Estado, de una Iglesia o de cualquier otra autoridad, y la demanda social, que los angloparlantes simbolizan con los movimientos de push and pull» (Compère, 1995:35). Esta distinción entre factores directos y contextuales de los que depende la alfabetización en tanto efecto de la escuela (comprendida, a la vez, como institución y como enseñanza) es una de las adquisiciones esenciales de las investigaciones históricas. Otro resultado de igual importancia es la comprensión de la alfabetización como un fenómeno complejo que no resulta de un solo factor (la escuela), sino de la interacción de varios factores: la escuela, por supuesto, pero también la relación cuantitativa y cualitativa entre las clases y los grupos socioprofesionales, los tipos de economía, de industria y de propiedad de los bienes, la situación 3 A pesar del cuestionamiento del método de las firmas (Fraenkel, 1992; Julia, 1993), no se puede negar la riqueza de los datos obtenidos por su utilización. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 29 geográfica, la religión, el género, la situación sociolingüística, la urbanización, las migraciones, las instituciones extraescolares y muchos otros. Los estudios sobre la alfabetización realizada por otras instituciones que no son la escuela (familia, Iglesia, ejército, empresas, cursos para adultos) (Furet y Ozouf, 1977; Johansson, 1977) y, sobre todo, por medio de la autodidaxia (Caspard, 1996; Hébrard, 1991) no confirman la conclusión de que «si bien saber leer se relaciona con una aculturación religiosa, es necesario ir a la escuela para saber escribir» (Compère, 1995:135). Esta afirmación solo se justifica en el caso de una familiarización generalizada con el escrito, puesto que los casos particulares pueden escapar a la regla. El aprendizaje de la escritura, cuya dificultad técnica a menudo se sobrestima (por confusión con la caligrafía), puede, en efecto, operarse fuera de la escuela, con ejercicios y práctica sostenida. Del mismo modo, es importante identificar y clarificar el paso del nivel individual al nivel grupal. ¿La educación de un individuo solamente impacta sobre él o actúa también sobre los otros? La educación de una madre impacta sobre la salud de sus hijos. Los efectos macroeconómicos del capital humano se revelan difíciles de dimensionar, pero es probable que sean ampliamente positivos y superen los efectos sobre los salarios individuales. Sin embargo, algunos efectos individuales de la educación no tienen equivalente grupal. Las teorías de la «selección por educación» (educational sorting) consideran que el nivel de educación alcanzado por un candidato a un puesto de trabajo es valorizado por un empleador en tanto información sobre características productivas que él no puede, por otra parte, observar con facilidad de otro modo (el hecho de que el candidato haya podido alcanzar ese nivel implica que posee ciertas características), incluso si la educación carece de efectos sobre la productividad. En este caso, el nivel relativo de educación importa más que el nivel absoluto (el empleador puede pensar que un candidato más educado que otro será más productivo): si crece la educación de todos los individuos en un año, por ejemplo, no habrá repercusiones en los salarios, puesto que la información sobre los niveles relativos de productividad de los diferentes individuos será la misma. La educación como forma de capital Sería un gran error considerar los efectos de la educación como un dato intangible no sometido a variaciones. Nada hay eterno ni estable en estos efectos. La metáfora del capital escolar es esclarecedora. Si se trata de un capital, puede amortizarse, fructificar, variar. Las madres que continúan sus estudios entre varios embarazos no van a dar a sus hijos pequeños la misma educación que a los mayores. El capital escolar también puede depreciarse (¿qué saben quince años después de obtener el diploma los adultos que ejercen profesiones que no requieren el capital escolar que han adquirido?) y volverse obsoleto si la tecnología cambia (algunos conocimientos pueden volverse inútiles). Inversamente, el manteni- 30 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN miento del capital escolar inicial y su fecundación por actividades profesionales estimulantes pueden hacerlo fructificar a lo largo de toda la vida. De hecho, un progreso conceptual de gran amplitud se ha operado desde los años sesenta para pensar en toda su complejidad la cuestión de los efectos de la educación. Se ha producido simultáneamente, aunque de manera independiente, en sociología y en economía. Los principales promotores fueron dos hermanos enemigos, Pierre Bourdieu y Gary Becker. Ambos han recurrido a la metáfora económica de capital para designar los efectos producidos sobre el individuo por un proceso de educación. Los conceptos de capital humano (Becker) y de capital cultural (Bourdieu) no se confunden ni se superponen. Difieren, en primer lugar, en su contenido: la dimensión educativa del capital humano –que incluye igualmente la salud del individuo considerado– se limita a competencias profesionales y cognitivas, y a conocimientos relativamente objetivables, mientras que el capital cultural está, en gran parte, constituido por disposiciones, posturas y, más generalmente, por habitus entendidos como gramáticas generativas susceptibles de engendrar conductas adaptadas a nuevos contextos. Segunda diferencia fundamental: el capital humano es, para Becker, una realidad, a la vez, individual y colectiva. Este autor caracteriza el valor de un individuo en el mercado de trabajo, aunque también puede, en forma académica, ser considerado como un stock productivo, incluso como un factor global de producción a escala de la sociedad toda, con el mismo valor que el capital físico. No sucede lo mismo con el capital cultural, al que Bourdieu siempre percibe en sus dimensiones individuales: el capital cultural es un atributo distintivo de un individuo. Al margen de estas diferencias evidentes, el recurso del sociólogo y del economista a la metáfora económica de capital presenta rasgos comunes que pueden esclarecer y encuadrar mejor la cuestión de los efectos de la educación. Cada uno de esos capitales produce, en primer lugar, efectos específicos que deben ser distinguidos a cualquier precio de los efectos de otras especies de capital, en especial, del capital físico. Paul Clerc (1970) ha puesto en evidencia, por primera vez, la acción específica del capital cultural en Francia. En un cuadro hoy célebre, cruza el nivel de diplomas de los padres y sus segmentos de ingresos. Clerc demuestra que, a igual diploma, el nivel de ingresos no ejerce ningún efecto sobre los logros escolares de los alumnos, mientras que, a igual ingreso, las tasas de logros escolares se elevan continuamente a medida que crece el nivel de diploma de los padres. Apoyándose en la publicación de esos datos, Bourdieu y Passeron ven desarrollarse la idea de una autonomía relativa del capital cultural. La buena voluntad cultural de los padres no es suficiente para contrabalancear la insuficiencia de un capital cultural inicial, etc. En ambos casos por igual, el capital producido por la educación emana de la lógica que impera en las otras especies de capital. Ya sea humano o cultural, se adquiere, se acumula, se amortiza, se transmite, fructifica o se deprecia. Se trata de una cantidad móvil, sometida a fluctuaciones, que nunca es adquirida y CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 31 transmisible, como tal, de una vez y para siempre. Puede adquirirse de distintas maneras: mediante el trabajo –escolar o profesional–, la herencia o el desempeño en un trabajo. Puede transmitirse en el marco de la familia, de la escuela o de la empresa. Después del período de formación, sobre todo, puede ser amortizado, explotado y rentabilizado, y conferir a quien lo posee ingresos materiales y simbólicos, asegurando al mismo tiempo al empleador un valor agregado. Puede fructificar, pero también puede depreciarse. Esta concepción de la educación como capital permite formular sobre bases más seguras la pregunta sobre los efectos de la educación. Cultural o humano, esta nueva especie de capital reclama esfuerzos para adquirirlo y mantenerlo. Evidentemente, es necesario el aporte personal, pero los contextos de su valorización también ejercen efectos mayores sobre su crecimiento o su depreciación. Hay profesiones en las que la naturaleza del trabajo y de las misiones permiten mantener y hacer crecer el capital inicial, y otras que, por el contrario, lo dejan «en reposo», contribuyendo a su destrucción. En esta perspectiva, las prácticas culturales que crecen a medida que se eleva el nivel del diploma pueden ser consideradas como puros consumos, pero también como inversiones productivas que contribuyen con eficacia al mantenimiento y la fructificación del capital inicial. Entonces, se observan importantes desigualdades en los contextos profesionales de valorización y depreciación de ese capital que pueden explicar, en parte, los distanciamientos sustanciales que observan Roger Girod y la gran encuesta del ials entre nivel formal de educación y conocimientos de base, entre lectoescritura y nivel de escolaridad. Ciertas profesiones, ciertos entornos profesionales, ciertas escalas jerárquicas ofrecen condiciones favorables a la valorización del capital –humano y cultural– inicial. Es el caso de todas las profesiones intelectuales que apelan a la materia gris de sus titulares y que se esfuerzan en acompañarlos, mientras los forman en las innovaciones tecnológicas y en las transformaciones de las condiciones de trabajo. La lectura y la escritura ocupan gran parte del tiempo del personal que trabaja en secretarías. Y lo mismo sucede con las personas cuyo trabajo consiste en leer o redactar informes. Un contacto permanente con lo que está impreso en papel o figura en la pantalla mantiene y desarrolla competencias de base adquiridas en la escuela: la ortografía, la comprensión, el dominio de los símbolos. Sin embargo, esto no se aplica a todos: muchos, al no tener en su trabajo ningún contacto con textos, pierden progresivamente la competencia y el deseo de leer. Esto sucede con el cálculo u otras competencias como la escritura o la lectura. Un capital que no se mantiene pierde rápidamente su valor. En este campo, existen grandes desigualdades, como lo indican todos los balances realizados sobre los beneficiarios de la formación continua. Esta escuela de la segunda oportunidad solo es aprovechada por aquellos que se han beneficiado con la primera, como lo demuestran los trabajos de Paul Santelmann (2001) y del Cereq (Centro de Estudios e Investigaciones sobre las Calificacio- 32 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN nes, 2003). Aunque la cantidad de pasantes se haya duplicado en diez años (doce millones en 2000), el desarrollo de la formación continua se injertó en un sistema inicial de calificaciones, el cual ha ampliado las desigualdades, sin atenuarlas en lo más mínimo. El índice de acceso a la formación continua está marcado por las flagrantes distancias que se producen al conjugar sector de actividad, tamaño de la empresa, territorio, género y categoría socioprofesional. Más frecuente entre los hombres, viene a sancionar el mayor compromiso masculino en el universo profesional, profundizando así las separaciones de calificaciones entre ambos géneros. Los asalariados de las grandes empresas se han visto beneficiados con oportunidades que no pueden compararse a las que ofrecen las empresas con menos de diez empleados. Pero la diferencia mayor se da entre las categorías sociales y distingue, cualquiera sea la edad y el género, dos grandes bloques: por un lado, los trabajadores intelectuales, cuadros superiores y medios, beneficiarios de la evolución que refuerzan de ese modo el privilegio de su formación inicial y, por el otro, la gran masa de excluidos de esos dispositivos, los que tienen menos diplomas. Los índices de acceso de los técnicos, los ejecutivos de tercera línea e ingenieros permanecen siempre claramente por encima del 50%, contra el 18% para los obreros no calificados. Todo esto sucede como si la formación continua viniera a terminar una formación inicial, densa pero incompleta para los trabajadores que pueden incluirla en una estrategia de carrera. Como señalan con insistencia los autores de la encuesta ials sobre la lectoescritura, esta tendencia a mantener y hacer prosperar solamente un capital escolar preexistente no se da solamente en Francia. En los veintidós países estudiados, los datos muestran que los programas de educación y formación de adultos tienen la tendencia de no llegar a las personas de escasas competencias, que son las que más los necesitan. «Al igual que los músculos –afirman– un ejercicio regular hace que se mantenga y se refuerce el nivel de lectoescritura. Si bien la escolaridad proporciona una base esencial, los datos de la encuesta parecen mostrar que solamente al utilizar las competencias de lectoescritura en las actividades corrientes –en casa o en el trabajo– se alcanzan niveles de rendimiento más elevados.» Hoy existen muy pocas encuestas empíricas que permitan medir, diez o veinte años después, lo que los adultos han retenido de la formación escolar que han recibido. El trabajo de Roger Girod representa, en ese campo, una excepción: se esforzó por recoger el conjunto de las informaciones disponibles en la actualidad a nivel internacional. La cosecha es magra, pero los resultados concluyen en una gran pérdida del capital inicialmente acumulado en la escuela. En primer lugar, está la gran cantidad de personas iletradas o analfabetas. Jerôme Binde, director de la Oficina de Análisis y Previsión de la Unesco, estimaba en 1999 unos 880 millones de analfabetos de más de 15 años en todo el mundo. En Francia, más de cien años después de la implementación de la escuela pública, gratuita, laica y obligatoria, algunos bolsones de analfabetismo CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 33 aún subsisten entre los asalariados; esta situación los sumerge en la exclusión y los aísla de las fuentes de un conocimiento que constituye un medio de socialización esencial. Las evaluaciones de los índices de analfabetismo deben ser manipuladas con prudencia, puesto que los criterios utilizados para definirlas varían. Un informe realizado en 1987 (Convergences, 1987) señalaba que el índice de analfabetismo funcional oscilaba alrededor del 5% en la inmensa mayoría de los países desarrollados. En Francia, el Grupo Permanente de Lucha contra el Analfabetismo (gpli), al adoptar una definición más extensiva, distinguía las dificultades relevadas solamente en la escritura o solamente en la lectura, y luego en las dos actividades. Allí se estimaba que, al definir el analfabetismo de esa manera, uno de cada cinco adultos tendría dificultades de lectura y escritura, y ese índice iba creciendo según la edad. Este aumento del analfabetismo con la edad resulta, a la vez, de un efecto de generación (la escuela es más eficaz) y de un efecto de edad (pérdida y desmoronamiento de los conocimientos). Los datos disponibles no permiten, en ningún país, saber si esos índices relativamente elevados de analfabetismo están en alza o en baja. Una hipótesis razonable consiste en sostener que se trata de un umbral incomprensible, por debajo del cual ningún país desarrollado jamás ha logrado descender. Roger Girod explora luego los diferentes sectores de los conocimientos: políticos, científicos, informáticos, lenguas, en relación con el nivel de complejidad del trabajo. Su conclusión es que, a cualquier edad, el individuo solamente aprende y retiene lo que responde a una motivación sentida con bastante fuerza, proceda esta del juego, de un proyecto profesional, de la necesidad de rendir un examen, de preocupaciones espirituales o políticas, de la curiosidad, del gusto por una distracción… La frecuencia de la utilización de los conocimientos contribuye a su conservación y, eventualmente, a su profundización. Inversamente, los conocimientos que no responden a una necesidad viva y auténtica solo se aprenden de manera superficial y fragmentaria. Están condenados al olvido si no son requeridos en razonamientos, intercambios, actividades laborales o de la vida cotidiana. En esta óptica, las variaciones del nivel de los conocimientos de la población dependen, en gran parte, de las variaciones de la demanda social. Ahora bien, observa este autor, haciéndose eco de las palabras de Thomas Sowell (1980), el proceso de especialización de las actividades sociales y económicas que se impuso con el advenimiento del capitalismo tiende a estrechar el campo de las competencias individuales. En la actualidad, cualquier trabajador puede contentarse en la vida solamente con sus competencias profesionales. No construye su vivienda, utiliza aparatos presionando botones y no debe repararlos. Cocina cada vez menos los productos alimenticios que consume, compra su ropa hecha… Para todo interactúa con gente de distintos oficios, especialistas, como él, en sus propias actividades. En pocas palabras, la vida moderna evita a los individuos el esfuerzo de extender sus conocimientos más allá de un mínimo, tendiendo a no sobrepasar lo estrictamente necesario. El progreso técnico rebaja 34 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN fuertemente el nivel de conocimientos que requiere el cumplimiento de una gran parte de las funciones profesionales y reduce casi a cero el de las competencias que intervienen en una gran parte de las actividades fuera del trabajo del conjunto de la población. Esto explica que los campos en los que las encuestas registran los niveles más altos de calificación y de competencia entre la población –las lenguas vivas, la informática– sean aquellos en los que la demanda social es fuerte. El cuadro es sombrío porque es unilateral. Ahora bien, lo propio de la educación es producir, como veremos a lo largo de este libro, efectos contradictorios. Entonces, más vale razonar en forma de balance y equilibrar las pérdidas con las ganancias… y a la inversa. Demos la razón a Sowell en lo que respecta a los efectos inducidos por el proceso de especialización de las actividades sociales y económicas que señala. Estos dependen, en gran medida, de una elevación global del nivel de educación de una sociedad. Pero hay otros que, de algún modo, amplían el saber y las competencias del conjunto de la población. El desarrollo de una medicina moderna y hospitalaria ha engendrado una demanda más fuerte en materia de cuidados. La gente se hace atender con más regularidad, consulta a médicos clínicos, especialistas, kinesiólogos, concurre a los hospitales. Se habla de alergias, infartos, colonoscopías y podólogos. Al mirar diariamente el noticiero de la televisión, la gente también aprende nociones de meteorología: temperaturas, presiones, anticiclones, observación cotidiana de mapas. Ciertamente, la especialización profesional mutila, pero la productividad ganada permite otras actividades. La instauración de las vacaciones pagas incita a viajar, a aprender los valores de cambio. Casi todo el mundo utiliza los servicios de los bancos; muchos obreros, convertidos en propietarios de sus viviendas, han negociado préstamos y entrevistado notarios, manteniendo así cierto capital social. La mutilación así provocada es acompañada por nuevas competencias. Pero los ejemplos precedentes lo sugieren: más que la mutilación por especialización, el efecto principal del rol creciente que la educación tiene en nuestras sociedades, ¿sería acaso el invento de un nuevo registro de desigualdades? Los riesgos de un enfoque determinista Tomado al pie de la letra, el tema del título de este libro es engañador. Establece a priori una relación lineal de causalidad entre la educación (la causa) y un conjunto muy variado de aspectos de la realidad económica y social (los efectos). Si bien, en algunos casos, la relación causal es clara y está bien establecida (nivel de diploma y desocupación, nivel de diploma y grado en la función pública, nivel de diploma de los padres y logros escolares de los hijos, cantidad de años de estudio y salario –¡10% más por año adicional!–), hay otros aspectos en los que las relaciones son mucho más complejas. Tomemos una primera medición volviendo a las fuentes del proceso de educación: la escritura y la lectura. Se considera que el aprendizaje de esas dos CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 35 herramientas, intelectuales y técnicas, facilita el acceso de los individuos que las manejan y de las sociedades en las que se difunden y se generalizan a un nuevo estadio de desarrollo. Prueba clara de ello son, por un lado, el corte fundamental que los etnólogos instauran entre las sociedades con o sin escritura y, por el otro, las inmensas esperanzas que guardaba Victor Hugo en la generalización del aprendizaje de la lectura. La escritura Jack Goody (1977 y 2000) ha abordado la cuestión de la escritura de raíz. Ha tratado de observar concretamente las modificaciones que implica la aparición de la escritura en la organización del saber y de la sociedad. El desarrollo de las operaciones matemáticas, el crecimiento del individualismo, la emergencia de la burocracia deben ponerse en estrecha relación con el proceso, lento y variable, de introducción de los símbolos gráficos para anotar la palabra y el pasaje de la voz al texto. Rechazando de entrada toda lectura determinista, ha buscado, más que efectos directos, la identificación de las implicancias o de las influencias. Y eso en dos campos principales: • las relaciones entre medios de comunicación y modos de pensamiento: la escritura modifica las estructuras cognitivas y la naturaleza misma de los procesos de conocimiento. El uso de procedimientos gráficos tales como el cuadro, la lista, la fórmula o la receta producen, haciéndolos posibles, nuevos «sistemas cognitivos funcionales». La escritura permite, por ejemplo, el examen sucesivo de un conjunto de mensajes desplegados en un período más largo y favorece, a la vez, el espíritu crítico y el arte del comentario, el espíritu de ortodoxia y el respeto por el libro, la lógica formal y el silogismo, así como el punto de vista histórico; • la organización política de la sociedad y las formas del poder: muchas características de la burocracia descritas por Max Weber dependen de la escritura y, a través de ella, de la educación: las relaciones más impersonales a partir de reglas abstractas consignadas en un código escrito conducen a una separación más nítida entre las tareas oficiales y los asuntos privados. En las sociedades con escritura, el intelectual juega un rol manifiesto en tanto profesional del saber y especialista de la comunicación. Esas actividades se vuelven el monopolio de quienes han pasado por la escuela. Rápidamente, los intelectuales tienden a constituir un grupo social y buscan compensar con poder o con ingresos las nuevas competencias que los definen. En África, los intelectuales estudiados por Jack Goody se esfuerzan por dar sentido a su nuevo universo, a la vez africano y europeo, y por producir una síntesis de dos tradiciones significativas. Solo pueden lograrlo con la ayuda de herramientas intelectuales que les han provisto los progresos fundamentales que intervinieron en el campo de los medios de comunicación: no solamente la 36 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN escritura, sino la civilización del libro impreso. Antes de la llegada de los franceses, había intelectuales en el norte de Ghana. Pero gracias a la escritura, la inteligentzia podía medir mejor la separación entre el régimen colonial existente y los ideales musulmanes. Estos dos «efectos» aparentemente evidentes son, desde hace algunos años, objeto de un vivo debate entre los historiadores, los sociólogos y los antropólogos (Mbodj-Pouyé, 2004). «La idea según la cual la alfabetización es indispensable para el desarrollo económico y la participación en la vida pública aparece, sobre todo, como una constante de los discursos sobre la alfabetización» (Street, 2001). Pero, sobre todo, hoy se cuestiona el carácter «automático» de la dominación de los letrados. La separación entre sociedad letrada y sociedad oral debe ser distinguida de la oposición, en el seno de una sociedad, entre los grupos letrados y no letrados. Se trata, en el primer caso, de la influencia más o menos difusa que ejercen sobre las sociedades vecinas ciertos conocimientos, actitudes o producciones que provienen de la sociedad letrada. En el segundo, del control ejercido por ciertos grupos sobre otros. Ahora bien, el punto de vista adoptado por Jack Goody lo conduce a desestimar las lógicas numerosas y muy diversificadas de la apropiación de la escritura en beneficio de un análisis exclusivamente planteado en términos de dominación simbólica. Brian Street (2001) observa la diversidad de los usos y las representaciones que una sociedad hace de lo escrito en un contexto dado: lecturas de una carta en público, redacción colectiva de un correo, por ejemplo. Roger Chartier (1996) demuestra que las elites nunca tienen realmente el monopolio de la definición de los productos culturales legítimos ni de sus usos. Fuera de los ámbitos letrados se implementan modos de apropiación específicos de esos productos, puesto que la relación popular con la cultura se define como una «manera de utilizar objetos o normas que circulan en toda la sociedad, pero que son recibidos, comprendidos y manejados de diversas maneras». Arlette Farge (2003) indica, a partir de su trabajo acerca de los escritos sobre los cuerpos de personas accidentadas en el siglo xviii, que no se puede concebir la relación con lo escrito, incluso la de los más desfavorecidos, solamente desde la desposesión. Manifiesta la importancia del escrito en la vida de las personas que, sin embargo, están al margen de la sociedad. Este es también el punto de vista desarrollado por Bernard Lahire (1998) cuando analiza los usos de la lectura y de la escritura entre los menos instruidos. Prácticas de lo escrito tan comunes como la lectura de una tarjeta, la consulta de un calendario, la redacción de una lista de compras son la ocasión de una relación distanciada con la práctica, relación distanciada que permite desarrollar la cultura escrita escolar. La escrituralización no es la única vía de acceso a la objetivación y a la reflexividad. En la misma perspectiva, comentando la encuesta de Patrick Williams entre los gitanos de Francia, Daniel Fabre (1997) opone los contextos donde «la relación con lo escrito, admitida como una cualidad del entorno social, es tratada CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 37 colectivamente» y donde «todas las figuras de la traducción están a disposición de cada uno» a los contextos en los que «saber leer y escribir se concibe como una cualidad intrínseca de cada persona, indispensable para su supervivencia». La idea de un espacio compartido entre los que saben leer y escribir y los que no tampoco refleja la complejidad de situaciones donde coexisten varias lenguas de lo escrito. El estatus de esas lenguas varía. Existe un continuum entre instruidos y analfabetos. Según los contextos, el nivel que asegura el dominio de lo escrito difiere. La posibilidad de una delegación de la escritura implica que el conocimiento de los usos sociales de lo escrito no pasa necesariamente por la adquisición de competencias. El poder que se obtiene de la instrucción compite con otros órdenes de legitimidad, no los sustituye: «según el nivel de sus estudios y el medio en el que viven, los instruidos no tienen el mismo estatus ni los mismos poderes» (Gérard, 1997). Los caracteres atribuidos a la escritura siempre están ligados al contexto social de su aprendizaje. Por lo tanto, es importante no atribuir únicamente a la escritura aquello que es efecto de la escolarización, es decir, las formas mismas del espíritu de la transmisión de la escritura. En Ghana, solamente el inglés era objeto de aprendizaje escolar, no así el vai y el árabe. Jack Goody, al observar los efectos de la publicación de sus primeros trabajos entre los habitantes de Ghana, en especial la transcripción del mito del Bagré, nota que esta versión escrita se convierte en la versión autorizada porque es escrita. Cole y Scribner (1997) opinan que el poder de la versión escrita proviene, sobre todo, del hecho de que está redactada en inglés, la única de las tres lenguas que se enseña en la escuela. Que un discurso sea escrito nada cambia en cuanto a que, para ser reconocido, debe someterse a los cánones retóricos y sociales. Todos estos ejemplos indican la diversidad y la complejidad de las vías que toma «la educación» de la escritura para ejercer esos efectos. Estamos lejos de un efecto lineal y continuo que transformaría los «sistemas cognitivos funcionales» por intermedio de un cuerpo de intelectuales que obtendrían su poder del monopolio que habrían forjado en la manipulación de esos nuevos útiles de pensamiento. Si bien la proposición de Jack Goody que afirma que la actividad intelectual ha conocido un cambio a largo plazo que la ha hecho pasar –con la ayuda de la escritura y la educación– de lo religioso a lo secular y luego a lo técnico es globalmente correcta, su grado de generalidad oculta gravemente las modalidades concretas de esta evolución marcada con el sello de la diversidad y de las contradicciones en el tiempo y el espacio. Lo mismo sucede con la lectura, fundamento primero de todos los procesos de educación. La lectura Las numerosas encuestas disponibles en la actualidad sobre la difusión de la lectura muestran que las prácticas reales se han distanciado sensiblemente de la 38 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN avenida triunfal que les trazaba Victor Hugo en William Shakespeare. El círculo de la «región letrada» ha agrandado su circunferencia en proporciones considerables, pero aún no ha llegado el día en que «esas cumbres casi desiertas durante siglos y frecuentadas solamente por la elite, Lucrecio, Dante, Shakespeare, serán cubiertas por almas que irán a buscar su alimento a esas cimas». Peor aún, esas cimas incluso estarían desiertas si creemos en el cuadro desesperado que traza un académico de hoy (Poirot-Delpech, 1996): «El siglo xx ha evacuado en algunos decenios la lectura como instrumento único de mirada sobre el mundo y sobre uno mismo. La lengua ha dejado de ser el objeto de un saber republicano, factor de libertad y de igualdad […]. El abandono, en el siglo xx, de la noción de riqueza y de libertad personales vehiculadas por el libro representa una pérdida tan trágica y cargada de consecuencias como la aniquilación por las dos guerras mundiales del concepto de humanidad». De hecho, como señalan Anne-Marie Chartier y Jean Hébrard (1989), «lo que parece inadmisible, porque es “inconcebible”, es la disyunción posible entre saber y libro, entre el pensamiento y lo escrito, entre cultura y lectura». De este modo, todas las investigaciones y acciones sobre la lectura de los años ochenta y noventa pueden considerarse parte de un esfuerzo gigantesco para «concebir» aquello que, en las representaciones espontáneas de los letrados, escritores-lectores, profesores y bibliotecarios, investigadores y universitarios, gente del libro y la lectura, está casi prohibido en el pensamiento, en razón de las experiencias librescas que han construido su identidad profesional. ¿Qué nos muestran las encuestas? Un examen sereno de los datos disponibles insinúa, detrás del curso aparentemente lineal y descendente, una situación más contradictoria que no habilita la conclusión perentoria del fin del libro o la muerte de la lectura, aunque el campo de la cultura sea, desde hace unos veinte años, un lugar de transformaciones considerables, tanto en cuanto a consumo como a producción. Primera contradicción: más libros y menos lectores. Todos los estudios registran un retroceso de la lectura, sobre todo en las jóvenes generaciones, pero se venden cada vez más libros: cerca de 400 millones de volúmenes cada año. Las estadísticas de la Unesco demuestran que se trata de un fenómeno mundial. Segunda contradicción: Francia lee más, pero los franceses leen menos; el crecimiento de la población y el desarrollo de la escolarización han aumentado en términos absolutos el número de lectores, pero en proporciones menores que lo que se daría si, a cada nivel de diploma, se leyera hoy en la misma proporción en que se leía ayer (Dumontier, Singly y Thélot, 1990; Baudelot, Cartier y Detrez, 1999). Tercera contradicción: la lectura solo llega a las encuestas en séptima posición entre los entretenimientos de los franceses, pero el rubro «edición» (incluida la prensa) permanece a la cabeza de los gastos culturales de los franceses. Se lee menos, pero cada año miles de nuevos visitantes acuden a las ferias del libro organizadas en París, Brive, Saint-Malo, Angoulême, Montreuil o Mans. Los CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 39 premios Livre Inter o el Goncourt des lycéens movilizan cantidades crecientes de jóvenes, y de no tan jóvenes, originarios de todos los sectores sociales, alrededor de la lectura y del libro. De hecho, las numerosas encuestas realizadas sobre las prácticas de lectura esbozan un cuadro contrastado de la realidad. Recordemos las grandes líneas (Baudelot, Cartier, Detrez, 1999; Mauger, 1998; Dumontier y Valdelièvre, 1989). La práctica de la lectura se ha extendido: el 40% de los franceses declaraban, a fines de los años sesenta, que nunca habían leído un libro. Veinte años más tarde, este grupo se reduce a un tercio. Uno de cada dos hogares cuenta, al menos, con cincuenta libros, mientras que en 1967 eran menos de uno de cada tres. La inscripción en una biblioteca es más frecuente hoy que ayer. Esta divulgación de la lectura involucra principalmente a las mujeres de sectores populares. Paralelamente a esta extensión, se observan claras rupturas en grupos considerados en el pasado como grandes lectores: los estudiantes secundarios, por un lado, y los «diplomados medios» con título secundario, bepc* o bep**, por el otro. Las disparidades sociales y culturales asociadas a la lectura de libros han permanecido relativamente estables: los dos factores más determinantes son el género y el diploma. Las niñas y las mujeres leen mucho más que los niños y los hombres; los que tienen más diplomas, más que los que no los tienen. En síntesis, más lectores esporádicos y menos lectores asiduos, esa es, concentrada en una fórmula, la tendencia estadística que se desprende a mediano plazo de todas las encuestas y mediciones efectuadas sobre la cuestión. Y la escuela imprime fuertemente su marca en la orientación y la elección de las lecturas de aquellas y aquellos que continúan leyendo, aunque lo hagan de manera discontinua una vez que entran en la vida activa. Eso es lo que señala el estudio llevado a cabo a fines de los setenta por Nicole Robine (1982) entre jóvenes trabajadores de la región de Burdeos. Aunque se sienten liberados de la escuela, que han abandonado demasiado temprano, han sido profundamente marcados por ella, negativa o positivamente. El período de su escolarización ha sido, para la mayoría, el único contacto con lo impreso a lo largo de su infancia y, sin embargo, su ritmo de lectura y sus intereses ulteriores se encuentran marcados por esta experiencia. La escuela les proporciona un «bagaje de nombres de autores» (Marcel Pagnol, Boris Vian, Claire Etcherelli, Aldous Huxley) que actúan «como llamados o detonadores» cuando se encuentran con un libro, una revista o un programa de televisión. Si bien leen poco en conjunto, todo lo que leen se inscribe en el recto camino de la iniciación al libro que les ha marcado la escuela. Las generaciones que en la actualidad asisten al secundario, aunque muchos se declaren refractarios, leen más hoy que lo que leían ayer sus compañeros, precozmente alejados de la escuela. Y aquí también las niñas llevan la mejor parte. * Certificado obtenido al finalizar el tercer año del secundario (n. de la t.). ** Certificado de estudios profesionales (n. de la t.). 40 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Puede decirse que, si esto es así, tanto mejor para las masas, pero ¿y la elite? ¿Por qué lee menos hoy que ayer? La disminución de la lectura es indiscutible, pero su amplitud es cuestionable. La dimensión precisa de una evolución depende de la precisión con que se midan los límites temporales de esta: el punto de partida y el punto de llegada. Ahora bien, hay buenas razones para suponer que los niveles de lectura medidos ayer estaban sobreestimados, mientras que los de hoy pecarían más bien de subestimación. Pierre Nora observa, en un artículo del Monde des Livres, la divergencia, originada a fines de los ochenta, entre dos curvas que durante mucho tiempo fueron paralelas: el crecimiento del número de estudiantes y las cifras de venta de las obras de ciencias humanas. La primera continúa progresando, mientras que la segunda no deja de hundirse. Este hecho es nuevo, pero ¿cómo interpretarlo? ¿Se trata de un desafecto simple y brutal de los estudiantes por esas obras o de una transformación de sus modos de apropiación, el «fotocopillaje» de capítulos, incluso de obras enteras, que ha alcanzado en las universidades dimensiones inigualadas a lo largo de los últimos años? Tampoco debe confundirse la compra de un libro con su lectura. Estudiantes y docentes, en los años sesenta, han logrado hacerse, comprando o robando, de bibliotecas de ciencias humanas y sociales increíbles, donde los más arduos textos de lingüistas y de psicoanalistas estaban al lado de los de filósofos y antropólogos. En esa época, un intelectual que se respetara debía exhibir una biblioteca personal imponente por su tamaño y diversidad que contuviera desde los escritos más formalizados de la lingüística estructural hasta la publicación de los seminarios de Lacan. Pero una vez comprados y guardados en los estantes, ¿cuántos de esos libros eran leídos? En La Bruyère ya se había resaltado ese rasgo: sus galerías rebosaban de libros, de lomos dorados y ornados de hilos de oro; se los mostraba a todos, pero no leía nunca: pretendía tener una biblioteca, pero solo tenía una talabartería. En una sociedad en la que la cultura estaba centrada en el foco de los valores humanistas y literarios, la lectura estaba investida de un valor muy fuerte. Uno aprendía sobre la vida y se formaba leyendo libros. Confesar que uno leía poco delante de los demás, o de uno mismo, significaba, en esa época, contravenir los valores del grupo. Si un encuestador preguntaba por el volumen de las lecturas, uno se sentía tentado de sobreestimar su práctica para dar una buena imagen de sí mismo al identificarse con el modelo del buen lector. Ese modelo ideal, más o menos implícito, pero ampliamente sugerido por la escuela, era el del hombre honesto, el del humanista que tantos escritores han contribuido a construir al evocar, a una edad ya avanzada, los placeres de sus lecturas de infancia y juventud. Son ellos quienes más han hablado de libros, del placer que sentían al devorar esos libros que los habían formado. Montaigne, sin duda, fue el primero en hablar de ello, pero también, más cercanos a nosotros, Marcel Proust, André Gide, Somerset Maugham, Walter Benjamin, Jean-Paul Sartre, Annie Eranux, Jorge Semprún. Ahora bien, esas lecturas abundantes y diversas, ya CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 41 lejanas en el momento de ser evocadas, constituían, a posteriori, verdaderos aprendizajes profesionales para hombres y mujeres cuyo destino ha probado que se han consagrado a la escritura. Han aprendido a escribir libros comenzando por leer libros ajenos. Y la fascinación que esos libros ejercían sobre ellos era, a la vez, el signo de su elección y un rito iniciático en el oficio de las letras. Implícitamente propuesto a todos como un ideal al que había que tender, ese modelo humanista del escritor y su deber de placer, sin duda, no era accesible a todos. Para muchos debe haber funcionado como un superyó. Esos enfoques espiritualizantes de la lectura y su valorización ególatra solo tienen sentido si se los reubica en una perspectiva histórica. Se trata de un modelo entre otros, que nunca fue universal, aunque se lo ha propuesto como un ideal a todos los estudiantes secundarios. De hecho, sin duda sobreestimadas en proporciones imposibles de determinar, esas frecuencias registradas por los especialistas en estadísticas de ayer nada nos dicen sobre la realidad de la relación que esos jóvenes y asiduos lectores mantenían con los libros que declaraban leer ni sobre los procesos de simulación del placer, inevitables en un entorno donde la presión de modelos tan inaccesibles era tan fuerte. Los valores literarios de la cultura escolar se encuentran hoy fuertemente amenazados por la competencia, en la escuela, de la cultura científica y, fuera de la escuela, por los medios masivos de comunicación. La práctica de la lectura ya no es, entre jóvenes y adultos, objeto de una valorización y una legitimación tan fuertes como hace treinta años. El libro ha dejado de ser la fuente única de conocimientos y de placer que solía ser para muchos. El libro se banaliza. Más de un cuarto de las compras de material editado se opera en los supermercados. Al volverse laica, la lectura se libera de su aura o del «superyó» que complicaba la exactitud de la medición. Hoy está reducida a su más simple expresión. Fuera de círculos escolares muy limitados, en la actualidad nadie aumenta sus propios valores o los de sus pares declarando sus lecturas, brillando por la rareza o la dificultad de los autores que se frecuentan, mostrando la propia biblioteca. Al convertirse en una práctica cultural habitual despojada de sus mitos, su dimensión puede ser subestimada por olvidos, negligencia o indiferencia. Hay una merma, eso es indiscutible, pero la amplitud de esa merma está sobreestimada por ambos lados. Al difundirse y popularizarse, los modos de apropiación de los textos se transformaron. La difusión de la lectura se operó en un sentido muy diferente al que soñaba Victor Hugo: al generalizarse, la lectura común reemplazó a la lectura erudita. El concepto de lectura erudita reúne todos los modos de leer que, desde la contemplación estética hasta el análisis estructural, pasando por la simple lectura por referencias literarias, hacen del texto (en su sentido, en sus formas, su afiliación a un autor o simplemente en su valor específico) el interés y el fin de la lectura, convirtiéndola, al mismo tiempo, en una actividad 42 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN que es un fin en sí misma. El concepto de lectura común, por el contrario, delimita el espacio de todas esas lecturas que utilizan explícitamente el texto como un instrumento, con fines que le son externos. El adjetivo común significa que el libro (y el uso que de él se hace) está plenamente instalado en las preocupaciones inmediatas de la vida cotidiana (divertirse, documentarse, etc.) e investido por los intereses personales de los lectores que buscan construir su identidad4 (Baudelot, Cartier y Detrez, 1999). De hecho, para muchos de los nuevos lectores, los contenidos de lectura solo tienen valor si están ligados a experiencias sociales cotidianas o excepcionales. A la lectura gratuita, al «leer por leer» del goce estético se oponen las lecturas «útiles para la vida». Como dice un prisionero a quien el aislamiento y la inacción de la cárcel han llevado a leer: «para pasar el tiempo». Estos dos ejemplos de la lectura y de la escritura dan una primera idea de la simplificación que implica suponer una relación directa y determinista entre la educación y «sus efectos». 4 El historiador estadounidense Robert Darnton (1985) le ha dado, por primera vez, su «carta de nobleza» al concepto de lectura común. PRIMERA PARTE Socializaciones CAPÍTULO 1 Cultura y culturas La educación proporciona marcos intelectuales, culturales y cognitivos, lógicos y morales E l primer efecto ejercido por una enseñanza escolar es de orden cognitivo. Proporciona a los alumnos que la frecuentan categorías mentales, formas elementales de clasificación, herramientas intelectuales que les permiten dar un sentido al mundo que los rodea y reconocerse entre sí como miembros de una misma comunidad. La acción de la escuela está emparentada con la del lenguaje, al que amplía y en el cual se apoya. Una lengua no se reduce a una herramienta de comunicación. Sapir y Whorf demostraron, después de Humboldt, que una lengua realiza un verdadero recorte del mundo e impone, inconscientemente, a quienes la hablan modos de pensamiento y maneras muy particulares de recortar el universo. Ahora bien, todo proceso de escolarización comienza por un proceso de alfabetización. Leer, escribir, contar constituyen los primeros momentos de la socialización escolar. En efecto, en la escuela, los alumnos aprenden a hablar, escribir, leer y contar. Pero también adquieren, al compartir esa misma experiencia, un primer sentimiento de pertenencia a una colectividad más amplia que la de su familia. En la escuela reciben, sobre todo, marcos intelectuales y sociales que les permiten descifrar el mundo, afirmar públicamente su propia existencia y desarrollar formas de una actividad intelectual autónoma. El aprendizaje de estas categorías mentales es más eficaz cuando se dan como evidencias naturales, como verdades universales: «m-a ma», «dos más dos es cuatro». Jack Goody muestra cómo la aparición de la escritura transformó las estructuras intelectuales, fundó las bases materiales necesarias para el surgimiento de un espíritu crítico e hizo progresar al conocimiento con la invención de técnicas gráficas tales como la lista, el cuadro y la fórmula. Las escuelas elementales de 45 46 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN todos los países tienen por objetivo hacer acceder a todos los alumnos al manejo de esas nuevas herramientas, permitiéndoles «jugar en todos los tableros». Los mecanismos de base, propios de las primeras etapas de la escolarización, se prolongan, evidentemente, en los otros ciclos escolares. Muy consciente del papel fundamental de los procesos lógicos de aculturación intelectual, Émile Durkheim (1938), autor de las «formas primitivas de clasificación» y promotor militante de una escuela republicana y laica, intentó identificar las formas y los efectos de esas categorías mentales en la historia del sistema de enseñanza en Francia. Su investigación se centra en el lenguaje y en las diferentes formas de «cultura lógica» a las que lo han sometido las diversas instancias sociales y políticas a cargo de la escuela desde Carlomagno. «Desde el comienzo, la Edad Media tomó al pensamiento, en su aspecto más formal y abstracto, como material para sus reflexiones y enseñanzas.» Mientras que el arte de la oratoria era adecuado para las democracias antiguas, el aprendizaje de la gramática era el que podía formar mejor las categorías mentales de los sujetos del Imperio Carolingio. Le siguen, con la creación de las universidades y la lucha interna en el seno de la Iglesia entre el clero y los poderes constituidos, la escolástica y la dialéctica, ambas encargadas de formar para la argumentación del dogma («Hacer una ciencia que pueda servir de base a la fe»), junto con las primeras formas de disertación. Luego, en la época del Renacimiento, se produjo la irrupción de las bellas letras y la enseñanza de la literatura; los jesuitas, por su parte, pusieron el acento en los ejercicios de escritura: redacción latina, traducción directa, traducción inversa, etc. En cada una de esas etapas, la voluntad deliberada era alcanzar objetivos políticos y sociales, formando espíritus conformes a un determinado estado de desarrollo de la sociedad política y religiosa. Durkheim pone de manifiesto, a lo largo de su demostración, el culto del formalismo y de la abstracción basado en el análisis del lenguaje, que es propio de Francia. «Un espíritu limitado y formalista es el rasgo característico de la enseñanza en Francia», escribe Ernest Renan. No sucede lo mismo en los países protestantes, mucho menos formalistas, que otorgan un lugar mucho más central a la enseñanza de las ciencias y a la experimentación. Más recientemente, Pierre Bourdieu (1967) intentó analizar, en las formas de la enseñanza de hoy, cómo esta modifica el contenido y el espíritu de la cultura que transmite y cómo se constituye una cultura escolar basada en la primacía de determinados modos de pensamiento y de expresión. Partiendo del fragmento de Tristes trópicos en el que Claude Lévi-Strauss describe las técnicas y los ritos de la disertación en tres partes propios de la retórica académica francesa1, 1 «Ahí, comencé a aprender que todo problema, grave o fútil, puede ser resuelto con la aplicación de un método, siempre idéntico, que consiste en oponer dos visiones tradicionales de la cuestión: se introduce la primera por medio de las justificaciones del sentido común, luego se las destruye por medio de la segunda; por último, se las rechaza a ambas gracias a una tercera que revela el carácter igualmente parcial de las otras dos, reducidas por artificios de vocabulario a los aspectos complementarios de una misma realidad.» CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 47 Bourdieu se pregunta si los esquemas de pensamiento y de lengua que transmite la escuela, por ejemplo, los que los tratados de retórica llamaban «figuras de palabras» o «figuras de pensamiento», cumplen, al menos entre los miembros de las clases cultivadas, las mismas funciones de esquemas inconscientes que organizan el pensamiento y las obras de los hombres de las sociedades tradicionales. Bourdieu lamenta que los sociólogos de la educación hayan insistido más en las funciones de integración moral aseguradas por la escuela que en las funciones (no obstante fundamentales) de «integración lógica». Cita a Henri Irénée Marrou, historiador de la educación en la Antigüedad, quien afirmaba: «En el seno de una cultura clásica, todos los hombres tienen en común un mismo objeto de admiración, modelos, reglas y, en primer lugar, ejemplos, metáforas, imágenes, palabras, un lenguaje común». Lo que los individuos le deben a la escuela es, primero, todo un conjunto de lugares comunes, que no son solo discursos y lenguajes comunes, sino también terrenos de encuentro y de acuerdo, problemas comunes y maneras comunes de abordar esos problemas comunes: «Los hombres cultivados de una época determinada pueden estar en desacuerdo sobre las cuestiones que debaten, pero, por lo menos, se ponen de acuerdo para debatir algunas cuestiones». «El consensus en el dissensus» echa raíces, según él, en la tradición escolar. Un análisis detallado de los temas de examen de un período largo permitiría, como los fósiles, datar e identificar las cuestiones que orientaron y organizaron el pensamiento de una época. «Podemos suponer que cada sujeto le debe al tipo de aprendizaje escolar que ha recibido un conjunto de esquemas fundamentales, profundamente interiorizados, que sirven de principio de selección para las adquisiciones ulteriores de esquemas, de modo que el sistema de esquemas según el cual se organiza el pensamiento de ese sujeto debe su especificidad no solo a la naturaleza de los esquemas constituyentes, sino también a la frecuencia con la cual estos son utilizados y al nivel de conciencia en el que operan.» Independientemente de las representaciones colectivas que se esfuerzan en transmitir la totalidad de una cultura integrada a la totalidad de la sociedad integrada, las diferentes orientaciones escolares transmiten conocimientos y competencias específicos a públicos distintos, corriendo así el riesgo de producir tantas «familias de pensamiento» como segmentos escolares. La distinción entre científicos y literarios es una de ellas; entre intelectuales y trabajadores manuales, otra. Pierre Bourdieu termina su artículo poniendo en evidencia la influencia de la escuela en la personalidad intelectual de una nación. Basándose en textos de Durkheim y Renan, se pregunta si muchos rasgos en los que se reconoce el «positivismo» inglés o el «racionalismo» francés son otra cosa que «muletillas o artificios de la escuela». Resumiendo, lo propio de la escuela es dotar a los espíritus de programas intelectuales comunes que funcionen luego como gramáticas generativas capaces de inventar nuevos pensamientos, conformes al espíritu de los precedentes. 48 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN En el ámbito técnico, Grignon (1971) muestra muy bien cómo el trabajo de taller en los colegios de enseñanza técnica de los años sesenta también contribuía a formar las categorías mentales y morales de los jóvenes aprendices: Aprendiendo a descifrar con seguridad el mundo físico como un universo regido por leyes rigurosas, en el que podemos eliminar el azar como se reduce el juego en mecánica a través de regulaciones precisas, adquieren categorías lógicas, esquemas de pensamiento y una disposición mental generalizables y trasladables a todos los ámbitos de la realidad. La mayoría de las «informaciones» que los aprendices reciben cuando realizan su tarea no son percibidas consciente o claramente como reglas morales o como imperativos técnicos; contribuyen de manera indiferenciada a formar los hábitos de los alumnos y su manera general de ver las cosas y los seres. Así, la organización lógica de lo sensible que los alumnos deben interiorizar para llevar a cabo su trabajo, que se basa en una serie de oposiciones simples y netas, inmediatamente disponibles en la urgencia de la práctica, suscita una organización lógica del mundo moral igualmente basada en pares simples de oposición: aprender a oponer radicalmente lo rugoso a lo liso, lo duro a lo blando, lo irregular a lo regular incita a adoptar una moral maniqueísta que opone, sin matices, el coraje a la cobardía, la franqueza a la simulación y, de un modo general, lo que está bien a lo que está mal. Goody, Durkheim, Bourdieu y muchos otros llevan adelante el mismo combate. Unos y otros ponen en evidencia uno de los mayores efectos de la función principal de la escuela: la integración lógica. Aun así, las investigaciones rigurosas que permitan determinar la extensión, la eficacia y las formas concretas que toman esos efectos de integración lógica en la vida social y en las actividades profesionales o privadas de los individuos todavía están, en gran medida, por hacerse. No obstante, el fenómeno identificado es indiscutible y, contrariamente a Goody y a Durkheim, que razonaban en el plano de los marcos generales de pensamiento propios de una sociedad entera, Bourdieu afirma que esas formas universales son inseparables de las segregaciones sociales, ya que los mismos marcos de pensamiento lógico no se distribuyen a todos de manera uniforme. Es así que, cuando la enseñanza primaria se encontraba todavía bajo la autoridad exclusiva de la Iglesia, «leer y escribir» estaba reservado a los muchachos; las muchachas tenían que conformarse con el aprendizaje de la lectura de los textos santos y de los cánticos. A la escritura estaban asociados, en efecto, gérmenes de libertad y de inventiva que hubieran apartado a las mujeres del estado de obediencia y sumisión al cual las obligaba su género. Como institución total que ha tenido durante mucho tiempo el monopolio de la transmisión del saber, la escuela es, además, bastante fuerte como para imponer, a todos aquellos que escolariza, una representación del mundo, en CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 49 general, y del mundo social, en particular. Dispone del privilegio de poder producir por sí misma «hechos históricos y culturales», «conocimientos de base», que son «visiones del mundo» impuestas a todos como verdades universales, aunque a menudo no son sino producciones marcadas con el sello de la arbitrariedad cultural de clase. Algunos historiadores analizaron la manera en que las más altas autoridades universitarias se han puesto de acuerdo, a principios de la Tercera República, para concebir y publicar una serie ordenada de manuales destinados a la escuela primaria en francés, historia, geografía, cálculo, instrucción cívica, etc. Ernest Lavisse, Ferdinand Buisson, Alfred y Mme Fouillée, así como Émile Durkheim participaron activamente en la operación. Se trataba de dar a los jóvenes alumnos una imagen coherente de la República y de Francia, de recordar el pasado glorioso de una Francia que seguía siendo, aunque amputada, una gran nación. Jacques y Mona Ozouf (1989) dedicaron un análisis muy detallado y agudo al más popular de esos manuales, Le Tour de France par deux enfants. Este libro causó efectos duraderos en una parte importante de la población: ocho millones de volúmenes fueron publicados entre 1877 y 1976. «En el momento mismo de su elaboración, pretendía ser un arte y un libro de memoria. […] Al haber comprendido que la memoria colectiva se aferra mejor a los lugares que a las fechas», los autores elaboran la imagen conciliadora de una Francia rural y artesanal, a medio camino entre la monarquía y la república, y deliberadamente despojada de sotanas, misas, peregrinajes, fábricas y uniformes. «Ni un cura, ni un soldado, ni la sombra de un proletario.» De hecho, la cultura escolar es lo suficientemente legítima como para imponer a generaciones enteras, y de manera duradera, visiones de la historia y la literatura, de la filosofía, de la sociedad y la economía, de la división del trabajo entre hombres y mujeres. El trato que soporta la literatura por parte de la institución escolar nos da un ejemplo claro y a menudo estudiado: clasificación por género y por autor, distinción entre los grandes y los menores, consagración duradera de un puñado de «clásicos», etc. Los autores y fabricantes de manuales, como Gustave Lanson o Lagarde y Michard, lograron imponer, generación tras generación, como verdades universales tocadas por el sello de la evidencia, construcciones intelectuales y sociales que no eran otra cosa que el producto de una época o el resultado de los trabajos de una escuela universitaria. Lo mismo ocurre con todas las representaciones de la historia de Francia transmitidas por los manuales. «¡Nuestros ancestros los Galos!» El análisis crítico de los manuales escolares se convirtió en un género ampliamente explotado por historiadores, sociólogos, feministas, etc. (Balibar, 1975; Molho y Thiesse, 1997; Baudelot y Establet, 1971). 50 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN La educación dota a los alumnos de una «cultura escolar» común La escolarización desempeña un papel muy importante que va mucho más allá de la imposición de conocimientos y hábitos definidos por orientaciones formales o reales. La extensión de la escolaridad conmocionó el tiempo de la juventud volviéndolo más amplio y armonioso. Los niños nacidos en 1955 conocieron los siguientes índices de escolarización: a los 3 años, el 32%; a los 5, el 89%; a los 15, el 80%; a los 18, el 27%. El núcleo común de escolarización alrededor del 100% solo iba de los 6 a los 15 años, o sea, nueve años de vida escolar común, diez, si se cuenta de los 5 a los 15 años (Establet, 2003). Los niños nacidos en 1982 estaban escolarizados en un 97% a los 3 años, en un 97% a los 15 y en un 80% a los 18, o sea, catorce o quince años de vida escolar compartida por toda la generación, o casi. La duración se comparte mucho más, pero, sobre todo, se sincronizaron los tiempos. En 1958, a los 12 años, únicamente el 37% de los niños estaba en el primer ciclo del secundario y, entre esos escasos colegiales, solo el 54% cursaba el año que le correspondía o estaba adelantado. En 2002, a los 12 años, el 97% iba al colegio, y el 75% a tiempo o adelantado. El ingreso a los 12 años a la clase prevista a ese efecto era una hazaña escolar realizada por el 20% de los niños. Hoy, ese mismo recorrido es efectuado por más de siete de cada diez niños. En 1958, aunque el ingreso al bachillerato era muy selectivo, la escolarización a los 17 años estaba reservada al 28% de los alumnos; las clases del último año sumaban solamente un 35% de alumnos que iban a tiempo o adelantados. En 2002, la escolarización a los 17 años estaba abierta al 92%. Y la mitad de los alumnos del último año, de orientación general y tecnológica, iban a tiempo o estaban adelantados. Los flujos son más importantes y, sobre todo, están mejor regulados. Los objetivos escolares más ambiciosos se acercaron al centro de la generación. De este modo, el baricentro de la escolarización se elevó, al mismo tiempo que la población escolarizada aumentó. En 1958, el 77% de las personas escolarizadas –unos nueve millones– eran alumnos del primario. En 2000, de los catorce millones de alumnos, los del primario no representan más que el 44%. Hay que buscar el baricentro por el lado de los colegios secundarios. A estos efectos temporales de prolongación y armonización se sumaron efectos espaciales. A través de la combinación de la implantación de los colegios y del transporte escolar, los establecimientos secundarios se acercaron al marco de vida familiar. La proporción de alumnos externos y pupilos decreció considerablemente, el estatus de semipupilo se transformó en la media. En la actualidad, más de seis de cada diez alumnos almuerzan en el colegio. Ahora bien, este es un punto de socialización muy importante. Max Weber decía que el convivium y el conubium son los signos y las bases del status, el posicionamiento real CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 51 y simbólico de individuos y grupos. El convivium se implantó. En cuanto al conubium… La mixtura acostumbró a las muchachas y muchachos a convivir. No debe extrañar que el espacio escolar, abierto de este modo a la sociabilidad juvenil, engendre similitudes de visiones y valores. En el cuestionario propuesto por Philippe Meirieu a los alumnos de liceos de 1998, los contextos de la palabra liceo muestran hasta qué punto se trata de un espacio investido por los alumnos. El punto más frecuentemente puesto de relieve es la fecundidad de la vida en común. «Pasamos más tiempo en el liceo que en nuestras casas, entonces, forzosamente aprendemos a convivir» (alumno del último año de un liceo literario); «las clases sobrecargadas –38 alumnos– y la cantidad de horas pasadas en el liceo obligan a respetar a los otros» (alumno del último año de un liceo científico). Las frases donde se empleó el término liceo son también aquellas donde figuran la mayoría de las veces vida, grupo y tiempo. Comunidad más o menos forzosa, pero siempre instructiva, el liceo es además un lugar de confrontación: para hablar de su liceo, los alumnos utilizan en abundancia los términos distintos, distintas, opinión, opiniones, ideas, debates, exposiciones. En fin, la experiencia del liceo es descrita como colectiva: nosotros, nuestra, nuestras superan ampliamente a yo, mío, mis o mía. Y el determinante más frecuente del término liceo es nuestro. En cuanto a los términos más utilizados por los alumnos del liceo de todas las orientaciones, están, en este orden: respetar, administrar, organizar, opinión, elección, grupo, debate, distintas, cada uno, ideas. Si se aísla el corpus más específico, el de los alumnos de los liceos profesionales, que hemos sobrerrepresentado intencionalmente, encontramos el mismo argumento de las disciplinas llamadas generales, la historia, principalmente, y los términos que ocupan el primer lugar son nosotros, respeto, respetar, respeta, debates, opinión(es), discusión(es). Todos describen al liceo como un espacio de socialización y de confrontación, donde no solo se aprenden virtudes intelectuales. En fin, la inversión positiva de la institución se muestra por el hecho de que la mayoría de los alumnos hizo muchos elogios y críticas a la vez, aunque en todas partes el elogio supera a la crítica. Habitus y efectos de dominación La escuela logra transformar duraderamente los habitus iniciales de sus alumnos. Algunos ejemplos sobre los gustos en materia de lectura, comportamientos de los estudiantes y preferencias de los alumnos del liceo por los cantantes son suficientes para convencerse de ello. 52 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Lectura Los alumnos del colegio y del liceo* no leen los mismos libros ni las mismas revistas (Baudelot, Cartier y Detrez, 1999). La jerarquía de los factores que explican los gustos en materia de lectura varía mucho, principalmente cuando se pasa del colegio secundario al liceo. El universo de las revistas nos sumerge en el campo de predilección de los análisis de consumo cultural. La primera distinción, más neta, opone a varones y mujeres. La segunda, bien marcada también, jerarquiza los individuos según su origen social. En cuanto a la tercera, concierne a los rendimientos escolares, y es bastante menos clara, ya que permite mostrar, una vez explicadas las grandes diferencias debidas al género y al origen de clase, que el hecho de ir a tiempo o atrasado en el colegio afecta, a veces, al tipo de revista leída. Así, en materia de motos, los hijos de obreros escolarmente atrasados leen Mobshop, mientras que, por el contrario, los hijos de obreros que van a tiempo prefieren más Moto Revue. Una vez en el liceo, la jerarquía de los factores se modifica. Primera diferencia: mientras que en el colegio el género sigue siendo, tanto para los libros como para las revistas, el primer factor de diferenciación, en el liceo la posición escolar, entendida como un grado de éxito o fracaso, se transforma en el segundo factor, relegando el origen social al tercer lugar. Segunda diferencia: mientras que de un año al otro la conformación de los gustos por las revistas varía poco, tanto en su distribución como en la asociación de títulos y propiedades sociales, se transforma significativamente en materia de libros. A medida que se entra y se progresa en el liceo, el orden de los factores se invierte: el grado de éxito escolar se convierte en el primer factor y el género pasa a segundo plano. ¿Cómo explicar estas diferencias? A diferencia de la lectura de revistas, la lectura de libros está sometida a la imposición de normas y competencias escolares. Dado que la escuela las transmite, estas competencias pueden, si no anular, al menos disminuir la incidencia del origen social. Al subir un punto en la jerarquía de los factores y así «coronar el peón» del origen social, el grado de éxito escolar sensibiliza la función «civilizadora» y republicana de la escuela, que logra borrar el rol de diferencias sociales preexistentes en beneficio de logros adquiridos. Este resultado no es un descubrimiento: la mayoría de las investigaciones realizadas en Francia desde hace treinta * En Francia, la educación secundaria se divide en dos etapas: collège (cuatro años de duración, obligatorio) y lycée (tres años, con orientación en una de las tres ramas: general, tecnológica o profesional). Los usos de las palabras colegio y liceo en este texto corresponden a esos conceptos (n. del e.). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 53 años muestra que las prácticas culturales tienen más relación con el capital escolar que con el origen social. Sin duda, en los colegiales se observa por primera vez la primacía de la posición escolar sobre el origen social. Aunque necesaria, esta explicación sigue siendo insuficiente. El carácter prescriptivo de la escuela en materia de libros también contribuye a alterar el sistema de afinidades electivas entre gustos y lecturas, tal como se observa en la distribución de las revistas. Al imponer, a través de sus programas, pero también mediante sus normas de enseñanza, la lectura y, en especial, la lectura de los grandes textos de la literatura francesa, la escuela modifica la estructura precedente. Distribuye los textos según las etapas del curriculum escolar y recurre a las aptitudes sin preocuparse por responder a los intereses particulares de las muchachas y muchachos en la materia. En esas condiciones, es más difícil hacerse una idea clara de los ejes de interés o de inquietudes de los colegiales a partir de las listas de libros citados en los cuestionarios. En efecto, dichas listas de libros están demasiado marcadas con el sello de la obligación escolar como para expresar «libremente» las orientaciones profundas de los alumnos que los citan. Gran parte de los títulos citados son textos impuestos. Las correspondencias observadas entre los títulos citados y los textos inscriptos en los programas de los distintos niveles escolares son demasiado fuertes como para que podamos suponer que siempre prevaleció el encuentro milagroso entre un interés latente y oculto, y la imposición escolar de un gran texto, que se revelaría repentinamente. Pero la obligación escolar no podría dar cuenta por sí sola de la diversidad de títulos y de la gran cantidad de autores citados. Las grandes diferencias observadas entre los títulos citados que no pertenecen al corpus de los programas escolares muestran que, a pesar de la interferencia comprobada, subsisten ejes de interés diferentes. Por lo tanto, aquí hay un juego sutil entre la escuela y los gustos socialmente construidos de los alumnos. La escuela impone, pero también modela, proveyendo a algunos, a través de grandes escritores clásicos, de medios sublimados de satisfacer sus intereses. Los profesores de francés logran hacer descubrir, leer y amar los textos clásicos, provocando en esos alumnos verdaderas conversiones. En resumen, al ser un producto complejo de tensiones entre la obligación pura, los intereses espontáneos de los alumnos y los intereses construidos en la interacción entre la obligación escolar y las disposiciones de los alumnos, las asociaciones entre libros citados y categorías de alumnos no pueden, en principio, justificarse con análisis simples que verían allí el simple reflejo de los imperativos del programa o la expresión de los intereses espontáneos de los alumnos. La explicación exacta sabrá abrirse camino entre estas dos interpretaciones extremas. 54 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Consumos culturales: persistencia, transformaciones y atenuación del efecto del diploma Las últimas investigaciones sobre las prácticas culturales de los franceses ponen en evidencia, desde 1990, un claro desplazamiento del centro de gravedad de las prácticas culturales hacia el polo audiovisual (Donnat, 1998). La mayoría de las mutaciones registradas fueron experimentadas, en primer lugar, por los jóvenes, ya se trate del surgimiento de nuevos usos de la televisión, relacionados con el control remoto (zapping) y el video, de los usos domésticos de la microinformática, de la masificación de la escucha frecuente de «música de actualidad», de las transformaciones de las relaciones con el libro y la lectura, etc. En principio consideradas como fenómenos propios de una «cultura joven», estas transformaciones atañen, de hecho, a una ruptura generacional. Las mutaciones tecnológicas que marcan el ritmo del progreso de lo audiovisual acentuaron, señala Olivier Donnat, la porosidad de las fronteras entre cultura y ocio, entre el mundo del arte y el de la diversión. Sin embargo, esas importantes transformaciones, principalmente el cambio profundo de la función, las formas y el lugar de la lectura en las prácticas culturales, no redujeron de manera perceptible las distancias entre sectores sociales y niveles de instrucción: la asistencia a eventos culturales sigue siendo una dimensión donde la posición social, el capital escolar y el itinerario social cumplen un papel determinante. El poder explicativo del nivel de diploma permanece intacto para la mayoría de las salidas o visitas culturales. Sin embargo, de esta estabilidad del efecto del capital cultural no se debería concluir una relativa invariancia de las prácticas culturales. Una constatación semejante sería simplista, puesto que conduciría a silenciar fenómenos mayores, como el éxito de las mediatecas y bibliotecas y, sobre todo, porque no explicaría lo que se muestra, en definitiva, como el fenómeno más influyente de las últimas décadas: la diversificación de las relaciones con el arte y la cultura. En efecto, quienes compran los cd-rom culturales o quienes miran canales de arte son más bien los que concurren con frecuencia a teatros y museos. Según Donnat, eso no impide que el surgimiento de un nuevo modo de acceso al arte y a la cultura contribuya a diversificar el perfil de los públicos concernidos. Esta observación debe ser relacionada con las transformaciones registradas en la organización de los horarios. Alain Chenu y Nicolas Herpin (2002), utilizando las encuestas «Uso del tiempo» realizadas en 1974, 1986 y 1998 por el insee, señalan que en 1974 los sectores populares tenían menos tiempo libre que los sectores favorecidos. Hoy sucede lo contrario, esta progresión es el resultado, principalmente, de su mayor exposición al desempleo. El determinante de la duración del trabajo cuyo impacto ha cambiado más es el diploma: ahora son los más diplomados quienes, al trabajar más, dedican menos tiempo al ocio. También observan que la diferenciación de las prácticas de ocio según el nivel escolar conserva las mismas características principales en 1974 y 1998: los espec- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 55 táculos y las salidas, la participación en la vida asociativa, la lectura, la práctica de juegos o música continúan siendo más bien exclusividad de los más diplomados. Los telespectadores siguen siendo, con más frecuencia que antes, los titulares de certificados de estudios y los sin diploma: el incremento de estos últimos con respecto a los bachilleres y a los egresados de la enseñanza superior se hizo más notorio. Al estudiar la estratificación social de los gustos musicales, Philippe Coulangeon llega a conclusiones emparentadas con las de Donnat. A él también lo impresionó el marcado cambio de actitudes entre las jóvenes generaciones y las más viejas. Incluso señala una atenuación del efecto del capital cultural en el seno de las generaciones de la masificación escolar (Coulangeon, 2003). La sociología de los gustos artísticos caracteriza, habitualmente, el comportamiento de las clases superiores mediante la inclinación por las artes eruditas y el rechazo simultáneo a las artes populares y a los productos de la cultura de masas. Ahora bien, las evoluciones registradas en las encuestas sobre las prácticas culturales, sin embargo, no convalidan totalmente esta representación. Se asiste a un debilitamiento de la frontera entre géneros eruditos y géneros populares. Lo que hoy distingue el comportamiento de las clases superiores es menos la familiaridad con la «cultura legítima» que la diversidad de las preferencias expresadas, opuestamente a los miembros de las clases populares, cuyas preferencias se muestran más exclusivas. Podemos así oponer al modelo tradicional de la legitimidad cultural un modelo del eclecticismo. Una interpretación «posmoderna» concluiría, a partir de esta observación, que la producción industrial de bienes simbólicos habría hecho perder progresivamente a las elites culturales el monopolio que ejercían antes en la producción de normas y escalas de valores estéticos en beneficio de la coexistencia de una pluralidad de escalas de juicio, de una «invasión democrática» del mundo de las artes que pone en tela de juicio el modelo unificador de la legitimidad cultural que se encuentra al principio de los fenómenos de dominación simbólica. Philippe Coulangeon prefiere un modelo de explicación con más matices, basado en la oposición entre dos tipos de comportamiento: omnívoro versus unívoro. El perímetro de la cultura erudita se recompone, pero no se diluye, en la industria de la cultura de masas. Las fronteras simbólicas que las preferencias musicales trazan entre los grupos sociales se complican, sin debilitarse realmente. Las clases superiores y diplomadas tienden todavía a diferenciarse claramente del «gusto medio», caracterizado por la escucha exclusiva de la música popular, y adhieren, en un número mucho mayor, a una forma de eclecticismo iluminado que combina el gusto por la música clásica y la ópera con la atracción por géneros situados en la periferia del universo de la música erudita, especialmente el jazz. En resumidas cuentas, este eclecticismo iluminado utiliza los mismos recursos sociales y culturales que describe Bourdieu en La distinción. El mecanismo de asignación estatutaria según el cual la minoría de alumnos provenien- 56 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN tes de clases populares se vería tradicionalmente alentada a adaptarse a las normas culturales del sector al que el éxito escolar les da acceso, el de los herederos, todavía funciona. Este mecanismo opera, paradójicamente, de la manera más visible en los ámbitos más alejados de la cultura escolar: música, jazz. Dicho esto, el efecto del diploma se modifica a lo largo del tiempo y tiende a atenuarse. La fragmentación del estilo de vida de las clases superiores se explicaría, en parte, según el autor, a través de los gustos de los «nuevos reclutados», que conservarían la marca del entorno cultural de origen, al mismo tiempo que adoptarían los comportamientos de su nuevo grupo de pertenencia. El aumento del eclecticismo sería un efecto secundario del componente estructural de la movilidad social y de la apertura de la enseñanza secundaria a una masa creciente de alumnos de origen popular. Es probable que la masificación escolar, que rompe la homogeneidad social y cultural del reclutamiento de los colegios y liceos, haya contribuido al debilitamiento del mecanismo de asignación estatutaria mencionado por Bourdieu. El fenómeno analizado por Coulangeon en Francia, en relación a consumos musicales, fue observado en el conjunto de las prácticas culturales en Estados Unidos y Canadá (Peterson y Simkus, 1992). Desde principios de los años noventa, Roger Bénoliel y Roger Establet (1991) discernían esa tendencia existente comparando los comportamientos culturales de alumnos escolarizados en liceos generales y en liceos profesionales. En efecto, la acción de la escuela tiende a inducir habitus en el campo de la lectura y la música, pero está lejos de lograrlo totalmente en otros campos, por ejemplo, en el cine. La relación con el cine se realiza, para todos los jóvenes, a través de dos medios distintos: el primero, masivo, es la televisión (por cada película vista en una sala de cine, los jóvenes interrogados vieron seis o siete, y a veces más, en televisión). El segundo, mucho más raro, es la salida al cine que se realiza en familia o en el marco de un grupo de amigos. Resultado espectacular: las muchachas y muchachos manifiestan allí las diferencias de sus actitudes a través de una elección aparentemente idéntica, puesto que unas y otros prefieren actores masculinos… «Fragilidad de los habitus escolares, fuerza de los modelos de género.» Individualización, estandarización y vínculo social Al dotar a cada individuo de un bagaje escolar común, pero sin dotar a todos del mismo bagaje, el sistema escolar produce nuevas divisiones en el seno de las sociedades, ya que para cada nivel de certificación escolar corresponde, más o menos, una franja definida de empleos, de estatus sociales y de niveles de remuneración. En ese sentido, la escuela contribuye a formar y a constituir, si no grupos siempre integrados, al menos grandes colectivos diferenciados. La escuela fabrica lo colectivo. Pero ya no corresponde más al grupo, sino a los mismos CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 57 individuos, la tarea de valorizar y de explotar el capital escolar colectivo así acumulado. El bagaje se convierte así en un equipamiento personal que cada uno debe poner de relieve en función de sus recursos y de sus competencias personales. Cuanto más nos elevamos en la jerarquía de los diplomas, más aumenta el margen de libertad personal en la explotación de un mismo capital escolar. Ateniéndonos al empleo, el margen de maniobra de una mujer titular de un Certificado de Aptitud Profesional (cap) estará, en principio, muy restringido por la oferta de empleos disponibles en el mercado laboral local. En el mejor de los casos, sus «elecciones» estarán comprendidas en un perímetro formado por empleos como obrera de fábrica, cajera de supermercado, empleada de limpieza o de servicio, empleada administrativa, etc. A un hombre egresado de una Grande École se le ofrece, en Francia o en el extranjero, un abanico de empleos mucho más amplio, incluso en sectores para los que no fue formado. Con el mismo nivel de diploma, dos individuos podrán emprender trayectorias que no tienen nada en común. Lo que vale para el empleo vale también para un gran número de sectores de la vida económica y social. Individualmente conquistado, un diploma se convierte muy rápido en una propiedad del individuo cuya óptima explotación permite romper el círculo y las determinaciones de las asignaciones estatutarias. La escuela, en este sentido, permite escapar de todas las formas de lo que Durkheim llamaba la solidaridad mecánica, basada en la similitud (todos iguales), y desarrolla las condiciones que favorecen el surgimiento de una solidaridad orgánica, que caracteriza a una sociedad cuyo principio de cohesión se basa en la diferencia y la complementariedad de sus miembros. En este sentido, la escuela contribuye activamente a la tendencia multisecular de individualización, tan bien descripta por Norbert Elias. La escuela produce individualismo. En la actualidad, hay una fuerte tendencia a subrayar los infinitos progresos del individualismo. Muchos ven en él el principio destructor de todas las formas de cohesión y de solidaridad. Ayer, el vínculo social descansaba en la existencia de grandes colectivos (fábricas, familia, sindicatos, partidos…). Hoy, el vínculo social está minado desde adentro por un individualismo sin fronteras y sin límites que viene a corroer (Sennett) todas las formas de solidaridad anteriores: culto al desempeño individual, premio al mérito, divorcio, familias monoparentales, desafiliaciones, abstención. La escuela tendría un rol activo en el avance ininterrumpido de un individualismo destructor, puesto que, a mayor jerarquía de los diplomas, existe menos dependencia de los otros y más posibilidades de hacer lo que se quiera. Esta visión unilateral y catastrofista del fenómeno de individualización debe ser atemperada por la consideración de varias clases de datos. François de Singly (2003) muestra que «el individualismo también puede crear vínculos». Distingue tres tipos de individualización y tres tipos de vínculos: el competitivo, propio del mercado, el relacional, propio de lo afectivo, y el ciudadano, propio de la política. «Un hombre o una mujer, enamorados, rodeados de amigos, asala- 58 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN riados y consumidores, no son a priori individuos fuera de lo social.» El tercer término de la trilogía republicana «libertad, igualdad, fraternidad» hoy es reemplazado ventajosamente por amistad o humanidad. «Solo se puede vivir en una sociedad si esta logra ofrecer condiciones que permitan a sus individuos convivir. Cada uno es único, cada uno aspira a una vida común. Lo particular no excluye lo común; solo impone las formas que debe tomar lo colectivo.» Hoy vivimos bajo una doble coacción: «Para ser miembro de la sociedad, hay que convertirse en un individuo individualizado». Esta doble coacción no es una fatalidad, puede ser atenuada si cada uno entiende que la realización de sí mismo exige, por un lado, un marco social y económico que debe ser elaborado en conjunto en política y, por otro, un reconocimiento mutuo de las diferencias afirmadas. En realidad, la escuela produce individuos creadores de sus propias exigencias: cada uno forma allí su gusto, su destino, su propia cultura. Pero también transmite especialización profesional y estandarizada. El segundo aspecto prepara, en las orientaciones superiores, hombres de la organización, estandarizados, conformes y destinados a entrar en universos de trabajo altamente burocratizados, organizados, regulados, normalizados, donde cualquiera puede ser reemplazado por cualquiera equivalente. Produce el self y el yo, el ego y el lego. Lucie Tanguy (1991; Agulhon, Polony y Tanguy, 1988) aporta un ejemplo particularmente esclarecedor de este proceso de estandarización de los perfiles profesionales por vía de la escolarización. En los colegios de enseñanza técnica (cet), la formación profesional en talleres estaba garantizada por los profesores técnicos adjuntos (pta), que eran antiguos obreros de oficio llegados a una edad avanzada a la educación nacional. Concebían su función como la de un iniciador en la condición obrera en todas sus formas: oficio, reivindicaciones, filosofía de vida. Muchos niños de origen popular, muy poco motivados para la escuela, se encontraban a menudo en sintonía con una figura de docente que les era más familiar que las otras. Podía suceder, incluso, que este encuentro con un docente más empapado de fábrica que de escuela lograra reconciliar a los jóvenes con la escuela. «Al conocer por experiencia las miserias y los peligros de la condición obrera –escribía Claude Grignon (1971)–, los profesores de taller se esforzaban en “hacer aprovechar” a sus alumnos su experiencia, en ponerlos en “el buen camino”, en transmitirles no solo conocimientos, sino también las buenas costumbres que pueden ayudar a los mejores a “salir del paso”, conforme al viejo adagio de la solidaridad obrera.» Arlette Polony muestra cómo esos docentes llegaban incluso a modificar las normas escolares del conocimiento estrictamente abstracto introduciendo una relación obrera con el saber. El desarrollo de la escolarización sustituyó progresivamente a esos antiguos obreros de oficio por técnicos recién salidos de sus escuelas y titulares de un bachillerato más dos años de estudio. Nacen enfoques totalmente diferentes para enseñar las mismas tecnologías: en donde el pta se basaba en la experiencia y el oficio, el técnico, que no conoce la empresa, privilegia el carácter técnico y científico de los contenidos y prepara al joven para CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 59 una adaptación polivalente a la técnica y a sus evoluciones. Es especialmente uno de los efectos de la supuesta «elevación del nivel» lo que permitió liquidar los cap en beneficio de los bep. Al escolarizar de este modo la enseñanza profesional, la volvieron intelectualmente más abstracta y socialmente más distante de las expectativas e intereses de los alumnos de origen obrero. Este proceso de escolarización se traduce en una estandarización aumentada. El fenómeno identificado por Lucie Tanguy en los liceos profesionales se encuentra en muchas otras profesiones, donde el derecho de entrada a un oficio se canjea por un diploma determinado o un alto nivel de certificación. Las escuelas de periodismo y la Escuela Nacional de Administración (ena) tuvieron un papel considerable en la uniformización de los perfiles de políticos y periodistas de la prensa escrita y audiovisual. Los Rouletabille* y los representantes populares cedieron progresivamente lugar a profesionales formateados por Sciences Po** o por las escuelas de periodismo y a políticos que aprendieron en la ena un pensamiento único expresado en un mismo lenguaje tecnocrático. De izquierda o de derecha, se vuelven intercambiables y se alejan de la vida cotidiana de las clases populares2. Con el fin de oponerse a la tendencia unilateral que atribuye la corrosión o la destrucción –activamente alentadas por el avance de la escolarización– del vínculo social al aumento irreprimible de un individualismo devastador, citaremos, con el mismo espíritu que François de Singly, dos ámbitos donde «el individualismo escolar» crea un vínculo social: la elección del cónyuge y de la vida asociativa. Hay muchos otros. La elección del cónyuge Las estratificaciones culturales superan hoy a las de carácter socioprofesional. Algunos autores, principalmente Peter Blau y Otis Duncan (1967), formularon la hipótesis de que, en nuestras sociedades modernas, los estatus asignados, tales como la pertenencia étnica, el género o la clase social, se vuelven menos decisivos para explicar las posiciones socioeconómicas; en cambio, los estatus adquiridos (especialmente el nivel de educación) se tornan mucho más determinantes. * Periodista (y detective aficionado) que protagoniza la novela policial El misterio del cuarto amarillo (1907), de Gaston Leroux (n. del e.). ** Nombre con que se designa, coloquialmente, a la École Libre des Sciences Politiques (n. del e.). 2 En los años setenta, se desarrollaron formas de crítica de la institución escolar más radicales. Para Michel Lobrot (1970), la escuela es un instrumento de violencia y de sumisión que mata la creatividad. Es considerada responsable de la decadencia y de la muerte de todas las grandes civilizaciones, desde la Antigüedad hasta nuestros días. Según Lobrot, gracias a la educación fuera de la escuela el gusto por la innovación se conserva y se desarrolla, sobre todo en las clases dominadas. La crítica más radical de la escuela proviene de Ivan Illich (1970), quien proclama la necesidad de una sociedad sin escuela. 60 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Varias evoluciones macrosociales que se han producido desde principios de los años sesenta corroboran esta teoría. El aumento del nivel escolar, la postergación de la edad para casarse, la generalización del empleo remunerado femenino y la obtención (e incluso la superación), por parte de las mujeres, del nivel de educación de los hombres permiten pensar que la homogamia está hoy más relacionada con los estatus adquiridos que con los asignados. Esta hipótesis fue verificada recientemente en Estados Unidos (Kalmijn, 1991). A partir de datos acerca de Francia, Louis Chauvel y Michel Forsé (Chauvel y Forsé, 1995) llegan a conclusiones análogas. Incluso con el control de la más mínima correlación entre origen social y diploma, este último se convierte en el principal factor de la homogamia. Aunque la lógica de la homogamia no esté cuestionada, hoy el valor del cónyuge en el «mercado matrimonial» se calcula más por su nivel de diploma. Esta afirmación es confirmada por varios estudios que señalan, en campos variados (modos de vida, sociabilidad, opiniones, etc.), que los fenómenos que buscan demostrar se explican mejor por el nivel cultural que por el nivel social, restringiendo el sentido de este último término al origen, a la categoría social o a la posición en la jerarquía profesional. La vida asociativa La entrada al mundo de las asociaciones está en marcada correlación con el nivel de diploma (Héran, 1988). En 1988, se calculaba que había un 23,5% de egresados del bachillerato entre los adultos miembros de una o varias asociaciones, contra un 9,9% entre los que no lo eran. Ya se trate de las clases superiores o de las medias, el asociacionismo es, en primer lugar, la esencia de los intelectuales. Tiene buenos alumnos: los profesores. En el medallero, para los varones, en no menos de los siete primeros lugares se confirma la propensión a la militancia: sindicatos del sector público, padres de alumnos, partidos políticos, movimientos humanitarios, grupos religiosos, asociaciones de consumidores y clubes deportivos. Las profesoras encabezan los índices de adhesión en un número igual de secciones, pero sin privilegiar la dimensión militante. Ocupan el primer puesto en las asociaciones de residentes, en las de ex alumnos y en las regionales, mientras que ceden el paso a las maestras en los ámbitos político, sindical y consumerista. A la sociabilidad gustosamente militante de los intelectuales le corresponde la sociabilidad más funcional de las otras categorías: los ingenieros y ejecutivos técnicos están muy presentes en las asociaciones de ex alumnos; las profesiones liberales, en los clubes, a la manera estadounidense. Ya no se trata de tribunas consagradas a la defensa de causas generales y formalmente abiertas a todos, sino de redes de uso interno, protegidas por un derecho de admisión, donde solo se admiten, por definición, los poseedores de un diploma o de un puesto. No obstante, los profesionales liberales no se contentan con frecuentar los clubes de negocios. Ricos tanto en capital económico como en capital cultural, siguen CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 61 de cerca a los profesores en los grupos religiosos, movimientos humanitarios, asociaciones de padres de alumnos y clubes deportivos. La sobreadhesión de los profesores y, en menor grado, de los profesionales liberales sigue siendo la característica más importante de la mayoría de las asociaciones. Presencia que se vuelve más significativa cuando no se limita a los ámbitos donde la adhesión solo es, a menudo, una clave de acceso a manifestaciones culturales. Pero sea cual sea su nivel de aplicación, clases superiores o medias, lo principal es la relación privilegiada del capital cultural con la enseñanza asociativa, de la cual todo parece indicar que exige menos la fortuna que el manejo del tiempo y de la palabra. CAPÍTULO 2 ¿Efectos liberadores? Muchas mediciones realizadas en miles de adultos entre 25 y 72 años, extraídas de encuestas de treinta y ocho países entre 1949 y 1975, establecen que la educación produce efectos positivos importantes y duraderos en el ámbito de los valores. Herbert Hyman y Charles Wright (1979:60) P artiendo del análisis sociológico precedente, según el cual la escuela es capaz de modificar de forma duradera las actitudes y los valores de los alumnos, proponemos en este segundo capítulo pasar revista a las investigaciones psicosociales que sugieren que un efecto «liberador» beneficioso está asociado al aumento del nivel de estudios. Entendemos por efecto liberador al aumento de las competencias, de la autoestima y, al mismo tiempo, a la disminución de los prejuicios (que consisten en una valoración negativa de extranjeros, minorías o categorías populares). Los partidarios de la tesis del efecto liberador se encuentran en muchos países, a tal punto que la idea según la cual la escuela aumenta las aptitudes y disminuye los prejuicios es considerada generalmente como un hecho establecido. Las investigaciones que presentaremos engloban estudios longitudinales y correlacionales. En primer lugar, presentaremos muy brevemente algunos datos citados por Bowen (1983) que, a su vez, fueron tomados del trabajo de Hyman, Wright y Reed (1975). Muchas investigaciones sugieren que el nivel de educación tiene un efecto totalmente positivo sobre el grado de competencias de los individuos cuando egresan de los sistemas de enseñanza y de formación (por ejemplo, Lehman y Nisbett, 63 64 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN 1990; Lehman, Lempert y Nisbett, 1988; Bowen, 1983). No obstante, pocos estudios intentaron evaluar la persistencia de dicho efecto positivo a largo plazo. Poner en evidencia un efecto del nivel de educación sobre el grado de competencias a largo plazo no es metodológicamente fácil. De hecho, pueden intervenir numerosos factores. No obstante, los datos citados por Bowen (1983) sugieren bastante claramente que el nivel de educación afecta el grado de competencias de los individuos, incluso veinte años después de su egreso de la universidad. En una segunda etapa, los trabajos de Alexander Astin (1986) son ineludibles para estudiar los efectos de la educación sobre algunas actitudes, creencias y competencias. El interés de esas investigaciones será mostrar que en la escuela se opera un cambio de actitudes sobre numerosas variables (sin limitarse a las actitudes sociopolíticas). Educación y competencias a largo plazo Bowen (1983) presenta datos representativos de la población estadounidense, midiendo diferentes competencias relacionadas con: 1) la cultura general; 2) el vocabulario, la historia, la educación cívica, la geografía, las ciencias, etc.; 3) conocimientos muy generales relativos al deporte o a la actualidad. Los encuestados tienen entre 37 y 48 años y deben indicar, además de sus respuestas, su nivel de educación. El cuadro 1 presenta los principales resultados obtenidos. A partir de la lectura del cuadro se puede comprobar fácilmente que el nivel de educación tiene un efecto positivo en un largo plazo sobre la cultura general y las competencias académicas de los encuestados. Los índices de respuestas correctas de los encuestados que llegaron al colegio/liceo son superiores a los de los que detuvieron su escolaridad en el nivel de la escuela elemental. Del mismo modo, los índices de respuestas correctas son más altos para los encuestados universitarios que para los del colegio/liceo. Puesto que estos resultados son independientes del efecto de numerosas variables de control, Hyman, Wright y Reed (1975) sugieren que el efecto del nivel de educación es beneficioso incluso en el largo plazo. Los datos citados son independientes del origen étnico de los encuestados (todos blancos estadounidenses), del género, de la religión y de la región geográfica de origen. Los controles por edad y clase social de origen solo modifican muy levemente estos datos. Del mismo modo, los resultados son prácticamente idénticos cuando se tiene en cuenta la posición profesional ocupada por los encuestados. Estos resultados llevaron a que los autores concluyan que: «El conocimiento tiende a elevarse con cada ascenso de la escala educativa»; y agregan: Estos resultados básicos establecen que el más instruido tiene conocimientos más amplios y profundos no solo en cuestiones estrictamente teóricas (bookish facts), sino también en la mayor parte de los asuntos del mundo 65 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ CUADRO 1. Personas de 37 a 48 años que responden correctamente a las preguntas sobre competencias y cultura general en función de su nivel de educación más alto Número de Escuela Colegio/liceo Universidad exámenes elemental (%) (2) (%) (3) (%) A partir de encuestas de los años cincuenta Cultura general 1 14 Cultura general 2 20 Cultura general 3 7 Cultura general 4 14 Historia 4 Derechos del hombre 13 Geografía 5 Derechos cívicos 9 Otros ítems académicos (ciencias) 2 Conocimientos sobre actualidad y 11 eventos deportivos A partir de encuestas de los años sesenta Cultura general 1 15 Cultura general 2 7 Cultura general 3 3 Cultura general 4 6 Historia 3 Derechos del hombre 6 Geografía 3 Derechos cívicos 3 Otros ítems académicos (ciencias) 3 Conocimientos sobre actualidad y 3 eventos deportivos Diferencia (3)-(2) (%) 29 36 29 36 36 13 33 38 85 52 60 57 56 70 46 53 67 94 62 78 81 68 90 78 77 82 99 10 18 24 12 20 32 24 15 5 42 57 61 4 39 29 41 57 31 36 41 60 45 60 45 77 77 41 64 54 57 79 70 65 84 95 75 77 53 61 89 10 20 7 18 34 13 -1 4 10 32 61 82 21 Fuente: Bowen (1983:92); Hyman, Wright y Reed (1975:132, 134, 141, 143 y 146). contemporáneo, que las diferencias sortean obstáculos y perduran a pesar del aumento de la edad y que caracterizan a los individuos de varias generaciones y períodos históricos. […] Las diferencias según el nivel educativo son significativas. Resisten el aluvión masivo de controles. De este modo, las conclusiones parecen salvaguardadas mediante mediciones fuertes, si no definitivas. Los hombres razonables, al reconocer la imposibilidad de ejercer un control absoluto sobre cada factor imaginable que puede afectar tanto al conocimiento como al logro educativo […], deberían considerar la evidencia como persuasiva (52). Educación, autoestima y actitudes liberales Alexander Astin fue profesor de Ciencias de la Educación de la Universidad de Los Ángeles, California, presidente del Higher Education Research Institute y 66 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN director del Cooperative Institutional Research Program. También fue director de investigaciones para el American Council on Education (1965-1973) y para la National Merit Scholarship Corporation (1960-1964). Es autor de numerosas obras en el campo de las ciencias de la educación (Academic Gamesmanship, 1976; The Power of Protest: A National Study of Student and Faculty Disruptions with Implications for the Future, 1975; Preventing Students from Dropping Out, 1975, etc.). Publicado en 1986, Four Critical Years: Effects of College on Beliefs, Attitudes, and Knowledge relata una serie de investigaciones realizadas a partir de 1961 que incluyen la participación casi sistemática de los estudiantes de primer y último año de algunas universidades (colleges) estadounidenses. Esta obra es particularmente pertinente, en la medida en que puede compensar la falta de generalización de los resultados de Newcomb (1943), puesto que, en total, más de 200 mil estudiantes participaron en esas investigaciones. El cuadro 2 señala la distribución de la muestra estudiada por Astin (1986). La mayoría de los estudiantes encuestados tuvieron un seguimiento durante los cuatro años de su formación y, a veces, mucho más allá de eso, cuando era posible. Como especialista de las ciencias de la educación, Astin va a conceder mucha importancia al desarrollo de una metodología adaptada para aprehender los efectos de la educación. CUADRO 2. Población estudiada por Astin de forma longitudinal Fecha de ingreso a la universidad Año de egreso y de seguimiento Cantidad de estudiantes 1961 1966 1966 1967 1967 1967 1968 1968 1969 1969 1965-1971 1969-1970 1970 1968 1969-1970 1971 1969-1970 1972 1969-1970 1974 16 674 19 422 25 399 5 351 20 958 34 346 21 458 41 358 17 771 24 395 Fuente: Astin (1986:16). Por ejemplo, antes de concluir que tales efectos existen, Astin cree que varias condiciones deben ser satisfechas: los estudiantes escolarizados deben modificar más sus actitudes que las personas de la misma edad no escolarizadas. Del mismo modo, los estudiantes que pasaron cuatro años en el colegio deben modificar más sus actitudes que los que lo hicieron solamente uno o dos años. Los estudiantes que viven en el campus y tienen poco contacto con el exterior deben cambiar más que los que no lo hacen. En fin, los cambios observados no deben reflejar cambios confirmados de un modo más general en la sociedad. 67 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ Una batería de ítems fue administrada al ingreso y justo antes del egreso. Se utilizan numerosas escalas, pero Astin las reagrupará por componentes factoriales (Doise, Clémence y Lorenzi-Cioldi, 1992). El cuadro 3 presenta los cambios observados en cuanto al concepto de sí mismo que tienen los encuestados. El cuadro 4, en cuanto a diferentes actitudes y valores, y el cuadro 5 ilustra el cambio en cuanto a las creencias religiosas. En lo que se refiere al concepto de sí mismo, podemos observar (cuadro 3) un aumento de la proporción de estudiantes que se consideran por encima del promedio. También hay una disminución de la proporción de estudiantes que se consideran por debajo del promedio, pero es menos significativa. En conjunto, los resultados presentados en este cuadro sugieren que la educación tiene como efecto aumentar la autoestima o el valor que los estudiantes se conceden a ellos mismos. CUADRO 3. Cambio en el concepto de sí mismo de los estudiantes luego de su paso por el colegio Componentes factoriales Saturación factorial Orientación política Liberal Conservadora Autoestima social Capacidad de liderazgo Popularidad con el sexo opuesto Capacidad para hablar en público Confianza en sí mismo Popularidad Autoestima/competencia intelectual Confianza en sí mismo Aptitud académica Aptitud en Matemáticas Estudiantes ingresantes Estudiantes que están que se atribuyen cada terminando que se atribuyen cada componente (%) componente (%) Por encima del Por debajo Por encima del Por debajo promedio del promedio promedio del promedio 0,38 0,30 18,0 14,2 30,6 14,5 +17,0 +0,3 -4,5 +10,5 0,61 0,66 0,51 0,70 0,65 35,5 26,6 20,0 28,9 30,8 14,3 11,6 37,3 18,9 5,8 +11,3 +9,6 +6,3 +5,4 +4,1 -0,6 -3,0 -7,9 -0,2 -0,5 0,46 0,70 0,63 35,4 58,3 36,2 11,5 3,5 28,6 +14,0 +3,9 -2,2 -1,1 -1,8 -1,3 Fuente: Astin (1986:33). Nota: los estudiantes (N = 25 000) debían ser evaluados en cada ítem en comparación con las personas de la misma edad. Todos los cambios son significativos en al menos p < 0,05. Del mismo modo, el resultado de los estudios de Newcomb marca una tendencia a adoptar actitudes menos conservadoras. A propósito de las competencias percibidas, se puede comprobar que la capacidad académica es más importante para los que están terminando que para los ingresantes. Parecería que las competencias en Matemáticas no aumenta con la cantidad de años de estudio, pero incluso ahí se trata de resultados promedio que pueden ocultar disparidades según el campo de estudio. 68 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Si se consideran los datos del cuadro 4, podemos comprobar que el cambio de actitudes es significativo ya desde el primer año y que se acentúa al final de los cuatro años de formación. Aunque parece ser efectivo, es difícil, sin embargo, calificarlo de efecto liberador. Desde luego, los estudiantes aceptan menos los estereotipos de los roles tradicionales femeninos, están más a favor de las publicaciones científicas, pero también están en contra de los tratos preferenciales respecto a los grupos socialmente estigmatizados (los estudiantes afroamericanos y las minorías étnicas). CUADRO 4. Cambio en las actitudes y valores de los estudiantes en intervalos de uno y cuatro años desde el ingreso a la universidad Cambio de los estudiantes que consideraban los ítems como «esenciales» o «muy importantes» (%) Ítem Cambio en un intervalo de un año (1967-1968) Cambio en un intervalo de cuatro años (1967-1971) La actividad de las mujeres casadas debería limitarse a encargarse del hogar y la familia -3,0 -32,9 Se debería disuadir a los padres de tener una familia numerosa La marihuana debería ser legalizada El principal beneficio de la educación es aumentar el poder económico +2,1 +32,9 +28,5 n/d -10,5 -20,7 La progresión universitaria debe estar basada en la evaluación de los estudiantes +7,6 +19,5 Mis actitudes y creencias son similares a las de los otros estudiantes de las otras universidades -6,2 -9,9 Los científicos deberían publicar sus resultados sin importar las consecuencias +5,7 +8,6 Los estudiantes desfavorecidos deberían recibir un trato preferencial para la admisión en la universidad -2,8 -6,8 Las mujeres deberían ser alentadas a continuar con sus estudios Concretamente, es difícil cambiar a la sociedad +1,9 +5,9 +7,6 +5,4 Fuente: Astin (1986:61). Nota: los estudiantes (N = 25 000) debían ser evaluados en cada ítem en comparación con las personas de la misma edad. Todos los cambios son significativos en al menos p < 0,05. La tesis del efecto liberador de la educación no parece ser aplicable en todos los casos. Como veremos en la última parte de este trabajo, la oposición a la discriminación positiva (affirmative action) plantea varios problemas con respecto a la tesis del efecto liberador de la educación. En cambio, esta tesis parece ser particularmente pertinente en el caso de las creencias religiosas. Como se puede observar en el cuadro 5, la elevación del nivel de educación lleva a rechazar todo dogmatismo religioso, cualquiera sea la religión considerada. 69 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ CUADRO 5. Cambio en la afiliación religiosa luego del ingreso a la universidad Preferencia religiosa Estudiantes adeptos al momento de ingreso en la universidad Cambio (%) Medio año después Un año y medio después Dos años y medio después Tres años y medio después Cuatro años después -3,8 -0,9 -0,4 -1,7 -3,4 -3,2 -0,4 +5,7 -4,8 -3,7 -0,6 +8,3 -6,6 -4,1 -0,9 +10,1 -11,0 -5,7 -1,0 +14,9 (1966-1969) (%) Protestante Católica Judía Sin religión 50 29 6 9 Fuente: Astin (1986:55). Nota: los estudiantes que indicaron otra elección religiosa no fueron tomados en cuenta. Resumiendo, los trabajos de Astin apoyan la tesis del efecto liberador de la educación en diferentes niveles. No obstante, nos informan solo un poco sobre la presencia de un efecto semejante en el plano de las actitudes intergrupales y de los prejuicios. Como complemento, otras investigaciones sugieren que las personas más instruidas son menos etnocéntricas (Berry, Kalin y Taylor, 1977) y manifiestan actitudes más favorables que las menos instruidas hacia diversos grupos, tales como los judíos (Selznick y Steinberg, 1969), los negros (Curtis y Lambert, 1976) o los comunistas (Hyman y Wright, 1979). Recientemente, Wagner y Zick (1995) mostraron que esta relación negativa entre el nivel escolar y los prejuicios –actitudes medidas por diferentes escalas más o menos implícitas (Guimond y Dambrun, 2003)– hacia los diferentes grupos étnicos, como los turcos o los norteafricanos, es válida para Francia, Inglaterra, Alemania y los Países Bajos. Educación y prejuicios Con el fin de dar cuenta de las correlaciones negativas generalmente observadas entre el nivel de educación y los prejuicios (Harding, Prishansky, Kutner y Chein, 1969; Beattie, Agahi y Spencer, 1982; Ray, 1990), Wagner y Zick realizaron en 1988 un estudio en el seno de la Comunidad Europea. De hecho, utilizan datos tomados de encuestas del Barómetro europeo (realizadas regularmente para sondear las actitudes políticas de los países miembros de la Comunidad Europea). La investigación de Wagner y Zick engloba siete estudios diferentes llevados a cabo en Alemania, Francia, Inglaterra y los Países Bajos (n = 3 788). En cada país, los participantes debían indicar sus actitudes hacia los diferentes grupos objetivos (minorías étnicas tales como los turcos en Alemania, los norteafricanos en Francia, etc.). Estos investigadores emplearon tres mediciones diferentes de los prejuicios: una de antipatía, una de prejuicios raciales tradicionales y una más sutil de prejuicios raciales (Pettigrew y Meertens, 1995). Se supone que esta última mide formas más modernas de prejuicios, y resultó estar más fuertemente rela- 70 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN cionada con los comportamientos discriminatorios, principalmente en Estados Unidos en el contexto actual. La medición de prejuicios sutiles debe evitar también los sesgos de la deseabilidad social que aparecen de forma inherente en los cuestionarios de tipo autocalificación (self-report). Wagner y Zick tomaron dos niveles de educación: las personas que dejaron la escuela antes de los 18 años (nivel bajo) y aquellas que continuaron sus estudios más allá de esa edad (nivel alto). Según estos autores, otras formas de medir el nivel de educación condujeron a los mismos resultados. En un primer estudio, Wagner y Zick pusieron a prueba el efecto del nivel de educación (bajo versus alto) y el efecto conjunto de la clase social (baja versus alta) en las tres mediciones de prejuicios (antipatía, prejuicios tradicionales y sutiles). En efecto, según estos autores, los estudios anteriores confundieron demasiadas a menudo el nivel de educación y la clase social. Sabemos que el nivel de educación está conectado a la clase social: los individuos más instruidos son también los herederos de una clase social más favorecida (Bourdieu y Passeron, 1970; Bourdieu, 1986; Ekehammar, Nilsson y Sidanius, 1987). Por otro lado, algunas investigaciones establecen una relación negativa entre la clase social y el rechazo a los exogrupos minoritarios (los negros en Estados Unidos: Simpson y Yinger, 1985). En un primer estudio, Wagner y Zick presentan, entonces, los resultados que obtuvieron en función del nivel de educación y de la clase social (véase cuadro 6). A partir de la lectura de estos resultados, podemos comprobar que, cuando se controla estadísticamente el efecto del nivel de educación y el efecto de la clase social sobre los prejuicios raciales, se puede constatar que el nivel de educación está íntimamente relacionado con los prejuicios (los más instruidos tienen significativamente menos prejuicios que los menos instruidos), mientras que la clase social lo está mucho menos. La hipótesis según la cual el efecto del nivel de educación sobre los prejuicios encubriría, efectivamente, un efecto de la clase social no está verificada. De hecho, aunque el efecto de la clase social aparezca, en promedio, en el conjunto de las poblaciones estudiadas (solamente en las mediciones tradicionales de prejuicios), solo se destaca significativamente en Alemania (los autores no aportan ninguna explicación tangible de ese resultado). En cambio, cualquiera sea el tipo de escala, el nivel de educación predice los prejuicios raciales. En un segundo estudio, los autores intentarán delimitar los mecanismos psicosociales que sustentan el efecto «liberador» de la educación. No presentaremos en detalle este segundo estudio, ya que supera el alcance del presente trabajo; no obstante, nos parece interesante señalar que el efecto de la educación se mantiene aun cuando se controlan diferentes factores tales como el género, la edad, la clase social, etc. De hecho, Wagner y Zick construirán un modelo estructural para dar cuenta del efecto del nivel de educación sobre los prejuicios raciales. Fundamentalmente, consideran que la relación entre el nivel de educación y los prejuicios está mediatizada, en parte, por la percepción de privación personal (por ejemplo, el sentimiento de que la suerte del individuo 71 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ CUADRO 6. Relaciones entre el nivel de educación, la clase social y tres escalas de prejuicios raciales Prejuicios Prejuicios tradicionales sutiles Antipatía Alemania Nivel de educación Bajo Alto Clase social Baja Alta Países Bajos Nivel de educación Bajo Alto Clase social Baja Alta Francia Nivel de educación Bajo Alto Clase social Baja Alta Inglaterra Nivel de educación Bajo Alto Clase social Baja Alta Total Nivel de educación Bajo Alto Clase social Baja Alta ** 2,59 2,10 * 2,59 2,35 Rechazo a los turcos ** ** 3,15 5,68 2,93 4,66 N Prejuicios Prejuicios tradicionales sutiles Antipatía N 635 335 3,14 5,70 3,04 5,17 Rechazo a los turcos ** ** ** 2,19 3,29 5,05 1,74 3,07 4,48 279 691 2,12 1,88 3,26 4,91 3,14 4,68 Rechazo a los asiáticos ** ** ** 2,22 3,03 5,49 1,75 2,68 4,23 128 357 2,13 1,94 223 262 Rechazo a los surinameses ** ** * 1,99 3,05 4,56 1,67 2,85 4,16 211 264 124 351 252 227 1,98 3,00 4,54 1,76 2,92 4,27 Rechazo a los norteafricanos ** ** ** 2,57 3,24 6,26 2,05 2,93 5,03 2,95 5,27 2,83 4,74 Rechazo a los asiáticos ** ** * 2,36 3,14 5,37 1,94 2,78 4,67 137 342 2,45 2,29 133 308 313 149 3,12 5,99 3,09 5,60 Rechazo a los indonesios ** ** ** 2,35 2,99 5,28 1,83 2,61 4,22 2,35 2,11 3,12 2,94 5,44 4,88 223 239 2,26 2,15 255 221 ** 2,38 1,87 ** 2,31 2,10 ** 3,12 2,86 ** 5,45 4,49 2 220 1 568 3,07 2,99 5,30 4,93 1 279 2 509 2,93 2,83 4,95 5,01 245 196 341 135 Fuente: Wagner y Zick (1995:45). Nota: * p < 0,05; ** p < 0,01. La escala de prejuicios tradicionales y la de antipatía son de tipo Likert de 10 puntos, la escala de prejuicios sutiles es de tipo Likert de 4 puntos (en cada escala, resultados elevados indican fuertes prejuicios raciales o fuerte antipatía). autóctono sería mejor sin los extranjeros), por la percepción de privación colectiva (por ejemplo, el sentimiento de que los extranjeros toman el trabajo de los autóctonos), por la disparidad cultural (por ejemplo, el sentimiento de que las diferencias culturales entre los autóctonos y los extranjeros son demasiado impor- 72 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN tantes), por el conservadurismo (por ejemplo, la voluntad de no hacer evolucionar la sociedad), por el orgullo nacional (por ejemplo, el sentimiento de identificación con una nación) y por el contacto intergrupal (los más instruidos tienen más contacto con los extranjeros, lo cual los lleva a disminuir sus prejuicios). Hemos elegido citar aquí el estudio de Wagner y Zick (1995) porque probablemente sea el más reciente en la materia y refleja bastante bien toda una plétora de investigaciones que va en el mismo sentido y que no tendremos el tiempo de resumir en este trabajo. Por último, hemos elegido presentar esta investigación en vez de otras porque tiene el mérito de emplear diferentes escalas de prejuicios. A modo de transición, podemos señalar un último resultado puesto de manifiesto por estos autores. Conforme a sus hipótesis, aparece un efecto de interacción entre el tipo de escala empleada para predecir los prejuicios raciales y el nivel de educación: las personas más instruidas muestran significativamente menos prejuicios raciales que las personas menos instruidas, pero eso es cierto, sobre todo, en mediciones de prejuicios muy explícitas (escala de prejuicios tradicionales). Este resultado concuerda con la idea según la cual las personas más instruidas tendrían simplemente más facilidades para disimular sus prejuicios o serían más sensibles a una norma antirracista que los llevaría a comprender que es socialmente inaceptable parecer intolerante (Wagner y Zick, 1995:46). Como veremos en la tercera parte de este trabajo, algunos investigadores (desde luego, minoritarios, pero, no obstante, influyentes) propusieron un enfoque diferente del efecto del nivel de educación sobre las actitudes intergrupales. No objetan la idea según la cual la elevación del nivel de educación tiene un efecto beneficioso sobre numerosas variables y, principalmente, sobre el plano cognitivo. A pesar de eso, dichos investigadores cuestionan, principalmente, el aspecto liberador de la educación sobre los prejuicios raciales. Siguiendo este enfoque, algunos de ellos niegan la existencia de una relación negativa entre el nivel de educación y los prejuicios raciales; otro grupo, más numeroso, considera que es puramente ficticia, ya que solo reflejaría un artificio metodológico (los más instruidos serían más hábiles para disimular sus prejuicios). Podemos señalar que la interacción observada por Wagner y Zick (1995) entre el nivel de educación y la medición de los prejuicios (tradicionales o más sutiles) se inscribe en esta óptica. De hecho, como veremos más adelante, este enfoque disidente, que cuestiona el efecto liberador del nivel de educación sobre los prejuicios, se sitúa en un paradigma teórico elaborado desde hace mucho tiempo, principalmente por sociólogos (Jackman, 1973, en Estados Unidos; Baudelot y Establet, 1971, y Trottier, 1983, en Francia). Ese paradigma es, a veces, calificado de radical (Trottier, 1983) o de ideología dominante (Guimond, Palmer y Bégin, 1989; Bruner, 1996). Como señalaran muy recientemente Guimond y Dambrun (2003): «El paradigma radical se sitúa en el lado opuesto al paradigma funcionalista. En efecto, el paradigma radical cuestiona el carácter meritocrático de la sociedad y la contribución del sistema escolar en la instauración de una mayor 73 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ igualdad de oportunidades. Desde ese punto de vista, en lugar de transmitir orientaciones esenciales al funcionamiento de una sociedad democrática, el sistema de enseñanza tiene como función asegurar la dominación de un grupo sobre otro». En este enfoque, la escuela tendría como función alternativa legitimar las desigualdades entre los grupos sociales. Si bien la tesis de la reproducción (Bourdieu y Passeron, 1970) ya había puesto de manifiesto el rol desempeñado por la educación en la perpetuación de las desigualdades sociales, desde entonces pocos investigadores contribuyeron de forma directa a alimentar empíricamente este enfoque. Propondremos, pues, en esta última parte, un análisis de los estudios que tienden a cuestionar la tesis del efecto liberador de la educación en el plano de los prejuicios intergrupales. Esta última parte, para nosotros, tiene muy poco sustento empírico, lo cual justifica la necesidad de emprender nuevos estudios dentro de esta perspectiva. Por último, si bien la tesis del efecto liberador de la educación cobró impulso sobre todo en Estados Unidos, encontraremos, incluso entre los estudios más recientes, una clara contribución de investigadores franceses y europeos a la tesis de la ideología dominante. La función de socialización de la escuela y el cuestionamiento del efecto liberador Si bien la función de la escolarización, de la educación, es hacer a las personas capaces de razonar y aprender, o dotarlas de un juicio moral, sin duda alguna, es también reproducir la cultura en la cual se insertan, y no solo reproducirla, sino también promover sus objetivos económicos, políticos y culturales. Jérôme Bruner (1996) En el origen mismo del cuestionamiento del efecto liberador de la educación sobre los prejuicios, encontramos la tesis de la ideología dominante (o paradigma radical). Según este enfoque, algunos investigadores consideran que la escuela hace a los individuos más receptivos a la ideología dominante (Jackman y Muha, 1984; Guimond, Palmer y Bégin, 1989). La ideología dominante puede definirse como el conjunto de creencias que legitiman y justifican el mantenimiento del sistema. Por ejemplo, la creencia meritocrática según la cual las posiciones de los individuos en la sociedad son justas por ser merecidas alimenta la ilusión de que la suerte de los grupos socialmente desfavorecidos es normal y legítima. Las personas más instruidas se inclinarían más a adoptar este tipo de 74 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN creencias. La escuela en sí misma vehicula «la ideología del don», para usar una expresión de Bourdieu. Estas consideraciones teóricas se encuentran en numerosas disciplinas: en la sociología y la psicología social, pero también en la economía (Bowles y Gintis, 1976). En efecto, Bowles y Gintis (1976:102), dos economistas, defienden la idea de que una de las funciones esenciales de la educación es justificar las desigualdades existentes: Un elemento fundamental en la función integral de la educación es la legitimación de las desigualdades económicas preexistentes. Por eso, los esfuerzos por lograr objetivos igualitarios no son simplemente débiles; entran también, como demostraremos, en un conflicto considerable con la función integral de la educación. El sistema educativo legitima la desigualdad económica al proveer un mecanismo abierto, objetivo y ostensible de meritocracia para la asignación de posiciones económicas desiguales a los individuos. El sistema educativo promueve y refuerza la creencia en que el éxito económico depende esencialmente de poseer competencias técnicas y cognitivas. En total desacuerdo con la corriente de pensamiento de los años setenta, estos dos autores mostrarán principalmente que las diferencias de coeficiente intelectual entre los negros y los blancos en Estados Unidos no son pertinentes para dar cuenta de la transmisión intergeneracional del estatus económico y las posiciones familiares. En sociología, Jackman y Muha (1984), por ejemplo, alegan que las personas más instruidas no son más tolerantes que las personas menos instruidas, sino que solo se vuelven más sofisticadas en la defensa del interés de su grupo. Como estrategia, las personas más instruidas disimularían sus prejuicios con el fin de asegurar la preservación del sistema. En este sentido, las personas más instruidas tendrían un mayor interés en suscribir a una creencia en un mundo justo (Lerner, 1980), ya que legitima indirectamente su propia posición ventajosa en la sociedad. Del mismo modo, las personas más instruidas tendrían más interés en favorecer las explicaciones causales internas en vez de las externas (por ejemplo, explicar la pobreza por factores de personalidad en lugar de hacerlo mediante factores coyunturales). En otras palabras, las personas más instruidas emplearían diferentes estrategias con el fin de promover la ideología dominante. Como señalan Guimond y Dambrun (2003): «La gente instruida se mostraría benevolente y tolerante ante las minorías étnicas con el fin de mantenerlas en un estado de subordinación, pero podría reaccionar mucho más negativamente ante grupos raciales que amenacen sus intereses». Los datos empíricos que contribuyen a alimentar esta última sección que aborda el cuestionamiento del efecto liberador de la educación sobre las actitudes intergrupales son mucho más dispersos que en las secciones anteriores. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 75 Proponemos, no obstante, confrontar dos puntos de vista muy generales. En primer lugar, algunas investigaciones simplemente cuestionan la tesis del efecto liberador de la educación. En segundo lugar, con una perspectiva más integradora, algunos investigadores propusieron recientemente que los efectos de la educación serían diferentes según el campo de estudio. Este último enfoque es el que prevalece ampliamente en la actualidad en la investigación en psicología social, tanto en los países angloparlantes (Canadá, Estados Unidos) como en los francófonos (Canadá, Francia). A pesar de que complica considerablemente el conocimiento de «los efectos de la educación», tiene la ventaja de permitir la integración teórica de las tesis del efecto liberador, por un lado, y de la ideología dominante, por otro (Guimond, Palmer y Bégin, 1989). El efecto liberador de la educación sobre los prejuicios: ¿un artificio? A pedido de la comunidad judía estadounidense, Stember (1961) realiza una serie de estudios que nos parece interesante presentar brevemente. Por un lado, porque esas investigaciones cuestionan la tesis del efecto liberador y universal de la educación1 y, por otro, porque se interesan en estudiar principalmente el antisemitismo, una forma específica de prejuicio que todavía no hemos abordado en este trabajo2. La idea general que anima el trabajo de Stember es la siguiente: si bien el efecto liberador de la educación sobre las actitudes intergrupales se aprecia en numerosas investigaciones, hay igualmente ciertas contradicciones en los datos. Para explicar algunas de esas contradicciones, el autor plantea que los efectos de la educación pueden ser diferentes según el grupo objetivo de estigmatización (los judíos, los negros), ya que estos grupos no son víctimas de los mismos estereotipos. Como veremos a continuación, Stember obtiene algunos resultados empíricos que sostienen bastante bien esa hipótesis. Los datos que emplea provienen de sondeos llevados a cabo por diferentes instituciones3: 1. el American Institute of Public Opinion (Gallup Poll); 2. el National Opinion Research Center de la Universidad de Chicago (norc); 3. la Elmo Roper Organization; 4. Ben Gaffin y asociados (estudio nacional de los prejuicios y actitudes religiosas). 1 2 3 Véase también Weil (1985). Para consultar investigaciones que tratan específicamente sobre el antisemitismo, véanse Selznick y Steinberg (1969), Allport (1954) y Campbell (1963). n > 1 100 para 1 y 2; n > 300 para 3 y 4. 76 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN El autor mide el nivel de educación a través de cuatro categorías ordenadas: gs (grammar school, 32%), shs (some high school, 23%), chs (completed high school, 25%) y coll (college, 20%). Los principales resultados obtenidos por Stember ponen en evidencia numerosas formas de ambivalencia en los prejuicios raciales, incluso cuando muchas variables están bajo control (la clase social, el grado de acceso a la información, el grado de urbanismo y la región de la cual proviene la persona que responde, la cantidad de contacto con las minorías, el género, etc.). Con respecto al grupo objetivo de los judíos, le sugieren diferentes conclusiones: 1. las personas más instruidas no presentan sistemáticamente una imagen menos negativa de los judíos que las personas menos instruidas; 2. los más instruidos consideran en la misma medida que los menos instruidos que los judíos son «distintos» de los no judíos; 3. en relación a los menos instruidos, los más instruidos dan más crédito a determinados estereotipos antisemitas. Por ejemplo, que los judíos representan una amenaza para el país, que una buena cantidad de judíos son comunistas o extorsionadores y que los judíos evitan servir en las fuerzas armadas; 4. al contrario, en relación a los menos instruidos, los más instruidos consideran menos que los judíos son poco escrupulosos en los negocios, deshonestos y que tienen demasiado poder o que piden demasiado; 5. las creencias según las cuales los judíos son traidores para el país o tienden a establecerse en donde no son esperados son igualmente compartidas, sea cual sea el nivel de instrucción; 6. por último, los estereotipos más comunes respecto a las personas judías (inteligentes, avaros, etc.) también son igualmente compartidos, sea cual sea el nivel de instrucción de las personas que responden. A consecuencia de los diferentes estereotipos con los que son ataviados los negros y los judíos, Stember observa que los efectos de la educación son relativamente distintos. Sus conclusiones respecto a los negros discrepan de las conclusiones anteriores respecto a los judíos: 1. las personas más instruidas son menos propensas a creer que «la sangre de los negros» es diferente de la de los blancos. Las relaciones entre creencias y nivel de educación son muy claras: cuanto más instruidas son las personas, menos adhieren a los estereotipos según los cuales «los negros serían inferiores a los blancos»; 2. en relación a los menos instruidos, los más instruidos son menos propensos a creer que los negros son holgazanes, ignorantes y que reclaman más de lo que se les debe; 3. no hay una relación muy clara entre el nivel de educación y la adhesión al estereotipo según el cual «los negros serían menos inteligentes que los blancos». No obstante, es más aceptado por las personas más instruidas (coll). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 77 Para Stember, la mejor barrera ante los prejuicios sigue siendo el nivel de educación. No obstante, si se examinan detenidamente sus resultados, parecería que el efecto liberador de la educación sobre los prejuicios no se da de forma sistemática respecto de todos los grupos víctimas de prejuicios. Principalmente, parecería que los judíos (a diferencia de los negros) son percibidos como los más amenazadores para las personas más instruidas y que, por esta razón, el efecto liberador relativo a este grupo en particular no se produce. Los resultados de Stember cuestionan la tesis del efecto liberador y universal de la educación. Parecería que, para algunos grupos sociales, el nivel de educación predice positivamente los prejuicios. Cuanto más cuestiona y desafía un grupo destinatario los valores dominantes, más las personas instruidas se sienten amenazadas por ese grupo. En este sentido, los resultados de Stember corroboran la tesis de la ideología dominante. Otras investigaciones llevadas a cabo sobre diferentes grupos víctimas de prejuicios (homosexuales, comunistas) son coherentes con los resultados de Stember (Almond y Verba, 1963; Marin, 1979; McClosky y Brill, 1983; Weil, 1981 y 1982; Curtis y Lambert, 1976; Baron y Byrne, 1984; Gergen y Gergen, 1981). Como señalan Guimond, Palmer y Bégin (1989:195): «El hecho de que la educación reduce los prejuicios hacia determinados grupos estigmatizados no implica que la educación pueda reducir los prejuicios de una forma general». En suma, es conveniente señalar que algunas investigaciones cuestionan directamente la veracidad de la tesis del efecto liberador de la educación sobre las actitudes intergrupales. En el mismo orden de ideas, se puede señalar que otra corriente de investigaciones pone en duda la fiabilidad de las mediciones de prejuicios, principalmente en el caso de las personas más instruidas. La socióloga Mary Jackman (1973) es, ciertamente, la representante más ilustre de esta corriente. Para ella, las respuestas a las escalas de prejuicios están sesgadas y no reflejan las actitudes reales de las personas que responden. Las preguntas «influyen más a los encuestados más instruidos que a los menos instruidos, tanto porque los primeros perciben más claramente la norma como porque están más motivados a presentarse a sí mismos como respetuosos de esta». Esta cita de Wagner y Zick (1995:44) muestra hasta qué punto el pensamiento de Jackman pudo influir en las investigaciones más recientes en psicología social. En efecto, cuando Jackman publica su artículo sobre los sesgos de deseabilidad, pone en duda un buen número de investigaciones sobre la psicología de los prejuicios bien arraigadas en la literatura. Para hacer una lectura exagerada, si Jackman tiene razón, una de las corrientes de investigaciones más influyente se desmorona. En efecto, como hemos visto, desde sus fundamentos, la teoría de la personalidad autoritaria (Adorno y otros, 1950) tuvo repercusiones sobre casi todas las investigaciones que se interesaron, de cerca o de lejos, por la cuestión del estudio de los prejuicios (Newcomb y otros, 1967). Señalemos de inmediato que, desde los trabajos de Jackman, la mayoría de los investigadores están de 78 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN acuerdo en reconocer que al menos algunas mediciones de los prejuicios están sesgadas (en el sentido de que lo que miden no es siempre lo mismo, sino que depende del nivel de educación de los que responden), sin admitir, sin embargo, que todas lo están4. El objetivo de Jackman (1973:328) está claramente planteado: «examinar si un sesgo en la respuesta relacionado con la educación da cuenta de la aparente relación entre educación y “prejuicio”». Además, la misma Jackman se inscribe en el campo de la tesis de la ideología dominante: «Con el aumento de los años de instrucción, el individuo adquiere una gran sofisticación cognitiva que lo predispone negativamente hacia oraciones redactadas de un modo simplista, más allá del contenido». Jackman utiliza una matriz multirrasgo-multimétodo y análisis estructurales para demostrar que las respuestas a una escala de antisemitismo (utilizadas anteriormente por Selznick y Steinberg, 1969) están sesgadas. Sin entrar en consideraciones estadísticas pesadas y técnicas, retengamos solamente dos puntos de los resultados de Jackman. Primero, en 1969, Selznick y Steinberg ponen en evidencia una relación negativa entre el nivel de educación y las respuestas a una escala de antisemitismo. Segundo, Jackman toma los mismos datos (n = 1 654, datos provenientes del National Opinion Research Center, 1964) y muestra que la relación evidenciada por Selznick y Steinberg desaparece completamente cuando se controla el nivel de conocimiento de quienes responden. En otras palabras, las personas más instruidas tienen una aprehensión de la escala de antisemitismo diferente a la de las personas menos instruidas. Esa diferencia de aprehensión está mediatizada por el nivel de conocimiento. Puesto que las personas más instruidas están más cómodas con las escalas de prejuicios que las personas menos instruidas, aprovecharían su mayor conocimiento para disimular sus prejuicios. La explicación propuesta por Jackman es claramente normativa: las personas más instruidas sentirían, por un lado, que la escala utilizada probablemente revele que tienen grandes prejuicios y, por otro, que es normativamente indeseable para ellos pasar por gente antisemita. Sin embargo, pensamos que los datos de Jackman no le permiten formular semejante explicación normativa. Como máximo, Jackman puede concluir sin riesgo que una variable, a menudo confundida en las mediciones de prejuicios, es el nivel de conocimiento de los individuos que responden. Las personas más instruidas tienen probablemente una mayor habilidad para percibir el interés real de las escalas de prejuicios y pueden utilizar sus mayores conocimientos para disimular su «verdadera naturaleza». No obstante, para paliar esta distorsión metodológica, la mayoría de las investigaciones recientes incluyen mediciones sutiles de prejuicios. Estas escalas modernas fueron elaboradas, precisamente, con el objetivo de atenuar los sesgos de deseabilidad 4 Véanse, por ejemplo, Weil (1985) y Wagner y Zick (1995). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 79 social (Pettigrew y Meertens, 1995) y, como hemos visto en el estudio de Wagner y Zick (1995), las investigaciones recientes establecen a menudo una relación entre el nivel de educación y los prejuicios –así medidos– significativa y negativa (a más educación, menos prejuicios). En conclusión, parece que cuanto más avanza la investigación, más se complican las cosas y menos certezas tenemos. Esta constatación no es, ciertamente, lo característico de la investigación en psicología social. Una sola cosa es segura, la realidad social es indudablemente mucho más compleja de lo que predicen las tesis del efecto liberador de la educación y de la ideología dominante. Educación y religión Glaeser, Laibson y Sacerdote (2002) analizan los vínculos entre la educación y la religión en Estados Unidos5. Los autores parten de la siguiente constatación: la práctica religiosa (medida por la frecuentación de los lugares de culto) se correlaciona positivamente con el nivel de educación de un individuo a otro (las personas más educadas también son las más practicantes), pero negativamente de una religión a otra (las mismas religiones tienen fieles más practicantes y menos educados, en promedio). Por lo tanto, existe una paradoja micro/macro, ya que los efectos individuales y colectivos de la educación sobre la práctica religiosa son de signo opuesto. Los autores dilucidan esta paradoja diferenciando dos aspectos de la religión. En primer lugar, la educación tiene un efecto positivo sobre la frecuentación de los lugares de culto, que aquí es entendida como una práctica social organizada entre algunas otras. Los autores demuestran que existe una correlación positiva entre la educación y numerosas prácticas sociales organizadas (medidas por la pertenencia a asociaciones o clubes deportivos, artísticos, profesionales, políticos, caritativos o ambientalistas), tanto en Estados Unidos como en unos sesenta países desarrollados o en vías de desarrollo, y que la práctica religiosa está en fuerte y positiva relación con otras prácticas sociales6. Dos aspectos de la educación explicarían estas correlaciones. Por un lado, las «competencias cognitivas» adquiridas en la escuela son similares a las que se movilizan para la práctica religiosa: estar sentado en silencio, escuchar, interesarse por ideas abstractas y aceptar percibir los frutos de la actividad solo en un futuro más o menos lejano (sic). Por otro lado, la escuela, al socializar a sus alumnos, los prepara para los tipos de intercambio que prevalecen en las prácticas sociales organizadas. 5 6 Para una síntesis sobre el análisis económico de la religión, véase Iannacone (1998). Por el contrario, no hay relación entre la educación y formas privadas de prácticas religiosas, como la plegaria o «el sentimiento de la presencia de Dios». 80 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN En segundo lugar, la educación tiene un efecto negativo sobre las creencias religiosas. En Estados Unidos, la cantidad de años de estudio se relaciona negativamente con la creencia en el paraíso, en los milagros, en el diablo y en el carácter de verdad literal de la Biblia. En los países de la muestra internacional, generalmente se observa la misma relación para la creencia en Dios, en el paraíso y en el diablo. Glaeser, Laibson y Sacerdote subrayan que las escuelas enseñan una «ideología», «el humanismo laico», incompatible con las creencias que defienden las Iglesias. Indican que el sistema público de enseñanza estadounidense se construyó en el siglo xix en respuesta a las diferentes Iglesias protestantes y con el objetivo de unificar la sociedad: «El apoyo a la escuela pública surgió del deseo de transformar la desigualdad […] en una ciudadanía unificada, patriótica y bien informada» (14) (aquí encontramos el argumento de Kremer y Sarychev, 2000). También en otros países, como la Alemania de Bismarck, la Francia de la Tercera República o la Unión Soviética, el sistema de enseñanza fue utilizado como un instrumento de lucha contra la influencia de las instituciones religiosas (Glaeser, Laibson y Sacerdote muestran que el nivel de creencia es más débil y el impacto de la educación más fuertemente negativo en los países que han formado parte del Pacto de Varsovia). La paradoja micro/macro observada en Estados Unidos se debe a una especificidad de ese país, donde la diversidad de confesiones religiosas es particularmente grande –los datos utilizados distinguen: protestantes, católicos, judíos, otras religiones y sin religión; y entre los protestantes: episcopales, metodistas, luteranos, presbiterianos, baptistas, otras denominaciones y sin denominación– y muchas personas eligen cambiar de religión. Según los autores, la elección de una religión se hace en función de la creencia (algunas religiones están asociadas a un grado de creencia más elevado que otras y son privilegiadas por los individuos más creyentes) y de la educación (los individuos más educados eligen más bien las religiones asociadas a un grado de creencia menos elevado). La aparición de la paradoja micro/macro depende de la importancia relativa de estos dos efectos: se produce si los efectos de la creencia sobre la elección de la religión o sobre la frecuencia de la práctica religiosa dominan a los de la educación. Está claro que los valores, la visión del mundo, los principios y las declaraciones de las comunidades creyentes están involucrados en numerosos debates sobre educación. Unas 120 mil escuelas católicas escolarizan hoy cincuenta millones de alumnos en un amplio espectro de contextos económicos, sociales y culturales. Gerald Grace (2003) lamenta que la mayoría de los debates sobre los efectos de una escolaridad efectuada en el marco de escuelas confesionales y basada en la fe sean de orden general e ideológico. No se basan en datos empíricos. Para algunos, «las escuelas religiosas y sectarias solo sirven para provocar disturbios, confusión y división, como en Irlanda, donde la violencia religiosa estaría segregada y alimentada por escuelas confesionales, que dividirían mortalmente». Confrontamos con estereotipos al suponer que –ya sea que despierte nuestra CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 81 alegría o nuestra crítica– una formación escolar basada en la creencia produce efectos sobre la autonomía personal e intelectual, y más ampliamente sobre la armonía social, las relaciones interétnicas y el bien común de la sociedad. En Estados Unidos, se realizaron varias investigaciones sobre las escuelas católicas que se transformaron profundamente luego del Concilio Vaticano ii. Portadoras de una nueva cultura, las escuelas católicas favorecían el espíritu de apertura de sus alumnos. Al impartir una formación religiosa, moral y ciudadana respetuosa de la autonomía personal e intelectual de los alumnos, abierta a la discusión y a otras creencias, formarían alumnos menos propensos a los prejuicios que los alumnos católicos que van a la escuela pública y que todos aquellos, católicos o no, que asisten a la escuela pública. Allí encontraríamos, por ejemplo, más actitudes a favor del feminismo. En Estados Unidos, las escuelas católicas históricamente siempre fueron asociadas a la formación de las poblaciones pobres, desfavorecidas e inmigradas: irlandeses, polacos, italianos, etc. Registran, en conjunto, buenos resultados para estas poblaciones desfavorecidas, mejores resultados escolares y motivaciones más fuertes que sus vecinos de barrio. Pero la verdad es que, por falta de encuestas concretas, la eficacia de esas escuelas sigue siendo hoy controvertida. Lado positivo: capital social, fuerte sentimiento de pertenencia comunitaria, sentido del esfuerzo y la misión, vocación pedagógica. Pero el lado negativo es la acentuación de una falsa superioridad para desacreditar a la escuela pública, espíritu sectario, adoctrinamiento, autoritarismo, elitismo. Una perspectiva reciente e integradora El problema subyacente en la tesis del efecto liberador es el de su impacto uniforme sobre los alumnos. Según este enfoque, la escuela debe disminuir los prejuicios y contribuir a reducir las desigualdades sociales (Trottier, 1983; Guimond y Dambrun, 2003). No obstante, como ya hemos mencionado, el hecho de que algunas investigaciones sugieren que la escuela es capaz de disminuir los prejuicios no implica que este efecto «liberador» sea uniforme, cualquiera sea el campo de estudio. Este es precisamente el enfoque adoptado por algunos investigadores en psicología social7, aunque se encuentra también en numerosos escritos inspirados por diferentes corrientes (por ejemplo, Galland, 1995, y Gouldner, 1979, en sociología marxista). Por otra parte, la tesis de la ideología dominante atribuye a la escuela una función de reproducción (Trottier, 1983; Althusser, 1976; Baudelot y Establet, 1971; Bourdieu y Passeron, 1970; Mellouki, 1983; Baer y Lambert, 1982; Doise, 1976; Guimond y Dambrun, 2003; Bruner, 1996; Bowles y Gintis, 7 Recientemente, Guimond y Dambrun (2003). 82 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN 1976). No obstante, como señalan Guimond y Dambrun (2003), «a la tesis de la ideología dominante le cuesta mucho dar cuenta de su propia existencia». Por ejemplo, en el marco de esta tesis, Bowles y Gintis (1976) formulan la hipótesis de que la escuela tiene como función justificar el sistema, atribuyendo particularmente la pobreza a fracasos personales en vez de a factores coyunturales. Si bien algunos estudios sugieren que, efectivamente, las personas instruidas internalizan la ideología dominante, otras investigaciones muestran que también existen diferencias muy importantes en función del campo de estudio (Guimond, Palmer y Bégin, 1989; Guimond, 2000). Por ejemplo, Guimond, Palmer y Bégin (1989) demuestran que, contrariamente a la tesis de la ideología dominante, los estudiantes de diferentes campos (ciencias*, administración y ciencias sociales), a medida que se eleva su nivel de educación, no tienen tendencia a responsabilizar a los pobres por su suerte. De hecho, si bien no hay diferencia en función del nivel de educación para los estudiantes de ciencias y administración, los estudiantes de ciencias sociales, por el contrario, tienen tendencia a recurrir a explicaciones más externas (situacionales o coyunturales) para explicar la pobreza a medida que se eleva su nivel de educación. Ni la tesis de la ideología dominante, ni la tesis del efecto liberador permiten explicar las diferencias observadas cuando se toma en cuenta el campo de estudio de los estudiantes. La escuela podría contribuir a disminuir y, a la vez, a intensificar los prejuicios. Cuando se considera el campo de estudio, los resultados deberían permitir poner en evidencia efectos que podrían comprenderse ya sea en base a la tesis del efecto liberador de la educación o a la tesis de la ideología dominante. De hecho, como veremos ahora, las investigaciones más recientes en psicología social reflejan esta dualidad. Presentaremos, antes que nada, algunas investigaciones que ponen de relieve el peso de la socialización en el seno de las diferentes carreras de enseñanza. Veremos, principalmente con los trabajos de Serge Guimond realizados en Canadá y en Francia, que hay variaciones sistemáticas en cuanto a las actitudes de los estudiantes cuando se considera su campo de estudio. Veremos, a continuación, que una concepción dualista de la función de la educación parece estar más en condiciones de dar cuenta de algunas paradojas. Por ejemplo, el nivel de educación puede predecir negativamente los prejuicios (es decir, a mayor educación, menos prejuicios) y, a la vez, positivamente la oposición a las mediciones de discriminación positiva que apuntan a conceder un trato preferencial a las personas de grupos socialmente desfavorecidos. * Cuando los autores utilizan el término ciencias, sin ningún especificativo, se refieren a las ciencias no sociales (n. del e.). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 83 Diferencias de actitudes entre los estudiantes según su campo de estudio La idea según la cual los estudiantes de diferentes orientaciones de enseñanza no desarrollarían las mismas actitudes en el transcurso de sus años de formación no es reciente (Stember, 1961). Sin embargo, esta idea no siempre fue tomada en cuenta, como lo revelan la mayoría de las investigaciones que hemos presentado hasta aquí. No obstante, desde hace unos veinte años, la variable «campo de estudio» es considerada de manera más sistemática en las investigaciones, y ahora se admite bastante ampliamente que los efectos de la educación sobre las actitudes no son los mismos de un campo a otro. Por ejemplo, en Francia, Olivier Galland (1995), a partir de una encuesta realizada entre 2 000 personas inscriptas en la universidad, observa que las orientaciones políticas de los estudiantes varían muy claramente de un campo de estudio a otro. Dicha encuesta revela que, entre los estudiantes de Letras, solo el 9% se considera de «derecha» en lo que se refiere a convicciones políticas, contra cerca de un 40% para los estudiantes de Derecho y Economía. Asimismo, en Francia, un estudio de los comportamientos estudiantiles revela la existencia de dos polos (Baudelot y Establet, 1971): una ética del trabajo y la competencia, característica de los estudiantes burgueses del sector de las grandes écoles y la medicina; y una ética de la negociación y la reivindicación, característica de los estudiantes de origen popular de las facultades de letras y de ciencias. En los dos casos, se trata de actitudes globalmente adaptadas al universo adulto del trabajo al que conducen objetivamente las diversas carreras. Los alumnos de las grandes écoles anticipan, en su relación con los estudios, las actitudes frente al trabajo del ámbito privado. A su manera, los estudiantes de letras o de ciencias se preparan, de buen grado o a su pesar, para asumir los valores propios de la función pública. La enseñanza superior no se limita, en ambos casos, a dotar a los alumnos de competencias técnicas apropiadas para ocupar un lugar determinado en la división del trabajo, sino que también asegura una socialización más global, verdadera preparación para una visión del mundo y para un estatus social; en pocas palabras, para una pertenencia de clase. Pregunta: los estudiantes que se orientaron de forma «anormal» con respecto a su clase social de origen, ¿se alinean con el comportamiento de los estudiantes de la misma carrera? ¿O, al contrario, trasladan a la orientación en la que se encuentran escolarizados valores y actitudes propios de su sector de origen? En la primera hipótesis, la enseñanza superior tendría verdaderamente un papel regulador, que consistiría en hacer asumir valores y normas originales a los estudiantes que por su origen están mal colocados. En conjunto, la hipótesis de la regulación es la correcta. En resumen, un estudiante de Medicina de origen popular se parece más a un estudiante de Medicina burgués que a un estudiante de Letras, cualquiera sea su origen. Lo 84 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN mismo ocurre con los estudiantes burgueses orientados en letras o ciencias: allí prima, de lejos, la homogeneidad por carreras por sobre las heterogeneidades relacionadas con el origen de clase. El tipo de vivienda, la motivación de la orientación, el deseo de prolongación de los estudios, las actitudes políticas y sindicales, la frecuentación de cines y teatros, la práctica deportiva, las salidas, el tiempo de trabajo personal y de asistencia a los cursos, la especialidad estudiada, la previsión de la facilidad de encontrar un empleo y el ingreso a las diversas orientaciones de nivel superior crean considerables divisiones entre los estudiantes del mismo origen social. La pertenencia a un sector de la enseñanza superior atenúa fuertemente –hasta el punto de borrarlas, a veces– las diferencias relacionadas con el origen social. Alain Touraine y Jean Daniel Reynaud (1956) ya habían observado y analizado este fenómeno: El ámbito de los estudiantes de Medicina es un ámbito fuertemente definido socialmente: la orientación ya definitiva hacia la profesión, el origen social relativamente homogéneo de los estudiantes y también la relativa homogeneidad entre el ámbito de estudio y el ámbito profesional, la penetración, a consecuencia del mismo desarrollo de los estudiantes, del ámbito profesional en el ámbito de estudio, todos estos hechos permiten pensar que se encontrará en las actitudes de los estudiantes una fuerte influencia de las actitudes del cuerpo médico… Cuanto más avanza el estudiante de origen modesto en sus estudios, más fuertes son las influencias que se ejercen sobre él para hacerlo compartir las opiniones dominantes: debería constatarse, entonces, una intensificación de la hostilidad respecto a la medicina asalariada. De hecho, se comprueba una progresión de las actitudes hostiles en el transcurso de los años de medicina que, sin ser fuerte, es estadísticamente significativa*. * En el texto original, aparece a continuación un ejemplo específico del ámbito francés. Para no interrumpir el sentido general del texto, preferimos colocarlo en nota al pie: «Canciones. En el mismo orden de ideas, Roger Establet (1987) mostraba que los gustos musicales de los hijos de obreros que accedían a las orientaciones largas de los liceos generales, en los años ochenta, se desmarcaban progresivamente de los de los hijos de obreros escolarizados en liceos profesionales. El funk y el disco ven bajar su nivel en beneficio del pop, el rock y el jazz. La escucha exclusiva de Radio Monte Carlo (la encuesta se llevaba a cabo en Aix-Marsella) decrecía en beneficio de France-Inter, France-Culture y France-Musique. Sobre todo, se operaba un movimiento absolutamente significativo desde Sardou y Halliday al trío elegido en esa época por los alumnos del liceo de origen social favorecido: Brel, Brassens y Higelin. “Pasar de SardouHalliday a Brel-Brassens-Higelin –escribe Establet– no es un simple cambio de gusto, es una transformación progresiva y completa de toda una actitud respecto de la vida, de los otros y del tiempo.” De hecho, la encuesta revelaba que los amantes del trío Brel-Brassens-Higelin se distinguían de los demás por otros rasgos culturales: mayor interés en la música de otros tiempos, relación más esteticista con la escucha musical, etc.» (n. del e.). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 85 Asimismo, Sidanius, Pratto, Martin y Stallworth (1991) observan diferencias muy importantes entre los 5 655 estudiantes de la Universidad de Texas en cuanto a las actitudes racistas. Estos autores hacen una distinción teórica entre las carreras que tienden a mantener el orden establecido (hierarchy enhancing majors) y las que tienden a atenuar las desigualdades sociales (hierarchy attenuating majors). Por ejemplo, estos autores aportan datos que sugieren que las personas inscriptas en las escuelas de policía se vuelven cada vez más racistas conforme pasan los años de formación. Por el contrario, otras investigaciones indican muy claramente que los estudiantes de ciencias sociales se vuelven cada vez menos racistas con los años de formación (Guimond, 1992 y 1996; Guimond y Palmer, 1990, 1996a y 1996b). Aunque de esos estudios es muy difícil desprender la hipótesis de selección (los estudiantes eligen determinadas orientaciones de estudio en función de sus actitudes o las instituciones seleccionan a los estudiantes sobre la base de sus actitudes), los datos citados por muchos investigadores, como veremos, sugieren que la institución de formación participa activamente en moldear las actitudes de los estudiantes (Van Laar, Sidanius, Rabinowitz y Sinclair, 1999; Van Laar y Sidanius, 2001). Serge Guimond y Michaël Dambrun (2003)8 publicaron recientemente datos obtenidos a partir de estudiantes quebequenses de 16 a 25 años de edad que nos permitirán ilustrar el efecto del campo de estudio sobre las actitudes intergrupales. Para cada campo de estudio, el cuadro 7 presenta la correlación entre el nivel de educación (cantidad de años de estudio reales) y la valoración de diferentes grupos sociales. Si los datos del cuadro 7 siguen las predicciones de la tesis del efecto liberador de la educación, no se deberían observar diferencias según el campo de estudio, y todas las correlaciones deberían ser positivas (mientras más avanzados están los estudiantes en sus carreras, más tolerantes se vuelven frente a los diferentes grupos sociales). Por el contrario, si los datos del cuadro 7 siguen las predicciones de la tesis de la ideología dominante, entonces, cualquiera sea el campo de estudio, se tendría que dar que mientras más avanzados están los estudiantes en sus carreras, más deberían valorar positivamente a los grupos que no amenazan al sistema (militares, conservadores) y negativamente a los que sí lo hacen (convictos, inmigrantes). De hecho, podemos observar fácilmente en el cuadro 7 que ninguna de estas predicciones se confirma. En ciencias sociales, cuanto más elevado es el nivel de educación de los estudiantes, más tolerantes son estos con los socialistas, homosexuales y convictos o ex convictos (correlaciones significativas). 8 Serge Guimond es profesor universitario, dirige actualmente el único laboratorio de psicología social en Francia (Laboratorio de Psicología Social de la Cognición, lapsco) que depende del cnrs. Sus investigaciones en Canadá y en Francia tratan sobre la regulación de los comportamientos sociales. Es autor de numerosas publicaciones sobre el efecto de la educación en el plano de las actitudes intergrupales. Michaël Dambrun es profesor universitario de psicología social. 86 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN CUADRO 7. Coeficientes de correlación entre el nivel de escolaridad y la valoración de nueve grupos sociales según el campo de estudio Ciencias sociales (sociología, psicología) Francófonos Angloparlantes Inmigrantes Sindicatos Socialistas Conservadores Militares Homosexuales Convictos y ex convictos Administración Ciencias (N = 186) (N = 263) (N = 226) 0,17* -0,10 0,16 -0,02 0,20** -0,11 -0,16* 0,27*** 0,22** 0,20*** -0,17** 0,10 -0,20*** -0,18** 0,11+ -0,09 0,06 -0,11+ 0,15* 0,02 0,15* -0,18** -0,11+ 0,08 0,02 0,19** 0,04 Fuente: Guimond y Dambrun (2003). Nota: + p < 0,10; * p < 0,05; ** p < 0,01; *** p < 0,001. Escala de tipo Likert de 5 puntos (1 = actitud desfavorable; 5 = actitud favorable). Por el contrario, en administración, los estudiantes más instruidos valoran negativamente a los socialistas y a los sindicatos. Los estudiantes de ciencias parecen situarse entre los dos: valoran negativamente a los sindicatos y socialistas, pero valoran positivamente a los inmigrantes y homosexuales. En suma, las valoraciones de los diferentes grupos sociales parecen variar considerablemente en función del campo de estudio. No obstante, esos datos son puramente correlacionales y no permiten concluir que el campo de estudio es el único responsable de las diferencias de evaluación observadas. Los autores son muy conscientes de eso, pero recuerdan que ciertas investigaciones longitudinales conducen a las mismas conclusiones (Guimond y Palmer, 1996b; Guimond, 1998, 1999, 2000; Guimond, Palmer y Bégin, 1989). Guimond, Palmer y Bégin (1989) presentan, de manera longitudinal, el cambio de actitudes observado en los estudiantes quebequenses en el transcurso de sus años de formación, en el seno de diferentes áreas de especialización (ciencias sociales, ciencias naturales y administración). Las actitudes de los estudiantes hacia diferentes grupos, tales como los militares, los conservadores y los socialistas, fueron medidas al final de cada uno de los cuatro años que componen sus trayectorias escolar y universitaria. El cambio de actitudes fue calculado mediante curvas de regresión, lineales o cuadráticas. Los estudiantes de ciencias sociales se volvieron más favorables hacia los socialistas con el transcurso del tiempo, mientras que no fue ese el caso de los estudiantes de ciencias naturales y de comercio (ningún efecto significativo). Contrariamente, estos últimos se volvieron más favorables hacia los militares y conservadores con el transcurso del tiempo, mientras que los estudiantes de ciencias sociales se volvieron menos favorables hacia esos grupos. Los gráficos 1 y 2 ilustran el cambio de actitudes observado a nivel de la evaluación de los socialistas y conservadores. Podemos notar en estos gráficos que el cambio de actitudes se vuelve muy significativo, principalmente, a partir del ingreso a la universidad. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 87 GRÁFICO 1. Cambio en la valoración de los socialistas a lo largo de la trayectoria escolar y universitaria Fuente: Guimond, Palmer y Bégin (1989:202). Nota: CEGEP 1 y 2 son instancias de transición antes de la universidad en la provincia del Quebec. Escalas de tipo Likert de 5 puntos (1 = desfavorable y 5 = favorable). GRÁFICO 2. Cambio en la valoración de los conservadores a lo largo de la trayectoria escolar y universitaria Fuente: Guimond, Palmer y Bégin (1989:203). Nota: CEGEP 1 y 2 son instancias de transición antes de la universidad en la provincia del Quebec. Escalas de tipo Likert de 5 puntos (1 = desfavorable y 5 = favorable). 88 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Guimond y Palmer (1996b) analizan, a lo largo de tres años, la influencia del campo de estudio en las orientaciones sociopolíticas de los estudiantes de ciencias sociales y de comercio. Los resultados demuestran que aparece un cambio de actitudes en los estudiantes, tanto de ciencias sociales como de comercio, pero en un sentido opuesto. A diferencia de los estudiantes de ciencias sociales, los de comercio con el tiempo se vuelven más favorables hacia los capitalistas y menos favorables hacia los sindicatos. Además, las creencias sobre las causas internas o externas de la pobreza y del desempleo, en primer año, no varían según el campo de estudio, mientras que en tercer año aparecen diferencias significativas. Los estudiantes de comercio tienden a favorecer las causas internas (por ejemplo, la falta de esfuerzo personal), mientras que los de ciencias sociales tienden a favorecer las causas externas (por ejemplo, la coyuntura económica). Guimond (2000) muestra que, según los contextos, cada individuo puede encontrarse en una posición dominante o subordinada. Por ejemplo, decir que el francés es la lengua dominante en Francia es una perogrullada. En cambio, el francés no es la lengua dominante valorizada en Canadá o en algunas regiones de Bélgica, de modo que, según el contexto en el que uno se encuentre, tener el francés como lengua materna puede ser percibido como una desventaja o una ventaja. Por otra parte, Sidanius y Pratto (1999) demostraron ampliamente que los grupos dominantes (aquellos que poseen las características valorizadas en un contexto dado) se ven más favorecidos que los grupos «dominados» (por ejemplo, viven más tiempo, tienen mayor acceso a la cultura y a la educación, disponen de más recursos materiales, etc.). En Canadá, por ejemplo, los datos objetivos muestran que los angloparlantes siempre tienen ingresos más elevados que los francófonos (Globe y Mail, 1994, cit. en Guimond, 1996). En esa investigación, Guimond se interesó en la manera en que los estudiantes canadienses (miembros del grupo mayoritario angloparlante) que siguen una formación militar atribuyen las desigualdades económicas entre los francófonos y los angloparlantes a causas internas (por ejemplo, la falta de esfuerzo) o externas (por ejemplo, el sistema político de América del Norte). De forma más general, este autor estudiará la evolución de las actitudes de los estudiantes angloparlantes hacia diferentes exogrupos (por ejemplo, los francófonos, los inmigrantes, etc.) en función del nivel de estudio (datos longitudinales). Por otra parte, una hipótesis central del autor estipula que el campo de estudio (una formación militar, en el caso de esta investigación) tiene un impacto sobre la evolución de las actitudes en el transcurso del tiempo. Para poner a prueba dicha hipótesis, utilizará mediciones de identificación. Si el campo de estudio influye en el desarrollo de las actitudes intergrupales, más identificados están los estudiantes con su grupo de referencia (los militares) y más deberían modificar sus actitudes a medida que progresan en la carrera militar. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 89 El gráfico 3 muestra la evolución general de las actitudes (favorables versus desfavorables) de los estudiantes angloparlantes hacia los exogrupos (francófonos, inmigrantes) en función de su identificación con el grupo de los militares. GRÁFICO 3. Actitudes de los estudiantes angloparlantes hacia los exogrupos en función de la cantidad de años de estudio y de su identificación con el grupo de los militares Fuente: Guimond (2000:345). Nota: escala de valoración de tipo Likert (1 = desfavorable, 7 = favorable). N = 72. Interacción y diferencia significativas (p < 0,001). Como podemos observar, los estudiantes «militares» de primer año tienen actitudes relativamente favorables hacia los exogrupos (promedio cercano a 4 en una escala de 7 puntos). Además, no hay diferencia entre esos estudiantes en función del grado de identificación con el grupo de los militares. En cambio, cuando estos mismos estudiantes están más avanzados en su formación (cuarto año), muestran valoraciones mucho más negativas de los exogrupos, en especial aquellos que están más identificados con el grupo de los militares. En lo que se refiere a las evaluaciones de los francófonos y, especialmente, a la tendencia a responsabilizarlos por su suerte (su estatus económico inferior), el gráfico 4 representa los datos observados en la misma población. En este gráfico, vemos que no hay diferencia en función del grado de identificación para los estudiantes angloparlantes cuando están en primer año. En cambio, como en el caso anterior, cuando los estudiantes están más avanzados en su formación (cuarto año), tienden a considerar que los francófonos son más responsables de su propia suerte (inferioridad económica), pero solo en los casos de aquellos que están más identificados con el grupo de los militares. Conforme a las hipótesis del autor, la formación en el seno de una institución militar tiende a incrementar las actitudes negativas hacia diferentes exogrupos, especialmente entre los estudiantes que están más identificados con las normas y valores militares. 90 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN GRÁFICO 4. Responsabilidad de los francófonos por su situación económica inferior en Canadá en función de la cantidad de años de estudio y de la identificación con el grupo de los militares Fuente: Guimond (2000:346). Nota: escala de valoración de tipo Likert (1 = desfavorable, 9 = favorable). N = 72. Interacción y diferencia significativas (p < 0,001). Guimond elaboró un modelo de «grupo de socialización» (Guimond, Dambrun, Michinov y Duarte, 2003). Este modelo considera la socialización como un proceso continuo, que no se limita únicamente a la primera infancia. Muy por el contrario, los individuos y, en especial los estudiantes, pueden atribuirse características de su grupo de referencia hasta el punto de modificar sus actitudes. Así, los estudiantes que se inscriben en Psicología o en Derecho no comparten las mismas características. Guimond, Dambrun, Michinov y Duarte (2003) pusieron en evidencia, por ejemplo, que, en Francia, los estudiantes de primer año de Psicología son más tolerantes y menos etnocéntricos que los estudiantes de primer año de Derecho. Este resultado sugiere que los estudiantes eligen, en parte, un campo de estudio en función de sus actitudes. No obstante, la institución parece exacerbar esas actitudes. En efecto, los estudiantes de Derecho de cuarto año son aún menos tolerantes y más etnocéntricos que los de primer año. Sin embargo, los estudiantes de cuarto año de Psicología son aún más tolerantes y menos etnocéntricos que los de primero. Aunque estos datos son transversales y no longitudinales, corroboran la interpretación según la cual la formación universitaria puede tener efectos diferentes según el campo de estudio. Para explicar dichos resultados, los autores pusieron a prueba la hipótesis según la cual la posición social determina las actitudes intergrupales. En efecto, los estudiantes de Derecho y de Psicología no están destinados a ocupar las mismas posiciones dentro de la sociedad, y esas posiciones difieren especialmente debido a su estatus social. En el laboratorio, cuando los autores asignan al azar una posición dominante (director) o subordinada (asistente) a estudiantes de Psicología, observan diferencias en escalas de actitudes etnocéntricas. Los estudiantes a los que CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 91 se les dijo que deberían ocupar un lugar dominante (director) manifiestan actitudes más centradas en la dominación intergrupal que los estudiantes catalogados en una posición subordinada. Por ejemplo, aunque la asignación del rol de director y asistente se hacía de forma puramente aleatoria, los estudiantes que esperan tener un papel de dirección consideran, más que los otros, que «algunos grupos de personas son simplemente inferiores a otros, que es normal utilizar la fuerza para mantener los grupos inferiores en su lugar, etc.». Los resultados presentados en este capítulo sugieren que los efectos de la educación pueden ser diferentes en función del campo de estudio, y esto, principalmente, porque no todos los campos de estudio preparan para ocupar las mismas posiciones en la sociedad. Parecería que la tesis del efecto liberador y uniforme de la educación, y la tesis de la ideología dominante solo encuentran su verdadera objetividad en situaciones precisas. Por otra parte, cuando se intenta comprender lo que pueden ser los efectos de la educación, estas tesis aparecen más complementarias que antagónicas. El aspecto uniforme y universal está muy seriamente cuestionado por las investigaciones recientes, principalmente, en psicología social. Antes de concluir, queremos presentar algunas paradojas que nutren el debate sobre los efectos de la educación. Tal vez sea, efectivamente, utópico y demasiado optimista considerar que las personas más instruidas (aquellas que son llamadas a ocupar las posiciones dominantes en la sociedad) también son las más tolerantes. Algunas paradojas en la literatura Hay en la literatura sobre el tema algunas paradojas que nos parece interesante señalar. En efecto, hasta aquí hemos confrontado dos enfoques clásicos. Por un lado, la tesis del efecto liberador de la educación y, por otro, la tesis de la ideología dominante. Generalmente, los partidarios de una de estas tesis rechazan la otra y viceversa. Sin embargo, si volvemos un instante a los datos del cuadro 4 (Astin, 1986), podemos suponer que estas dos tesis están relacionadas y que es posible encontrar apoyo para cada una de ellas, incluso cuando se considera una misma y única población. Por ejemplo, Astin (1986) muestra que el nivel de educación predice negativamente las actitudes sexistas. Entre 1967 y 1971, cuanto más tiempo pasaron los individuos en la universidad, más favorables son a la emancipación de las mujeres, se oponen más a la idea de que la actividad de las mujeres «debería limitarse a encargarse del hogar y la familia» y consideran más que «las mujeres deberían ser alentadas a continuar con sus estudios». Sin embargo, en el mismo período, cuanto más elevado es el nivel de educación de los individuos, menos consideran que es fácil hacer cambiar a la sociedad y más se oponen a las medidas de trato preferencial frente a la admisión en la universidad de las personas desfavorecidas (las mujeres, los negros, etc.). La discriminación positiva (affirmative action) corresponde a las medidas provisorias adoptadas por algunos países (principalmente, Estados Unidos) para 92 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN paliar la reproducción de las desigualdades sociales. En efecto, en la mayoría de los países democráticos, subsisten desigualdades muy importantes entre los diferentes grupos sociales. Así, en Francia, aunque las mujeres aprobaron significativamente mejor todas las etapas del bachillerato 2001-2002 (según datos del insee de 2003), representaban al comienzo del ciclo 2002 menos de un cuarto del alumnado de las grandes y prestigiosas escuelas de ingenieros (ídem). En la mayoría de los países, se encuentran diferencias de este tipo entre hombres y mujeres. Del mismo modo, en Estados Unidos, los negros aprueban sistemáticamente con resultados más bajos que los blancos los exámenes estandarizados (sat). Sin embargo, ahora se sabe que esas diferencias no se deben a factores genéticos, sino más bien a características propias de las situaciones que perjudican a algunos grupos y no a otros (Steele, Spencer y Aronson, 2002). Para paliar las desigualdades constantes entre los grupos sociales, algunas políticas han adoptado medidas que apuntan a permitir una mejor representación de los diferentes grupos en la sociedad. Dichas medidas pueden, por ejemplo, tomar la forma de cupos o de trato preferencial en la contratación9. Algunos investigadores consideran abiertamente que la oposición a las medidas de discriminación positiva puede ser vista como el reflejo de los prejuicios. Respecto a los datos de Astin (1986), lo que parece contraintuitivo es el hecho de que las personas más instruidas parecen manifestar prejuicios más débiles y, al mismo tiempo, se oponen más a las medidas de trato preferencial. En este sentido, puede parecer interesante interrogarse sobre las motivaciones que incitan a las personas más instruidas a oponerse a las acciones de discriminación positiva. Sidanius, Pratto y Bobo (1996) citan datos que nos permitirán ilustrar los antecedentes de las actitudes de oposición a la discriminación positiva en función del nivel de educación. Sus estudios son transversales, no permiten concluir que la educación es directamente responsable de los resultados observados. No obstante, sus resultados nos parecen suficientemente interesantes como para ser mencionados en este trabajo. La población de estudio comprende 3 861 estudiantes euroestadounidenses, clasificados en función del año de estudio que cursan en la universidad. Los autores se interesaron en dos antecedentes posibles de actitudes de oposición a la discriminación positiva: el conservadurismo político y el racismo (medidos de forma explícita). Las actitudes de oposición son medidas pidiendo a los estudiantes que evalúen su reacción frente al estímulo discriminación positiva. En esta investigación, los autores encuentran una correlación negativa entre el nivel de educación y el conservadurismo político, y entre el nivel de educación y el racismo. No obstante, sus resultados indican relaciones completamente diferentes frente a esas variables y la oposición a la discriminación positiva. El cuadro 8 presenta los principales resultados observados. 9 Para una síntesis, véase Kravitz y otros (1996). Un estudio pionero en la materia en Europa es Lorenzi-Cioldi (2002). 93 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ CUADRO 8. Actitudes de oposición a la discriminación positiva en relación al conservadurismo político y el racismo clásico Nivel de estudios universitarios Antecedentes (variables independientes) Conservadurismo político Racismo clásico B (bivariante) 1º año (freshmen, N = 678) 2º año (sophomores, N = 812) 3º año (juniors, N = 919) 4º año (seniors, N = 926) 5º año y más (graduates, N = 511) 0,13 0,39*** 0,45*** 0,53*** 0,66*** Modelo multivariante B 0,13 0,35** 0,42** 0,45** 0,50** β 0,13 0,34 0,47 0,45 0,51 B (bivariante) -0,03 0,42** 0,32** 0,76** 1,20** Modelo multivariante B β R2 0,00 0,14 -0,07 0,28* 0,62** 0,00 0,09 -0,04 0,14 0,30 0,02 0,16 0,20 0,30 0,52 Fuente: Sidanius, Pratto y Bobo (1996:481). Nota: B (bivariante) = relación directa; B = relación bajo control de las otras variables; β = B estandarizada (las β son comparables); test de igualdad entre los niveles de estudios rechazado, R2 (4, N = 3 861) = 9,91; p < 0,04. * p < 0,05; ** p < 0,01; *** p < 0,001. Si se toman en cuenta los datos proporcionados por estos autores, se puede comprobar que el racismo y el conservadurismo político predicen, independientemente uno del otro, la oposición a la discriminación positiva. Además, los datos indican que las relaciones entre el racismo, el conservadurismo político y la oposición a la discriminación positiva son significativamente más importantes a medida que se eleva el nivel de estudios. Por otra parte, otros estudios, que no presentaremos aquí, indican que el efecto combinado del racismo y del conservadurismo político sobre la oposición a la discriminación positiva puede explicarse por el deseo de mantener la jerarquía social entre los grupos (por ejemplo, mantener a los grupos desfavorecidos en un estado de subordinación). Estos resultados corroboran los de Astin (1986) y sugieren que las personas más instruidas, con respecto a las menos instruidas, pueden ser menos racistas (a nivel explícito) y, al mismo tiempo, oponerse más a las medidas que apuntarían, precisamente, a disminuir las desigualdades sociales. Lo que parece verdaderamente esencial para las personas más instruidas es no parecer racistas y, a la vez, mantener en su lugar la jerarquía social que les confiere una posición ventajosa en la sociedad. Conclusión Los efectos de la educación son numerosos. Se encuentran a nivel cognitivo, con un aumento de las competencias, pero también a nivel de algunas actitudes y valores (disminución del dogmatismo, religión, etc.). 94 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN En lo que se refiere al efecto de la educación sobre las actitudes intergrupales, como hemos visto, el nivel de educación parece tener un efecto liberador, en promedio, cuando se consideran diferentes campos de estudio. En cambio, cuando nos interesamos por lo que pasa en el interior mismo de las diferentes orientaciones, la realidad parece mucho más compleja. Los datos de las diferentes investigaciones que hemos presentado en este capítulo no pueden realmente comprenderse desde la perspectiva de las tesis clásicas sobre los efectos de la educación. Tanto la tesis de la ideología dominante como la del efecto liberador pueden, sin duda, dar cuenta de algunos efectos en campos de estudio específicos, pero su alcance está lógicamente limitado a esos campos. En efecto, solo podemos sugerir la necesidad de emprender nuevas investigaciones en este sentido. Finalmente, sabemos muy poco sobre los verdaderos efectos de la educación a nivel del racismo y otros comportamientos etnocéntricos. De hecho, la cuestión de los efectos de la educación sobre las actitudes intergrupales aún es ampliamente debatida. CAPÍTULO 3 La inculcación de una ideología M ientras que el análisis de los rendimientos privados de la educación en el mercado de trabajo constituye el corazón del enfoque económico contemporáneo de los efectos de la educación, el desarrollo de los sistemas de enseñanza de Europa, América del Norte y los territorios controlados por Japón de finales del siglo xviii y principios del xx (Corea, Taiwán) parece haber obedecido a preocupaciones muy diferentes. Por una parte, los pensadores que celebraron el rol de la educación como medio para aumentar la libertad de los individuos y de los pueblos, ya sean europeos (por ejemplo, Victor Hugo) o no (por ejemplo, Rabindranath Tagore), pusieron el acento en los aspectos políticos, sociales, culturales o religiosos de dicha libertad más que en su dimensión económica. Por otra parte, los gobiernos que implementaron sistemas de enseñanza universal, generalmente públicos, los concibieron más bien como medios de control de una población cuya insuficiente instrucción y falta de adhesión a las ideologías de Estado podrían, en un determinado plazo, debilitar el poder de las clases dirigentes. Weiner (1991) hace unas breves descripciones de los sistemas de enseñanza de varios países europeos y no europeos. Por ejemplo, el desarrollo de la educación en lo que hoy son Corea y Taiwán fue uno de los instrumentos privilegiados de la colonización japonesa, que no tenía por objeto, desde luego, iniciar el desarrollo económico espectacular, a partir de los años cincuenta, de Corea del Sur y Taiwán, con el que pudo contribuir involuntariamente por ese medio. En Prusia, en el siglo xix, el alto mando militar temía que el bajo nivel de educación de los reclutas perjudicara la eficacia de los ejércitos. En Francia, la creación de la escuela pública gratuita, laica y obligatoria fue para la Tercera República un medio para afianzar su autoridad naciente frente a la de la Iglesia y las corrientes monárquicas, con la perspectiva de una revancha militar contra la Alemania recientemente unificada. Aunque algunas de estas preocupa95 96 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN ciones tienen una magnitud económica innegable –en el caso de Prusia, el progreso técnico en lo que se refiere a armamento y estrategia aumentaba los rendimientos de la educación en la «producción» militar–, su objetivo era esencialmente político y, a menudo, ajeno a la idea de una emancipación material de los individuos. Sin embargo, parece difícil no establecer una relación entre las conmociones resultantes de los cambios tecnológicos de las dos primeras revoluciones industriales y el desarrollo contemporáneo de la educación. Galor y Moav (2002) proponen una reinterpretación de las luchas de clase del siglo xix en Francia y del debilitamiento relativo de los capitalistas luego del comienzo del siglo xx, en términos de capital humano. Mientras que el progreso técnico que suscitó el paso del artesanado a la industria durante la primera Revolución Industrial fue probablemente sesgado a favor del trabajo no calificado, la acumulación del capital físico durante el siglo xix habría hecho, poco a poco, que el trabajo calificado fuera relativamente raro y habría aumentado los rendimientos de las inversiones en capital humano. Como el capital físico y el capital humano son factores de producción complementarios, los capitalistas habrían tenido interés en apoyar el desarrollo de sistemas públicos de enseñanza, manteniendo así su tasa de beneficio (que una escasez demasiado grande de capital humano habría amenazado) y mejorando su nivel económico absoluto a costa de un debilitamiento de su posición como clase en la escala social. Galor y Moav concluyen que el concepto marxista de lucha de clases inevitable a consecuencia de la baja de la tasa de beneficio se basa en una subestimación de la función del capital humano en la producción, y dan una explicación económica a la desaparición de la estructura de clases que opone estrictamente obreros y capitalistas: La desaparición de la estructura capitalista/clase obrera ha sido, al menos en parte, el resultado de un proceso de cooperación más que de división. […] Las reformas educativas pueden haber sido un método económicamente eficiente de implementación de elementos de transición política, mientras que las reformas políticas pueden haber sido un subproducto de las reformas educativas que hicieron que la desigualdad política fuera más difícil de sostener y justificar. […] Las reformas políticas que acompañaron a las reformas educativas pueden ser vistas como un intento del capitalismo para disminuir el malestar social, así como para reforzar al sector que apoya a la educación pública profesional (utilitaria), contra los intereses del clero y los terratenientes, para quienes el capital humano es menos necesario para la producción (26). Los sistemas de enseñanza contemporáneos también combinan ideales de emancipación individual y social –entre los cuales la teoría del capital humano permitió resaltar el papel del rendimiento económico de la educación– con la imposición por parte de los Estados o de las instituciones privadas de su propia CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 97 ideología. El enfoque económico de la educación más reciente está en condiciones de tener en cuenta las competencias cognitivas (acumulación de capital humano) y, a la vez, las no cognitivas (aspectos psicológicos y comportamentales), y debería así permitir llegar a una comprensión unificada de los efectos de la educación sobre la sociedad, de los que este capítulo da algunos ejemplos. Sistema público de enseñanza y transmisión de una ideología de Estado Según un enfoque puramente económico basado en la teoría del capital humano, la intervención pública en el sector de la educación no tiene justificación evidente. Desde esta perspectiva, en efecto, si los rendimientos de la educación fueran enteramente privados, el mercado debería desembocar en una oferta de educación eficaz y el Estado no tendría que intervenir. Desde luego, la existencia de externalidades positivas y de exigencias de crédito, que impiden a los más pobres invertir en capital humano en grado óptimo para ellos, por no poder enfrentar los costos de la escolaridad, justifican que el Estado subvencione el sector de la educación, sin lo cual las inversiones privadas en capital humano serían insuficientes con respecto al ideal social. Sin embargo, el Estado podría contentarse con distribuir vouchers de educación a los padres y dejarlos elegir la escuela en la que quieren inscribir a sus hijos1. Históricamente, se ha visto que la educación fue, durante mucho tiempo, patrimonio de instituciones privadas, religiosas y/o comunitarias: escuelas católicas, madrazas, etc., y que la sustitución de escuelas públicas por escuelas privadas fue y continúa siendo objeto de violentas luchas políticas, a menudo necesarias en la historia de los países implicados. Kremer y Sarychev (2000) señalan que la existencia de escuelas públicas es un misterio para la teoría económica: Casi todas las naciones controlan la escuela pública, y Estados Unidos y la mayoría de los países ofrecen incentivos económicos importantes a los estudiantes que asisten a la escuela pública, no así a la privada. La preponderancia de la educación pública es un misterio, ya que hay, justamente, fuertes razones a priori para creer que la calidad de la educación sería mejor en un sistema de vouchers, y la limitada evidencia empírica disponible apoya este punto de vista (3). 1 Experiencias de ese tipo fueron llevadas a cabo en Estados Unidos, principalmente en Milwaukee (Wisconsin), y en algunos países en desarrollo, como Chile o Colombia (véase Epple y Romano, 1998, para un modelo teórico, y Angrist, Bettinger, Bloom, King y Kremer, 2002, para resultados experimentales que conciernen a Colombia). Este sistema debe desembocar en una competición entre escuelas en la cual los padres tienen un papel esencial: informarse acerca de la calidad de la enseñanza de cada escuela y, en consecuencia, inscribir o no a sus hijos. 98 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN La explicación reside en la naturaleza misma de las escuelas, que transmiten a la vez capital humano y lo que Kremer y Sarychev denominan ideología. El Estado puede garantizar con bastante facilidad la transmisión de capital humano en un sistema en el que no controla directamente las escuelas, por ejemplo, a través de la implementación de normas que conciernan a los recursos disponibles en cada establecimiento (ratios alumnos/docentes, salario y formación de los profesores, programas escolares) y a los resultados en los exámenes (necesidad de alcanzar tasas de éxito mínimo para que el establecimiento sea admitido). En cuanto al resto, la competencia entre escuelas debe proporcionar a los docentes las motivaciones necesarias para trabajar eficazmente. A la inversa, el Estado puede observar la ideología transmitida por una escuela, pero es particularmente difícil controlarla por medio de normas contractuales (la transmisión ideológica depende de elementos intangibles, como la forma en que un determinado programa escolar es enseñado, los elementos en los que los docentes insisten y el punto de vista que sus alumnos son incitados a adoptar). Según el Estado organice el sector de la educación o lo delegue a establecimientos privados en los que no controla demasiado la transmisión de ideología a sus alumnos, pueden surgir tipos de sociedades muy diferentes. Kremer y Sarychev muestran que, en un sistema de vouchers de educación, los padres eligen inscribir a sus hijos en escuelas ideológicamente parecidas a ellos, lo que conduce, luego de varias generaciones, a una mayor polarización ideológica de la sociedad. La principal justificación de la intervención del Estado en el sector educativo es, entonces, la elección de una determinada ideología y la conservación de la homogeneidad ideológica de la sociedad (el análisis económico reúne aquí las preocupaciones de las otras ciencias sociales en cuanto a los efectos de la educación sobre la sociedad). Kremer y Sarychev citan un determinado número de trabajos empíricos, que interpretan en los términos de su modelo. En los Países Bajos, desde la victoria en las elecciones de 1889 de una coalición de partidos católicos y calvinistas frente a los partidos apoyados por la Iglesia reformada oficial, las minorías religiosas obtuvieron el derecho de crear sus propias escuelas. En 1979, dos tercios de los alumnos del primario eran escolarizados en el sector privado religioso, y las mismas escuelas públicas tenían una identidad religiosa. Muchas instituciones políticas o sociales neerlandesas están hoy organizadas por religión, ya sean partidos políticos, cadenas de televisión o incluso clubes de fútbol. En Estados Unidos, el programa de vouchers de educación de Milwaukee primero afectó a un barrio pobre del centro de la ciudad cuya población es principalmente negra y fue el resultado de un acuerdo entre un diputado demócrata «liberal» y el gobierno republicano conservador de Wisconsin (Kremer y Sarychev vieron allí una confirmación de la conclusión de su modelo, según la cual las personas situadas en los extremos del espectro político están a favor de los vouchers de educación, mientras que los moderados prefieren la educación pública, que reduce CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 99 el campo político de los extremos homogeneizando la sociedad). James (1993) señala, sobre una muestra de doce países desarrollados y treinta y ocho en vías de desarrollo, que el grado de heterogeneidad religiosa y lingüística es uno de los principales determinantes de la proporción de alumnos del secundario inscriptos en el sector privado, a igual nivel de desarrollo2. Kremer y Sarychev señalan, por último, que la polarización ideológica ocasionada por la existencia de un sector privado importante puede tener consecuencias negativas en algunas sociedades, pero no en otras: En Israel, la elección de la escuela probablemente ha profundizado la brecha entre judíos religiosos y laicos, lo cual es una fuente importante de tensión, incluso de violencia. En Canadá, la elección de la escuela puede haber profundizado las divisiones entre francófonos y angloparlantes y, aunque es posible que conduzca a la disolución del país, no está claro que esa sea una consecuencia terrible. En los Países Bajos, la elección de la escuela ha llevado a la segmentación religiosa de la educación, y esta división religiosa ha impregnado muchas instituciones dentro de la sociedad, pero no parece haber sido particularmente grave. En Estados Unidos, los programas de vouchers escolares han conducido a, por lo menos, algunos incidentes de adoctrinamiento ideológico en posiciones extremistas (22). La «correspondencia» entre la escuela y la empresa Además de elementos de ideología política, las escuelas forman otros tipos de «competencias no cognitivas» que hacen de ellas un lugar de enfrentamiento entre grupos sociales, incluso dentro del sector público. Mientras que el modelo teórico de Kremer y Sarychev está en la «frontera» contemporánea de la investigación en economía de la educación, desde 1976, en su libro Schooling in Capitalist America, Bowles y Gintis demostraron que el sistema de enseñanza estadounidense tiene un papel esencial en la formación de los rasgos psicológicos y comportamentales valorados por los empleadores en el mercado de trabajo. Lejos de desarrollar la facultad de juzgar, tendería, efectivamente, a hacer que sus alumnos adopten determinados comportamientos, creencias y valores acordes a las normas del trabajo de empresa, siguiendo el principio de correspondencia (correspondence principle): «La escuela prepara a la gente para las reglas del trabajo adulto, socializándola para funcionar bien y sin reclamos en la estructura jerárquica de la empresa moderna. La escuela lleva esto a cabo mediante lo que llamamos 2 Entre países de niveles de desarrollo diferentes, la amplitud de los fondos públicos consagrados a la enseñanza secundaria es determinante. En muchos países, la oferta pública de educación secundaria es insuficiente, y la oferta privada se desarrolla en respuesta al exceso de demanda. 100 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN principio de correspondencia: estructurando las interacciones sociales y las recompensas individuales de modo de replicar el ambiente del trabajo» (Bowles y Gintis, 2001:1)3. Bowles y Gintis (2001) proponen una reformulación de este principio a la luz de las teorías de la evolución cultural que se han desarrollado desde 1976. En primer lugar, la escuela es un modo de transmisión oblicua de la cultura, en el sentido en que la cultura es transmitida a los alumnos no por sus padres (transmisión vertical), sino por otros miembros de la generación de sus padres, los profesores. Con respecto a otros tipos de transmisión oblicua, la escuela se distingue por el hecho de que los profesores comunican una cultura con frecuencia muy alejada de la cultura de origen de sus alumnos (por ejemplo, cuando la generalización de la educación primaria instaura una cultura escrita en poblaciones cuya cultura era hasta ese momento oral). En segundo lugar, la escuela constituye un sistema de recompensas y sanciones que son dadas en función de la adecuación del comportamiento de los alumnos al modelo cultural escolar –este último corresponde al modelo cultural del mundo del trabajo–: «La estructura de recompensas que subyace en los estudios acerca del principio de correspondencia incluye la estrecha relación entre la personalidad y los rasgos comportamentales asociados a buenos rendimientos escolares, y los rasgos asociados a la obtención de altas categorías en el trabajo» (19). La escuela contribuye así a la evolución cultural, al exponer a sus alumnos a un modelo de cultura generalmente diferente al de sus familias y al incitarlos a adoptarlo. Así, en el caso estadounidense, contribuye en la transmisión del modelo cultural capitalista, lo que explica que los individuos que mejor se desempeñan en la escuela sean también a los que mejor les «va» en el mundo del trabajo, es decir, los que tienen ingresos más altos. Bowles y Gintis (2001:2) señalan, por último, que la historia del sistema de enseñanza de los Estados Unidos permite reconstruir el surgimiento del principio de correspondencia: «La evolución del sistema escolar moderno no se explica mediante el perfeccionamiento gradual de un ideal democrático o pedagógico. Más bien, fue producto de una serie de conflictos surgidos de la transformación de la organización social del trabajo y la distribución de recompensas. En este proceso, los intereses de los dueños de los negocios líderes tendieron a predominar, a pesar de que fueron frecuentemente cuestionados». Bowles y Gintis (2001:20) subrayan, sin embargo, que la escuela estadounidense tiene un papel en la transmisión de otros valores distintos a los asociados con el trabajo en la economía capitalista, y coinciden así con el análisis de Kremer y Sarychev: «Ahora creemos que pudimos haber sobrestimado las recompensas asociadas a los futuros roles laborales, en desmedro de los futuros roles de ciudadanos, miembros de familia, etc.». 3 El destacado pertenece al original. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 101 El modelo de Kremer y Sarychev y el análisis de Bowles y Gintis, si bien hacen hincapié en efectos de la educación sobre la sociedad un poco diferentes, se inscriben en una misma línea de pensamiento, que apunta a superar la teoría del capital humano y a extender el análisis económico fuera de su campo tradicional, integrando los aportes de otras ciencias sociales. Es demasiado pronto para saber si esta línea de pensamiento conseguirá alterar la economía de la educación, pero hay que señalar que regularmente aparecen artículos que proponen ir en ese sentido4. Así, Carneiro y Heckman (2002) proponen una síntesis de los trabajos empíricos sobre el funcionamiento del sistema de enseñanza estadounidense en los que las políticas públicas del capital humano (human capital policy) tienen en cuenta también las competencias no cognitivas. Educación y docilidad En determinadas condiciones, la escuela puede socializar para la docilidad. La tesis de Frédérique Matonti (1996) permite pensar la cuestión a partir del caso de La Nouvelle Critique, revista de intelectuales comunistas, elegida precisamente porque «es uno de los lugares más libres en el seno del Partido Comunista Francés (pcf)» y porque «constituye un modelo para comprender las fuentes sociales e intelectuales de la sumisión a la autoridad» (740). El contexto es el del aggiornamento del pcf: en el Comité Central de Argenteuil en 1966, disminuyendo oficialmente la presión sobre la exigencia de ortodoxia política que antes pesaba sobre los artistas e intelectuales comunistas, reconociendo la especificidad del trabajo intelectual y artístico, anteriormente conminado a someterse al espí4 Akerlof y Kranton (2000) desarrollan un modelo económico, basado en los aportes de otras ciencias sociales (antropología, sociología, psicología), de la identidad social de un individuo, es decir, la utilidad que obtiene de su pertenencia a grupos sociales (por ejemplo, el género) definidos por determinados atributos (por ejemplo, la apariencia física o la vestimenta), y su conformidad con las normas sociales concernientes a los atributos de su grupo (por ejemplo, un determinado tipo de feminidad o de masculinidad). En algunos casos, los individuos pueden elegir su pertenencia a un grupo social y su grado de conformidad con las normas correspondientes. Akerlof y Kranton (2002) aplican este modelo al funcionamiento de los establecimientos de enseñanza, que tienden a imponer una identidad social específica a la cual los alumnos pueden aceptar someterse o contra la cual pueden rebelarse (dentro de un establecimiento, los alumnos eligen una identidad propia entre los «primeros de la clase» (nerds), los «deportistas» (athletes), los alumnos «normales» (leading crowd) o los «malos alumnos» (burnouts)). Akerlof y Kranton solo se interesan en las consecuencias a corto plazo de estas elecciones de identidad durante la escolaridad, pero es evidente que su enfoque también podría ser aplicado a las consecuencias a largo plazo de esas mismas elecciones y coincidiría así con las posturas de Kremer y Sarychev, y Bowles y Gintis. La convergencia de estos esfuerzos de renovación teórica es impresionante. 102 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN ritu de partido, el pcf intenta seducir a las nuevas profesiones intelectuales. Se abrió un espacio en La Nouvelle Critique para hacerse eco de los avances teóricos de las ciencias humanas, entonces en auge. El objetivo era refundar un marxismo científico relacionándolo con nuevas disciplinas de la lingüística, la semiológica o el lacanismo (743). Para conducir esta apertura a las vanguardias artísticas y teóricas, La Nouvelle Critique recluta, entre 1966 y 1980, nuevos colaboradores elegidos ya no a priori en virtud de la ortodoxia política, fácil de arrancar a intelectuales desprovistos de legitimidad universitaria, sino, al contrario, en virtud de su excelencia universitaria y escolar. Ahora bien, lejos de renovar políticamente por completo el partido sobre la base de su saber teórico consagrado por sus diplomas escolares, estos especialistas en ciencias humanas, en realidad, van a adaptar los trabajos sociológicos, históricos o psicoanalíticos a las exigencias de la estrategia partidaria y de la teoría marxista, sirviéndose, como verdaderos «guardianes del templo», de sus capacidades retóricas y filosóficas para barrer las tesis heterodoxas y justificar los cambios de línea. Matonti muestra que lo que podríamos haber pensado que sería la garantía de su independencia con respecto a la autoridad partidaria –su excelencia escolar– es precisamente lo que explica su docilidad. Y también, muy a menudo, los más dotados de capitales universitarios son los que se entregan con mayor facilidad a la instrumentalización política del saber. La explicación de dicha sumisión no reside solo en el hecho de que estos intelectuales pueden prestarse más a ese juego al estar escolarmente consagrados y, por lo tanto, ser capaces de conservar su valor en el campo intelectual. Reside, sobre todo, en la afinidad electiva –en el sentido weberiano: relación activa entre dos estructuras diferentes– que se establece entre la dialéctica marxista y la dialéctica de la disertación del curso preparatorio de los liceos, fundamento del aprendizaje de la excelencia escolar. «La formación intelectual de ese curso proporciona, en efecto, un aprendizaje, en profundidad, de la sumisión a la autoridad por medio de la reverencia a las “grandes” obras, filosóficas o literarias. Y es a esta sumisión a la que apuestan los que reclutan jóvenes intelectuales [alumnos y/o profesores del curso preparatorio para el liceo] que pasan de la reverencia al saber a la reverencia al partido» (752). Los beneficios que estos intelectuales esperan obtener de esta extensión política de su docilidad resultan del hecho de que así pueden, agilizando el cursus honorum del ambiente comunista, «rozar los secretos y las maniobras de la gran política» (753). CAPÍTULO 4 Escuela y delincuencia En Francia U na vez más, Victor Hugo: Presidio de Toulon, 1862, 3 000 condenados. De esos 3 000 presidiarios, 40 saben un poco más que leer y escribir, 297 saben leer y escribir, 904 leen mal y escriben mal, 1 779 no saben leer ni escribir. En esta multitud miserable, todas las profesiones mecánicas están representadas por cantidades decrecientes a medida que se aumenta hacia las profesiones cultas y se llega a este resultado final: orfebres y joyeros en el presidio, 4; eclesiásticos, 3; notarios, 2; comediantes, 1; artistas, músicos, 1; hombres de letras, ni uno. Esta cuenta confirmaba la confianza inquebrantable que Victor Hugo tenía en la escuela: bastaba con educar al pueblo para que la criminalidad baje. Esa convicción estaba lejos de ser compartida por todos. Cincuenta años más tarde, hombres cultos y algunos criminalistas todavía consideraban a la escuela pública como un «lugar de corrupción»1: «Si la cantidad de jóvenes apaches aumenta todos los días, como cada uno sabe por su periódico, es culpa de la escuela pública». No contento con anticipar las investigaciones ulteriores sobre el efecto del diploma sobre la movilidad social, Paul Lapie (¡otra vez él!) somete a prueba esta idea, relativamente común en esa época: publica, en 1911, un artículo muy innovador sobre la escuela pública y la criminalidad juvenil. Consulta los expedientes de 102 jóvenes de 18 años o más que, desde diciembre de 1908 1 «La escuela neutral es un instrumento de corrupción», escribía un célebre criminalista a principios del siglo xx (Henri Joly, L’enfance coupable, París, Lecoffre, 1904, p. 195). 103 104 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN hasta enero de 1910, fueron objeto de un proceso judicial en la región de Bordeaux. Repartió dicha población según el tipo de delito, del menos grave (rotura de vidrios y robo ocasional) al más grave (estafa, reincidencia y premeditación), según el grado de instrucción (desde el analfabetismo absoluto hasta los certificados de estudios) y la cantidad de años de escolaridad. Conclusión de los cruces: «La ignorancia es más frecuente entre los jóvenes criminales que entre los adolescentes honestos [pero] la ignorancia no es la única condición del crimen, ni la instrucción, el único obstáculo para el delito», puesto que no existe una relación clara entre la gravedad de las faltas y el grado de ignorancia. Sin embargo, los 102 jóvenes delincuentes fueron todos malos alumnos, se escapaban de la clase o «estaban ausentes de corazón y espíritu cuando sus cuerpos iban a sentarse». Actitud que declara inocente, para Lapie, a la escuela pública, ya que esos jóvenes «se sustrajeron de su influencia tanto como han podido» (Lapie, 1911). Luego de comparar los efectos de las escolarizaciones laica y religiosa, concluye que la influencia de las escuelas confesionales no es mejor que la de las laicas2. La causa última de la delincuencia y la criminalidad sigue siendo, para él, la miseria, puesto que, al examinar en detalle las situaciones materiales de las familias –y «no familias»– de las que provienen sus jóvenes delincuentes, no encuentra más que pobreza, miseria e indigencia. «El remedio menos incierto contra la criminalidad juvenil es la vigilancia paternal de todos los “sin familia”: no se trata de una guerra contra la escuela pública.» Hoy podemos sonreír ante este alegato militante que limpia a la escuela pública de todo reproche y podemos divertirnos con la exigüidad de la base empírica de la demostración. También podemos admirar el ejercicio: los resultados de Victor Hugo y de Paul Lapie fueron confirmados repetidas veces. Hoy como ayer, los delincuentes cuentan, en sus filas, con una gran mayoría de individuos analfabetos o poco instruidos; hoy como ayer, la relación directa entre educación y criminalidad no es fácil de establecer, y la fórmula igualmente balanceada de Lapie («La ignorancia no es la única condición del crimen, ni la instrucción, el único obstáculo para el delito») es una buena aproximación de la realidad. La idea de medir los efectos respectivos de las escolarizaciones laica y confesional no tuvo, lamentablemente, continuidad. 2 «Entre aquellos que no tomaron la primera comunión, encontramos una mendiga, un atolondrado que tira piedras a un poste telegráfico, un portador de armas prohibidas, 7 ladrones de escaparates, de los cuales 2 son reincidentes simples; uno solo es culpable de robo calificado. Entre los 59 más favorecidos, desde el punto de vista religioso, encontramos, sin duda, criminales mediocres, pero también encontramos 27 autores de delitos graves (robos, estafas, robos con violencia, chantaje o violencias), 2 autores de atentados violentos al pudor y un asesino» (Lapie, 1911:168). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 105 Sobre todo, se les debe a Hugo y a Lapie el haber abordado la cuestión de frente, con los datos que ofrecía la situación, datos que no mejoraron mucho con el tiempo y el perfeccionamiento del aparato estadístico, al menos en Francia. No existen hoy en Francia datos estadísticos que permitan estudiar la relación entre educación y delincuencia, escolaridad y criminalidad. En su conjunto, el sistema estadístico permanente ya no tiene prácticamente descriptores sociológicos de la población contabilizada como delincuente o criminal en un nivel dado. Las estadísticas de condenas provenientes de los antecedentes penales, producidas por el insee entre 1954 y 1978, comprendían un indicador de categoría socioprofesional. Desde 1979, las únicas informaciones sobre los condenados son el sexo, la edad y la nacionalidad. En cuanto a las estadísticas de la policía, nunca hubo nada: las «personas puestas en tela de juicio» por la policía y gendarmería son distinguidas según el sexo, el criterio de mayoría de edad (menos de 18 años/18 años y más) y la nacionalidad (franceses/extranjeros). La única información disponible relativa al nivel de instrucción, desde hace mucho tiempo, concierne a los detenidos presentes en una fecha dada. Los especialistas de la estadística penitenciaria consideran que este indicador no es muy fiable. Además, solo incluye tres modalidades: analfabetos declarados, instrucción primaria, instrucción secundaria o superior. No faltan críticas a estos datos. Sobre todo en cuanto al poco control ejercido sobre la obtención de la información (declaración obtenida por la secretaría penitenciaria en el momento de la encarcelación) y a la definición de la categoría analfabeto. ¿En qué lengua? El 31 de diciembre de 2002, había 11 918 extranjeros detenidos, de los cuales 6 357 eran originarios de África. La categoría secundario y superior también es dudosa, ya que no corresponde a un diploma: forman parte de ella todos aquellos que hayan continuado una escolaridad hasta los 16 años en el colegio o simplemente después de la primaria. Las cifras disponibles deben ser interpretadas con la mayor prudencia, aunque confirmen las tendencias ya establecidas por Victor Hugo y Paul Lapie: el 31 de diciembre de 2002, había 55 407 detenidos, 5 372 en la categoría de analfabetos, 22 014 en la de primario, 28 021 en la de secundario o superior. El 31 de diciembre de 1998, había en total 52 961, distribuidos respectivamente en 6 104, 26 229, 17 339. El 31 de diciembre de 1989, había en total 45 420, distribuidos en 5 293, 29 872 y 8 748. La violencia y la delincuencia registradas en esas encuestas se sitúan siempre en el nivel visible de la criminalidad, el objetivamente reconocido por las instancias policiales o judiciales. También podemos afirmar que la educación eleva el nivel intelectual de la criminalidad. Es el caso de los hackers que entran en las redes informáticas y que, a menudo, forman parte de los grupos de estudiantes más brillantes de los departamentos científicos de las universidades. Un alto nivel de diploma permite también acceder a posiciones sociales que favorecen un nivel superior de criminalidad por el volumen de los negocios y las masas 106 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN financieras para malversar. También es el caso de los estafadores de alto vuelo que disponen, por su asistencia a las grandes écoles, de conocimientos jurídicos y de contactos en los sectores judiciales y políticos lo suficientemente fuertes como para escapar de las persecuciones y crear dispositivos de defensa a toda prueba, incluso en los asuntos de Estado. Fuera de ese desierto de la estadística pública, existen algunas encuestas puntuales. La dirección de la administración penitenciaria publicó en 1997 un estudio sobre el analfabetismo en el sector penitenciario (con una encuesta realizada bajo la dirección de Alain Bentolila)3. Centrada en la realización de un test destinado a evaluar el analfabetismo, la encuesta, aplicada a 10 894 personas que ingresaron a la cárcel en 1995-1996, da una indicación del nivel de diploma al salir del sistema escolar. Se distinguen tres flujos importantes de salida del sistema escolar: • fracaso en el colegio: cppn/cpa (Curso Preparatorio de Aprendizaje) + enseñanza especializada + colegio (en 3º o antes), agrupa al 36% de los encuestados (contra el 40,1% en 1994-1995); • salidas en cap (Certificado de Aptitud Profesional): 24% (contra el 19,9% en 1994-1995); • salidas en el nivel de la escuela primaria: 19% (contra el 19,6% en 1994-1995). O sea, casi un quinto. Sigue un análisis detallado según nivel de salida, diploma y edad. El análisis de los resultados de las pruebas tiene en cuenta la nacionalidad. El insee realizó en el sector penitenciario una parte de la encuesta Familia asociada al censo de 1999 (Cassan y Mary-Portas, 2000 y 2002), donde la edad al momento de dejar los estudios está indicada: a los 20 años, nueve de cada diez detenidos ya habían dejado el sistema escolar, contra seis hombres de cada diez para el total de la población. La única encuesta que pretende medir la delincuencia interesándose por los delincuentes es la llamada de delincuencia autorreferida, dirigida por Sebastian Roché en Grenoble. La encuesta concierne a los jóvenes escolarizados y a los que abandonan precozmente el sistema escolar. Para estos últimos, los indicadores de dificultad escolar (autodeclarada) manifiestan una relación positiva con las declaraciones de algunos actos delictivos (degradación, robos, peleas y actos violentos). Interpretada en el marco de una teoría que refiere más a la racionalidad del actor que a determinismos sociológicos metódicamente invalidados por el autor, la encuesta atribuye un papel importante al control parental, que tiende a relativizar el de la frustración escolar. También se encuentran algunas indicaciones relacionadas con el tema de la delincuencia en el barómetro de salud juvenil (preguntas sobre comportamientos 3 Publicación en los informes de la ap (Travaux et documents, 51, 1997). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 107 ilegales en general) con referencias a la edad y la escolaridad. Pero, al fin y al cabo, hay muy poco, o casi nada, fuera de las mediciones cuantitativas de la población penitenciaria (adultos, pero bien seleccionados por su relación con la delincuencia) y de poblaciones escolarizadas (sin relación, pues, entre el nivel escolar o de diploma y una actividad delictiva a la edad adulta). El sesgo más fuerte de todas estas fuentes es reducir la delincuencia (o la criminalidad) a las degradaciones, robos, actos violentos e infracciones en materia de estupefacientes. Nada sobre la delincuencia financiera, sobre la delincuencia vial, sobre el fraude fiscal, etc. Victor Hugo era optimista cuando escribía en Los miserables: «El hombre tiene un tirano, la ignorancia. Abra una escuela y cerrará una prisión». En Estados Unidos En ese país, la cuestión estuvo mejor tratada por los economistas. Iniciado por Gary Becker (1968), el análisis económico de la criminalidad está basado en una comparación entre los ingresos obtenidos a partir de las actividades legales y los obtenidos a partir de las ilegales. La educación aumenta los sueldos y, por ende, el costo de oportunidad del tiempo dedicado a las actividades fuera del mercado del trabajo, entre ellas, las ilegales; sin embargo, es posible que también aumente la productividad de algunas de estas últimas: el efecto neto es, entonces, ambiguo. Sin embargo, la educación afecta las preferencias de forma directa (una mayor aversión hacia, por lo menos, algunos tipos de delito) y, a la vez, indirecta (por ejemplo, aumenta la aversión por el riesgo). En conjunto, el efecto de la educación sobre la criminalidad, considerado como el resultado de decisiones puramente individuales, debería ser negativo (en el sentido de que a mayor educación, menor criminalidad)4. La mayoría de los trabajos parecen tratar sobre los impactos de los sueldos y el desempleo5; estos son positivos y negativos, respectivamente, y es posible que reflejen, por lo menos en parte, un efecto indirecto de la educación. Sin embargo, según Witte (1997), existen pocos tra- 4 5 Leigh (1998) señala, sin embargo, que esta hipótesis, probablemente, solo sea válida para los delitos violentos; la delincuencia «de guante blanco» es, por definición, ejercida por personas que han adquirido un alto nivel de educación, lo que podría implicar, incluso, que la correlación entre la educación y el total de las actividades ilegales sea positiva (en el sentido de que, cuando aumenta una, también lo hace la otra): «Si la delincuencia es medida en dólares, existe la posibilidad de que la correlación global entre educación y delincuencia sea positiva: más años de escolaridad no implican necesariamente menos tendencia a robar» (366). Lamentablemente, los trabajos que hay no parecen haber tomado en cuenta la delincuencia «de guante blanco». Para una síntesis de los trabajos basados en Estados Unidos, véanse Freeman (1996) y los artículos citados por Lochner y Moretti (2001). 108 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN bajos que establezcan una relación directa entre educación y criminalidad, en parte, debido a dificultades metodológicas6. Lochner y Moretti (2001) evalúan los impactos de la educación sobre la probabilidad de ser encarcelado (datos de los censos de 1960, 1970 y 1980), de ser arrestado (datos del fbi) y de participar en actividades ilegales en Estados Unidos (declarada por las personas que respondieron al National Longitudinal Survey of Youth [Encuesta Nacional Longitudinal de la Juventud], que sigue incluyendo a las personas encarceladas). Utilizan las leyes sobre la escolarización y la abolición del trabajo infantil como «instrumento» de la cantidad de años de educación (lo que debería permitir identificar el impacto causal7). La educación, en especial la culminación de los estudios secundarios8, y la probabilidad de encarcelamiento, que sería independiente de las políticas penales seguidas por cada Estado, y no reflejaría un impacto inverso del encarcelamiento sobre la continuación de los estudios, están en relación extremadamente negativa. Un año adicional de educación reduciría la probabilidad de ser encarcelado un 0,10% para los blancos y un 0,37% para los negros (según el censo de 1980, 0,68% de los individuos estaban encarcelados); las diferencias de nivel de educación medio entre blancos y negros explicaban el 23% de diferencia en el índice de encarcelamiento en 1980. Los efectos sobre la probabilidad de ser arrestado son del mismo orden: un año de educación reduce un 30% la probabilidad de ser arrestado por asesinato, un 20% por robo de automotor, un 13% por incendio criminal y un 6% por robo con violencia. Sin embargo, estos resultados son difíciles de interpretar, ya que no se basan en la cantidad de delitos cometidos, sino en la cantidad de crímenes esclarecidos: mezclan el efecto de la educación sobre la participación en actividades ilegales y el efecto sobre la probabilidad de ser arrestado. Este problema evidente afecta sistemáticamente las estadísticas oficiales sobre la delincuencia y la criminalidad, que miden principalmente la actividad de la policía y la justicia, así como la propensión de las víctimas a declarar los actos de violencia que sufrieron9. Aquí vemos los límites del 6 7 8 9 En particular, en la criminalidad, al ser esencialmente el acto de hombres jóvenes, es difícil distinguir el impacto de la educación sobre las actividades ilegales del impacto inverso. Véase el Anexo 1. Para los hombres negros, la probabilidad de ser encarcelados pasa de 0,050 con nueve años de estudio, a menos de 0,010 con doce años; para los hombres blancos, disminuye de 0,014 a aproximadamente 0,006 en el mismo intervalo. Podemos pensar que la focalización de la represión policial sobre las poblaciones desfavorecidas lleva a sobrestimar notablemente el impacto de la educación sobre la criminalidad. Por otro lado, Lochner y Moretti obtienen una relación positiva entre educación y probabilidad de ser arrestado por violación que podría deberse, en el supuesto de que los violadores ataquen a personas que tengan un nivel de educación similar al suyo (lo que no es imposible: las violaciones son cometidas frecuentemente por miembros del entorno), a una mayor propensión de las personas educadas a denunciar las violaciones. Lochner y Moretti señalan que no se observa una propensión de este tipo en los datos estadounidenses, pero no dan una explicación alternativa. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 109 método cuasi experimental utilizado por Lochner y Moretti: permite medir el impacto de la educación sobre algunos aspectos de la criminalidad, pero no propone un modelo preciso de los medios a través de los cuales es ejercido dicho impacto. Un modelo teórico que distinga explícitamente la criminalidad y su represión sería particularmente útil. No obstante, los datos del National Longitudinal Survey of Youth permiten observar la criminalidad de forma más directa. En la medida en que la información proporcionada por las personas incluidas en la muestra sobre sus propias participaciones en actividades ilegales sea exacta10, estos datos corroboran los resultados precedentes; en especial, el efecto principal de la educación pesaría sobre la criminalidad, y no sobre la probabilidad de ser arrestado o condenado. Lochner y Moretti concluyen que el efecto de la educación sobre la criminalidad constituye una externalidad positiva importante del capital humano. Utilizando datos sobre el costo de diferentes tipos de delitos (costos para las víctimas: pérdida de productividad y de sueldos, costos médicos, reducción de la calidad de vida determinada por los daños y perjuicios acordados por los tribunales civiles, valor de los bienes robados o destruidos; costo del encarcelamiento de los criminales), estiman el impacto de la reducción de la criminalidad debida a un aumento del 1% de la tasa de culminación de los estudios secundarios. De esto deducen que el rendimiento social de la educación, debido a su efecto sobre la criminalidad, representa del 14% al 26% de su rendimiento privado; si se redujese la criminalidad al mismo tiempo que se aumenta la productividad, políticas educativas que aumenten la tasa de culminación de estudios secundarios ofrecerían rendimientos sociales más importantes que el reclutamiento de policías adicionales. Estos cálculos se basan en numerosas hipótesis más o menos arbitrarias, y solo son indicativos. Sin embargo, son particularmente interesantes en un contexto marcado por el crecimiento de las políticas de seguridad, en detrimento de las políticas educativas11. Educación y terrorismo Por último, algunos artículos recientes intentan un enfoque económico del terrorismo, especialmente en el conflicto palestino-israelí. Berman (2000 y 2002) 10 Podemos preguntarnos, sobre todo, en qué medida las personas más educadas no tendrían una mayor tendencia a no declarar la totalidad de sus actividades ilegales que las otras. 11 Williams y Williams (1995) defienden la misma postura; estudian un programa experimental de escolarización preprimaria puesto en marcha en 1962 en Michigan que comprendía a 123 niños de entre 3 y 4 años de edad provenientes de sectores desfavorecidos; algunos participaban del programa, otros no. A los 27 años de edad, aquellos niños que participaron tienen menos probabilidad de tomar parte en actividades ilegales. La escolarización preprimaria tendría, así, efectos a muy largo plazo. 110 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN propone un modelo teórico general del funcionamiento de las organizaciones extremistas (Hamas, las organizaciones integristas judías y los talibanes). Subraya que se desarrollan en contextos de disgregación del Estado y pueden generar una oferta alternativa de servicios públicos, y que, entonces, pueden ser entendidas como «clubes» cuya eficacia se apoya en los estímulos que tienen sus miembros para participar de ese esfuerzo colectivo en vez de aprovechar el esfuerzo de los otros. Un alto nivel de religiosidad proporciona un sistema de estímulos adecuado, poniendo el acento en valores como la devoción, la caridad y el sacrificio personal. La evolución hacia prácticas destructivas y autodestructivas como el terrorismo, principalmente los atentados suicidas, se realiza cuando la adopción de normas cada vez más radicales en el seno del «club» está favorecida por la pérdida de posibilidades de empleo de los miembros fuera del «club», el debilitamiento del Estado y de los servicios públicos, o por un flujo suplementario de recursos hacia ese «club»: los miembros se vuelven cada vez más dependientes. Berman explica así la radicalización de movimientos como Hamas y los talibanes. Concluye que políticas estándar de desarrollo económico, de mejoramiento de los servicios públicos y de lucha contra la discriminación pueden prevenir la formación de grupos semejantes y, sobre todo, su radicalización. Las políticas educativas podrían ser útiles, a condición de que los rendimientos sean perceptibles (el desempleo masivo en Palestina no permite cumplir mucho con esta condición). Krueger y Maleckova (2002) examinan más directamente la existencia de un impacto causal de la educación sobre el apoyo y la participación en actividades terroristas en Palestina y el Líbano. Su enfoque es exactamente contrario al de Berman, ya que niegan, desde un primer momento, la relación establecida por los dirigentes y los medios estadounidenses luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 entre terrorismo, pobreza y educación: «En lugar de ver al terrorismo como una respuesta directa a las pocas oportunidades de mercado o a la ignorancia, proponemos que es más preciso verlo como una respuesta a las condiciones políticas y a los sentimientos históricos (sean percibidos o reales) de indignidad y frustración que poco tienen que ver con la economía» (1). Las políticas de desarrollo propuestas por Berman serían, pues, una respuesta inadecuada; además, ver en ellas solo un medio de lucha contra el terrorismo podría tener efectos perversos (por ejemplo, provocar el retiro de la ayuda internacional de los países en los que el riesgo terrorista sería considerado bajo). Por otra parte, Krueger y Maleckova resaltan la dificultad de definir el terrorismo como concepto científico (mencionan la existencia de un centenar de definiciones, diplomáticas o universitarias). Se centran en los actos de violencia cometidos por miembros de Hezbollah en el Líbano, así como por Hamas y organizaciones extremistas judías en Israel y Palestina. Tienen especial cuidado en precisar que esos actos constituyen casos de violencia política y que algunos pueden ser considerados, también, como actos de resistencia a una fuerza de ocupación extranjera. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 111 El enfoque económico más natural consistiría en considerar los atentados terroristas como una forma de criminalidad entre otras, en tal caso, la educación debería tener un impacto negativo (es decir, a más educación, menos atentados). Sin embargo, los ataques suicidas son netamente diferentes –perturban, por lo menos, los cálculos de utilidad de aquellos que se preparan para cometerlos–, y las organizaciones terroristas, al seleccionar voluntarios, podrían privilegiar a personas educadas, cuyo compromiso al servicio de la causa sería más fiable. Krueger y Maleckova concluyen en la impotencia de la teoría económica para dar cuenta de esos comportamientos de manera unívoca: «Es poco probable que la teoría económica dé una respuesta muy convincente con respecto a si es la pobreza o la educación la causa fundamental que da origen al terrorismo. Se pueden construir explicaciones plausibles acerca de por qué una reducción de la pobreza y un aumento de la educación podrían incrementar o reducir la incidencia del terrorismo» (9). Presentan tres series de resultados. En primer lugar, una encuesta realizada, en diciembre de 2001, a los habitantes palestinos de Cisjordania y de la Franja de Gaza sugiere que la proporción de opiniones a favor del ataque a objetivos civiles y militares israelíes, y la calificación de algunos acontecimientos como actos de terrorismo (en vez de actos de resistencia) no está en correlación con el nivel de educación. En segundo lugar, el análisis de datos concernientes a 129 miembros de Hezbollah, muertos durante acciones paramilitares en los años ochenta y noventa en el Líbano, muestra que el impacto de la educación sobre la probabilidad de convertirse en un «mártir» es no significativo y positivo. En tercer lugar, datos sobre 27 israelíes judíos que cometieron actos terroristas en los territorios ocupados a principios de los años ochenta muestran que todos tenían altos niveles de educación y de sueldos. ¿Qué pensar de estos resultados teóricos y empíricos contradictorios, basados en datos de un alcance muy limitado? Desde luego, el análisis económico encuentra aquí sus límites: el terrorismo comprende comportamientos particularmente heterogéneos y se produce en contextos políticos, económicos y sociales extremadamente variables. Parece saludable, como señalan Krueger y Maleckova, ante todo considerarlo como un acto político, y parece difícil analizarlo sin tener en cuenta el terrorismo de Estado o, más sencillamente, la violencia legítima que le hace frente. Sin embargo, la existencia de un fuerte sentimiento de injusticia, a menudo legítimo, tiene un papel manifiestamente esencial en el desarrollo de los grupos extremistas: podemos pensar que políticas de desarrollo que promuevan la justicia social podrían prevenir la aparición del terrorismo. El punto de vista de Berman coincide aquí con el de Krueger y Maleckova: aunque el argumento sea algo circular, la puesta en marcha de políticas semejantes no es muy factible en los contextos de ocupación armada, de guerra civil o simplemente de opresión político-económica que constituyen el humus del terrorismo. SEGUNDA PARTE Niveles de vida CAPÍTULO 5 Los efectos del capital humano sobre los ingresos individuales La educación desempeña un papel central en los mercados de trabajo modernos. Cientos de estudios en muchos países y períodos diferentes han confirmado que los individuos más instruidos tienen sueldos más altos, experimentan menos el desempleo y trabajan en puestos más prestigiosos que sus pares menos instruidos. A pesar de la aplastante evidencia de la correlación positiva entre educación y estatus en el mercado laboral, los cientistas sociales han sido cautelosos a la hora de hacer inferencias fuertes acerca del efecto causal de la educación. Ante la falta de evidencia empírica, es muy difícil saber si los altos ingresos observados en los mejores trabajadores son causados por su mayor instrucción o si los individuos con mayor capacidad de ganancia han optado por adquirir más educación. David Card (1999a:1802)1 L a estimación del impacto causal de la educación sobre los ingresos individuales constituye un punto de partida fáctico y, al mismo tiempo, metodológico para el enfoque económico de los efectos de la educación. Por una parte, la existencia de una correlación estadísticamente significativa y positiva entre la cantidad de años de escolaridad efectuados por un individuo y los ingresos que obtiene de su trabajo es una de las «regularidades empíricas» mejor establecidas en economía, cualesquiera sean la zona geográfica y el período considerados. Por otra parte, los modelos teóricos –la teoría del capital humano– y los métodos empíricos –la microeconometría del trabajo– desarrollados (entre otros) para interpretar esta correlación en términos de causalidad se encuentran en el núcleo de la renovación de la ciencia económica desde hace unos cuarenta años y constituyen el fundamento del análisis de los efectos de la educación en otros campos. 1 El destacado pertenece al original. 115 116 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN La gran mayoría de los trabajos existentes considera a la escolaridad como una inversión en capital humano que genera competencias cognitivas (cognitive skills), que mejoran la productividad del trabajo y son remuneradas en tanto tales. En los modelos más simples, la cantidad de años de escolaridad, o «cantidad» de educación, representa esas competencias, y el aumento de los ingresos individuales asociado a un año adicional puede interpretarse, bajo ciertas condiciones, como el «rendimiento privado» de la educación percibido por el individuo que ha efectuado la inversión. Una representación más precisa puede obtenerse teniendo en cuenta igualmente la «calidad» de la educación, ya sea mediante pruebas que midan directamente las competencias cognitivas o las características del sistema de enseñanza que hayan podido influir sobre las competencias adquiridas en un año de escolaridad (calidad de las escuelas). Este programa de investigación, ya antiguo y excesivo, ha dado origen a cientos de estimaciones de los rendimientos de la educación para diferentes países y años, para diferentes tipos de individuos y grupos sociales. La renovación metodológica que se desarrolla desde hace unos quince años permite acotar mejor la dimensión causal de la correlación entre educación e ingresos. Este capítulo se apoya, en lo esencial, en la síntesis de Card (1999a), que es el principal texto de referencia, y sigue los lineamientos de Becker (1964), Griliches (1977) y Willis (1986)2. La primera parte presenta la función de remuneración del capital humano, que es generalmente utilizada para estimar el rendimiento privado de la educación, así como las principales regularidades empíricas obtenidas. La segunda describe los métodos recientemente desarrollados para identificar el efecto causal del capital humano sobre los ingresos, y la tercera, la importancia de la calidad de la educación. La cuarta parte está dedicada a las disparidades de los rendimientos de la educación entre grupos sociales, y la quinta, a sus variaciones en el tiempo. La función de remuneración del capital humano La ecuación de Mincer Aunque los trabajos más antiguos se remontan a los años treinta3, la estimación del rendimiento privado de la educación se hace, generalmente, mediante la función de remuneración del capital humano de Mincer (1974), que se escribe de la siguiente manera: 2 3 Para otras síntesis recientes, véanse Ashenfelter y Rouse (2000), Ashenfelter, Harmon y Oosterbeck (1999), y Blundell, Dearden, Meghir y Sianesi (1999). Véanse los estudios citados por Krueger y Lindahl (2001). 117 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ log(y) = a + bS + cX + dX2 + e (1) donde y representa la remuneración del trabajo del individuo (generalmente, un salario por hora o mensual, o el ingreso anual del trabajo), S el número de años de educación, X el número de años de experiencia profesional y e un residuo estadístico. El parámetro que interesa es el coeficiente b, que representa el aumento del salario (en porcentaje) asociado a un año adicional de escolarización, teniendo en cuenta la experiencia profesional. Mincer (1974) deduce esta especificación de un modelo teórico de decisiones tomadas por los individuos en cuanto a su educación y a su formación que prolonga los trabajos de Becker (1964 y 1967) y Becker y Chiswick (1966)4. Como subraya Card (1999a:1804), esto corresponde a las características de los ingresos observados en Estados Unidos en los años cincuenta: la función de remuneración del capital humano «puede ser vista como un matrimonio extraordinariamente exitoso entre razonamientos inductivos y deductivos». Es necesario recordar que la cantidad de años de estudio y los salarios observados provienen de una población heterogénea; en el modelo de Becker (1967), las preferencias, los costos de la escolaridad y los rendimientos anticipados de la educación según los cuales se hacen las elecciones de escolarización difieren de un individuo a otro. Como señala Card (1999a:1803): «El rendimiento de la educación no es un parámetro único en la población, sino más bien una variable aleatoria que puede variar con otras características de los individuos, como el entorno familiar, la capacidad o el nivel de educación». El coeficiente b solamente proporciona el promedio de los efectos de la educación, eminentemente desiguales. Diversas mejoras han sido aportadas a la ecuación minceriana, por ejemplo, la introducción de distintas variables para cada año de escolaridad o de experiencia profesional, o el agregado de términos de orden más elevados que el cuadrado para la experiencia profesional (Murphy y Welch, 1990). Por otra parte, la manera en que la educación y los salarios son medidos puede impactar sobre los resultados. La cantidad de años de estudio no representa forzosamente la misma cantidad de educación si existen varios sistemas de enseñanza paralelos (por ejemplo, la enseñanza llamada general y la profesional) o si la calidad de las escuelas es muy heterogénea (véase la tercera parte de este capítulo). El capital humano que representa la educación también puede depreciarse, ya sea porque el traba4 Debemos mencionar que Mincer (1958) ya había deducido de un modelo teórico diferente una ecuación similar, en la cual el coeficiente de la educación representa el diferencial de salario que debe pagarse a los empleados para compensar el costo de oportunidad de los años de educación (es decir, el monto que hubieran podido obtener trabajando en lugar de estudiar). Véase Heckman, Lochner y Todd (2003) para una presentación de los dos modelos y un nuevo modelo, fundado en el de 1958, que permite tomar en cuenta elementos no evaluados hasta ese momento, como el costo directo de la educación (gastos de escolaridad), la imposición sobre el ingreso y la incertidumbre en cuanto al desarrollo de la carrera profesional. 118 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN jador envejece o porque sus conocimientos se vuelven obsoletos, en especial por el progreso tecnológico. Por ejemplo, se ha demostrado que, en Israel, esta obsolescencia afecta en particular a las personas empleadas en las industrias de alta tecnología (Neuman y Weiss, 1995). Aplicaciones empíricas Sin embargo, la función de remuneración del capital humano se revela como una buena aproximación de los determinantes de los ingresos individuales del trabajo, y sigue siendo un punto de partida útil para análisis más complejos de los rendimientos de la educación, cuyos determinantes no agota. Esta función resulta útil en los tribunales estadounidenses para determinar las compensaciones en caso de accidentes de trabajo o en los procesos por discriminación salarial (Chiswick, 1998); los rendimientos estimados son utilizados para guiar las políticas públicas de educación, en especial bajo la influencia del Banco Mundial (Bennell, 1996). Hay cientos de estudios, cuyos resultados ha compilado regularmente Psacharopoulos (1973, 1981, 1985 y 1994). En la puesta al día más reciente, Psacharopoulos y Patrinos (2002) calculan que, en promedio, para todo el mundo, el crecimiento de los ingresos individuales asociados a un año adicional de escolaridad es de, aproximadamente, un 10%, con fuertes disparidades. De manera general, el impacto de la escolaridad es más fuerte para las poblaciones pobres cuyo nivel medio de educación es más débil: alcanza el 9,9% en Asia, el 11,7% en África subsahariana, el 12,0% en América Latina contra el 7,5% para los países de la ocde; el 10,9% para los países de bajos ingresos contra el 7,4% para los países de ingresos elevados; el 9,8% para las mujeres contra el 8,7% para los hombres. El rendimiento privado del conjunto de la escolaridad primaria (26,6%) es más elevado que el de la escolaridad secundaria (17,0%) o el de los estudios superiores (19,0%), con las mismas variaciones por región del mundo, nivel de ingresos y género: 37,6% para la escolaridad primaria en África subsahariana contra 11,3% para la escolaridad secundaria en la ocde. A esos rendimientos privados corresponden rendimientos sociales, incluyendo, a la vez, los costos de las políticas de educación y sus otros beneficios, además del aumento de los salarios. Ante la falta de estimaciones sistemáticas de estos últimos, Psacharopoulos y Patrinos proponen rendimientos que incluyen los beneficios privados y los costos totales (públicos y privados), más débiles que los rendimientos privados, pero que tienen, en lo esencial, las mismas características. La principal conclusión de esas compilaciones es que, para los gobiernos de países en desarrollo, las políticas de educación representan una inversión particularmente rentable, en especial la educación primaria. La diferencia entre rendimientos privados y sociales también ha permitido justificar la introducción de derechos de escolaridad en ciertos países. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 119 La utilización de esas yuxtaposiciones de estudios dispares para orientar las políticas públicas ha sido objeto de varias críticas, especialmente las de Bennell (1996), que apuntan al artículo de Psacharopoulos de 19945. Por un lado, Bennell subraya la falta de fiabilidad de los estudios disponibles para la región de África subsahariana: pocos países han sido estudiados, la calidad de los datos es, en general, mala, las técnicas de estimación no son adecuadas, el cálculo de los costos de la escolaridad es incorrecto, etc. Por otro lado, este autor demuestra que los estudios compilados por Psacharopoulos no son suficientemente comparables como para que el cálculo de los rendimientos medios para el conjunto de África subsahariana tenga sentido; las principales conclusiones de Psacharopoulos podrían verificarse para cada país considerado por separado. De hecho, hoy es evidente que la prioridad de la investigación acerca los rendimientos privados de la educación no debe ser producir aún más estimaciones utilizando los métodos probados, sino desarrollar métodos más fiables que permitan identificar el verdadero efecto causal de la educación sobre la remuneración del trabajo. La identificación del efecto causal de la educación sobre los salarios La estimación del coeficiente b de la ecuación (1) por el método econométrico más simple, el de mínimos cuadrados ordinarios, está sujeta al llamado problema de endogeneidad de la educación. Si existe una variable que determina simultáneamente la educación y el ingreso, y esta variable no está incluida en el análisis (generalmente, por falta de datos), entonces, el coeficiente b representa, al mismo tiempo, el efecto de esta variable y el efecto causal de la educación sobre el ingreso: está «sesgado». Si la variable no observada tiene un impacto positivo sobre la educación, como sobre el ingreso, entonces b sobrestima el efecto causal. Para identificar este último, se requiere disponer de una variable llamada instrumental, que determina la educación, pero no el ingreso, aunque no esté en correlación con la variable no observada. Se mide, entonces, esencialmente, el impacto que tiene esta variable instrumental sobre los salarios a través de su impacto sobre la educación. La búsqueda de variables instrumentales adecuadas está en el centro de las investigaciones actuales acerca el efecto causal de la educación sobre la remuneración del trabajo. El sesgo de capacidad El sesgo más estudiado es el sesgo de capacidad (ability bias): los individuos que tienen intrínsecamente las mayores competencias cognitivas y productivas podrían 5 Véanse también los artículos citados por Bennell (1996:184) y la respuesta de Psacharopoulos (1996). 120 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN elegir estudiar más tiempo y recibir mejores salarios en razón de esas capacidades, además de la remuneración del capital humano que han adquirido. La cuestión es saber qué proporción del efecto de la educación sobre los salarios pertenece al capital humano adquirido en la escuela y qué proporción se debe a las capacidades intrínsecas. Para tenerlas en cuenta, los trabajos de los años sesenta y setenta introducen el coeficiente intelectual en la ecuación de Mincer. Según Griliches (1977), la sobrestimación del efecto causal de la educación debida al sesgo de capacidad solo está en el orden del 10%, y compensa de algún modo la subestimación que proviene de los errores de medición de las variables: lo esencial del efecto de la educación sobre los ingresos individuales es causal. Estudios recientes confirman ese resultado. El sistema de enseñanza Las características institucionales del sistema de enseñanza dependen generalmente de políticas públicas llevadas a cabo de modo más o menos centralizado, sin que los individuos tengan un impacto directo sobre ellas. Por el contrario, son ellas las que pueden afectar la duración de la escolaridad, ya sea directamente (leyes sobre la edad máxima de comienzo y la edad mínima del fin de la escolaridad) o indirectamente (creación de nuevas escuelas que mejoren el acceso al sistema de enseñanza); a menudo, no tienen otro impacto sobre los salarios. Las variaciones de las políticas educativas (por ejemplo, una implementación extendida en el tiempo, región por región) pueden, entonces, constituir una fuente independiente de variación de la cantidad de años de estudio y permiten identificar su efecto causal, independientemente de los otros determinantes de elecciones de escolarización hechas por los individuos en cuestión. Todo esto requiere, evidentemente, disponer de datos que describan el sistema de enseñanza de la época en la que los individuos cuyos ingresos y educación se observan se han escolarizado, lo cual constituye una dificultad bastante grande. Card (2001) pasa revista a varios estudios recientes que adhieren a este enfoque. Angrist y Krueger (1991) lo propusieron para los hombres nacidos entre 1930 y 1959 en Estados Unidos. Los niños nacidos en un mismo año comienzan la escuela al mismo tiempo, pero los que han nacido a comienzos de ese año alcanzan antes la edad tope de la escolaridad obligatoria y tienden a abandonar el sistema escolar más temprano (entre los alumnos que no continúan sus estudios más allá del período obligatorio). Así, el trimestre del nacimiento es útil como indicador de la duración de la escolaridad. La validez de este instrumento ha sido cuestionada, en especial por Bound y Jaeger (1996), pero otros estudios que utilizan estos mismos datos, por ejemplo los de Staiger y Stock (1997), la han confirmado. De manera comparable, Harmon y Walker (1995) han utilizado la variación de la cantidad de años de estudio inducida por el argumento de la edad hasta la cual la escolarización es obligatoria en el Reino Unido en 1947 y 1973. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 121 Card (1995) examina el impacto que ha tenido sobre la duración de la educación en Estados Unidos el hecho de crecer cerca de un establecimiento de enseñanza superior. De manera comparable, Bedi y Gaston (1999) para Honduras, Conneely y Uusitalo (1997) para Finlandia, y Maluccio (1997) para Filipinas utilizan mediciones de distancia respecto de las escuelas y de las universidades como instrumentos. Kling (2000) vuelve sobre la interpretación de los resultados así obtenidos; en particular, confirma que utilizar datos sobre la enseñanza superior es esencialmente pertinente para estudiar el impacto sobre los salarios al haber prolongado los estudios más allá del nivel secundario. Las políticas de extensión rápida del sistema escolar proporcionan un instrumento particularmente interesante, puesto que dan por resultado fuertes aumentos del nivel de escolaridad, generalmente desiguales de una región a otra. Por otra parte, su evaluación es particularmente importante, entre otras cosas, porque existe el riesgo de que la extensión del sistema se haga en detrimento de su calidad. Varios estudios comparan a alumnos afectados por una reforma con contemporáneos a los que la reforma no afecta, según el paradigma del enfoque experimental descripto6. Duflo (2000 y 2002) se interesa en la construcción de más de 61 000 escuelas primarias en Indonesia entre 1973 y 1978. Su trabajo demuestra que los niños nacidos a comienzos de los años setenta –por lo tanto, directamente incluidos en la reforma– han sido escolarizados durante más tiempo y perciben, en la adultez, salarios más elevados (de un 6,8 a un 10,6%) que los de sus predecesores. Por el contrario, el programa ha tenido un impacto negativo (de 3,8 a 10%) sobre los salarios de estos últimos; una insuficiente adaptación del stock de capital físico al rápido aumento del capital humano podría ser la causa de este fenómeno. De manera comparable, Meghir y Palme (1999) estudian una reforma de la enseñanza en Suecia implementada gradualmente entre 1949 y 1962. Una característica común a la mayoría de los estudios mencionados hasta aquí es que proporcionan rendimientos privados de la educación superiores en un 30% en promedio a los obtenidos por mínimos cuadrados ordinarios, de los que se pensaba que ya sobrestimaban el efecto causal de la educación en razón del sesgo de capacidad. Card (1999 y 2001) explica esta paradoja por el hecho de que las políticas educativas utilizadas como instrumento concentran sus efectos sobre niños de medios desfavorecidos que habrían tenido una escolaridad relativamente corta en su ausencia y tienen rendimientos privados de la educación superiores al promedio. Por lo tanto, el efecto de la educación así estimado no es necesariamente representativo del conjunto de la población: «Una hipótesis plausible es que los rendimientos marginales de la educación para ciertos subgrupos de la población –particularmente, aquellos cuyas decisiones relativas a la escolaridad se ven más afectadas por innovaciones estructurales en el sistema 6 Véase el Anexo 1. 122 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN escolar– son algo mayores que el promedio de los rendimientos marginales de la educación para la población en su conjunto» (Card, 1999a:1855). Por el contrario, esas políticas tendrían, entonces, un efecto igualador en la sociedad. El entorno familiar El entorno familiar contribuye igualmente de manera crucial a determinar el nivel de educación alcanzado, y parece importante tomarlo en cuenta. Ashenfelter y Zimmerman (1997), muestran, sobre datos estadounidenses, que el rendimiento de la educación disminuye cuando se introducen variables del lado de la educación y la experiencia en la ecuación (1), pero aumenta cuando se los utiliza como instrumentos. Liu, Hammitt y Lin (2000), para Taiwán, y Patrinos (1995), para Grecia, también concluyen que la introducción de variables que describen el entorno familiar modifica los rendimientos estimados. Sin embargo, el entorno familiar ejerce igualmente toda clase de efectos directos, hasta aquí mal comprendidos empíricamente (Bowles y Gintis, 2002), sobre los ingresos individuales de los niños convertidos en adultos. La utilización de variables que describen el entorno familiar (educación de los padres o de los hermanos y hermanas) para identificar el efecto de la educación sobre los ingresos parece, por lo tanto, azarosa, puesto que no reduce necesariamente el sesgo de capacidad. Card (1999a:1825) lo señala: «Agregar controles para el entorno familiar puede reducir los sesgos en los rendimientos de la educación medidos, pero puede aún conducir a una sobrestimación sesgada del promedio del rendimiento marginal de la educación, a menos que todos los componentes no observados de la capacidad sean absorbidos por el control del entorno familiar»7. Y concluye: «Los sesgos que existen en las estimaciones convencionales del rendimiento de la educación están también presentes en los modelos que controlan el entorno familiar» (1844), aunque las mejoras técnicas sean posibles con la condición de disponer de datos más completos. Comparaciones entre miembros de una misma familia Un enfoque diferente consiste no en estimar el impacto de la educación de un individuo sobre su ingreso, sino el impacto de las diferencias de educación sobre las diferencias de ingreso entre miembros de una misma familia. En efecto, los miembros de una misma familia tienen muchas características no observables en común (patrimonio genético, contexto psicológico), cuyo efecto es eliminado al considerar solamente las diferencias que existen entre ellos. El estimador en el seno de las familias (within family) no debería ser afectado por sesgos tales como el de capacidad, opuesto a la estimación de los mínimos cuadrados ordinarios 7 El destacado pertenece al original. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 123 obtenida sobre la misma muestra considerando el efecto de la educación de cada individuo sobre su ingreso. Una comparación entre los resultados obtenidos por ambos métodos permite, por otra parte, evaluar de manera útil la amplitud del sesgo de capacidad que afecta a los mínimos cuadrados ordinarios. Esta idea ha sido aplicada a las diferencias de ingresos entre madre e hija, padre e hijo, hermanos y hermanas, y mellizos, pero es particularmente pertinente en el caso de los gemelos, que tienen exactamente el mismo patrimonio genético y, generalmente, vidas muy ligadas una a la otra. Ha sido trabajada desde los años setenta8 y ha conocido una renovación notable luego del artículo de Ashenfelter y Krueger (1994). Los trabajos recientes disponen de muestras que tienen cada vez mejor calidad, y confieren más atención a diversas dificultades técnicas, especialmente, los errores de medidas (que afectan particularmente el estimador within). Ashenfelter y Rouse (1998), Behrman, Rosenzweig y Taubman (1994) y Rouse (1999) utilizan datos estadounidenses; Miller, Mulvey y Martin (1995), datos australianos, y Raaum y Aabo (2000), noruegos. La estimación en el seno de las familias da rendimientos más débiles que la estimación por mínimos cuadrados ordinarios, lo cual confirmaría la existencia de un sesgo de capacidad que afecta a esta última. Para Card (1999), los trabajos existentes sugieren un sesgo de 10 a 15%, y Behrman y Rosenzweig (1999) lo estiman en 12% para su muestra estadounidense; esas cifras corresponden al orden de aumento sugerido por Griliches desde 1977. Sin embargo, dos dificultades reducen el alcance de este enfoque. En primer lugar, no hay certeza de que los gemelos sean enteramente idénticos en términos de «capacidades». Un examen detallado de los trabajos realizados sobre esta cuestión en otras disciplinas, especialmente en psicología, sería útil para comprobar si la utilización excesivamente determinista de nociones de genética por parte de los economistas no es, in fine, simplista. Las «capacidades» intrínsecas de los gemelos no se reducen necesariamente a su patrimonio genético; ahora bien, Neumark (1999) señala que el estimador within family es sensible a la existencia de ligeras diferencias de capacidades entre gemelos. Card (1999a, 1852) concluye que «a pesar del […] fuerte atractivo intuitivo de asumir “capacidades idénticas” para los gemelos, sin embargo, sospecho que los observadores con una fuerte creencia a priori en la importancia del sesgo de capacidad seguirán estando poco convencidos». Bound y Solon (1999) subrayan que las diferencias de educación entre gemelos no se deben al azar, sino que resultan de elecciones efectuadas en el seno de la familia, lo cual limita también la corrección del sesgo de capacidad realizada por el estimador within. En segundo lugar, los trabajos que tratan sobre gemelos estiman el rendimiento de la educación para una muestra muy particular de la población que no es necesariamente representativa. Se ha revelado, en particular, que los rasgos 8 Véase la síntesis de Griliches (1979). 124 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN psicológicos muy específicos que comparten la mayoría de los gemelos tienen un impacto sobre sus decisiones de escolaridad y de oferta de trabajo; sería difícil evaluar el alcance de los trabajos que aluden a ellos para el resto de la población. Para terminar, y sean cuales sean las dificultades metodológicas evocadas hasta aquí, la existencia de un efecto causal de la educación sobre los ingresos está fuertemente establecida, y los métodos de estimación disponibles permiten limitar el alcance de los sesgos que afectan su medición. El efecto directo de las capacidades intrínsecas de los individuos sobre los ingresos solo representa el 10% del de su capital humano, tal como lo representa la cantidad de años de escolaridad. La calidad de la educación La ecuación minceriana implica que el capital humano de un individuo se reduce al tiempo que ha pasado en el sistema de enseñanza9. Ahora bien, es probable que niveles muy diferentes de competencias cognitivas puedan corresponder al mismo número de años de escolaridad si las características de las escuelas son variables. Desde 1983, Behrman y Birdsall abogan por la introducción de variables que describan la calidad de las escuelas en la ecuación minceriana. Sobre datos brasileños, muestran que el promedio regional de la cantidad de años de educación de los profesores ejerce un fuerte impacto positivo sobre los ingresos y que su introducción reduce fuertemente el impacto de la cantidad de años de educación de los individuos cuyos ingresos se observan. Más recientemente, Glewwe (1996:287) concluye su estudio de los rendimientos de la educación en Ghana diciendo lo siguiente: Cuando la calidad de la educación varía mucho en el tiempo y el espacio, los años de educación pueden ser un indicador muy imperfecto del capital humano obtenido, y estimaciones simples de la tasa de rendimiento privado de la educación pueden estar sustancialmente sesgadas. […] Las tasas de rendimiento de años de educación adicionales pueden ser poco útiles sin información acerca de la calidad de la educación en países en los que el problema principal es la baja calidad educativa y el estancamiento de las inscripciones. Es imperativo tener estimaciones de las tasas de rendimiento para mejorar la calidad de la educación, las cuales no se pueden obtener de estimaciones estándar de tasas de rendimiento de años de educación adicionales10. 9 Se trata aquí, más precisamente, del capital humano general adquirido en la escuela, por oposición al capital humano específico que representa la experiencia profesional. 10 El destacado pertenece al original. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 125 Finalmente, dice Hanushek (2002:2056): «La mayor parte de la atención política y analítica se ha volcado ahora hacia la calidad de la educación». Calidad de las escuelas y resultados escolares: la función de producción educativa No existe, sin embargo, consenso sobre la manera en la que la calidad de la educación debe ser tomada en cuenta ni sobre su importancia real. Muchos trabajos se han consagrado a la estimación de funciones de producción educativa, es decir, a medir el impacto de las características de las escuelas sobre las competencias cognitivas (medidas generalmente mediante pruebas de lengua y matemática, por ejemplo, los Standardized Achievement Test (sat) sistemáticamente utilizados en Estados Unidos, o mediante resultados de encuestas internacionales como el Programme for International Student Achievement (pisa) de la ocde y el Third International Mathematics and Science Study (timss)). En Estados Unidos, este programa de investigación ha sido la continuación del «informe Coleman» (Coleman y otros, 1966), que había marcado un hito importante al afirmar que los principales determinantes de los resultados escolares eran el entorno familiar y la composición socioeconómica de los alumnos escolarizados en una misma escuela, más que los recursos de cada escuela. En general, los trabajos subsiguientes han confirmado este resultado, como lo indica la síntesis de Hanushek (1986). Fuller y Clarke (1994) y Hanushek (1995) estiman que los trabajos que tratan sobre los países en vías de desarrollo llegan a un resultado comparable: no existiría una relación directa entre recursos de las escuelas y resultados escolares. Hanushek (2003) concluye en el fracaso de las políticas educativas centradas en la distribución de recursos, que no logran hacer de la eficiencia de la producción educativa su prioridad, a falta de un sistema de incitaciones adecuado; entonces, sería posible mejorar claramente la calidad del sistema escolar reorganizándolo, pero sin aportarle recursos suplementarios. Como las de Psacharopoulos, las síntesis de Hanushek han sido criticadas en razón de la mala calidad de los estudios citados y de su falta de comparabilidad. Hedges, Laine y Greenwald (1994) encaran un «metaanálisis», es decir, una comparación estadística formalizada, de los mismos estudios que Hanushek y encuentran, por el contrario, un efecto promedio significativo y positivo de los recursos de las escuelas sobre los resultados escolares. Por su parte, Kremer (1995) señala que las experiencias realizadas en diversos países desarrollados y en vías de desarrollo han mostrado un fuerte impacto de ciertos tipos de recursos (especialmente, los manuales escolares y la educación a distancia por radio). De manera general, podemos concluir que cierto nivel de recursos es necesario para el buen funcionamiento de las escuelas y que esos recursos no siempre están disponibles en los países en vías de desarrollo, mientras que generalmente sí lo están en los países desarrollados. Sin embargo, en todos los países, la utilización 126 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN de recursos y, especialmente, la relación que los docentes mantienen con sus alumnos son cruciales y están aún insuficientemente estudiadas en economía, porque son difíciles de cuantificar: Las escuelas varían significativamente en cuanto a calidad y […], dentro de ellas, los docentes varían en cuanto a su efectividad. Las investigaciones existentes han establecido claramente estos puntos. Sin embargo, los investigadores recién están comenzando a entender las causas que subyacen a estas variaciones de la calidad de la educación y de la efectividad de los docentes. Con fines políticos, es importante saber que las escuelas varían en cuanto a calidad y que, dentro de ellas, la calidad de la educación provista no orienta acerca de cómo mejorar la calidad educativa. Para responder esta segunda pregunta, necesitamos examinar el impacto de los diferentes tipos de gastos educativos sobre los logros de los estudiantes en el largo plazo (Betts, 1999:2). Calidad de las escuelas e ingresos De hecho, son pocos los trabajos que han examinado el impacto directo de la calidad de la educación sobre los ingresos individuales, entre ellos, los de Betts (1996a), Card y Krueger (1996) y Hanushek (2002) presentan síntesis en gran medida contradictorias con respecto a los Estados Unidos. Betts (1999:2) también menciona algunos estudios sobre los países en vías de desarrollo y explica de la siguiente manera el principio de sus estudios: Los economistas tienden a poner el foco en las ganancias de los trabajadores más que en los resultados de los exámenes por dos razones. Primero, porque las ganancias sirven como un indicador de la productividad que subyace al individuo y, por eso, proveen claves acerca de las consecuencias a largo plazo en la productividad de los tipos de educación que los trabajadores obtuvieron cuando eran jóvenes. Segundo, porque, contrariamente a los resultados de los exámenes, las ganancias proporcionan un buen indicador del bienestar económico global de la persona. Un primer conjunto de trabajos sobre los Estados Unidos, que se remonta a los años setenta11, examina el impacto de la calidad de las escuelas, medida por variables de recursos, generalmente, los gastos por alumno (lo cual no permite distinguir los efectos de diferentes políticas educativas que producen los mismos gastos). El artículo de Card y Krueger (1992) ha relanzado este debate. En la misma línea de Behrman y Birdsall (1983), combinan datos del censo de 1980 11 Un ejemplo citado frecuentemente es Johnson y Stafford (1973). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 127 con datos administrativos para estimar el impacto de los recursos disponibles en el Estado en que nacieron –ratio alumnos/profesores, duración del año lectivo, salario relativo de los profesores– sobre los rendimientos de la educación en hombres nacidos entre 1920 y 1949, y encuentran un impacto significativo y positivo de la calidad de las escuelas. De manera general, se ha utilizado un gran número de variables que describen la calidad del sistema de enseñanza: gastos por alumno, ratio alumnos/profesores, salario, educación, formación profesional o experiencia de los profesores, cantidad de libros por profesor, duración del año lectivo (Betts, 1999:3). El nivel académico también ha variado: depende del Estado de donde el individuo es originario, del distrito escolar donde ha sido escolarizado, de la escuela donde se ha inscripto. Betts (1996b) sostiene que los estudios que consideran la escuela donde el individuo ha sido inscripto, más que los niveles de análisis más académicos, y a los individuos de menos de treinta años que han vivido en la segunda mitad del siglo xx contradicen los resultados de Card y Krueger: en esos casos, el impacto de los recursos de las escuelas es, en general, escaso o poco significativo. Es posible que la calidad de la educación haya tenido un impacto más importante para las muestras estudiadas por Card y Krueger (1992) –escolarizadas en una época en la cual el nivel medio de educación de la población era escaso, aunque estaba en crecimiento sostenido– que para las más recientes, generalmente estudiadas por aquellos que los cuestionan, aunque los resultados de Betts (1996b) no respalden esta hipótesis. La metodología de Card y Krueger (1992) ha sido objeto de ásperas discusiones. En primer lugar, Betts (1995) señala que la utilización de los datos a nivel de los Estados, que no permite hacer distinciones entre grupos socioeconómicos en su seno, engendra un riesgo de sesgo de agregación que lleva a sobrestimar el impacto de los recursos de las escuelas. Utilizando un panel de trabajadores de 14 a 21 años de edad en 1979, con un seguimiento hasta 1989, estima el impacto de la calidad de la última escuela que han frecuentado (ratio alumnos/ profesores, salario relativo y formación de los profesores) y no encuentra efectos significativos. Por su parte, Card y Krueger (1996) insisten sobre los errores de medición de los datos recogidos para cada escuela: hacer el promedio a nivel de un distrito o de un Estado permite limitar el sesgo generado por esos errores. In fine, la cuestión es saber cuál de estos dos efectos es dominante; según los resultados presentados por Grogger (1996) y Hanushek, Rivkin y Taylor (1996), el sesgo de agregación es el más importante: convendría utilizar datos disgregados a nivel de las escuelas. En segundo lugar, Heckman, Layne-Farrar y Todd (1996) demuestran la necesidad de tomar en cuenta la heterogeneidad del capital humano de los trabajadores y de las migraciones ligadas a las ventajas comparativas creadas por las diferencias de calidad de la educación entre Estados. Utilizando los mismos datos que Card y Krueger (en un período más largo), con la ayuda de un modelo 128 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN empírico más complejo, observan que el único efecto significativo y positivo es el de la calidad del sistema de enseñanza superior que, a pesar de todo, es débil: las características propias de cada trabajador y el funcionamiento de los mercados laborales regionales explican mejor las diferencias de ingresos que la calidad de las escuelas. En tercer lugar, Dearden, Ferri y Meghir (2002) subrayan la importancia de tomar en cuenta el entorno familiar, como hacen los trabajos más recientes sobre los rendimientos de la educación. Utilizan datos británicos sobre individuos nacidos en 1958 cuando llegan a la edad de 23 y luego 33 años, e incluyen en su análisis las variables del entorno familiar. Esos resultados indican que los ratios alumnos/profesores en el primario y el secundario no tienen impacto sobre los salarios, salvo en el segundo caso, para las mujeres de 33 años. Sin embargo, Dearden, Ferri y Meghir señalan que las características del sistema escolar son importantes: por una parte, ratios alumnos/profesores mucho más bajos o elevados que los observados en su muestra podrían tener un impacto sobre los salarios; por otra parte, los individuos que han sido escolarizados en escuelas secundarias selectivas (públicas o privadas) tienen salarios significativamente más elevados12. Finalmente, ciertos trabajos recientes estudian el impacto de los recursos escolares en su país de origen sobre los salarios de personas que han emigrado a los Estados Unidos (Bratsberg y Terrell, 1997; Betts y Lofstrom, 2000). Según Betts (1999:5): «Los gastos en educación fuera de Estados Unidos tienen una influencia medible y positiva sobre las ganancias de los inmigrantes una vez que ingresan a Estados Unidos, aunque el efecto se limita a los inmigrantes con educación superior (postsecondary)». Parece probable que, como afirma Glewwe (1996), la calidad de las escuelas tenga un impacto particularmente elevado en los países en vías de desarrollo, donde es netamente más variable que en los países desarrollados. Al utilizar datos sudafricanos, Case y Deaton (1999) muestran que el ratio alumnos/profesores tiene un impacto sobre los resultados escolares. Case y Yogo (2000), teniendo en cuenta las observaciones metodológicas de Heckman, Layne-Farrar y Todd (1996), prolongan este análisis y encuentran impactos significativos, positivos y fuertes de la calidad de las escuelas sobre los rendimientos de la educación per12 En artículos de inspiración similar, Altonji y Dunn (1996) y Behrman, Rosenzweig y Taubman (1996) utilizan datos estadounidenses que se refieren a hermanos y hermanas y a mellizos, respectivamente, que no han sido inscriptos en los mismos establecimientos escolares; los primeros señalan que el hecho de tomar en cuenta las características familiares comunes acrecienta los efectos de la calidad de la educación, los segundos sostienen lo contrario. Los resultados no son, a pesar de todo, directamente comparables, puesto que Altonji y Dunn examinan el impacto de las escuelas secundarias, y Behrman, Rosenzweig y Taubman, el de los establecimientos de enseñanza superior. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 129 cibidos por los hombres negros. Esos efectos son muy variables de una región a otra de Sudáfrica. También otros elementos del sistema escolar pueden intervenir. Por ejemplo, Angrist y Lavy (1997) muestran que el cambio de la lengua de enseñanza en Marruecos (del francés al árabe) ha provocado una disminución de los rendimientos de la educación, que atribuyen a una pérdida de competencias en francés escrito. El impacto directo de las competencias cognitivas sobre los ingresos Un segundo conjunto de trabajos no se interesa por la calidad de las escuelas, sino por la educación recibida: la ecuación minceriana se completa por la integración de una medición de las competencias cognitivas que se supone representa la calidad del capital humano. Card y Krueger (1996) cuestionan que los resultados de las pruebas de tipo sat midan el capital humano a largo plazo, mientras que Hanushek (2002) los considera más débiles que las variables que describen el sistema escolar. Los dos enfoques son, de hecho, claramente distintos, puesto que el primero se interesa en el impacto de las políticas educativas sobre los salarios o los rendimientos de la educación y el otro, en la calidad del capital humano una vez adquirido (que no es directamente el resultado de políticas públicas, puesto que depende también de las capacidades, del comportamiento y del entorno familiar de los individuos involucrados). Hanushek (2002) cita estudios que concluyen la existencia de un efecto significativo, positivo y amplio de las competencias cognitivas sobre los salarios o los rendimientos de la educación. Mientras que Bishop (1989) muestra que una corrección de errores de medición inherentes a las pruebas de competencias cognitivas aumenta sensiblemente la amplitud del efecto de estas últimas. Heckman y Vytlacil (2001) señalan que una serie de dificultades econométricas hacen difícil distinguir, precisamente, el impacto de la calidad de educación del de la cantidad. Otros aspectos de la calidad de la educación Son menos los trabajos que se interesan en otros aspectos de la calidad de la educación. En primer lugar, esta toma formas diversas y tiene una importancia variable según el nivel considerado; la mayoría de los trabajos existentes se concentran en la enseñanza secundaria o, para ciertos países en vías de desarrollo, en la primaria. En particular, la diversidad de la enseñanza superior y la selección por parte las universidades de sus futuros estudiantes en función de características que afectan también a sus futuros ingresos (como la cantidad y la calidad de la educación recibida en el secundario u otros ciclos) plantean problemas metodológicos específicos. Utilizando una muestra de mujeres mellizas nacidas en Minnesota, Behrman, Rosenzweig y Taubman (1996) muestran que las univer- 130 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN sidades privadas más selectivas, que ofrecen enseñanzas de tercer ciclo y pagan mejor a sus profesores, «producen» estudiantes que tendrán ingresos significativamente más elevados. Dale y Krueger (1999) encuentran, igualmente, que ciertas mediciones de la selectividad en la entrada a las universidades y los derechos de escolaridad tienen un impacto positivo sobre los ingresos futuros: terminar los estudios en una universidad selectiva ofrece rendimientos elevados, en particular, para los estudiantes provenientes de medios desfavorecidos13. En el otro extremo del sistema de enseñanza, Currie (2001) comenta los resultados de las evaluaciones de la educación preprimaria (guarderías y jardines de infantes) llevadas a cabo en Estados Unidos. Mientras que los efectos importantes, a corto y mediano plazo, sobre las competencias cognitivas y la preparación para la escolaridad han sido puestos en evidencia, la existencia de efectos directos de largo plazo sobre las competencias cognitivas, la cantidad de años de estudio y los salarios no ha sido claramente establecida, esencialmente, por la falta de datos que hagan el seguimiento de los individuos hasta la edad adulta. En segundo lugar, la calidad de la educación depende de la regularidad de los estudios: varios trabajos recientes sugieren que esta tiene un impacto sobre los ingresos. Crawford, Johnson y Summer (1997) muestran, así, sobre datos estadounidenses, que trabajar medio tiempo durante la escolaridad secundaria tiene un impacto negativo sobre los resultados escolares de todos los alumnos, pero positivo sobre los salarios recibidos por aquellos que no se inscriben en la enseñanza superior. Entre estos últimos, el impacto positivo de la experiencia profesional es superior al impacto negativo debido a los pobres resultados escolares: la importancia del capital humano específico es aquí mayor que la del capital humano general. Eide y Showalter (2001), por una parte, y Monks (1997), por otra, mencionan que la repitencia y la prolongación de los estudios más allá de los 25 años, respectivamente, reducen los rendimientos de la educación. Estos estudios plantean un cierto número de problemas metodológicos ligados a la endogeneidad de las elecciones de escolarización; sin embargo, parece necesario desarrollar análisis precisos de los recorridos escolares y de sus consecuencias a largo plazo sobre los ingresos14. ¿Qué conclusiones se pueden sacar de la investigación sobre los vínculos entre calidad y rendimientos de la educación? Las marcadas contradicciones entre los 13 Véanse también Eide, Brewer y Ehrenberg (1998) y Monks (2000). 14 En el mismo orden de ideas, podemos citar un conjunto de artículos, publicados en 2000 en la revista Economics of Education Review, que tratan sobre el impacto de la subcalificación y la sobrecalificación en diversos países (Estados Unidos, Hong Kong, Portugal, Reino Unido): Daly, Buchel y Duncan, 2000; Dolton y Vignoles, 2000; Groot y Maassen Van den Brink, 2000; Hartog, 2000; Mendes de Oliveira, Santos y Kiker, 2000 (véanse también Battu, Belfield y Sloane, 2000; y Kiker, Santos y Mendes de Oliveira, 1997). En ambos casos, los rendimientos de la educación son inferiores a lo normal. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 131 diferentes estudios citados más arriba, ya sea para los Estados Unidos o para los países en vías de desarrollo, parecen originarse (además de hacerlo en ciertas posiciones políticas o ideológicas implícitas) en dificultades metodológicas: extender la ecuación de Mincer a la calidad de la educación –cualquiera sea la definición que se elija– implica, por una parte, tomar en cuenta la complejidad de los sistemas de enseñanza y, por otra, disponer de datos retrospectivos sobre el período en el que los individuos cuyos ingresos se observan se escolarizaban. Una recolección más frecuente de esos datos podría permitir importantes progresos, aunque algunas cuestiones, como el nivel académico deseable, no se resuelvan. Los trabajos que incluyen las características de las escuelas siempre tropezarán con la dificultad de medir, precisamente, aquello que, a fin de cuentas, define la educación: la relación entre alumnos y profesores. Las diferencias de rendimientos de la educación entre grupos sociales Los rendimientos de la educación son fundamentalmente heterogéneos. Las dos partes precedentes han mostrado que varían en función de características individuales, como el entorno familiar, las competencias cognitivas o la calidad de las escuelas frecuentadas, lo cual es útil tomar en cuenta para extender la ecuación de Mincer. Del mismo modo, varían de un grupo social a otro, especialmente, siguiendo el origen étnico y el género, lo que plantea problemas políticos específicos. Diferencias entre blancos y negros y entre hombres y mujeres en Estados Unidos Altonji y Blank (1999) presentan un análisis de los trabajos dedicados a las diferencias de salarios, de índices de actividad y otras características del empleo que existen en Estados Unidos entre hombres y mujeres y entre blancos y negros. Las otras minorías o grupos desfavorecidos, hispanos, asiáticos y amerindios, en particular, siguen siendo poco estudiadas hasta hoy15. Los primeros trabajos se remontan, por lo menos, a los años setenta (Welch, 1973). La diferencia de salario entre hombres blancos y negros se redujo en los años sesenta y setenta, pero permaneció estable desde fines de los años setenta, mientras que la diferencia de salario entre mujeres blancas y negras ha aumentado en los últimos quince años. Inversamente, la diferencia entre hombres y mujeres en general ha permanecido estable hasta fines de los años setenta, pero ha decrecido fuertemente desde entonces. Al mismo tiempo, se observan siempre diferencias importantes de niveles 15 Véanse Carnoy (1996), para los hispanos, y Kimmel (1997), para los amerindios. 132 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN de educación entre blancos y negros (los hispanos tienen un nivel de educación media netamente más bajo que los negros), mientras que la diferencia entre hombres y mujeres prácticamente ha desaparecido. ¿Cuál es, entonces, el lugar que ocupa la educación en las diferencias de ingresos entre los grupos étnicos y entre los géneros? Utilizando la ecuación de Mincer, se puede descomponer la diferencia de salario entre ambos grupos en una parte «explicada», debida a la diferencia media de los niveles de educación (o de experiencia profesional), y una parte «inexplicada», debida a la diferencia entre rendimientos de la educación (método llamado de Blinder-Oaxaca; Blinder, 1973, y Oaxaca, 1973). Altonji y Dunn muestran que en Estados Unidos, en 1995, las diferencias de salarios y de índices de actividad entre hombres negros y blancos son, a la vez, «explicadas», ya que los negros tienen, en promedio, menos instrucción y menos experiencia, e «inexplicadas», ya que el rendimiento de la educación es más elevado para los negros, aunque su efecto está dominado por el de un rendimiento de la experiencia profesional netamente menos elevado que para los blancos. Por el contrario, las diferencias que subsisten entre hombres y mujeres se deben, esencialmente, a diferencias de rendimientos, ya que, a lo largo de los últimos años, hubo una convergencia de los niveles de educación y experiencia profesional. La conjunción de las diferencias de niveles y de rendimientos de la educación permite explicar ciertas características complejas de la evolución del mercado laboral. Por ejemplo, en los años setenta, la tendencia al aumento de los salarios femeninos ha sido frenada por el aumento del índice de actividad de las mujeres y la llegada correspondiente al mercado laboral de muchas personas menos calificadas o experimentadas que las mujeres que ya estaban activas en ese momento. De manera general, Altonji y Dunn (1996:3207) señalan que los efectos de la experiencia profesional predominan sobre los de la educación: «La acumulación de experiencia laboral es, quizá, el factor más importante en la distribución de ingresos entre los trabajadores». Durante mucho tiempo, se ha considerado que las diferencias de rendimientos del capital humano que constituyen la «parte inexplicada» de las diferencias de salarios daban una medida de la discriminación de la que son víctimas los grupos sociales minoritarios o desfavorecidos: «Definimos la discriminación en el mercado de trabajo como una situación en la que las personas que brindan servicios y son igualmente productivas, en un sentido físico o material, son tratadas de manera desigual por cuestiones relacionadas con características observables, tales como la raza, etnia o género» (3168). Sin embargo, Altonji y Dunn muestran que esa medición puede subestimar o sobrestimar la amplitud real de la discriminación. Puede subestimarla, puesto que pueden existir formas de discriminación que preceden al mercado laboral (por ejemplo, en el acceso a la educación), y la existencia de rendimientos diferentes en el mercado laboral puede contribuir a explicar por qué los individuos que pertenecen a categorías desfavorecidas CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 133 efectúan escolaridades más cortas; como menciona Card (1999a:1854): «Los factores […] asociados a altos rendimientos de la educación están, generalmente, asociados también a altos niveles de educación»16. Puede sobrestimarla, ya que la introducción de otras características individuales reduce generalmente la «parte inexplicada» muy fuertemente; queda por identificar la fuente de las diferencias entre grupos sociales de esas características. Así, varios trabajos recientes (O’Neill, 1990; Maxwell, 1994; Neal y Johnson, 1996) han mostrado que las diferencias de competencias cognitivas medidas por los resultados en las pruebas organizadas por el ejército estadounidense (Armed Forces Qualifications Test, afqt) contribuyen a las diferencias de salarios no explicadas por la cantidad de educación y la experiencia profesional. Card y Krueger (1992) estiman que un 20% de la reducción en la diferencia de salario entre hombres blancos y negros observada en los años sesenta y setenta se debe al aumento de los rendimientos de su educación permitido por el mejoramiento de la calidad de las escuelas (medida por el ratio alumnos/profesores, el salario de los profesores y la duración del año lectivo) a las que los negros tienen acceso. O’Neill (1990) subraya que la discriminación continúa desempeñando un papel esencial: por una parte, la disminución de la discriminación en el mercado laboral ha contribuido a las evoluciones positivas de los años sesenta y setenta, mientras que su persistencia contribuye al estancamiento de la distancia entre blancos y negros desde los años ochenta; por otra parte, la discriminación institucionalizada que existió hasta el movimiento de los derechos civiles y sus consecuencias a largo plazo (por medio del entorno familiar, por ejemplo) explican por qué la calidad de las escuelas a las que los negros tienen acceso es, precisamente, inferior. Estos trabajos contrastan con la interpretación que hacen Herrnstein y Murray (1994), en su libro The Bell Curve, de las pruebas afqt como una medida de la «inteligencia» independiente de la escolaridad efectuada; estos autores consideran que la «inteligencia» es el principal determinante de los ingresos individuales en los Estados Unidos y no puede ser influida por las políticas públicas, un análisis cuyo carácter simplista y falaz ha sido puesto en evidencia por muchos economistas (Goldberger y Manski, 1995; Heckman, 1995b). Diferencias entre grupos étnicos y entre géneros en los países en vías de desarrollo Fuera de Estados Unidos, estas cuestiones son pertinentes en los países donde coexisten grupos étnicos netamente distintos y donde existen jerarquías sociales rígidas. El estudio de las fuentes de las diferencias de ingresos entre esos grupos sociales y de la contribución de la educación a su reducción o a su persistencia podría permitir definir políticas públicas más operativas de lucha contra las 16 El destacado pertenece al original. 134 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN desigualdades, ya sea mejorando la calidad de las escuelas accesibles a los grupos minoritarios o desfavorecidos, o luchando contra las discriminaciones de las que pueden ser víctimas. La conjunción, en las minorías, de niveles y de rendimientos de la educación más débiles parece ser frecuente. Ha sido observada, por ejemplo, en Vietnam, por Van de Walle y Gunewardena (2000). Lanjouw y Zaidi (2000) señalan que, en Uttar Pradesh (norte de la India), la sobrerrepresentación de las castas bajas entre los pobres se debe a que poseen menos capital productivo y a que ese capital les proporciona rendimientos más débiles que a la mayoría de la población. Este resultado se aplica especialmente a la educación. De un modo general, comprender mejor cómo se articulan los diferentes tipos de discriminación17 con las características familiares y colectivas parece un tema de investigación importante. Las diferencias de ingresos entre hombres y mujeres han sido objeto de muchos estudios, tanto para los países en vías de desarrollo como para los desarrollados. Schultz (2001b) considera que plantean importantes problemas metodológicos desde el momento en que las mujeres no participan del mercado laboral y/o no participan de actividades cuya productividad es fácilmente observable. De manera general, un aumento del nivel relativo de educación de las mujeres tiende a reducir la diferencia de remuneración respecto de los hombres, pero diversos factores pueden limitar su impacto. En primer lugar, los rendimientos de la educación en el mercado laboral se revelan frecuentemente más débiles para las mujeres que para los hombres; esto se debe, en parte, a las discriminaciones, como observa, por ejemplo, Kingdom (1998) para la India urbana del norte. Chung (1996) señala que, en Hong Kong, el aumento del nivel de educación de las mujeres ha permitido reducir la diferencia de salario entre ellas y los hombres, pero que un elemento de discriminación persiste y debe ser objeto de políticas específicas. Colin (1998) indica que, en Francia, las mujeres difícilmente acceden a los empleos mejor remunerados o a las empresas que ofrecen mejores salarios, y esta discriminación explica que sigan estando, a igual educación, peor pagas que los hombres. Al mismo tiempo, Gymah-Brempong, Fichtenbaum y Willis (1992) piensan que, en Estados Unidos, la cantidad y la calidad de la educación superior solo explican una pequeña proporción de la diferencia de salario: las estructuras del mercado laboral siguen siendo primordiales en la determinación de los ingresos. En segundo lugar, las diferencias de distribución de actividades por género pueden limitar los rendimientos de la educación de las mujeres. Behrman, Foster, Rosenzweig y Vashishtha (1999) señalan que, a comienzos de la Revolución Verde, las mujeres indias del medio rural estaban acorraladas en el desarrollo de actividades en las cuales la educación no tenía rendimientos monetarios directos. 17 Para una tipología, véase Altonji y Blank (1999:sección 3). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 135 En tercer lugar, un aumento del índice de actividad de las mujeres ligado a la de su nivel de educación puede traducirse en una baja del rendimiento de la educación si se crean pocos empleos nuevos para absorber esta mano de obra suplementaria. King (1996) observa que los beneficios de las políticas educativas favorables a las mujeres implementadas en Perú en los años cincuenta y sesenta se han «diluido». Las variaciones en el tiempo de los rendimientos de la educación Los rendimientos de la educación son variables de un individuo o de un grupo social a otro, y son igualmente variables en el tiempo. Estas variaciones difieren de un país a otro y pueden también diferir en el seno de un mismo país entre regiones, grupos sociales y cohortes de trabajadores. Entre los numerosos estudios existentes sobre el tema, hay tres, recientes, que estiman funciones de remuneración del capital humano para el mismo país, pero en diferentes momentos, e ilustran esta diversidad. Weisberg (1995) observa que, en Israel, los rendimientos de la educación aumentaron entre 1974 y 1983 para todos los grupos de edad, y que este aumento fue particularmente significativo entre los más educados. Este fenómeno se debería al aumento de la demanda de trabajo calificado producido por el progreso técnico sustancial registrado en el país a lo largo de esos años. Vila y Mora (1998) indican que los rendimientos de la educación primaria y secundaria bajaron en España entre 1981 y 1991, mientras que el rendimiento de los estudios superiores permaneció estable, y que la diferencia de salario entre hombres y mujeres se redujo considerablemente. La elevación del nivel medio de educación de la población (en particular femenina) y, por lo tanto, de la oferta de capital humano explicaría esas evoluciones. Stanovnik (1997) muestra que los rendimientos de la educación en Eslovenia, particularmente pobres en 1978 y 1983, habían aumentado fuertemente en 1993, aunque siguieron siendo inferiores a los de Europa occidental o América del Norte. Para esto, habría una explicación institucional: la regulación del mercado laboral por parte del Estado socialista yugoslavo limitaba fuertemente las diferencias de salarios, que se profundizaron en los años noventa, luego de la liberalización de la economía. Diferencias de salarios entre trabajadores calificados y no calificados en los países desarrollados De hecho, el marco teórico utilizado para analizar las variaciones de los rendimientos de la educación en los países desarrollados toma en cuenta, a la vez, las evoluciones de la oferta y la demanda relativas de trabajo calificado y no califi- 136 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN cado –la mayoría de los trabajos existentes reducen la educación a esta dicotomía convenientemente simplista– y las estructuras institucionales de los mercados laborales que influyen en la formación de los salarios: se habla de modelos oferta-demanda-instituciones (supply-demand-institutions). Pueden distinguirse dos tipos de modelos según estos consideren las instituciones influidas por la oferta y la demanda o sean independientes de ellas: en el primer caso, la oferta y la demanda determinan lo esencial de los salarios, y las instituciones solamente explican algunas «anomalías» residuales; en el segundo, las instituciones están en el corazón de la formación de los salarios. Katz y Autor (1999) sintetizan los trabajos consagrados a Estados Unidos y otros países de la ocde, campo de investigación particularmente fértil desde hace unos treinta años18. En Estados Unidos, la desigualdad de los salarios ha aumentado levemente en los años sesenta; luego, se redujo claramente en los setenta, antes de crecer con fuerza en los ochenta y más lentamente en los noventa. Las diferencias vinculadas al nivel de educación se encuentran en el centro de estas evoluciones: «Los ingresos relativos de los graduados universitarios (college graduates) y otros poseedores de diplomas avanzados se incrementaron drásticamente en los ochenta» (1468). La fuerte alza de los salarios más altos está acompañada, de esta manera, por una baja de los salarios reales de los trabajadores menos educados19. Se han formulado cuatro hipótesis explicativas principales. La primera supone un aumento de la demanda relativa de trabajo calificado debido a la existencia de un sesgo del progreso técnico a favor de los trabajadores calificados (el progreso técnico aumentaría la productividad de estos más rápido que la de los no calificados –sesgo intensivo– o provocaría la transferencia de trabajadores calificados a tareas que antes eran efectuadas por no calificados –sesgo extensivo–)20. La segunda considera una disminución de la demanda relativa de trabajo no calificado en los sectores que producen bienes intercambiables debida al comercio con países de bajos salarios y a la deslocalización de industrias hacia esos mismos países. La tercera, por el contrario, insiste en la oferta relativa de trabajo calificado, que habría disminuido por la desaceleración de la elevación del nivel medio de 18 Los trastornos de los rendimientos de la educación en los países en transición de Europa central y oriental constituyen otra área de estudio. 19 En los otros países de la ocde, las disparidades de los salarios entre trabajadores calificados y no calificados se han reducido fuertemente en los años setenta, como en Estados Unidos, pero en los años ochenta se han registrado evoluciones muy diferentes: fuerte reducción en Corea del Sur, escasa reducción en los Países Bajos, estabilidad en Francia, Alemania e Italia, poco aumento en Australia, Canadá, Japón y Suecia, fuerte aumento en el Reino Unido. 20 Como observan Katz y Autor (1999), el progreso tecnológico podría no ser sesgado o ser sesgado a favor del trabajo no calificado: con el paso del artesanado a la industria, la primera Revolución Industrial ha hecho crecer, a comienzos del siglo xix, la demanda de trabajo no calificado. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 137 educación de la población, conjugada con la llegada de nuevas cohortes menos numerosas que las precedentes al mercado laboral y con una inmigración importante de no calificados. Finalmente, la cuarta es de orden institucional: cambios tales como la desindicalización o la erosión de los salarios mínimos habrían jugado en contra de los no calificados. La conjunción de esos factores puede imprimir a los efectos de la educación sobre los ingresos individuales dinámicas particularmente complejas. Card y Lemieux (2001) señalan que, desde 1975, en Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido, la diferencia de remuneración entre los egresados del nivel superior y los del secundario creció entre los asalariados más jóvenes (de 26 a 30 años), pero no entre los de más edad (46 a 60 años), de modo que hoy los hombres mayores de 30 años perciben el rendimiento más elevado de los estudios superiores21. Si bien el aumento de la demanda relativa de trabajo calificado vinculado al sesgo tecnológico puede explicar una profundización de la diferencia de remuneración, la concentración de esta profundización en el grupo de los trabajadores más jóvenes requiere una explicación suplementaria. Card y Lemieux señalan que, desde 1975, la oferta relativa de egresados de nivel superior siguió creciendo entre los trabajadores de 46 a 60 años, debido a la expansión del sistema de enseñanza algunas décadas antes, pero se ha estancado entre los trabajadores de 26 a 30 años; esta expansión se ha frenado mucho desde comienzos de los años setenta. Por lo tanto, existe una insuficiente oferta relativa de graduados de nivel superior entre los trabajadores más jóvenes, mientras que la demanda se mantiene gracias al progreso tecnológico. Ahora bien, la sustitución entre trabajadores jóvenes y mayores es imperfecta, y la diferencia de salario entre egresados de nivel superior y del secundario está determinada de manera diferencial para cada cohorte. Por ser poco numerosos en el seno de su cohorte, los jóvenes egresados del nivel superior perciben rendimientos de la educación particularmente elevados. Las políticas educativas que no han permitido prolongar la expansión del sistema de enseñanza superior con la rapidez requerida desde los años setenta y factores propios del mercado laboral se conjugan aquí para explicar las variaciones de los rendimientos de la educación. De un modo general, Katz y Autor (1999:1530) observan que el progreso técnico es la causa principal de las variaciones recientes de los rendimientos de la educación22: 21 Inversamente, la utilización de la experiencia potencial (edad-cantidad de años de estudio-edad de comienzo de los estudios) como medida de la experiencia profesional en el modelo de Mincer implica que los rendimientos de la educación crezcan de manera lineal con la edad. 22 Acemoglu (2002a) propone una síntesis de los trabajos recientes sobre la naturaleza y las consecuencias del sesgo del progreso tecnológico en los siglos xix y xx, en particular, en Estados Unidos. 138 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Los logros cada vez menores de los trabajadores menos instruidos en el mercado laboral de la mayoría de los países de la ocde en las últimas dos décadas, a pesar de su creciente escasez relativa, suponen una disminución abrupta en la demanda relativa de trabajadores no calificados. […] El sesgo tecnológico dominante en todos los países desarrollados, concentrado en industrias similares en cada país, es la fuente principal de cambios en la demanda relativa de competencias. El impacto potencial del sesgo tecnológico en la estructura de salarios probablemente sea mayor mientras más dominante es, en cada país, dicho sesgo23. La irrupción de la microinformática es un ejemplo claro de progreso técnico rápido y sesgado: el 47% de los trabajadores estadounidenses utilizaban una computadora en 1993, contra el 25% en 1984. En efecto, este fenómeno produjo la automatización de los procesos de producción y la simplificación de ciertas actividades de oficina que requieren poca iniciativa personal o «creatividad»: «El reemplazo del cálculo y el trabajo humanos por computadoras probablemente haya sido más significativo en trabajos de oficina y producción que en trabajos profesionales y de gestión» (1533). Así, la informatización ha favorecido a los trabajadores más educados: «La mayor intensidad del uso de computadoras está asociada a la mayor participación, en el trabajo, de gerentes, profesionales y otros trabajadores altamente instruidos, y a la menor participación de oficinistas, obreros y trabajadores menos instruidos» (1534). Autor, Katz y Krueger (1997) estiman que la informatización podría, por sí sola, explicar entre el 30 y el 50% de la aceleración del crecimiento de la demanda relativa de trabajadores calificados entre 1970 y 1995. Impacto del progreso técnico en los países en vías de desarrollo El vínculo entre rendimientos de la educación y progreso técnico ha sido puesto en evidencia con la constitución de la teoría del capital humano, especialmente por Nelson y Phelps (1966) y Schultz (1975). Para este último, el capital humano es, esencialmente, la capacidad de adaptarse a «desequilibrios», es decir, comprender nuevas informaciones y adaptar los comportamientos a exigencias cambiantes. En un entorno estable, los rendimientos del capital humano son limitados. Este enfoque es particularmente pertinente para los países en desarrollo, que experimentan transformaciones estructurales profundas y un progreso técnico a menudo deslumbrante, asociados al desarrollo de sistemas de enseñanza modernos cuya calidad y adecuación al contexto socioeconómico son muy diversas. Foster y Rosenzweig (1995 y 1996) y Rosenzweig (1995) aplican esta idea al análisis de la modernización de la agricultura llevada a cabo en ciertas regiones 23 El destacado pertenece al original. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 139 de la India a partir de fines de los años sesenta conocida como Revolución Verde. Se introdujeron nuevas variedades de cereales que ofrecen rendimientos más elevados a condición de que se siembren siguiendo un calendario preciso y de que los abonos y pesticidas sean utilizados de manera adecuada, al igual que el agua de riego para las variedades tradicionales. Mientras que el sistema de producción precedente implicaba la realización de tareas simples o complejas, para las cuales existían modos de transmisión del saber independientes del sistema escolar que se desarrollaba especialmente después de la independencia, el aprovechamiento de las variedades de alto rendimiento (high-yielding varieties) depende de la capacidad de los agricultores para acceder a fuentes de información exteriores que tratan de las nuevas prácticas que deben llevarse a cabo, como periódicos o manuales de instrucciones, así como de su capacidad para utilizar eficazmente esta información y ajustar sus prácticas en función de su propia experiencia y la de otros agricultores. Así, el capital humano general adquirido en la escuela se ha convertido en eminentemente productivo en relación al capital humano específico hasta allí transmitido por el aprendizaje de la agricultura tradicional, que se ha vuelto, en parte, obsoleto. El hecho de que los climas y suelos de diferentes regiones de la India sean diversamente propicios para la introducción de variedades de alto rendimiento se traduce en variaciones de la intensidad de la Revolución Verde que permiten a Foster y Rosenzweig identificar su impacto sobre los rendimientos de la educación luego de 1971. Ambos señalan que los rendimientos de la educación han crecido en la India, en general, durante este período de progreso técnico, y más rápidamente allí donde la Revolución Verde ha sido más completa. Por otra parte, parece que la capacidad de sacar partido de la propia experiencia y de la de otros ha desempeñado un papel más importante que el acceso a las fuentes de información exteriores; por el contrario, los agricultores sin educación escolar ni experiencia previa –muy sensibles al cambio en las técnicas de cultivo– han tenido beneficios más bajos con las variedades de alto rendimiento que con las tradicionales. Finalmente, la introducción repetida de nuevas variedades ha prolongado el alza de los rendimientos de la educación. Según Foster y Rosenzweig, los rendimientos de la educación solo se elevaron en un contexto favorable: si el capital humano es, ante todo, la capacidad de adaptarse al progreso técnico y, más generalmente, a un entorno económico en transformación, la extensión del sistema escolar corre el riesgo de tener resultados modestos –en términos de ingresos individuales– en las economías estancadas. El Estado de Kerala, donde los índices de escolarización ya eran muy elevadas en los años sesenta y las variedades de alto rendimiento no han sido introducidas, no ha conocido hasta los años noventa un crecimiento comparable al de las regiones donde tuvo lugar la Revolución Verde. Por el contrario, el aumento de los rendimientos de la educación se tradujo, en estas últimas, en un aumento de los índices de escolarización –que, sin embargo, siguen siendo bajos en la 140 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN actualidad–, favorecido por la construcción de nuevas escuelas. Políticas de escolarización y cambio técnico son, de este modo, complementarias. Finalmente, estos trabajos, abundantemente citados, ilustran la importancia de precisar los canales por los cuales el capital humano contribuye a determinar ingresos individuales, en particular, cuando nos alejamos de los mecanismos de formación de los salarios habitualmente estudiados en economía del trabajo. CAPÍTULO 6 Los efectos de las competencias no cognitivas sobre los ingresos individuales L a teoría del capital humano concibe la escolaridad como la adquisición de competencias cognitivas que acrecientan la productividad de quien las posee y, en consecuencia, son remuneradas en el mercado laboral. Esta teoría ha permitido el desarrollo de un conjunto coherente de trabajos empíricos que, en lo esencial, la validan, como se ha visto a lo largo de las páginas precedentes. En efecto, la hipótesis alternativa, que se ha tomado durante mucho tiempo en consideración, según la cual la educación y los ingresos se correlacionan positivamente y son determinados simultáneamente por las competencias cognitivas innatas de cada individuo, solo parece explicar una pequeña proporción del efecto observado: el sesgo de capacidad solamente lleva a sobrestimar el impacto causal de la cantidad de educación sobre los salarios en alrededor del 10% en la mayoría de los casos. Sin embargo, en la actualidad, parece necesario considerar otros efectos de la educación, además del capital humano, sobre los ingresos individuales, y esto por dos razones. La primera: otros modelos teóricos que no se apoyan en el impacto directo de la escuela sobre la productividad, sino en la información, indirecta, que los empleadores obtienen de la capacidad de un individuo para terminar un cursus escolar, pueden explicar el efecto causal observado por los estudios que se apoyan en la función minceriana. La segunda: todos esos modelos explican solamente una parte, en definitiva limitada, de la varianza de los salarios. Trabajos recientes dejan entrever el desarrollo de una teoría comportamental de los determinantes de los salarios, en la cual la productividad está determinada no solamente por las competencias cognitivas innatas o adquiridas, sino también por un conjunto de competencias no cognitivas puestas en evidencia por la psicología: a los efectos de la educación sobre los ingresos individuales ligados a las competencias cognitivas se agregan otros efectos, que tienen la misma importancia cuantitativa, ligados a competencias no cognitivas. 141 142 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN La «selección por educación» en función de la productividad de los individuos Una alternativa a la teoría del capital humano ha sido formulada a comienzos de los años setenta, cuando se desarrollaba la economía de la información (que estudia el comportamiento de los agentes cuando estos solo tienen acceso a una información incompleta acerca de su entorno económico, en particular, cuando existe una asimetría de información entre agentes comprometidos en una misma transacción). El sistema de enseñanza efectúa una distinción entre los individuos: aquellos que tienen mayores competencias cognitivas innatas realizan estudios más largos y obtienen los diplomas más codiciados; se habla de «selección por educación» (educational sorting). Por lo tanto, existe una correlación positiva entre el nivel de educación de un individuo y su productividad. A partir de esta idea, se han desarrollado dos tipos de modelos. El primero plantea que las empresas no conocen la productividad de las personas que podrían emplear: las pruebas de reclutamiento no son lo suficientemente completas como para proporcionar una información directa, perfecta, y entonces deben conformarse con utilizar una información indirecta, imperfecta, que la observación de sus empleados les permitirá completar ulteriormente. Entonces, el interés de las empresas se centra en emplear a las personas más educadas, que tenderán a ser, igualmente, las más productivas: se habla de filtro de la educación (educational screening), un concepto creado por Arrow (1973). En el segundo tipo de modelo, el acento no se pone sobre el empleador, sino sobre el futuro empleado, quien elige adquirir un nivel de educación dado en función de la información que este dará a eventuales empleadores: se habla de señales educativas (educational signaling), siguiendo el artículo de Spence (1973). Riley (2001) presenta una síntesis general de la investigación sobre el filtro y las señales, de la cual una pequeña parte está consagrada a la educación; Weiss (1995) hace una síntesis menos técnica y provee numerosas referencias. Debemos señalar que la teoría de la «selección por educación» se distingue de la hipótesis del sesgo de capacidad, también fundada en la productividad innata1: los individuos obtienen un empleo en el cual sus competencias productivas son remuneradas porque han alcanzado cierto nivel de educación. Existe 1 Mientras que aquí se pone el acento en la distinción entre la importancia dada a las competencias cognitivas innatas por la teoría de la «selección por educación» y la otorgada a las competencias adquiridas por la teoría del capital humano, es necesario mencionar que la educación puede «señalar» o «filtrar» a los trabajadores según muchas otras características, además de sus competencias cognitivas. De manera general, el acento que hasta ahora los economistas han puesto sobre las competencias cognitivas es cuestionado en la actualidad, y el «enfoque comportamental» de los determinantes de los salarios debería llevar a considerar, a la vez, la producción y la selección según competencias no cognitivas. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 143 un impacto causal de la educación sobre los ingresos, como en la teoría del capital humano: «Los modelos de selección subsumen todas las características de los modelos del capital humano. […] Los modelos difieren en que los de selección permiten relacionar atributos no observados por la empresa con la educación» (Weiss, 1995:136). Todo esto dificulta la falsificación empírica de una teoría en beneficio de la otra: «Tanto el modelo del capital humano como el de filtro suponen que los ingresos se incrementan con la educación. De este modo, simplemente estimar una función de remuneración probablemente no aporte mucha luz sobre el rol de filtro de la educación» (Riley, 2001:459). Weiss (1995) demuestra así que los resultados de muchos estudios que utilizan variables de calidad de la educación o muestras de mellizos para medir los rendimientos del capital humano pueden interpretarse en términos de «selección educativa». Sin embargo, ambas teorías tienen implicancias muy diferentes en ciertos casos: en la teoría del capital humano, la educación mejora la productividad de un individuo independientemente de la de los otros, lo que importa es el nivel de educación absoluto; en la teoría de la «selección por educación», la información sobre su productividad relevada por su educación depende de la de otros, lo que importa es el nivel de educación relativo. Una persona que ha terminado sus estudios secundarios parecerá mucho más productiva en una población cuyo nivel medio de educación es el nivel primario que en una cuyo nivel medio de educación es el primer ciclo superior. Lang y Kropp (1986) trabajan con esta idea: examinan el impacto de las leyes que instauran la escolaridad obligatoria en los Estados de Estados Unidos a lo largo del siglo xx. Según la teoría del capital humano, estas deberían, evidentemente, tener un efecto sobre los individuos cuyo nivel de educación habría sido inferior al obligatorio, pero no sobre los otros, cuyos rendimientos de la educación no son afectados por el aumento del nivel medio de educación de la población. Inversamente, según la teoría de la «selección por educación», estas leyes deberían traducirse en una elevación general del nivel de educación, ya que los individuos más educados deben hacer estudios más prolongados para señalar su productividad superior. Lang y Kropp observan que el aumento de la edad hasta la cual la escolaridad es obligatoria tiene un impacto positivo sobre los índices de escolarización de adolescentes que ya han superado dicha edad, lo cual es compatible con la teoría de la «selección por educación», pero no con la del capital humano. En el mismo orden de ideas, Bedard (2001) estudia el impacto de la distribución de las universidades estadounidenses a fines de los años sesenta y comienzos de los años setenta. En un modelo fundado sobre el capital humano, la presencia de una universidad en una región hace crecer la proporción de alumnos del secundario que realizan estudios superiores, ya que ella reduce sus costos. En un modelo de «selección educativa», a este efecto se suma otro sobre la proporción de alumnos del secundario que abandonan el sistema escolar sin obtener un diploma: el hecho de que más alumnos «dotados» vayan a la univer- 144 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN sidad reduce el valor relativo de los diplomas secundarios y, por lo tanto, la incitación para los alumnos menos «dotados» a obtenerlos, sabiendo que no pueden efectuar estudios superiores. Bedard observa este segundo efecto y deduce de él la existencia de la «selección educativa». In fine, las teorías del capital humano y de la «selección por educación» son más complementarias que sustituibles, como lo señala Weiss (1995:134): «Los modelos de “selección por educación” bien pueden ser vistos como extensiones de los modelos del capital humano. Sin embargo, mientras que la teoría del capital humano se interesa por el rol del aprendizaje en la determinación del rendimiento de la educación, los modelos de selección se centran en los modos en que la educación sirve como filtro o señal de las diferencias de productividad que las empresas no recompensan directamente». Sin embargo, aunque los modelos de «filtros» y «señales» han adquirido gran importancia en otras áreas, siguen siendo un poco marginales en economía de la educación. Por ejemplo, en su extenso artículo de síntesis sobre la enseñanza pública, Hanushek (2002:2054) solo los menciona brevemente y concluye en la falta de elementos de validación empírica: «Se ha llevado a cabo una gran cantidad de pruebas especializadas, bajo diferentes hipótesis, alrededor de las motivaciones personales y del comportamiento de la empresa, pero no se ha obtenido un claro apoyo a las teorías de “filtros”». Según Weiss (1995:134), la complejidad de las implicancias de la «selección educativa» para el análisis de los rendimientos de la educación explica la prudencia de muchos economistas al respecto: Si las ampliaciones de la teoría del capital humano que tienen que ver con la selección son importantes, los beneficios marginales de la educación o de la experiencia laboral para un individuo podrían exceder ampliamente los valores esperados de los efectos de esas actividades sobre la productividad, aun sin tener en cuenta impuestos, subsidios y externalidades. Una medición exacta de la diferencia de salarios entre una persona que estudió doce años y una que lo hizo once no reflejaría el efecto de ese año de educación sobre la productividad, sino más bien el efecto combinado de tener un año más de instrucción y de ser identificado como el tipo de persona que tiene doce años de escolaridad en lugar de once2. 2 El hecho de que los rendimientos de la educación de un individuo dependen de los de sus potenciales competidores en el mercado laboral puede suscitar fenómenos colectivos, como un brusco aumento de la duración media de los estudios, sin que tenga un impacto importante sobre la productividad asociada: el aumento de educación genera rendimientos privados importantes, pero los rendimientos sociales son limitados en términos de ingresos. El rápido aumento de la proporción de bachilleres entre 1985 y 1995 en Francia, sin que el sistema de enseñanza superior pueda proponer formaciones profesionales adecuadas ni adaptar sus medios, ha provocado una prolongación espectacular de la duración de los estudios, lo > CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 145 Las teorías de la «selección por educación» se confunden con frecuencia con una explicación que es en realidad distinta del efecto de la cantidad de años de escolaridad o de los diplomas, según la cual estos son percibidos por los empleadores como «referencias» (credentials) asimilables, por ejemplo, a una carta de recomendación escrita por un empleador anterior. Así, la educación no sería remunerada en razón de su contribución a la productividad (como en la teoría del capital humano) o de la información que transmite en cuanto a esta (como en las teorías de la «selección por educación»): tendría un valor para los individuos, pero no sería productiva. Por ejemplo, los esquemas salariales de la función pública de muchos países instauran diferencias según los diplomas, y los directivos de empresas privadas tienen tendencia a contratar, frente a igualdad de calificaciones, a egresados de las instituciones a las que ellos mismos han concurrido. Evidentemente, parece difícil imaginar que este aspecto de la educación sea el único presente; por otra parte, los otros tipos de referencias que un candidato a un empleo presenta a un empleador potencial conllevan, generalmente, elementos de información sobre su productividad. De una manera general, la concepción de la educación como una «referencia» ha suscitado mucho menos interés que el capital humano o la «selección por educación»; Boissière, Knight y Sabot (1985:1018) la califican de «vaga amalgama de hipótesis» (loose amalgam of hypotheses). La coexistencia de las teorías del capital humano, de la «selección por educación» y de las «referencias» genera cierta ambigüedad en la interpretación de algunas características del efecto de la educación sobre los salarios. Boissière, Knight y Sabot (1985) han dado un paso importante al proponer un modelo minceriano de determinación de los salarios que incluye, además de la cantidad de años de escolaridad y de experiencia profesional, una medición de las competencias cognitivas innatas (pruebas llamadas matrices de Raven) y de las competencias cognitivas adquiridas (resultados de las pruebas de lengua y cálculo). Proponen un sistema de ecuaciones simultáneas en el cual la cantidad de años de educación depende de las competencias innatas (pero también del entorno familiar), y las competencias cognitivas adquiridas, de las competencias innatas y de la cantidad de años de escolaridad (así como de la asistencia a una escuela pública o privada y de la residencia en medio rural o urbano en el momento de la escolaridad). Utilizan datos recogidos en Kenia y en Tanzania en 1980 que remiten, respectivamente, a 205 y 179 empleados del sector urbano formal de Nairobi y Dar es Salaam. Los resultados indican que el papel del capital humano es decisivo en la formación de los salarios: a igualdad de competencias innatas y años de escolaridad, las competencias cognitivas tienen un impacto < cual estaría en parte vinculado a efectos de «selección educativa»: se pretende que la obtención de diplomas, incluso no profesionales, proteja de la desocupación, mientras arrecian los debates sobre el valor del baccalauréat y se dejan de lado algunas orientaciones profesionales que ponen el acento en la adquisición de competencias abiertamente productivas. 146 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN significativo y marcadamente positivo. Por el contrario, las competencias innatas solo tienen un impacto muy pobre: el hecho de no incluir su medición por las matrices de Raven habría generado un «sesgo de capacidad» limitado. La cantidad de años de educación conserva un impacto moderado, pero significativo, a pesar de la inclusión de las competencias cognitivas en la estimación, y el modelo no permite identificar la fuente: «El rendimiento de la cantidad de años de educación puede reflejar “referencias”, “filtro” o capital humano adquirido en la escuela o en la casa; es decir, su interpretación no es concluyente» (1029). Boissière, Knight y Sabot concluyen que la importancia relativa del capital humano, de las competencias innatas, de la «selección por educación» y de las «referencias» en la determinación de los salarios varía probablemente de un país a otro. En particular, la escasez de capital humano en Kenia y Tanzania a comienzos de los años ochenta, en relación a otros países en vías de desarrollo, por ejemplo, los de Asia o América Latina, puede explicar el predominio de sus efectos. Otras explicaciones podrían tener más justificación en otros lugares. La dificultad para distinguir empíricamente las diferentes teorías de los efectos de la cantidad de años de educación sobre los ingresos individuales puede ser ilustrada por la gran cantidad de artículos consagrados a analizar una característica recurrente de los rendimientos mincerianos de la educación: no son lineales. Algunos años ofrecen rendimientos más elevados que otros, en particular, aquellos que sancionan el final de un ciclo del cursus escolar o la obtención de un diploma, fenómeno a menudo llamado «efecto piel de cordero» (sheepskin effect). Por ejemplo, Jaeger y Page (1996), utilizando datos estadounidenses tomados de unos 19 000 individuos entre 24 y 64 años en 1992, muestran que la obtención de diplomas de diferentes niveles (desde el secundario hasta el tercer ciclo del nivel superior) tiene un efecto fuertemente positivo sobre los salarios, a igual cantidad de años de educación. Los diplomas representan alrededor del 25% del rendimiento de haber realizado dieciséis años de escolaridad, y más del 50% del rendimiento de haber realizado dieciséis años en vez de doce. Jaeger y Page (1996:739) proponen la siguiente conclusión: «A pesar de que somos reticentes a interpretar nuestros resultados como efectos causales de la obtención de diplomas sobre los salarios, estos sugieren que el “efecto piel de cordero” influye en los rendimientos de la educación». En efecto, como esos resultados son muy intuitivos –el sistema de enseñanza está organizado por ciclos, por lo que no es sorprendente que el año que valida cada uno de ellos tenga un rendimiento superior a los precedentes–, es difícil remitirlos a una teoría en particular. Puesto que la teoría estándar del capital humano prevé un efecto lineal de la cantidad de educación sobre los ingresos, el «efecto piel de cordero» fue entendido, en primer lugar, como una validación de la teoría de la «selección por educación». Sin embargo, resulta evidente que dos personas, una que ha obtenido un diploma y otra que no lo ha logrado, difieren en la posesión de ese título, pero también en la calidad de su capital humano, puesto que la obtención del CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 147 diploma depende, en forma más o menos directa, de las competencias adquiridas a lo largo de la escolaridad. Así lo expone Riley (2001:460): «Presumiblemente, quien abandona los estudios lo hace porque cree que continuarlos es difícil y que su nivel es bajo. Así, la productividad de los que abandonan es menor que la de un individuo representativo de la clase. Cuando los ingresos se contrastan con los años de educación universitaria y el “efecto piel de cordero”, este último equilibra la diferencia en la tasa de capital acumulado entre los que abandonaron los estudios y el resto de la clase». Por su parte, Patrinos (1996), utilizando datos guatemaltecos recogidos en 1989 sobre hombres entre 15 y 64 años que trabajaban en el sector privado no agrícola, muestra que los rendimientos de la educación, efectivamente, no son lineales, pero que los años que ofrecen los rendimientos más elevados no son los que marcan el fin de los ciclos escolares. Existirían umbrales de productividad del capital humano independientes de la organización del sistema de enseñanza. Esto implica rever la teoría estándar, para la cual el tiempo pasado en la escuela basta para describir las competencias adquiridas; por ejemplo, la distribución por los programas escolares oficiales de los conocimientos a adquirir cada año puede afectar de manera decisiva la linealidad de los rendimientos mincerianos. Educación, rasgos psíquicos y comportamentales e ingresos Todas las teorías mencionadas hasta ahora ponen el acento en las competencias cognitivas que la educación puede producir (capital humano) o revelar («selección por educación»), o por las cuales puede ser determinada (sesgo de capacidad). Sin embargo, según Bowles, Gintis y Osborne (2001b), la primacía atribuida de este modo por los economistas a esas únicas competencias en la determinación de los ingresos es incompatible con los cuatro hechos estilizados que mencionaremos a continuación. En primer lugar, el capital humano, tal como lo representa la ecuación minceriana, explica solamente una pequeña parte de la varianza de los salarios entre individuos que pertenecen al mismo grupo étnico y al mismo género en Estados Unidos; incluso teniendo en cuenta los errores de medición y los ingresos transitorios, el 50% de esta varianza sigue sin poder explicarse, y esto tiene validez, probablemente, en muchos otros países. En segundo lugar, la correlación entre ingreso de los padres e ingreso de los hijos es mucho más fuerte que lo que puede explicar la transmisión intergeneracional del capital humano y de la riqueza (Bowles y Gintis, 2002). En tercer lugar, las características personales, a priori sin relación con la productividad, se encuentran en marcada correlación con el ingreso; por ejemplo, Dunifon, Duncan y Brooks-Gunn (2001) señalan que, en Estados Unidos, la limpieza del domicilio de un individuo tiene relación con sus ingresos veinticinco años más tarde. En cuarto lugar, los recursos de las escuelas (tanto en Estados Unidos como en 148 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN otros países, como analizamos en el capítulo 5) tienen un fuerte impacto en los ingresos, pero no en las competencias cognitivas. Parece que los ingresos también están determinados por competencias no cognitivas sin relación aparente con la productividad, transmisibles por el entorno familiar e influenciables por la educación. Bowles, Gintis y Osborne presentan un modelo teórico en el cual los rasgos psicológicos y comportamentales pueden ser tenidos en cuenta para la remuneración aunque no participen directamente de las capacidades productivas de los individuos. La teoría estándar del capital humano tiende a modelizar la economía como un sistema estático en equilibrio, en el cual el comportamiento de un individuo no afecta su productividad. Estos tres autores superan ese modelo «walrasiano» y modelizan la economía como un sistema dinámico frecuentemente en desequilibrio, en el cual los rasgos psicológicos y comportamentales de un individuo influyen en su participación en la producción. Dentro de un modelo «schumpeteriano», factores como el progreso técnico, la innovación o los cambios de estructuras de producción suscitan desequilibrios. Ciertos individuos pueden explotar las oportunidades económicas que generan mejor que otros. Esta capacidad de adaptarse a los desequilibrios puede depender tanto del capital humano (en el sentido de Schultz, 1975) como de rasgos psicológicos que no son directamente productivos. En el modelo que corresponde a Coase3, la contribución efectiva de un empleado a la producción depende de su esfuerzo de trabajo, que no puede ser objeto de un contrato completo con el empleador: «Una promesa de salario que se puede realizar sin costos no es cambiada por servicios laborales que se pueden realizar sin costos, sino más bien por el consentimiento del empleado a aceptar la autoridad del empleador durante la jornada laboral. Esta autoridad, entonces, es usada para asegurar el ritmo de trabajo que, combinado con otros aportes productivos, provoca rendimientos» (Bowles, Gintis y Osborne, 2001b:1144). Los empleadores buscan empleados que tengan ciertos rasgos psicológicos y comportamentales que los estimulen a respetar su autoridad y a realizar un esfuerzo de trabajo intenso; Bowles, Gintis y Osborne (2001a) hablan de «preferencias que estimulan al trabajo» (incentive enbancing preferences). Después de haber demostrado que, además de la productividad, la capacidad de adaptación a los desequilibrios y la intensidad del esfuerzo de trabajo codeterminan los ingresos individuales, estos tres autores se interrogan acerca de los efectos de la educación sobre esas variables: «Se ha tornado increíblemente difícil dar una explicación de las competencias que la escuela produce y documentar su recompensa en el mercado laboral» (2001b:1148). En primer lugar, evalúan 3 Ronald Coase, premio Nobel de Economía en 1991. Su teoría de la empresa enfatiza la importancia de la autoridad del empleador y de su capacidad para motivar a los empleados mediante la organización del trabajo y la estructura de los salarios. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 149 la incidencia del impacto de la educación sobre los ingresos debida a las competencias cognitivas; muestran que, en Estados Unidos, es del 80% en promedio y que ha permanecido estable desde hace unos treinta años (20% del impacto se debe a competencias no cognitivas). En segundo lugar, la educación puede influir sobre la capacidad de adaptación a los desequilibrios actuando sobre las preferencias (los individuos más educados podrían tener una preferencia menos marcada por el presente, lo cual les permitiría aprehender mejor el cambio) y sobre algunos rasgos psicológicos, como la percepción de cada uno acerca del manejo de su destino (los individuos más educados serían más confiados en cuanto a los resultados de sus acciones en un entorno nuevo). En tercer lugar, los rasgos comportamentales valorizados por los empleadores varían, probablemente, según la naturaleza del trabajo a efectuar y la organización de la relación laboral; estudios psicológicos citados por Bowles, Gintis y Osborne muestran relaciones muy diversas entre el ingreso y variables como el grado de fatalismo, la sociabilidad, el amor propio, la agresividad, etc.; sin embargo, el impacto de la educación sobre esos rasgos comportamentales no se conoce bien: «Poco se sabe acerca de cómo la escuela altera los comportamientos individuales y las personalidades tanto como para “producir” buenos trabajadores. Una hipótesis plausible es que lo hace sometiendo a los estudiantes a tipos de interacciones sociales y sistemas de recompensas propios del ámbito del trabajo, al reforzar ciertas conductas y sancionar otras» (1167). El enfoque «comportamental» de los ingresos permite explicar los hechos estilizados sobre los cuales nos referimos al abrir este apartado: la proporción hasta ahora no explicada de la varianza de los ingresos individuales se debe, al menos en parte, a rasgos psicológicos y comportamentales ignorados por los trabajos de economía estándar; la transmisión de esos rasgos en el seno de las familias contribuye a explicar la correlación entre el ingreso de los padres y el de los hijos; las características individuales no productivas pueden ser remuneradas si contribuyen al esfuerzo de trabajo proporcionado por los asalariados; finalmente, los recursos de las escuelas pueden tener un fuerte impacto sobre las competencias no cognitivas y, en consecuencia, sobre los salarios, incluso si su contribución a las competencias cognitivas es limitada. Las implicancias para el análisis de los efectos de la educación son numerosas. En primer lugar, los efectos de la educación sobre el psiquismo y el comportamiento constituyen sesgos importantes de su impacto causal sobre los ingresos. En segundo lugar, la existencia de algunos determinantes «schumpeterianos» y otros pertenecientes a la teoría de Coase –que debe ser mejor aprehendida– acrecienta considerablemente la complejidad del análisis. En efecto, las preferencias que tienden a intensificar el esfuerzo del trabajo son, por cierto, heterogéneas, y difieren de una actividad profesional a otra; su valorización por parte de los empleadores depende, probablemente, de otras características de los empleados, como el género o el origen étnico. En tercer lugar, el enfoque «com- 150 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN portamental» de los ingresos lleva a interrogarse sobre el contenido de las enseñanzas y la experiencia de socialización inherentes al sistema escolar: mientras que la adquisición de conocimientos y competencias parece beneficiosa independientemente de sus efectos sobre los ingresos, la manipulación del psiquismo y de los comportamientos de los alumnos para hacerlos «aptos» al «éxito» en el mercado laboral no es necesariamente deseable. Algunos trabajos recientes confirman la importancia de las competencias no cognitivas (Bowles, Gintis y Osborne, 2001a, y Dunifon, Duncan y BrooksGunn, 2001). Murnane, Willett, Braatz y Duhaldeborde (2001) evalúan los impactos respectivos de las competencias escolares (lectura y cálculo), de la velocidad de ejecución de operaciones mentales simples y de la percepción en adolescentes estadounidenses sobre los ingresos que percibirán a la edad de 27 o 28 años. Los tres tipos de competencias ejercen un impacto significativo, y las dos primeras explican una buena parte de las diferencias de ingresos entre blancos, por un lado, y negros e hispanos, por el otro, mientras que el promedio de percepción difiere poco de un grupo al otro. Los autores subrayan, con razón, el carácter descriptivo de su perspectiva –no modelizan los canales por los cuales las competencias cognitivas de los adolescentes determinan sus ingresos diez años más tarde– y la dificultad de comparar los efectos de las tres variables, expresados en unidades que les son propias. Siempre en Estados Unidos, la controversia sobre la equivalencia para el mercado laboral del diploma de fin de los estudios secundarios y de un título alternativo, el General Educational Development (ged), ha sido objeto de trabajos sustanciales, que sugieren que las competencias cognitivas desempeñan igualmente un papel en materia de «selección por educación». El ged es un examen que da una «segunda oportunidad» a las personas que han abandonado el sistema de enseñanza sin obtener el diploma de finalización de los estudios secundarios, puesto que es equivalente a este último por sus exigencias en términos de conocimientos y competencias escolares. Desde los años sesenta, la proporción de titulares del ged entre las personas que han aprobado un examen de nivel secundario ha aumentado notablemente, en particular entre los negros y los hispanos; era de alrededor del 15% a principios de los noventa. Aunque se consideraba que el ged gozaba del mismo reconocimiento en el mercado laboral que el diploma habitual, Cameron y Heckman (1993) han señalado que los salarios, la cantidad de horas trabajadas y la duración del empleo y de la desocupación de los titulares del ged equivalen, por el contrario, a los de las personas que no tienen diploma ni ged. Tyler, Murnane y Willett (2000) consideran al ged como una «señal» de la productividad de sus poseedores y sostienen que el hecho de obtenerlo aumenta los ingresos de los blancos de un 10 a un 20%, sin tener efectos sobre los ingresos de los negros. Mencionan que las diferencias de métodos y de muestras pueden explicar la diferencia de sus resultados y los de Cameron y Heckman. Estos últimos, en particular, utilizan una muestra de per- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 151 sonas que tienen niveles escolares preged muy variables, mientras que Tyler, Murnane y Willett se concentran en personas que tienen un nivel bajo, cercano al mínimo necesario para obtener el ged, para quienes el aspecto de «señal» de este es particularmente importante. Heckman y Rubinstein (2001) vuelven sobre la cuestión ampliando el análisis a las competencias no cognitivas. Opinan que el ged actúa como una señal «mitigada» positiva equivalente al diploma secundario en lo que respecta a las competencias cognitivas, pero negativa en lo que concierne a las no cognitivas: «Los titulares del ged son “vivos” (wiseguys) que carecen de capacidad para planificar, ser persistentes en las tareas o adaptarse a su entorno» (146). Conclusión El análisis del impacto de la educación sobre los ingresos individuales, y en particular el modelo minceriano de remuneración del capital humano, sigue siendo la principal contribución de los economistas al estudio de los efectos de la educación. Parece que existen muchos menos trabajos sobre otros aspectos de las carreras profesionales, como la transición del sistema de enseñanza al mercado laboral (Light, 1995, 1998 y 1999), la duración de los períodos de desocupación (Kettunen, 1994 y 1997; Park, 1997) o la movilidad intersectorial e interregional (Börsch-Supan, 1990; Krieg, 1993). Sin embargo, continuar explorando el modelo minceriano conlleva el riesgo de conseguir solamente mejoras marginales. En efecto, conviene interrogarse sobre la pertinencia empírica de la función de remuneración del capital humano y de la utilización que se hace de ella para evaluar los rendimientos privados y sociales de la educación. En primer lugar, en un artículo reciente, Heckman, Lochner y Todd (2003) recuerdan que Mincer había derivado su ecuación empírica de dos modelos teóricos diferentes y se interrogan acerca de la validez de las hipótesis sobre las cuales reposaba esa derivación. Estas implican tres condiciones –las curvas que representan el ingreso en función de la experiencia son paralelas unas con otras; las que representan el ingreso en función de la edad para niveles de educación diferentes divergen; finalmente, la varianza de los ingresos en función de la edad describe una curva en forma de u– que eran aproximadamente verificadas por los hombres blancos en los datos del censo estadounidense de 1960 utilizados por Mincer, pero ya no lo son en los censos más recientes. En consecuencia, la interpretación del coeficiente de la cantidad de años de escolaridad como tasa de rendimiento privado de la educación ya no es posible en Estados Unidos, y puede no serlo en otros países. Heckman, Lochner y Todd, entre otros, sostienen que es necesario tener en cuenta el costo de los estudios y del impuesto sobre el ingreso: la ecuación de Mincer lleva a subestimar fuertemente el rendimiento de la educación secundaria y su aumento desde 1970, y a sobrestimar más 152 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN levemente los rendimientos de los estudios superiores. Y concluyen: «El modelo de Mincer ya no produce estimaciones aproximadas válidas de las tasas de rendimiento de la educación y no es una guía confiable para evaluar la política educativa. […] Es necesario un análisis dinámico más general de la función de los ingresos que tenga en cuenta las matrículas, los impuestos, la no linealidad de la educación, la inseparabilidad entre experiencia y educación, y la incertidumbre» (41). La crítica de Heckman, Lochner y Todd se apoya en datos estadounidenses, pero tiene un alcance general, ya que reúne dudas –que ya habían sido expresadas– sobre la validez del rendimiento minceriano de la educación como instrumento de política económica en los países en vías de desarrollo. En segundo lugar, parece que el enfoque «comportamental» de los determinantes de los salarios propuesto por Bowles, Gintis y Osborne (2001b) puede aportar un complemento necesario a las teorías del capital humano y de la «selección por educación». Por una parte, la importancia de la psicología y del comportamiento en el mundo del trabajo parece tan evidente que es sorprendente que no haya sido analizada todavía. Por otra parte, esa misma importancia incita a rever los métodos de evaluación de las políticas públicas que promueven los economistas: la mejora de los resultados en pruebas de lengua y cálculo podría no ser la única medida del éxito de una política educativa; debe examinarse el contenido cualitativo de los programas y la manera en que están organizadas las escuelas. También el hecho de que ciertos rasgos psicológicos sean valorados en el mercado laboral, pero sean indeseables en otros contextos lleva a interrogarse sobre el lugar del sistema de enseñanza en la sociedad y sus relaciones con instituciones políticas, económicas y sociales, como el Estado, los mercados y la familia. CAPÍTULO 7 Educación y crecimiento A l análisis microeconómico de los efectos de la educación sobre los ingresos individuales corresponde un análisis macroeconómico de los efectos de la educación sobre el ingreso global y, en particular, sobre el crecimiento del ingreso per cápita: «Gran parte del resurgimiento de la economía del crecimiento se basa en la teoría del capital humano. Debido a que este consiste, por definición, en las competencias y conocimientos encarnados, y a que los avances en el conocimiento técnico conducen al crecimiento económico, el capital humano acumulado y el crecimiento económico están íntimamente relacionados» (Topel, 1999:1943). Aunque es posible derivar una ecuación de Mincer global, en la que el ingreso medio depende del nivel medio de educación (Heckman y Klenow, 1997; Krueger y Lindahl, 2001), los trabajos existentes no provienen, en lo esencial, de la microeconomía del trabajo, sino de la macroeconomía del crecimiento, y están inspirados en modelos distintos. Estos últimos incluyen al capital humano entre los factores de producción globales y se interrogan sobre la contribución de su nivel o de su crecimiento al nivel o al crecimiento del producto bruto interno (pbi) per cápita1. La principal cuestión que plantea el pasaje del nivel individual al nivel global es la correspondencia entre los rendimientos privados y sociales de la educación: es posible que la inversión en capital humano sea menos (o más) rentable para un individuo que para el conjunto de la sociedad, en cuyo caso el rendimiento minceriano, por ejemplo, no permite anticipar correctamente el impacto de políticas de escolarización masivas sobre el crecimiento. La principal fuente de disparidad entre los rendimientos privados y sociales del capital humano es la 1 La «selección por educación» o los aspectos de la educación que no tienen relación directa con la productividad del trabajo casi no son tenidos en cuenta en los modelos de crecimiento. 153 154 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN existencia de externalidades: la educación de un individuo puede afectar positivamente (o negativamente) la productividad de otros individuos, además de la propia. En general, las elecciones de escolarización no tienen en cuenta esos efectos, y es tarea de las políticas públicas influirlas para «internalizar las externalidades» y evitar así que las decisiones individuales resulten en una sub (o sobre) inversión en capital humano en el conjunto de la sociedad. Mientras que la macroeconomía de corto plazo (centrada en los ciclos de negocios y en el impacto de la política monetaria y presupuestaria) dominó la escena en los años sesenta y setenta, la investigación sobre el crecimiento ha conocido una espectacular recuperación desde fines de los años ochenta, y sus dos corrientes principales han intentado dilucidar el rol que tiene el capital humano a largo plazo. En primer lugar, muchos modelos que participan de la «nueva» teoría del «crecimiento endógeno» ven, en la existencia de externalidades positivas del capital humano y en los rendimientos de escala constante –incluso crecientes– de su producción debido al sistema escolar, los orígenes de un crecimiento autosostenido e influenciable por las decisiones de escolarización privadas y por las políticas públicas. En segundo lugar, la «renovación neoclásica» se ha dedicado a medir empíricamente el impacto del capital humano, fundándose en una versión extendida del modelo neoclásico de «crecimiento exógeno» de Solow (1956). Estos últimos trabajos han arrojado resultados contradictorios y marcadamente contraintuitivos, dados los resultados particularmente contundentes de la microeconomía del trabajo: el impacto del capital humano sobre el crecimiento a menudo es, por cierto, significativo y positivo, pero a veces también es no significativo o negativo. Problemas de datos y de métodos de estimación parecen poder explicar esta disparidad de resultados y, en efecto, casi no hay duda acerca del hecho de que el capital humano pueda tener un impacto positivo sobre el crecimiento. La cuestión es, más bien, saber si la situación económica de ciertos países puede favorecer suficientemente el empleo del capital humano en actividades individualmente rentables (pero improductivas y cuyos rendimientos sociales son netamente más débiles que sus rendimientos privados) y, de una manera más general, lograr medir las externalidades. La renovación de la macroeconomía del crecimiento ha sido objeto de gran cantidad de artículos y libros de síntesis. Barro y Sala-i-Martin (1995) y Aghion y Howitt (1998) pasan revista al conjunto de los desarrollos teóricos recientes, mientras que Durlauf y Quah (1998), Klenow y Rodriguez-Clare (1997) y Temple (1999) presentan los métodos empíricos utilizados en ese campo. El papel del capital humano es abordado en particular por Krueger y Lindahl (2001) y Topel (1999), quienes ofrecen perspectivas críticas fundadas en su práctica de la microeconomía del trabajo. Este capítulo se apoya sobre estas dos últimas síntesis y se organiza de la siguiente manera: la primera parte aborda brevemente los modelos teóricos de crecimiento; la segunda se interesa en los resultados de los trabajos empíricos CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 155 recientes y, en particular, en las razones por las que el impacto del capital humano sobre el crecimiento es tan difícil de medir; la tercera está dedicada a los escasos trabajos que han intentado medir explícitamente las externalidades del capital humano. El capital humano en los modelos teóricos de crecimiento Mientras que la educación ya desempeñaba un papel central en ciertos modelos de desarrollo a largo plazo característicos de la posguerra de 1939-19452, el modelo de Solow (1956), que se retoma en el origen de los desarrollos recientes, solo incluye el capital físico y el trabajo entre los factores de producción cuya acumulación determina el crecimiento del ingreso per cápita; a largo plazo, este último depende del progreso técnico, que es «exógeno»: «Este modelo de crecimiento tiene la decepcionante característica de considerar al cambio técnico como algo exógeno (no comportamental) y difuso, literalmente, un residuo no observado que “explica” el crecimiento luego de tener en cuenta la contribución de otros factores observables» (2948). Desde el momento en que el capital humano es reconocido como un factor de producción en microeconomía, y teniendo en cuenta que se insiste sobre los rendimientos en situaciones de desequilibrio debidas, en particular, al progreso técnico, parece natural incluirlo en el análisis. Un primer conjunto de trabajos se basa en la concepción beckeriana del capital humano como factor de producción. La teoría del crecimiento endógeno se ha desarrollado especialmente a partir del modelo de Lucas (1988), en el cual la producción es función del capital físico y del capital humano. En el modelo de Solow, el crecimiento depende del progreso técnico que, como el crecimiento de la fuerza del trabajo, es exógeno. A la inversa, en el modelo de Lucas, el crecimiento depende esencialmente de la acumulación del capital humano por parte del trabajador, que resulta de decisiones endógenas en materia de educación, de formación y de experiencia profesional. Esto basta para generar un crecimiento duradero del ingreso per cápita sin tener que recurrir a un progreso técnico exógeno. En una de las versiones del modelo, Lucas introduce una externalidad positiva del capital humano: la producción de una empresa depende no solamente del capital humano de sus empleados, sino también del capital humano promedio del conjunto de la economía. Ahora bien, las decisiones individuales de inversión en capital humano no tienen en cuenta esta externalidad: los individuos reaccionan en función de los rendimientos sociales y adquieren menos 2 Véanse las obras clásicas de Dennison (1967), Kuznets (1966), Lewis (1955) y Myrdal (1968) citadas por Pritchett (2001:368), quien agrega: «Asian Drama, de Gunnar Myrdal, […] escrito en su mayor parte a fines de la década del cincuenta, ya considera que la importancia del capital humano en el desarrollo, junto con la del capital físico, forma parte de la ortodoxia». 156 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN capital humano que el que sería posible. A menos que una inversión pública corrija este sesgo, el crecimiento es inferior a su nivel óptimo. Un segundo conjunto de trabajos se corresponde más bien con el concepto de capital humano de Schultz. En esa línea, Nelson y Phelps (1966) consideran que el stock (y no la acumulación) del capital humano determina el crecimiento favoreciendo el progreso técnico: los trabajadores educados están en mejores condiciones de desarrollar o adoptar nuevas tecnologías, y su cantidad importa. También aquí se ha hablado de modelo «schumpeteriano». ¿Cuál es la pertinencia de estos modelos para el análisis empírico? Topel (1999:2949) se muestra muy crítico e insiste en el hecho de que las vías por las cuales la educación influye en el crecimiento no son exploradas en detalle, paralelamente a los modelos de microeconomía del trabajo: «El mensaje de la teoría del crecimiento no va más allá de “el capital humano es importante”. No da explicaciones acerca de por qué Singapur creció más rápido que, digamos, la India, exceptuando, quizá, la explicación de que la gente de Singapur ha acumulado más competencias (y otros factores asociados a ellas)»3. El análisis empírico de la relación entre capital humano y crecimiento Compatibilidad del crecimiento Los métodos empíricos utilizados en la actualidad para medir el impacto del capital humano sobre el crecimiento, lejos de fundarse sobre desarrollos teóricos más recientes (como es evidentemente el caso en otras áreas de la economía), provienen, en lo esencial, de los modelos de los años cincuenta y sesenta. El primero es la «contabilidad del crecimiento» que, como su nombre lo indica, es un enfoque contable más que econométrico. El crecimiento del pbi por trabajador se descompone en crecimiento de cada uno de los factores de producción y un residuo llamado «productividad total de los factores» (que corresponde al progreso técnico exógeno en el modelo de Solow). Esto requiere disponer de los mejores datos posibles sobre el pbi y los stocks de factores, así como del stock del capital físico en la distribución del pbi: el stock del capital humano y del trabajo es el complemento de esto. Luego, simplemente se calcula el aumento de la productividad total de los factores de un año a otro como la diferencia entre el crecimiento del pbi por trabajador y la suma de los crecimientos de los stocks de capital por trabajador ponderados por su parte en la distribución del pbi. Los estudios recientes consideran como factores de producción el capital físico y el capital humano per cápita, e incluyen diversos ajustes en función de su calidad. 3 El destacado pertenece al original. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 157 Young (1992, 1994 y 1995) ha dado un paso importante al aplicar este método, un tanto arcaico, a los «cuatro dragones» de Asia oriental (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán), donde el crecimiento de la productividad total de los factores solo representa una pequeña parte del pbi por trabajador, en particular, en el caso de Singapur: la acumulación espectacularmente rápida del capital físico y el fuerte crecimiento de la población activa ocupada en los sectores no agrícolas (combinación de un fuerte crecimiento de la población en los años cincuenta y sesenta con una industrialización y un éxodo rural tremendo) habrían desempeñado un papel más importante que el mismo progreso técnico. El papel del capital humano parece modesto en comparación con esto, aunque estos países han conocido progresos notables tanto en la cantidad como en la calidad de la educación a lo largo de los períodos de fuerte crecimiento. Topel (1999:2957) comenta así estos resultados: «¿Esto significa que, entonces, el capital humano no es tan importante? […] La respuesta obvia es “no”. La explicación del crecimiento es principalmente descriptiva, al tratar al capital físico y humano de modos virtualmente idénticos. No tiene nada que decir acerca de cómo o por qué tiene lugar la acumulación de factores o de si la acumulación de capital humano es esencial para el crecimiento». En efecto, la contabilidad del crecimiento, además de ser particularmente sensible a los problemas de medición, notoriamente difíciles de resolver, de los stocks de capital físico y humano (para el cual, generalmente, la cantidad de educación se utiliza más que la calidad), solamente proporciona información sobre la contribución de cada factor debido a la evolución de los otros; así, la acumulación de capital humano pudo haber posibilitado la de capital físico, sin que eso se refleje en los resultados. Regresiones de convergencia condicional El segundo enfoque es la estimación econométrica de regresiones llamadas de convergencia condicional, también fundadas en el modelo de Solow. Esto implica, en efecto, que los países cuyo pbi per cápita inicial es inferior (o superior) a su nivel de equilibrio (que depende del índice de ahorro, del crecimiento de la población y del progreso técnico, los tres exógenos) crecen más (o menos) rápido y «convergen» hacia ese nivel. Esta convergencia depende del entorno inicial, y las regresiones en cuestión incluyen, entre los determinantes del crecimiento del pbi per cápita, el crecimiento de los stocks de factores y las variables que condicionan el proceso de crecimiento (cuya inclusión debería hacerse sobre la base de una modelización teórica que tenga en cuenta el modelo de Solow4). 4 Otros estudios, entre ellos, el de Benhabib y Spiegel (1994), se fundan sobre modelos más recientes de crecimiento endógeno. Lo importante aquí no es tanto esta diferencia de inspiración teórica como la incoherencia de los resultados empíricos obtenidos. 158 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Mankiw, Romer y Weil (1992) inauguraron esta «renovación neoclásica» al incluir el capital humano, al lado del capital físico y del trabajo, en la función de producción global del modelo de Solow. Sus estimaciones principales se refieren a 98 países, para los cuales disponen de datos del período 1960-1985. Miden la acumulación del capital humano a través del promedio, para este período, del producto entre el índice de escolarización en el secundario de personas entre 12 y 17 años y la proporción de los individuos de 15 a 17 años en la población de más de 15 años de edad. Consideran ese producto como una aproximación de la proporción de la población activa a lo largo de la escolaridad secundaria. Estiman, en primer lugar, los determinantes del pbi per cápita en 1985, que incluyen, además de la acumulación de capital humano, los promedios de la tasa de inversión en capital físico y del crecimiento de la población para el período 1960-1985. Estas tres variables explican más del 80% de la varianza del pbi per cápita entre países, y el capital humano tiene un impacto significativo y fuertemente positivo, que corresponde a una parte de alrededor del 30% en el reparto del valor total, cercana al las del capital físico y el trabajo. Mankiw, Romer y Weil estiman luego una ecuación de convergencia, en la cual el crecimiento del pbi per cápita de 1960 a 1985 depende, además de esas tres variables, del nivel del pbi per cápita en 1960. El capital humano ejerce un impacto significativo y positivo, puesto que su parte en la distribución del valor total es ligeramente menor, de alrededor del 25%. Barro y Sala-i-Martin (1995) presentan otras estimaciones de la contribución del capital humano al crecimiento utilizando los mismos datos y el mismo período. El crecimiento del pbi per cápita es función de, entre otros factores, el número medio de años de estudios primarios, secundarios y superiores en la población, y los gastos en educación en relación al pbi a comienzos del período. Mientras que el coeficiente de la educación primaria no es significativo, los de la educación secundaria y superior de los hombres son significativos y positivos: un incremento de la desviación estándar de la cantidad promedio de años de estudios secundarios –0,9 por año– está asociado a un aumento del crecimiento de 1,5%, y las cifras correspondientes a los estudios superiores son 0,2 por año y 1%. Por el contrario, la educación de las mujeres se correlaciona negativamente con el crecimiento: un incremento de la desviación estándar del número promedio de años de estudios secundarios –0,9 anual– se asocia a una disminución de 0,8% anual5. 5 Barro y Lee (1994) ya habían obtenido un resultado similar, suscitando un debate sobre los efectos comparados de la educación de los hombres y las mujeres; según Stokey (1994), ese resultado se debe a la inclusión de los «cuatro dragones», que han conocido índices de crecimiento excepcionalmente elevados asociados a niveles iniciales muy bajos de escolarización de las mujeres. Lorgelly y Owen (1999) confirman la sensibilidad de los coeficientes de la educación tanto de los hombres como de las mujeres, excluyendo ciertos países. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 159 Los resultados de numerosos estudios realizados en los años noventa son singularmente contradictorios. Durlauf y Quah (1998:cuadro 2) citan nueve artículos que utilizan variables de educación en regresiones de crecimiento. La educación primaria, la educación secundaria, tanto de los hombres como de las mujeres, y la educación superior, a comienzos del período considerado, así como el aumento de la educación secundaria de las mujeres a lo largo del período tienen efectos negativos (aunque no siempre significativos) en ciertos artículos. Solamente seis de los dieciséis efectos mencionados por Durlauf y Quah son positivos y significativos. Como señalan Arcand y D’Hombres (2002), parece que la correlación entre educación y crecimiento es positiva cuando se utilizan datos «de corte», es decir, cuando solamente disponemos de una única observación por país (Barro, 1991 y 1997, McMahon, 1998; Temple, 1999), y es no significativa o negativa cuando se utilizan datos «de panel», o sea, cuando cada país es observado a lo largo de varios años o durante intervalos de algunos años (Benhabib y Speigel, 1994; Bond, Hoeffler y Temple, 2001; Bräuninger y Pannenberg, 2002; Caselli, Esquivel y Lefort, 1996; Hamilton y Monteagudo, 1998; Islam, 1995; McDonald y Roberts, 2002). ¿Qué se puede pensar de esos resultados contradictorios? Una primera respuesta es que la calidad de los datos y la manera en que el capital humano es medido deben ser objeto de particular atención. La mayoría de los trabajos empíricos sobre el crecimiento se apoyan en los mismos datos, las Penn World Tables (actualizadas periódicamente; por ejemplo, Summers y Heston, 1991), que cubren unos cien países desde 1960, con observaciones cada cinco años, y contienen las series de pbi per cápita. Los problemas de calidad que pueden plantear estos datos afectan, entonces, al conjunto de los trabajos publicados, y las innovaciones posibles a partir de esta base de datos constituyen un conjunto acabado (y ampliamente agotado: «Excepto alguna especificación que nadie haya pensado, no hay mucho más para aprender de esos datos» (Topel, 1999:2981)). Los datos de capital humano provienen de diversas bases (Barro y Lee, 1993; Kyriacou, 1991; Lee y Barro, 1998; Mulligan y Sala-i-Martin, 2000; Nehru, Swanson y Dubey, 1995), cuya calidad es variable. Así, Kyriacou (1991) utiliza encuestas de hogares realizadas en cuarenta y dos países en los años setenta, y las combina con los índices de escolarización de 1965 y 1985 para estimar la cantidad promedio de años de educación en esos períodos. Este método genera importantes errores de medición: Krueger y Lindahl (2001) muestran que la acumulación del capital humano medida a partir de esta base está perturbada por un fuerte «ruido» estadístico, lo cual explicaría la ausencia de efecto sobre el crecimiento, por ejemplo, en el artículo de Benhabib y Spiegel (1994). Barro y Lee (1993) combinan datos de Unesco, datos de censos y encuestas de hogares. Behrman y Rosenzweig (1994) han observado que estas últimas plantearían otros problemas, ya que las definiciones no siempre son adecuadas ni comparables de un país a otro (por ejemplo, los índices de escolarización de Unesco 160 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN incluyen a los niños que solo están nominalmente inscriptos o a los que abandonan la escuela poco después del comienzo del año escolar). Como los datos disponibles no se refieren a gran cantidad de países, no se extienden a lo largo de muchos años y presentan muchos errores de medición, es esencial utilizar métodos empíricos que tengan en cuenta estas características. Al hacerlo, Krueger y Lindahl (2001:1130) observan que las variaciones de las variables de educación que obtienen de las bases de datos de Kyriacou y Barro y Lee ejercen impactos significativos y positivos sobre el crecimiento: «Las regresiones en los diferentes países indican que el cambio en educación está asociado positivamente con el crecimiento económico una vez que el error de medición de la educación es tenido en cuenta». Otros trabajos recientes que prestan gran atención a la calidad de los datos obtienen resultados convergentes (Arcand y D’Hombres, 2002; Cohen y Soto, 2001; Dessus, 1998). Temple (2001b) pasa revista a los estudios consagrados a los países de la ocde, que sostienen que el impacto de la educación sobre el crecimiento tiene una amplitud comparable a la de sus efectos sobre los ingresos individuales. Sin embargo, es posible afirmar que estos trabajos no aportan más información que los modelos teóricos evocados más arriba en cuanto a las vías por las que la educación actúa sobre el crecimiento. Topel (1999) y Krueger y Lindahl (2001) señalan que el coeficiente del nivel inicial de capital humano en las regresiones de crecimiento habituales puede tener varias interpretaciones teóricas alternativas y que un impacto causal positivo de la educación sobre el crecimiento puede traducirse en un coeficiente negativo en una regresión de convergencia condicional. El stock inicial de capital humano puede representar, entre otras cosas, el nivel de equilibrio del ingreso per cápita; puede afectar positivamente el índice de crecimiento de equilibrio acelerando el progreso técnico; puede acelerar el crecimiento de una economía cuyo ingreso inicial es inferior a su nivel de equilibrio favoreciendo la adopción de tecnologías existentes. En este último caso, es posible que el coeficiente de capital humano sea negativo: un país cuyo stock inicial de capital humano es bajo puede incrementarlo muy rápidamente, y dispone de un margen de recuperación importante en relación a los países que se encuentran ya en su nivel de equilibrio. Finalmente, Bils y Klenow (2000) sugieren que la causalidad podría ser inversa, del crecimiento a la educación: la anticipación de un fuerte crecimiento puede incitar a los individuos a invertir en capital humano. Como observa Topel (1999:2963): «Estos resultados sugieren efectos importantes del capital humano sobre el crecimiento –la educación parece hacer algo–, pero es difícil tomarlos en serio para cualquier tipo de ajuste o propósito político, incluso si ignoramos el efecto negativo de la educación de las mujeres». CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 161 Entorno institucional, educación y crecimiento En un artículo muy conocido, Pritchett (2001) presenta los resultados de una estimación basada en los datos sobre la educación de Barro y Lee (1993) y Nehru, Swanson y Dubey (1995), en los cuales el efecto del aumento de la cantidad promedio de años de educación por trabajador sobre el crecimiento del pbi per cápita es negativo y significativo. Contrariamente a algunos autores citados precedentemente, considera que ese resultado no se debe a la mala calidad de los datos disponibles o a métodos empíricos deficientes. Existiría, para el autor, claramente, una paradoja micro/macro, es decir que los efectos microeconómicos comprobados de la educación sobre los ingresos individuales no tendrían equivalente macroeconómico en términos de crecimiento. Pritchett insiste en la heterogeneidad de los países: el efecto negativo obtenido en una regresión que utiliza datos internacionales solo es un promedio de efectos positivos en ciertos países y negativos en otros, y es conveniente explicar estos últimos. Pritchett menciona tres hipótesis. En primer término, el ambiente institucional de los países en cuestión podría ser tal que algunas actividades rentables individualmente pero contraproductivas socialmente, en especial la «búsqueda de rentas», constituyen la principal salida de las personas con diplomas. Los rendimientos mincerianos son habitualmente estimados sobre datos referidos al sector privado. Ahora bien, el sector público absorbe –o, al menos, ha absorbido durante mucho tiempo, hasta la implementación de los programas de ajuste estructural de los años ochenta y noventa– una parte importante de los diplomados en los países en vías de desarrollo, mientras que su productividad es, a menudo, escasa. Si bien los salarios de la función pública se fijan en función de la educación, los rendimientos privados de esta pueden ser elevados sin que los rendimientos sociales lo sean: «La cuestión es […] por qué el gobierno contrata trabajadores educados (necesidad real versus garantía de empleo) y qué hacen estos una vez que están en el gobierno (productividad versus improductividad o vivir de rentas)» (183). Es posible, incluso, que el aumento de la cantidad de jóvenes educados incremente la presión sobre un gobierno para que cree o mantenga empleos públicos, independientemente de su contribución productiva. En segundo lugar, a falta de una transformación estructural de la economía suficientemente rápida, la demanda de trabajo calificado puede estancarse, mientras que los progresos de la escolarización incrementan fuertemente su oferta: el aumento del nivel de educación de la población puede provocar una baja de su rendimiento, y así se produce una correlación negativa entre educación y crecimiento de ingresos. Esta hipótesis podría aplicarse especialmente a aquellos países en vías de desarrollo cuyo crecimiento ha sido escaso desde los años setenta u ochenta. Por ejemplo, Foster y Rosenzweig (1996) ponen en evidencia un neto contraste entre las regiones de la India afectadas por la Revolución Verde y las otras, donde la ausencia de progreso técnico en la agricultura se tradujo en un 162 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN estancamiento de los rendimientos de la educación. Teulings y Van Rens (2003) desarrollan un modelo en el cual, a causa del carácter imperfecto de la sustitución entre trabajadores calificados y no calificados, la acumulación de capital humano produce una baja del rendimiento de la educación. A partir de datos internacionales, comparables a los utilizados en los otros trabajos sobre el crecimiento, observan que, en promedio, una elevación de un año del nivel medio de educación de la población reduce el rendimiento privado en 1,5%, y el rendimiento social en 4%6. En tercer lugar, Pritchett evoca también la mala calidad de las escuelas en muchos países en vías de desarrollo (el aumento de la cantidad media de años de estudio podría no haber creado capital humano) y la posibilidad de que la «selección por educación» explique una parte importante del efecto microeconómico de la educación (reconociendo que la literatura microeconómica correspondiente no valida estas dos hipótesis). El argumento de Pritchett es cuestionable si se considera que lo que está en juego no es la existencia de un impacto positivo de la educación sobre el crecimiento, sino su medición. Así, Topel (1999), al referirse a una versión del artículo anterior a su publicación, opina que el coeficiente significativo y negativo de la educación se debe a la manera en la que Pritchett mide el capital humano, que él considera errónea. De manera general, comenta: «La cuestión empírica clave no es si la educación aumenta el rendimiento del conjunto; la evidencia en contrario debería ser considerada como muy sospechosa, especialmente, dada la calidad de los datos usados en los estudios sobre el crecimiento conjunto» (2972). Sin embargo, el artículo de Pritchett tiene el mérito de poner el acento en la necesidad, para los países en vías de desarrollo, de acompañar sus políticas educativas con políticas económicas que favorezcan la creación de empleos productivos que ofrezcan al capital humano una remuneración suficiente. Como escribe Easterly (2001:73): «Capacitar gente en países donde la única actividad rentable es presionar al gobierno para obtener favores no es una fórmula exitosa. Capacitar donde no hay tecnología no fomentará el crecimiento económico». Pritchett no menciona una cuarta hipótesis que explica la debilidad del impacto del crecimiento en los países en vías de desarrollo: la «fuga de cerebros» (brain drain). Las personas con diplomas de los países pobres emigrarían en masa hacia los países ricos, lo cual tendría un efecto negativo sobre los salarios y el crecimiento en sus países de origen. Aunque existe cierto número de trabajos ya antiguos sobre la cuestión (Bhagwati y Wilson, 1989), recientemente se 6 Los resultados de Teulings y Van Rens para el conjunto del mundo contrastan claramente con los que se refieren a Estados Unidos. En ambos casos, el progreso técnico sesgado y la sustitución imperfecta entre calificados y no calificados explican la evolución de los rendimientos de la educación, pero, en el segundo, la disminución del crecimiento del nivel de educación de los jóvenes trabajadores desde 1980 ha producido un aumento de los rendimientos de la educación. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 163 ha elaborado una hipótesis inversa (por ejemplo, Stark, 2002). La educación tiene escasos rendimientos en los países en vías de desarrollo cuyas economías crecen con lentitud; emigrar permite el acceso a mercados laborales que ofrecen mejor remuneración. La posibilidad de emigrar aumenta el rendimiento de la educación anticipado para una parte de la población y se traduce en una adquisición mayor de capital humano; como finalmente solo una parte de los diplomados emigra, el stock de capital humano puede ser más elevado en presencia de emigración que en su ausencia. Existen pocos estudios empíricos sobre esta cuestión muy mediática, a la cual, por otra parte, las organizaciones internacionales han consagrado una gran atención desde hace unos diez años. Adams (2003) señala la falta de datos confiables: no existe una base de datos internacionales sobre la cantidad de personas que migran de un país a otro ni sobre sus calificaciones; los países de emigración, en general, no almacenan datos, y los datos disponibles en los países receptores son poco comparables. Dice Adams: «Como resultado de estos problemas de datos, una gran cantidad de preguntas políticas clave permanecen sin respuesta. Exactamente, ¿cuán influyente es la “fuga de cerebros”? ¿Qué países o regiones en vías de desarrollo son los más afectados? La migración internacional de mano de obra, ¿los priva de una porción considerable de sus “mejores y más brillantes” mentes o las cantidades son demasiado pequeñas como para preocuparse?» (3). Adams utiliza datos recogidos por el Fondo Monetario Internacional sobre las transferencias de fondos con destino a los lugares de origen de trabajadores provenientes de veinticuatro países en vías de desarrollo realizadas entre 1981 y 2000, que combina con datos del censo estadounidense de 2000 y datos sobre las migraciones publicados por la ocde en 2001, así como una nueva base de Barro y Lee (2000) sobre los niveles de educación. Así, obtiene los siguientes resultados: de 1981 a 2000, las transferencias de fondos aumentaron más de dos veces más rápido que el pbi de los países con ingresos bajos e intermedios (3,86% por año contra 1,61%), lo cual sugiere que la emigración fue importante a lo largo de ese período, mientras que el 67% de los inmigrantes legales en Estados Unidos y el 88% en la ocde tienen un nivel de educación secundario o más elevado7. En consecuencia, la «fuga de cerebros» no representa un éxodo masivo –en la mayoría de los países estudiados, menos del 10% de los egresados del nivel superior emigraron–, salvo en algunos países pequeños y/o particularmente cercanos a los Estados Unidos u otros países de la ocde (República Dominicana, El Salvador, Guatemala, Jamaica, México, Marruecos, Túnez, Turquía). Agreguemos que las transferencias de fondos son una fuente importante de ingresos para esos países y que el efecto neto de la «fuga de cerebros» sobre el crecimiento sigue siendo ambiguo. 7 El nivel de educación promedio de los inmigrantes ilegales es, probablemente, más bajo. 164 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN En conclusión, existe consenso sobre la importancia potencial de la educación en el proceso de crecimiento, aunque el aporte de los estudios que intentan dimensionarla parece muy limitado, esencialmente por falta de datos confiables que refieran a suficientes países y cantidad de años. Citemos una vez más a Topel (1999:2981): Los estudios estadísticos de los determinantes empíricos del crecimiento económico han estado muy limitados a un único conjunto (válido) de datos, que abarca aproximadamente cien países y algunas pocas mediciones estándar de inversiones y rendimiento (inputs and output). Estos datos parecen confirmar la conexión entre capital humano (medido principalmente mediante la escolaridad) y crecimiento económico, aunque los medios a través de los cuales se produce este efecto son tema de debate. Por otra parte, los métodos de estimación utilizados han sido objeto de una crítica general por parte de Brock y Durlauf (2001), de una amplitud comparable a la crítica de Heckman, Lochner y Todd (2003) respecto de la función de Mincer: la mayor parte de la literatura moderna sobre la medición del crecimiento se basa en supuestos que no son plausibles vistos desde la perspectiva de la teoría económica y de la experiencia histórica de los países. El futuro de la investigación sobre el crecimiento parece pasar por un cambio de escala, y esto de dos maneras. Por un lado, estudiar las variaciones del crecimiento entre ciudades o regiones de un mismo país o conjunto de países (por ejemplo, Estados Unidos o la Unión Europea) puede permitir disponer de datos de mejor calidad, referidos a una mayor cantidad de años y más comparables que los datos internacionales, y eliminar las dificultades producidas por la gran heterogeneidad de los contextos económicos a escala mundial. Por otra parte, una mejor comprensión de las vías por las cuales la educación afecta el crecimiento requiere del desarrollo de modelos esencialmente microeconómicos, específicos de ciertos sectores. Las externalidades del capital humano Muchos modelos teóricos recientes atribuyen un rol central a las externalidades del capital humano en los procesos de crecimiento. Empíricamente, como observan Heckman y Klenow (1997) y Acemoglu y Angrist (2000), la correlación entre el pbi por trabajador y la cantidad promedio de años de educación de un país a otro, estimada con la ayuda de las Penn World Tables y de los datos de Barro y Lee (1993), es muy elevada. Si se interpreta como una relación de causalidad, el rendimiento social de la educación sería del orden del 25 al 30%, por consiguiente, muy superior al rendimiento privado minceriano, que es del orden CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 165 del 10% en promedio (más elevado para los países en vías de desarrollo): las externalidades serían masivas, puesto que representarían hasta dos tercios del efecto de la educación sobre el crecimiento. Una comparación de los rendimientos mincerianos con el verdadero efecto causal de la educación sobre el crecimiento podría permitir la evaluación de la amplitud de las externalidades de manera más rigurosa, pero los trabajos empíricos mencionados precedentemente dan resultados incoherentes y, en consecuencia, inutilizables. Recientemente algunos autores se han propuesto medir explícitamente las externalidades del capital humano. Heckman y Klenow (1997) estiman el equivalente macroeconómico de la función de Mincer: hacen una regresión del pbi per cápita sobre la cantidad promedio de años de educación y de las variables que representan la experiencia profesional promedio, siempre con la ayuda de las Penn World Tables y de los datos de Barro y Lee (1993). Observan que el rendimiento «minceriano macroeconómico» de la educación era del 7,0% en 1960 y del 10,6% en 1985, valores completamente compatibles con el rendimiento minceriano microeconómico habitual, pero no enteramente confiables, dada la calidad de los datos. Concluyen finalmente que ese resultado no aporta ningún elemento decisivo a favor o en contra de la existencia de externalidades del capital humano. Heckman y Klenow mencionan varios estudios anteriores que se refieren a aglomeraciones urbanas o a Estados Unidos. Por ejemplo, Rauch (1993) señala que, además de la educación y la experiencia profesional de cada trabajador, el nivel medio de educación también tiene un impacto positivo sobre el salario (de 3,1% por año de educación, es decir, un tercio del efecto de la educación del propio trabajador). Sin embargo, Heckman y Klenow (1997:3) muestran que tal efecto no resulta necesariamente de la presencia de externalidades, y resumen su posición de la siguiente manera: «El punto de vista de los teóricos de la importancia de las externalidades del capital humano, ¿tiene una base empírica sólida? La respuesta es “no”. Pero debemos ser cuidadosos de emitir una conclusión firme, porque la evidencia, lamentablemente, es limitada». Acemoglu y Angrist (2000) retoman el análisis de Rauch y examinan el impacto del aumento de la escolarización que produjeron las leyes de escolarización obligatoria (y las leyes contra el trabajo infantil) promulgadas en Estados Unidos en el siglo xx. Estiman el impacto que tienen en los salarios la educación de cada trabajador y el nivel medio de educación (esencialmente secundaria) del Estado donde reside: es cercano al 1% –no es significativo– cuando se utilizan los datos de los censos de 1969 a 1980, y es significativo –aproximadamente 4%– según los datos de 1990, lo cual es compatible con el alza de rendimientos privados de la educación observada en Estados Unidos desde 1980. En su conjunto, las externalidades son escasas en Estados Unidos en relación al rendimiento privado de la educación, y las externalidades de la misma amplitud a nivel internacional no podrían explicar la correlación entre educación y crecimiento mencionada más arriba. Sin embargo, estos resultados contrastan con los de Moretti 166 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN (1998), quien menciona externalidades significativas de la educación superior en las ciudades estadounidenses. En su conjunto, los trabajos sobre los efectos macroeconómicos de la educación se revelan netamente menos satisfactorios que los trabajos microeconómicos correspondientes: se fundan sobre datos escasos y de dudosa calidad, los análisis empíricos casi no precisan los canales por los cuales la educación afecta el crecimiento y los resultados forman un conjunto notablemente incoherente. Si bien es cierto que la educación está estrechamente vinculada con el crecimiento, este tema sigue sin evaluarse con precisión. TERCERA PARTE Jerarquías CAPÍTULO 8 La educación produce nuevas jerarquías sociales La educación produce grupos sociales específicos: sacerdotes, empleados, intelectuales M ax Weber (1971 y 2003) ha mostrado los importantes y diversos roles que estos grupos sociales podían tener en funciones burocráticas o religiosas diferentes, en distintos contextos históricos y sociales. Se han realizado muchos estudios, en especial en Francia, sobre los «intelectuales», grupos sociales abiertamente constituidos sobre la base de un nivel de instrucción superior al de otros (Charle, 1990; Julliard, Winock, Balmand y Prochasson, 1996; Ory, 1990; Ory y Sirinelli, 1991; Sirinelli, 1990; Winock, 1997). Sucede lo mismo con todas las asociaciones de ex alumnos de cualquier instancia escolar que se organizan para defender los intereses de sus miembros y funcionan como grupos de presión. Los poderes y los roles de todos esos grupos de intelectuales –sacerdotes, burócratas, etc.– son muy variables en tiempo y espacio, y dependen fuertemente de la estructura económica, social y política en la que se inscriben. La «materia gris» no asegura un estatus ni confiere un poder por sí misma. Solo actúa y se despliega en el marco de una estructura social preestablecida que le asigna su lugar y su rol, a riesgo de alterar sus fronteras. Es así como, en Francia, la visibilidad y el poder de los «intelectuales» son mayores que en Estados Unidos, donde el dinero sigue siendo un valor fundamental, más importante aun que la cultura (Lamont, 1997). Es por eso que, en Francia, la formación de las elites intelectuales y políticas se efectúa en un marco escolar que no tiene equivalente en el extranjero: el sistema de las Grandes Écoles. Esto explica la importancia determinante del diploma inicial que da acceso a los grandes cuadros del Estado, solidaridad de los ex alumnos que se convierten en reserva y grupos de presión influyentes. Esta hegemonía del diploma de las Grandes Écoles contri169 170 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN buye a restringir el reclutamiento de las elites confinándolo a medios sociales dirigentes que no han evolucionado prácticamente nada desde hace más de cincuenta años. La base social de reclutamiento de las Grandes Écoles parece incluso estrecharse en los años ochenta, después de haber conocido una relativa democratización alrededor de los años setenta (Albouy, Wanecq y Vallet, 2003). La educación afecta a los individuos en los lugares de la jerarquía social y legitima la jerarquía de los puestos En Francia, y en la mayoría de los países ricos –aunque en grados diferentes–, lo esencial del valor de un hombre en el momento decisivo en el que busca su lugar en la sociedad se mide, en la actualidad, con la vara de la formación y del diploma escolar. La parte creciente que ocupa la institución escolar en la ubicación de los individuos en el mercado del trabajo y, más ampliamente, en la vida de las familias y de los individuos por la atribución a cada uno de un valor escolar propio constituye una de las mayores transformaciones de la vida social desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (Baudelot y Establet, 2000). Diversas razones explican ese hecho social de vasta amplitud cuyos orígenes preceden ampliamente al desafío –«80% de bachilleres en el año 2000»– que lanzaron a la escuela las autoridades políticas a comienzos de los años ochenta. Rápidamente acelerado por el aumento de la desocupación, este movimiento echa sus raíces en los primeros años de crecimiento. Para los responsables de la política económica, se trataba, por ese entonces, de dotar al país de una fuerza de trabajo altamente calificada, capaz de modernizar la economía francesa y de rivalizar con las potencias más competitivas. El modelo japonés y el alemán han persuadido a todos los actores económicos de la pertinencia práctica de la teoría estadounidense del capital humano. La formación de los hombres es, al mismo tiempo, un factor económico global de crecimiento y una posición rentable a nivel individual. En ambos casos, se trata de una inversión. A las crisis petroleras se suma la voluntad de lucha contra la desocupación. Es, sin lugar a dudas, la medida «anticrisis» que más rápido ha convencido y movilizado a las familias, incluso a las más desfavorecidas. La idea justa según la cual el nivel de desocupación es inversamente proporcional al diploma se popularizó con rapidez. Frente a la degradación de las condiciones de inserción de los jóvenes, todos han comprendido, en todos los medios sociales, que la escuela representaba una tabla de salvación, puesto que los riesgos de desocupación eran inversamente proporcionales al nivel de diploma alcanzado. A esos dos objetivos de naturaleza económica que corresponden a dos estados diferentes de la coyuntura se agrega un tercero de inspiración democrática. La generalización de la escolarización para todos y hasta niveles elevados buscaba, continuando con la ideología escolar de los fundadores de la Tercera Repú- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 171 blica, promover la igualdad de oportunidades tratando de salvar la brecha entre el ideal igualitario proclamado en los frentes de las escuelas y la segregación social efectuada en el seno del santuario. Más profundamente aún, la prolongación de las escolaridades ha acompañado y sostenido los movimientos de autonomización de los individuos hacia la promoción social de los niños y la actividad profesional de las mujeres. La fuerza creciente de la mediación escolar en las relaciones entre padres e hijos forma parte de esas transformaciones de fondo que se han producido continuamente desde hace un siglo y medio en la sociedad francesa. Los logros escolares de los jóvenes se convirtieron en el gran tema familiar. Estos logros son solidarios con una ética de la promoción y la autonomía: el rol de la generación de más edad es permitir a la nueva generación conocer mejores condiciones de vida. No se trata de la transmisión directa de un patrimonio: los padres deben contribuir al éxito profesional de sus hijos, pero de ningún modo instalarlos en él. Por su lado, los más jóvenes sienten que no tienen ningún derecho, más que el de inspección, sobre el patrimonio de sus padres, y esperan que ellos gocen toda la vida de una real autonomía económica. Si reflexionamos bien, veremos que esta nueva ética familiar es una ética de inversor moderno. Si se dota a los hijos de una educación sólida y se les da una ayuda apropiada, pero mesurada, se les asegurará una existencia mejor que la de sus padres. La valorización de las individualidades, posibilitada por el crecimiento, sostiene una lógica educativa basada en la inversión. En definitiva, la teoría que describe mejor el período posterior a la guerra es la teoría del capital humano (inventada, precisamente, en esa época). La inversión creciente y con fines prácticos en la formación de los niños se adapta, a la vez, a los intereses de las empresas, a la ideología democrática del Estado y a las estrategias familiares de promoción social a través de los hijos. Esta generalización del esfuerzo no carece de cuestionamientos. Pero la denuncia de las desigualdades sociales se opera en nombre de los mismos principios de esta teoría, que hacen de la inversión en la formación un elemento universalmente valorizado. Los trabajos de sociología de la educación se debaten en la tensión entre la crítica y la valorización de la escuela. Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron (1966) señalan que la institución escolar produce desigualdad cultural mediante sus contenidos y su pedagogía. Pero también, en paralelo, denuncian las ilusiones de la escuela y establecen el rol creciente del capital cultural y simbólico en la sociedad moderna. El «reparto de beneficios» se inicia con un artículo del economista Paul Dubois que pone en evidencia, entre los factores del crecimiento que se produjo entre 1945 y 1963, los progresos ligados a la educación (Bourdieu y Passeron, 1963; Darras, 1966). Las teorías marxistas de la reproducción también muestran el carácter vital del aparato escolar en la construcción del aparato de producción. Reproducción no significa vanidad ni simple repetición. Así, con ayuda del crecimiento, esta inversión en la escuela se convierte en el punto de convergencia de varias éticas, de dimensiones a la vez individuales y colectivas, económicas y sociales: 172 • • • LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN la ética familiar del reconocimiento individual; la ética productivista, que valoriza la innovación y la inversión, es decir, las futuras generaciones; la ética republicana meritocrática, que atribuye un rol creciente a la competencia escolar1. La educación contribuye a elevar los niveles de aspiración Durante los últimos treinta años, las aspiraciones escolares de las familias, sobre todo de las familias de clases populares, no solo se han elevado, sino que se han transformado profundamente. En efecto, la crisis del empleo ha dado un golpe mortal al modelo obrero de pasaje a la edad adulta, en el cual, en primer término, importaba que, lo más temprano posible, el joven obtuviera un buen oficio para ganarse la vida y formar una familia (Baudelot y Establet, 2000; Beaud y Pialoux, 1999; Beaud, 2002). En el régimen antiguo, la institución escolar permanecía casi completamente extraña al universo familiar y profesional de los obreros. Solamente una minoría de hijos de obreros accedía al ciclo extendido del secundario. Como si fueran verdaderos «bendecidos» de la escolaridad, obtenían, si lo lograban, diplomas que consagraban su derecho a acceder a profesiones que correspondían a la esfera de las clases medias o superiores. Se trataba, para ellos y para sus parientes, de una promoción social objetiva. Cualesquiera sean los desgarros y las rupturas soportados a lo largo de esta metamorfosis, a veces vivida como una traición, el resultado estaba a la vista: la inversión escolar había pagado lo que se esperaba en términos de beneficios económicos y sociales. Sin embargo, solo se trataba de una ínfima minoría de niños de origen popular (Beaud y Pialoux, 1999). Para la inmensa mayoría de los demás, una vía tradicional estaba marcada: una enseñanza profesional corta y una práctica de trabajo precoz. La mayor parte de los hijos de obreros se convertían, a su vez, en obreros. Y, aunque ese no era, necesariamente, el mejor futuro que los padres habrían deseado para ellos, se resignaban como podían a esa situación que, por otra parte, presentaba algunas pequeñas ventajas. El individuo permanecía en tierra conocida. Los padres podían controlar la formación dispensada a sus hijos e, incluso si esta había evolucionado tecnológicamente desde que ellos mismos la habían recibido, no se sentían ajenos a la situación. Padre e hijo evolucionaban en el seno del mismo universo, y el primero podía, discretamente, imponer su autoridad al segundo mediante consejos, ayudas o recomendaciones a sus colegas o a jefes de empresas. El padre era 1 Como señala Marie Duru-Bellat, Michael Young (1958), el sociólogo británico que puso en evidencia por primera vez el rol creciente de los logros escolares sobre los logros sociales, llamó a este fenómeno meritocracia, y definió el mérito como la suma «iq + esfuerzo». CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 173 todavía –tanto en su propia opinión como en la de sus hijos– quien detentaba una autoridad tradicional, hecha de experiencia y de años de trabajo, que él podía, positivamente, transmitir a su descendencia. Por otra parte, existía un relativo ajuste entre las aspiraciones escolares y profesionales de los padres con respecto a sus hijos y la oferta de trabajo a nivel local. Esta transmisión del estatus entre generaciones en forma de reproducción está, en la actualidad, parcialmente bloqueada por el aumento de la desocupación, pero, sobre todo, es objeto de un rechazo sostenido, tanto por parte de padres como de hijos. La desvalorización de la condición obrera, la intensificación de las condiciones de trabajo, la precarización del estatus y el aumento de la desocupación hacen de la fábrica un polo repulsivo, tanto para los padres que trabajaban allí como para los hijos, que harán todo lo posible por no trabajar allí. El rechazo a la fábrica no es nuevo. Los padres obreros siempre han deseado que sus hijos hagan las cosas mejor que ellos. Pero este rechazo nunca tuvo la amplitud y el dramatismo que reviste hoy. La propulsión de los hijos a la vía del ciclo largo se efectúa, entonces, sobre el fondo de un sentimiento profundo de desvalorización y desmoralización colectiva del grupo obrero. La primera virtud asignada a la escuela es de orden negativo: se trata de una escapatoria, el único medio de evitarles a los hijos el destino de obrero de fábrica. Las vías tradicionales de la enseñanza profesional que eventualmente podrían hacerlos volver a ella también son rechazadas. «Esa es la última solución, ¡no somos solamente eso!» El liceo profesional y los diplomas asociados son objeto de un vivo rechazo, incluso por parte de aquellos que no han podido escapar de ellos. La elevación general del nivel contribuyó a debilitar la enseñanza de orientación profesional. La degradación de la condición obrera impide a esos alumnos definirse positivamente por la afiliación a un colectivo unido por prácticas, valores y creencias comunes. El modelo del estudiante secundario general es omnipresente y sirve como referencia a los alumnos del liceo con orientación profesional para dimensionar mejor hasta qué punto ellos mismos están relegados, y encerrados en una condición que rechazan. Inaccesible y lejano hace apenas diez años, este modelo del estudiante secundario general se ha vuelto hoy muy concreto: en una misma familia, las escolaridades de los niños están lejos de ser homogéneas, y el alumno relegado en un liceo profesional hoy cuenta con un hermano, una hermana, un pariente que sigue una escolaridad larga. De allí esta toma de distancia ostensible con todos los signos asociados al estatus de obrero: vergüenza del mameluco, que se usa de manera desaliñada para mostrar la ropa civil que hay debajo, desvalorización verbal de los diplomas. La actual situación del sistema escolar y la caída de las barreras de entrada al liceo favorecen ampliamente, en un primer momento, la realización de esos deseos. El universo escolar, a partir de ahora omnipresente en la familia, en las mentes, pero también en el espacio y el tiempo doméstico, engendra tensión e inquietud. Hay que triunfar a cualquier precio en una competencia escolar cada 174 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN vez más encarnizada, pero, a medida que se eleva el nivel de escolaridad, los padres se encuentran progresivamente desposeídos de su poder de control, que solo pueden ejercer sobre los aspectos más formales y que se reduce, a menudo, a la conminación, la vigilancia y la amenaza. Paul Clerc (1970) ya había señalado, hace treinta años, a propósito de la escolaridad primaria, la poca eficacia de ese voluntarismo externo comparado con la acción osmótica de los medios burgueses: «No es, al parecer, el hecho de intervenir en la vida escolar del niño la causa de los logros escolares, sino, más bien, la manera y la riqueza de la intervención, que puede ir desde un simple control a un verdadero preceptorado». «Al penetrar en la vida cotidiana de las familias, la escuela reordena las jerarquías entre los géneros y las edades y, de ese modo, modifica la relación de fuerzas entre padres e hijos» (Beaud y Pialoux, 1999). La esfera de intercambios y de preocupaciones común entre padres e hijos se estrecha, la desconfianza puede instalarse por ambos lados y, de esta manera, el carácter tradicionalmente fusional de la familia de los sectores populares se encuentra fuertemente desestabilizado. El pequeño capital escolar que han podido adquirir los padres en el transcurso de sus estudios –Certificado de Aptitud Profesional (cap) o diploma de tercer año del secundario, en el mejor de los casos– es juzgado por los hijos a la luz del valor que se atribuye a esos diplomas hoy. Ahora bien, los diplomas escolares más degradados son los más débiles. La ilusión retrospectiva tiende a aplastar la jerarquía de los diplomas, tal y como existía en el estado anterior del sistema escolar. El valor real del cap en el pasado, y su dificultad, son ignorados por completo. Esta es una nueva mirada que tienen sobre sus padres los hijos que no han frecuentado lo suficiente el ciclo largo como para interiorizar la fuerza de las clasificaciones y de los juicios impuestos por la escuela y medir la amplitud de las diferencias que separan a los que tienen más diplomas de aquellos que no tienen nada. La prolongación de la escolaridad de los niños acrecienta la distancia entre los padres y los hijos, acelerando el envejecimiento de los primeros: son viejos porque su profesión está superada, viejos por su incultura y viejos por su impotencia de transmitir algo. La institución escolar, en las formas de liceo que una gran parte de los niños de origen popular conoce en la actualidad, es lo suficientemente fuerte como para instaurar, en materia de modos de vida, valores y aspiraciones, una gran distancia con la cultura del medio social de origen. Esta se refuerza con una toma de distancia subjetiva con respecto a la condición de los padres y de los hijos. Pero la escuela no logra operar plenamente la conversión dotando a los nuevos alumnos del capital escolar suficiente para alejarse definitivamente de ese ambiente. En pocas palabras, la escuela se revela lo suficientemente fuerte como para deculturar, pero demasiado débil como para aculturar durablemente a todos aquellos que acoge e integrarlos a un universo cultural y profesional que asegure el pasaje de una clase social a otra. Muchos de esos «nuevos estudiantes secundarios» solo abandonan simbólicamente el mundo de las ciudades y los barrios, y los tor- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 175 mentos de la desocupación y el subempleo: lo hacen durante el tiempo de una escolaridad de primer ciclo del secundario y, si se da el caso, durante una experiencia en el primer ciclo de la universidad. Más del 20% regresan a su ambiente al final de este recorrido, enriquecidos apenas con una aculturación incompleta, sin estar totalmente seguros de poder escapar al destino de sus padres. Abandonemos la mirada etnográfica y tratemos de acceder a un punto de vista abarcador sobre bases estadísticas. ¿Acaso la escuela ha logrado, si no resolver, al menos aliviar las dificultades nuevas que encuentran hoy los jóvenes en su conjunto para conquistar su lugar en la sociedad? Los niños de todos los medios sociales, ¿han sido cobijados bajo el mismo estandarte en esta batalla por la promoción? Las niñas y los niños, ¿se han beneficiado por igual de esta alza espectacular de los niveles de formación? En los últimos treinta años, ¿la escuela realmente ha funcionado como tabla de salvación para todos y todas las que han creído en ella con tanto ardor? La rentabilidad de lo invertido, ¿está a la altura de los costos psicológicos y económicos consentidos tanto a nivel de las familias como del Estado? Los niveles de aspiración aumentan fuertemente desde hace treinta años en todos los medios sociales, tanto en materia de escolaridad («continuar…», «llegar lo más alto que se pueda…») como de profesiones y estatus social («salir a cualquier precio de la condición obrera», «superar al padre», «acceder a las profesiones valorizadas en la opinión por la prensa y los medios de comunicación»). En una palabra, ¿fue rentable y racional invertir, durante treinta años, tantas energías familiares y créditos públicos en esta empresa de formación de jóvenes generaciones? Esta cuestión contemporánea (Baudelot y Establet, 2000) permite plantear concretamente el problema, mucho más vasto y antiguo, del rol de la escuela en la promoción de la igualdad y la justicia social. Conocemos las inmensas esperanzas que depositaron en ella los primeros republicanos. Las grandes expectativas de la que hoy es objeto la escuela por parte de todas las categorías sociales manifiestan claramente que la creencia en los beneficios de la institución escolar, lejos de debilitarse, se ha generalizado. ¿Qué balance puede hacerse un siglo después? CAPÍTULO 9 La educación produce igualdad y desigualdades Desigualdades L a pregunta ha quedado durante mucho tiempo sin respuesta porque recién se ha formulado en los años sesenta. Desde entonces, se han realizado numerosas encuestas en Francia y en otros países para buscar la(s) medida(s) de las actuales desigualdades e identificar la parte y el rol de la escuela en su producción o perpetuación, en su disminución o acrecentamiento. Durante los últimos años se realizaron algunas reflexiones de fondo que permitieron pensar, al mismo tiempo, en la evolución de esas desigualdades y en su génesis, pero sobre todo en las dimensiones en las que hay que apreciarlas. Marie Duru-Bellat (2002), Pierre Merle (2000 y 2002) y Jean-Pierre Terrail (2002) han publicado, sobre esta cuestión, algunas síntesis fundamentales que actualizan y a la vez renuevan las problemáticas. De hecho, solo se puede responder a esta pregunta (¿la escuela produce igualdad o desigualdad?) definiendo con precisión el concepto de igualdad y, sobre todo, aceptando que la noción pueda ser objeto de varias definiciones posibles. Buscando poner al día las concepciones implícitas que tienen los sociólogos sobre la igualdad, Marie Duru-Bellat identifica un primer nivel que consiste en suponer que la escuela funciona de manera justa si sus clasificaciones finales alteran las iniciales, si puede dar oportunidades a todos aquellos que no son herederos. Entonces, la escuela fabricaría una nueva desigualdad, sobre una base meritocrática, creando, al mismo tiempo, una cierta movilidad. Al asegurar una cierta igualdad de oportunidades, participa de un cuestionamiento sobre las desigualdades en la vida. Una concepción más exigente rechaza la idea de que la escuela pueda contentarse con registrar fielmente las desigualdades producidas fuera de ella e implementar una selección pura y perfecta; debería 177 178 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN estar en condiciones de compensar las desigualdades de aptitudes (cualquiera sea su origen, genético o familiar). Así, el concepto de igualdad de oportunidades o de igualdad de acceso se desliza hacia el de igualdad de resultado, apostando a que la escuela debe tener ese rol activo, radical, para crear la igualdad de logros entre los niños (Coleman y otros, 1966). Los sociólogos, en especial en Francia, tienen una perspectiva más limitada. Se dedican a poner en evidencia las desigualdades de carreras escolares, postulando que desempeñan un papel capital en la reproducción de las desigualdades sociales de una generación a otra, desigualdades reveladas por la representación no proporcional de los diferentes orígenes sociales en las distintas orientaciones y niveles de estudio. La justicia sería, por el contrario, la independencia entre el acceso a los bienes educativos y la pertenencia a determinado grupo social. Esta perspectiva introduce, para Marie Duru-Bellat, varias limitaciones en los análisis. En primer lugar, los sociólogos se centran sobre las desigualdades en el acceso a los mejores lugares y a las orientaciones que llevan a ellos, puesto que lo que les interesa es la reproducción de las relaciones de dominación. Inversamente, Jencks (1972) o Connell (1994), por ejemplo, formulan explícitamente la pregunta para saber si la educación (tal cual es en la actualidad) es un bien igualmente deseable en todos los grupos sociales, y si no es demasiado apresurado postular, como hacen muchos sociólogos, que la ausencia de apetencia por la educación propuesta solo sería el resultado de una alienación o, para utilizar la expresión de Bourdieu y Passeron (1970), de la interiorización de las oportunidades objetivas. Las encuestas realizadas en Francia manifiestan, por el contrario, un crecimiento del valor del «bien escolar» en todas las categorías de la población, incluidas las clases populares y obreras, que durante mucho tiempo se mantuvieron al margen. Todos estos temas han sido tratados de diferentes maneras según los contextos sociohistóricos, no sin relación con la evolución de los mismos sistemas educativos y, por supuesto, con el contexto político global. Forquin (1997) proporciona un detallado cuadro acerca de este tema para los Estados Unidos y el Reino Unido. En este último país, «la nueva sociología de la educación» transforma la perspectiva inicial fundada sobre las desigualdades sociales frente a la escuela: la escuela ya no es considerada como una «parte del problema», puesto que impone una cultura dominante para reproducir una sociedad de clases. Lo que se cuestiona, por lo tanto, es la noción misma de logro y de inteligencia. Actualmente es la escuela, su ideología y su funcionamiento lo que aparece en el centro de los análisis, y no la diversidad de los medios sociales y las desventajas de los niños del sector popular. En Estados Unidos, los trabajos de los sociólogos están también en sintonía con los climas políticos, pero lo que domina las problemáticas es el tema de la integración racial y, más ampliamente, social. El «informe Coleman» insistía fuertemente sobre los límites de las políticas financieras acotadas al marco escolar, en un contexto de desigualdades sociales. Ese escepticismo en cuanto al alcance CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 179 democratizador de las reformas escolares encontró un eco en sociólogos como Bell (1972) o Jencks (1972): mientras las familias sean desiguales, la escuela no puede restablecer una verdadera igualdad; es necesario defender, ante todo, las políticas de reducción de las desigualdades en la vida y tratar de promover una sociedad no meritocrática, sino verdaderamente igualitaria. La última mitad del siglo xx ha visto la prolongación de las escolaridades y la liberalización del acceso a todas las orientaciones prolongadas, el liceo e incluso la universidad. Entonces, es importante no confundir una «democratización cuantitativa», que se mide por la extensión del número de años de estudio, con una «democratización cualitativa» (Antoine Prost), que se mide por las diferencias, a un nivel dado, entre los grupos sociales. Al profundizar esta distinción, Pierre Merle (2000) distingue tres formas de «democratización cualitativa»: una democratización igualadora, donde las distancias sociales de reclutamiento entre las orientaciones se reducen; una democratización uniforme, donde las distancias sociales de reclutamiento son estables; y, finalmente, una democracia segregativa de tipo absoluto, donde las distancias sociales de reclutamiento entre las orientaciones aumentan. La medición de los diferentes niveles de democratización requiere determinados indicadores del nivel de competencias escolares de los alumnos, de la tasa de repitencia o de la diversidad del reclutamiento social según las series del baccalauréat*. Entonces, Merle concluye, para los diez últimos años de siglo xx en Francia, una democratización a la vez uniforme y segregativa a nivel del colegio, y una francamente segregativa en el liceo. En Francia, la cuestión de la realidad y de los límites de una democratización de la enseñanza siempre ha sido objeto de apasionados debates. Un debate, a la vez técnico y político, opone hoy a los que estiman que las desigualdades escolares se reducen entre los grupos sociales (Thélot y Vallet, 2000) y los que piensan que se mantienen o incluso se refuerzan (Merle, 2002; Goux y Maurin, 1997 y 2000). De hecho, una gran parte de las divergencias, a menudo mínimas, resultan de diferencias en la elección de los indicadores considerados y de los métodos de cálculo. Cualesquiera sean los métodos estadísticos utilizados, los a priori teóricos, las definiciones del proceso de democratización, un consenso se desprende de todos los estudios realizados en Francia. Cuando se miran de cerca las cifras y la evolución de las distancias, cuando se neutralizan los únicos efectos brutos de la prolongación generalizada de las escolaridades y se limita la investigación a la evolución del vínculo entre el medio social de origen y determinado nivel escolar alcanzado, es decir, al sentido y a la ampliación de las distancias entre grupos sociales (democratización cualitativa), varias tendencias se generan con claridad. Marie Duru-Bellat (2002) formula con una gran lucidez lo esencial de esas evoluciones: * Examen que los alumnos rinden al final del secundario y que posibilita el acceso a estudios terciarios o universitarios (n. de la t.). 180 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Las investigaciones muestran, a la vez, una real democratización del acceso a la instrucción proveniente de la extensión general de las escolaridades y, al menos en las generaciones anteriores, a fines de los años sesenta, la relativa constancia del vínculo intrínseco entre origen social y oportunidades escolares, e incluso, si se recurre a una metodología más poderosa (pero que no es unánime entre los economistas), su ligera atenuación. Como se ha visto, esta doble evolución se traduce en fenómenos de traslación y recomposición cualitativa de las desigualdades debidos, sobre todo, a las estrategias de las familias. ¿Hay que asombrarse de esta relativa estabilidad de las distancias sociales? En ciertos aspectos, para quien valoriza las explicaciones del tipo «herencia cultural», sí, puesto que, en promedio, el capital cultural (al menos, el capital escolar) de las familias ha aumentado mucho: son cada vez menos los alumnos de primera generación que alcanzan el secundario, y su distancia cultural en relación a los contenidos de formación es verdaderamente menos importante. Además, no es seguro que, si se debilitaran las relaciones entre posiciones sociales y estilos de vida, con un desorden de los criterios de clasificación entre grupos sociales, la cultura escolar seguiría estando en sintonía con la cultura de los niños de las clases desfavorecidas. De hecho, hay que disociar dos evoluciones, por una parte, el mejoramiento del nivel de instrucción absoluto de los jóvenes de los sectores populares y, por la otra, el mantenimiento de una desventaja relativa en relación a los jóvenes de sectores más favorecidos. Si bien la primera invalida la tesis de una desventaja cultural absoluta, la segunda está más en sintonía con la tesis de la reproducción de los estatus sociales por parte de la escuela que llevaba a Bourdieu a prever una recomposición infinita de las estrategias de distinción. En esta perspectiva, que pone el acento en las desigualdades de clasificación, a nivel individual, uno espera, efectivamente, que las desigualdades «cambien para mantenerse», desplazándose a medida que las estructuras evolucionan. Boudon, en ese punto, llega a conclusiones bastante parecidas: mientras exista competencia entre individuos desigualmente situados, las desigualdades perdurarán. Esto es tan cierto que, junto con el alza sostenida de la escolarización, que aumenta la competencia entre diplomados, existe la necesidad, para las familias, de prolongar los estudios de sus hijos para obtener un beneficio social constante. Pero Boudon refuerza esta perspectiva, de hecho «micro», con una perspectiva «macro» al tener en cuenta, por una parte, la evolución de las mismas distribuciones (de los niveles educativos, de los empleos) y, por otra parte, los efectos de la suma de los comportamientos individuales. Señala que no se puede comprender la reproducción de las desigualdades sociales fundándose únicamente en los fenómenos individuales, ya que las características estructurales de la sociedad (ya se trate CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 181 de las características de los empleos o de las características de las formaciones) afectan necesariamente las relaciones entre diplomas y posiciones sociales. Estas soportan también algunos efectos perversos, no deseados pero engendrados por la agregación de comportamientos de individuos en situación de interdependencia. Así es como la evolución de las estructuras y los flujos puede modificar las desigualdades: incluso si las desigualdades que rigen los procesos de acceso a un nivel son estables, el desarrollo del acceso a ese nivel los reduce mecánicamente. Hay que agregar que, aunque cada individuo es racional al llevar cada vez más lejos sus estudios, en el nivel académico se percibe un efecto perverso, el desequilibrio creciente entre el flujo escolar y el empleo disponible, y una consecuente devaluación de los diplomas, incluso si esta sigue siendo discreta y solo involucra la posición social alcanzada y no las oportunidades de obtener un empleo. A nivel individual, la teoría de Boudon da cuenta de la persistencia de las desigualdades sociales subrayando que, incluso si los equilibrios costos/beneficios ligados a las diferentes alternativas se han desplazado con la expansión del sistema, el posicionamiento relativo de esos arbitrajes entre los diversos grupos sociales ha evolucionado poco. En síntesis, en materia de igualdad, a lo largo de los últimos cincuenta años, el balance es contradictorio: por un lado, una neta elevación del nivel general por la disponibilidad de los accesos y un alargamiento de la duración de la escolarización, pero manteniendo –oscilando según las mediciones entre ligera mejora y ligero agravamiento– las desigualdades sociales. Esta es otra manera de formular la evolución que se da desde hace un siglo. La escuela ha elevado considerablemente el nivel intelectual de la nación. Ha engendrado una elite cada vez mejor formada y más tupida, pero ha dejado que se mantuvieran, o que se profundizaran, las importantes diferencias entre ese pelotón de avanzada y una cantidad no despreciable de alumnos desorientados y mal formados. Y eso es así en todos los países, aunque en proporciones variables. Igualdad: la promoción de las mujeres Sin embargo, existen áreas en las que la escuela ha contribuido de manera eficaz a promover la igualdad, en especial, entre mujeres y hombres (Baudelot y Establet, 1992; Duru-Bellat, 1990; Lelièvre y Lelièvre). Sin duda, de todas las instituciones mayores de nuestras sociedades –empresa, familia, escuela–, ninguna ha contribuido tanto a la igualdad entre hombres y mujeres como la escuela, en general, y la universidad, en particular. Los hechos están a la vista: en Francia, hoy las mujeres son mayoría en las cuatro 182 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN etapas del desarrollo escolar. En la escuela primaria, donde siempre la presencia femenina es más fuerte; en los primeros años de la escuela secundaria, donde resisten más tiempo en el sistema, y en el liceo, donde ya son mayoría y obtienen mejores resultados en el baccalauréat; finalmente, en la enseñanza superior, donde el índice de ingreso de las mujeres es más elevado que el de los varones. La escuela ha dado a las niñas la posibilidad de vivir una experiencia tangible de mayor igualdad entre los sexos e, incluso, de afirmar su superioridad en ciertas áreas. La escuela mixta no se limita a un simple reconocimiento formal de las capacidades: también ofrece a las niñas la ocasión de experimentar, en la escuela, una ciudadanía plena y completa. Por esa razón, la escuela las ha incitado a construirse una identidad personal a partir de nuevos modelos de comportamiento (y les ha proporcionado los medios para hacerlo). En cuanto a la universidad, ha permitido el reconocimiento de las mujeres con diploma en las instancias superiores del mercado laboral. Esta constatación no se da solamente en Francia. Se observa en todos los países. Existe una correlación muy grande entre la riqueza de las naciones y el índice de acceso a los estudios superiores. Cuanto más rico es el país, más estudiantes tiene; cuantos más estudiantes tiene, más mujeres estudian. La disminución de la distancia entre la escolaridad masculina y femenina en la universidad es un muy buen indicio de desarrollo económico. El progreso escolar de las jóvenes se basa en los factores más importantes de desarrollo mundial. El enriquecimiento permite a las familias bajar la carga inmediata del mantenimiento que pesa sobre las mujeres. Menos requeridas por las tareas urgentes, las niñas pueden ir a la escuela. Esto se da en el marco de una disminución de costos de oportunidad, según la terminología de los economistas. Y, sin embargo, a pesar de esta supremacía en la escuela, las niñas y las mujeres no tienen en la sociedad el lugar que les corresponde si nos basamos solamente en los criterios escolares. A iguales logros escolares, están lejos de obtener de la sociedad lo que les corresponde en materia de salarios, empleos y posiciones. Son numerosas las estudiantes de Letras y las desocupadas, pero raramente se las ve en las orientaciones científicas, entre los dirigentes políticos, los jefes de empresa o los grandes ejecutivos. En Francia, como en la mayor parte de los países ricos donde la igualdad de los sexos ante la instrucción superior ha progresado mucho, se ha impuesto una fórmula bastante banal de igualdad escolar en la diferencia: para los varones, las orientaciones prometeicas que conducen al poder, al dominio de la naturaleza y a los negocios; para las mujeres, las orientaciones relacionales de la ley no escrita que desembocan en la educación, las carreras sociales y la salud: curar, educar, asistir. Así se mantienen, a pesar de los progresos escolares de las mujeres, la jerarquía entre los géneros y las ideas tradicionales dominantes que pretenden definir sus vocaciones respectivas. ¿Cómo explicar que, aun con todos esos hechos de reproducción como fondo, se esboza, desde principios del siglo pasado, una línea de cambio funda- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 183 mental: el progreso espectacular de la escolaridad femenina? Marie Duru-Bellat se interroga sobre las razones de esta «excepción». Para ella, la anticipación de beneficios sociales importantes, rápidamente percibidos por las niñas, habría producido una movilización y un logro más elevados que en los varones. Esos pull factors provenientes de la oferta de trabajo y actividad habrían impulsado más a las mujeres hacia el logro y el empleo calificado que los push factors, que son los efectos (clásicos y reproductivos) de la socialización escolar y familiar. La escuela, en ese escenario explicativo, no sería una causa, sino más bien una herramienta, un instrumento en manos de actrices estrategas que evolucionan en un contexto determinado. Cualquiera sea la explicación, el caso de las niñas representa un concentrado particularmente significativo de las modalidades de acción de la institución escolar. Esta última contribuye activamente a la igualación de oportunidades entre varones y mujeres, pero ese progreso inmenso es inmediatamente objetado por dos fuerzas sociales exteriores a la escuela: la familia y la empresa. La familia mantiene una división tradicional entre los géneros y requiere madres y esposas disponibles para un trabajo doméstico de tiempo completo. Las empresas privilegian a los ejecutivos intelectuales motivados y dispuestos a transformar su existencia en 100% profesional; de allí proviene el hecho de que las niñas que son mejores en la escuela, al interiorizar esta restricción, se alejan de las orientaciones científicas y renuncian a las vías competitivas que llevan a la cima. La escuela se revela, por sí misma, impotente para engendrar efectos cuya naturaleza transforme radicalmente la situación. Debemos señalar también que los efectos de la escolarización contribuyen ampliamente a la igualación de los comportamientos. Las diferencias de opinión entre los géneros tienden, en general, a atenuarse a medida que se eleva el nivel económico, social o cultural de los trabajadores. En los estamentos inferiores de la jerarquía social se explotan más las diferencias asociadas al género, al estar los hombres dedicados a los trabajos de fuerza, la industria y los contactos con las cosas materiales, mientras que la mayoría de las mujeres se emplean en los servicios y se especializan en las funciones de relaciones y contacto con el público: empleadas, cajeras, etc. A medida que alguien se eleva –en particular, por el diploma– en la pirámide de empleo, la parte de trabajo intelectual y calificado crece, y el contenido de los puestos de trabajo, así como los criterios de apreciación, es cada vez más indiferente al género de sus titulares. Mencionemos, por ejemplo, una opinión que puede dar una idea del sentimiento de constituir un engranaje intercambiable y poco calificado, reemplazable de un día para otro: «Tengo la impresión de que cualquiera podría hacer mi trabajo». Si bien son relativamente débiles entre hombres y mujeres cuando se las considera globalmente, las diferencias se profundizan fuertemente, tanto para los hombres como para las mujeres, en cuanto el nivel de instrucción disminuye. Ciertamente, en todos los niveles, las mujeres sienten o manifiestan 184 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN más abiertamente que los hombres ese sentimiento de intercambiabilidad. Pero, por una parte, ese sentimiento disminuye, tanto para los hombres como para las mujeres, a medida que el diploma se eleva y, por otra parte, las diferencias entre hombres y mujeres tienden a atenuarse, a desaparecer, incluso a invertirse, a medida que se eleva el nivel de instrucción (Baudelot y otros, 2003). Sucede con las opiniones sobre el trabajo lo mismo que con muchas otras opiniones y comportamientos sociales (tiempo libre, prácticas culturales, organización del tiempo, lecturas, incluso vestimentas…): la elevación del nivel de educación tiende a reducir, incluso a neutralizar, las distancias entre hombres y mujeres, lo cual no es un efecto menospreciable, teniendo en cuenta la dominación que desde hace siglos han ejercido los hombres sobre las mujeres. CAPÍTULO 10 Desclasamientos y disminución del efecto del diploma a lo largo de la carrera Desclasamientos en cascada P or razones convergentes, pero a un ritmo que se ha acelerado desde la primera crisis del petróleo, las aspiraciones escolares se han elevado con más nitidez, puesto que se ha mejorado la escolaridad. Y la escolaridad se ha desarrollado mucho más fuertemente que los empleos de ejecutivos superiores o medios. A pesar del progreso indiscutible de la escolaridad, el sistema escolar francés no se ha convertido en una vasta universidad. A pesar del crecimiento de las categorías de ejecutivos superiores y medios, la sociedad francesa no se ha convertido en una sociedad de ejecutivos. Los mecanismos que rigen la base del logro escolar han podido relajarse sin cambiar de naturaleza. En la cúspide de las pirámides escolar y social, la crisis ha sido, si no conjurada, al menos considerablemente amortizada. Los jóvenes se han comprometido en la competencia escolar sin disponer de los recursos para hacerse allí un lugar conforme a sus aspiraciones, que se encuentran afectadas de lleno por la degradación del empleo, sin tener el beneficio de las protecciones tradicionales que les aseguraría el medio obrero (Baudelot y Establet, 2000). La crisis ha golpeado de manera directamente proporcional a la debilidad de las protecciones anteriores. Las jóvenes de origen obrero salidas de la escuela con un bagaje débil pagan el tributo más alto: se les cierra el acceso a las profesiones de responsabilidad, padecen la desocupación y, en una sociedad terciarizada, deben orientarse cada vez con más frecuencia hacia empleos obreros. Las hijas de ejecutivos poco diplomadas solo conocen el aumento de la desocupación y, con un bagaje escolar medio, una merma de los empleos ejecutivos, y la resignación a empleos terciarios poco prestigiosos. Los jóvenes con pocos diplomas se alejan más que las muchachas de la desocupación, pero evitan con más 185 186 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN dificultad la condición obrera. En la cima, la elite escolar sobreseleccionada de los hijos de obreros con diploma de nivel de enseñanza superior tiene mejores oportunidades que los hijos de ejecutivos. Estos desequilibrios han desestabilizado profundamente la institución escolar y las estrategias familiares. Después de haber anticipado correctamente las transformaciones del aparato productivo, la escuela ya no tiene la capacidad de adelantarse a la creación de empleos secundarios proporcionales al volumen de los diplomas. Pero los padres y los alumnos no tienen los medios para renunciar a la inversión escolar: porque, si bien los diplomados a veces se decepcionan por estar desclasados, precarizados o desocupados, los no diplomados están en peores condiciones aún. La crisis del empleo ha hecho más indispensable todavía la posesión de diplomas escolares, incluso devaluados. Esas crecientes diferencias entre los niveles de aspiración y la realidad de los empleos obtenidos se traduce, a escala de los individuos, en procesos de desclasamientos en cascada que resultan de la competencia feroz entre los diplomas escolares; y, a escala colectiva, en una baja sensible de la eficacia social y de la rentabilidad económica del sistema escolar. En ambos casos, impera la misma lógica: la de un rendimiento decreciente de los esfuerzos individuales y colectivos invertidos en materia de educación. Hoy hace falta más para tener menos. Tomemos, diploma por diploma, la evolución de esas dos dimensiones que varían en sentido contrario: la dimensión del destino disminuye mientras la del reclutamiento se eleva. Comencemos por arriba, distinguiendo, en cada caso, la suerte de las mujeres de la de los hombres. Arriba Licenciados Para los hombres: • en 1969, el 81% de los licenciados masculinos eran altos ejecutivos, y el 57% de los puestos de altos ejecutivos eran ocupados por licenciados; • en 1998, el 67% de los licenciados masculinos eran altos ejecutivos, y el 75% de los puestos de altos ejecutivos eran ocupados por licenciados. Para las mujeres: • en 1969, el 71% de las licenciadas femeninas eran altas ejecutivas, y el 62% de los puestos de altas ejecutivas eran ocupados por licenciadas; • en 1998, el 49% de las licenciadas femeninas eran altas ejecutivas, y el 80% de los puestos de altas ejecutivas eran ocupados por licenciadas. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 187 Secundario + dos años de estudio (bac+2) Para los hombres: • en 1969, el 83% de los bac+2 masculinos eran ejecutivos (53% ejecutivos medios, 30% ejecutivos superiores), y solamente el 13% de los puestos de ejecutivos medios eran ocupados por equivalentes o superiores a bac+2; • en 1998, el 76% de los bac+2 masculinos eran ejecutivos (63% ejecutivos medios, 13% ejecutivos superiores), y solamente el 54% de los empleos de los ejecutivos medios eran ocupados por equivalentes o superiores a bac+2. Para las mujeres: • en 1969, el 81% de las bac+2 femeninas eran ejecutivas (69% ejecutivas medias, 12% ejecutivas superiores), y solamente el 24% de los empleos de ejecutivas medios eran ocupados por equivalentes o superiores a bac+2; • En 1998, el 64% de las bac+2 femeninas eran ejecutivas (56% ejecutivas medias, 8% ejecutivas superiores), y solamente el 71% de los empleos de las ejecutivas medios eran ocupados por equivalentes o superiores a bac+2. Estos datos echan una cruda luz sobre la naturaleza de las profundas transformaciones que han tenido lugar en los últimos treinta años. A fines de los años sesenta, todos sacaban ventaja de la situación: los licenciados porque los diplomas de la enseñanza superior les aseguraban a los treinta años un estatus de ejecutivo ocho veces de diez (o más); los sin diploma de la enseñanza superior porque, lejos de estar saturadas de licenciados recién egresados, las categorías de ejecutivos medios y superiores estaban ampliamente abiertas y eran accesibles: se les ofrecían casi un tercio (o más) de los puestos. Pasado ese corto momento de felicidad compartida que valorizaba la meritocracia escolar favoreciendo, al mismo tiempo, la promoción interna adquirida en base a la experiencia, las relaciones entre diplomas y empleos se han tensado mucho. Las tendencias contradictorias que impulsan a la baja la dimensión de los destinos y a la alza la del reclutamiento manifiestan la extrema tensión entre estas dos fuerzas. Sin el diploma correspondiente al nivel del puesto, las oportunidades de acceso tienden a cero. Pero con el diploma correspondiente, las oportunidades de obtenerlo también disminuyen, ya que la competencia es enorme entre los titulares de ese diploma. Abajo Sería errado pensar que esta tensión solo se observa en lo alto de la jerarquía. Se da también en lo bajo, con la diferencia de que, si bien el indicador de destino también está orientado a la baja, el de los reclutamientos, contrariamente a lo que pasa en las esferas superiores, se presenta igualmente en baja, signo evidente de la competencia feroz que resulta de los desclasamientos en cascada engendrados por 188 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN el proceso precedente. Si los empleos no calificados son cada vez menos ocupados por treintañeros calificados, es porque gran parte de los empleos no calificados son ocupados por individuos calificados que no han encontrado un puesto a la altura de su diploma. Incluso en los empleos no calificados, la competencia hace estragos, condenando a la desocupación a los hombres y mujeres sin diploma. Para los hombres: • en 1969, el 44% de los hombres sin diploma ocupaba un empleo no calificado, y el 83% de los trabajos no calificados era efectuado por no diplomados; • en 1998, el 29% de los hombres sin diploma ocupaba un empleo no calificado, pero solamente el 48% de los trabajos no calificados era efectuado por no diplomados; • los empleos de los ejecutivos medios son ocupados por equivalentes o superiores a bac+2. Y para las mujeres: • en 1969, el 26% de las mujeres sin diploma ocupaba un empleo no calificado, y el 91% de los trabajos no calificados era efectuado por no diplomadas; • en 1998, el 22% de las mujeres sin diploma ocupaba un empleo no calificado, y el 39% de los trabajos no calificados era efectuado por no diplomadas. Nadie queda al margen, pero la retracción ha golpeado a los más desfavorecidos. La crisis no ha engendrado una sociedad dual en la que los que están más preparados son menos afectados mientras que el peso de la desgracia y la exclusión reposa en las espaldas de los más desfavorecidos. Pero las barreras trazadas por el origen social, el capital cultural y el género no han sido borradas por este hecho. Si los jóvenes que salen de la escuela con la certificación más baja deben afrontar grandes dificultades de inserción, es porque no dejan de estar en competencia con otros jóvenes que obtuvieron diplomas y se presentan en el mismo mercado. El Cereq ha mencionado en numerosos estudios los mecanismos de cascada que devalúan los Certificados de Aptitud Profesional (cap) a favor de los Certificado de Estudios Profesionales (bep), los bep a favor de los diplomas secundarios con orientación profesional, y estos últimos a favor de las orientaciones cortas que forman técnicos. La competencia es especialmente dura en el mercado de los empleos terciarios, donde la frontera entre las formaciones profesionales y las generales se mantiene. En el sector industrial, cada vez más frecuentemente, diplomas como el bep o el secundario con orientación profesional organizan los empleos de obreros industriales, mientras que el cap se vuelve cada vez más un título artesanal donde existe aprendizaje. En la reparación de automóviles, caracterizada por una fuerte presencia de jóvenes (aprendizaje e inserción), las tendencias evolucionan hacia la disminución de la parte de trabajo en el taller, reemplazada por trabajos de diagnóstico. Los empleadores lamentan el bajo nivel y la baja motivación de sus aprendices. En el sector terciario administrativo, la CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 189 informatización disminuye los puestos afectados al trabajo administrativo de base a favor de puestos mucho más calificados, como las áreas de secretariado o contabilidad. En esos puestos, existe una competencia en cascada entre las orientaciones cortas que forman técnicos, los bachilleratos profesionales y el bep. Los que obtienen el bep, por otra parte, recurren en mayor número a las medidas de ayuda para la inserción y a empleos precarios. ¿Revuelta y desclasamiento? La problemática de los vínculos entre escuela y crisis política ha sido particularmente desarrollada a partir de mediados de los años sesenta, en un doble contexto de crecimiento sin precedentes de la cantidad de estudiantes en la enseñanza secundaria y superior, y de su politización. Esos trabajos establecen el vínculo entre el crecimiento rápido de los individuos que tienen acceso a un alto nivel de escolarización y la emergencia de utopías e ideologías contestatarias. Bourdieu y Passeron (1963) fueron los primeros en sostener que la inflación de los diplomas, al incrementar su frecuencia y disminuir su rendimiento real en el mercado laboral, era un factor de predisposición colectiva a la revuelta en el seno de la «generación» de los estudiantes de los años sesenta. Bajo diversas formas, y a partir de presupuestos teóricos a menudo antagónicos, el esquema de la crisis de la salida laboral o de la descalificación estructural de los diplomas ha sido masivamente utilizado para explicar la rebelión estudiantil de Mayo de 1968 en Francia. Así lo plantean Bourdieu (1984), Morin (1968), Aron (1968) y Boudon (1969). Los especialistas en ciencias políticas han retomado este esquema de análisis de las movilizaciones de la juventud escolarizada (Favre, 1990), en particular, para explicar la emergencia de utopías comunitarias en los años setenta como medio de gestionar en el exit (Hirschman, 1970) las perspectivas de los desclasamientos sociales ligados a la menor rentabilidad de los diplomas (Lacroix, 1981). Debemos mencionar que este esquema, que vincula sobreproducción de graduados y disturbios políticos, sigue siendo cuestionable: Roger Chartier demuestra que Europa occidental ha conocido varios períodos de sobreproducción de graduados en la época moderna, sin que por ello se haya producido sistemáticamente una revuelta intelectual. Por lo tanto, esta vinculación no es directa ni sistemática, y solo funciona si se le suman otros factores, como la existencia de empresarios y organizaciones políticas capaces de conferir un sentido político al descontento y movilizar recursos para llevar la frustración al espacio público. Por lo demás, el esquema de las disposiciones para la revuelta de los «intelectuales frustrados» remite, más que a una realidad establecida, a un imaginario social ligado tanto a una representación fija del mundo social –según la cual el ascenso social mediante la instrucción perturba el orden secular o «natural» de la reproducción de los espacios– como a una representación elitista del saber como algo 190 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN que no debe ser puesto en manos de todos (Chartier, 1982): los «intelectuales frustrados» serían políticamente peligrosos porque dispondrían de un saber que les permitiría pensar políticamente su fracaso para obtener el lugar deseado y no resignarse a ello como otro se resignaría a una suerte interiorizada como falta personal o como fatalidad (divina o social). El esquema de los «intelectuales frustrados», tan pregnante en las explicaciones de Mayo de 1968, tiene un dominio de validez que hay que circunscribir y matizar. Debemos señalar que mantiene fuertes vínculos con las teorías de la frustración relativa (Gurr, 1970), en boga en el paradigma del comportamiento colectivo (collective behavior) en sociología de la acción colectiva: estas teorías ligan la aparición de movilizaciones colectivas a la existencia de una frustración en el seno de un grupo o de una clase, frustración debida a una separación entre la esperanza social de un grupo y sus posibilidades objetivas de satisfacerla. Ahora bien, estas teorías han sido criticadas por las teorías de la movilización de recursos, que acentúan el descontento frente a la movilización colectiva. La frustración puede traducirse muy bien por la defección silenciosa o por la lealtad fideísta, y no por la voice (Hirschman, 1970), es decir, la invocación de la palabra colectiva. Además, este esquema de crisis de salida laboral y de intelectuales frustrados sirve a los liberales para denunciar la inadaptación de la formación escolar a las necesidades del mercado laboral, ya que la escuela forma intelectuales sin empleos con la excusa de formar para la aptitud del ejercicio de la ciudadanía, en lugar de formar buenos técnicos adaptados a las necesidades de las empresas que no pierdan el tiempo en el aprendizaje de conocimientos inútiles porque son generales. Para resumir, parece probado que la existencia de una descalificación estructural de los diplomas, es decir, una elevación del nivel general de instrucción sin la correspondiente elevación de las retribuciones y de las oportunidades en el mercado laboral, es generadora de descontento y de predisposición a la revuelta, y esto es así porque, como lo muestra la ciencia política, cuanto más se eleva el nivel de instrucción, más se elevan el interés por la política y la participación política. Pero ese aumento de la vivencia política tiende a quedar atomizado en el nivel individual como en el caso del voto. Solo culmina en una revuelta colectiva y organizada si los emprendedores políticos ofrecen los recursos cognitivos y organizacionales necesarios para la movilización colectiva, es decir, un trabajo de puesta en forma y de traducción políticas. Es precisamente lo que existía en vísperas de Mayo del 68, con la miríada de grupos estudiantiles que trabajaban desde hacía años en la politización de aquellos que entraban en la enseñanza superior. El efecto decreciente del diploma a lo largo de la carrera Algunos estudios recientes (Forsé, 2001, Goux y Maurin, 1997) han puesto en evidencia lo que llaman un efecto de dominancia. El fenómeno es antiguo –Boudon CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 191 (1973) ya lo había señalado–, pero hoy parecería acentuarse. A igual diploma, la inserción en el mercado laboral se da más o menos con la misma rapidez y con la misma eficacia, según el medio de origen. En el conjunto de la vida activa, las relaciones entre origen social y diploma, por una parte, y origen social y posición social –aunque esta se mida por el nivel de salario o el puesto ocupado en la jerarquía–, por otra parte, son de intensidad comparable. Pero la segunda se revela un poco más fuerte que la primera, porque pesa a lo largo de la carrera, mientras que la primera pesa más en el momento de la inserción. «En otras palabras –señala Marie Duru-Bellat (2002)–, el efecto específico del diploma (y, por lo tanto, de las desigualdades sociales asociadas) disminuye a lo largo de la vida activa, mientras que los efectos directos del origen social (que tienden a mantener los individuos en su medio de origen) ven aumentar su peso relativo.» Y concluye: La baja de la desigualdad de oportunidades escolares no puede atenuar las desigualdades de «oportunidades sociales» (de alcanzar una posición social), debido a la existencia de dos fenómenos: la devaluación de los diplomas, por un lado, y el mantenimiento de un «efecto de dominancia», por el otro. Sin embargo, se puede poner en evidencia, a lo largo del siglo, gracias a potentes modelos estadísticos, una erosión lenta pero significativa de la desigualdad de oportunidades sociales: hay una fluidez social un poco más marcada, es decir, un poco más de movimientos entre los grupos sociales (más allá de los que exigen las transformaciones de la estructura social), y esta evolución parece imputable, ante todo, al debilitamiento de la desigualdad de las oportunidades escolares. A largo plazo, esta última no sería completamente ajena a la reducción de las desigualdades en la vida. Esta conclusión es fundamental. Coincide, en su espíritu y casi en su formulación, con la que enunciaba Paul Lapie tras el seguimiento de su pequeña cohorte de alumnos egresados de la escuela primaria de Ay a fines del siglo xix: «Así –escribía–, la escuela logra, a veces, romper la malla de la red en la que causas de orden económico encierran nuestros destinos. Su acción no es considerable, pero tampoco nula». En efecto, es capital matizar la impresión relativamente negativa que puede desprenderse de todas las constataciones precedentes. Ciertamente, el desarrollo de la educación no ha logrado promover la ciudad ideal y utópica que habría constituido la «sociedad de los iguales». Pero una cosa es recurrir al microscopio para medir evoluciones a escala de medio siglo, incluso de un siglo entero, y otra es utilizar el telescopio para relacionar el régimen de las desigualdades contemporáneas con el que había (o habría) en las sociedades donde la escuela no juega (o jugaría) el rol fundamental que hoy ocupa en nuestras sociedades. Sociedades feudales, sociedades de castas, de clanes, religiosas o plutocracias donde el destino social está sellado desde el nacimiento, e incluso desde antes. 192 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN En este espíritu, las grandes esperanzas puestas por los republicanos en la institución escolar en tanto encargada de realizar la igualdad de las oportunidades no han sido decepcionadas. ¡Lejos de eso! El advenimiento de la meritocracia escolar ha cambiado enteramente la situación. El estatus social es algo más conquistado que heredado. El logro (achievement) se impone sobre el origen (ascription). La movilidad social intergeneracional, aunque muy inferior a lo que se esperaría, existe y ha sido fuertemente estimulada por el rol desempeñado por la escuela. Los criterios de competencia se han impuesto definitivamente sobre los criterios de nacimiento o sobre la fortuna. Se trata de valores y de prácticas enteramente nuevas, profundamente interiorizados en los espíritus, que han transformado radicalmente el régimen de las transmisiones, incluso aunque, al fin y al cabo, algunos han resultado ser más iguales que otros. CUARTA PARTE Familias CAPÍTULO 11 Los efectos de la educación sobre la formación y el funcionamiento de los hogares A demás de los efectos económicos sobre los ingresos individuales o globales, que son determinados particularmente por el mercado laboral, la educación ejerce, a menudo fuera de los mercados (o en los mercados implícitos), un gran número de efectos sociales, que deberían ser tomados en cuenta en el análisis de sus rendimientos (Haveman y Wolfe, 1984). Wolfe y Haveman (2001 y 2002) elaboran una tipología de los efectos de la educación y registran dieciocho tipos, que pueden agruparse en cinco categorías más amplias; las dos primeras corresponden a los efectos económicos, y las otras tres, a los efectos sociales1: • efectos sobre los ingresos individuales: productividad individual del trabajo, remuneración extrasalarial, eficacia de la búsqueda de empleo; • efectos sobre el crecimiento: progreso técnico; • efectos sobre la formación y el funcionamiento de los hogares: matrimonio, fecundidad, control de natalidad, relación entre la productividad de los cónyuges, eficacia de las elecciones de consumo, comportamientos de ahorro; • efectos sobre las inversiones en capital humano de los hogares: salud, salud del cónyuge, salud de los hijos, educación de los hijos; • efectos sobre la sociedad: cohesión social, dependencia con respecto a las transferencias monetarias y no monetarias, públicas o privadas, criminalidad, donaciones a organizaciones caritativas y participación en actividades de beneficencia. ¿Cuál es la amplitud de los efectos sociales de la educación? Wolfe y Haveman citan un gran número de trabajos empíricos y comentan brevemente los resultados correspondientes a cada tipo de efecto. Parece que los resultados más sóli1 Véase McMahon (2000), quien propone un procedimiento similar. 195 196 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN dos corresponden a las inversiones en capital humano de los hogares, cuyo análisis es uno de los aportes esenciales de la teoría del capital humano: «Evidencia coherente acerca de que la educación afecta positivamente el estado de salud propio […], incrementa la esperanza de vida […], disminuye la predisposición a padecer enfermedades mentales graves»; «evidencia sustancial acerca de que el nivel de educación y el desarrollo cognitivo de los niños están relacionados positivamente con la educación de los padres»; «evidencia sustancial acerca de que la salud de los niños está relacionada positivamente con la educación de los padres»; «evidencia acerca de que la eficiencia de la anticoncepción está relacionada con la educación […] En los países desarrollados, la fecundidad disminuye» (2001:224). Los otros tipos de efectos sociales provienen de áreas menos estudiadas por los economistas, y Wolfe y Haveman reconocen que los resultados son, a la vez, menos abundantes y menos fiables. Acemoglu (2002b) insiste en este punto: los trabajos citados por Wolfe y Haveman son esencialmente descriptivos, dado que no utilizan métodos de identificación satisfactorios que permitan distinguir el efecto causal de la educación de una simple correlación con las variables estudiadas. El mismo problema se plantea para la medición del rendimiento privado de la educación: las competencias innatas, el entorno familiar o el contexto social podrían determinar, a la vez, la educación y la variable en la que, según se supone, ella causa las variaciones. Behrman y Stacey (1997) insisten igualmente en esta cuestión, de la que Gibson señala la pertinencia: utilizando datos estadounidenses sobre mellizos (para eliminar el impacto del entorno familiar), concluye que la educación reduce la participación en actividades de beneficencia y la cantidad de horas que se le consagra, mientras que Wolfe y Haveman citan resultados opuestos. De manera general, parece importante poder evaluar la importancia relativa de los efectos sociales directos de la educación y de los efectos indirectos por medio de los ingresos individuales. Otra cuestión que debemos mencionar es la importancia de los efectos sociales de la educación para las políticas públicas. Mientras que Wolfe y Haveman insisten en la necesidad de tomarlas en cuenta explícitamente y proponen un método para expresarlas en términos de rendimientos, Schultz (2002) subraya que este se enfrenta a dificultades conceptuales importantes en el análisis de la «producción» en las actividades domésticas. Por otro parte, como se ha visto antes, los escasos trabajos existentes indican que las verdaderas externalidades del capital humano son bastante débiles. Acemoglu (2002b) señala que muchos efectos sociales de la educación no son externalidades: al igual que los efectos económicos, son tomados en cuenta por los individuos y las familias cuando se toman decisiones sobre escolarización, y decididamente no hay lugar para que el Estado intervenga para que lo sean, cualquiera sea su amplitud. Este capítulo está consagrado a los efectos de la educación sobre la formación y el funcionamiento de las familias; el capítulo siguiente abordará las inversiones en capital humano de las familias. La primera parte de ese capítulo presenta bre- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 197 vemente el enfoque económico de la familia. La segunda se interesa en los efectos de la educación sobre el «mercado de matrimonio». La tercera presenta los debates alrededor del rol de la educación, en particular, la de las mujeres, en la baja de la fecundidad registrada desde hace unos cuarenta años. La economía de la familia y los efectos de la educación La economía de la familia es una rama relativamente reciente de la economía, puesto que es producto de los trabajos de Gary Becker en los años sesenta y setenta, contemporáneos de la importancia creciente de la teoría del capital humano (Becker, 1960, 1965, 1976 y 1981). Como señala Pollak (2002:5) en su presentación crítica del aporte de Becker: «Becker coloca a la familia en la agenda de investigación de los economistas […] En su forma contemporánea, la economía de la familia es una creación de Gary Becker». El enfoque económico de la familia definido por Becker descansa en tres hipótesis esenciales –la optimización racional, la existencia de mercados en equilibrio2 y la estabilidad de las preferencias– y diversas hipótesis auxiliares –que abordan la naturaleza de las preferencias3, la producción de la pareja, las elecciones colectivas de la familia o de la pareja, y el «mercado de matrimonio»– necesarias para la solución de diferentes tipos de modelos teóricos. Mientras que las hipótesis auxiliares son la fuente de los resultados más controvertidos de Becker, Pollak señala que no son indispensables para una modelización de inspiración neoclásica de la familia ni todas empíricamente válidas. Así, los otros economistas de la familia critican esas hipótesis y pueden proponer otras, inscribiéndose, a pesar de todo, en la perspectiva que él ha abierto, puesto que reconocen la pertinencia del enfoque económico. Algunos investigadores de otras ciencias sociales también han sido influidos por la idea de que los comportamientos de los miembros de una familia son racionales, mientras que otros rechazan directamente las tres hipótesis esenciales: 2 3 Debemos mencionar el hecho de que los mercados en cuestión pueden ser tanto implícitos como explícitos; el aporte de Becker es, en efecto, haber consagrado la misma atención a los primeros que a los segundos. La idea según la cual las preferencias son estables a largo plazo ha prevalecido en economía. Sin embargo, veinte años después de haber participado en la redacción de un artículo que afirmaba que las preferencias son fijas, exógenas e idénticas de un individuo a otro (Sigler y Becker, 1977), el mismo Becker ha abandonado esa idea: presenta un modelo, junto a Mulligan (Becker y Mulligan, 1997), de formación endógena de la preferencia por el presente. Señala que la educación contribuye a la formación de las preferencias y, en el caso que estudian, puede incluso reducir la preferencia por el presente, es decir, fomentar la paciencia. 198 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Los que estudiamos la familia bajo los supuestos de que los individuos optimizan las oportunidades y de que esas oportunidades están limitadas por los requisitos de equilibrio somos seguidores de Becker, más allá de si fuimos formados como economistas, demógrafos o sociólogos. Por supuesto, hay disidentes –pocos en economía, más en demografía y sociología– que rechazan el comportamiento o el equilibrio de optimización. Pero, para la mayoría de nosotros, el enfoque económico es la única alternativa (the only game in town) (Pollak, 2002:8)4. Sea como sea, la economía de la familia (y la de toda la población) es hoy una rama importante de la microeconomía, según enuncian los dos volúmenes del Handbook que se le dedican (Rosenzweig y Stark, 19975) y resulta particularmente pertinente para el análisis de los efectos de la educación. En economía del desarrollo, el aporte de la economía de la familia ha sido integrado a una problemática comparable pero distinta, la del análisis de los hogares agrícolas (Singh, Squire y Strauss, 1986), donde Bardhan y Udry (1999:7) presentan la problemática en los siguientes términos: La mayoría de la gente, en los países en vías de desarrollo, se gana la vida, al menos en parte, trabajando en sus propias empresas. Además, a menudo invierte al menos una parte de las ganancias en el proceso de producción de la empresa. En consecuencia, los individuos toman decisiones, simultáneamente, acerca de la producción (nivel de ganancias, demanda por factores y elección tecnológica) y el consumo (mano de obra e insumos). Esta mezcla de las economías de la empresa y del hogar es característica de la mayor parte de las familias en los países en vías de desarrollo. De modo general, los intercambios económicos en el seno y entre los hogares, en los países en vías de desarrollo, asumen funciones de las que habitualmente se encargan los mercados explícitos en los países desarrollados (demanda de empleo, seguros, crédito, etc.), lo que justifica el desarrollo de modelos específicos (y refuerza la importancia del capital humano para el análisis). Al principio de su capítulo del Handbook of Population and Family Economics consagrado a la fecundidad en los países en vías de desarrollo, Schultz 4 5 Existe una crítica filosófica y política a los trabajos de Becker que proviene en particular de las feministas estadounidenses (aunque también de algunos hombres), quienes apuntan, a la vez, a la pertinencia del enfoque económico y a ciertos resultados fundados en las hipótesis auxiliares (por ejemplo, su visión de una ventaja comparativa de las mujeres respecto de los hombres en la producción doméstica en relación a la producción mercantil). Véase el capítulo de Bergstrom (1997) dedicado al conjunto de las teorías sobre la familia. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 199 (1997) hace una descripción sintética y muy clara de la economía de la familia y de los hogares6: La familia cumple la función de coordinadora de muchas actividades demográficas y económicas de producción y consumo. Las limitaciones económicas y de tiempo de las familias están, por lo tanto, pensadas no solo para influenciar los nacimientos, sino también para afectar muchas otras formas de comportamientos familiares interdependientes, que incluyen las transferencias intra- y extrafamiliares, la migración, las conductas de ahorro y consumo, y las inversiones en capital humano y no humano. Separar los factores de decisión individuales y familiares es una práctica común, diseñada para facilitar la modelización de una relación comportamental específica. Pero es un atajo que puede comprometer el realismo del análisis del comportamiento familiar y distorsionar sus implicaciones (350). Por comparación con los modelos microeconómicos puramente individuales de consumo y de oferta de trabajo, los modelos de la familia presentan tres especificidades principales. En primer término, la restricción de presupuesto es reemplazada por una restricción de tiempo7: lo que está en el centro del análisis es la asignación del tiempo de cada miembro de la familia a las actividades mercantiles y domésticas (las mujeres han estado durante mucho tiempo –y lo están aún hoy– excluidas de las actividades explícitamente mercantiles en muchas sociedades). En segundo lugar, los comportamientos demográficos y económicos dependen de los stocks de capital físico y humano de cada hogar, que son en parte colectivos y en parte individuales. Entonces, quizá sea necesario modelizar por separado los comportamientos de cada miembro o de cada tipo de miembro de la familia –por ejemplo, las ofertas de trabajo mercantil y doméstico de hombres y mujeres– y la manera en que se coordinan. Mientras que durante mucho tiempo se han utilizado modelos llamados unitarios –en los cuales todo el hogar estaba representado como un conjunto común y único de preferencias, como si se obedecieran las decisiones de uno solo de sus miembros–, el desarrollo reciente de modelos llamados colectivos permite tomar en cuenta las desigualdades y los conflictos en el interior de los hogares (Alderman, Chiappori, Haddad, Hoddinott y Kanbur, 1995). Finalmente, las decisiones estudiadas incumben al conjunto del ciclo de la vida (matrimonio, fecundidad, formación del capital humano, migraciones, ahorro-jubilación), y se puede pensar que unas están determinadas en función de 6 7 Ambos términos serán luego utilizados de manera intercambiable, aunque no sean exactamente sinónimos: la economía de los hogares se interesa en las decisiones tomadas por las personas que viven bajo el mismo techo o comparten la misma casa, la economía de la familia toma más directamente en cuenta a miembros de la familia que habrían abandonado el hogar. El primero en proponer este concepto no fue Becker, sino Mincer (1963). 200 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN otras y dependen más de características permanentes de los hogares (dotaciones en factores de producción, capital humano inicial) y de su entorno (por ejemplo, los precios locales de insumos y productos, los salarios, los servicios públicos, el clima, las enfermedades endémicas) que de condiciones transitorias. Educación y «mercado de matrimonio» El análisis económico del matrimonio fue iniciado por Becker (1981 y 1985). Weiss (1997) presenta una síntesis de los modelos teóricos existentes que, lamentablemente, no se acompaña con una presentación de los principales resultados empíricos; este autor considera el aporte de los economistas en los siguientes términos: Es justo decir que la mayor parte del trabajo acerca de este tema ha sido hecha fuera de la economía. La nueva perspectiva de los economistas consiste en considerar que el matrimonio, entendido como una unión voluntaria de individuos racionales, es objeto de las mismas herramientas de análisis que los otros fenómenos económicos. En particular, los economistas confían plenamente en la similitud entre el mercado de trabajo […] y el mercado en el cual esposos y esposas se unen para producir bienes domésticos no mercantiles. En ambos casos, las fuerzas competitivas determinan la asignación y la división de procesos entre socios (82). En consecuencia, existen «mercados de matrimonio» en los que hombres y mujeres intentan formar parejas en función de las características que van a influir sobre la producción y el consumo común a los dos: se habla, entonces, de emparejamiento selectivo (assortative mating). La educación es una de esas características. Para Becker, los hombres tienen una «ventaja comparativa» en relación a las mujeres en la producción mercantil en relación a la producción doméstica, aunque solo sea porque tienen más oportunidades de empleo y, de ese modo, el costo de oportunidad del tiempo que dedican a las tareas domésticas es más elevado que el costo correspondiente para las mujeres. Esta visión de las cosas puede chocar si se la ve como una afirmación de que se trata de una verdad universal o como una justificación de la exclusión de las mujeres del mercado laboral; es válida a título descriptivo, por ejemplo, en Estados Unidos a principios del siglo xx. El funcionamiento del sistema educativo estadounidense reforzaba la ventaja comparativa de los hombres en la producción mercantil, puesto que el nivel medio de educación de las mujeres era muy inferior al de los hombres, y el acceso a las actividades más masivas en capital humano les estaba prácticamente vedado. Por otra parte, Becker, en sus modelos más antiguos, proponía la hipótesis de que la educación solo influía en CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 201 la actividad mercantil y no en la productividad doméstica (una hipótesis que hoy se considera falsa). El modelo beckeriano estándar prevé, entonces, un emparejamiento selectivo negativo asociado a una fuerte especialización de las tareas entre hombres y mujeres en el interior de los hogares. Inversamente, otros modelos pertenecientes a la economía o a la sociología, como el de Lam (1988) o el de Oppenheimer (1988), prevén un emparejamiento selectivo positivo, resultante de complementariedades entre la educación de los hombres y la de las mujeres en la producción y el consumo doméstico. Los resultados empíricos de Mare (1991) invalidan el modelo beckeriano para los Estados Unidos: el emparejamiento selectivo positivo y la intensidad de la selección han aumentado fuertemente desde los años treinta hasta los años setenta, para estabilizarse en los ochenta. Cada vez más, los hombres más educados contraen matrimonio con las mujeres más educadas, especialmente porque muchas parejas se forman durante el período de estudios, en el seno de los establecimientos de enseñanza superior. Por otra parte, las transformaciones de la sociedad estadounidense (y de las otras sociedades occidentales), desde los años cincuenta marcada por un fuerte aumento de la participación de las mujeres en el mercado laboral, han contribuido ciertamente a reforzar la complementariedad de la educación de los maridos y de sus mujeres en relación a la situación que prevalecía a principios del siglo xx. Por consiguiente, uno de los efectos de la educación es el aumento del nivel educativo del cónyuge: las mujeres que se retiran del mercado laboral después del matrimonio perciben los rendimientos de la educación por medio de este. En la medida en que la participación media de las mujeres en el mercado laboral sigue siendo inferior a la de los hombres, una parte considerable de los rendimientos de la educación para las mujeres se da de esa manera. Según Goldin (1972 y 1997), esta proporción habría llegado al 50% en el caso de las mujeres estadounidenses que han obtenido un diploma de enseñanza superior entre 1945 y 1960, aunque probablemente la reducción de las diferencias entre las tasas de actividad y de remuneración entre ambos géneros ha mermado la cifra de esta proporción desde entonces. Estas evoluciones también han acrecentado fuertemente el costo de oportunidad del tiempo dedicado por las mujeres a las actividades domésticas y deberían haber generado un reequilibrio del reparto de esas tareas entre hombres y mujeres. Ahora bien, como señalan Akerlof y Kranton (2000), no ha sido así en la mayoría de las sociedades occidentales: en Estados Unidos, por ejemplo, la participación de los hombres en la producción doméstica ha aumentado levemente, pero sin ninguna relación con la irrupción de la participación de las mujeres en la producción mercantil. Akerlof y Kranton proponen un modelo de inspiración psicológica y sociológica en el que existen normas sociales que asignan determinada tarea a las categorías sociales hombre o mujer, y en el que los individuos reciben directamente utilidades al adaptarse a los comportamien- 202 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN tos prescritos por las normas de la categoría social a la que pertenecen. En particular, mientras esas normas prevalecen, los hombres sienten amenazada su identidad social en tanto hombres por su participación en las tareas domésticas. Es necesario que la norma social cambie para que su comportamiento evolucione, para lo cual el aumento del nivel relativo de educación de las mujeres observado desde los años sesenta no ha sido, por el momento, suficiente. Educación de las mujeres, educación de los hombres y fecundidad El análisis de los vínculos entre fecundidad y educación proviene, en la actualidad, básicamente y por varias razones, de la economía del desarrollo. En primer lugar, las variaciones, en el tiempo y en el espacio, tanto de la fecundidad como de la educación son netamente más definidas en los países en vías de desarrollo que en los desarrollados. En segundo lugar, según un razonamiento puramente beckeriano, los efectos de la educación sobre la fecundidad se deben a su impacto sobre los salarios y, por lo tanto, al costo de oportunidad del tiempo dedicado (esencialmente por las mujeres) a los hijos. En los países desarrollados, los comportamientos de oferta de trabajo mercantil y los salarios son directamente observables, mientras que, en los países en vías de desarrollo, la información disponible en este aspecto es insuficiente, y estos comportamientos están representados por el nivel de educación8. En tercer lugar, las mujeres de los países desarrollados, por su alto nivel medio de educación, su fuerte participación en el mercado laboral y su relativamente fácil acceso a la anticoncepción o al aborto, han adquirido un mejor manejo de su fecundidad, y los efectos de la educación se centran más bien en la calidad del uso de los métodos anticonceptivos, la edad del primer parto o el espaciamiento de los nacimientos, cuestiones probablemente menos importantes que la evolución de la cantidad de hijos por mujer en los países en vías de desarrollo. Por consiguiente, esta parte estará dedicada, esencialmente, a los países en vías de desarrollo9. 8 9 Por ejemplo, el capítulo del Handbook of Population and Family Economics dedicado a la fecundidad en los países desarrollados (Hotz, Klerman y Willis, 1997) está enteramente redactado en términos de efectos de ingresos y de precios relativos, y apenas menciona a la educación, a pesar de su relación con el aumento de la participación de las mujeres en el mercado laboral. No da ningún resultado empírico en cuanto a los efectos de la educación sobre la fecundidad. Véase Hanushek (1990) para un análisis de los determinantes de la fecundidad en Estados Unidos, y Bloemen y Kalwij (2001) para los Países Bajos. Estos últimos muestran que las mujeres más educadas ingresan más tarde en el mercado laboral; por eso, en esta franja los nacimientos se dan de manera más tardía. Según ellos, las preferencias de las mujeres determinan, al mismo tiempo, su educación y su fecundidad por medio del mercado laboral: las mujeres con mayores preferencias por el trabajo que por los hijos tienen índices de empleo significativamente > CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 203 El enfoque beckeriano: educación, costo de oportunidad de los hijos y fecundidad Schultz (1997:350)10 realiza una presentación muy accesible del enfoque económico de la fecundidad aplicado a los países en vías de desarrollo: «La disminución del promedio de fecundidad en los países de bajos ingresos que ocurre desde 1960 se puede entender parcialmente en términos de modelos de comportamiento de demanda doméstica, así como las variaciones de la fecundidad entre individuos en un mismo momento. Pero los orígenes y las ramificaciones de esas diferencias de fecundidad están lejos de ser completamente entendidos». Así, la existencia de una fuerte correlación negativa entre la educación, particularmente la de las mujeres, y la fecundidad es un hecho estilizado casi universal. Sin embargo, todavía no se ha precisado en qué dimensión este efecto es causal y, aunque el modelo beckeriano puede explicarlo muy bien, muchas otras explicaciones teóricas son posibles, sin que sea fácil distinguirlas empíricamente. De manera general, los trabajos citados por Schultz provienen de un enfoque microeconómico estándar que conviene completar presentando los resultados de otros trabajos más cercanos a los de otras ciencias sociales. En un modelo beckeriano de la familia, la fecundidad es objeto de una decisión económica racional por parte de los padres. Estos reparten su tiempo entre la producción mercantil, la producción doméstica y el ocio. El conjunto de los salarios del mercado laboral y el valor de los bienes producidos por el hogar constituye su ingreso total (full income), que se reparte entre distintos tipos de consumo que entran en la función de utilidad de los padres: el número de hijos (cantidad), la manera en que son educados (calidad), un bien de consumo heterogéneo, y el tiempo libre. Aquí los hijos son considerados como bienes de consumo durables, caracterizados, a la vez, por su cantidad y su calidad: «Los niños son considerados como una fuente de satisfacción para los padres o también como productores de servicios futuros que los padres valoran y consumidores de recursos que tienen otros usos. En suma, los padres deben tener control, aunque imperfecto, sobre cuántos hijos tener» (Schultz, 1997:361). La calidad de los hijos incluye, especialmente, su capital humano, por ejemplo, su educación y su salud, y es costosa, puesto que los padres les dedican un tiempo que podría ser utilizado en la producción mercantil o en otros tipos de producción doméstica. < más altos a todas las edades, retrasan los nacimientos y tienen un nivel significativamente menor de fecundidad. El grado de control sobre su fecundidad que tienen las mujeres en los países desarrollados es relativamente elevado, y su participación en el mercado laboral es un factor preponderante; dos características muy diferentes de las de los países en vías de desarrollo. 10 Véase también Schultz (2001a). 204 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Por estas razones, el costo de oportunidad del tiempo dedicado a los hijos, para los padres, está en el centro del análisis11. El aumento de los rendimientos de las actividades mercantiles o de otras actividades domésticas eleva ese costo y, por efecto de sustitución, debería reducir la fecundidad; sin embargo, el efecto total es ambiguo, puesto que hay que tener en cuenta el efecto del ingreso (también aumenta el ingreso total de la familia). Estos efectos son más evidentes en las mujeres que en los hombres. De hecho, en la mayoría de las sociedades, las mujeres tienen un acceso restringido al mercado laboral, y los hombres solo dedican un tiempo limitado a sus hijos; y resulta que las mujeres tienen una «ventaja comparativa» en relación a los hombres en la educación de los hijos con respecto al resto de la producción doméstica y a la producción mercantil12. El efecto de sustitución domina generalmente el efecto del ingreso: un alza del valor del tiempo dedicado a la producción mercantil o doméstica reduce la «demanda de hijos»: «Casi todos los estudios empíricos transversales de fecundidad han encontrado que está inversamente relacionada con los salarios de las mujeres o con su representante más común, la educación» (Schultz, 1997:362)13. Señalemos que el único efecto de la educación considerado aquí pasa por su impacto sobre la productividad del trabajo mercantil o doméstico (incluso, en un principio, Becker (1964) había elaborado la hipótesis de que la educación solo actuaba sobre la productividad mercantil, pero sus efectos sobre la productividad doméstica también están establecidos). Como la calidad de cada hijo tiene un costo para los padres, existe un «arbitraje entre la cantidad y la calidad» de los hijos que pueden tener según un ingreso total determinado (quantity-quality tradeoff), modelizado especialmente por 11 También pueden incluirse los costos directos, por ejemplo, los gastos de escolaridad o de cuidados cuando hay ausencia de servicios públicos gratuitos. Los gastos que no están directamente ligados a la adquisición de capital humano por los niños (por ejemplo, vestimenta) forman parte del bien de consumo heterogéneo. El caso de la alimentación es más complejo, puesto que la nutrición también forma parte del capital humano, del que puede ser (por sus efectos a largo plazo) un componente decisivo en los países en vías de desarrollo y entre las poblaciones pobres de los países desarrollados. 12 La noción de «ventaja comparativa» en el seno de la pareja ha suscitado muchas polémicas, incluso se ha sospechado que Becker la ha utilizado en un sentido normativo. Sin embargo, podemos retomarla en un sentido puramente descriptivo, reconociendo que los orígenes (biológicos, antropológicos, psicológicos, sociológicos, políticos, etc.) de esta ventaja comparativa y su aceptabilidad ética son dos problemáticas distintas. A título descriptivo, sería difícil no tener en cuenta el hecho de que las madres dedican generalmente más tiempo a los hijos que los padres. 13 Blake (1968) ha criticado la concepción de Becker (1960) en cuanto a los hijos como bienes de consumo durables, argumentando que la relación entre ingreso y fecundidad es negativa (Becker utilizaba datos más antiguos, donde era positiva). La introducción de la calidad de los hijos en el análisis y el hecho de que el efecto de sustitución domina el efecto del ingreso responden a esta crítica. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 205 Becker y Lewis (1974), Becker y Tomes (1976) y Willis (1974). Como resume Schultz (1997:363): «El costo de un niño puede aumentar, sugiere Becker, por dos motivos posibles: primero, la exigencia de los padres de invertir en niños de alta calidad puede crecer; segundo, el precio de los insumos para producir niños de calidad constante puede crecer. La relación empírica inversa entre fecundidad y recursos que los padres invierten por niño es conocida como “arbitraje entre cantidad y calidad”». Este arbitraje constituye el resultado central del análisis económico de la fecundidad. Sin embargo, la estimación empírica de los modelos económicos de la fecundidad no es fácil. En primer lugar, es difícil identificar el modo en que impactan entre sí la cantidad y la calidad de los hijos, ya que ambas están superpuestas, debido a que son dos variables que los padres determinan simultáneamente. Algunos autores han utilizado en este tema datos provenientes de mellizos, cuyo nacimiento constituye una variación exógena de la cantidad; diversas fuentes de la variación exógena de la calidad también han sido propuestas. En segundo lugar, la calidad de los hijos está determinada por una cantidad bastante considerable de decisiones (escolarización, trabajo infantil, nutrición y cuidados médicos, etc.) que pueden ser representadas en tanto tales en modelos teóricos más complejos, pero no son fácilmente identificables empíricamente, puesto que las decisiones en cuestión tienden a tener los mismos determinantes. Como puede verse, coexisten dos enfoque empíricos. El primero es la estimación de modelos estructurales, donde algunos aspectos de la producción de la calidad de los hijos (así como los comportamientos de oferta de trabajo) son modelizados explícitamente, y donde se intenta distinguir los determinantes de la fecundidad de los de la calidad. En esta perspectiva, se estiman por separado los efectos de la educación de la madre y del padre sobre la fecundidad y sobre diversos elementos de la calidad de los hijos; el análisis de la fecundidad, de la educación y del trabajo de los niños en la India rural realizado por Rosenzweig y Evenson (1977) es un ejemplo precoz de ello. El segundo enfoque es la estimación de «formas reducidas», en él se excluyen los determinantes endógenos de la fecundidad, que también dependen de decisiones tomadas por las parejas (como la calidad de los hijos o la oferta de trabajo) y solamente se retienen variables propiamente exógenas que describen los recursos de la pareja y su entorno económico. Las «formas reducidas» no permiten distinguir los diferentes medios por los cuales una variable dada, por ejemplo, la educación de uno de los padres, afecta la fecundidad, pero presentan menos dificultades conceptuales y técnicas, requieren datos menos complejos y son, por eso mismo, frecuentemente utilizados. Ejemplos de aplicaciones empíricas El principal hecho empírico a explicar es la baja muy rápida de la fecundidad en el conjunto del mundo desde hace algunas décadas: desde 1960, el índice 206 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN sintético de fecundidad (isf) ha bajado el 50% en la mayoría de los países en vías de desarrollo, una evolución comparable a la constatada anteriormente en los países desarrollados, pero con disparidades muy importantes de un país y de una región a otra. Según Schultz, existen, de hecho, bastante pocos trabajos empíricos que utilizan el enfoque beckeriano, muchos investigadores en ciencias sociales ponen el acento sobre los factores «de oferta» (acceso a la anticoncepción, planificación familiar) más que sobre la «demanda» de hijos. Sea como sea, una regularidad empírica emerge indiscutiblemente: la educación de las mujeres –que aquí no es, ciertamente, concebida como una aproximación de los salarios o del valor de la producción doméstica– tiene un efecto negativo y significativo sobre la fecundidad. Si se estima separadamente el impacto de diferentes niveles de educación, se observa que ese efecto solo aparece a partir de cuatro años de estudio, es decir, para el fin de la escolaridad primaria, que permite la adquisición durable de la lectura y de la escritura; en especial, Schultz cita las World Fertility Surveys [encuestas mundiales de fecundidad] recogidas en treinta y ocho países durante los años setenta: las mujeres de 40 a 49 años que han tenido al menos siete años de educación tienen de 1,6 a 2,9 hijos menos que las mujeres de la misma edad que nunca han sido escolarizadas. Por otra parte, el número de niños nacidos era entonces superior al número de hijos deseados en Asia y en América del Sur, particularmente entre las mujeres menos educadas: existía (existe aún hoy) una demanda no satisfecha de control de la fecundidad (en especial, de la anticoncepción) que la educación parece contribuir a reducir14. Inversamente, la educación de los hombres no tiene un impacto comparable sobre la fecundidad, lo cual es compatible con el modelo beckeriano; en África subsahariana, el efecto del ingreso domina al efecto de sustitución, y el efecto total es, generalmente, positivo, en particular, en las zonas rurales. Entonces, es crucial introducir variables distintas para las mujeres y los hombres, lo cual muchos trabajos, especialmente los más antiguos, no hacen. Schultz completa su síntesis con una estimación de los determinantes de la fecundidad a nivel global, a partir de datos publicados por la onu, el Banco Mundial y otros organismos internacionales sobre ochenta países en 1972, 1982 y 1988, es decir, 217 observaciones en total, teniendo en cuenta ciertas lagunas en los datos. Rehace la regresión en base al isf en el número de años de educación media de las mujeres y de los hombres adultos, la mortalidad infantil, el pbi per cápita, la urbanización, la importancia de ciertas religiones en la población del país, la cantidad de calorías disponibles por habitante y por día, variables de intensidad de la planificación familiar y el precio de los anticonceptivos. El aumento de un año en el nivel de educación de las mujeres reduce el isf 14 Esta diferencia prácticamente no se observa en África subsahariana, donde la mortalidad infantil particularmente elevada se traduce en un número de hijos deseados más elevado también, de modo que suficientes niños sobrevivan hasta la edad adulta. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 207 entre 0,161 y 0,551 hijos, según las estimaciones (un impacto que puede considerarse elevado). El coeficiente es más débil si la mortalidad infantil se incluye en el análisis (teniendo en cuenta que se trata de una variable endógena), lo cual sugiere que el efecto directo de la educación sobre los costos de oportunidad de las mujeres solo es un medio entre muchos otros: «Más de la mitad del efecto total de la educación de las mujeres sobre la fecundidad […] opera a través de su indirecto efecto reductor de la mortalidad infantil» (Schultz, 1997:401). Inversamente, el aumento de un año del nivel de educación de los hombres hace crecer el isf entre 0,145 y 0,179 hijos. Schultz15 concluye en la importancia específica de la educación de las mujeres: «La educación de las mujeres es el factor empírico dominante asociado a la disminución de la fecundidad […]. Pero como la educación de los hombres tiene un efecto débil pero contrapuesto sobre la fecundidad, una dimensión crítica del desarrollo probablemente sea invertir en la educación de las mujeres en comparación con la de los hombres» (416)16. El impacto de las otras variables incluidas en el análisis es netamente menos notorio. El nivel del pbi per cápita ejerce un impacto positivo, y su crecimiento no tiene efecto significativo: sin política de acumulación de capital humano, el crecimiento económico no tiene efecto automático sobre la fecundidad (Schultz menciona el caso de los países petroleros de Medio Oriente). Las variables de la planificación familiar y la anticoncepción tienen efectos negativos limitados sobre la fecundidad, pero Schultz admite que son necesarios estudios específicos para evaluar correctamente su eficacia (las comparaciones internacionales encuentran aquí su límite). A pesar de subrayar el rol de la educación, concluye que hay una diversidad de determinantes de la fecundidad: «A menos que uno vaya más allá de la búsqueda de un único “índice de desarrollo” y se enfoque en la medición de las dimensiones del crecimiento económico moderno que tienen, teóricamente, efectos definidos sobre la fecundidad, la búsqueda de regularidades empíricas entre desarrollo y fecundidad probablemente no sea productiva. […] Los procedimientos que sintetizan la diversidad del desarrollo en un índice único parecen arcaicos y contraproducentes, pero aún son comunes en este campo de estudio» (414). Ainsworth, Beegle y Nyamete (1996) analizan el régimen demográfico de África subsahariana. Utilizan los datos de las Demographic and Health Surveys (dhs) [encuestas demográficas y de salud] recogidas desde mediados de los años ochenta hasta comienzos de los noventa en catorce países (Botsuana, Burundi, Camerún, Ghana, Kenia, Mali, Níger, Nigeria, Senegal, Tanzania, Togo, Uganda, Zambia y Zimbabue). Estos países se caracterizan por una fecundidad muy elevada, de 5,0 (Botsuana) a 7,4 (Níger) hijos por mujer, un nivel medio de educación de las mujeres muy pobre (de dos a seis años, ya que el nivel medio de 15 Véase también Schultz (2001b). 16 El destacado pertenece al original. 208 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN seis países es cero) y un acceso muy restringido a los medios de anticoncepción modernos (menos de 10% de las mujeres los utilizan, salvo en Botsuana, Kenia y Zimbabue). La cantidad de años de escolaridad de las mujeres ejerce un fuerte efecto negativo sobre la fecundidad en todos los países (excepto en Burundi, donde el coeficiente no es significativo), pero ese efecto no es lineal: crece con el nivel de educación. A partir del fin de la escolaridad primaria, el efecto se vuelve significativo en la mayoría de los países: el coeficiente asociado a cuatro y seis años de escolaridad es significativo en siete países (Botsuana, Kenia, Níger, Nigeria, Senegal, Tanzania y Zimbabue), los asociados a siete, diez, once y más años son significativos en todos los países (excepto Níger). Inversamente, las mujeres que solo han efectuado de uno a tres años de escolaridad no se distinguen de las mujeres que nunca se han escolarizado, salvo en Nigeria y en Zambia, donde la fecundidad es, de hecho, más elevada. La existencia de un régimen demográfico específico en África subsahariana, donde el efecto del ingreso de la educación de las mujeres dominaría el efecto de sustitución generando un efecto total positivo sobre la fecundidad, está cuestionada. Las mujeres más pobres tendrían acceso a muy pocos bienes de consumo alternativos y, por lo tanto, apenas podrían sustituirlos por sus hijos. Ainsworth, Beegle y Nyamete recusan esta interpretación en lo que respecta a los datos. El arbitraje entre cantidad y calidad de los hijos se observa muy bien en África subsahariana (Montgomery, Kouamé y Oliver, 1995); por otra parte, la educación de las mujeres favorece la utilización de anticonceptivos y reduce la mortalidad infantil. El efecto positivo de los primeros años de escolaridad observado en Nigeria y Zambia sería el producto de una «causalidad inversa»: mujeres muy jóvenes que abandonan la escuela antes de terminar sus estudios primarios a raíz de un primer embarazo. La educación de los maridos ejerce también un impacto negativo sobre la fecundidad y positivo sobre el uso de anticonceptivos modernos, pero este efecto es claramente más débil que el de la educación de las mujeres. Finalmente, la amplitud de los efectos es muy variable de un país a otro, y Ainsworth, Beegle y Nyamete subrayan las diferencias de calidad de las escuelas, de acceso a la anticoncepción y a los programas de planificación familiar, y de funcionamiento del mercado laboral en el seno de África subsahariana. Glewwe (2002) sostiene que aquí, como en otras áreas, es necesario completar el análisis utilizando, además de la cantidad de educación, mediciones directas de las competencias cognitivas. Escasos son los trabajos disponibles para los países desarrollados, y casi no existen para los países en vías de desarrollo. Thomas (1999) señala que la introducción de resultados en estas pruebas de lengua y matemática correspondientes al nivel del tercer o cuarto año de escolaridad en Sudáfrica en una regresión de la fecundidad sobre la cantidad de educación reduce en un tercio el coeficiente asociado a esta última, que es, de cualquier modo, significativo. La cantidad y calidad de la educación de las mujeres tienen CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 209 un impacto negativo sobre la fecundidad. Oliver (1999) obtiene resultados similares respeto de Ghana. Sin embargo, Glewwe insiste en la dificultad de interpretar esos resultados en términos de causalidad, esencialmente debido a la posibilidad de la causalidad inversa evocada más arriba. Otras dos aplicaciones del enfoque económico de la fecundidad ilustran la diversidad de las situaciones propias de cada país. Lam y Duryea (1999) demuestran que, en Brasil, los ocho primeros años de escolaridad de las mujeres tienen un efecto negativo sobre su fecundidad, pero no sobre su oferta de trabajo mercantil, a pesar de los elevados rendimientos de la educación en el mercado laboral. La educación se traduciría, ante todo, en un cambio de arbitraje entre cantidad y calidad de los hijos: las mujeres más educadas dedicarían más tiempo a la formación del capital humano de sus hijos que a su propia participación en el mercado laboral. Handa (2000) sostiene que la educación de las mujeres jamaiquinas reduce su fecundidad, con una elasticidad de -0,45 en el ámbito rural. El efecto se debería aquí al aumento del costo de oportunidad de los hijos para su madre. Implicaciones macroeconómicas del arbitraje entre cantidad y calidad de los hijos Becker, Murphy y Tamura (1990) proponen una aplicación del arbitraje entre cantidad y calidad al análisis macroeconómico del crecimiento. Entre los economistas clásicos de comienzos del siglo xix, Malthus se distingue por la atención que presta al crecimiento de la población, que él concibe como endógeno en función de la diferencia entre el ingreso corriente y el ingreso de equilibrio, pero solo toma en cuenta la cantidad de hijos, no su calidad: el modelo malthusiano desprecia el capital humano. Contrariamente, los modelos neoclásicos herederos del de Solow tienden a incluir el capital humano entre los factores de su función de producción global, pero consideran el crecimiento de la población y, por ende, la fecundidad como exógenos. Becker, Murphy y Tamura proponen la superación de esos enfoques modelizando explícitamente los lazos entre el crecimiento de la población y el ingreso, y atribuyendo un rol central al capital humano en el proceso de desarrollo. En cada país hay un equilibrio inicial marcado por una fuerte fecundidad y un bajo nivel de capital humano. Ahora bien, la «ley de los rendimientos decrecientes» que se aplica al capital físico no tiene equivalente para el capital humano, cuyos rendimientos y stock aumentan conjuntamente. La función de producción (la «función de producción educativa» mencionada más arriba es uno de los elementos que la constituyen) es, en efecto, más intensiva en educación y en trabajo calificado que las funciones de producción de los bienes de consumo y de inversión en capital físico (se trata de trabajadores calificados, como maestros, profesores, enfermeras o médicos que «producen» el capital humano). Según las políticas de acumulación del capital humano implementadas y la tecnología inicial dis- 210 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN ponible, son posibles dos equilibrios a largo plazo: o bien el país es presa del estado «malthusiano» inicial, o bien acumula importantes stocks de capital físico y humano, asociados a una fecundidad más débil17. El modelo es acompañado por una breve discusión histórica que subraya la dificultad que tiene un país para salir del estado «malthusiano» y el carácter decisivo de los shocks aleatorios, en particular, tecnológicos: «Una suerte considerable es necesaria en la sincronización y la magnitud de los shocks para dar un empuje suficientemente grande a las inversiones en capital humano y físico. Pero muchos escenarios improbables ocurren durante miles de años de historia. Creemos que la supremacía de Occidente, que comenzó en el siglo xvii, se debió, en parte, a una sincronización “afortunada” de cambios tecnológicos y políticos en Occidente» (33). Becker, Murphy y Tamura agregan que la debilidad relativa de los rendimientos del capital humano en los países pobres tienen numerosas implicaciones, desde la «fuga de cerebros» hasta la concentración de las actividades de investigación y desarrollo en los países ricos. Habrían podido mencionar una implicación esencial para las políticas públicas que apuntan a favorecer la acumulación de capital humano, que desarrollan Drèze y Sen (2002:cap. 4 y 6): los salarios relativos de los docentes y del personal de la salud son peores en los países de bajo nivel de ingresos que en los países de ingresos medios o elevados, por lo tanto, es menos costoso implementar políticas públicas de educación y salud eficaces antes de industrializar un país que tratar de mejorar su eficacia en un país que ha conocido un proceso de industrialización pesada y un progreso tecnológico concentrado asociado a un reparto muy desigual del capital humano. Drèze y Sen concluyen, así, que hoy sería más costoso para la India intentar generalizar la educación primaria y secundaria y dotarse de un sistema de cuidados médicos digno de ese nombre que lo que ha sido para China Popular antes de 1979. La democracia de Nehru ha perdido una oportunidad histórica que el totalitarismo maoísta ha sabido aprovechar; sin embargo, los motivos por los cuales el nacionalismo indio se interesó menos por la educación elemental y la salud pública que el comunismo chino son probablemente explicables por razones antropológicas, sociológicas, y/o de economía política, más que por la «buena suerte» (good luck) invocada por Becker, Murphy y Tamura18. 17 Rosenzweig (1990) propone un enfoque microeconómico comparable. En especial, demuestra que el progreso técnico que representa la Revolución Verde india se tradujo en una baja de la fecundidad y un alza de la escolarización en las regiones en cuestión, es decir, en una modificación del arbitraje entre cantidad y calidad de los hijos. 18 Otra implicación del modelo de Becker, Murphy y Tamura apunta a las consecuencias económicas de la guerra, un tema ampliamente despreciado por los economistas (sobre la amplitud, las razones y las implicaciones de esta actitud, véase Drèze, 2000). En razón de la complementariedad entre capital físico y capital humano, una economía afectada por una guerra (o por una catástrofe natural) que destruye su capital físico pero no afecta su capital humano de manera significativa –ya sea porque la cantidad de víctimas es limitada o porque estas provienen > CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 211 Educación, autonomía de las mujeres y fecundidad Los trabajos de Becker han sido criticados por los profesionales de otras ciencias sociales por su simplismo. De hecho, las necesidades del análisis cuantitativo llevan a considerar solamente un muy pequeño número de determinantes de la fecundidad, e interpretar el efecto solo en términos de costos de oportunidad puede parecer reductor. Se han elaborado otras hipótesis, que pueden ser consideradas para la interpretación de «formas reducidas». Según Jeffery y Basu (1996:3): «Sin cuestionar necesariamente la asociación estadística general entre la educación de las mujeres y la baja fecundidad, este corpus afirma que la asociación no es universal ni está demostrada, y que el proceso mediante el cual la educación de las mujeres afecta a la fecundidad –si es que existe tal causalidad– dista de estar claro». Drèze y Murthi (2001) vuelven sobre estas diferentes hipótesis en el caso de la India. Sostienen que es necesario distinguir los efectos de la educación sobre el número de hijos deseados, sobre la relación entre este y el número de nacimientos previstos, y sobre la capacidad de las mujeres (o de las parejas) para alcanzar ese número de nacimientos. El modelo beckeriano solo considera el primero de estos aspectos: la educación aumenta el costo de oportunidad de los hijos favoreciendo el acceso a actividades incompatibles con nacimientos frecuentes, y modifica el arbitraje entre cantidad y calidad a favor de esta última. Por otra parte, la educación puede reducir la independencia respecto de los hijos adultos para la subsistencia durante la vejez y así reducir la preferencia por los hijos varones (que implica prever una cantidad mayor de nacimientos para asegurarse de tener por lo menos un hijo). La educación también mejora la receptividad hacia las campañas de planificación familiar y facilita la adopción de normas sociales < mayoritariamente de las clases sociales desfavorecidas, que poseen menos capital humano y a las cuales apuntan los procedimientos de reclutamiento de soldados– puede reconstruirse muy rápidamente. Becker, Murphy y Tamura citan los casos de Alemania y Japón después de 1945 e insisten en el hecho de que no es la destrucción de su capital físico, sino la preservación de su capital humano lo que ha permitido sus «milagros económicos»: «La destrucción de capital físico y humano en tiempos de guerra tiene diferentes consecuencias, porque el capital humano es conocimiento encarnado en personas. Cuando demasiado conocimiento es destruido, una economía pierde su base para posteriores acumulaciones de conocimiento –ya sea encarnado en personas o en tecnología–, que es la esencia del crecimiento económico» (35). Becker, Murphy y Tamura no dan ejemplos para el segundo caso, pero se puede pensar en los países desestabilizados por las guerras civiles contemporáneas (Congo-Brazzaville, Congo-Kinshasa, Liberia, Sierra Leona, Angola, Afganistán) o en Camboya después del genocidio de 1975-1979, cuyos sistemas de enseñanza y de salud fueron destruidos, y cuyas elites huyeron, cuando no desaparecieron. Por otra parte, Drèze (2000) insiste sobre la significación económica del pasaje de las guerras «clásicas» a las guerras civiles: gran destructor de capital humano, el «militarismo» contemporáneo es aún más nocivo a largo plazo que sus encarnaciones anteriores. 212 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN «modernas» que privilegian una fecundidad baja. En suma, la correlación negativa entre educación y cantidad de hijos deseados está sólidamente establecida. La educación ejerce también un impacto sobre la fecundidad en un segundo aspecto: reduce la mortalidad infantil y, por lo tanto, el número de nacimientos necesario para tener una cantidad suficiente de hijos que sobrevivan hasta la edad adulta. Finalmente, la educación facilita el acceso de las mujeres a la anticoncepción y mejora la eficacia de su uso, propiciando un mejor control del número de nacimientos. El efecto más debatido en las otras ciencias sociales (que podría encontrar un eco en los modelos colectivos de parejas en las que marido y mujer negocian las decisiones que deben tomarse) es, sin embargo, la autonomía de las mujeres: las mujeres educadas estarían en condiciones de imponer sus preferencias frente a las de su marido o a las de su familia política y, por esta razón, tendrían menos hijos. Sin embargo, esta hipótesis, comúnmente admitida, es cuestionada por algunos sociólogos y demógrafos (Jeffery y Basu, 1996; Jeffery y Jeffery, 1997), especialmente en el contexto del sur de Asia: allí la educación no incitaría en absoluto a las mujeres a mostrarse más autónomas de lo que desean sus familias políticas, que les impondrían esa sumisión, y las mujeres de las comunidades de baja fecundidad no serían más autónomas que las demás. A pesar de eso, Drèze y Murthi señalan que, dados los otros aspectos posibles, no es necesario que la educación de las mujeres aumente su autonomía para que reduzca su fecundidad. Drèze y Murthi estiman, sobre datos de censos indios de 1981 y 1991 recogidos a nivel de distritos (unidades administrativas de base, alrededor de 400), una «forma reducida» comparable a la propuesta por Schultz (1997) sobre datos internacionales. La transición demográfica de la India ha evolucionado de manera muy desigual, algunos Estados han superado el umbral de renovación de las generaciones de 2,1 hijos por mujer (en 2001, el isf de Kerala era inferior a 2, los de los otros Estados del sur de la India estaban cerca de eso), otros, en particular los Estados más poblados del norte, siempre tienen isf superiores a 5. Esto reviste una gran importancia considerando el tamaño de la población y las disparidades demográficas y socioeconómicas que se perciben entre el sur y el oeste del país, por un lado, y el norte y el este, por el otro. Drèze y Murthi recalculan el isf sobre la base de las siguientes variables exógenas: educación de las mujeres, educación de los hombres (de 15 años o más), índice de pobreza, índice de urbanización, proporción de la población perteneciente a ciertas categorías desfavorecidas (poblaciones «tribales», castas bajas, musulmanes), ratio de mortalidad infantil niñas/niños en 1981 (que representa la preferencia por los hijos varones) y los indicadores de diversas regiones del año 1991. Estiman esta regresión para 1981 y 1991 separadamente, y también en conjunto para los dos años. En todas las regresiones, el efecto de la educación de las mujeres sobre el isf es significativo, negativo y de gran amplitud. Estos autores señalan también que un aumento de la proporción de mujeres adultas CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 213 escolarizadas del 26% (nivel de 1981) al 70% reduciría en 1,0 el número de hijos por mujer; hoy esta proporción es 3,2, es decir, 1,1 hijo más que el nivel de renovación de la población, 2,1: en la medida en que este efecto fuera causal, la universalización de la educación primaria podría facilitar en gran medida la terminación de la transición demográfica de India. Contrariamente, la preferencia por los hijos varones, tal como se mide aquí, tiene un impacto positivo sobre el isf, pero las otras variables de desarrollo, como la pobreza o la urbanización, no lo tienen. Los resultados de las regresiones confirman la existencia de regímenes demográficos diferentes en la India, esencialmente entre los Estados «dravidianos» del sur y la región de lengua hindi del norte, y los Estados del oeste y del este que se sitúan entre las dos. Drèze y Murthi concluyen en la importancia de desarrollar el sistema de enseñanza indio y hacerlo más accesible a las niñas, y también, de manera general, en la necesidad de implementar políticas precisas si se pretende que la fecundidad se retraiga: «La disminución de la fecundidad no es solo el subproducto de un desarrollo no dirigido: depende de la implementación de condiciones específicas que conduzcan a cambios en las metas en cuanto a fecundidad y que ayuden a los padres a alcanzar esos logros» (2001:24). Basu (2002) vuelve sobre el debate acerca del rol de la autonomía de las mujeres y genera una discusión no técnica, pero particularmente estimulante, en cuanto a los diferentes medios por los cuales la educación de las mujeres puede influir sobre su fecundidad, que toma en cuenta el aporte beckeriano (insiste sobre el arbitraje entre cantidad y calidad y retoma en términos muy imaginativos la idea de los hijos como bienes de consumo durables, en parte sustituibles por otros bienes, como molinillos eléctricos o ciclomotores), explorando medios habitualmente descuidados por los economistas. Los dos principales méritos de su análisis son, por un lado, la demostración de la diversidad de los aspectos de la educación de las mujeres que pueden actuar sobre la fecundidad y, por otro lado, la interrogación (implícita) sobre el carácter causal de esas relaciones. Como Drèze y Murthi, ella tampoco se pronuncia sobre la validez de la hipótesis según la cual la educación reduce la fecundidad al «producir» la autonomía de las mujeres, pero muestra que esta hipótesis no es plenamente compatible con la realidad de la educación recibida –especialmente por las mujeres indias que han sido escolarizadas– ni tampoco es necesaria para explicar la correlación entre educación y fecundidad. En primer lugar, el contenido de los programas y métodos de enseñanza nada hacen, en general, por promover la autonomía de las mujeres, más bien intentan inculcar valores de disciplina, paciencia y obediencia a la autoridad; los manuales escolares presentan pocos ejemplos de mujeres que tienen un dominio de su destino comparable al de los hombres y, en caso de que así sea, la falta de medios y el mal funcionamiento de las escuelas en muchos países reducirían fuertemente su impacto en relación al del entorno familiar o social. Por lo tanto, 214 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Basu sugiere que ciertos aspectos de la socialización en la escuela, como el hecho de abandonar la casa familiar todos los días para interactuar con personas de la misma edad (pero ajenas a la familia), deben desempeñar un papel importante. Podríamos agregar que las mujeres que enseñan son, a menudo, las únicas que trabajan fuera del hogar o de la granja de manera independiente de su familia o de la de su marido con las cuales las niñas pueden establecer contacto. En segundo lugar, Basu demuestra que la hipótesis según la cual el impacto de la educación de las mujeres sobre su autonomía en materia de fecundidad se juega durante la vida marital, igualando las relaciones entre los cónyuges, no es necesariamente verdadera. Según esta hipótesis, existiría un conflicto entre las preferencias de los maridos y las de las mujeres, y la educación permitiría a estas últimas hacer valer las suyas. Pero, aunque se ha comprobado que las mujeres educadas gozan de mayor autonomía en su vida cotidiana, no es seguro que gocen de una mayor autonomía «reproductiva». Para Basu, lo esencial se juega, en un principio, en el momento de la formación de las parejas en el «mercado matrimonial». En las sociedades donde existe una gran diferencia entre los niveles medios de educación de los hombres y de las mujeres y en las cuales prevalece la hipergamia (se supone que una mujer debe casarse con un hombre más educado que ella), solamente algunos hombres educados se casarán con mujeres educadas. Ahora bien, estos no son seleccionados al azar, provienen de familias cuyas preferencias en materia de fecundidad son «modernas» y corresponden a las de sus esposas y a las de las familias de sus esposas. Existe un mecanismo de selección por el cual los hombres que quieren tener pocos hijos se casan con mujeres capaces de controlar su fecundidad, es decir, mujeres educadas. Basu cita dos tipos de pruebas de ese fenómeno. Primero, algunos autores han demostrado que no existen diferencias significativas entre las preferencias de las mujeres educadas y las de sus maridos: «Es posible que la menor fecundidad de las mujeres educadas no sea consecuencia de su capacidad para oponerse a las metas reproductivas de sus maridos, sino de tener maridos que piensan como ellas» (1782). Por lo tanto, esta ausencia de diferencias no se debe a una adaptación de uno a las preferencias del otro después del matrimonio. En general, los hombres que se casan con mujeres educadas provienen de familias que también envían a sus hijas a la escuela: las familias que manifiestan una preferencia por la educación de las mujeres prefieren, al mismo tiempo, hijas y nueras educadas. Como dice Basu: «La hipótesis es que los hogares donde hijos e hijas están educados son cualitativamente diferentes de aquellos en los cuales solo los hijos son enviados a la escuela; y los hombres que se casan con mujeres educadas muy probablemente pertenezcan a los primeros» (1783). Así, la educación de las hermanas del marido tendría un mayor poder explicativo que la educación del marido mismo. La hipergamia se conjugaría con una homogamia entre los medios familiares de los cuales provienen. Además de los comentarios acerca del efecto de la educación sobre la capacidad de alcanzar el número de nacimientos previsto, el tercero de los medios CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 215 señalado por Drèze y Murthi, Basu se interesa también en los otros dos. Por un lado, en lo que respecta a la baja de la mortalidad infantil, lo que importa no es el vínculo entre la educación y el estatus relativo de la mujer (en relación a su marido): «Pueden ser precisamente los atributos más conservadores de la educación –la rutina, la disciplina, la obediencia a la autoridad que inculca– los que hacen a las mujeres educadas particularmente hábiles para mejorar las posibilidades de supervivencia de sus hijos» (1784). En efecto, mientras que la educación reduce la mortalidad infantil en general, no se observa, en la India, una relación entre esta y el diferencial de mortalidad en desmedro de las niñas (una relación que, sin duda, existiría si la autonomía de las mujeres fuera esencial). Por otro lado, la educación tiene un impacto muy fuerte sobre la cantidad de hijos deseada, independientemente de la autonomía de las mujeres. Por ejemplo, la educación facilita el acceso a los medios de comunicación modernos, que ejercen un impacto fuertemente negativo sobre esa cantidad. Ahora bien, el impacto de los medios de comunicación es ampliamente independiente de la difusión de informaciones directas y explícitas sobre el control de los nacimientos, y los medios de comunicación tienden incluso a promover una imagen de la mujer tan conservadora como la de la sociedad que reflejan. Como dice Basu: «Al propagar el atractivo del estilo de vida de las clases altas, los medios masivos de comunicación tienden a aumentar el encanto por los estilos de vida más conservadores y limitados para la mujer» (1785). El impacto de los medios masivos de comunicación radicaría más bien en la promoción más o menos explícita de modos de vida «modernos», en los cuales el costo de oportunidad de los hijos es más elevado, ya sea en términos de compra de bienes de consumo, de trabajo o de tiempo libre: «En el caso del sur de Asia, al menos, parece ser que tener más tiempo no para el trabajo (parece haber una clara relación negativa entre educación y empleo, por lo menos, en los niveles inferiores de educación), sino para el esparcimiento es lo que diferencia a las amas de casa de clase alta y casta de sus hermanas desafortunadas» (1786). Una vez más, este impacto de los medios de comunicación se adapta bien a la promoción de un fuerte conservadurismo social, en el que la autonomía de las mujeres no es considerada como un objetivo positivo o importante y en el que el modo de vida de las clases dominantes es presentado como un ideal. La educación también podría ejercer un impacto directo sobre las aspiraciones de las mujeres, análogo al de los medios de comunicación. Este análisis es muy beckeriano. En la India, una mujer educada deseará un modo de vida fundado en la posesión de muchos bienes de consumo y sabrá que tener menos hijos le permitirá alcanzar ese objetivo con más facilidad; su marido –también educado– compartirá sus preferencias, y ambos tendrán el mismo interés en tener uno o varios hijos varones en vez de mujeres, cuyo matrimonio es particularmente costoso. Basu es consciente del carácter extraño, incluso chocante, de este razonamiento para los lectores no beckerianos o anti- 216 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN beckerianos, y así lo explica: «Estamos condicionados a ver la educación como algo positivo y capaz de producir efectos solo de formas positivas o benignas, y no hay mucho de benigno o positivo acerca del declarado consumismo en nuestra opinión colectiva» (1786). In fine, el artículo de Basu lleva a interrogarse sobre la existencia de una causalidad de la educación de las mujeres sobre su fecundad, al menos en el sur de Asia. Es cierto que las mujeres educadas tienen menos hijos, y esto ocurre de manera significativa, pero las explicaciones en términos de participación creciente en el mercado laboral o de autonomía «reproductiva» frente al marido y a la familia política no son compatibles con la experiencia vivida por las mujeres educadas en los países en cuestión. La educación es, ciertamente, una condición para que las mujeres puedan controlar su fecundidad y, en este sentido, aumenta su «productividad», pero también es una «señal» para las familias que integran a las mujeres educadas en el momento de su matrimonio. Basu subraya la especificidad de las parejas en las que ambos miembros son educados y tienen aspiraciones más elevadas tanto para sus consumos como para sus hijos: son más aptas para sacar partido de las modificaciones de su entorno económico y serán menos dependientes de sus hijos adultos cuando alcancen la vejez. Hay que mencionar que aquí volvemos a encontrar la tensión entre una concepción de la educación como factor que aumenta la productividad y otra de la educación como una señal: «Lo importante es que la mayoría de estos cambios no dependen de la capacidad de las esposas educadas para hacer caso omiso de las preferencias de sus maridos ignorantes y conservadores; simplemente por casarse con ellas, sus maridos ya han demostrado que pueden ser tan “modernos” como ellas en esos aspectos, incluso aunque continúen teniendo posiciones menos modernas en otros aspectos relativos a la igualdad entre los géneros» (1788). Finalmente, los efectos de la educación sobre la fecundidad podrían igualmente ejercerse sobre las mujeres no educadas. McNay, Arokiasamy y Cassen (2003) señalan también que el uso creciente de anticonceptivos modernos por parte de las mujeres no educadas explica lo esencial de la baja de la fecundidad que se da en la India. Ahora bien, podría ser que este fenómeno se explique por los efectos de difusión de las mujeres educadas hacia las mujeres no educadas en el seno del hogar o, más ampliamente, a nivel de las comunidades. Mari Bhat (2002) también señala la existencia de este fenómeno y lo interpreta como un cambio del arbitraje entre cantidad y calidad de los hijos por parte de las parejas cuyas mujeres no son educadas: cada vez más, esas parejas eligen tener menos hijos y escolarizarlos. Los rumbos abiertos por estos dos artículos parecen particularmente pertinentes, puesto que las críticas al modelo beckeriano formuladas por demógrafos o sociólogos insisten, precisamente, en la importancia de los efectos de difusión en la transición demográfica. El nacimiento de un análisis económico y econométrico de las interacciones sociales fuera del mercado debería permitir la modelización explícita de ese tipo de efectos (Blume y Durlauf, CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 217 2000; Brock y Durlauf, 1999; Glaeser y Scheinkman, 2000). Dos aplicaciones recientes que se refieren a la fecundidad en Bangladesh y en la India han sido propuestas por Munshi y Myaux (2000) y Krishnan (2001), respectivamente; ambas se concentran en el modo en que cada pareja toma en cuenta las decisiones de otras parejas en cuanto a la adopción de métodos de anticoncepción modernos proscriptos por las normas sociales existentes. El efecto de la educación no es considerado en tanto tal, pero parece posible integrarlo al análisis: ¿cuál es la relación entre la generalización de la educación de las mujeres y los cambios de normas sociales referentes a la fecundidad? Responder a esta pregunta permitiría completar el enfoque individual usual al representar igualmente la dimensión social de la fecundidad, y evaluar el rol de la educación en la formación de las preferencias «modernas» que están en el corazón del razonamiento de Basu. En conclusión, mientras que la existencia de una correlación significativa, negativa y fuerte entre educación (esencialmente, la de las mujeres en edad de procrear) y fecundidad es uno de los principales hechos estilizados concernientes a las poblaciones de los países en vías de desarrollo, subsiste cierta ambigüedad en cuanto a la dimensión causal de esta relación. Ciertamente, el enfoque económico de la familia inspirado en los trabajos de Becker proporciona una explicación simple, fundada en el valor del tiempo que los padres, especialmente las madres, dedican a criar a sus hijos; la actual microeconomía del hogar puede, igualmente, tomar en cuenta ciertas explicaciones alternativas, como los efectos de la educación sobre la mortalidad infantil. Por estos motivos, es difícil establecer una distinción empírica entre las diferentes hipótesis y descartar con certeza la idea según la cual una parte, al menos, de la correlación se debería a factores familiares y sociales que afectan, a la vez, la educación recibida por las jóvenes y su fecundidad futura en tanto madres. La hipótesis de Basu (2002) según la cual las familias que prefieren tener una descendencia poco numerosa pero próspera enviarían a sus hijas a la escuela y, a la vez, seleccionarían mujeres educadas para sus hijos parece particularmente plausible en el contexto del sur de Asia. En ese caso, la fecundidad de una mujer no estaría determinada por los efectos de su propia educación sobre el valor relativo del tiempo que consagra a diferentes tipos de actividades, sino por las preferencias individuales y colectivas de su medio social y el de su marido (que, a su vez, pueden estar influidas por el nivel de educación de cada uno de esos medios sociales). Aquí aparece claramente el rol de los nuevos modelos de interacciones sociales: es necesario tomar más en cuenta la parte social de los determinantes de la fecundidad. Como resumen Drèze y Murthi (2001), cuatro enfoques sobre la fecundidad se han sucedido en los países en vías de desarrollo. Al miedo de la «bomba demográfica», que ha propiciado políticas de «control de la población» cuyos aspectos coercitivos pudieron haber tenido consecuencias desastrosas19, lo ha 19 Para el caso de la India, véase Jeffery y Jeffery (1997). 218 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN sucedido la esperanza de que el crecimiento económico bastaría para reducir la fecundidad: «El desarrollo es el mejor anticonceptivo». Desde los años ochenta se ha privilegiado el desarrollo de las infraestructuras sociales y el cumplimiento de los derechos de las mujeres. Hoy se expresan dudas en cuanto a este último enfoque, cuyos resultados parecen hacerse esperar; el acento se pone otra vez sobre el acceso a la anticoncepción, y la tentación coercitiva no ha desaparecido. Sin embargo, un consenso parece esbozarse entre los diferentes autores citados en esta sección: los métodos coercitivos no son éticamente aceptables, y el crecimiento económico en tanto tal no tiene efectos sobre la fecundidad. El objetivo es, más bien, ayudar a las parejas a tener la cantidad de hijos que deseen, aunque se influya sobre esa cantidad actuando sobre su entorno social y económico. La educación de las mujeres (pero también la de los hombres) tiene, claramente, un rol que desempeñar aquí, cualesquiera sean los medios por los que lo ejerza: siempre será el determinante de la fecundidad más identificado. CAPÍTULO 12 Los efectos de la educación sobre las inversiones en capital humano de las parejas L as inversiones en capital humano constituyen una de las principales aplicaciones de la economía de la familia y de los hogares o las parejas. En efecto, el capital humano de un individuo se forma, en gran medida, durante la infancia y, por lo tanto, depende del capital humano de sus padres –del cual una parte se transmite genéticamente o por la interacción con ellos durante la vida familiar–, así como de las decisiones que ellos toman, por ejemplo, en cuanto a la escolarización y el acceso a los cuidados médicos. Los beneficios que los padres esperan percibir del capital humano de sus hijos cuando sean adultos pueden revestir una gran importancia a largo plazo, en especial, en los países en vías de desarrollo, donde los sistemas de seguridad social son insuficientes o inexistentes y donde las transferencias de recursos entre hogares juegan un rol económico importante. El «mercado matrimonial» permite, igualmente, «vender» el capital humano de los hijos, en particular el de las hijas, en las sociedades donde estas abandonan a sus familias por las de sus maridos; el monto de las dotes pagado o percibido por la familia que «casa» a una joven varía notablemente en función de su educación. En los países desarrollados, las funciones económicas de esas transferencias, en general, son cumplidas por sistemas de seguridad social o mercados explícitos de créditos y seguros. En todos los países, por otra parte, los padres pueden, igualmente, invertir en el capital humano de sus hijos por altruismo (constituyendo, entonces, para ellos, tanto un bien de consumo como un bien de inversión). Como resume Schultz (2002:417): Los hijos son también importantes vehículos para la inversión de capital humano, que los padres, aparentemente, utilizan como un sustituto de la cantidad de hijos. De este modo, cuando los rendimientos de la inversión 219 220 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN en capital humano de la educación de los hijos aumentan, los padres pretenden dar a sus hijos más educación, y disminuirán también su fecundidad. La teoría y las investigaciones empíricas no dejan en claro si los padres son motivados a realizar esas inversiones en sus hijos por altruismo o a cambio de los cuidados y recursos que esperan recibir cuando sean mayores. Esta sección está consagrada a los efectos de la educación sobre las inversiones en capital humano de las parejas, que representan un tipo particularmente importante de externalidades del capital humano, puesto que tienen, evidentemente, efectos intergeneracionales importantes. Hay que mencionar, por otra parte, que todos los trabajos en esta área siguen el enfoque económico de Becker y conciben la educación esencialmente como un conjunto de competencias cognitivas que forman parte del capital humano; los trabajos recientes sobre los determinantes comportamentales de los salarios, por ejemplo, no parecen todavía tener equivalente en ese campo (en economía, obviamente). La primera parte está dedicada a los efectos de la educación de los padres sobre la de los hijos; la segunda, al vínculo entre la educación de un individuo adulto y su propia salud. Finalmente, la tercera aborda los efectos sobre la salud de sus hijos. Educación de los padres y educación de los hijos Strauss y Thomas (1995) presentan una síntesis de trabajos sobre las inversiones en capital humano de las parejas en los países en vías de desarrollo, y prestan una gran atención al impacto de la educación de los padres1. En la introducción, subrayan que el desarrollo de este campo de investigación desde comienzos de los años ochenta ha sido muy rápido y ha estado favorecido por la búsqueda de un gran número de bases de datos más detalladas que las que existían anteriormente y por la integración de los aportes de las teorías económica y econométrica, por un lado, y de los estudios empíricos, por el otro. Debemos distinguir dos tipos principales de modelos. Las «funciones de producción» se concentran sobre el impacto de los inputs que participan directamente en la «producción» de capital humano. Por ejemplo, el peso de un niño al nacer es «producido» por la edad de su madre, la cantidad y la calidad de los cuidados prenatales que ella haya recibido, y la incidencia de comportamientos que afectan el desarrollo del feto, como el consumo de tabaco o alcohol. Los resultados escolares son «producidos» por las características de las escuelas y de los padres que influyen directamente sobre el proceso de aprendizaje (por ejemplo, las condiciones en las que un niño puede aprender en su casa). Las funciones de producción son relaciones técnicas por esencia, y la educación de los padres no 1 Véanse también, sobre la educación, Schultz (1988) y, sobre la salud, Behrman y Deolalikar (1988). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 221 forma parte, necesariamente, de los inputs a tener en cuenta. Por el contrario, las parejas eligen los niveles de inputs a utilizar en función de sus características y, especialmente, su educación. Por lo tanto, podemos abstraernos de la función de producción y estimar, simplemente, el impacto de las características del hogar –por ejemplo, la educación de los padres– sobre la adquisición de capital humano. Así, se obtienen «formas reducidas», del mismo modo que para la fecundidad. Strauss y Thomas señalan que muchos estudios mencionan correlaciones muy fuertes entre la educación de los padres y la educación y la salud de los hijos, por un lado (ya se trate de la escolarización, de la mortalidad infantil o de medidas antropométricas), y la educación de un individuo y su salud, por el otro. La dificultad reside, una vez más, en la interpretación de los resultados, que pueden simplemente reflejar el efecto de características no observadas de la pareja, más que el del capital humano. Se han desarrollado dos enfoques empíricos, uno consiste en incluir un mayor número de variables pertinentes y el otro, en utilizar métodos econométricos que permitan eliminar el impacto de las características constantes de las parejas. Strauss y Thomas concluyen que, en lo esencial, el impacto de la educación de los padres representa bien el de su capital humano, pero que las razones por las cuales existe son, aun en la actualidad, poco conocidas: «Creemos que, a fin de cuentas, la evidencia indica que el entorno familiar es importante, pero los efectos estimados de la educación representan, al menos en parte, los efectos reales de la escolarización per se. Así, la identificación de los caminos o las influencias sigue siendo un asunto importante y ampliamente irresuelto» (1921). Strauss y Thomas citan algunos estudios que muestran un impacto positivo de la educación de los padres sobre la de los hijos: los de Lillard y Willis (1994) para Malasia, Deolalikar (1993) para Indonesia, y Parish y Willis (1995) para Taiwán, y concluyen que: «Hay abundante evidencia acerca de que los logros escolares de los hijos, en particular la cantidad de años de escolaridad y la inscripción actual en la escuela, están positivamente correlacionados con la educación de sus padres» (1995:1923). Entre los trabajos que tratan sobre los países desarrollados, podemos citar a Rosenzweig y Wolpin (1994), quienes utilizan datos sobre hermanos y hermanas para estimar el impacto de la educación de las madres sobre los resultados escolares de sus hijos. Sostienen que las madres que prolongan sus estudios entre dos nacimientos mejoran los resultados escolares de sus hijos más pequeños sin que los de los niños ya nacidos se deterioren. Inversamente, Behrman y Rosenzweig (2002) concluyen que buena parte de la relación entre la educación de las madres y la de los hijos se debe al emparejamiento selectivo en el «mercado de matrimonio» –y, por ende, más al ingreso del padre que a la educación de ambos padres–, así como a la transmisión intergeneracional de las «competencias innatas». Por otra parte, las madres más educadas tienen un costo de oportunidad del tiempo pasado en «producir» la educación de sus hijos más ele- 222 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN vado, lo que podría, en parte, compensar los efectos positivos de su educación. Señalemos la importancia de las diferencias de contexto entre países desarrollados y en desarrollo: en los países desarrollados, los niveles de educación y los índices de actividades medias de las mujeres son netamente más elevados y, en consecuencia, los rendimientos de la educación de las madres, menos decisivos que en los países en vías de desarrollo. Por ejemplo, en la India rural, son mayormente las mujeres no educadas y más pobres quienes participan en los estratos más duros del mercado del trabajo (por ejemplo, como jornaleras), mientras que las mujeres que pertenecen a medios sociales favorecidos están protegidas de esa forma de trabajo mercantil, aunque confinadas a la producción doméstica; sus hijos se benefician, entonces, de su capital humano y de interacciones más intensas con ellos. Educación y salud de los adultos Según Strauss y Thomas (1995), los trabajos que abordan los efectos de la educación de los adultos sobre su propia salud en los países en vías de desarrollo son menos abundantes que aquellos que abordan la educación y, sobre todo, la salud de los niños. En general, la educación ejerce un impacto positivo y significativo. Inversamente, existe cierto número de trabajos que tratan sobre los países desarrollados, en particular, Estados Unidos. El modelo teórico utilizado en esos trabajos –que se aplica igualmente al análisis del impacto de la educación de los padres sobre la salud de sus hijos– es el de Grossman (1972 y 1975), que distingue los efectos de la educación sobre la «eficiencia locativa» y la «eficiencia productiva» en la «producción» por parte de un adulto de su salud. En el primer caso, la educación favorece el acceso a la información médica y su comprensión: los individuos más educados sabrán repartir mejor sus recursos entre los diferentes inputs de la función de producción de salud. En el segundo caso, la educación aumenta la capacidad de los individuos de producir salud, con información constante; por ejemplo, haciendo mejor uso de las visitas al médico o de los medicamentos. Por otra parte, siguiendo a Fuchs (1982), algunos trabajos han demostrado la existencia de un vínculo negativo entre la preferencia por el presente y la producción de la salud: las personas que atribuyen menor importancia al futuro se cuidan menos o lo hacen peor. Ahora bien, el índice de preferencia por el presente ya no se considera como un parámetro exógeno, sino como una variable endógena que puede ser afectada, entre otras cosas, por la educación (Becker y Mulligan, 1997), que podría así influir sobre la salud. Leigh (1998:365) subraya la importancia potencial de este tercer tipo de efecto: «De ser así, entonces, los beneficios de la educación pueden ser aún mayores de lo que comúnmente se cree». Grossman y Kaestner (1997) proponen una síntesis de los trabajos existentes que muestran una correlación positiva muy fuerte entre la educación y la salud CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 223 de los adultos, que persiste incluso si se tienen en cuenta diversas características socioeconómicas, como el ingreso y la «raza», y se encuentra para una gran cantidad de medidas de la salud. Esta correlación ha sido puesta en evidencia, para el caso de Estados Unidos, por Kitagawa y Hauser (1973) y abundantemente confirmada desde entonces (Christenson y Johnson, 1995; Deaton y Paxson, 1999; Elo y Preston, 1996, y Rogers, Hummer y Nam, 2000). Lleras-Muney (2002) vuelve sobre la relación entre la educación y la mortalidad de los adultos en Estados Unidos, insistiendo también en la necesidad de distinguir claramente correlación y causalidad. En efecto, además de las hipótesis mencionadas más arriba, es posible que exista una causalidad inversa («Una salud débil tiene como consecuencia poca educación») o que variables no observadas, especialmente las características genéticas o del entorno familiar, determinen, a la vez, la educación y la salud. El artículo de Lleras-Muney se inscribe en el conjunto de trabajos recientes que utilizan los cambios de las leyes sobre la escolarización obligatoria y el trabajo de los niños durante el siglo xx en los Estados Unidos como «instrumentos» de la educación. Usa los datos obtenidos en los censos de 1960, 1970 y 1980 referidos a los individuos de 14 años entre 1915 y 1939, y calcula los índices de mortalidad de cada cohorte entre dos censos. El efecto causal de la educación sobre la mortalidad estimada se revela aún más importante que lo que permiten suponer los trabajos precedentes: un año adicional de educación reduciría la probabilidad de morir en los diez años siguientes en un porcentaje de 1,3 a 3,6 puntos, según el método de estimación utilizado. En 1960, un año adicional de educación aumentaba la esperanza de vida en 1,7 hasta los 35 años. Educación de los padres y salud de los hijos A juzgar por el texto de Strauss y Thomas (1995), la salud parece haber sido objeto de un número mayor de estudios que la educación. En primer lugar, existe un lazo muy fuerte entre la educación de la madre y la mortalidad infantil puesto en evidencia por Caldwell (1979) para Nigeria y confirmado en numerosos estudios, especialmente los de Rosenzweig y Schultz (1982), para la India. Este impacto persiste si se tiene en cuenta igualmente el ingreso de la pareja, los bienes productivos que posee, su lugar de residencia y su entorno (acceso al agua corriente, saneamiento): no es solamente el reflejo de aquello que los hijos de madres educadas viven en circunstancias más favorables. Estos trabajos han contribuido a establecer la existencia de un impacto positivo de la educación sobre la productividad doméstica, y no solamente sobre la productividad mercantil, así como el rol crítico desempeñado por las mujeres en materia de salud de los hijos. De manera general, el impacto de la educación de las madres es más importante que el de la educación de los padres. 224 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN En segundo lugar, la educación de las madres también tiene un impacto positivo sobre las medidas antropométricas de los niños, especialmente la «altura por edad» (height for age), que es un buen indicador del desarrollo del niño a largo plazo. Thomas, Strauss y Henriques (1990) demuestran que, en el nordeste brasileño, en los medios urbanos, los niños cuyas madres han completado la escolaridad primaria son 2,5% más altos que los hijos de madres analfabetas. Otros estudios obtienen resultados comparables, consistentes con la inclusión de variables como la altura de los padres –que es, en parte, transmitida genéticamente, pero representa también las inversiones en capital humano hechas por los abuelos durante la infancia de los padres– o las características de los abuelos. Aquí también el coeficiente asociado a la educación, no solamente el de los recursos de la pareja en general, representa bien el efecto del capital humano. Thomas, Strauss y Henriques incluyen progresivamente diversas mediciones del ingreso (ingresos fuera del trabajo, gastos por persona), lo cual no tiene ningún efecto sobre el coeficiente de la educación de la madre sobre la «altura por edad» de los hijos, aunque reduce de un cuarto a un tercio el de la mortalidad infantil y un tercio los coeficientes de la educación del padre. En todos los casos, los coeficientes de la educación siguen siendo significativos: «Esto sugiere fuertemente que, al menos en Brasil, el efecto de la educación de ambos padres actúa por encima y más allá del efecto de los ingresos. Esto es consistente con el hecho de que ambos padres desempeñan un rol activo en la producción de la salud de los hijos» (1990:1927). En tercer lugar, la educación de los padres (y, nuevamente, en especial la de las madres) afecta los inputs de la función de producción de salud de los hijos: cantidad de visitas prenatales al médico, probabilidad de obtener cuidados para el bebé y vacunación para la madre, calidad de los cuidados2. Como mencionan Strauss y Thomas (1995), los trabajos que citan suministran poca información en cuanto a los canales por los cuales la educación de los padres afecta la salud de los hijos. Por otra parte, mientras que algunos utilizan métodos econométricos que permiten tener en cuenta características no observadas de las parejas, no utilizan el enfoque cuasi experimental, cuyo auge es posterior; en este sentido, la síntesis de Strauss y Thomas está algo caduca. Currie y Moretti (2002) señalan que pocos trabajos prestan suficiente atención a la estimación de verdaderas relaciones de causalidad. Citan los artículos de Desai 2 Por su parte, Wolfe y Behrman (1987) consideran que la educación de las madres tiene un impacto negativo sobre la probabilidad de amamantar que resultaría de un costo de oportunidad más elevado del tiempo dedicado a esa tarea. Currie y Moretti (2002), por su parte, citan algunos trabajos que sugieren que la participación de las madres en el mercado laboral tiene un impacto negativo sobre los niños, pero señalan que la existencia de una relación de causalidad no está establecida: es difícil tener en cuenta la endogeneidad de la actividad de la madre (las mismas características de la madre pueden explicar, al mismo tiempo, su actividad y las particularidades estudiadas de los niños), y los resultados difieren según la edad, el género y otras características de los niños que se estudian. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 225 y Alva (1998), según quienes el impacto de la educación de la madre pasa, en lo esencial, por el «mercado de matrimonio» (cuanto más educada es la madre, más lo es el padre y tiene ingresos altos), y Thomas, Srauss y Henriques (1991), que demuestran que la educación de las madres favorece su acceso a los medios de comunicación y, a partir de allí, a la información sobre la salud de los hijos. Los trabajos sobre los países desarrollados parecen mucho menos abundantes que los referidos a los países en vías de desarrollo: «En resumen, hay increíblemente poca evidencia disponible acerca de si el aumento de la educación de la madre, en un país como Estados Unidos, tiene un efecto causal sobre la salud de los niños» (Currie y Moretti, 2002:6). Currie y Moretti estudian los efectos de la educación de las madres estadounidenses sobre la incidencia de la prematuridad y el bajo peso en los recién nacidos. Utilizando los datos Vital Statistics Nataly de los años 1970 a 1999, demuestran que esa incidencia es más débil entre los hijos de las mujeres que habían efectuado estudios superiores. Se interrogan acerca de las variantes que sostienen la relación entre la educación de las madres y el capital humano cuando nacen sus hijos. Para empezar, al tener ingresos más elevados, las mujeres más educadas tienen un mejor acceso a cuidados prenatales de calidad. Luego, este efecto se refuerza con el emparejamiento selectivo en el «mercado matrimonial» (las mujeres más educadas tienen maridos más educados). En tercer lugar, la educación puede tener un impacto directo sobre los comportamientos de las madres, que pueden afectar la salud de sus hijos al nacer; en particular, Currie y Moretti muestran que la educación afecta negativamente la probabilidad de fumar durante el embarazo. Finalmente, el arbitraje entre cantidad y calidad de los hijos siempre puede pesar en el contexto estadounidense. Currie y Moretti proponen dos métodos empíricos para identificar las partes de la correlación entre educación de las madres y salud de los hijos al nacer, que se deben a cada una de esas potenciales relaciones de causa-efecto. Primero, utilizando la estructura temporal de sus datos, se interesan en el impacto de variaciones del nivel de educación de las madres entre los nacimientos sobre las variaciones de las características de sus hijos. En segundo lugar, utilizan datos sobre las aperturas de establecimientos de enseñanza superior breve (ciclos de dos y cuatro años) en cada región entre 1949 y 1990 como «instrumento» de la educación de las madres: el efecto de la educación medido es, esencialmente, el de las diferencias de acceso a la educación superior entre distintas cohortes de mujeres que han dado a luz durante el mismo año en la misma región. La validez de este tipo de instrumento depende, evidentemente, del hecho de que la creación de esos establecimientos no ha sido la respuesta a un crecimiento de la demanda de educación, sino que la ha generado; Currie y Moretti presentan una serie de resultados que sugieren que esto ha sido efectivamente de esa manera. Los resultados de las dos series de estimaciones son muy similares: la educación reduce la frecuencia de nacimientos prematuros y la insuficiencia de peso; 226 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN al aumentar la probabilidad de que la madre sea casada y de que su marido tenga un alto nivel de educación, mejoran los cuidados prenatales, se reduce la incidencia del tabaquismo durante el embarazo y se obtiene un impacto negativo sobre el número total de hijos: Nuestras estimaciones sugieren que el incremento de la educación de las madres en los últimos treinta años ha tenido grandes efectos positivos sobre las metas de natalidad. Estimamos que un año adicional de educación reduce el índice de nacimientos de bajo peso en aproximadamente un 10%, y el de nacimientos prematuros en un 6%, en promedio. Estos efectos se presentan porque la educación afecta los comportamientos de la madre (por ejemplo, al reducir el tabaquismo en más del 30%); aumenta sus ingresos, distendiendo, posiblemente, las limitaciones presupuestarias; mejora el mercado matrimonial de las mujeres; y reduce la fecundidad (34). QUINTA PARTE Política CAPÍTULO 13 Educación y comportamientos electorales A unque se haya interesado muy poco en «la escuela» –a causa de un reparto implícito de tareas que reservaba ese objeto a la sociología y también a causa de su focalización básica en objetos habitualmente etiquetados como «políticos» (Damamme y Willemez, 1995)–, la ciencia política ha abordado el problema de los efectos de la educación desde el momento en que trata de comprender los determinantes sociales de la participación política y, especialmente, del voto, objeto central en su constitución como disciplina (Ihl, 2000). Entonces, recurrió casi sistemáticamente a modelos de explicación que incluyen –entre otras variables, como la categoría socioprofesional (csp), el nivel de ingreso, el nivel de patrimonio, el género, la edad, la religión, etc.– el nivel de instrucción, el nivel de diploma, la edad de finalización de los estudios, el nivel cultural como factores que permiten medir aproximadamente el efecto de la educación sobre la participación política. La complejidad de esta medición se debe a que los modelos hacen intervenir factores que guardan una correlación entre ellos –por ejemplo, el nivel de diploma determina el acceso a ciertas posiciones del mercado laboral y, por ende, condiciona la variable csp–, lo cual dificulta la identificación del peso predictivo respectivo. Es evidente que la ciencia política no ha considerado como un objeto válido el problema de los efectos de la educación sobre la politización (con la notable excepción de Gaxie (1978), aunque este autor lo ha hecho desde un punto de vista teórico muy definido). En consecuencia, debemos optar por una presentación que, en primer lugar, despeje el conjunto de los determinantes de la participación política (entre los que se encuentra el nivel de diploma). En efecto, aislar de entrada el efecto de la educación, suponiendo que sea posible, solo habría producido poca inteligibilidad de los mecanismos complejos por los cuales la educación, en correlación con otros factores, determina de manera bastante precisa las formas y la intensidad 229 230 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN de la participación política. Hay que mencionar también que, en cuanto los trabajos lo permiten, cierto número de efectos propios de la educación son identificados. Una vez que esto sucede, se presenta una paradoja insoslayable: ¿cómo explicar (para los últimos veinte años) el alza concomitante de la abstención y del nivel general de escolarización? Los paradigmas de la «ciencia del voto» No sería útil aquí debatir acerca de qué se entiende, concretamente, por «participación política». Sin embargo, podemos recordar que, durante mucho tiempo, esta noción ha abarcado juicios implícitos inspirados en la teoría clásica de la democracia, para la cual el voto constituye el único canal legítimo de expresión política y el eje de algunas prácticas «convencionales», es decir, «legítimas», como la de discutir sobre política, manifestar públicamente las opiniones, responder a las encuestas de opinión, tomar contacto con un político, adherir a un partido, financiar un partido, tomar parte en una campaña electoral, etc. Esta teoría, calcada sobre las prácticas y las normas de los grupos dominantes (Lagroye, 2002; Matonti, 1996), relegaba como «no convencionales» y descalificaba como «contestatarias» las prácticas de grupos dominados y desprovistos de acceso cotidiano a la dirección de los asuntos públicos, como peticionar, manifestarse, militar, sindicalizarse, boicotear, hacer huelga, ocupar instalaciones, hacer huelgas de alquileres en complejos habitacionales estatales, bloquear calles, escribir consignas en las paredes y, más raramente, atentar contra bienes o personas, etc. (Memmi, 1985). Si bien las definiciones de «participación pública» siguen siendo múltiples (Braud, 1992; Lancelot, 1974; Denni, cit. en Mayer y Perrineau, 1992; Leca, 1989), tienen en común, cada vez más, que se liberan de la distinción legitimista convencional/no convencional, y se entiende, entonces, por «participación política» una extensa gama de prácticas que van desde el voto hasta las movilizaciones colectivas. Sin embargo, es esencialmente respecto al objeto «voto» y sus conceptos relacionados (interés por la política, etc.) que existen trabajos que han planteado el nivel de educación como variable explicativa –además de otras variables– y han intentado evaluar su peso predictivo. Nos concentraremos aquí en esas investigaciones que pertenecen a la «ciencia del voto» (Ihl, 2000). Esta «ciencia del voto» nace en Estados Unidos, en la Universidad de Columbia, en los años cuarenta. La investigación realizada por el equipo de Lazarsfeld sobre los electores de un condado de Ohio durante la elección presidencial de 1940, que pretendía poner a prueba el efecto de la campaña electoral sobre la estructuración del voto, observa que este es casi nulo, y demuestra, por el contrario, que el voto admite como principales factores predictivos el estatus socioeconómico, la religión (protestante/católica) y el lugar de residencia (ciu- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 231 dad/campo). Así, el elector republicano tiende a ser protestante rural y de estatus elevado, el elector demócrata tiende a ser católico, urbano y de estatus social inferior (Lazarsfeld, Berelson y Gaudet, 1944). Al poner el acento sobre los determinantes sociológicos del voto, esta «revolución conductista» (Ihl, 2000) es rápidamente combatida por la «escuela de Michigan», de inspiración más psicosociológica. Esta última explica la orientación electoral y su estabilidad en el tiempo como el producto, ante todo, de la «identificación partidaria», afectiva más que racional, transmitida por la familia y reforzada con la edad (Campbell, Converse, Miller y Stokes, 1960). En esos dos paradigmas, si el nivel de educación aparece como variable explicativa está encubierto detrás del estatus socioeconómico (paradigma conductista) o desplazado hacia la socialización familiar y no hacia la escuela, que es lo que aquí nos interesa. En verdad, el efecto de la educación es, de hecho, poco pensado hasta entonces. Se lo toma en cuenta –paradójicamente, como veremos– en los años setenta, siempre en Estados Unidos, con un tercer paradigma, que compite con los dos primeros: el paradigma utilitarista del elector estratega del voto «coyuntural» (issues). Al constatar el ascenso de un electorado «independiente» (ni republicano, ni demócrata) –inferior al 20% hasta principios de los años cincuenta, alcanza el 40% en 1974–, la decadencia de la identificación partidaria –nomadismo electoral (Ihl, 2000) caracterizado por desplazamientos de votos republicanos y demócratas– y la de la capacidad de la familia para transmitir de manera duradera sus preferencias partidarias, al constatar, sobre todo, que estos fenómenos están acompañados por una elevación del nivel de educación de los electores estadounidenses (Inglehart, 1977), Nie, Verba y Petrocik (1976) lanzan la idea de la emergencia de un «nuevo elector» estadounidense: más educado y menos determinado por su estatus socioeconómico y sus pertenencias religiosas, estaría a la vez menos comprometido con la «identificación partidaria» transmitida por la familia; al ser más educado, realizaría sus elecciones electorales de manera racional e individualista, en función de lo que se juega (issues) políticamente. Este paradigma ha dado origen a modelos muy diferentes. El primero, de inspiración economista (Downs, 1957), asimila al elector a un consumidor que opera en las urnas un cálculo de utilidad (qué partido puede satisfacer los propios intereses (Tullock, 1972)). Otra corriente, menos estrictamente utilitarista, desarrolla trabajos inspirados más bien en la noción de «racionalidad limitada» (Simon, 1983). Más allá de sus diferentes modelos, ese paradigma utilitarista, reunido bajo la etiqueta de «teoría de la elección racional» (rational action theory), representa hoy casi la mitad de los textos publicados por la ciencia política estadounidense (Ihl, 2000). La consideración por parte de ciertos trabajos del nivel de educación es paradójica: si bien la elevación del nivel de educación es mencionada para apoyar la idea de un elector más estratega y consciente –en definitiva, menos determinado por lo social–, el análisis a menudo se detiene allí, sin evaluar la relación de causalidad entre el nivel de diploma, desigualmente distribuido en la sociedad, y el 232 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN nivel de racionalidad individualista de la preferencia electoral. Ninguna verificación empírica fina se ha hecho de la idea –sobreentendida por el modelo– de que los más educados son también los más racionales. Estos tres paradigmas han irrigado de manera muy diferenciada la ciencia electoral francesa. El paradigma utilitarista, fortalecido por su posición privilegiada en el seno de la ciencia política internacionalmente dominante y por el prestigio simbólico siempre asociado en Francia a la convocatoria de referencias estadounidenses, ha creado émulos en razón de los hechos electorales acaecidos en los años ochenta, al no encontrar explicaciones evidentes en los modelos explicativos ya existentes en Francia. Habert y Lancelot (1988 y 1996), al constatar la volatilidad electoral en Francia en los años ochenta, así como el ascenso de la abstención, esbozan el retrato de un nuevo elector, más «racional», que representa el 10% del electorado: joven, cultivado, centrista, ha pasado al menos una vez de un campo a otro durante las elecciones legislativas de 1986, las presidenciales de 1988 y las legislativas de 1988. Algunos investigadores van a explicar, entonces, el fenómeno convocando la noción de elector estratega que vota teniendo en cuenta la coyuntura del momento, y agregando el paradigma utilitarista estadounidense a la sociología de Raymond Boudon (Lavau, 1986). De hecho, la ciencia política francesa, obligada, por su posición dominada, a posicionarse en relación a su homóloga estadounidense (Politix, 1997 y 1998), ha resistido fuertemente el paradigma utilitarista (Blondiaux, 1996; Lehingue, 1997 y 1998; Mayer, 1986). La atención dedicada a las variables sociológicas «duras», como la csp, el nivel de diploma, la edad, el género, la religión, así como la orientación político-ideológica –atención más bien heredada, si fuera necesario encontrar una filiación estadounidense, de los paradigmas de Columbia y Michigan (Gaxie, 1982)– sigue siendo predominante y describe, más allá de la diversidad notable de las preferencias y de las interpretaciones teóricas (Cevipof [Centro de Investigaciones en Ciencias Políticas], «escuela bourdieusiana»), una suerte de modelo explicativo general del comportamiento electoral y de la participación política. A partir de ahora, es necesario poner en evidencia los contenidos de este modelo. Nivel de educación y participación política: un peso predictivo variable Nivel de educación y participación electoral La participación electoral representa la forma más valorada de la participación política (Lagroye, 2002). En efecto, es depositaria del mito republicano del elector abstracto liberado de cualquier compromiso. Ese mito y ese modelo han sido impuestos como norma a fines del siglo xix en Francia por el personal polí- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 233 tico republicano salido de las capas medias de la sociedad (maestros, abogados, etc.) luego de una larga lucha (Deloye e Ihl, 1991; Deloye, 1997; Offerlé, 1993 y 1999; Gaxie, 2000) contra la dominación de notables mucho mejor dotados para conquistar los sufragios de electores aún cautivos de una concepción del voto que hacía de este el soporte de una transacción entre lealtad política y obtención de bienes materiales (banquetes, derechos de pastura, correo, etc.). Solo tardíamente este modelo de elector abstracto y liberado, que vota por programas políticos (bienes invisibles) y no por bienes divisibles y materiales, ha encontrado una traducción en dispositivos materiales y rituales de ruptura con sus compromisos sociales y locales. Así, es necesario esperar a 1913, en Francia, para que el cuarto oscuro, la normalización de las boletas y la introducción de un sobre que oculta la boleta de la vista de los integrantes de las mesas se impongan por ley (Garrigou, 1988 y 1992). Este ideal de un elector abstracto se naturalizó luego en los discursos sobre la democracia, convirtiéndose en una evidencia inmediatamente cuestionada por los partidos socialistas, que veían en él una manera que tenían las elites de conminar a la ruptura del voto de clase. Sin embargo, lejos del ideal democrático, todos los estudios «conductistas» estadounidenses y franceses constatan la desigual distribución social de la participación electoral. El acto de inscribirse en listas electorales y votar responde, de hecho, a factores sociológicos que estos estudios han pretendido demostrar. Los estudios han razonado a contrario sensu para despejar los factores explicativos de la participación electoral. De este modo, se fijaron por objetivo analizar la falta de inscripción en las listas electorales, así como la abstención, cuya suma define la falta de participación en las elecciones. Desde los años cincuenta, aparece la idea de que la abstención es un fenómeno suficientemente recurrente como para convertirse en objeto de investigación por derecho propio. Aunque se la deplora como una patología no conforme al ideal democrático del civismo electoral o es rechazada por la derecha política, que la asimila a un fenómeno que deja un espacio libre a los activistas (Matonti, 1996), se convierte en objeto de ciencia a partir de 1962 (Vedel, 1962; Lancelot, 1968). Este interés continuará después, debido a la constatación de que los participantes sistemáticos de las elecciones –los que están inscritos y votan regularmente– solo representan la mitad del cuerpo electoral potencial en Francia, menos en el Reino Unido y mucho menos en Estados Unidos (Lagroye, 2002). Nivel de estudio y falta de inscripción en las listas electorales Las variables sociológicas, en especial la edad y el nivel de diploma, son determinantes para explicar el fenómeno de la falta de inscripción, que abarca, en promedio, cerca del 10% del electorado potencial en Francia (Morin, 1983). La baja representación de los jóvenes en las listas electorales es constante: 25% de los que tienen 18 o 19 años y 18% de los que tienen entre 20 y 24 años no están 234 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN inscriptos, contra un promedio de 9% de electores de todas las edades y de 2% para los mayores de 65 años. En la base de esta autoexclusión de las elecciones, estaría la movilidad geográfica debida a los estudios, a la búsqueda del primer empleo y al servicio militar (para los hombres jóvenes), pero también la anomia familiar (la juventud como tiempo indeterminado situado entre dos pertenencias fuertes a la familia de origen y a la que el joven formará más tarde (Mauger, 1998)). Sin embargo, solo hay que considerar la edad como un factor predictivo en función de las situaciones sociales que abarca. El nivel de diploma es, en este sentido, discriminador: la falta de inscripción es más fuerte en el grupo de jóvenes que tiene menos cantidad de diplomas, en los jóvenes con menor inserción en el mercado laboral (desocupados, con empleos temporales o precarios); los más expuestos son los aprendices de carnicero y panadero entre 18 y 24 años (Lagroye, 2002). La otra variable predictiva de la falta de inscripción es la situación profesional, sabiendo que es conveniente que se vea allí el peso del nivel de diploma, puesto que este determina las condiciones de acceso al mercado laboral y el tipo de empleo. Así, para cualquier edad que se considere, los que tienen menos diplomas y, correlativamente, ingresos más bajos son los que menos se inscriben en las listas electorales. Por el contrario, y con coherencia, los maestros y profesores, los profesionales liberales, los cuadros de la función pública, los ejecutivos y los jefes de empresas presentan los índices más elevados de inscripción, superiores a la media (Héran y Rouault, 1995). Debemos señalar que la variable «género» parece haber sufrido una inversión de la tendencia: mientras que en los años cincuenta las mujeres se inscribían menos que los hombres –representaban el 53% de los electores potenciales y el 60% de los no inscriptos (Dogan y Narbonne, 1955)–, en las elecciones de 1995 se inscribieron más que los hombres (alrededor de 8% de no inscriptas contra 11% de no inscriptos) (Héran y Rouault, 1995b). Si bien el peso predictivo del nivel de diploma –y de la situación profesional que este determina en gran medida– se verifica netamente, conviene siempre recordar que existen otros factores de la falta de inscripción que permiten designar el grado de integración social como factor principal de esta primera forma de la participación política que es la inscripción en las listas electorales. A partir de encuestas del Observatorio Interregional de Política (oip), que preguntan a 12 500 personas si están o no inscriptas en las listas electorales, Annick Percheron observa que, además de la capacidad social adquirida por el diploma, la madurez y la posición en el mercado laboral, la pertenencia a grupos o a colectivos vectores de integración social es, secundariamente, determinante (Percheron y Rémond, 1988). Esto se ve, por ejemplo, en los jóvenes en 1986: si bien el 52% de los jóvenes entre 18 y 19 años de padre extranjero están inscriptos, la proporción cae al 38% entre los jóvenes de la misma edad, pero de padre francés; si bien el 21% de los jóvenes católicos practicantes entre 18 y 19 años de edad declaran no estar inscriptos en las listas electorales, esta proporción asciende al 41% entre los jóvenes de esa misma edad católicos no practicantes CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 235 y al 37% entre los que no profesan ninguna religión; los jóvenes no inscriptos provienen más bien de los medios urbanos que de los rurales; las regiones de emigración tienen índices de no inscripción (en 1955) inferiores a los de las regiones de inmigración, lo cual explicaría que el índice de no inscripción sea casi sistemáticamente inferior o igual al 5% al oeste de la línea Caen-Saint Étienne-Montpellier, mientras que a menudo sobrepasa el 6% al este de esa línea, con picos en París, Bouches-du-Rhône y el norte del país (geografía estable desde 1877 (Dogan y Narbonne, 1955)). Otra encuesta de referencia, realizada sobre el electorado potencial de Grenoble, confirma la predictividad de las variables sociológicas (edad, csp, diploma, práctica religiosa) y muestra el efecto compensador del nivel de diploma: los poseedores de un diploma superior o igual al baccalauréat tienden, desde los 25 años, a compensar rápidamente las desventajas de su juventud para alcanzar un índice de no inscripción inferior al promedio de todas las edades; capacidad intelectual y diploma –que significa también el acceso a posiciones valoradas en el mercado laboral– se revelan como poderosos correctivos de la desventaja social que representa la edad (Bréchon y Cautrès, 1987). Existen otros correctivos, como la condición de ser empleado público, más inscripto en la listas electorales que el privado, la posesión de un patrimonio (Capdevielle y Dupoirier, 1981), que refuerza y orienta la participación electoral, o la posesión de una vivienda que, cualquiera sea el género, la profesión o el diploma, conduce a la inscripción en esas listas, hecho verificado en las elecciones presidenciales de 1995, donde los propietarios que no estaban inscriptos eran alrededor del 9%, contra el 15% de los locatarios (Héran y Rouault, 1995b), lo cual se interpreta habitualmente como el efecto de una identificación territorial por el estatus de propietario (Bréchon y Cautrès, 1987). Finalmente, la politización –en el sentido de un fuerte interés por la política– tiende a corregir en parte las desventajas sociales. Nivel de estudio y abstención Si bien la medición de la abstención propiamente dicha plantea problemas metodológicos (Subileau y Toinet, 1989), esto no quita que la distribución social de la abstención obedezca a las mismas reglas que la distribución social de la no inscripción (Lagroye, 2002). Una escasa integración a la sociedad explica, en lo esencial, la abstención (Lancelot, 1968) (constatación e interpretación que remiten al análisis durkheimiano de los factores que predisponen al suicidio). La abstención aumenta con la ausencia de diplomas, la inestabilidad y el deterioro del estatus social, la mediocridad de los ingresos, y la movilidad geográfica (Lagroye, 2002). El efecto corrector del nivel de diploma aparece cuando se toma como objeto la variable de la edad. Aunque ser «joven» (18 a 25 años) o «viejo» (desde los 70 años para los hombres y 59 para las mujeres en el medio urbano, desde los 59 años para hombres y mujeres en el medio rural) predispone 236 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN a la abstención, como el hecho de ser mujer –las mujeres son más abstencionistas que los hombres (un promedio del 8%), sobre todo, cuando no hay integración familiar, como es el caso de las viudas y las solteras–, las variables de la edad y del género son menos predictivas porque se compensan con un nivel de diploma elevado y una integración por el trabajo. Las mujeres activas participan más que las inactivas (Mossuz-Lavau y Sineau, 1983), al igual que los obreros calificados en relación a los no calificados. Otro correctivo: la pertenencia comunitaria o religiosa. Así, mientras que los obreros no calificados se abstienen más que cualquier otra csp (el 27% no ha participado en las elecciones presidenciales de 1995, sumando a los no inscriptos y a los abstencionistas) –con excepción de los desocupados: el 31% no ha votado en 1995 (Héran y Rouault, 1995b)–, se observa una tendencia para el conjunto de los obreros: la abstención disminuye cuando viven en un barrio obrero. Igualmente, la pertenencia religiosa, con excepción del protestantismo, conduce a votar, al igual que la inserción en una sociabilidad local (la abstención es menor en el medio rural –con excepción de los lugares aislados, lo cual fortalece el análisis– que en las ciudades, y los agricultores están particularmente protegidos por esto: solamente el 9% de los grandes propietarios –entre no inscriptos y abstencionistas– no ha participado en las elecciones presidenciales, contra el 12% de los otros agricultores (Héran y Rouault, 1995b)). La pertenencia comunitaria preserva de la abstención si hay, de hecho, una verdadera vida comunitaria: los pieds-noirs* de un suburbio en el que han establecido una verdadera vida comunitaria se abstienen menos que los musulmanes de Issy-les-Moulineaux o los repatriados de Argelia del centro de una ciudad de Var (Lancelot, 1968). Todas las investigaciones sobre la participación electoral que enfocan el tema desde el ángulo de la no inscripción o de la abstención convergen hacia un modelo que identifica tres determinantes claros, dejando de lado excepciones e itinerarios particulares siempre posibles: el grado de integración de los individuos a la vida social (se mide por la edad, la estructura familiar, la estabilidad laboral, el tipo de profesión, el lugar de residencia, la pertenencia religiosa o comunitaria); la profesión, es decir, el nivel de diploma y calificación, el estatus social, los ingresos, el lugar de residencia; y, en menor medida, el trabajo político de múltiples agentes (profesionales de la política, periodistas, etc.) que operan para movilizar y destacar ciertas elecciones (Lagroye, 2002). Por supuesto, la participación electoral es percibida en los dos extremos, que son la falta de inscripción continua o el voto sistemático, cuando se acumulan, respectivamente, las propiedades sociológicas «invalidantes» y descalificadoras o las propiedades «validantes» o calificadoras. Es evidente que el efecto determinante de la educación sobre la participación electoral es sistemáticamente puesto en relieve –sobre todo, * Franceses nacidos en las ahora ex colonias del norte de África antes de su independencia (n. del e.). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 237 cuando se considera que el nivel de ingreso y el tipo de profesión ejercida dependen de él–, pero raramente aparece, en estos análisis, como el factor más discriminante o el factor discriminante por sí mismo. Nivel de educación, interés por la política y sentimiento de capacidad política La participación electoral representa un territorio excepcional de la participación política: en efecto, y a causa de múltiples mandatos sociales, incluso prescripciones jurídicas (voto obligatorio en Bélgica, etc.), que vinculan el ideal democrático con el ideal cívico, abarca una proporción de agentes sociales que no se encuentra en las otras formas de participación política. Muy por el contrario, el conductismo ha constatado continuamente que el comportamiento más habitual es, en realidad, el de un desinterés por la política, excluyendo la participación electoral: escaso índice de adhesión a los partidos políticos (menos del 5% del electorado potencial en Francia y en Estados Unidos), desinterés por las cuestiones políticas (más de la mitad de los ciudadanos declaran tener poquísimas discusiones políticas y seguir raramente las informaciones políticas a través de la prensa o de la televisión), solamente una décima parte de los electores potenciales declara interesarse fuertemente en la política, mientras que el 90% no tiene ninguna actividad política específica fuera de una participación esporádica en las elecciones (Lagroye, 2002). La participación electoral y otras formas de participación política deben ser, entonces, disociadas analíticamente. Las investigaciones han intentado comprender, al extender la noción de participación política más allá de la estricta participación electoral, los determinantes del interés o del desinterés por la política, así como el sentimiento de capacidad o de incapacidad política (la noción de capacidad designa aquí el sentimiento de ser «socialmente reconocido como habilitado para ocuparse de los asuntos públicos, para dar su opinión al respecto e incluso para modificar su curso» (Bourdieu, 1979), o «la aptitud, más o menos mensurable, de los individuos para reconocer las diferencias entre las posiciones de los políticos y de los candidatos de diversas tendencias, o entre los partidos políticos, su capacidad para situar y justificar sus preferencias en relación a estas posiciones, así como la creencia en la importancia de esos debates y esos actos que aseguran el arbitraje entre “programas” políticos» (Lagroye, 2002)). El interés declarado por la política, en el marco de encuestas de opinión, es, ante todo, función del nivel de estudios y de la csp. Es así como aumenta continuamente en los egresados de la escuela primaria (el 37% se interesa en la política), en los egresados del nivel primario superior (47%), en los titulares del baccalauréat (55%) o de un diploma bac+2 (58%) y, sobre todo, en los titulares de un diploma superior (73%) (Boy y Mayer, 1997). Los índices más altos se evidencian entre los altos ejecutivos (74%) y, en menor medida, entre los cua- 238 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN dros jerárquicos (53%) y los profesionales intermedios (58%). El efecto correctivo del diploma sobre las falencias sociológicas se percibe netamente cuando se comparan los índices masculinos y femeninos por csp. A igual csp, las mujeres declaran siempre menor interés por la política (por ejemplo, entre los agricultores, el 53% de los hombres se interesa en ella, contra el 20% de las mujeres; el 61% contra el 42% entre los cuadros jerárquicos, el 59% contra el 40% entre los empleados, el 42% contra el 28% entre los obreros), salvo entre los cuadros superiores, donde la diferencia se reduce significativamente (73% contra 70%) (Boy y Mayer, 1997), dada la pertenencia de las mujeres a la categoría «alto ejecutivo», que supone un alto nivel de diploma, pero también un acercamiento cultural de los roles masculinos y femeninos. Con respecto a esto, los estudios avanzarían si también midieran, con idéntico criterio, el efecto del nivel de diploma del cónyuge hombre: ¿no podríamos ver acaso una especie de efecto indirecto de la educación del cónyuge en el hecho de que una mujer inactiva de un alto ejecutivo tiene un interés por la política idéntico al de un obrero de 50 años? Mencionemos también que, salvo raras excepciones, las mujeres manifiestan siempre un menor interés por la política que los hombres en todas las clases por igual (Mossuz-Lavau, 1993; Boy y Mayer, 1997; Chiche y Haegel, 2002). Se ha propuesto otra medida del desinterés por la política: a la declaración de un interés por la política la ha sustituido la falta de respuesta a las cuestiones políticas en las encuestas (Michelat y Simon, 1982). El índice de los «no sabe/ no contesta» es sistemáticamente más elevado entre las mujeres, entre los que no han cursado estudios o han abandonado en el nivel primario y entre los habitantes del campo, lo cual confirma las medidas de autodeclaración. La noción de «no sabe/no contesta» para las cuestiones políticas es interesante, ya que no solo remite al desinterés, sino también al sentimiento de incapacidad. El nivel de conocimiento de la vida política, por ejemplo –que es un aspecto de la «capacidad de opinar»–, se distribuye de manera desigual y responde a los mismos determinantes sociológicos ya mencionados: nivel de estudios, edad, profesión, ingreso y género. Las mujeres confiesan con mayor facilidad su incapacidad y producen más a menudo respuestas erróneas (Chiche y Haegel, 2002; Lagroye, 2002). Hay que señalar que el nivel de conocimiento de la vida política no podría ser considerado la única medida de la capacidad, sobre todo, porque implica una definición implícita de «la política» como «la vida política». Notemos que, si bien la capacidad de clasificar a los políticos en una escala derecha/izquierda (producto de este conocimiento de la vida política) aumenta significativa y continuamente con el nivel de diploma, no sucede lo mismo con la capacidad de producir opiniones políticamente coherentes, incluso en ausencia de conocimientos precisos de la vida política: esta capacidad es, en efecto, equivalente, cualquiera sea el diploma, la única condición es disponer, como mínimo, de un certificado de estudios primarios o un cap (Gaxie, 1978). Con idéntica precaución debe encararse la falta de respuestas a las encuestas de opinión: CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 239 lejos de medir la ausencia de capacidad política, en realidad, miden la distancia con respecto a la formulación de situaciones políticas en los términos abstractos de la definición legitimista de «la política» (Gaxie, 1990). Si bien la ausencia de diploma conduce a la falta de respuestas a las preguntas políticas abstractas –por ejemplo, las relativas al «liberalismo»–, no sucede lo mismo cuando las preguntas son formuladas en términos concretos que corresponden al universo de preocupación, de significación y de lenguaje de los grupos «dominados». Por lo tanto, debemos considerar los determinantes del «sentimiento de incapacidad» más que la medida de la incapacidad supuestamente objetiva, siempre sospechada de legitimismo. A este respecto, es interesante señalar que las «desventajas sociales» pueden, a pesar de todo –en ciertos casos y solamente en parte– ser compensados por la pertenencia a grupos morales o religiosos. Desde que los obispos conminaron a los sacerdotes a recordar a los fieles desde el púlpito la obligación moral de votar hasta las consignas de voto apenas disimuladas que los sacerdotes dispensan en sus sermones o en otras situaciones, pasando por la socialización de la implicación cívica alentada por los movimientos de la juventud católica (Juventud de Acción Católica, Juventud Obrera Cristiana, Juventud Estudiantil Cristiana) en los años sesenta (Lagroye, 1973 y 2002), la pertenencia católica tiende a estimular la participación política, ya sea mediante la propensión a votar o a interesarse en política (Lancelot, 1968) como por la práctica religiosa regular, dispensadora o indicio de un «conformismo social», y conduce a inscribirse en las listas electorales (Bréchon y Cautrès, 1987; Percheron y Rémond, 1988). En esto puede leerse con facilidad una forma de autorización de parte de la institución para que cada uno se conciba como alguien competente políticamente, aunque lo que se es socialmente (por ejemplo, una joven mujer obrera sin diploma) contribuiría a sostener un sentimiento de ilegitimidad e incapacidad. Algunos investigadores han señalado que una pertenencia política clara funcionaba de la misma manera como correctivo parcial de desventajas sociales. Así, retomando el problema de los «no sabe/no contesta» en las encuestas de opinión, una orientación político-ideológica afirmada hace caer la frecuencia de esta respuesta, mientras que, por el contrario, la incapacidad de ubicarse en el eje derecha/izquierda lo aumenta. Aunque pensar como una relación de causalidad el efecto de una variable política sobre la participación política es complicado y lleva con facilidad a la tautología (Gaxie, 1978; Lagroye, 2002), es evidente que, cuanto más inclinada a la izquierda o a la extrema izquierda es la orientación político-ideológica, más compensa las desventajas sociológicas (Michelat y Simon, 1974 y 1982). La influencia de la orientación político-ideológica es escasa cuando las predisposiciones sociológicas a la participación política están reunidas (baccalauréat o diploma superior, pertenencia a la csp de los ejecutivos) –las cuales constituyen el principal factor predictivo–, pero es fuerte en el caso contrario: así, a pesar del nivel de estudios primarios, a pesar de la pertenencia a las csp «agricultores», «jefes de pequeñas empresas» 240 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN u «obreros», el voto de izquierda, particularmente el voto comunista, permite registrar un interés y un sentimiento de capacidad política iguales a los de las categorías instruidas. Por otra parte, algunos trabajos han puesto en evidencia cómo la adhesión al Partido Comunista, cuando se traduce en la militancia, podía proporcionar una capacidad sustitutiva a la capacidad escolar, una certificación alternativa a la legitimidad escolar. La frecuencia de las discusiones políticas, el mandato de estar informado y de leer, la participación en reuniones de célula, incluso el pasaje por escuelas de cuadros del partido, conferían los esquemas políticos de aprehensión del mundo social y una desaparición de la indignidad cultural que permitía autorizarse a «opinar» y a hablar de política, conduciendo a una intensa participación política de los agentes sociales que no estaban sociológicamente predispuestos a ello (Pudal, 1989; Pudal y Pennetier, 1996; Gaxie, 1977 y 1978; Belloin, 2000). Debemos señalar que la «propensión a hablar de política» (con los amigos, la familia, los colegas o el cónyuge), que es una de las estimaciones posibles de la relación con la política, es, sobre todo, función del nivel del diploma y de la csp. La propensión es, en efecto, más o menos equivalente en todas las edades, salvo a partir de los 65 años, cuando cae (sin duda, a causa de la sociabilidad espaciada que se da en esta etapa). Del mismo modo, si bien los hombres manifiestan una propensión mayor que las mujeres (el 64% de los hombres hablan, a menudo o de vez en cuando, de política, contra el 53% de las mujeres), esta cifra no es verdaderamente significativa en cuanto se la disgrega: si bien la propensión más fuerte de los hombres que manifiestan hablar de política se verifica masivamente cuando se trata de hablar en el ambiente laboral o con amigos, la situación se da en menos medida en familia, e incluso la relación se invierte cuando se habla de política con el cónyuge, y esto sucede como si las mujeres tendieran a restringir su capacidad a la esfera de lo privado, ya que la dominación masculina sigue siendo la regla en público (Boy y Mayer, 1997). En cuanto se mide esta propensión a hablar de política en función de la csp, las distancias son claras: si bien el 47% de los agricultores, el 48% de los obreros, el 51% de los empleados, el 58% de los jefes hablan de política a menudo o de vez en cuando, el 69% de los profesionales intermedios lo hacen y, sobre todo, el 79% de los altos ejecutivos. Las diferencias son más netas aún según el nivel de diploma, aumentando continuamente desde el nivel primario (41%) o primario superior (57%) hacia el nivel baccalauréat (68%) o bac+2 (69%) y, sobre todo, el nivel superior (81%) (Boy y Mayer, 1997). La variable que discrimina parece ser, entonces, la csp y, más aún, el nivel de educación. Así, cualquiera sea el indicador que se considere para medir la relación con lo político, es evidente que la participación política es más bien un hecho de grupos sociales privilegiados, ya sea a nivel socioeconómico o a nivel cultural. Los industriales, los grandes comerciantes, los altos ejecutivos y los profesionales liberales tienden a participan más que los obreros. La intensidad de la participación política se desgrana también en el interior de una misma «profesión», CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 241 siempre según las mismas variables. Por ejemplo, según el nivel de diploma: los obreros calificados participan más que los no calificados y los obreros especializados; estas jerarquías internas se verifican en tanto, a igual csp, las propiedades que predisponen a la participación o, por el contrario, a la falta de participación se acumulan: las obreras mayores, sin diploma y con salario bajo, son menos propensas a participar que los obreros de mediana edad con un nivel de estudios que supera al promedio de los obreros y con un ingreso superior, como los supervisores o capataces (Lagroye, 2002; Adam, Bon, Capdevielle y Mouriaux, 1970). Estas variables «duras» pueden ser interpretadas, una vez más, como indicadores de integración social, es decir, como indicadores del grado en el que los agentes sociales se ubican por su posición en la obligación de interesarse en «la política» y de sentirse implicados en ella, pero también como indicadores no tanto de la capacidad objetiva para manejar los contenidos y el léxico político, sino del sentimiento de capacidad: en este sentido, el desposeimiento cultural, económico y social, evidentemente, no conduce a autorizar a formular públicamente opiniones «informadas» sobre los temas que se supone son del campo político (las privatizaciones, la reforma del sistema de salud, la modernización de la función pública, etc.), salvo cuando una pertenencia religiosa o, más aún, política eleva ese sentimiento de indignidad y de ilegitimidad socialmente determinado. En el marco de una reciente investigación colectiva (Dupoirier y Parodi, 1997), Daniel Boy intenta evaluar el peso predictivo del «nivel cultural» sobre el grado de interés político, la propensión a hablar de política, los «no sabe/no contesta» a una batería de preguntas de actitudes frente a la política, y la inclinación hacia un partido político. Este trabajo permite sintetizar los efectos de la educación entre el conjunto de indicadores descritos más arriba. Al interesarse en los «indicadores de capital cultural», Boy intenta esencialmente medir los efectos del «último diploma obtenido» y/o de «la edad de finalización de los estudios». Esta edad permite afinar el criterio del nivel de diploma, demasiado tributario de la variación de los tipos de diploma de una generación a otra, y hacer, a la vez, comparaciones internacionales, difíciles con el único criterio del «último diploma obtenido», puesto que los diplomas conocen, de un país a otro, tipos y significaciones (simbólicas y profesionales) extremadamente diversas. Más precisamente, Boy intenta evaluar los pesos predictivos respectivos del nivel cultural y del anclaje derecha/izquierda. Parece que el «nivel cultural, al competir con la posición política en la escala derecha/izquierda, es con bastante poca frecuencia el mejor o el único predictor de la relación con lo político» (Boy, 1997): en lo que respecta al grado de interés político, si bien el indicador cultural ejerce un efecto significativo, también es el caso, a un nivel equivalente, de la posición sobre la escala derecha/izquierda; la misma división se opera con respecto a la tendencia a negarse a responder preguntas sobre las actitudes políticas; el nivel cultural es, por el contrario, más masivamente predictivo que la posición en la escala derecha/izquierda sobre la propensión a «hablar de política»; inversamente, tiene 242 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN menos peso la proximidad a los partidos políticos. De esta comparación de los pesos predictivos respectivos del nivel cultural y del posicionamiento derecha/ izquierda resulta que, si bien la idea según la cual el capital cultural es el factor principal de explicación de los vínculos con lo político sigue siendo fundada, debe ser matizada por la importancia de otros indicadores cuyo peso predictivo también debe tenerse en cuenta. La no predictividad del nivel de educación en las preferencias políticas Si bien las propiedades demográficas (género, edad), económicas (csp, ingreso, patrimonio) y culturales (nivel de diploma y religión) determinan, en gran medida y al mismo tiempo, el nivel de participación electoral, el nivel de interés y el sentimiento de capacidad política, ¿existen, sin embargo, correspondencias estables entre esas propiedades, en particular el diploma, y las preferencias políticas (tipo de voto, preferencia partidaria)? El nivel de diploma, un indicador marginal en la explicación de las preferencias electorales Los estudios realizados en diferentes países son convergentes: las preferencias políticas tienen correlatos bastante estables con la pertenencia a una csp (Michelat y Simon, 1977; Lavau, 1986; Bon y Cheylan, 1988; Gaxie, 1989; Boy y Mayer, 1997). Esta estabilidad es una herencia de la historia del nacimiento y la estructuración de los partidos políticos occidentales alrededor de fuertes diferenciaciones: la construcción nacional da nacimiento a dos diferenciaciones estructurantes, Iglesia/Estado, por un lado, centro/periferia, por el otro; por su parte, la revolución industrial da nacimiento a otras dos diferenciaciones no menos estructurantes: urbanos/rurales, por un lado, propietarios/trabajadores, por el otro (Rokkan y Lipset, 1967). La diferenciación propietarios/trabajadores terminó por sobredeterminar con bastante margen a las otras. Históricamente, los partidos europeos de izquierda han asumido la representación de los intereses de los «trabajadores», y los partidos de derecha, la de los propietarios (en general, las clases medias y altas). Este comentario sobre la historia proporciona una primera apreciación del vínculo que puede establecerse entre propiedades socioeconómicas y culturales de los electores y sus decisiones electorales. El poder predictivo de las propiedades sociológicas en materia de decisiones electorales parecía afirmado hasta los años setenta. Se sabía, por ejemplo, que, para muchas democracias, la diferenciación religiosa sobredeterminaba las otras, en particular, las diferenciaciones vinculadas a las clases sociales, ya que los electores más religiosos se orientan masivamente hacia los partidos conservadores (Rose, CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 243 1974). En Francia, Michelat y Simon (1977) mostraban, así, la existencia de dos conjuntos políticos y culturales bien definidos. La derecha captaba ampliamente los sufragios de los católicos y los miembros de las clases medias rurales y urbanas, y la izquierda se alzaba con los votos de los «irreligiosos comunoides» y de la clase obrera. Globalmente, cuanto más intensa era la práctica religiosa, mayor era la posibilidad de votar por la derecha y, a la inversa, cuando más crecía el número de «atributos obreros» (profesión del encuestado, del padre y del cónyuge), más grande era la probabilidad de votar por la izquierda. En estos modelos se ve que el efecto de la educación, al menos en lo que respecta al nivel de diploma, no era considerado como determinante, a la inversa de la educación en el sentido de socialización familiar, bastante predictiva, puesto que las decisiones electorales parecían transmitirse con bastante fidelidad de padres a hijos, hecho que ya habían constatado los estudios realizados por la Universidad de Michigan. Sin embargo, la marcada declinación de la práctica religiosa en los países occidentales desde los años sesenta y setenta, particularmente entre los jóvenes, y, en general, el desapego de los jóvenes en relación a los valores de la generación de sus padres (Lambert y Michelat, 1992) han llevado a cuestionar ese modelo. El mismo voto de clase habría declinado, tanto a causa del pasaje de la sociedad industrial a la «posindustrial» (Lipset, Clark y Rempel, 1993; Dogan, 1996; Touraine, 1981) como debido a los progresos de la escolarización y del crecimiento del acceso a la enseñanza superior, que habrían favorecido el reemplazo progresivo, al menos en las capas terciarizadas y las que cuentan con más diplomas, de valores materialistas por valores posmaterialistas (Inglehart, 1993; Dalton, Flanagan y Beck, 1984)1. Por otra parte, hemos visto que la supuesta emancipación de los electores en relación a sus propiedades sociológicas, que habría permitido la elevación del nivel de educación, ha autorizado a un cierto número de autores, inspirados en trabajos estadounidenses reunidos en el paradigma utilitarista, a avanzar en la idea de un elector menos comprometido con las posturas políticas heredadas y sus determinaciones sociales, más racional, más individualista. Frente a ese modelo de un «voto en función de la coyuntura» que sustituye al «voto en función de la diferenciación» –que hace el voto menos previsible–, los partidarios de los análisis «conductistas» se han visto obligados a interesarse en lo que quedaba de las «variables duras» (Boy y Mayer, 1997). Esta interrogación es interesante –porque permite afinar los modelos de análisis sociológicos y, en especial, circunscribir mejor los efectos eventuales de la educación sobre las orientaciones partidarias– y se suma a tres encuestas poselectorales del Cevipof realizadas en 1978, 1988 y 1995 que echan luz sobre la evolución durante veinte años de los determinantes de las decisiones electorales. Las cifras y los análisis que siguen fueron tomados, salvo mención explícita, de Boy y Mayer (1997). 1 Véanse también Rucht (1990), Dalton y Kuechler (1990) y Touraine (1978). 244 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN El resultado es, para nosotros, decepcionante, en el sentido de que el nivel de educación nunca aparece como el factor más predictivo. Para las elecciones de 1995, han quedado las variables más predictivas del voto de 1978 y de 1988: la práctica religiosa, la csp y el patrimonio. Más allá de la baja de la proporción de franceses que se declaran católicos (82% en 1978, 75% en 1995) y de la asiduidad con que concurren a misa (los practicantes regulares son solamente el 16% en 1995, contra el 21% en 1978, de los cuales el 10% va a misa todos los domingos, contra un 16% en 1978), la correlación entre intensidad de la práctica religiosa y voto de derecha todavía se verifica: solo el 11% de los practicantes muy regulares (que van a misa varias veces por semana) votaron a la izquierda en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1995, contra el 86% que votó a la derecha; a la inversa, el 55% de los electores que declaran que nunca van a misa votó a la izquierda, y el 31% lo hizo por la derecha, mientras que el 14% votó a Le Pen*. Por lo tanto, las diferenciaciones religiosas siempre son predictivas. Debemos agregar que el voto de izquierda entre los católicos no practicantes y quienes declaran no tener religión está en disminución desde 1978 y, sobre todo, desde 1988, retracción que beneficia a la derecha moderada, pero también al Frente Nacional (fn) (+4 puntos entre los no practicantes y +5 puntos entre los que no tienen religión entre 1988 y 1995); los practicantes regulares votaron menos por Le Pen en 1995 que en 1988. Si se considera la variable «clase social», aproximada por la csp, la diferenciación pasa siempre, en 1995 como en 1978, entre los trabajadores independientes, propietarios de su empresa, y los asalariados, y, en este último grupo, entre los asalariados no obreros y los asalariados obreros. Los independientes –agricultores, comerciantes y artesanos– desertan siempre masivamente de la izquierda (el 28% votó por la izquierda en 1978, y el 25% en 1995). Los asalariados no obreros votan más a menudo por la derecha que los obreros. Sin embargo, ha habido evoluciones mayores. La más notable caracteriza a los asalariados obreros. Mientras que en 1978 votaron masivamente por la izquierda, dado que estaban integrados a ese universo, es decir que acumulaban «atributos obreros» –ser obrero, hijo de padre obrero y con cónyuge obrero–, esta situación fue mucho menos verdadera en 1988, y menos aún en 1995. Mientras que el 59% de los asalariados que tienen un atributo obrero (el hecho de ser obrero) había votado por la izquierda en 1978, solo lo hizo el 44% en 1995; el 72% contra el 56% entre los asalariados que acumulan dos atributos obreros y el 80% contra el 53% entre los que acumulan tres atributos obreros. Este retroceso beneficia a la derecha moderada, pero sobre todo al fn: el 12% de los asalariados dotados de un atributo obrero habían votado por Le Pen en 1988, contra el 16% en 1995; el 12% contra el 17% entre los que suman dos atributos obreros y el 13% contra el 24% entre los que acumulan tres atributos obreros. Por lo tanto, la deserción de la izquierda * Candidato del Frente Nacional, partido político de extrema derecha (n. del e.). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 245 y la alineación con la extrema derecha son más fuertes entre los más integrados al universo obrero. Contrariamente a lo que pudieron decir los medios de comunicación, no son –sobre todo, entre los electores jóvenes– los ex electores comunistas quienes, de una elección a otra, caen de repente en el voto por el fn, incluso si el avance de este toca las categorías más antiguamente adquiridas por el Partido Comunista Francés (pcf) (obreros calificados tradicionales de las grandes empresas, los sectores de la industria automotriz, de armamento, astilleros, minas y metalurgia): de hecho, esta alineación con la extrema derecha es más que el resultado de un deslizamiento por etapas del pcf hacia la izquierda socialista, luego hacia la abstención, luego hacia el fn, que acompaña las reestructuraciones industriales y la desestructuración correlativa de la clase obrera; es también la consecuencia de jóvenes electores sin pasado de votantes que representan el mismo perfil social y cultural que los mayores que, anteriormente, votaban por los comunistas. Señalemos otra evolución notable: si bien los independientes votan tan poco como siempre por la izquierda, una proporción nada despreciable se ha deslizado de la derecha clásica a la extrema derecha: dejando de lado las elecciones legislativas de 1978, en las que no había candidatos del fn, se observa que solo el 55% votó por la derecha clásica en 1988, contra el 72% en 1978, y la diferencia se explica, en parte, por una alineación con el «candidato unificador» Mitterrand en 1988, pero, sobre todo, por la irrupción del voto del fn (el 11% de los independientes). Este fenómeno parece adquirir una forma de estabilidad en 1995, cuando el 12% de los independientes votó por el fn. ¿Cuál es, entonces, el núcleo de resistencia del voto por la izquierda? Los asalariados no obreros, a quienes la izquierda socialista había conquistado en los años setenta (Grunberg y Schweisguth, 1981 y 1983). Incluso, la izquierda avanza, entre 1978 y 1995, entre los ejecutivos y las profesiones intelectuales superiores, en las cuales –hecho notable y específico en esta categoría social– el voto por el fn retrocede significativamente. Este doble fenómeno ha sido interpretado como resultado de su «liberalismo cultural», hecho que nos interesa porque significa que un alto nivel de diploma –aunque con una mínima exposición a los avatares de la crisis económica y de la desestructuración del mundo laboral– es lo que más preserva de una alineación con el fn. La tercer variable predictiva de las decisiones electorales, en 1978, era la posesión o no de un patrimonio (Capdevielle y Dupoirier, 1981). En 1995, el «efecto patrimonio» continúa gravitando, puesto que, cuanto más crece la cantidad de elementos del patrimonio, más se refuerza el voto de derecha, aunque en menor proporción. Esto se da en razón de la composición de dos fenómenos de acercamiento de los electorados de izquierda y derecha: el peso de los asalariados medios y superiores en la composición del electorado de izquierda está en aumento (ahora bien, este electorado es más propenso a desarrollar estrategias patrimoniales que los empleados y obreros); inversamente, la derecha moderada ha logrado obtener los sufragios de una parte del electorado popular. 246 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN La tercera explicación de la atenuación del «efecto patrimonio» en la diferenciación izquierda/derecha moderada entre 1978 y 1995 es la captación por el fn de una parte del electorado sin patrimonio. De todo lo precedente, resulta que el voto diferenciado, o voto de clase, sigue siendo predictivo, aunque debemos mencionar que, bajo el efecto de los cambios socioprofesionales y políticos (la emergencia de una izquierda de gobierno cuenta a favor de esas modificaciones políticas), la diferenciación más estructurante ya no distingue a los obreros de los no obreros, sino a los trabajadores independientes de los asalariados. También resulta de esos estudios que el nivel de diploma –y, por ende, los efectos de la educación– no se analiza como variable predictiva de las decisiones electorales, ni en 1978, ni en 1995. Una vez explicitadas estas diferenciaciones globales y la evolución de su predictibilidad, queda por afinar el modelo tomando en cuenta la multiplicidad de subgrupos profesionales, que tienen muy diversas tradiciones políticas y posiciones respecto de la división del trabajo. Los estudios sobre este tema confirman una vez más la escasa predictibilidad del nivel de diploma. La coherencia de la categoría de los independientes en materia de preferencias políticas es firme, salvo en lo que respecta a la relación de los agricultores con el fn, que se resisten al ascenso de la extrema derecha entre los independientes, a causa de una práctica religiosa más definida, de una tradición gaullista afirmada y de un mayor encuadramiento sindical (Mayer, 1995). La categoría de los asalariados no presenta la misma coherencia, salvo en el subgrupo de los obreros, donde el nivel de calificación diferencia poco los votos, excepto en que los obreros calificados votan un poco más que los no calificados por el fn (el 14% contra el 10% en las presidenciales de 1988, el 19% contra el 16% en 1995). Los empleados, por su parte, están atravesados por una división entre empleados de oficina, de tendencia más a la izquierda, y los empleados de comercio, cuyos vínculos con el empresariado propician una orientación a la derecha (Mayer y Schweisguth, 1989). La categoría de los ejecutivos es la más fragmentada. Los capataces y los técnicos están bastante cerca políticamente de los obreros, puesto que, como ellos, se caracterizan por un voto de izquierda, pero también un voto por el fn superior al promedio, más aún al ocupar una posición de autoridad en la división del trabajo, como es el caso de los directores de obra, 25% de los cuales vota por el fn. Las profesiones intermedias y paramédicas votan, en general, tanto por la derecha como por la izquierda y tienen un voto al fn (10%) inferior al promedio nacional. Los altos ejecutivos, como los profesionales liberales, se caracterizan doblemente por una preferencia política por la derecha moderada y un voto por el fn muy inferior al promedio. Finalmente, las profesiones intelectuales votan en un 75% por la izquierda (especialmente, por el Partido Socialista y los ecologistas, que encuentran en este grupo su mejor resultado) y solo marginalmente vuelcan su voto al fn (3% en 1995). Se habló, entonces, de una especificidad de las profesiones intelectuales asalariadas. Ahora bien, tanto los altos ejecutivos CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 247 como las profesiones intelectuales se caracterizan por un muy alto nivel de diploma. Es bastante evidente, entonces, que un muy alto nivel de diploma preserva del voto por el fn, pero no permite prever la orientación hacia la derecha moderada o hacia la izquierda moderada, a menos que se establezca su relación con otro factor: respectivamente, la pertenencia al sector privado (altos ejecutivos asalariados del sector privado y profesiones liberales) y la pertenencia al sector público (docentes). La diferenciación privado/público ha sido incluida para afinar los modelos de predicción de las preferencias políticas. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1995, los ejecutivos y los empleados del sector privado votaron preferentemente por la derecha, mientras que sus «homólogos» del sector público lo hicieron por la izquierda. El peso predictivo de la pertenencia al sector privado o al público en las preferencias políticas (respectivamente, derecha e izquierda) es más notable desde el momento en que la propensión de los cuadros del sector público a votar por la izquierda se verifica incluso cuando se suprimen de esa categoría las profesiones intelectuales superiores, claramente orientadas a la izquierda. La orientación a la izquierda de los cuadros del sector público se afirma en tanto estos acumulan los atributos de lo público (pertenecer al sector público, tener un padre que pertenece al sector público, tener un cónyuge en el sector público). El grupo de los obreros es el único en el que la distinción privado/público no discrimina el voto, respectivamente, hacia la derecha y hacia la izquierda, ya que todos votan preferentemente por la izquierda más que por la derecha, aunque el voto de izquierda esté más afirmado aún entre los obreros del sector público que entre sus homólogos del sector privado. Otros criterios han sido introducidos y permiten discriminar mejor el peso de la diversidad de las situaciones de trabajo sobre la orientación electoral. Sin ser predictiva en sí misma, la diferencia activos/pasivos permite observar evoluciones notables en la orientación política de los grupos profesionales, puesto que los no activos son, por definición, más viejos. Por eso, el hecho de que el voto a favor del fn sea siempre más elevado entre los activos que entre los inactivos –cualquiera sea el grupo socioprofesional– pone en evidencia que el voto por el fn es más frecuente entre los más jóvenes. Entre los obreros y los trabajadores independientes, la distancia política entre activos y pasivos es escasa, aunque los segundos marcan un poco más a menudo su preferencia por la izquierda que los primeros, diferencia que juega en sentido inverso entre los asalariados, en especial los ejecutivos: allí, los activos son más a menudo de izquierda que los pasivos. De hecho, estos resultados muestran simplemente el deslizamiento hacia la izquierda de las capas medias asalariadas (los pasivos que han pertenecido a esas capas mantienen la orientación conservadora que tenían en los tiempos en que eran activos, mientras que los activos, más jóvenes, ilustran el deslizamiento a la izquierda de su categoría), así como el distanciamiento progresivo de los obreros en relación a la izquierda (que explica por qué los antiguos obreros de más de 65 años votan más por la izquierda –60%– que los 248 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN obreros activos en la actualidad –50%–). La distinción del grado de actividad, dividida entre tiempo completo, medio tiempo o desocupación, también afina el modelo sin cuestionarlo. Los empleados y obreros de medio tiempo votan un poco más por la izquierda y un poco menos por el fn que su homólogos de tiempo completo. La explicación no es simple: algunos ven en esta situación el signo de una capacidad reivindicativa estimulada entre los jóvenes de esta categoría por el hecho de la multiplicación de experiencias profesionales decepcionantes (Capdevielle, Meynaud y Mouriaux, 1990), pero esta consideración podría explicar muy bien, por el contrario, el origen de la desconfianza hacia la izquierda, denunciada como incapaz de cumplir su papel histórico de protectora del trabajador oprimido, y de una atracción hacia un partido «antisistema» como el fn. Todo esto confirmaría, por otra parte, el hecho de que el voto por el fn es mucho más marcado –a idéntico grupo de pertenencia– entre los desocupados que entre los que no lo son. Con seguridad, la distancia del voto por el fn entre los asalariados de medio tiempo se originaría en la feminización masiva del medio tiempo (las mujeres representan el 79% del trabajo de medio tiempo, muchas de ellas han elegido esta modalidad por razones familiares), lo cual confirmaría la gran reticencia de las mujeres a votar por el fn, en relación a los hombres. El modelo desplegado por Boy y Mayer encara solo de manera marginal el peso del nivel de estudios sobre la orientación electoral. En efecto, género, edad y nivel de estudios son considerados en las investigaciones sobre las preferencias electorales como poco predictivos del comportamiento electoral. Hoy las mujeres no se distinguen ya de los hombres por una propensión más fuerte a votar por la derecha como antes, se distinguen por una menor propensión a dar su voto al fn. El nivel de estudios tampoco permitiría predecir una orientación de derecha o de izquierda. Como ejemplo, en 1995, la edad promedio de finalización de los estudios2 de los electores de Jacques Chirac, Édouard Balladur, Lionel Jospin y Robert Hue es prácticamente la misma (alrededor de 17,5 años; 18 para el candidato socialista). El electorado más dotado de capital cultural –al menos, del tipo de capital cultural que mide la cantidad de años transcurridos en el sistema educativo– es, visiblemente, el electorado ecologista (edad promedio de finalización de los estudios: 19,6 años) –resultado conforme a lo que se observa en Europa, donde los partidos ecologistas atraen a menudo electores que pertenecen a las clases medias cultivadas–; por otra parte, el electorado menos «culto» es el de Le Pen (17,1 años) (Boy, 1997). 2 Esta variable plantea el problema del grado de rendimiento escolar de los años transcurridos en el sistema educativo: se lo puede abandonar a los 18 años habiendo obtenido un bac o «solamente» un bep. Daniel Boy (1997:170) observa, sin embargo, que «la edad de finalización de los estudios es un indicador más o menos equivalente al diploma obtenido si, al menos, solo nos interesa el problema del nivel y no del tipo de diploma (por ejemplo, enseñanza técnica contra enseñanza general)». CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 249 Los trabajos ya citados de Nonna Mayer y Daniel Boy señalan que el nivel de estudios (cuando se trata de explicar las decisiones electorales) está desprovisto de poder predictivo comparado con muchos otros factores más determinantes. El capital cultural no determinaría la elección de la izquierda o de la derecha como preferencia política, sino que determinaría –y esto se verifica en cada oportunidad– la elección de ciertos partidos precisos, como el ecologista, o el rechazo de otras orientaciones electorales, como el fn. Así, se asegura, al menos, que un alto nivel de diploma es lo que preserva más del voto por el FN, que tiene una evolución inversa y lineal a la del nivel de estudios, pasando del 3% entre los egresados de la enseñanza superior al 16% entre los que no han superado el nivel del primario superior, y es la única variable que opera sistemáticamente y de manera unívoca. Una excepción: nivel de diploma y «liberalismo cultural» ¿En qué sentido un alto nivel de diploma sería sistemáticamente desfavorable al fn? Las explicaciones son múltiples y merecen análisis más profundos. Una de ellas reside, sin duda, en el hecho de que ese nivel de diploma predispondría al «liberalismo cultural». La cuestión del liberalismo cultural es antigua. Nace de la insuficiencia de una medida de las actitudes políticas únicamente en términos de orientación derecha/izquierda. La idea es que existe una «segunda dimensión», más cultural, de actitud política, como la distancia de la autoridad, la tolerancia frente a las minorías, la atracción por valores no materialistas, etc., que se explicaría principalmente por el nivel cultural. La emergencia de esta idea se debe, evidentemente, a la obra de Ronald Inglehart (1977 y 1993), que pone el acento en la aparición y la difusión, en el seno de las sociedades occidentales, de valores posmaterialistas. Saber lo que debe ser considerado dentro de las actitudes «propias» de lo político, por un lado, y dentro de las actitudes políticas más culturales, por el otro, es toda una cuestión, como lo es la misma distinción que acabamos de hacer3. El resultado de los estudios realizados sobre este tema es el esperado –confirma el sentido común–, pero merece ser comentado. Daniel 3 En este caso, se consideran de la primera categoría las actitudes que históricamente han constituido el material del debate entre la izquierda y la derecha: conflicto de clases, oposición entre valores del Estado y valores de la empresa, conflicto religioso y consecuencias prácticas de ese conflicto (como la actitud con respecto a la enseñanza privada). Se consideran de la segunda categoría, esencialmente, los valores no materialistas (lo cual es un problema: el conflicto de clases y el conflicto religioso, si tienen implicancias materialistas, en especial en términos de políticas de redistribución o de políticas de subsidios a través de los recursos públicos en materia escolar, tienen fuertes implicancias en el plano de los valores no materialistas, incluso en ciertos casos, las admiten como fundamento): tolerancia en materia de sexualidad, aceptación de las diferencias culturales, valorización de la participación activa en el proceso democrático, sostenimiento de demandas cualitativas, como la calidad del medio ambiente, etc. (Boy, 1997:178). 250 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Boy (1997) intenta medir el peso predictivo respectivo en materia de liberalismo cultural del nivel de diploma y de la posición sobre la escala derecha/izquierda. Opina que el primero predice las actitudes respecto de las coyunturas o, preferentemente, de los significantes que provienen de la primera categoría (lo «propio» de lo política o, para expresarlo mejor, lo que se ha constituido en principio como coyuntura «política»), como «privatización», «escuela privada», «sindicato» y «beneficio». Otros significantes, también pertenecientes a la primera categoría, como «igualdad», «solidaridad», «Islam» y «Alemania» admiten como indicadores predictivos tanto el nivel cultural como el posicionamiento derecha/izquierda. En cuanto al liberalismo cultural, definido, como hemos visto, de manera bastante aproximada al posmaterialismo, no sería tanto la consecuencia de un alto nivel cultural como del posicionamiento derecha/izquierda: los valores que lo definen (temas como la pena de muerte, los inmigrantes, la homosexualidad, los musulmanes, el rol social de la mujer, la escuela) son más aceptados por los más dotados de capital escolar, pero también por quienes están más cercanos a la «sensibilidad de izquierda». La cuestión sobre la cual el nivel cultural es lo más determinante, al punto de cubrir la diferenciación derecha/izquierda, es la cuestión de Europa: con excepción del voto en el referéndum sobre el Tratado de Maastricht, donde la diferenciación derecha/izquierda es determinante, la construcción europea es mejor percibida y aceptada cuando el nivel cultural del encuestado es más elevado (Boy, 1997). Por lo tanto, el nivel de diploma no es el único predictor del liberalismo cultural, puesto que una clara orientación hacia la izquierda también lo sería, pero queda establecido que es un elemento que predispone ese liberalismo. Este aspecto sería una de las explicaciones posibles del efecto de un alto nivel de educación en el rechazo hacia el fn, partido que está en las antípodas de ese liberalismo cultural, como en el apoyo electoral a los partidos ecologistas, que, por el contrario, lo encarnan mejor. La cuestión de los determinantes de las preferencias políticas constituye un campo de investigación muy extenso en la actualidad. Investigaciones recientes se han dedicado a probar la predictividad de «nuevos indicadores» («indicadores de valores», «indicadores del racismo y de la xenofobia», «indicadores subjetivos de integración social», «antigüedad de los contactos residenciales», posición en la «economía doméstica» (Dupoirier y Parodi, 1997)). Hay que agregar que los modelos de regresión logística, que permiten poner a prueba el peso predictivo respectivo de siete variables clásicas –grado de actividad, estatus profesional, práctica religiosa, nivel de diplomas, edad, género, patrimonio–, ponen en evidencia, sistemáticamente, que la religión y el estatus social siguen siendo los principales determinantes del voto de la izquierda o de la derecha moderada, ya que la integración a la comunidad católica y la propiedad de una empresa o la posesión de un patrimonio aumentan claramente la probabilidad de votar por la derecha, mientras que el desapego frente a la religión y un estatus de asalariado, sobre todo en el sector público, impulsan el voto por la izquierda. El nivel de CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 251 instrucción solo desempeñaría un papel marginal en las preferencias políticas. Sin embargo, los modelos de regresión logística confirman, a su vez, que el nivel de estudios es, por lejos, el mejor predictor del voto por Le Pen, seguido del género, la edad, la práctica religiosa y el patrimonio. A partir de 1995, el electorado del fn se caracteriza por su desposeimiento cultural y social, su juventud, su masculinidad y su desapego de la religión (Boy y Mayer, 1997). Mientras que el nivel de estudios es muy predictivo (junto a otros factores) tanto del nivel de participación electoral como del nivel de interés en la política y del sentimiento de competencia política, no representa para nada una variable predictiva de las preferencias electorales, salvo en lo que concierne al voto ecologista y, sobre todo, al voto del fn. Esta última constatación conduce a relativizar de alguna manera los efectos de la educación sobre la participación política. Pero esta relativización del peso predictivo del nivel de estudios sobre la participación política es, a su vez, relativa. Otros trabajos, minoritarios pero reconocidos, que integran los resultados de los conductistas estadounidenses y los releen a la luz de la sociología de la cultura de Pierre Bourdieu concluyen, por el contrario, en la centralidad del nivel de instrucción en la determinación del nivel de participación política. Se trata, esencialmente, de los trabajos de Daniel Gaxie, cuya importancia justifica que se le atribuya un lugar aparte más detallado. El censo oculto: el nivel de instrucción, fundamento de las desigualdades de participación El fundamento del trabajo El censo oculto, de Daniel Gaxie (1978), reside en la constatación que hace, en la línea de la sociología de Pierre Bourdieu, de un verdadero corte entre los profesionales de la política, que son los únicos en poseer «los instrumentos materiales y culturales necesarios para la participación activa en la política, es decir, en especial, el tiempo libre y el capital cultural» (Bourdieu, 1981), y los profanos, de los cuales solo una ínfima minoría participa activamente en política, excluyendo las elecciones por el hecho de su extrema valorización y de las múltiples conminaciones sociales que imponen esta forma mínima de «civismo». Para todas las otras formas de participación política, solo «los grupos dominantes, en razón de sus propiedades sociales y de su conocimiento de los efectos de la acción política sobre su propia posición, están directamente interesados en la participación en las actividades “cívicas”» (Lagroye, 2002). Por el contrario, «los individuos de los grupos socialmente dominados son incapaces de captar las coyunturas y las reglas de los debates políticos, y se enfrentan a su propia incompetencia en cuanto al lenguaje especializado y abstracto que caracteriza esos debates». El término incompetencia designa aquí «la incapacidad social para entrar en las categorías de juicio y de expresión de las opiniones impuestas» por el orden político (Lagroye, 2002). Las consecuencias 252 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN de esto serían, por ejemplo, todos los fenómenos de delegación incondicional y de entrega a un individuo o a un partido, al que se atribuye el crédito de opinar siempre con justeza y bondad (como, por ejemplo, la entrega de los obreros a la dirección del pcf durante mucho tiempo). Otra consecuencia residiría en los fenómenos de evaluación política que no tienen en absoluto la política como principio: criterios morales («es honesto», «es trabajador», etc.), registros deportivos («es un ganador»), estereotipos («son todos corruptos»), etc. (Lagroye, 2002). Se impone, entonces, la cuestión de los fundamentos sociológicos del desposeimiento y de la incompetencia política o de la incapacidad de permitirse juicios sobre política en los términos y alrededor de las coyunturas que el orden político impone como legítimos. El desplazamiento de problemática efectuado por Daniel Gaxie consiste en pensar que el vínculo estadístico establecido y tantas veces verificado entre nivel de politización y pertenencia de clase encubre el hecho de que la verdadera mediación es el nivel de instrucción, puesto que este determina ampliamente la pertenencia de clase y el sentimiento de competencia política. El nivel de instrucción corresponde, en efecto, a la posibilidad de obtener un empleo calificado; es un atributo de los grupos sociales dominantes […]; procura una capacidad para manejar los esquemas políticos e incita a practicar actividades que desarrollan esta capacidad (lecturas, espectáculos, discusiones); autoriza a elaborar juicios «justificados» sobre las cuestiones políticas; se lo percibe socialmente como un agente de crecimiento de la aptitud de «forjarse» una opinión personal. El sentimiento de pertenecer al mundo de las personas cultivadas incita a participar, aún más en tanto demostrar aptitud para utilizar y clasificar las categorías abstractas de la política en una conversación, en una reunión o en una tribuna es dar prueba de «superioridad intelectual» (Lagroye, 2002). De esto resulta la tendencia general y verificada que se resume del siguiente modo: «la pertenencia a una categoría social desfavorecida y, correlativamente, la ausencia de diplomas adquiridos a lo largo de estudios prolongados tienden a excluir a un individuo de la participación en las actividades políticas» (Lagroye, 2002). Conviene, entonces, volver a la obra señera de Daniel Gaxie. Aunque la obra pionera de Gaxie haya sido cuestionada por trabajos realizados en el Cevipof y en la Fundación Nacional de Ciencias Políticas, presenta el particular interés de apoyarse en los trabajos anglosajones y, de manera más marginal, franceses producidos sobre la cuestión en los años sesenta y setenta. Esta obra es una síntesis de los efectos de la educación sobre la politización. La politización es definida por Gaxie como la atención atribuida a los eventos políticos y al funcionamiento del campo político. Gaxie establece que depende fundamentalmente del grado en que los agentes sociales tienen el sentimiento de encontrarse en el desarrollo de los acontecimientos políticos y, así, atribuir- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 253 les un sentido (sentimiento de capacidad política). Esta capacidad de conferir un sentido al campo político supone una competencia específica «para operar una construcción propiamente política del espacio político (competencia política)» (1978:240). Ahora bien, y este es el elemento central de la demostración, la posesión de esa destreza está vinculada a un conjunto de condiciones sociales: la principal de ellas es la duración de la escolarización. En el plano de las condiciones sociales generales, es evidente que las relaciones estadísticas con el ingreso, el nivel de instrucción y la categoría socioprofesional conducen a deducir la existencia de una fuerte relación entre la politización y la pertenencia de clase. […] La acción de la clase social, el género y la edad sobre la politización era mediatizada por la posesión y el sentimiento de la posesión de una competencia política definida como aptitud para operar una construcción propiamente política del espacio político. […] Entre las mujeres mayores de las clases populares y los hombres económicamente activos de las clases superiores, que definen los puntos límites de la jerarquía de los niveles de politización, existe una multitud de situaciones intermedias, en las cuales la instrucción reduce las desventajas sociales ligadas a la edad y al género o, inversamente, las actitudes vinculadas a la posición ocupada en la división del trabajo compensan o incrementan el efecto de la instrucción (158). Gaxie observa que ese papel determinante de la clase social sobre el nivel de politización ha sido mostrado constantemente por las seis grandes encuestas realizadas en Estados Unidos de 1952 a 1964 para el Survey Research Center de la Universidad de Michigan al momento de las elecciones federales. Los indicadores de la politización están allí: participación en discusiones políticas, interés subjetivamente evaluado para la política o la campaña electoral, lectura de las secciones políticas de los periódicos. Las variables sociodemográficas consideradas son el género, la edad, la raza, la profesión, la educación, el ingreso y el lugar de residencia. Las variables que hacen intervenir a los indicadores de pertenencia de clase (ingreso, csp, nivel de instrucción) siempre son más determinantes (159). Pero, sobre todo, entre los indicadores de pertenencia de clase –elemento central que nos concierne–, el nivel de instrucción tiene siempre un correlato más fuerte con las variables de politización. La relación entre la clase social y la politización aparece, así, mediatizada por la relación entre esta última variable y el nivel de instrucción: las clases sociales están desigualmente politizadas porque están desigualmente escolarizadas. Por lo tanto, la politización está ligada al nivel de educación, que está vinculada a la clase social, los indicadores de esta última, como el ingreso o la categoría socioprofesional, están en correlación con la primera variable. 254 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Estas últimas correlaciones se analizan, entonces, como una medida indirecta del vínculo entre el nivel de instrucción y la politización (159). Más generalmente, Gaxie establece que el nivel cultural (no definido), que no se resume en el nivel de instrucción, es el más determinante. En efecto, los análisis empíricos a los que se refiere Gaxie muestran que, a igual nivel de instrucción, el nivel de politización varía escasa pero significativamente con la csp. Por lo tanto, hay un efecto propio de la posición en la división social del trabajo: a igual nivel de instrucción, la politización aumenta con la posición en la jerarquía social, como si «los agentes que ocupan una posición social más elevada que la de su nivel de instrucción […] deben compensar su desventaja escolar con el autodidactismo para acceder al nivel de capacidad política compatible con las exigencias de su medio social» (160). Por lo tanto, en realidad, el nivel de instrucción (nivel de diploma) solo es una medida aproximativa del nivel cultural, y la politización resulta, de hecho, de dos grandes factores: del nivel cultural, que depende principalmente de la duración de la escolarización y, secundariamente, del medio social, por una parte, y la posición ocupada en la división social del trabajo, por la otra. En conclusión: «Sabiendo que la acción del género y de la edad varía con el nivel cultural, esta última desempeña el papel de variable fundamental cuya acción es favorecida o limitada según la relación socialmente determinada por la posición social que los agentes mantienen con la política. La relación entre el nivel cultural y la politización puede ahora ser considerada como un resumen simplificado del sistema de factores de la politización». Incluso si la variable determinante que concierne al nivel de politización es el nivel cultural, el hecho de que su principal componente sea el nivel de instrucción, es decir, el efecto propio de la escolarización y del sistema de enseñanza, impone la consideración de cómo la educación aumenta la politización. En primer lugar, en el plano de la constatación, es evidente que «todos los trabajos, principalmente los estadounidenses, sobre la socialización política de los niños indican que el interés atribuido a los problemas políticos, como la capacidad política, progresa a lo largo del cursus escolar» (164). Una de las manifestaciones de esta politización progresiva reside en el retroceso de la percepción personalizada de los fenómenos políticos en beneficio de una visión más abstracta y más política a medida que avanza el cursus escolar: el manejo de los esquemas de clasificación y de evaluación propiamente políticos que autorizan el desciframiento de significaciones políticas de los acontecimientos políticos está ligado a la duración del pasaje por el sistema de enseñanza4. «Como los otros indicadores, la aptitud para discernir diferencias políticas entre los partidos depende estrechamente de la duración de la escolarización. Ninguno de los niños inte4 Encuesta de Roberta Sigel con niños de escuelas primarias y secundarias de Detroit, desde primer año hasta el último; en Gaxie (1978:165). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 255 rrogados percibe diferencias entre el partido republicano y el demócrata antes de la clase de sexto5 […] Aunque escasa a esa edad, la capacidad para operar una construcción propiamente política del espacio político se adquiere, en Estados Unidos, a partir de los primeros años de la enseñanza secundaria.» ¿Cómo actúa el sistema escolar en esta materia? «Paradójicamente» no es la instrucción cívica la determinante: «Por otra parte, se ha aportado la prueba empírica de que, cuando una enseñanza cívica es organizada, no modifica sensiblemente el nivel de politización de los que la siguen» (167): Gaxie se refiere a una encuesta estadounidense de 1968. De hecho, «más que conocimientos políticos específicos, el sistema de enseñanza permite, en realidad, adquirir una disposición para interesarse en los problemas políticos y, al mismo tiempo, los instrumentos intelectuales necesarios para su comprensión» (168). Para Gaxie, el sistema de enseñanza «proporciona, en primer lugar, el material verbal y conceptual que autoriza el dominio de las categorías políticas y da así la posibilidad de nombrar y constituir diferencias en el interior del espacio político». Para ilustrar esto, se apoya en las pruebas de comprensión del vocabulario de William Belson (1967), que muestran, por ejemplo, que el conocimiento del sentido de las palabras utilizadas en las emisiones televisivas varía fuertemente con la posición social, es decir, de hecho, con el nivel de instrucción y, sobre todo, que el manejo de los términos empleados corrientemente en el lenguaje político es muy diverso según las categorías sociales. Por ejemplo, el sentido de devaluación es comprendido en el Reino Unido por el 89% de los representantes de las profesiones liberales y los altos ejecutivos, contra el 29% de los obreros. El 92% de los profesionales liberales y altos ejecutivos manejan la noción de reserva de dólares, y el 79% la de zona esterlina contra, respectivamente, el 19% y el 8% de los obreros. Estos resultados son probatorios de la imposibilidad que manifiestan las categorías sociales menos escolarizadas para dar un sentido a los debates políticos, más aún cuando en el momento de la encuesta los problemas monetarios del Reino Unido y el correspondiente lenguaje estaban en el centro de la agenda política y mediática. En segundo lugar, «el sistema de enseñanza inculca […] una aptitud para comparar y clasificar que facilita la acumulación de los conocimientos necesarios para la construcción del espacio político» (168), como lo muestran las experiencias de Hovland, Lumsdaine y Sheffield. Finalmente, el sistema escolar favorece la adquisición de una imposición para interesarse en los grandes y en los pequeños temas que alimentan las conversaciones cultivadas (169). Es decir, «al crear conciencia de pertenecer al mundo culto, el sistema de enseñanza desarrolla el sentimiento de la posibilidad y de la obligación de adquirir alguna competencia sobre todo lo que lleva la marca de la cultura legítima», resultado cercano a la constatación de Bourdieu y Darbel a propósito de la visita de los museos («El acceso a la facultad dispara en la mayoría de los estudiantes una especie de bulimia cultural, [porque] 5 Véanse las cifras en Gaxie (1978:166). 256 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN marca [entre otras cosas] la entrada en el mundo de la cultura, es decir, el acceso al derecho y, lo que es lo mismo, al deber de apropiarse de la cultura»). Estos fenómenos constituyen solamente un aspecto de una desigualdad más general ante el sistema de enseñanza, como señala Gaxie (170): Se puede afirmar que las desigualdades de politización son una consecuencia de la desigual escolarización de los grupos sociales, porque el sistema de enseñanza proporciona cierto número de instrumentos culturales necesarios para la adquisición de una competencia propiamente política. Pero, sabiendo que, a igual nivel escolar, la familiaridad con los problemas políticos es mayor cuando el origen social es más elevado, esas desigualdades de politización aparecen, entonces, como el producto de una desigualdad más general ante el sistema de enseñanza. ¿Cuál es esta desigualdad más general? Numerosos trabajos, en Estados Unidos y en Francia, establecen que la frecuencia de las discusiones en familia está fuertemente ligada al origen social y que el nivel de politización de las personas interrogadas varía significativamente con respecto al de sus padres. Todo indica, en consecuencia, que los niños de clases cultivadas encuentran en su entorno familiar los medios de familiarizarse con un área ignorada en tanto tal por el sistema escolar. Al no poder mantener, a través de las conversaciones familiares, la misma relación de intimidad con el universo político ni encontrar en la escuela una enseñanza especializada susceptible de producir los mismos efectos, los niños de las clases populares no pueden sacar provecho de los instrumentos culturales inculcados por el sistema escolar para acceder también al manejo de una competencia propiamente política (172)6. En otras palabras, «al no dispensar una enseñanza política especializada, el sistema de enseñanza no puede compensar completamente la desventaja inicial de aquellos que no pueden encontrar en su entorno familiar la incitación a interesarse en esos problemas». Esta constatación es importante porque implica una dimensión prescriptiva: ¿qué debería enseñar la escuela para compensar esta desigualdad social fundamental? La respuesta de Gaxie es interesante, sobre todo porque rompe con el sentido común, que pretendería que la educación cívica cubra, precisamente, ese rol. Para él, la prueba empírica ha sido aportada por trabajos estadounidenses que demuestran, como vimos, que una enseñanza cívica no modifica sensible- 6 Constatación paralela a la establecida por Bourdieu y Passeron (1964). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 257 mente el nivel de politización de aquellos que la siguen7. Posiblemente haría falta, según Gaxie, una enseñanza política que versara sobre el conocimiento de los actores, la coyuntura, las reglas del juego y las ideologías del campo político, es decir, una enseñanza sobre lo que divide, que la moral laica prohíbe tratar al sistema escolar: solo eso podría compensar la desventaja cultural de aquellos que no pueden familiarizarse con el universo político fuera de la escuela. Los efectos de la educación sobre las movilizaciones colectivas Los estudios de sociología electoral señalan que un nivel de escolarización elevado orienta hacia valores «posmaterialistas». Para eso, retoman los trabajos pioneros de Inglehart en Estado Unidos (1977), que constatan, en las jóvenes generaciones de las sociedades occidentales, un desplazamiento de las reivindicaciones del materialismo hacia el posmaterialismo, es decir, hacia demandas cualitativas de participación, de autonomía, de calidad de vida, de autoestima, etc. Según este autor, esta evolución está ligada a la prosperidad económica –que ha permitido la satisfacción de las necesidades materiales básicas– y a la elevación general de los niveles de escolarización. Este último fenómeno explicaría la menor disposición de las nuevas generaciones hacia las prácticas de delegación y de sumisión a un orden organizacional fuertemente jerárquico (Neveu, 1996). La elevación de los niveles medios de escolarización en las sociedades occidentales permitiría, entonces, comprender la emergencia de nuevas formas de acción colectiva en los años setenta, que reclutan sus militantes, sostenedores o simpatizantes esencialmente entre las clases medias diplomadas. Estas nuevas formas son conocidas y trabajadas por el paradigma teórico de los «nuevos movimientos sociales», etiqueta abusivamente unificadora, pero que recubre los trabajos de Touraine y su equipo en Francia (1978, 1980 y 1984) que tratan el pasaje a una sociedad posindustrial, los de Melluci en Italia (1990), Offe (1987) y Rucht (1990) en Alemania, Kriesi (1993 y 1996) en Suiza, Koopmans (1993) en los Países Bajos. Esta elevación del nivel de escolarización se traduciría también en una transformación de la relación con lo colectivo, por lo tanto, de la relación con las estructuras organizacionales de la acción colectiva: resistencia a la entrega y a la delegación en los dirigentes, a la jerarquía y a la centralización organizacionales, preferencias por el mandato imperativo puesto en juego regularmente, por la participación en la orientación de la movilización a través de dispositivos como las asambleas generales, por una organización en red más que en pirámide, por estructuras flexibles, como las coordinaciones, más que por la forma sindical tradicional, por 7 Encuesta de Langton y Jenning (1968) realizada sobre 1 669 alumnos de 10º, 11º y 12º grado, es decir, del equivalente a los primeros años de secundario en Francia. 258 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN un compromiso «a la carta», distanciado e intermitente, más que por una identidad militante total, por luchas orientadas hacia reivindicaciones cualitativas, expresivas e identitarias (identity-oriented) más que hacia reivindicaciones cuantitativas, instrumentales y orientadas hacia el poder (power-oriented). Los primeros estudios realizados sobre los nuevos movimientos contestatarios hoy conocidos con la etiqueta de altermundistas demuestran que, aunque marcados por una renovación de la crítica social orientada hacia reivindicaciones materialistas –crítica social que, sin embargo, no se caracteriza por el retorno a las antiguas reivindicaciones del movimiento obrero, sino que a menudo se acerca a la crítica al capitalismo, orientada hacia pedidos de autonomía, de resistencia a la mercantilización de la vida cotidiana, etc.–, se inscriben en la prolongación de esos «nuevos movimientos sociales», al menos desde el ángulo de las formas de organización (preferencia por las microestructuras y la organización en red) y del alto nivel de diplomas de los militantes o simpatizantes. Una paradoja: progreso de la escolarización y pérdida de interés por la política Los estudios referidos a la participación política revelan que el nivel de educación, medido en general por el nivel de diploma, constituye una variable determinante en el nivel de participación electoral y en el nivel de interés en la política; algunos análisis consideran directamente las desigualdades de politización como el producto de las desigualdades de escolarización. De este modo, la tendencia indica que, cuanto más diplomas, más inscripción en las listas electorales y menor abstención, más interés en la política y más sensación de tener capacidad para «opinar». Pero, entonces, no se comprende por qué, con el aumento de los niveles de educación de los últimos veinte años, no se observa un crecimiento de la competencia política de los jóvenes ni de su propensión a valorizar la política. Incluso parece suceder lo contrario: aumento de la abstención y desinterés frente a «la política». El ascenso de los índices de abstención en los últimos veinte años parece desafiar la relación causal entre nivel de instrucción y nivel de participación electoral. El paradigma utilitarista estadounidense ya mencionado, que incorpora la idea de un nuevo elector más racional y estratega debido a su más elevado nivel de educación, ha servido como fundamento de los trabajos de los franceses Subileau y Toinet (1989 y 1993), para quienes la paradoja se evapora: el hecho de observar un crecimiento de la abstención al mismo tiempo que una elevación de los niveles de escolarización se debe, precisamente, a que el «nuevo elector», más educado, elegiría racionalmente votar o abstenerse, según el grado de interés, para él, de la coyuntura electoral. Votaría «en función de la coyuntura», a partir de la importancia que tendrían para él las elecciones y según la estructura CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 259 de la oferta electoral. Los autores desarrollan la idea de abstención estratégica al observar, por ejemplo, que en 1979, cuando existía una lista específicamente del Rassemblement pour la République (rpr)*, encabezada por Jacques Chirac, la abstención era menor en las mesas tradicionalmente adeptas al rpr que cinco años después, en 1984, cuando la derecha presentó una lista única encabezada por Simone Weil. Estos trabajos, a menudo realizados a nivel micropolítico de mesas electorales cuyas sensibilidades políticas tradicionales son conocidas, no imputan la abstención a un defecto de integración social y, en particular, a un déficit de capitales escolares, sino a un cálculo racional fundado en la evaluación informada de la oferta electoral y de las coyunturas locales del voto. Entonces, la paradoja desaparecería, en la medida en que, en la óptica de un voto racional en función de la coyuntura, el crecimiento de la abstención podría, justamente, explicarse mediante el crecimiento de los niveles de escolarización y, en consecuencia, del nivel general de competencia política y capacidad estratégica del elector. Algunos trabajos desarrollan una interpretación similar para explicar el ascenso de la abstención intermitente entre los jóvenes: estos percibirían menos que antes el voto como un deber y más como una práctica que se adopta cuando se ve en ella utilidad (Bréchon, 2001). La hipótesis de una abstención guiada por la coyuntura electoral, ya mencionada en 1957 por Bodin y Touchard, y no puesta a prueba en el marco de los trabajos sobre la abstención a escala nacional (la variedad de las coyunturas locales es demasiado grande), había sido refutada anteriormente por los primeros trabajos de envergadura sobre la abstención. Alain Lancelot (1968) mostraba, así, que las características sociodemográficas de los abstencionistas ocasionales se asemejan más a las de los abstencionistas constantes que a las de los votantes regulares (Matonti, 1996). De esta manera, se impondría la hipótesis del defecto de integración y, con ella, la constatación de una paradoja para el período contemporáneo. Otra manera, radicalmente opuesta a la primera, pero opuesta también al modelo de explicación del voto mediante la integración social, de resolver esta paradoja es cuestionar el vínculo causal entre la elevación del nivel de educación y la del nivel de competencia política (por ende, la de la propensión a votar). Algunos trabajos estadounidenses van en este sentido y han demostrado que la elevación del nivel de educación general de los electores estadounidenses desde los años cincuenta no se tradujo en una elevación de su competencia política (Smith, 1989; Blondiaux, 1996). La idea de abstención estratégica se vería invalidada, pero lo mismo sucedería con la del vínculo causal mencionada por todos los trabajos heredados del conductismo. El debate aún no ha sido cerrado. Otro aspecto de la misma paradoja reside en el desapego frente a la política de las generaciones jóvenes, aunque sean más educadas que las precedentes. * Reagrupamiento por la República. Corresponde a lo que los autores designan como derecha moderada (n. del e.). 260 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Esta vez es el interés por la política lo que disminuiría. Un estudio de Pierre Bréchon (2001) parece demostrar que el efecto de la educación es cada vez menos determinante en la politización de los jóvenes. En 1981, el efecto era todavía muy notable, puesto que solamente el 15% de los jóvenes entre 18 y 29 años que habían terminado sus estudios después de los 21 años nunca hablaban de política, contra el 52% de los jóvenes de la misma edad que los habían terminado a los 17 años o menos. Nueve años después, en 1990, el efecto de la educación comienza a perder su peso predictivo y, en 1999, la tendencia se confirma claramente: si bien el 50% de los jóvenes entre 18 y 29 años que habían terminado sus estudios antes de los 17 años en 1990, y el 56% en 1999, continúan sin participar en política, la proporción de aquellos más educados (que habían terminado sus estudios después de los 21 años) que nunca hablan de política salta del 15% en 1981 al 28% en 1990 y al 37% en 1999. En otras palabras, el efecto de la educación sobre la politización no se ha invertido, aunque se ha atenuado considerablemente entre los jóvenes: la educación «politiza» menos que antes. La separación se vuelve, entonces, más generacional que cultural: mientras que, a igual nivel de estudios, la proporción del grupo de 18 a 29 años y el de 60 años y más que no habla de política es prácticamente la misma en 1981 (por ejemplo, respectivamente el 52% y el 54% entre aquellos que han terminado sus estudios antes de los 17 años, el 15% y el 10% entre los que han terminado sus estudios después de los 21 años), difiere marcadamente en 1999: mientras que el 56% de los menos diplomados entre 18 y 29 años nunca hablan de política, solo el 39% de los mayores de 60 años que han terminado sus estudios a la misma edad nunca lo hacen; esta última cifra es muy significativa, porque es más o menos idéntica a la proporción de los que tienen más diplomas y cuya edad oscila entre 18 y 29 años que nunca hablan de política (37%). Pero estas cifras solo son válidas para la fracción más despolitizada de la juventud: la que nunca habla de política. Cuando consideramos, por el contrario, la fracción más politizada de la juventud, la erosión del efecto de la educación sobre la politización implica, esencialmente, a los que tienen menos diplomas, mientras que los más diplomados parecen estar, por el contrario, preservados de ese movimiento general de despolitización por su alto nivel de estudios: entre 1990 y 1999, el índice de politización elevada (medido a partir de la valorización del área de lo político, del interés por la política y de la frecuencia de las discusiones políticas entre amigos) se desliza del 21% al 15% en el grupo de 18 a 19 años que han terminado sus estudios antes de los 17 años, del 39% al 25% entre los jóvenes cuya edad de finalización de estudios se ubica entre los 18 y los 20 años, mientras que solo se desliza del 48% al 45% entre los más diplomados. En el interior de la fracción más politizada de la juventud, como ocurre en el de la más despolitizada, los niveles de interés por la política están íntimamente vinculados al nivel de educación en una fecha determinada: la misma relación causal no está desmentida; por el contrario, se erosiona entre 1981 y CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 261 1999 entre todos los jóvenes pertenecientes en cada fecha a la fracción menos politizada, y esto se da en cualquier nivel de diploma (la jerarquía de interés por la política sigue siendo equivalente a la jerarquía de los diplomas, pero todos los niveles de diplomas se ven afectados por la despolitización); se erosiona también entre los jóvenes pertenecientes en cada fecha (1981, 1990, 1999) a la fracción más politizada –se erosiona en el sentido en que, en este caso, también a pesar de la elevación general del nivel de diploma, se observa un movimiento general de despolitización, es decir, un movimiento contrario al que debería esperarse–; los únicos que resisten esta tendencia son los diplomados más politizados, que mantienen el mismo nivel de interés por la política entre 1981 y 1999. El problema aquí es saber si el nivel de estudios sigue siendo, a pesar de todo, entre los jóvenes, por cierto, en menor medida en las generaciones anteriores, «protector» de la abstención. Ahora bien, se evidencia, a partir de un «índice de actitud abstencionista»8, que, si bien el potencial abstencionista es el doble entre los jóvenes de 18 a 29 años que en el grupo de 60 años o más, también es menos importante en la medida en que los jóvenes han hecho estudios (el 42% entre los jóvenes que han abandonado sus estudios a los 15 años, contra el 15% en el grupo que los ha continuado al menos hasta los 20 años). Por lo tanto, el nivel de estudios sigue siendo protector de la abstención, pero en menor medida que antes. La paradoja, en su globalidad, sigue existiendo. Una de las explicaciones que podrían aportarse reside en la idea de que la elevación de los niveles de escolarización constituiría, en realidad, un nominalismo que encubre el hecho de que un mismo diploma, por ejemplo el baccalauréat, ya no tiene el mismo rendimiento educativo que en otros tiempos y, por lo tanto, no conferiría una forma de manejo de los esquemas políticos. Vieja retórica de la lamentación –«el nivel baja»– que ha sido rechazada muchas veces (Baudelot y Establet, 1989). De hecho, no es seguro que el crecimiento de los niveles de escolarización, por una parte, y el incremento de la abstención y la caída de la propensión a hablar de política entre los jóvenes, por la otra, invaliden, incluso parcialmente, la relación causal entre elevación del nivel de diploma y elevación del interés por la política. En efecto, no estaríamos asistiendo a una baja del nivel de interés y de participación política, sino a una transformación de las formas de participación. En primer lugar, se observa una permanencia del apego de los jóvenes a los valores universalistas (justicia, libertad, paz, distribución de la riqueza entre el norte y el sur, etc.) (Muxel, 1996 y 2001; Muxel y Cacouault, 2001). Además, los jóvenes ya no son reacios a ubicarse en el eje derecha/izquierda (Muxel, 1997; Bréchon, 2001). Sobre todo, los jóvenes no 8 Esto es cuestionable, puesto que registra las declaraciones de intención ficticia de voto si una elección general tuviera lugar el domingo siguiente a la encuesta. Es una situación abstracta que presenta todas las incertidumbres y el carácter fabricado de las encuestas de intención de voto fuera de la campaña electoral (cf. Champagne). 262 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN estarían muy politizados, pero tenderían a reorientarse de las formas «convencionales» de participación política hacia formas «contestatarias» (firmar un petitorio, manifestar, boicotear, hacer huelga, etc.). Por ejemplo, hoy son mucho más numerosos que antes los jóvenes que han firmado un petitorio o han participado en una manifestación autorizada (petitorio: el 47% del grupo de 18 a 29 años declara en 1981 haber firmado al menos un petitorio en su vida, contra el 62% en 1999; manifestación: 34% en 1981, 41% en 1999). La vida del liceo sensibilizaría cada vez más ante la protesta social y promovería la expresión concreta de su descontento (Bréchon, 2001). Este fenómeno caracterizaría más fuertemente a los jóvenes más politizados que a los menos politizados. Ahora bien, esta constatación es interesante en la medida en que pueda ser precisamente interpretada como el producto parcial de la elevación del nivel de educación. En efecto, se observa históricamente que los comportamientos contestatarios se han multiplicado a partir de los años sesenta, tanto en Europa como en Estados Unidos (Almond y Verba, 1980; Barnes y Kaase, 1979; Dalton y Kuechler, 1990), paralelamente a la elevación del nivel medio de instrucción y, con él, del nivel medio de competencia política. Ciertos trabajos estadounidenses hablaron entonces de «movilización cognitiva» para designar la mayor competencia cognitiva sobre las coyunturas políticas que tendrían los ciudadanos cada vez más educados y que los autorizaría a liberarse del modelo cívico habitual, que confina la participación política al campo de lo «convencional» (Inglehart, 1977 y 1993). La reorientación hacia competencias contestatarias sería también el efecto del deslizamiento hacia valores posmaterialistas, determinado por el aumento del nivel general de educación: los valores posmaterialistas serían, en efecto, menos negociables –es más fácil negociar un aumento de salario del 5% que negociar el cierre de una central nuclear en nombre de la defensa del medio ambiente– y conducirían a «nuevos movimientos sociales» caracterizados por repertorios de acción más alejados del modelo de interacción convencional gobernantes/gobernados9. Esta constatación histórica es confirmada por estudios estadísticos: los más dispuestos a la acción contestataria se encuentran, en efecto, en las capas jóvenes, instruidas, urbanas y de buen poder adquisitivo de la población, en especial, solteros sin patrimonio y alejados de la práctica religiosa (Boy y Mayer, 1997). La correlación histórica y estadística entre comportamientos contestatarios y nivel de instrucción permite relativizar la paradoja del ascenso paralelo del nivel general de educación y el desapego frente a las formas «convencionales» de la participación política. Hay siempre una correlación entre nivel de instrucción y participación política: simplemente, la instrucción conduciría cada vez más a la acción contestataria, por definición ignorada en los estudios de las formas «convencionales» como el voto. 9 Véanse, por ejemplo, Offe (1987), Rucht (1990), Dalton y Kuechler (1990), Péchu y Fillieule (1993), Neveu (1996), Mathieu (1999) y Sommier (2001). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 263 Educación y comportamientos políticos: el enfoque de los economistas El estudio de los vínculos entre educación y comportamientos políticos proviene, en lo esencial, de la ciencia política. Algunos trabajos económicos recientes se inspiran en ella, y su aporte principal es tratar de identificar el verdadero impacto causal de la educación utilizando métodos econométricos adecuados, mientras que los trabajos de ciencia política miden preferentemente correlaciones. En efecto, la educación y los comportamientos políticos pueden ser determinados por las mismas variables desconocidas y no observadas, en particular, el entorno familiar y el medio social, y se corre el riesgo de sobrestimar el verdadero impacto causal de la educación. El problema y los métodos empleados son similares a los mencionados en el capítulo 5, donde se trató la medición de los efectos de la educación sobre los ingresos individuales: se «instrumenta» la variable de educación mediante una variable cuyas variaciones son independientes de las características no observadas, y que contribuye a determinar la educación, pero no directamente los comportamientos políticos. Estos trabajos se sitúan en la línea de aquellos presentados en el capítulo 7, que intentan medir directamente las externalidades del capital humano (los efectos de la educación sobre el voto, en especial, constituyen el punto más destacado de estas externalidades). Estudian, esencialmente, la participación electoral, más que la contribución de la educación a la emergencia de corrientes de pensamiento político y a su triunfo electoral10. La educación puede actuar, a la vez, sobre la cantidad de participación en política, aumentando la participación electoral, y sobre la calidad, permitiendo a los ciudadanos efectuar elecciones mejor fundadas sobre cuestiones políticas, sociales y económicas, alrededor de las cuales se organizan (o deberían organizarse) las campañas electorales. Esta acción puede influir, a la vez, sobre los costos de la participación (las «competencias cognitivas» facilitan el acceso a una infor10 Smith (1995 y cap. 6 en Behrman y Stacey, 1997) es un raro ejemplo de este segundo enfoque. Este autor se interesa en los vínculos entre la educación y el apoyo a medidas de políticas públicas de protección al medio ambiente, y señala tres orientaciones posibles. En primer lugar, la educación refuerza la capacidad de aprender por sí mismo y, por lo tanto, de comprender los documentos que presentan los problemas ambientales y su impacto en la salud humana, que son particularmente complejos (Smith observa que el nivel medio de competencias de lectura en Estados Unidos corresponde al de séptimo grado, equivalente a cinquième en Francia). En segundo lugar, la educación incita a atribuir mayor confianza a los «expertos» (en este caso, a los expertos que tratan de alertar a la opinión pública sobre el alcance de la degradación del medio ambiente). Según Smith, la posesión de un doctorado de posgrado, que identifica a los «expertos», es más valorada por personas que tienen un diploma de enseñanza superior que por los demás. Finalmente, en tercer lugar, la educación podría simplemente modificar las preferencias a favor de un medio ambiente de mejor calidad. 264 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN mación pertinente y su interpretación; también pueden permitir vencer mejor los obstáculos para la participación, como la necesidad de inscribirse en las listas electorales) y sus beneficios (las personas más educadas podrían tener preferencias más marcadas por el compromiso político y sacar de ello mayor provecho). Por el contrario, la educación también podría aumentar el costo de oportunidad del tiempo dedicado a la política, ya se trate del voto, del análisis de los documentos electorales o de la acción caritativa, y así tener un efecto negativo sobre la participación (Gibson (2001) observa que, dentro de una misma familia, los individuos más educados participan menos en actividades caritativas11). Dee (2003) se interesa en los efectos de la educación sobre las actitudes y los comportamientos cívicos en Estados Unidos. En primer lugar, utiliza los datos de High School and Beyond para estimar el impacto del pasaje de la enseñanza secundaria a la enseñanza superior sobre la inscripción en las listas electorales, la participación en elecciones en los últimos doce meses, en la elección presidencial de 1988 y en actividades de beneficencia durante el último año. La distancia respecto del establecimiento de enseñanza superior más cercano y la cantidad de esos establecimientos en el lugar de residencia (cuando estos individuos eran adolescentes) son utilizados como «instrumentos» de pasaje del nivel secundario al superior. Este último aumenta la participación electoral entre un 21 y un 30%, sin tener un efecto particular sobre la participación en actividades caritativas. Dee utiliza luego datos del General Social Survey de 1972 a 2000 para estimar los efectos de la cantidad de años de estudio sobre la participación en la elección presidencial precedente, la participación en asociaciones, la lectura de diarios y el apoyo a la libertad de expresión de ciertos grupos (que forman un conjunto muy heterogéneo: racionalistas, comunistas, homosexuales, militaristas, racistas). Las variaciones de un Estado a otro y en tiempos de leyes de escolarización obligatoria y abolición del trabajo infantil se utilizan como «instrumentos» de la cantidad de años de estudio: a fin de cuentas, lo que se examina es el impacto de esas leyes sobre las actitudes y los comportamientos cívicos. Este impacto es significativo y fuertemente positivo sobre la participación en la elección presidencial precedente (un año de escolaridad adicional incrementaría la participación electoral en 6,8 puntos), la lectura de periódicos y el apoyo a la libertad de expresión de los grupos «progresistas» (racionalistas, comunistas, homosexuales: el impacto de un año adicional de estudio sería de 8,0 a 12,5 puntos); es positivo pero no significativo para la participación en asociaciones y la libertad de expresión de los grupos «reaccionarios» (militaristas, racistas). 11 Milligan, Moretti y Oreopoulos (2003) también señalan que los individuos más educados tendrían tendencia a sobrestimar su participación electoral en el momento de realizar encuestas estadísticas. Las comparan con los índices efectivos de participación obtenidos de las listas electorales y muestran que ese tipo de error de medición no tiene en la práctica gran importancia. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 265 Milligan, Moretti y Oreopoulos (2003) proponen un análisis sumamente cercano al de Dee: se encargan de medir el impacto de la educación sobre la probabilidad de votar y otra serie de variables que describen comportamientos (inscripción en listas electorales, frecuencia del acceso a los medios de información, seguimiento de las campañas electorales, frecuencia de las discusiones políticas con las personas de su entorno, etc.) y actitudes políticas (interés por las elecciones, sentimiento de estar cerca de un partido, de estar satisfecho con el funcionamiento de la democracia, etc.) en Estados Unidos y el Reino Unido12. Estos autores utilizan la misma «estrategia de identificación» que Dee, midiendo el impacto de las variaciones en el espacio y el tiempo de las leyes de escolarización obligatoria: «El enfoque identifica el efecto de la educación sobre el civismo a partir de la extensión del tiempo transcurrido en la escuela de quienes podrían haberla abandonado» (4). Su principal resultado es que la educación tiene un fuerte impacto sobre la probabilidad de votar en Estados Unidos –terminar los estudios secundarios aumentaría la probabilidad de votar entre un 28,8 y un 34,2%–, aunque este impacto se percibe en la inscripción en las listas electorales y no en la participación de los electores inscriptos: cuando se restringe la estimación a estos últimos, el impacto de la educación no es significativo. En el Reino Unido, donde los procedimientos de inscripción en las listas electorales son más simples y donde los ciudadanos son activamente estimulados a inscribirse en ellas, el impacto de la educación no es significativo ni para el conjunto de los electores potenciales, ni para los electores inscriptos. Una modificación de las leyes que rigen la inscripción en las listas en Estados Unidos podría mejorar la participación en las elecciones, si es que estas leyes constituyen efectivamente un obstáculo para la inscripción de los ciudadanos menos educados: también es posible que se trate de una «ausencia de demanda» más que de una «obligación de la oferta», ya que las personas menos educadas son las menos motivadas para inscribirse. Milligan, Moretti y Oreopoulos observan que el aumento del nivel medio de educación en Estados Unidos en el período considerado (la proporción de personas de más de 25 años que han comenzado estudios superiores ha crecido en 36,1 puntos entre 1964 y 2000) ha permitido compensar, en parte, la baja del índice de participación electoral registrado desde hace tiempo (en 2000, el índice de participación habría sido entre 10,4 y 12,3 puntos más bajo a falta de aumento del nivel de educación medio13). 12 Para Estados Unidos, los datos son los National Election Studies de 1948 a 2000, y el November Voting Supplement del Current Population Survey de 1994 a 2000. Para el Reino Unido, se trata de los British Studies de los años de elección desde 1964, y el Eurobarometer Survey. Estos datos son generalmente utilizados en ciencia política. 13 La paradoja, que se da en la mayoría de las democracias occidentales, entre el efecto positivo de la educación sobre la participación electoral para los individuos en un año dado y la baja > 266 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Finalmente, la educación ejerce un impacto frecuentemente significativo sobre las otras variables de comportamiento y de actitudes políticas, en el sentido de una mayor confianza en la democracia y de una participación más activa en su funcionamiento: «Los adultos más educados son más proclives a seguir las campañas electorales en los medios, a discutir de política, a asociarse a grupos políticos y a trabajar en cuestiones comunitarias» (4). Estos resultados son válidos para los dos países, y uno se puede preguntar por qué la educación no tiene impacto sobre la participación electoral en el Reino Unido, aunque incrementa el interés por la política y, además, la inscripción en las listas electorales es casi universal (92% de los electores potenciales de la muestra utilizada en el artículo están inscriptos). Lamentablemente, Milligan, Moretti y Oreopoulos no abordan esta cuestión. El aporte de estos dos artículos reside más en su metodología –tratan de aislar el efecto puro de la educación– que en sus resultados, que solo confirman los de la ciencia política: la educación puede mejorar, al mismo tiempo, la cantidad y la calidad de los comportamientos políticos. Estas externalidades son netamente positivas en una democracia. ¿Cuál es el papel de la educación en la transición de una dictadura a la democracia? Se puede pensar que el tipo de educación dispensada en un régimen autoritario o, sobre todo, totalitario, tiende, por el contrario, a alejar a los ciudadanos del campo político e impide la emergencia de una cultura política favorable a la democracia. Por otra parte, según Bratton, Alderfer, Bowser y Temba (1999), las elites existentes en el momento de la introducción de la democracia no tienen mucho interés en promover esa cultura, que amenaza su poder: el compromiso de la «sociedad civil» (sindicatos, corporaciones, asociaciones laicas dependientes de instituciones religiosas, etc.) sería decisivo. Ahora bien, a menudo, la sociedad civil tiene dificultades para adaptarse al nuevo contexto político (ha podido organizarse para derribar una dictadura, pero no tiene experiencia ni cultura democrática). Bratton, Alderfer, Bowser y Temba se interesan en la transición democrática de Zambia, iniciada en 1991 e interrumpida por la declaración del estado de emergencia en 1994, luego en 1997. Estos autores estudian el impacto de programas de educación cívica destinados a los adultos, organizados por el nuevo gobierno o por ong, utilizando datos recogidos antes y después del desarrollo de los programas y siguiendo un enfoque casi < de la participación media en los últimos tiempos, mientras el nivel de educación media progresaba fuertemente, se explica muy simplemente por la presencia de factores dinámicos independientes de la educación que han hecho bajar la participación electoral. La econometría que utiliza datos que remiten a grandes cantidades de individuos observados durante varios años permite resolver esas paradojas «datos de corte/series temporales» (cross-section/times series), de las cuales la primera, la «paradoja de Kuznets», que implica la relación entre ingreso y ahorro, ha sido puesta en evidencia en los años cuarenta. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 267 experimental. La educación cívica tiene un impacto más importante sobre los conocimientos y los valores de los ciudadanos que sobre sus comportamientos políticos: el efecto sobre la participación electoral no es significativo. Además, el impacto es más fuerte sobre las personas pertenecientes a categorías privilegiadas de la población (la educación cívica de los adultos y la educación escolar recibida anteriormente podrían ser complementarias). Bratton, Alderfer, Bowser y Temba observan la casi total ausencia de otros estudios sobre este tipo de temas en África y en los demás países en desarrollo. Sin embargo, el papel de la educación en el establecimiento de la democracia es una cuestión recurrente en el debate público y podría ser una de las externalidades del capital humano más significativas en el proceso de desarrollo. CAPÍTULO 14 Los efectos de la escolarización sobre las actitudes sociopolíticas: Bennington College, un caso ejemplar C uando nos interrogamos acerca de la cuestión de los efectos de la educación, muchas especulaciones son posibles. Sin embargo, la investigación no podría avanzar sin cierto consenso. Como punto de partida, queremos presentar, en esta primera sección, las investigaciones princeps de Newcomb, que sugieren que la escuela es, en sí misma, susceptible de cambiar las actitudes de los alumnos. Ciertamente, la ciencia es, por definición, cuestionable, por lo tanto, deben formularse hipótesis verificables que puedan someterse a los hechos o a los datos empíricos. La descripción detallada de los trabajos de Newcomb se inscribe, precisamente, en esta óptica. En efecto, las investigaciones presentadas aquí hacen muchas referencias a la psicología de la educación, a la psicología política y a la psicología social (un análisis semántico revela que, en las diez primeras publicaciones registradas por una metabase de datos de psicología, Psycinfo, Newcomb aparece ocho veces en los títulos, palabras clave y resúmenes de las publicaciones referentes a las entradas College impact y Education and attitudes). El objetivo de esta primera parte no es, ciertamente, proporcionar una visión de conjunto de los efectos de la educación (los trabajos de Newcomb no se prestan a ello). Tampoco, dar a conocer los trabajos de este autor, muy reconocidos por otra parte. Nuestro objetivo, en esta primera parte, es retomar las principales hipótesis formuladas por Newcomb y someterlas a un análisis crítico frente a los resultados que ha obtenido. Además, esta primera parte introduce la idea de que el estudio de las actitudes intergrupales (por ejemplo, prejuicios, racismo, sexismo) no podría separarse del estudio más general de las actitudes sociopolíticas (conservadurismo, socialismo, etc.). Los trabajos de Newcomb han sido objeto de numerosas publicaciones, producto de la iniciativa del mismo autor o de otros. Nos referiremos aquí a cuatro obras en las que Newcomb ha 269 270 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN participado activamente: Newcomb (1943), Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967), Feldman y Newcomb (1969) y Alwin, Cohen y Newcomb (1991). Las dos primeras secciones se refieren a los trabajos redactados por el mismo Newcomb en 1943, Personality and Social Change, y en 1967, Persistence and Change. La tercera sección corresponde al último volumen de la trilogía Political Attitudes over the Life Span, publicado en 1991, después de la desaparición de Newcomb en diciembre de 1984. Este último volumen constituye la tercera serie de estudios realizados sobre la misma población y aporta numerosos elementos de reflexión sobre la cuestión de las actitudes sociopolíticas a lo largo de la vida. Estas diferentes obras intentan discernir las respuestas a las preguntas esenciales que nos animan: ¿puede la escuela cambiar las actitudes? Este cambio, si es que tiene lugar, ¿se mantiene en el tiempo? ¿En qué medida puede afectar al curso de la vida (decisión de voto, elección del cónyuge, elección de los amigos, etc.)? Escolarización y actitudes sociopolíticas El primer estudio de Newcomb, Personality and Social Change (1943), solo se comprende reubicándolo en su contexto histórico y cultural. Se desarrolló en Estados Unidos en un período de profundos cambios sociales. Comenzó el año del Wagner Labor Act y concluyó el año del advenimiento de Franco, con el fin de la Guerra Civil en España, y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Durante esos cuatro años, cada una de las 550 estudiantes de un college estadounidense (Bennington College) debió manifestar sus opiniones y actitudes frente a diferentes medidas sociales y políticas, al menos una vez a lo largo de cada año. Así fue posible observar si había un cambio de actitudes entre el comienzo y el final de los cuatro años de escolaridad. De hecho, un cambio fue observado en la mayoría de las estudiantes, en el sentido de una mayor aceptación de las políticas vinculadas al New Deal. En conjunto, las estudiantes (entre 17 y 22 años) consideraban que ese cambio iba claramente en un sentido opuesto a las actitudes y valores de sus familias (en general, de buen poder adquisitivo, con actitudes tradicionales del noreste estadounidense), estimadas por las mismas estudiantes como conservadoras y antiNew Deal. El cambio de actitudes era manifiesto a medida que iban pasando los años de enseñanza. Sin ser extremo, el cambio observado era, sin embargo, significativamente más importante que el cambio observado en la sociedad, también este a favor del New Deal, pero también más importante que para otros estudiantes, hombres o mujeres, escolarizados en otros establecimientos y provenientes de familias comparables a las de las estudiantes de Bennington College. Los cambios observados pueden comprenderse a la luz del entorno social creado por esa institución en el momento del estudio. Se trataba de un nuevo college «experimental» para 250 estudiantes que había sido creado en 1932, durante un CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 271 período de fuerte entusiasmo por una nueva forma de educación más progresista. Estaba relativamente aislado del resto de la ciudad de Bennington (Vermont). Como otros colleges fundados en la misma época (comienzos del siglo xx), el de Bennington era también experimental en el sentido de que ofrecía el acceso a la educación a las mujeres, otorgándoles los mismos derechos en la materia que los acordados anteriormente a los hombres en la sociedad estadounidense. La enseñanza dispensada no estaba basada en el modelo de las universidades masculinas, sino que estaba preferentemente destinada a subvenir «a las necesidades de las mujeres» en la sociedad contemporánea (arte, literatura, ciencias sociales, etc.). El cuerpo docente estaba compuesto por cincuenta profesores, la mayoría hombres de alrededor de treinta años. La mayor parte de los docentes (que no tenían otros diplomas) vivían en las proximidades del campus y tenían mucho contacto con los estudiantes. La mayoría eran «liberales» y es evidente que podían ejercer influencia sobre sus estudiantes. Sin embargo, se cuidaban de ejercer deliberadamente una influencia y nunca hubo acusaciones de propaganda por parte de los padres hacia los docentes, incluso aunque ciertos padres expresaron sus inquietudes respecto de actitudes y comportamientos de sus hijas. La mayoría de los docentes habían egresado de escuelas preparatorias privadas y querían inculcar cierta forma de apertura mental, bregaban por que las estudiantes tuvieran más autonomía y «abrieran sus ojos al resto del mundo». En esta comunidad, las estudiantes eran relativamente libres y se les imponían pocas reglas externas. Este original estudio documenta, en muchos de sus puntos, la preponderancia de normas anticonservadoras respecto de las políticas sociales en la comunidad de Bennington College. Las estudiantes más antiguas, cuyo prestigio crecía años tras año, aceptaban con decisión esas normas anticonservadoras y servían como verdaderos modelos para las estudiantes novicias, que les demostraban estima. Las estudiantes que se consideraban «resistentes» a la influencia de la comunidad mantenían actitudes más conservadoras y eran percibidas como marginales por sus pares. La influencia de la comunidad, que ha consistido en un abandono de las actitudes conservadoras, abarcó todas las ramas de la enseñanza (economía, ciencias políticas, danza moderna, literatura y ciencias). Aunque la mayoría de las estudiantes cambió en el sentido indicado, una proporción no despreciable perseveró en sus actitudes conservadoras. Esas estudiantes se habían excluido simbólicamente de la comunidad y, a menudo, estaban aisladas, algunas a tal punto que no eran conscientes de las normas anticonservadoras en vigencia en la comunidad. Demasiado atadas a los valores familiares, se negaban a insertarse en la comunidad (algunas fueron definidas por el psiquiatra de la institución como excesivamente dependientes de sus familias). El cambio de actitudes y la ausencia de cambio observados en este original estudio eran, según Newcomb, producto de la interacción entre diferentes for- 272 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN mas de influencia: los acontecimientos de la actualidad de un mundo en crisis, los cambios en la sociedad estadounidense, las normas de la comunidad de Bennington College y las características individuales de las estudiantes. Bennington College como grupo de referencia Newcomb, profesor de psicología en Bennington College, decidió estudiar los procesos por los cuales las estudiantes se socializaban en la comunidad del college, caracterizada por la polaridad de sus actitudes. Utilizó el concepto de grupo de referencia (término caro a Hyman (1942), que trabajaba en la misma época sobre la influencia familiar en la formación de las actitudes sociopolíticas) para estudiar cómo las estudiantes iban a ajustar sus actitudes a las que estaban en vigencia en su nueva comunidad. Newcomb se interesaba en los procesos de adaptación de las estudiantes a su nuevo grupo de referencia, Bennington College, y en la adaptación a los valores propios de esta comunidad. Newcomb señaló, en particular, que el más importante de esos valores era el que implicaba el desarrollo personal y la independencia frente a los padres. La comunidad de Bennington College era muy abierta a la discusión, y la mayoría de sus miembros estaban a favor del New Deal. Newcomb (1943:11) relata que las estudiantes de Bennington College estaban confrontadas a «niveles de libertad y responsabilidad personales sin precedentes». Una estudiante lo describe como «muy liberador, en el sentido de que nuestra autonomía fue admitida inmediatamente por los docentes. Nos animaron a ocuparnos de nuestra educación. Eran nuevos y muy jóvenes. Estábamos construyendo el college juntos. No se mostraban como autoridades» (cit. en Alwin, Cohen y Newcomb, 1991:33). En otras palabras, las estudiantes estaban, la mayoría, frente a un conflicto entre los valores familiares relativamente impuestos y los valores de su nuevo grupo de referencia, a los que, en apariencia, tenían la libertad de adherir. A fines de 1935, Newcomb comienza a recolectar datos para su primer estudio. Los resultados más interesantes se relacionan con cambios en la orientación sociopolítica en términos progresistas. Newcomb utiliza principalmente la escala pep (Political and Economic Progressivism), identificada por Stagner (1936) como una medida confiable de las actitudes sociopolíticas contemporáneas. La escala pep permitía principalmente evaluar actitudes a la vez políticas y económicas: la legitimidad de las diferencias de riqueza entre la clase obrera y las grandes empresas privadas, el papel de los sindicatos en la sociedad, el derecho de voto, etc. Esta escala, de tipo Likert de cinco puntos, se componía de veintiséis ítems1. Cuanto más elevados son los puntajes de esta escala, mejor reflejan una actitud conservadora (contrariamente, cuanto más bajos son, más reflejan una actitud 1 Véase el Anexo 2. 273 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ progresista). Como complemento de esta escala, Newcomb utilizó diferentes indicadores, que desarrollaremos ulteriormente. El cuadro 9 incluye las fechas en las que la escala pep ha sido administrada, así como los promedios mencionados para cada entrada. CUADRO 9. Promedio de puntajes PEP según año de entrada a Bennington College medidos en diferentes momentos Año de ingreso 1932 1933 1934 1935 1936 1937 1938 es PEP en Puntajes Puntajes PEP en Puntajes PEP a Puntajes PEP a Puntajes PEP a Pulanptarijm avera fines de 1P9E3P 8a la primavera fines de 1935 fines de 1936 fines de 1937 de 1938 de 1939 65,8 (45) 68,6 (47) 66,5 (74) 74,5 (88) 60,1 (27) 62,3 (37) 68,5 (55) 75,8 (69) 58,9 (27) 64,1 (45) 72,3 (72) 71,9 (64) 59,9 (37) 63,7 (50) 69,1 (85) 70,6 (86) 63,2 (40) 68,4 (37) 69,5 (40) 75,9 (55) 62,7 (45) 68,5 (58) 70,0 (62) 72,8 (73) Fuente: adaptado de Newcomb (1943:23). Nota: puntajes elevados de PEP indican actitudes conservadoras. Entre paréntesis figuran los datos válidos. Las estudiantes son escolarizadas en Bennington College durante los cuatro años siguientes a su fecha de ingreso. Para ciertas cohortes de estudiantes, Newcomb dispone de datos que superan los cuatro años pasados en Bennington College. Si se presta atención a la primera columna del cuadro 9, puede verse que, para una misma medición de pep realizada en 1935, las estudiantes que egresaban de Bennington College (las que habían entrado en 1932) tienen puntajes más bajos de pep que las estudiantes que acababan de entrar en 1935. Esta diferencia significativa tiende a confirmar la hipótesis según la cual las estudiantes que comienzan su ciclo de estudios tienen actitudes conservadoras (calcadas del modelo familiar), mientras que las que los terminan tienen actitudes más progresistas (calcadas del modelo del grupo de referencia, como sugerirá Newcomb). Sin embargo, un análisis de las columnas del cuadro 9 nada especifica sobre la naturaleza del cambio de actitudes operado, puesto que no se trata de las mismas estudiantes. Para poner a prueba la hipótesis del cambio de actitudes necesitamos datos longitudinales. El cuadro 9 proporciona esos datos cuando se comparan, en una misma línea, los datos de varias columnas. Si se consideran los datos de la segunda línea, se constata, entre fines de 1935 y 1936 (lo que correspondería, respectivamente, al tercero y cuarto años de estudio para las estudiantes que habían ingresado en 1933), una disminución de las actitudes conservadoras (m = 68,6 y m = 60,1). De hecho, esta disminución es significativa, año tras año de estudio y para la mayoría de las cohortes de estudiantes que ingresaron entre 1933 y 1938. Por ejemplo, Newcomb ha podido constatar que las actitudes de las estudiantes que ingresaron en 1935 eran menos conservadoras a medida que aumentaban sus años de estudio en el seno de Bennington College y 274 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN tendían a estabilizarse después de su egreso (después de la primavera de 1938). Newcomb (1943) observa cambios de actitudes importantes y sistemáticos durante el período de cuatro años de escolarización en Bennington College. Los cambios de actitudes se dirigen, en general, en el sentido de una oposición mayor a las actitudes familiares conservadoras y en el de una adaptación a las normas proNew Deal de la comunidad de Bennington College. Ha producido el efecto de generar una orientación sociopolítica más «liberal» entre las estudiantes. Newcomb ha observado que, en la mayoría de los casos, cuanto más tiempo pasaban en el seno de la comunidad, más modificaban sus actitudes. Newcomb ha utilizado igualmente una forma abreviada del cuadro 9 para representar sus datos en función del nivel de estudio de las estudiantes (primer año, segundo año, tercer año y cuarto año). Se trata de los mismos datos, pero presentados de diferente modo (cuadro 10). CUADRO 10. Promedio de puntajes PEP según clase y año Clase 1º año 2º año 3º año 4º año Total Fines de 1936 Fines de 1937 Fines de 1938 Total 75,8 (69) 58,5 (55) 62,3 (37) 60,1 (27) 67,4 (188) 71,9 (64) 72,3 (72) 64,1 (45) 58,9 (27) 66,7 (208) 75,9 (55) 69,5 (40) 68,4 (37) 63,2 (40) 68,7 (172) 74,2 (276) 69,4 (241) 65,9 (166) 62,4 (155) Fuente: Newcomb (1943). Nota: los resultados presentados son siempre significativos, al menos entre el primer y cuarto año (ps < 0,005). A partir de esos datos abreviados, Newcomb concluye que existen cambios de actitudes muy significativos: bajo la influencia de su nuevo grupo de referencia, las estudiantes tienden a modificar radicalmente sus actitudes entre el momento en que ingresan a Bennington College y el momento en que egresan, cuatro años más tarde. Este cambio se traduce en un aumento de las actitudes liberales. Una crítica metodológica que a menudo se le hace a Newcomb se refiere a la naturaleza del cambio: no se trataría tanto de un proceso de socialización como de un proceso de selección. En efecto, puede ser que las estudiantes que no se sintieran cómodas en la comunidad de Bennington College simplemente la hayan abandonado, lo cual podría explicar la disminución observada en las actitudes conservadoras. Puede ser también que las familias más conservadoras se hayan negado a que sus hijas participen en el estudio de Newcomb hasta el final, lo cual explicaría la disminución de los individuos observados en cada clase a lo largo del tiempo. Estas dos explicaciones alternativas son, efectivamente, muy plausibles. Para anticipar las críticas, Newcomb solo utilizó las estudiantes presentes desde el comienzo hasta el final del estudio, para las clases de ingreso de 1933 a 1936. Los resultados observados en estas estudiantes «perseverantes» replican ampliamente los del cuadro 10. Los resultados presentados en el cuadro 11 muestran 275 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ claramente que el cambio de actitudes también aparece cuando solo se seleccionan las estudiantes que han participado en el estudio durante los cuatro años de su escolarización en Bennington College. Por lo tanto, no se puede imputar ese cambio de actitudes a un proceso de selección de estudiantes. Es evidente que, bajo la presión normativa de la comunidad de Bennington College, las estudiantes han modificado sus actitudes para que sean más congruentes con su nuevo grupo de referencia. CUADRO 11. Promedios de puntajes PEP para las estudiantes de las cuatro clases que han respondido en todas las ocasiones Clase de ingreso N 1935 1936 1937 1938 1933 1934 1935 1936 26 21 35 51 68,0 62,1 73,7 60,0 59,9 68,0 73,9 57,4 63,3 70,8 58,7 64,3 67,5 Fuente: Newcomb (1943:199). Comparaciones más acabadas entre las estudiantes que han abandonado Bennington College y aquellas que han llevado su escolaridad a término no revelan demasiadas diferencias en los resultados, y Newcomb (1943:201) concluye que esas diferencias son mínimas e irrelevantes. Divergencia con las actitudes de los padres Además de comparar los puntajes pep de las diferentes cohortes a lo largo del tiempo, Newcomb comparó las preferencias políticas de las estudiantes para las elecciones presidenciales de 1936 con las de sus familias, con el fin de demostrar la divergencia entre las actitudes de las estudiantes y las de sus padres. A fines de 1936, Newcomb solicitó a las estudiantes que indicaran su preferencia entre cada uno de los cinco candidatos políticos. Las estudiantes debían indicar también la preferencia de su familia. El cuadro 12 presenta los resultados de esas comparaciones. Los datos del cuadro 12 revelan que, en lo esencial, las preferencias políticas de las estudiantes de primer año son semejantes a las de sus padres, mientras que aparecen flagrantes divergencias entre las preferencias políticas de las familias y las de las estudiantes de tercer y cuarto año. De una manera general, las familias de las estudiantes de Bennington College demuestran una clara preferencia por el candidato republicano Landon, mientras que las estudiantes tienen tendencia a alejarse de esta preferencia y favorecer a Roosevelt, el candidato demócrata, a medida que avanzan en sus años de estudio. Igualmente, si bien no hay diferencia en las preferencias de los candidatos socialistas y comunistas entre las estudiantes de primer año y sus padres, estas diferencias tienen tendencia a incrementarse a medida que las estudiantes progresan en su paso por Bennington College. Análisis aún más detallados, que no presentaremos aquí, han 276 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN permitido a Alwin, Cohen y Newcomb (1991:42), concluir que no ha habido cambios en las preferencias de las estudiantes cuyos padres se inclinaban inicialmente por el partido demócrata. Estos análisis muestran igualmente que el cambio de actitudes se ha producido, sobre todo, entre las estudiantes cuyos padres se inclinaban inicialmente por el partido republicano. Alrededor del 20% de las estudiantes provenientes de familias conservadoras (las que tenían una neta preferencia por el partido republicano) han cambiado su preferencia política y se han vuelto más liberales (Alwin y otros, 1991:43). CUADRO 12. Preferencias por los diferentes candidatos políticos en 1936 de las estudiantes y de sus familias Candidato Landon (republicano) Roosevelt (demócrata) Thomas y Browder (socialista y comunista) N Clases de 1° año Estudiantes Padres (%) 62 29 9 52 Clases de 2° año Estudiantes Padres (%) 66 26 (%) 43 43 7 15 Clases de 3°año Estudiantes Padres (%) 69 22 (%) 15 54 8 30 40 (%) 60 35 4 52 Fuente: Newcomb (1943:28). Nota: Lemke, el quinto candidato, no ha recibido la preferencia de las estudiantes. Para cada candidato, las diferencias de proporción son significativas entre las preferencias de los padres y las de las estudiantes, salvo para los primeros años. Reiteración de los resultados de Bennington College Newcomb (1943) quiso verificar si el cambio de actitudes observado en Bennington College sobre la escala pep podía generalizarse a otros establecimientos relativamente comparables. Recogió datos en Williams College (n = 322 estudiantes) en 1938 y los comparó con los de Bennington College obtenidos durante el mismo año. En 1939 recogió datos de Skidmore College obtenidos el mismo año. Los resultados de esas comparaciones entre diferentes colleges aparecen en el cuadro 13. Estas comparaciones revelan diferencias significativas entre los estudiantes de primer año y los de cuarto en el seno de cada institución. Sin embargo, esas diferencias son siempre más significativas para Bennington College, comparado con los otros dos establecimientos. La influencia normativa de la comunidad de Bennington College parece haber sido más importante que la de otros establecimientos, y Newcomb (1943) tiene gran interés en dar a conocer este hecho. Sin embargo, estos resultados tienden a corroborar la hipótesis según la cual el hecho de ser escolarizado en un nuevo ambiente (un college estadounidense, en el presente caso) conduce a que la persona se atribuya las características del nuevo grupo de pertenencia y, eventualmente, a que cambie sus propias actitudes para que sean congruentes con las normas del grupo de referencia. 277 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ CUADRO 13. Promedio de puntajes PEP de Williams College, Skidmore College y Bennington College en función de la cantidad de años de estudio de los estudiantes Clase 1° año 2° año 3° año 4° año Williams College 1938 N M 95 114 74 36 76,1 69,4 70,7 71,2 Bennington College 1938 N M 23 24 19 12 Skidmore College 1938 N M 66,1 68,1 61,1 55,0 83 53 70 46 79,9 78,1 77,0 74,1 Bennington College 1939 N M 73 62 58 45 72,8 70,0 68,5 62,7 Fuente: Newcomb (1943:31). Nota: diferencia significativa en el seno de cada college entre los estudiantes de primer año y los de cuarto. Para cada año de estudio, las estudiantes de Bennington College siempre tuvieron puntajes PEP más bajos que las estudiantes de otros colleges. ¿Por qué ese cambio en Bennington College? Newcomb identificó dos elementos esenciales que han contribuido, según él, a un cambio de actitudes más importante en Bennington College: • un fuerte sentimiento de pertenencia a una comunidad; • la relativa homogeneidad de las actitudes y opiniones de la comunidad: los docentes y los estudiantes más experimentados mantenían actitudes claramente no conservadoras. Sin explayarnos demasiado sobre estos puntos, podemos mencionar algunos resultados suplementarios aportados por Newcomb. En primer lugar, el autor observó, en numerosas entrevistas con las estudiantes, que la gran mayoría de ellas se percibía como miembro de una única comunidad, con la cual todas se identificaban fuertemente. Este sentimiento de suerte compartida no parecía tan fuerte en los otros establecimientos. Luego Newcomb observó que las estudiantes de Bennington College estaban mucho más informadas sobre los acontecimientos del momento, como la Guerra Civil española. A esta influencia informativa se agrega otra forma de influencia más normativa. Al utilizar una versión modificada de la escala pep, Newcomb notó que las estudiantes de cuarto año percibían a las de primero como conservadoras, a sí mismas como más liberales y al college como más liberal aún. Del mismo modo, las estudiantes de primer año se percibían a sí mismas como más conservadoras, a las estudiantes de tercer y cuarto año como más liberales, y al college como más liberal aún. Las estudiantes de Bennington College tenían clara conciencia de que existía una real homogeneidad de actitudes en el mismo seno de la comunidad. Las estudiantes de primer año percibían que las actitudes se volvían cada vez más conservadoras a medida que se elevaba la posición social de los individuos en la jerarquía de Bennington College. La armonización de las actitudes parecía, de hecho, disimular un efecto del estatus social: ¿para triunfar en Bennington College había que modificar las actitudes propias? 278 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Sobre este punto, Newcomb proporciona algunos elementos para pensar respuestas. Envió un cuestionario por correo a todas las estudiantes, las que habían abandonado antes del período de cuatro años y las que habían finalizado sus estudios. En ningún caso, las estudiantes entrevistadas concurrían al establecimiento en 1935. Los resultados de esta entrevista realizada en 1939 permitieron a Newcomb demostrar que, cuanto más tiempo habían pasado las estudiantes en el establecimiento, más habían modificado sus actitudes para hacerlas menos conservadoras (medidas por un diferencia de pep). En conclusión, las estudiantes que han logrado finalizar sus estudios son las que han modificado más sus actitudes. Críticas y limitaciones El original estudio de Newcomb sugiere con bastante claridad que las actitudes de los alumnos pueden cambiar bajo la influencia de su entorno escolar. El efecto de socialización de la escuela parece independiente de eventuales efectos de selección. Según Newcomb, el cambio de actitudes observado en Bennington College puede explicarse por dos aspectos esenciales: el fuerte sentimiento de pertenencia a una comunidad y la polarización de las actitudes, que va in crescendo cuando se aumenta la cantidad de años de estudio. De hecho, pueden distinguirse dos formas de influencia que han podido contribuir al cambio de actitudes de las estudiantes de Bennington College. Una influencia normativa, exacerbada por la identificación con el grupo de referencia: la norma en Bennington College pretendía que primaran las actitudes progresistas sobre las conservadoras. Y una influencia informativa debido a la cual las estudiantes de Bennington College parecían estar más sensibilizadas a los problemas sociales y de actualidad, que propendían directamente a la adopción de una nueva política gubernamental (el New Deal) menos conservadora. Antes de poder concluir con un mínimo de certeza que los efectos de socialización en Bennington College son los responsables del cambio de actitudes observado, debemos liberarnos de varias hipótesis alternativas. Las dos principales a las que Newcomb se vio enfrentado se refieren a los efectos de la edad y a los efectos del contexto de generaciones. Las investigaciones muestran que las actitudes sociopolíticas tienden a evolucionar de manera sistemática en función de la edad. Además, entre 1932 y 1939, fechas de los primeros estudios de Newcomb, la sociedad estadounidense en su conjunto comenzó a adoptar actitudes más favorables al New Deal. Estas dos interpretaciones alternativas son absolutamente plausibles: si las estudiantes de Newcomb han modificado sus actitudes es porque transitaban una edad crítica para la construcción de su identidad política y eran más influenciables a esta edad que a otra. Esta interpretación encuentra cierto apoyo en las investigaciones que se llevaban a cabo en paralelo. Por otra parte, tal vez las estudiantes de Newcomb hayan modificado sus actitu- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 279 des porque el conjunto de la sociedad se volvía cada vez más favorable al New Deal, lo cual representaría un efecto de generación y no un efecto de socialización: Bennington College solo sería, entonces, un catalizador de la ideología dominante. Desde 1943, Newcomb se interesó en esas contrahipótesis. Señala, por ejemplo, que el cambio de actitudes en Bennington College es más importante que en el resto de la población, incluidas las personas de la misma edad. Sin embargo, probablemente Newcomb no tenía en 1943 la distancia necesaria para responder a esas críticas, ya que, si bien el cambio de actitudes parece haberse operado tal como él lo describe, puede haberse reabsorbido con mucha rapidez en el tiempo, puesto que la influencia puede ser manifiesta pero no latente. Probablemente estas diferentes interpretaciones alternativas han motivado el segundo estudio de Newcomb, publicado en 1967. Allí, interroga nuevamente a las estudiantes de Bennington College después de veinticinco años de su egreso. Sin embargo, antes de presentar esta segunda serie de investigaciones, nos parece importante mencionar que los trabajos de Newcomb están refrendados por otras investigaciones más experimentales realizadas en psicología social en la misma época. Incluso si estas investigaciones no están directamente enfocadas al destino de las alumnas, pueden contribuir a una mejor comprensión de los mecanismos de influencia que hacen de la escuela un agente de socialización por derecho propio. Los resultados de Newcomb y la investigación experimental sobre el cambio de actitudes en psicología social Newcomb ha insistido muchas veces en el peso de la influencia normativa en el seno de Bennington College. La norma dominante o mayoritaria, en ese contexto, valorizaba las actitudes no conservadoras. De hecho, las primeras investigaciones sobre la presión para lograr conformidad (Sherif, 1935; Asch, 1951, 1955 y 1956) sugieren que, en ese contexto, el cambio de actitudes es probable. Asch, por ejemplo, ha observado que los individuos, a veces, están dispuestos a someterse a la presión normativa de una mayoría, incluso cuando están persuadidos de que esta se equivoca. Para ello, Asch reunió grupos de entre siete y nueve personas y les informó que iban a participar de un estudio sobre la percepción visual. Estas personas debían comparar la longitud de una línea de referencia con la de otras tres. Se trataba de una tarea fácil, puesto que una sola línea tenía la misma longitud que la de referencia. Cada grupo tenía un solo sujeto ingenuo. Los otros miembros del grupo habían recibido la orden de dar unánimemente la misma respuesta incorrecta. Se había dispuesto a los participantes de tal modo que el sujeto ingenuo se encontraba en la anteúltima posición, por lo tanto, soportaba la presión de la mayoría antes de dar su propia respuesta. Asch incluyó también en su estudio una condición de control en la que los sujetos respondían en privado, sin ninguna presión del grupo. Los resultados mostraron 280 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN que los sujetos expuestos a la presión del grupo estaban de acuerdo con la mayoría equivocada en una proporción aproximada del 33%, mientras que los sujetos de la condición de control solo cometían el 1% de error. Estos resultados han sido reproducidos muchas veces y se han estudiado numerosas variantes de este paradigma. Los estudios de Asch sugieren que la presión para lograr conformidad, a veces, es muy fuerte para los individuos y que estos tienen dificultad en oponerle resistencia, aunque estén convencidos (y con justa razón) de que ellos no se equivocan. Evidentemente, se trata, en este caso, de condiciones extremas que solo pueden minimizar el peso del conformismo en contextos naturales como Bennington College, donde las estudiantes están confrontadas a fuentes de influencia altamente creíbles (las estudiantes mayores y, sobre todo, los docentes). Newcomb también señaló el peso de la influencia informativa2, es decir, la que remite al contenido del mensaje comunicado. Según el autor, la discusión era libre, incluso se la propiciaba en el seno de Bennington College. Además, esas discusiones eran iniciadas, a menudo, por las estudiantes más antiguas y se daban principalmente sobre temas de actualidad y política en el contexto del estudio. En este sentido, la investigación experimental confiere igualmente cierto crédito a las interpretaciones que hace Newcomb de esos resultados. Por una parte, una fuente fidedigna de información tiene, por lo general, más influencia que una fuente poco creíble (Hovland y Weiss, 1951); por otra parte, cuanto más alejado del receptor se encuentre el punto de vista evocado en un mensaje, mayor será la tendencia a adoptar la posición sostenida por esa fuente (Hovland y Pritzker, 1957). Esta última relación ha sido puesta en evidencia por primera vez en un estudio de Hovland y Pritzker (1957). En él se medía, primero, la opinión de los sujetos, con la ayuda de una escala de siete puntos, sobre una serie de problemas diferentes. Luego se les informaba la opinión de una mayoría de personas, que difería de la suya en un grado de la escala (divergencia baja), en dos o tres (divergencia moderada), o en cuatro (divergencia alta). Luego se solicitaba a los sujetos que evaluaran de nuevo sus opiniones sobre la misma serie de problemas del inicio y se medía su cambio de opinión. Los resultados de este estudio han mostrado que el cambio, en valores absolutos, aumenta con la divergencia. A pesar de ello, el cambio aumenta hasta un cierto punto de divergencia, a partir del cual ya no aumenta, y hasta puede llegar a disminuir. Estos resultados son interesantes cuando se los superpone con los datos de Newcomb. El hecho de que existiera una diferencia importante entre las actitudes iniciales de las estudiantes y la posición del college no es incompatible con el cambio de actitudes observado por Newcomb, puesto que, hasta cierto punto, la divergencia favorece el cambio de actitudes. Esta relación entre el cambio de actitudes y la divergencia sostiene los resultados de Newcomb: la mayoría de las estudiantes ha 2 Para una discusión más profunda sobre la diferencia entre influencia normativa e informativa, véase Deutsch y Gerard (1955). CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 281 cambiado de actitudes. Sin embargo, como hemos mencionado, ciertas estudiantes también han mantenido sus actitudes iniciales. Se puede suponer que, para esas estudiantes, la divergencia era demasiado extrema como para permitir un cambio de actitudes. Newcomb se ha dedicado a describir cómo la identificación con el grupo de referencia había contribuido a la conversión de las actitudes y a la polarización de estas con el aumento de la cantidad de años de estudio. Puede parecer contraintuitivo considerar que estudiantes con actitudes iniciales opuestas a los miembros de la comunidad de Bennington College acaben identificándose con un grupo tan diferente. Sin embargo, allí también los estudios experimentales revelan que, cuando un grupo de referencia está valorizado en un contexto dado, las personas que no pertenecen a ese grupo pueden acabar identificándose muy fuertemente con el grupo valorizado. Esta identificación con el grupo de referencia es, a veces, muy importante y, en particular, en el caso de los niños, como revela el estudio de Clark y Clark publicado en 1947. La población de este estudio estaba compuesta por 253 niños negros de entre tres y siete años, escolarizados en guarderías y escuelas privadas estadounidenses (Springfield, Massachusetts; Hot Springs, Pine Bluff y Little Rock, Arkansas). No es necesario aclarar que, en esa época, un conflicto relacionado con la cuestión de la segregación racial oponía el norte y el sur estadounidenses. Clark y Clark presentaron a los niños dos muñecas (una negra y una blanca) y les solicitaron que eligieran aquella con la que tenían más ganas de jugar, la más bella, la más desagradable, la de color más bello, la que más se les parecía, etc. Los resultados de este estudio han demostrado que los niños negros encuestados preferían en gran medida la muñeca blanca, y esto sucedía incluso entre los más pequeños. Por ejemplo, el 67% de los niños negros prefería jugar con la muñeca blanca, el 59% pensaba que la muñeca negra era más desagradable, y el 60% creía que la muñeca blanca tenía un color más bello. Del mismo modo, mientras que los niños negros no se equivocaban al decir que la muñeca negra parecía un niño negro y que la muñeca blanca parecía un niño blanco, cuando se trataba de decir qué muñeca se les parecía más, alrededor de un tercio de los niños «se equivocaba» y declaraba que la muñeca que más se le parecía era la blanca. Por otra parte, los niños de las escuelas (mixtas) del norte de Estados Unidos tenían tendencia a identificarse más con la muñeca blanca (39%) que los niños de las escuelas (segregacionistas) del sur (29%). El deseo de identificación con el grupo de referencia en la sociedad estadounidense era más fuerte en los contextos en que esta diferencia era puesta en evidencia. La identificación con el grupo de referencia es, evidentemente, muy importante, como lo muestra este célebre estudio de Clark y Clark (1947). Sus resultados sugieren que la «diferencia» no impide la identificación fuera del grupo. Por eso, es probable que la divergencia de las actitudes tampoco sea un obstáculo para la identificación, sobre todo, cuando el grupo de referencia es normativamente valorizado, como era el caso de Bennington College. 282 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Finalmente, es importante destacar que los resultados de Newcomb tienen implicancias políticas importantes. Hemos visto que, bajo la influencia de la comunidad de Bennington College, las estudiantes habían tendido a adoptar actitudes menos conservadoras. Este cambio de actitudes se traducía en una disminución de los puntajes en la escala pep, pero también en una mayor preferencia por el candidato demócrata en las elecciones de 1936. Tal vez, este cambio en la preferencia política sea el más importante constatado por Newcomb. Si retomamos por un instante el cuadro 12, podremos apreciar que la mayoría de las estudiantes de primer año (62%) prefiere a Landon, el candidato republicano, por sobre Roosevelt, el candidato demócrata, en tanto ese patrón de resultados se invierte completamente para las estudiantes de tercer y cuarto año, quienes mayoritariamente (54%) prefieren a Roosevelt, por encima de Landon. Estos resultados no son anodinos, sobre todo, cuando se los ubica en el contexto segregacionista estadounidense que prevalecía en esa época. En efecto, elegir a Landon en 1936 es también, para la psicología de los prejuicios, preferir un partido político que aboga por la segregación escolar (racial y sexual), mientras que elegir a Roosevelt es favorecer el pasaje a una política antisegregacionista. La persistencia de los efectos de socialización de la escuela El segundo estudio de Newcomb, Persistence and Change, tiene como principal objetivo poner a prueba la persistencia del cambio de actitudes observado en las estudiantes de Bennington College escolarizadas entre 1935 y 1939. Se desarrolla entre 1960 y 1961, y cuenta solamente con la participación del 62% de esas estudiantes. La mayoría de las ex estudiantes tenían alrededor de 40 años y estaban casadas en el momento del segundo estudio. Sus maridos eran egresados de un college, el 40% incluso habían obtenido un diploma superior. La mayoría de las ex estudiantes (71%) vivía en el noreste del país. Incluso algunas habían continuado sus estudios después del college y obtenido un diploma superior (16%). En el momento de este segundo estudio, el 43% de las antiguas estudiantes de Newcomb trabajaban tiempo completo o medio tiempo. En general, sus profesiones estaban relacionadas con el área artística (34%), la educación (21%) y el área social (13%). Procedimiento Entre los datos recolectados en los años treinta, las siguientes informaciones fueron utilizadas de nuevo: 1. los puntajes de la escala pep al ingresar en Bennington College, 2. los puntajes pep al egreso, 3. el cambio de actitudes en la escala pep, 4. el partido político preferido en 1938, al egresar. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 283 Evidentemente, la escala pep ya no tiene actualidad en 1960. El contexto social y cultural ha cambiado profundamente, y toda la dificultad reside en la concepción de nuevas medidas adaptadas al contexto de los años sesenta, conservando la mayor fidelidad posible con la escala pep. Este segundo estudio comprende una entrevista en el domicilio de cada encuestada y un cuestionario por correo. En primer lugar, cada encuestada debía describir su orientación política. Luego se le preguntaba si pensaba que había cambiado su preferencia política desde su egreso de Bennington College y, si así fuera, en qué sentido lo había hecho. Después, cada entrevistada debía mencionar sus decisiones de voto en cada nueva elección nacional desde su egreso de Bennington College. Se medía también su impresión en relación a diez personajes públicos (F. D. Roosevelt, Taft, Truman, Joseph McCarthy, Reuther, Eisenhower, Kennedy, Nixon, MacArthur y Stevenson). Finalmente, las entrevistadas debían evaluar sus opiniones respecto de siete acontecimientos públicos de actualidad. Resultados La mayoría de las estudiantes graduadas en 1938, 1939 y 1940 manifestaron una preferencia por el partido demócrata (62%) en relación al partido republicano (38%) y, en la opción entre Nixon y Kennedy, preferían al segundo (60% para Kennedy, 38% para Nixon y 2% sin preferencia). Cuando se les solicitó la descripción de su orientación política actual, el 67% de las encuestadas se proclamó liberal; el 16%, centrista, y el 17% se identificó como conservadora. La mayoría declaraba no haber cambiado de orientación política después de haber egresado de Bennington College y, entre aquellas que declaraban haber cambiado, alrededor de la mitad se consideraba más conservadora, mientras que la otra mitad se proclamaba más liberal. En este segundo estudio, la mayoría de las entrevistadas manifestaba actitudes y preferencias políticas no conservadoras. El cuadro 14 muestra los porcentajes de aprobación y desaprobación para cada uno de los siete acontecimientos públicos de actualidad. La mayoría de las entrevistadas también manifestó una opinión favorable hacia Roosevelt, Stevenson, Kennedy, Reuther, Truman y Eisenhower, y una opinión desfavorable hacia McCarthy, Nixon, MacArthur y Taft. Muchas de las antiguas estudiantes de Newcomb han admitido haber participado activamente en organizaciones políticas y en manifestaciones (el 69%, un porcentaje superior al observado en otro grupo comparable de mujeres que han participado en otro estudio: Slater, 1957). La mayoría de ellas apoyaba al partido demócrata (66%) más que al republicano (27%). En síntesis, lo que emana de las entrevistas de este segundo estudio es la imagen de un grupo de mujeres que había adoptado una filosofía política «liberal» y se interesaba en la vida política de su país. Estas mujeres se comprometían con su convicción política, al 284 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN CUADRO 14. Distribución de las opiniones sobre siete acontecimientos públicos de actualidad en 1960 N Aprueba 1. La decisión de la Corte Suprema a propósito de la abolición de la segregación escolar* Asunto 128 95% 3% 2% 2. La manera en que la administración Eisenhower trató el incidente U-2 137 12% 82% 6% 3. El aumento de las tasas de seguridad social con el fin de ayudar a las personas mayores* 136 79% 17% 4% 4. La utilización de la 5º Enmienda para negarse a responder las preguntas del comité del Congreso para las actividades presuntamente subversivas* 127 70% 24% 6% 5. La admisión de China comunista (roja) en las Naciones Unidas* 136 62% 29% 9% 6. Que Estados Unidos haga más concesiones para alcanzar el objetivo del desarme nuclear* 126 49% 36% 15% 85 85% 12% 3% 7. Las manifestaciones de los estudiantes afroamericanos (negros)* Desaprueba Sin opinión Fuente: Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967:25). Nota: * Ítems para los cuales la aprobación ha sido considerada como no conservadora. punto de apoyar activamente al partido demócrata, y se pensaban a sí mismas más como «liberales» que como «republicanas». Actitudes sociopolíticas en 1969 y puntajes PEP al egreso de Bennington College (1936-1939) A partir de los datos que conforman el cuadro 14, Newcomb calcula un índice de actitudes conservadoras para cada encuestada y lo relaciona con el puntaje en la escala pep medido el año de su egreso de Bennington College. El cuadro 15 presenta las relaciones entre el índice de actitudes conservadoras de 1969 y los últimos puntajes pep. Asimismo, Newcomb establecerá la relación entre la evaluación de los personajes públicos (conservadores o liberales) y los últimos puntajes pep (cuadro 16). Finalmente, Newcomb también establecerá la relación entre las decisiones de voto en las elecciones de 1969 y las decisiones de voto en las precedentes elecciones desde 1936 con los últimos puntajes de pep (cuadro 17). CUADRO 15. Relación entre los últimos puntajes PEP y el índice de conservadurismo en 1960 Último puntaje PEP Índice de conservadurismo en 1960 Superior al promedio Inferior al promedio Total Superior al promedio (conservadores) 43 (68%) 20 (32%) 63 Inferior al promedio (no conservadores) Total 23 (35%) 42 (65%) 65 66 62 128 Ji-cuadrado = 13,2; p < 0,001 Fuente: Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967:28). Nota: el promedio (63,5) se basa en el conjunto de la población inicial, por lo tanto, incluye igualmente datos de estudiantes ausentes en 1960. 285 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ CUADRO 16. Relación entre los últimos puntajes PEP y la apreciación de los personajes públicos en 1960 Último puntaje PEP Apreciación favorable de los personajes conservadores1 Apreciación favorable de los personajes no conservadores2 Superior al Inferior al Total Promedio Superior al Inferior al Total Promedio promedio promedio promedio promedio Superior al promedio (conservadores) 44 (73%) 16 (27%) 60 3,5 19 (32%) 41 (68%) 60 3,2 Inferior al promedio (no conservadores) Total 22 (33%) 44 (67%) 66 1,4 48 (72%) 18 (28%) 66 5,1 66 60 126 67 59 126 t = 5,0 p < 0,001 Ji-cuadrado = 18,58; p < 0,001 Ji-cuadrado = 190,7; p < 0,001 t = 5,8 p < 0,001 Fuente: Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967:29). Notas: 1. McCarthy, Nixon, MacArthur y Taft; 2. Roosevelt, Stevenson, Kennedy, Reuther, Truman y Eisenhower. CUADRO 17. Relación entre los últimos puntajes PEP y las decisiones de voto Último puntaje PEP Superior al promedio (conservadores) Inferior al promedio (no conservadores) Total Nixon Voto en la elección presidencial de 1960 Kennedy Otro Total 40 (61%) 13 (18%) 53 (38%) 24 (37%) 59 (81%) 83 (60%) 1 (2%) 1 (1%) 2 (2%) 65 (100%) 73 (100%) 138 (100%) Ji-cuadrado (Nixon vs. Kennedy solamente) = 25,12; p < 0,001; 1dl Último puntaje PEP Superior al promedio (conservadores) Inferior al promedio (no conservadores) Total Frecuencia de voto por el candidato republicano desde 1940 0-1 2-4 5-6* Total 21 (32%) 52 (71%) 73 (53%) 14 (22%) 15 (21%) 29 (21%) 30 (46%) 6 (8%) 36 (26%) 65 (100%) 73 (100%) 138 (100%) Ji-cuadrado = 28,65; p < 0,001; 2 dl Fuente: Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967:29 y 30). Nota: * las últimas seis elecciones se remontan a 1940, 1944, 1948, 1952, 1956 y 1960. Discusión de los resultados Al leer los resultados de este segundo estudio no quedan dudas en cuanto a la persistencia del cambio de actitudes sociopolíticas de las ex estudiantes de Bennington College, incluso después de más de veinte años. No solo la mayoría de esas estudiantes han cambiado de actitudes por el hecho de haber asistido a Bennington College, volviéndose más liberales, sino que ese cambio parece efectivo a largo plazo. La persistencia del cambio de actitudes se manifiesta especialmente a través de las opiniones sobre acontecimientos fundamentales de actualidad, la preferencia por figuras públicas no conservadoras y, sobre todo, las decisiones de voto en las elecciones. En todos los casos, las actitudes de las ex alumnas de Bennington College aparecen como claramente «liberales». Existen numerosos efectos de congruencia en los datos de los cuadros 15, 16 y 17. Hemos visto que la mayoría de las estudiantes se habían vuelto más progresis- 286 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN tas al final de su año de formación en Bennington College. Sin embargo, una proporción bastante considerable de estudiantes había permanecido impasible frente a la influencia de la comunidad y no había cambiado sus actitudes. Si se considera a las estudiantes que obtenían los puntajes pep más bajos (inferiores al promedio), se puede constatar que son las mismas que presentan los índices más bajos de conservadurismo en 1960 (65%), que tienen una opinión desfavorable frente a los personajes públicos conservadores (67%) y favorable frente a los no conservadores (72%). Son las mismas que, en general, prefieren a Kennedy sobre Nixon en 1960 (81%) y manifiestan haber votado con menos frecuencia por el candidato republicano en las seis últimas elecciones desde 1940 (71%). Por el contrario, las estudiantes que han mantenido sus actitudes conservadoras a pesar de la influencia de la comunidad de Bennington College o las que obtenían los puntajes pep más elevados (superiores al promedio) son precisamente aquellas que tienen actitudes y comportamientos más conservadores. Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967) también exponen datos suplementarios que permiten comparar a las estudiantes egresadas de Bennington College con aquellas que no han obtenido diplomas (es decir, las que abandonaron antes de los cuatro años de formación). En 1960 se puede constatar que, cuanto más permanecieron las estudiantes en Bennington College, más adoptaron luego actitudes no conservadoras. Por ejemplo, las estudiantes que solo permanecieron un año o dos manifiestan un 56,7% de preferencia por el partido republicano en 1960, contra el 40,2% para las estudiantes con diploma (p < 0,05). El 58% de las estudiantes que permanecieron uno o dos años manifiestan haber votado cinco o seis veces por el partido republicano durante las seis últimas elecciones desde 1940, contra el 29,6% de las estudiantes con diploma (p < 0,001). El 46,4% de las estudiantes que permanecieron uno o dos años se oponen a las manifestaciones de estudiantes negros (sit-ins), contra el 16,3% de las estudiantes con diploma. Además, entre las estudiantes no diplomadas (n = 84), cuanto más tiempo pasaron en Bennington College (uno, dos o tres años), más confiable era el último puntaje pep (72,4; 68,8 y 65,2 respectivamente), y a eso correspondía una disminución significativa de los porcentajes de decisiones de voto por el candidato Nixon en las elecciones de 1960 (62%, 49% y 46% respectivamente). En síntesis, el conjunto de los resultados de este segundo estudio aboga por la eficiencia de un cambio de actitudes durante los años «Bennington», por la persistencia de este cambio en el tiempo y por la importancia de estas actitudes en el vida presente de las ex estudiantes. Los autores (1967:44) escriben: «El hecho de que esas diferencias persistan, en el sentido de que las estudiantes con diploma eran menos conservadoras en los asuntos de política interior, aun después de más de veinte años, que las otras [las sin diploma], sugiere fuertemente que las actitudes políticas de las estudiantes de Bennington College con diploma, desde comienzos de los años sesenta, fueron en parte resultado de su pertenencia a esa comunidad muchos años antes». CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 287 Sin embargo, antes de poder imputar el cambio de actitudes a un efecto de socialización del college, se debe verificar que las antiguas estudiantes de Bennington College se diferencian de las otras mujeres de su generación con las que pueden ser comparadas. Esas mujeres deben parecerse lo más posible a las ex estudiantes de Bennington College, a excepción del hecho de que no deben haber sido escolarizadas allí. Por lo tanto, Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick identifican en la población general una categoría de mujeres con un perfil lo más parecido posible (misma edad, clase social, región de origen, religión, nivel de instrucción, etc.), pero que nunca hayan integrado la comunidad de Bennington College. Comparan incluso a las ex estudiantes de Bennington College con sus hermanas y cuñadas (esposas de los hermanos o hermanas de los maridos). Todas esas comparaciones tienden a mostrar que, aunque ciertos cambios en las actitudes de las ex alumnas de Bennington College pueden ser comprendidos como efectos generacionales, aun así persisten algunas diferencias significativas: de hecho, las estudiantes egresadas de Bennington College tienen, en general, actitudes sociopolíticas más liberales que todos los otros grupos de mujeres con las que pueden ser comparadas. Newcomb y sus colegas (1967) concluyen que el cambio de actitudes observado en Bennington College no tiene nada único, pero que, sin embargo, es suficientemente atípico como para hacer pensar que las estudiantes probablemente no hubieran tenido las mismas actitudes en 1960 si no se hubieran escolarizado en ese establecimiento. La persistencia del cambio Los resultados de este segundo estudio sostienen la interpretación según la cual la escuela sería en sí misma un potente agente de socialización. Las normas y valores que transmite en un contexto determinado pueden modificar las actitudes de los estudiantes de manera durable. Las estudiantes de Bennington College que han sido más influidas en 1940 son también las que manifiestan convicciones y actitudes sociopolíticas menos conservadoras en 1960. En el contexto preciso de esta investigación, se puede decir que la cantidad de años de estudio cursados en Bennington College predice negativamente las actitudes sociopolíticas conservadoras. De hecho, como mencionaremos más adelante, la influencia ejercida por la comunidad de Bennington College no se limita a las actitudes políticas, sino que se manifiesta igualmente en numerosos factores asociados al cambio durante los años siguientes a la salida del college. Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967) se interesaron, en especial, en los factores responsables de la persistencia de las actitudes. Sus principales resultados en este sentido sugieren que, para mantener sus nuevas actitudes sociopolíticas en el tiempo, las estudiantes de Bennington College diplomadas han debido seleccionar un entorno social propicio al mantenimiento de tales actitudes. Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967) han estudiado la relación entre las actitudes sociopolíticas de las ex estudiantes de Bennington College diplomadas 288 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN y la elección de su cónyuge o marido. Esa elección, ¿estuvo influida por las actitudes sociopolíticas transmitidas por la comunidad de Bennington College? Evidentemente, muchos factores pueden mencionarse para explicar aquello que determina la elección de un cónyuge, y los resultados presentados aquí nos parecen más ilustrativos que verdaderamente informativos. Los datos del cuadro 18 sugieren que el cambio de actitudes producido en Bennington College ha podido influir, en parte, sobre la elección de marido por parte de las ex estudiantes. El cuadro 18 presenta la evolución de las actitudes sociopolíticas de las antiguas estudiantes desde su egreso en función de las actitudes sociopolíticas de su marido. En lo esencial, estos datos muestran que existe una fuerte congruencia entre las actitudes sociopolíticas de las ex estudiantes y las de sus maridos. Las estudiantes diplomadas que siempre tuvieron actitudes conservadoras tendieron a elegir un marido que tuviera las mismas actitudes. Además, las estudiantes que mantuvieron sus actitudes no conservadoras desde el egreso eligieron, igualmente, un marido con las mismas actitudes. El cuadro 19 muestra que estos datos pueden transponerse sin problemas a las preferencias de voto, por Kennedy o Nixon, del marido en las elecciones de 1960. Estos autores también han estudiado la relación entre las actitudes sociopolíticas de las ex estudiantes y la elección de sus amigos en 1960. Estos datos, presentados en el cuadro 20 y asociados a los resultados de la elección de marido, sugieren que la persistencia de las actitudes en el tiempo fue facilitada por una selección del entorno social: las ex estudiantes que eligieron maridos y amigos que tenían las mismas actitudes sociopolíticas que ellas pudieron preservar sus actitudes después de egresar. Por el contrario, aquellas que fueron confrontadas a un entorno social contraactitudinal tendieron a modificar sus actitudes. A partir de entrevistas realizadas a ex estudiantes, Newcomb y sus colegas señalan que algunas de ellas eran conscientes de la influencia que sus actitudes sociopolíticas podían tener sobre la elección de sus maridos y amigos, pero, en la mayoría de los casos, no necesariamente tenían conciencia de esta influencia. Por otra parte, la falta de apoyo social no parece suficiente para suscitar un cambio de actitudes (algunas estudiantes que siempre han tenido actitudes sociopolíticas poco conservadoras desde su egreso han elegido maridos con ideas opuestas a las suyas). Finalmente, los autores se interesaron en ciertas características de personalidad, como el autoritarismo. Su hipótesis era que el cambio de actitudes observado en Bennington College debía depender de la relación de las estudiantes con la autoridad de los padres. Por eso, el autoritarismo debía ser más característico de las estudiantes que habían preservado sus actitudes conservadoras en Bennington College que de las que se habían vuelto más progresistas. En el estudio original no se habían hecho mediciones de autoritarismo, y con causa, ya que la investigación sobre la personalidad autoritaria aparece principalmente con Adorno en los años cincuenta. Para este autor, la causa de los prejuicios y los comportamientos discriminatorios debe rastrearse en la personalidad autoritaria de ciertos indivi- 289 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ CUADRO 18. Actitudes sociopolíticas y elección del marido Último puntaje PEP obtenido en el college Índice de conservadurismo de las encuestadas en 1960 Índice de conservadurismo del marido en 1960* Superior al Inferior Total Promedio promedio al promedio (a) Superior al promedio Superior al promedio 29 1 30 29,8 (b) Superior al promedio Inferior al promedio 1 13 14 17,2 (c) Inferior al promedio Superior al promedio 15 1 16 27,2 (d) Inferior al promedio Inferior al promedio 6 24 30 18,1 51 39 90 Comparaciones promedio de los grupos (a) y (b); t = 6,6; p < 0,001 Comparaciones promedio de los grupos (c) y (d); t = 4,7; p < 0,001 Comparaciones promedio de los grupos (c) y (b); t =< 4,8; p < 0,001 Fuente: Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967:55). Nota: * la actitud del marido es referida por la encuestada. CUADRO 19. Actitudes sociopolíticas y voto del marido Último puntaje PEP obtenido en el college Índice de conservadurismo de las encuestadas en 1960 Opción del marido en las elecciones de 1960* Nixon Kennedy Total (a) Superior al promedio Superior al promedio 29 (88%) 4 (12%) 33 (100%) (b) Superior al promedio Inferior al promedio 3 (20%) 12 (80%) 15 (100%) (c) Inferior al promedio Superior al promedio 11 (55%) 9 (45%) 20 (100%) (d) Inferior al promedio Inferior al promedio 6 (19%) 25 (81%) 31 (100%) 50 99 49 Fuente: Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967:55). Nota: * la opción del marido es referida por la encuestada. CUADRO 20. Actitudes sociopolíticas y elección de los amigos Último puntaje PEP obtenido en el college Índice de conservadurismo de las encuestadas en 1960 Índice de conservadurismo de los amigos en 1960* Superior al promedio Inferior al promedio Promedio (a) Superior al promedio Superior al promedio 27 0 30,2 (b) Superior al promedio Inferior al promedio 5 10 22,0 (c) Inferior al promedio Superior al promedio 14 0 27,3 (d) Inferior al promedio Inferior al promedio 11 20 19,7 57 Fuente: Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967:62). Nota: * la actitud de los amigos es referida por la encuestada. 30 290 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN duos (veremos que esta concepción predomina aún en la actualidad en la investigación, bajo diferentes formas). Adorno se interesa en los prejuicios para comprender cómo algunos individuos pueden llegar a cometer crímenes y atrocidades de guerra. Entonces, desarrolla una escala de autoritarismo, que llama escala-F (es decir, escala de fascismo). El concepto de personalidad autoritaria ha sido desarrollado para explicar el hecho de que, muy a menudo, las personas que tienen prejuicios hacia determinado grupo (por ejemplo, los judíos) tienen igualmente prejuicios hacia otros grupos (por ejemplo, las mujeres, las minorías étnicas, etc.). Las personas racistas tienen tendencia a generalizar sus prejuicios hacia todas las minorías étnicas. Este efecto es fuerte e importante (estimaciones de efectos de alrededor de 0,50; Duckitt, Wagner, Du Plessis y Birum, 2002). El estudio del autoritarismo interesa, entonces, a Newcomb. ¿Cómo se liga esta variable al cambio de actitudes observado en Bennington College? En 1960, al finalizar las entrevistas, Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick solicitan a las ex estudiantes que completen una escala de no-autoritarismo (Christie y otros, 1958), directamente inspirada en los trabajos de Adorno. Esta escala es descripta por su autor en los siguientes términos: «Estos ítems fueron tomados originalmente de la escala California Authoritarianism (F). Quienes obtienen puntajes altos tienden a no tener ideas autoritarias y a ser más democráticos en sus convicciones. Quienes logran puntajes bajos generalmente son tradicionales, con fuertes prejuicios y emocionalmente retraídos» (Christie y otros, 1958, cit. en Newcomb y otros, 1967). Los datos del cuadro 21 relacionan los puntajes de no-autoritarismo medidos en 1960 y los últimos puntajes pep obtenidos en Bennington College. Los resultados muestran una significativa correlación de -0,44 entre esas dos medidas (es decir, cuanto más conservadoras son las estudiantes, más autoritarias se muestran). Los datos del cuadro 21 sugieren a Newcomb y a sus colegas que, probablemente, las características de personalidad han afectado la medida en la que las estudiantes han recibido la influencia de Bennington College. Conclusión Con la intención de ser concisos, nos hemos limitado a una presentación sucinta de los principales resultados de Newcomb. Los resultados de ambos estudios (Newcomb, 1943; Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick, 1967) se resumen en que los cambios profundos y durables pueden imputarse a una función de socialización de la escuela. En efecto, las estudiantes de Bennington College modificaron sus actitudes durante sus años de formación, en el sentido de una disminución de actitudes conservadoras, y ese cambio de actitudes, en esencia, se ha mantenido en el tiempo. La persistencia de las actitudes se traduce, en 1960, en opiniones no conservadoras en relación con acontecimientos públicos, en preferencias de voto por el candidato demócrata, en la evaluación favorable de 291 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ CUADRO 21. Últimos puntajes PEP y no-autoritarismo en 1960 Último puntaje PEP Superior al promedio No-autoritarismo en 1960 Inferior al promedio Total Promedio Superiores al promedio (conservadores) 20 (36%) 36 (64%) 56 (100%) 14,0 Inferiores al promedio (no conservadores) Total 29 (58%) 21 (42%) 50 (100%) 15,7 49 57 106 Ji-cuadrado = 4,61, p < 0,05; t = 2,96, p < 0,01 Fuente: Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967:62). personajes públicos no conservadores o, más directamente, en el apoyo al partido demócrata. Esta persistencia en las actitudes parece estar relativamente ligada al entorno social y al apoyo político recibido en este entorno. La estabilidad de las actitudes es más probable cuando el cónyuge y los amigos tienen actitudes congruentes (más que divergentes). Los resultados de Newcomb han suscitado numerosos debates y polémicas3. Las principales interrogaciones que siguieron a la publicación de esos resultados abordan dos aspectos importantes: su generalización al conjunto de una población y las causas de la persistencia de las actitudes. Muchos objetan la cuestión de la generalización de los resultados de Newcomb, declarando su escepticismo: las estudiantes de Bennington College no compondrían un grupo homogéneo representativo de la población estadounidense4. La generalización de los resultados de Newcomb está, en este sentido, muy comprometida. Por todo esto, se hacen necesarios algunos análisis comparativos complementarios para diferenciar aquello que proviene de efectos específicos de la educación en un contexto dado de lo que surge de efectos más generalizables a una población dada. Por una parte, la estabilidad y la persistencia de las actitudes sociopolíticas están cuestionadas por ciertas investigaciones de las ciencias políticas. De hecho, diferentes modelos confrontan para predecir la estabilidad de las actitudes sociopolíticas a lo largo de la vida. Los investigadores que estudian la socialización política consideran, generalmente, que las actitudes sociopolíticas son maleables y, por lo tanto, están sujetas al cambio entre la adolescencia y el comienzo de la vida adulta5. En este sentido, el estudio de Newcomb (1943) en Bennington College demuestra con bastante claridad, para nosotros, que los jóvenes adultos (entre 18 y 23 años) están abiertos al cambio (mencionemos, al pasar, que, en esa época, ese resultado contradecía la concepción dominante según la cual las orientaciones ideológicas se estabilizan tempranamente, durante la adolescencia; Campbell, Converse, Miller y Stokes, 1960; Campbell, 1969; Davies, 1965). Algunas 3 4 5 Véase Alwin, Cohen y Newcomb (1991). Ídem. Véase, por ejemplo, Kinder y Sears (1985). 292 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN investigaciones subsiguientes a los trabajos de Newcomb (1943) y la formulación de nuevas teorías han llevado a concebir el período que marca el fin de la adolescencia y el comienzo de la vida adulta como una «edad influenciable» (Impressionable Years, Kinder y Sears, 1985). Sin embargo, se ha teorizado que, una vez superado este período de transición, se observaría una cristalización de las actitudes. La edad y los ciclos de la vida son, entonces, factores que pueden, en teoría, afectar la estabilidad de las actitudes. A pesar de ello, no existe un consenso claro sobre la relación entre la edad y la estabilidad de las actitudes sociopolíticas. Para algunos, la estabilidad implica que, una vez adquiridas las actitudes, estas tienden a mantenerse constantes a lo largo del tiempo (por ejemplo, Ryder, 1965). Para otros, la edad está tan asociada a un aumento lineal de la estabilidad de las actitudes que el cambio sería cada vez más difícil con el paso de los años (Sears, 1981). Por el contrario, se ha dicho también que el cambio de actitudes es posible a lo largo de toda la vida (Lifelong Openess to Change, Brim y Kagan, 1980; Lerner, 1984). Finalmente, también se ha propuesto que la estabilidad de las actitudes puede variar según una curva de campana que describe un incremento de la estabilidad de las actitudes después de la edad influenciable (hasta los 40 años aproximadamente), luego un tramo sin pendiente (persistencia entre los 40 y los 55 años), para terminar con una declinación a partir de los 55 a 60 años, hasta volver al nivel de estabilidad de la edad influenciable (Sears, 1981). En síntesis, las investigaciones que relacionan la estabilidad de las actitudes con los períodos de la vida permiten formular tantos modelos teóricos como sea posible imaginar (Alwin, Cohen y Newcomb, 1991:67, identifican al menos cinco modelos diferentes). En síntesis, después de estos originales estudios dirigidos por Newcomb (1943-1967) y a la luz de los conocimientos científicos de la época, parece muy difícil predecir, por una parte, el alcance y la pertinencia de estos trabajos para comprender los efectos sociopolíticos de socialización de la educación en sentido amplio y, por otra parte, lo que pudo haber sido de las actitudes sociopolíticas de las ex alumnas de Bennington College a largo plazo (si bien los resultados de Newcomb en 1943 y 1967 confirman la tesis de la edad influenciable y el modelo de la persistencia de las actitudes hasta la edad promedio de la vida, los estudios producidos por las ciencias políticas, realizados en forma paralela, no permiten pronunciarse sobre el devenir de esas actitudes al final del ciclo de la vida). Las actitudes sociopolíticas a lo largo de la vida El estudio que describiremos a continuación (Alwin, Cohen y Newcomb, 1991) se inscribe directamente en las prolongaciones de las dos investigaciones precedentes de Newcomb. La población de referencia es idéntica: las estudiantes escolarizadas en Bennington College en los años treinta. Este nuevo estudio, probablemente, 293 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ no tiene equivalente en las ciencias sociales: el período cubierto se extiende por más de cincuenta y cinco años. El marco de este estudio supera ampliamente el de una simple reiteración de las investigaciones anteriores de Newcomb: • los datos precedentes de Newcomb son reexaminados a la luz de los análisis estadísticos modernos. Los procedimientos informáticos actuales permiten efectuar con mucha rapidez cálculos significativos y confiables de los resultados, que reemplazan a los primeros cálculos de Newcomb; • una cantidad impresionante de datos comparativos son utilizados para estimar la posible generalización de los resultados obtenidos con las estudiantes de Newcomb; • finalmente, se proponen y se prueban modelos teóricos y estadísticos con la finalidad de aprehender la cuestión de la persistencia y de la estabilidad de las actitudes sociopolíticas a lo largo de un ciclo de vida casi completo. El estudio se desarrolló principalmente a lo largo del año 1984. En ese momento, todas las ex alumnas de Bennington College tenían entre 61 y 72 años (cuadro 22). Esta última etapa del estudio longitudinal de Newcomb es escrita conjuntamente por Alwin y Cohen, investigadores habituados a los análisis estadísticos modernos (principalmente, regresiones y ecuaciones estructurales: Cohen y Cohen, 1983; Alwin, 1988); una buena parte de su trabajo ha consistido en retomar todos los datos de Newcomb y someterlos a nuevos análisis. A este respecto, aquí solo consideraremos la conclusión de ese trabajo, puesto que sugiere que los datos de Newcomb muestran, efectivamente, un cambio de actitudes en la primera parte de sus investigaciones (Newcomb, 1943) y la persistencia del cambio en la segunda parte (Newcomb y otros, 1967). Los autores llevarán su análisis más lejos, ya que entrevistan estudiantes que Newcomb no había podido contactar e incluir en su análisis. CUADRO 22. Muestreo de las estudiantes de Bennington College encuestadas en 1984 en función de su fecha de nacimiento Fecha de nacimiento Edad en 1984 Cantidad de mujeres Porcentaje 1912 1913 1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922 1923 Total 72 71 70 69 68 67 66 65 64 63 62 61 1 10 22 30 52 53 53 50 47 13 3 1 335 0,3 3,0 6,6 9,0 15,5 15,8 15,8 14,9 14,0 3,9 0,9 0,3 100,0 Fuente: Alwin, Cohen y Newcomb (1991). 294 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Estos autores miden las actitudes sociopolíticas de las entrevistadas y las comparan con los porcentajes de voto en las elecciones nacionales de las mujeres de su generación que más se les asemejan. En cuadro 23 muestra las respuestas a las preguntas sobre preferencias políticas. CUADRO 23. Preferencias políticas de las entrevistadas en 1984 y comparación con su preferencia en 1960 Preferencia política en 1984 De manera general, ¿se considera republicana, demócrata o más bien independiente? Republicana Demócrata Independiente Otro Sin preferencia Total 24,2% (81) 44,2% (148) 30,4% (102) 0,3% (1) 0,9% (3) 100% (335) ¿Se considera fuerte o medianamente republicana/demócrata? Republicana Demócrata Fuertemente Medianamente Fuertemente Medianamente 56,2% (45) 43,8% (35) 81,6% (120) 18,4% (27) ¿Se considera más cercana al partido demócrata o al partido republicano? Republicano Demócrata NS/NC 16,2% (17) 61,9% (65) 21,9% (23) ¿Se considera muy cercana o poco cercana al partido republicano/demócrata? Republicano Demócrata Muy cercana Poco cercana Muy cercana Poco cercana 35,3% (6) 64,7% (11) 68,8% (44) 29,7% (19) Preferencia política en 1960 Republicano 37% (58) Demócrata 58% (90) Sin preferencia 5% (7) Total 100% (155) Preferencia política en 1960 (mismas entrevistadas que en 1984) Republicano Demócrata 38,8% (47) 56,2% (68) Otro o sin preferencia 5% (6) Total 100% (121) Preferencia política en 1984 (mismas entrevistadas que en 1960) Republicano Demócrata 19% (23) 52% (63) Fuente: Alwin, Cohen y Newcomb (1991:95). Otro o sin preferencia 29% (35) Total 100% (121) En conjunto, estos datos sugieren que las entrevistadas mantuvieron sus preferencias políticas a lo largo del tiempo (no hay cambios significativos entre las preferencias políticas de 1960 y de 1984). En particular, se observa que las personas que manifestaban preferencia por los demócratas en 1960 siguen haciéndolo en 1984. La influencia de la comunidad de Bennington College parece hacerse sentir incluso después de cincuenta y cinco años. Si bien se ha operado un cambio de actitudes durante la permanencia de las estudiantes en Bennington College, como sugieren los trabajos precedentes de Newcomb, ese cambio condujo, por una parte, a la conversión de actitudes conservadoras en actitudes más progresistas y, por otra parte, a la persistencia de las actitudes progresistas a lo largo de la CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 295 vida. Este resultado, muy provocador, apoya principalmente el modelo teórico según el cual las actitudes sociopolíticas pueden cambiar durante la fase de la edad influenciable y tienden a estabilizarse después (Newcomb y otros, 1967; Sears, 1981). Por el contrario, invalida el modelo teórico según el cual las actitudes sociopolíticas conservadoras tendrían tendencia a declinar después de una fase de estabilidad entre los 40 y los 50 años. Si confiamos en los nuevos datos de Alwin y Cohen, podemos considerar que los efectos de la educación pueden modificar las actitudes sociopolíticas a muy largo plazo. Es, sin dudas, el resultado más contundente en materia de efectos de la educación a largo plazo. En el summum de la provocación, Alwin y Cohen han intentado delimitar los efectos intergeneracionales: la influencia de Bennington College, ¿llega hasta los hijos de las entrevistadas? Dicho de otro modo, ¿existe una consistencia entre las actitudes sociopolíticas de las entrevistadas en 1984 y las de sus hijos? Ciertamente, no es posible responder con precisión a estas preguntas, puesto que pueden intervenir demasiadas variables no medidas. Sin embargo, Alwin y Cohen estudian estas preguntas a partir de los datos disponibles. En este sentido, sus resultados no son muy claros, y concluyen que no es posible poner en evidencia una influencia intergeneracional cuando se controlan otros factores (por ejemplo, las preferencias políticas del cónyuge, del entorno, la edad, etc.). Sin embargo, es imposible aprehender con un mínimo de certeza la presencia o la ausencia de tales efectos. La mayor contribución de las investigaciones de Alwin y Cohen ha sido la comparación de las intenciones de voto de las ex alumnas de Bennington College entrevistadas con la de otras mujeres de la misma generación. La pregunta que los autores han tratado de responder es la de la posible generalización de los resultados de Newcomb a otras muestras más o menos representativas de la población estadounidense. Los datos obtenidos a partir de Bennington College, ¿pueden transponerse a otras muestras, especialmente a la de las mujeres de la misma edad, escolarizadas en la misma época y en un contexto histórico y cultural similar? En su momento, Newcomb ya había tratado de responder a esta pregunta6. No había encontrado una diferencia muy importante entre sus resultados de Bennington College y los resultados obtenidos por sus dos colegas. Luego, Alwin y Cohen pudieron comparar las decisiones de voto en las elecciones nacionales (datos disponibles solamente desde 1952) de las ex estudiantes de Bennington College con las decisiones de voto de muestras aparentemente representativas de la población estadounidense. El cuadro 24 presenta estas diferentes comparaciones. Como se puede apreciar, las ex estudiantes de Bennington College manifiestan decisiones de voto más extremas que las mujeres con las que se las compara. En general, parece que las ex estudiantes de Bennington College tienen actitudes 6 Hemos visto, en el cuadro 13, las comparaciones con los estudiantes de Williams College y Skidmore College. 296 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN CUADRO 24. Comparaciones entre las decisiones de voto recogidas en la muestra de Bennington College y las decisiones de voto a nivel nacional, 1952-1984 Preferencia por el partido republicano (%) Año 1952 1956 1960 1964 1968 1972 1976 1980 1984 NES total 58,4% (1 417) 63,1% (1 562) 51,3% (969) 33,5% (1 255) 64,0% (1 177) 69,4% (1 436) 53,4% (1 194) 58,3% (1 850) 66,4% (2 649) NES mujeres 58,4% (764) 66,5%** (855) 53,7% (525) 32,9% (681) 62,6% (661) 67,2%* (781) 53,5% (665) 55,0%* (1 012) 57,1% (1 425) NES mujeres nacidas Mujeres de mujeres nacidas entre 1910 y 1924 Bennington College entre 1910 y 1924 y escolarizadas en un college NES 58,0% (262) 62,9% (326) 51,3% (197) 32,2% (208) 63,9% (191) 75,3%** (194) 52,4% (185) 54,4% (228) 61,0% (316) 75,0% (44) 72,1% (61) 75,6%*** (45) 51,2%** (41) 74,4% (43) 68,9% (45) 52,9% (51) 65,2%* (66) 60,2% (88) 42,6% (326) 37,7% (329) 26,0% (331) 20,2% (321) 32,9% (328) 30,6% (330) 31,2% (330) 23,4% (133) 26,4% (307) Fuente: Alwin, Cohen y Newcomb (1991:109). Nota: NES = National Election Survey. Los asteriscos indican el grado de significación de las comparaciones entre los diferentes subgrupos de NES y la muestra de Bennington College. * = p < 0,05; ** = p < 0,01; *** = p < 0,001. sociopolíticas significativamente menos conservadoras que las otras encuestadas. En ese sentido, parece que la influencia de Bennington College ha sido más importante que la de otros colleges. Este resultado plantea la cuestión de la validez de los datos de Newcomb para delimitar los efectos de la educación en sentido amplio. ¿Por qué existen diferencias entre las actitudes sociopolíticas de las ex estudiantes de Bennington College y las de otras mujeres de su generación escolarizadas en la misma época? Además de las consideraciones metodológicas que pueden invocarse, como veremos enseguida, existen dos grandes tipos de explicación. En primer lugar, pueden existir diferencias a nivel de la enseñanza dispensada en el seno de cada college (es decir, diferencias a nivel de la influencia informativa; por ejemplo, Bennington College estaba muy enfocado hacia las ciencias sociales). En segundo lugar, pueden existir diferencias entre los colleges: la norma dominante no sería necesariamente la misma de una a otra (es decir, diferencias a nivel de la influencia normativa). Veremos también que, en general, estos dos tipos de influencia se dan conjuntamente: la influencia normativa se combina con la influencia informativa de tal manera que, en función del tipo CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 297 de enseñanza, el cambio de actitudes se traduce en un efecto liberador o, al contrario, en un efecto más etnocéntrico. Sin embargo, parece interesante mencionar que los estudios de Newcomb tienen implicancias muy importantes, ya que ponen en evidencia, de manera directa, los efectos de la socialización de la escuela. Incluso si esos resultados no pueden transponerse a una generación entera de mujeres, estas investigaciones revelan que el simple hecho de haberse escolarizado en un momento dado en un determinado tipo de establecimiento puede llevar a un cambio radical de las actitudes sociopolíticas. Las actitudes transmitidas tienden luego a fijarse a lo largo del tiempo, incluso durante muchos años. En conclusión, aunque los trabajos de Newcomb sean esenciales para comprender la función de la educación en la transmisión de nuevas actitudes, no permiten establecer un perfil real de los efectos de la educación en sentido amplio, ya que para ello sería necesario contar con datos provenientes del conjunto de las instituciones. Podemos observar que el mismo Newcomb se interesó en este aspecto de la cuestión (Feldman y Newcomb, 1969). Sin embargo, esta obra –que sigue siendo una referencia ineludible– no trata solamente de los efectos de la educación a largo plazo. De hecho, Feldman y Newcomb (1969) se han interesado, sobre todo, en los efectos de selección de los colleges. Estos autores han demostrado claramente que se operaba una selección principalmente por parte de los estudiantes y sus familias antes de su acceso al college. Esta selección se realiza en base a diferentes criterios. En lo esencial, y para simplificar una obra que ciertamente merecería más atención: los college más prestigiosos atraen a los estudiantes de las familias más ricas en el plano del capital económico y cultural. Selección para entrar en los colleges estadounidenses y efectos de la educación Muchos comentarios y críticas pueden hacerse a los trabajos de Newcomb. Por ejemplo, sus estudios se refieren solamente a una población femenina, mientras que ya es un hecho reconocido que los hombres y las mujeres no tienen las mismas actitudes sociopolíticas, ya que los hombres son habitualmente mucho más conservadores que las mujeres (Sidanius, Pratto y Bobo, 1994; Pratto, Sidanius, Stallworth y Malle, 1994; Avery, 1988; Eisler y Loye, 1983; Ekehammar y Sidanius, 1982; Shapiro y Mahajan, 1986; Sidanius y Ekehammar, 1980; Sidanius, Cling y Pratto, 1991)7. Aunque esta diferencia a nivel de las actitudes sociopolíticas de los hombres y de las mujeres no cuestione la posibilidad de que un 7 Debemos señalar que esta diferencia en la orientación sociopolítica no refleja tanto un determinismo biológico como un determinismo social; en la gran mayoría de los casos, las posiciones ocupadas por los hombres y las mujeres no son las mismas. 298 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN cambio de actitudes pueda producirse por el hecho de que los individuos se socializan en el seno de un establecimiento escolar, puede ser interesante poner a prueba el efecto de la educación sobre las actitudes y valores de una población masculina. En este sentido, Feldman y Newcomb (1969) refieren datos sobre 1027 estudiantes, que presentaremos someramente. Estos autores utilizaron diferentes medidas de actitudes a partir de escalas validadas numerosas veces (Allport-VermonLindzey Study of Values, 1951-1960). Cada una de estas actitudes remite a un esquema de pensamiento dominante en el individuo, incluso si no son mutuamente exclusivas. Evidentemente, la definición que hemos dado de estas actitudes debe ser reubicada en su respectivo contexto histórico y cultural. La siguiente es la definición de esas actitudes tal como la elaboraron Feldman y Newcomb (1969:7): 1. Teórica (theoretical). El valor dominante del hombre teórico es el descubrimiento de la verdad. Sus intereses son empíricos, críticos y racionales. Su principal objetivo en la vida es ordenar y sistematizar su conocimiento. 2. Económica (economic). Las actitudes del hombre económico son características de lo que es útil, práctico, especialmente a nivel de gestión económica en el mundo de los negocios. Juzga las cosas principalmente sobre la base de su utilidad tangible. 3. Estética (aesthetic). El hombre estético valoriza la belleza, la forma y la armonía. Cada una de sus experiencias es juzgada por su gracia y su equilibrio. Se interesa en la esfera artística. 4. Social (social). El valor más importante del hombre social es el otro. Valora el altruismo, el amor y los aspectos filantrópicos de la vida. Para él, los otros son importantes, y él mismo es simpático y poco egoísta. 5. Política (political). El hombre político valora principalmente el poder y la influencia sobre otro. El liderazgo, la competencia y la lucha por el poder constituyen buena parte de sus intereses. 6. Religiosa (religious). El hombre religioso valora especialmente la unidad. Es místico y trata de comprender el cosmos en su conjunto para poder situarse en su plenitud de ser humano. Sobre la base de estas definiciones, Feldman y Newcomb (1969:9) van a analizar el cambio de actitudes en un college (Union College), en un período de cuatro años, en función del área de estudio. El cuadro 25 refleja los principales resultados de esta investigación longitudinal. Para simplificar la lectura, los datos están esquematizados. Estos resultados dan cuenta de un cambio muy general en dos de las seis actitudes. Para cada área de estudio, como en promedio para el conjunto de las áreas, la importancia relativa de la actitud religiosa disminuye y la de la actitud estética aumenta con la cantidad de años de estudio. Para las otras cuatro actitudes, existen inconsistencias claramente significativas en función del área de estudio. En especial, el cambio de las actitudes teóricas y políticas varía en un 299 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ CUADRO 25 . Cambio promedio de actitudes entre el comienzo y el fin de la escolaridad en Union College (población masculina, N = 1 027) Área de estudio Humanidades (N = 65) Ciencias Sociales (N = 296) Ciencias (N = 124) Ciencia paramédica (N = 136) Arte (N = 27) Química (N = 26) Física (N = 41) Administración industrial (N = 55) Ingeniería (N = 257) Cambio promedio (considerando todas las áreas de estudio) Actitud Teórica –* – +* + + + + – –* Económica –* – – –* –* – –* + – Estética +* +* +* +* +* +* +* +* +* Social – – –* + – – – + – Política +* + + –* – + – + +* Religiosa –* –* –* –* –* – – – – + –* +* – + –* Fuente: Feldman y Newcomb (1969:9); adaptado de Huntley (1965). Nota: + = los que terminan (seniors) tienen puntajes superiores que los que comienzan (freshmen); – = los que terminan tienen puntajes inferiores que los que comienzan; * cambio estadísticamente significativo (p < 0,05). sentido opuesto entre las diferentes áreas de estudio. Estas diferencias en el sentido del cambio de actitudes en función del área de estudio pueden dar cuenta de una ausencia de cambio observada en promedio para el conjunto de las áreas de estudio. Debemos reconocer que las inconsistencias son tales que se hacen difíciles de interpretar. Sin embargo, el hecho de que el cambio de actitudes pueda operarse en un sentido opuesto en función del área de estudio es un resultado que nos parece interesante subrayar y que encontraremos más adelante en esta síntesis de la literatura sobre el tema (acordamos poco crédito a esas escalas de actitudes para apreciar la naturaleza del cambio8). Sin embargo, se puede apreciar que la disminución de las actitudes religiosas en este estudio se encuentra en muchas otras investigaciones y refleja un hecho relativamente bien establecido (Feldman y Newcomb, 1969). Como complemento, Feldman y Newcomb citan dos estudios que sugieren que, globalmente, un cambio parece insinuarse en el college, en el sentido de una adopción más definida de las actitudes «emergentes» y de un rechazo de las actitudes más tradicionales (Prince, 1957; Spindler, 1955). Por su parte, Feldman y Newcomb (1969) van a centrar su atención en comparaciones internacionales. En efecto, un resultado particularmente contundente que se repite en muchos países es la satisfacción obtenida de la familia y de la carrera, en detrimento de otras fuentes de satisfacción. Así, los estudiantes experimentados tienen tendencia a declarar que lo que les aporta o les aportaría 8 Por ejemplo, la actitud política es muy general y no proporciona información sobre la orientación política, sino solamente sobre el interés personal por el poder, el liderazgo y la competencia. 300 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN mayor satisfacción es triunfar, a la vez, en su vida familiar y en su carrera (con excepción de Japón y México; cuadro 26). CUADRO 26. Porcentajes de estudiantes (hombres y mujeres) experimentados que mencionan diferentes fuentes de satisfacción como primera, segunda o tercera más importante para ellos, en distintos países País Fuente de satisfacción (%) Carrera Familia Tiempo libre Comunidad Nacionalidad Religión Estados Unidos (756): Harvard (H), Radcliffe (M), Miami (H, M) 83 95 60 20 17 19 Nueva Zelanda (121): Universidad de Victoria (H, M) 81 86 46 20 25 31 Alemania (30): Technische Hochschule, Braunschweig (H, M) 93 87 57 3 27 17 Francia (132): Universidad de Bordeaux (H, M) 91 83 65 5 23 31 Sudáfrica (28): Universidad de Natal (H, M), lengua inglesa 89 71 46 21 36 21 Sudáfrica (62): Universidad de Stellenbosch (H, M), lengua africana 90 69 37 18 16 56 Sudáfrica (51): Universidad de Natal (H, M), lengua bantú 67 61 12 45 51 61 Egipto (63): Universidad de Altos Estudios (H), Instituto de Enseñanza de Mujeres (M) 65 60 38 48 33 49 Italia (74): Universidad Católica del Sagrado Corazón (H, M) 76 92 34 20 20 53 Israel (41): Universidad Hebraica (H, M) 83 83 34 24 54 2 México (186): Universidad Nacional de México (H, M) 95 60 18 32 69 19 Japón (187): Universidad de Tokio (H), Universidad de Nihon (M) 41 88 62 16 60 20 Fuente: Feldman y Newcomb (1969:15). Nota: H = hombres; M = mujeres. Finalmente, uno de los resultados más significativos puestos en evidencia por Feldman y Newcomb (1969) en su revisión de los efectos de la educación es, sin duda, el aumento de la capacidad intelectual y la disminución de las actitudes autoritarias a partir de la elevación del nivel de instrucción. Sin anticiparnos a CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 301 la segunda parte de este trabajo mencionaremos brevemente los principales resultados recogidos por los autores. La transmisión de un capital intelectual Feldman y Newcomb recogen, en 1969, el conjunto de investigaciones publicadas sobre la función de la escuela en la transmisión del capital intelectual. La mayoría de ellas revelan, en efecto, que a un aumento de los índices de escolarización (cantidad de años de estudio) corresponde un incremento de la capacidad intelectual. Los más instruidos son, en general y comparándolos con los menos instruidos, capaces de pensamientos más abstractos, demuestran una mayor independencia de pensamiento, son más creativos, más analíticos y más críticos. Los más instruidos demuestran, asimismo, más interés por las ciencias sociales, lo humanístico y el arte. Son más susceptibles a comprometerse en actividades como la escritura, la lectura, la producción artística, la música clásica, etc. (Feldman y Newcomb, 1969:29). Sin embargo, la elevación del nivel intelectual no siempre adquiere el espacio suficiente en ciertos estudios como para alcanzar los umbrales de significación (Katz, 1967). Por el contrario, cuando el interés se centra en la autopercepción de capacidades intelectuales, los resultados parecen ser mucho más claros. Por ejemplo, cuando se solicita a los estudiantes que especifiquen en qué han cambiado después de su entrada a la universidad, una amplia mayoría (de hombres y mujeres) declara que han ganado confianza en sus propias capacidades intelectuales, que son más autónomos e independientes en su forma de pensar, que sienten una mayor estabilidad psicológica y mejores relaciones con los demás. Por ejemplo, en los años sesenta, el 73% de las estudiantes de Bennington College aludían espontáneamente a un aumento de las capacidades intelectuales cuando se les preguntaba en qué habían cambiado durante sus años de formación (Newcomb y otros, 1967). En 1962, una muestra de estudiantes (hombres y mujeres) que finalizaban (seniors) sus estudios en la Universidad de Michigan debían describir, con la ayuda de rasgos comportamentales, la naturaleza de su cambio personal después de su paso por la universidad (debían indicar si cada rasgo se había convertido en más o menos descriptivo que antes, o había permanecido sin modificaciones). En el ítem «interés por las dimensiones intelectuales y culturales», el 73% de los hombres y el 84% de las mujeres indicaban que ese rasgo los caracterizaba más luego de su paso por la universidad (Dressel y Lehmann, 1965). Otras investigaciones indican que, en promedio, las capacidades intelectuales (medidas con pruebas de inteligencia) aumentan con el número de años de formación universitaria. Esta elevación del nivel se caracteriza por capacidades de pensamiento más críticas, un aumento de los conocimientos factuales y un mejor desempeño en las pruebas de aptitud (Feldman y Newcomb, 1969:29). La transmisión de un capital intelectual está comprobada, aunque no es sorprendente, ya que la función más esencial de la escuela es, sin duda, incrementar 302 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN el nivel de conocimientos y las capacidades de razonamiento de los alumnos. Por el contrario, uno puede interrogarse sobre lo que queda del capital intelectual una vez que los individuos salen del sistema de enseñanza. El beneficio del nivel de educación a nivel de «bagaje» intelectual, ¿se mantiene a lo largo del tiempo? Algunas investigaciones han tratado de encontrar respuestas a esta pregunta. Feldman y Newcomb (1969) no tratan directamente este aspecto. Volveremos sobre este punto en la próxima parte con la presentación de los trabajos de Hyman, Wright y Reed (1975) y Bowen (1983). La decadencia del autoritarismo: ¿un efecto liberador? Como sostuvieron Adorno, Frenkel-Brunswik, Levinson y Sanford (1950), el autoritarismo se caracteriza por el convencionalismo (una adhesión rígida a los valores convencionales de la clase media), la falta de crítica frente a la autoridad moral del grupo de pertenencia, la tendencia a rechazar y castigar a aquellos que violan los valores convencionales, la rigidez de espíritu (dogmatismo), la superstición y el uso de estereotipos, y la sumisión ciega a las figuras dominantes del grupo. Feldman y Newcomb (1969) citan el conjunto de las investigaciones que ponen en relación el autoritarismo y las diferencias entre los estudiantes (hombres y mujeres) que terminan y los que comienzan su ciclo universitario. Estas investigaciones muestran que quienes terminan tienen puntajes de autoritarismo menores que los que comienzan. De hecho, son menos autoritarios, menos dogmáticos, menos etnocéntricos y manifiestan menos prejuicios que los que empiezan. Según Feldman y Newcomb (1969), estas diferencias aparecen de manera casi sistemática y son suficientemente importantes para alcanzar umbrales de significación. Una cuestión esencial sería saber si ese cambio se produce de la misma manera en todos los estudiantes (hombres y mujeres). Feldman y Newcomb mencionan principalmente los puntajes resumidos y, como ya hemos visto, estos pueden enmascarar disparidades importantes, por ejemplo, en función del área de estudio. Los datos aportados por estos autores no permiten poner a prueba realmente un efecto del área de estudio. Por el contrario, estos autores han podido ilustrar que el cambio en el autoritarismo no es solo imputable a un efecto de la edad o de la madurez. Muestran, por una parte, que cuanto más tiempo han pasado los estudiantes en la universidad (entre uno y cuatro años), menos autoritarios son. Aquellos que continúan sus estudios se vuelven, entonces, menos autoritarios que los que los abandonan. Por otra parte, incluso si el autoritarismo de las personas no escolarizadas de la misma edad tiende levemente a disminuir, esta disminución es significativamente más importante entre los estudiantes (hombres y mujeres) que finalizan su formación. Para finalizar, hagamos un breve resumen de los principales resultados observados hasta aquí. CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 303 Resumen Si evaluamos el conjunto de los trabajos sintetizados hasta aquí, la escuela parece tener un efecto liberador sobre las actitudes de los alumnos. En efecto, hemos visto, con las investigaciones de Newcomb, que las estudiantes de Bennington College se han vuelto menos conservadoras a medida que se desarrollaba su escolarización. Este cambio de actitudes parece haberse perennizado en el tiempo, cubriendo casi por completo el ciclo de una vida completa. Sin embargo, hemos constatado igualmente que las estudiantes de Bennington College y las mujeres más representativas de la población estadounidense con las que podían ser comparadas no manifestaban las mismas intenciones de voto. La influencia de Bennington College no parece ser excepcional, sino relativamente atípica. Luego, hemos elaborado un panorama de los conocimientos disponibles en los años sesenta. Parece que la escuela ha podido ejercer una función de socialización mucho más allá de las simples actitudes sociopolíticas. En efecto, se aprecian diferencias entre quienes finalizan sus estudios y los que los comienzan en una buena cantidad de actitudes muy diversas, tanto en poblaciones femeninas como masculinas de numerosos países. Independientemente de otros factores que puedan intervenir, la escuela parece modelar las competencias y las actitudes, pero también los valores, la satisfacción percibida y las variables de personalidad. Además, muchas investigaciones indican que la elevación del nivel de estudios se traduce muy a menudo en una disminución de las actitudes religiosas y del dogmatismo. SEXTA PARTE Sugerencias Algunas propuestas para la investigación en ciencias sociales sobre los efectos de la educación S ería difícil, y sobre todo presuntuoso, al cabo de una puesta al día de conocimientos tan descriptiva como la que acabamos de elaborar, proceder a prescripciones normativas en materia de investigaciones futuras. Nos limitaremos a indicar algunos rumbos, con la convicción de que los destinatarios de este informe están en mejores condiciones que nosotros para extraer conclusiones estratégicas. Efectos no lineales, contradictorios y asociados a otros factores económicos y sociales Las dificultades que hoy encuentra la escuela en su función de integración de los alumnos provenientes de la inmigración atestiguan claramente que su efecto no es lineal. Sin embargo, no siempre ha sido así. Como demuestran Gérard Noiriel (1988) y Dominique Schnapper (1995), Francia ha podido asimilar o integrar a millones de descendientes de inmigrantes en el gran crisol de la igualdad y en el marco del derecho. Y la escuela fue, durante mucho tiempo, lo que mantuvo vivo el fuego del hogar de ese crisol. Si ya no es así, es porque la acción integradora de la escuela se ha visto confrontada, a la vez, por factores nacionales exteriores a ella (aumento de la desocupación, segregación urbana, competencia por el empleo entre inmigrantes y franceses, aumento del racismo y de la xenofobia) e internacionales: la sociedad mundial vive varias crisis –en gran parte, engendradas por los contragolpes de las políticas coloniales de los países europeos–, que han resquebrajado el tranquilizador edificio de los valores con los que se ha construido nuestra escuela. Señalemos una paradoja: las generaciones de inmigrantes mejor integradas por la escuela, las de los padres, son las que han frecuentado menos la escuela, mientras que las menos integradas –las de los 307 308 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN niños y jóvenes adultos de hoy– han estado sometidas a una escolarización prolongada y mucho más «competente». Estos efectos son contradictorios, puesto que la felicidad de unos a menudo provoca la desdicha de otros. Los fenómenos de sobrecalificación se acompañan con movimientos de subcalificación. Ciertamente, el nivel aumenta, pero las diferencias se profundizan. En un momento en el que la escolaridad se alarga para todos, se observan procesos estadísticamente no despreciables de desescolarización antes de los 16 años. Estos procesos de desescolarización pueden ser considerados como «efectos» directos de la educación mediante categorizaciones negativas que luego conducen a dificultades de inscripción social (Hedibel, 2003a). Esos efectos son raramente autónomos y la mayor parte del tiempo están asociados a otros factores económicos y sociales. La eficacia específica de la escuela es débil. Protege a los que cuentan con más diplomas de la desocupación, pero su impacto sobre el crecimiento es difícil de medir y depende fuertemente del contexto institucional de cada país. Su acción es más eficaz cuando se encuentra acompañada por otras fuerzas que la preceden o la completan: implementación de una ideología de Estado o de una política social voluntarista en materia de reducción de las desigualdades, coyuntura o política económica, creación de empleos, desarrollo de nuevas tecnologías, etc. Economía: del capital humano a una visión más compleja de los efectos de la educación El análisis de los efectos de la educación constituye un conjunto de trabajos particularmente abundante y diverso en economía, por eso, parece deseable presentar aquí conclusiones de política científica específicas para esta disciplina. Es necesario señalar que los cinco principales campos abarcados por este estudio –la «sociedad» en sentido amplio (primera y tercera parte), los efectos de la educación sobre los ingresos individuales y el crecimiento del ingreso global (segunda parte), la formación de los hogares y sus inversiones en capital humano (cuarta parte) y las actitudes sociopolíticas (quinta parte)– son en sí mismos muy vastos: como lo sugiere la cantidad de encuestas e investigaciones citadas, cada una de esas áreas, incluso cada una de las problemáticas que abordan, debería ser objeto de un trabajo específico para determinar prioridades de investigación suficientemente precisas. Sin embargo, se pueden mencionar aquí dos series de conclusiones. En primer lugar, algunas conclusiones metodológicas de alcance general: la aplicación de la teoría del capital humano en un amplio conjunto de áreas, muchas de las cuales no provienen del campo de la economía neoclásica, debería profundizarse; por otra parte, los economistas comienzan a tomar en cuenta de manera explícita numerosas dimensiones de la educación, además de la de su contribución al capital humano de los individuos y de las sociedades. Estas CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 309 dos evoluciones, así como la emergencia de nuevas herramientas conceptuales, tales como el análisis económico y econométrico de las interacciones sociales, la noción ásperamente debatida de capital social o la de «felicidad» (happiness research; Frey y Stutzer, 2002), favorecen la emergencia de una síntesis entre la economía y las otras ciencias sociales, en especial, la psicología y la sociología. Todavía no existe la certeza de que esos desarrollos recientes tengan en el futuro un impacto tan considerable como el que produjo la formalización del concepto de capital humano a comienzos de los años sesenta, pero conviene prestarles atención. Por ejemplo, mientras que las preferencias eran consideradas como estrictamente exógenas por la gran mayoría de los economistas hace apenas veinte años, el análisis de su determinación por parte, entre otros, de la educación parece un campo prometedor, en el límite entre la economía y la psicología. En el plano empírico, conviene tomar en cuenta los desarrollos recientes en la identificación de las relaciones de causalidad y la cuasi generalización de los métodos que se apoyan en «variables instrumentales». Un ejemplo extremo es la realización de experiencias, que siguen el paradigma de la psicología y de la medicina, en las cuales un «tratamiento» que procura aumentar el nivel de educación es aplicado a un grupo seleccionado de manera aleatoria. Un ejemplo más sencillo es el examen de las experiencias «naturales», en el caso de la educación, de políticas educativas implementadas de manera diferente en un determinado grupo o región. El método experimental pretende aportar soluciones (que sean, a fin de cuentas, simples) al problema de la endogeneidad abordado en la introducción de este trabajo y puede ser utilizado de distintas maneras: para poner a prueba en pequeña escala medidas destinadas a ser generalizadas más tarde (experiencias aleatorias) o para comprender «históricamente» el impacto de reformas que ya se han llevado a cabo (experiencias «naturales»). Este método completa el desarrollo considerable de la microeconometría estándar iniciado por los economistas del trabajo hace unos treinta años. En segundo lugar, algunas sugerencias específicas para cada área cubierta por este trabajo: la estimación del impacto de la educación sobre los ingresos individuales (capítulos 5 y 6) ha sido renovada hace unos quince años por la utilización de nuevos métodos de identificación (por ejemplo, el empleo de «variables instrumentales» que representan la educación como una función de las características institucionales del sistema de enseñanza o el uso de datos que corresponden a los miembros de una misma familia, en especial, mellizos) y la consideración de la calidad de las escuelas y/o de la educación recibida. Las rápidas transformaciones del sistema de enseñanza francés desde comienzos de los años ochenta, en especial, podrían dar lugar a estudios de ese tipo. Por otra parte, una de las conclusiones principales de los trabajos recientes es que los rendimientos de la educación no son un parámetro homogéneo para el conjunto de la población, sino que son fundamentalmente heterogéneos, y varían en función de características individuales y colectivas. En el contexto francés, las diferencias de ren- 310 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN dimientos entre hombres y mujeres, entre franceses de origen extranjero o no, o los rendimientos que alcanzan los inmigrantes en función del país en el que han recibido su educación parecen ser temas prometedores. Una nueva renovación está en curso, y parece necesario superar el modelo minceriano por tres razones. En primer lugar, como señalan Heckman, Lochner y Todd (2003), las hipótesis que permiten interpretar el coeficiente asociado a la educación en la ecuación minceriana, como el rendimiento privado de la educación, no son empíricamente válidas en la actualidad, y es conveniente emplear otros métodos para estimar esa tasa de rendimiento. En segundo lugar, el capital humano tal como se mide en el modelo minceriano (educación y experiencia profesional) solo explica una parte limitada de la variación de los salarios, como señalan Bowles, Gintis y Osborne (2001b). Es aún demasiado temprano para saber si los enfoques propuestos por Heckman, Lochner y Todd, por una parte –para medir mejor el rendimiento del capital humano–, y por Bowles, Gintis y Osborne, por la otra –para integrar al modelo económico de determinación de los salarios los rasgos psíquicos y comportamentales sobre los cuales la educación puede tener un impacto determinante–, harán escuela, pero parece evidente que la prioridad debería darse a investigaciones de ese tipo, más que a la enésima estimación del modelo minceriano clásico. En tercer lugar, la relativa escasez de trabajos consagrados a otros aspectos del mercado de trabajo que no sean la determinación de los salarios –en especial, la duración de los períodos de empleo y desocupación– es llamativa. La masificación extremadamente veloz de la enseñanza secundaria y superior en Francia, asociada a la persistencia de un elevado nivel de desocupación, pero con un correlato muy negativo en el nivel de educación, hace que estos tres rumbos sean particularmente pertinentes. La estimación del impacto de la educación sobre el crecimiento choca con una evidente falta de datos fiables y abundantes –cualesquiera sean los futuros desarrollos teóricos o progresos metodológicos empíricos– si nos atenemos a una comparación a escala de países. Por cierto, algunos trabajos recientes han obtenido resultados más convincentes que los anteriores, pero parece que la prioridad es un cambio de escala que permita disponer de una cantidad mayor de observaciones en el tiempo y en el espacio, ya sea utilizando datos sobre regiones de un mismo país, ya sea analizando el crecimiento a nivel macroeconómico. Estos comentarios son igualmente válidos para las tentativas de medición directa de las externalidades de capital humano. Los efectos de la educación sobre la formación de las familias siguen siendo un área bastante poco desarrollada en economía. En este punto, parece deseable una perspectiva interdisciplinaria que integre los enfoques de la teoría beckeriana de la familia y los de la psicología y la sociología. De hecho, los principales resultados de la sociología del matrimonio –especialmente, la importancia creciente de la educación como factor de emparejamiento– pueden ser examinados utilizando técnicas cuantitativas propias de la economía. El análisis eco- CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 311 nómico de la fecundidad parece ser, en la actualidad, importante tanto para los países en desarrollo –donde la fecundidad es elevada, extremadamente variable y, a menudo, está en fuerte baja– como para los desarrollados. Aunque los canales potenciales por los cuales, en especial, la educación de las mujeres influiría sobre la fecundidad (costo de oportunidad del tiempo de las mujeres, autonomía en el seno de la pareja, preferencias por diferentes tipos de bienes de consumo, selección en el mercado de matrimonio) son diversos, esta característica constituye un objeto de estudio particularmente interesante por la necesidad de considerar simultáneamente diferentes dimensiones de la educación. La fecundidad es uno de los principales campos de aplicación de los modelos económicos que incluyen interacciones sociales (la influencia de los «vecinos» sobre la cantidad de hijos deseada y la utilización de anticonceptivos son particularmente importantes, especialmente, a causa de la existencia de normas sociales muy estrictas que la regula en numerosas sociedades); pero no parece haber, por el momento, ningún trabajo que introduzca de manera explícita a la educación en esos modelos. Para los países desarrollados, en especial Francia, la cuestión principal sería más bien la manera en que la fecundidad modifica los rendimientos de la educación alcanzados particularmente por las mujeres, ya que el alza actual de la natalidad y los cambios recientes de la política familiar favorecen su retiro, más o menos provisorio, del mercado de trabajo. El análisis de los efectos de la educación sobre las inversiones en capital humano de las parejas se enfrenta a problemas de identificación considerables, puesto que, por ejemplo, el efecto de la educación de los padres sobre la de sus hijos es difícil de distinguir del efecto de otras variables, especialmente, el ingreso. Sin embargo, constituye un área esencial de investigación por su rol en la transmisión intergeneracional de las desigualdades socioeconómicas. Aquí también la consideración de las otras dimensiones de la educación, además del capital humano, que recién comienza en economía, parece fundamental. Finalmente, los trabajos que apuntan a los efectos de la educación sobre la sociedad constituyen un conjunto bastante dispar, y son escasos los que incluyen una modelización teórica contundente. La aplicación de los mismos métodos empíricos que examinan «experiencias naturales», como el aumento de la edad mínima de salida del sistema escolar en Estados Unidos, confiere unidad a los trabajos que abordan el tema de la criminalidad, la religión o la participación electoral. Estos trabajos están bastante alejados del corazón del análisis económico; la pertinencia de algunos de ellos es incierta. Sin embargo, participan del desarrollo de un enfoque común a las diversas ciencias sociales y deberían multiplicarse. Es necesario señalar que muchos de los campos mencionados por Wolfe y Haveman (2001) en su ya clásica recopilación de los efectos sociales de la educación solo han sido objeto de pocos trabajos, esencialmente descriptivos. Mucho queda por hacer para obtener estimaciones convincentes del verdadero efecto causal de la educación en áreas tan diversas como el matrimonio, las elec- 312 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN ciones de consumo y ahorro, la dependencia del Estado de Bienestar, etc. Quedan por identificar aquellos campos que parecerán más pertinentes para la investigación francesa. Otras ciencias sociales: reubicar la educación en su contexto El título del libro –Los efectos de la educación– y una gran parte de los trabajos consagrados a esta cuestión suponen que la educación –en singular– es una realidad a la vez universal y autónoma, y que puede constituir un objeto de estudio en sí misma. Si bien este enfoque puede justificarse desde el punto de vista de los métodos empleados en economía cuantitativa, gana al ser completado reubicando a la educación en su contexto. La primera consecuencia que se desprende de esta evidencia es la de multiplicar las encuestas comparativas, a escala internacional, partiendo de las diferencias entre los sistemas de educación y sus efectos, y no de sus coincidencias. Ya no se trataría de identificar aquello que les es común, sino aquello en lo que difieren unas de otras y por qué. El señero análisis realizado por Maurice, Sellier y Silvestre (1982), al igual que el de Lucie Tanguy y Annick Kieffer (1982), sobre comparaciones entre Francia y Alemania todavía puede servir como modelo. La fuerza de esas investigaciones se debe a que los sistemas de educación de los dos países, lejos de ser analizados en sí mismos, son reubicados en sus contextos históricos y sociales, y a que la puesta en evidencia de las distancias y las diferencias informa sobre el conjunto de las sociedades de ambos países. Al leerlas, se entiende cómo el catolicismo y el protestantismo, asociados a formas de desarrollo muy diferentes del capitalismo, han podido asignar funciones diametralmente opuestas a la técnica y a la enseñanza general. Al querer diferenciarse demasiado de la «sociología de la reproducción», cuyos puntos básicos consisten, entre otros, en poner en relación lo que sucede en la escuela con el conjunto de la sociedad (mercado de trabajo, clases sociales, familia, consumo, etc.) y en querer a toda costa focalizarse en la «caja negra» de la escuela, las ciencias de la educación han pecado, en los últimos diez o veinte años, de «escuela-centrismo». Es tiempo de salir de eso y abrir de par en par las ventanas. Y de aprovechar la globalización para abrir grandes espacios de investigaciones internacionales e interdisciplinarias. Sería heurísticamente fructífero, al menos durante un tiempo, darle a «la educación» el mismo tratamiento al que Durkheim sometió al suicidio: el de un operador particularmente sensible que informa más acerca de las variables que actúan sobre el suicidio que acerca del suicidio mismo. El género, la edad, la religión, el estatus matrimonial, la región de residencia… ¿Por qué las mujeres japonesas y francesas con diploma no valoran de la misma manera sus conquistas en el mercado de trabajo? Esta es una pregunta cuya respuesta implica exploraciones sobre los mercados nacionales de trabajo, la estructura y el lugar de la CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 313 familia en la sociedad, el rol de la mujer en la educación de los hijos, la división de roles y estatus entre hombres y mujeres, etc. En síntesis, se necesitaría una encuesta que nos aportara información relevante sobre la sociedad francesa y japonesa. Hay, en este sentido, pistas fecundas, que solo tendrían que ser seguidas, en los trabajos de Shavit y Müller (1998). Sus comparaciones internacionales han apuntado, sobre todo, a la relación entre la escuela y el trabajo. Podrían ser extendidas a otros dominios: consumos culturales y modos de vida, vínculos entre la educación y la familia, lugar de la escuela y de la escolarización en la familia, conocimientos positivos y habitus, etc. Y, sobre todo, a otros países. Esta vía parece imponerse, sobre todo, porque el panorama precedente ha puesto en evidencia el estado de extrema dependencia de los sistemas escolares de los contextos económicos, sociales y políticos en los cuales se inscriben. Fuera de esta línea general, varios puntos nos han parecido oscuros. Los sistemas de educación diferentes (privado y público, laico y confesional, católico, protestante, judío, musulmán, por ejemplo) siempre se suponen portadores de un sistema de valores distintos, pero ningún estudio válido lo ha establecido realmente. De modo más general, nos ha sorprendido el hecho de que la mayoría de los autores, en especial en el marco de la teoría del capital humano, establece una fuerte distinción teórica entre los conocimientos y los habitus, o entre las competencias cognitivas y las no cognitivas. De igual manera, lo hacen entre las competencias aprendidas en la escuela y las adquiridas mediante la experiencia. Lo aceptamos… Pero las investigaciones empíricas que buscan precisar, a la vez, los contenidos y, sobre todo, las articulaciones, entre esos tres dominios son casi inexistentes. Sin duda, esos conocimientos son difíciles de captar y delicados de distinguir. Pero, a falta de encuestas concretas sobre este tema, estamos condenados a ignorar lo que los individuos aprenden realmente en la escuela y los modos en que se apropian de ello, lo memorizan, lo olvidan, lo transforman, lo actualizan y lo valorizan. Podríamos inspirarnos en los importantes trabajos realizados en el marco de las políticas de evaluación, que buscan medir las adquisiciones de los alumnos en el curso de las diferentes etapas de su recorrido escolar, para conducir investigaciones sobre los contenidos de los conocimientos realmente conservados por los adultos. La división exacta entre competencias cognitivas y no cognitivas es, aun en la actualidad, desconocida. Y la guerra teórica que libran los defensores de una escuela cuya función solo sería la de un lugar de selección según el habitus y aquellos que piensan que el rol más importante de la escuela consiste en transmitir conocimientos (competencias cognitivas) corre el riesgo de convertirse en una Guerra de los Cien Años, sin vencedores ni vencidos, pero también sin avance en los conocimientos. Y más aún cuando, en este punto, no hay razón para suponer que la naturaleza de los conocimientos es la misma en todos los países, en un mismo país o en todos los niveles de la escuela. Esas encuestas implicarían que se reconstituya el conjunto del recorrido, tramo 314 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN por tramo, y que una parte importante del terreno esté situada en el universo del trabajo, en el seno de las empresas. Esas encuestas deberían reconstituir la singularidad de los contextos basándose, con fines de comparabilidad, en el carácter universal de cierta cantidad de conocimientos transmitidos, en especial, los científicos. Anexos ANEXO 1 La identificación de las relaciones de causalidad en economía empírica E n términos de economía empírica, los efectos de la educación en un área particular pueden representarse mediante la siguiente ecuación: y = ƒ(E) + Xβ + e (1) donde y es la variable llamada endógena, es decir, aquella sobre la cual se ejercen los efectos de la educación, E es una variable (o un conjunto de variables) exógena(s) que representa la educación, X es un conjunto de variables observadas, y e es un conjunto de variables no observadas que condicionan la relación causal estudiada entre y y E. Esta última está representada por la función ƒ, de la cual se trata de estimar una representación paramétrica. La forma más utilizada es la forma lineal δE, donde δ es un parámetro (o un vector de parámetros) que representa el efecto causal de la educación. Los trabajos realizados en economía sobre los efectos de la educación pueden ser caracterizados por: • el campo cubierto, es decir, la naturaleza del fenómeno estudiado, y (incluso su nivel de agregación); • el (o los) aspecto(s) de la educación considerado(s), E; • el modelo teórico implica (explícita o implícitamente) el análisis, que tendrá por objetivo identificar qué explicación teórica es pertinente, entre hipótesis alternativas; concretamente, se trata del origen y de la naturaleza de la función y = ƒ(E); • los métodos empíricos implementados para identificar el efecto causal representado aquí por el parámetro δ, por oposición a una simple correlación entre y y E. 317 318 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN Los campos cubiertos por el análisis económico de los efectos de la educación Debemos señalar que, si bien los primeros estudios se consagraron a la estimación de los rendimientos de la educación en términos de ingresos individuales, y luego de ingreso global, los economistas no tardaron en interesarse en fenómenos considerados, durante mucho tiempo, ajenos a su disciplina. La constitución de la economía formalizada de inspiración neoclásica había desembocado en la marginalización de muchos temas de investigación que entonces se prestaban poco a la formalización, en beneficio del paradigma de los mercados en competencia pura y perfecta. Ese paradigma ha sido superado desde hace varios años por la aplicación de los mismos métodos formalizados a esos temas, que dejan, entonces, de ser marginales. En particular, el desarrollo de la teoría del capital humano ha sido paralelo a «la extensión del campo de análisis macroeconómico con un amplio abanico de comportamientos humanos e interacciones, incluso fuera de los mercados», que le ha valido a Gary Becker el premio Nobel en 1992. Es, por lo tanto, natural encontrar, entre los estudios referentes a los efectos de la educación, a la vez, uno de los modelos empíricos más utilizados de la disciplina –la función de remuneración del capital humano de Mincer (1974), que vincula la educación con los ingresos individuales del trabajo– y trabajos que, consagrados a temas como la participación electoral, la religión o –en el contexto político estadounidense– la criminalidad y el terrorismo, ilustran bien la noción de «imperialismo económico» descripta y alabada por Lazear (2000). Entre algunos economistas existe la tentación de afirmar la superioridad de su disciplina, a la que sus métodos permiten penetrar en ciertos campos de otras ciencias sociales, mientras que otros prefieren subrayar la complementariedad de las diferentes ciencias sociales. Los modelos teóricos de la educación El análisis económico de los efectos de la educación descansa, esencialmente, en la teoría del capital humano desarrollada por Theodore Schultz y Gary Becker, a quienes (por ella y otras más) se les ha otorgado el premio Nobel en 1979 y en 1992 respectivamente. La educación es vista como un conjunto de conocimientos y competencias que constituyen un tipo de capital específico, integrado a los individuos, que puede encontrar usos productivos. El capital humano es un factor de producción en pie de igualdad con el capital físico y el trabajo, y su implementación puede ser estudiada en un gran número de actividades mercantiles y no mercantiles, desde el trabajo asalariado hasta la «producción doméstica». La misma escolarización es considerada, entonces, como una inversión en capital humano, y las decisiones que se relacionan con ella son decisiones de inversión, CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 319 como las otras, y resultan de arbitrajes entre diferentes tipos de capital en los cuales es posible invertir1. En esta perspectiva, las mediciones de la educación son mediciones del stock de capital humano que tiene un individuo o un conjunto de individuos, y las mediciones de flujo correspondientes pueden igualmente ser construidas reflejando las inversiones en capital humano. Entonces, bajo determinadas condiciones, los efectos de la educación pueden ser interpretados en términos de rendimientos del capital humano. Sin embargo, la relación entre educación escolar y capital humano no es una identidad. En primer lugar, la calidad de muchas escuelas en el mundo, en especial en las zonas desfavorecidas de ciertos países en vías de desarrollo, es tan escasa que la adquisición de conocimientos y competencias solo representa una pequeña parte de la experiencia que los niños escolarizados hacen en el sistema de enseñanza2. En segundo lugar, incluso sin hablar de la salud, existen otros tipos de capital humano, además del capital humano «general» adquirido en la escuela. El capital humano «específico» constituido por la experiencia en una actividad profesional puede tener rendimientos superiores en determinadas circunstancias, y es importante tener en cuenta las relaciones existentes entre ambos3. Por ejemplo, la experiencia profesional aparece, junto a la educación, entre los determinantes usuales de los ingresos individuales. En tercer lugar, la educación no se resume en la adquisición de capital humano. Según las teorías llamadas de «selección por educación» (educational sorting), el sistema de enseñanza efectúa una selección entre los individuos según algunas de sus características, y el nivel alcanzado por cada uno constituye una información sobre esas características, estén estas influidas o no por la escuela. Esta información transmitida por la educación puede ser tan importante para los empleadores como su contenido en capital humano. Finalmente, la escolarización constituye también una de las principales experiencias de socialización que pueden hacer los niños, a los que frecuentemente 1 2 3 Es igualmente posible considerar la educación como un bien de consumo que genera utilidades directas; algunos modelos conjugan ambos aspectos. Los conocimientos y competencias adquiridas en la escuela también pueden depreciarse si no son utilizados. Ese es, por ejemplo, el caso de las personas que han sido escolarizadas alguna vez, pero que han vuelto a ser analfabetas por falta de práctica. Por ejemplo, Bommier y Lambert (2000) explican el hecho de que los niños tanzanos que viven en un medio rural se escolarizan, por lo general, entre los 8 y los 9 años, y no tanto a la edad legal de 6 años. Esto se debe a la superioridad, para los niños más pequeños, de los rendimientos del aprendizaje de las técnicas agrícolas en el seno de sus familias sobre los de los aprendizajes escolares. A partir de los 8 o los 9 años, los niños ya han aprendido lo suficiente en la granja como para que sea más beneficioso enviarlos a la escuela: el rendimiento marginal de la inversión en capital humano específico es decreciente y, entonces, inferior al de la inversión en capital humano general. 320 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN expone a un modelo cultural muy alejado del de la familia o, de modo más general, de su entorno habitual. Así, los economistas se han interesado recientemente en la idea, esencialmente sociológica, según la cual las escuelas producen capital social. El acceso a la escuela, lugar más o menos público, la convivencia en clase con otros niños –que pertenecen o no a grupos sociales diferentes–, la transmisión (que puede traducirse en un rechazo) de la cultura o de la ideología emanada de la escuela pueden tener efectos durables sobre la psicología y el comportamiento social de los individuos, independientemente de lo que hayan aprendido. Una tipología útil de los efectos de la educación (y de la salud), de inspiración más general que la de los trabajos económicos usuales, es propuesta por Drèze y Sen (2002:38-40): La educación y la salud pueden ser vistas como valiosas para la libertad de una persona, al menos, de cinco maneras diferentes: 1. Importancia intrínseca: tener educación y salud es un logro valioso en sí mismo, y la oportunidad de tenerlas puede ser de importancia en relación a la libertad efectiva de una persona. En el caso de la educación, el acto de aprendizaje en sí puede tener mucho valor intrínseco, por ejemplo, en términos de satisfacción de aspiraciones de ilustración, superación personal e interacción social. 2. Roles personales: la educación y la salud de una persona pueden ayudarla a hacer muchas otras cosas valiosas. Por ejemplo, conseguir trabajo y, en general, ser capaz de aprovechas oportunidades económicas. La educación y la salud también facilitan un amplio rango de otras actividades valiosas, desde jugar al fútbol hasta leer el periódico o participar en política a nivel local. 3. Roles sociales: la alfabetización y la educación básica pueden facilitar el debate público sobre las necesidades sociales y fomentar demandas colectivas fundamentadas (por ejemplo, relativas al cuidado de la salud y a la seguridad social); estos, a su vez, pueden ayudar a mejorar los servicios públicos y contribuir al su mejor uso. La educación generalizada también ayuda a mantener a los líderes políticos responsables y a dirigir los asuntos sociales (como la degradación del medio ambiente, el crecimiento de la población y la amenaza del sida) de un modo cooperativo y no autoritario. La educación generalizada es realmente esencial para la práctica de la democracia. 4. Roles de proceso: el proceso de escolarización puede tener beneficios aun más allá de los objetivos explícitos esperados, es decir, los de la educación formal. Por ejemplo, la incidencia del trabajo infantil está íntimamente relacionada con los niños no escolarizados, y la expansión de la escuela puede reducir este doloroso fenómeno, tan común en la India; la escolarización también pone en contacto a los jóvenes CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ 321 con otros y, de este modo, amplía sus horizontes, lo que puede ser particularmente importante para las jóvenes. 5. Roles de poder y distributivos: la alfabetización y los logros educativos de los grupos desfavorecidos pueden mejorar su capacidad para resistir la opresión, organizarse políticamente y lograr condiciones más justas. Los efectos redistributivos pueden ser importantes no solo entre grupos sociales u hogares diferentes, sino también dentro de la familia, ya que hay evidencia de que una mejor educación (particularmente, de las mujeres) contribuye a reducir las desigualdades basadas en diferencias de género […] Es necesario que esas influencias operen no solo en las personas que reciben educación o salud. Pueden involucrar también importantes efectos interpersonales […] Para evaluar la contribución de la educación de un modo adecuadamente inclusivo, debemos usar un amplio enfoque de «elección social»4. La estimación empírica de las relaciones de causalidad La puesta en evidencia de una correlación entre la educación y otra variable es solo el punto de partida del análisis; este debe apuntar a identificar las relaciones de causalidad que producen el fenómeno. La teoría permite construir explicaciones alternativas potenciales, pero es tarea del análisis empírico discernir la que corresponde mejor a la realidad observada a través de los datos y excluir las otras. Aunque siempre sea posible estimar estadísticamente una regresión del tipo de la ecuación (1) y obtener un valor empírico del parámetro δ, interpretar ese parámetro en términos de causalidad requiere poder establecer una relación entre él y una teoría específica. Ese problema, conocido con el nombre de problema de identificación, se encuentra en el centro del desarrollo espectacular de la economía empírica durante el siglo xx, cuya historia resumen Angrist y Krueger (2001) y Heckman (2000). Los trabajos recientes sobre los efectos de la educación en economía estándar pueden clasificarse según su enfoque del problema de identificación. El enfoque «estructural» sigue siendo el más utilizado. Consiste en estimar directamente los parámetros de un modelo teórico explícito, en el que la relación de causalidad está dada a priori. La adecuación entre las hipótesis del modelo teórico y los datos debe permitir afirmar que se ha identificado el efecto modelizado. El enfoque «experimental» está en pleno desarrollo5. Proviene de un paradigma diferente tomado de la medicina y de la psicología, el de la experiencia 4 5 El destacado pertenece al original. Los dos aportes recientes mencionados por Heckman (2000) –los llamados métodos de «calibración» y la econometría «no paramétrica»– parecen haber sido menos utilizados, por el momento, en economía de la educación. 322 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN aleatoria, en el que se compara un grupo sometido a un «tratamiento» con un grupo «de control» idéntico, pero que no ha recibido el tratamiento. Ese tipo de experiencias son generalmente difíciles de realizar en economía, ya sea porque es difícil definir y distinguir grupos idénticos o porque es difícil (a menudo, por razones políticas o morales) excluir a algunos individuos del «tratamiento» propuesto a otros (por ejemplo, un programa de construcción de escuelas). Por lo tanto, la mayoría de los trabajos existentes estudian «cuasi experiencias» o «experiencias naturales», es decir, situaciones donde, por razones generalmente naturales (por ejemplo, variaciones de precipitaciones) o históricas (especialmente, las variaciones en la aplicación de una política pública), ciertos individuos, y no otros, han sido expuestos a un «tratamiento». El reparto entre los dos grupos debe hacerse de manera aleatoria o, al menos, independiente de los otros determinantes del fenómeno estudiado. Para estudiar los efectos de la educación sobre una variable y, se buscará una variable Z que haya afectado la educación E, pero no las otras determinantes de y, de una manera variable entre las partes de la muestra. Esos trabajos no incluyen un modelo teórico explícito y emplean métodos econométricos más bien simples; la identificación viene del análisis de un fenómeno natural o histórico particular y es, de algún modo, extraeconómica. Angrist y Krueger (1999) detallan los diferentes métodos que provienen del enfoque cuasi experimental; Rosenzweig y Wolpin (2000) vuelven sobre ellos al utilizar fenómenos naturales. Por otra parte, los estudios cualitativos o descriptivos, lamentablemente raros en economía, deberían completar el análisis formalizado, ayudando a justificar las hipótesis utilizadas y a afinar la interpretación de los resultados, así como también restituyendo una complejidad factual y conceptual mayor que la que permiten los métodos cuantitativos más rigurosos. Las definiciones de educación utilizadas El análisis económico necesita definiciones cuantificables de la educación recibida por un individuo, que pueden ser utilizadas como tales en estudios microeconómicos o servir para calcular variables globales, en especial promedios, en estudios más bien macroeconómicos. Las medidas más utilizadas hasta aquí son muy simples: • la cantidad de años de estudio, es decir, la cantidad de años transcurridos en el sistema de enseñanza (generalmente, a partir del primer año de enseñanza primaria, aunque estudios recientes intentan medir los efectos durables de la escolarización preprimaria), sigue siendo la medida más utilizada; • variables discretas que indican los intervalos de la cantidad de años de estudio (correspondientes, por ejemplo, a la duración de la escolaridad primaria, CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ • • • • 323 secundaria y superior), que permiten obtener un impacto variable de la educación según el nivel alcanzado; la cantidad de años de estudio validados o indicadores del nivel de diploma obtenido dan una información más directa sobre la adecuación de los individuos a los mecanismos de calificación de su sistema escolar; la posesión de diplomas tiene, igualmente, una importancia intrínseca independiente de otras características transmitidas por el sistema escolar; la cantidad de años de estudio por años de estudio validados o por nivel de diploma refleja la rapidez de la progresión del individuo en el sistema escolar y puede, por lo tanto, considerarse como un indicador de la calidad de la escolarización realizada; medidas directas de los resultados de la escolarización pueden ser igualmente utilizadas. Muchos trabajos utilizan pruebas de «competencias cognitivas»; podría considerarse la medición de otros aspectos de la educación recibida, por ejemplo, la adhesión al sistema de valores transmitido por la escuela o la experiencia de socialización que representa la escolaridad; algunas variables que describen los recursos o el funcionamiento de los establecimientos de enseñanza son utilizadas para representar la calidad de la educación. Sin embargo, es raro disponer de cuantificaciones adecuadas de la actividad de los profesores o de la calidad de la relación entre estos y los alumnos, mientras que el impacto de los gastos por alumnos, por ejemplo, o los ratios profesores/alumnos, disponibles con mayor frecuencia, dependen de ellas de manera directa. Por el momento, no existe consenso sobre la medida de la calidad de las escuelas ni sobre la importancia de sus efectos. Finalmente, los estudios que utilizan «experiencias naturales» miden, esencialmente, el efecto de un determinante de la educación, más que de la educación misma. Por ejemplo, las medidas de política educativa introducidas gradualmente, o que son distintas entre una región y otra, pueden suscitar diferencias exógenas de educación en el comportamiento de los individuos que se someten a ellas; entonces, se puede estimar el impacto que ha tenido la educación sobre diversas variables en ocasión de la introducción de esas medidas, que ofician como experiencia «cuasi natural». Varios trabajos recientes también utilizan las variaciones de las leyes entre los estados de Estados Unidos a lo largo del siglo xx sobre la escolarización obligatoria y la abolición del trabajo infantil. Las medidas de la educación mencionadas anteriormente se extraen de diversos tipos de bases de datos: • encuestas de empleo, donde existe información sobre la educación y la experiencia de los trabajadores, así como de su salario. Lamentablemente, las encuestas de este tipo que dan información detallada sobre empleados y empleadores (por ejemplo, la organización del trabajo en la empresa) siguen siendo escasas; 324 • • • • LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN encuestas de hogares, en las que se mide la educación y otras características de los miembros de una familia, así como, en general, las características del lugar donde reside (pueblo, barrio urbano, etc.); los datos globales (agregados) extraídos de fuentes individuales, por ejemplo, datos de censos utilizados a nivel de pueblos o unidades administrativas de base, que permiten tomar en cuenta fenómenos colectivos en análisis esencialmente microeconómicos; la agregación también permite regular ciertos problemas técnicos ligados a los datos individuales; los datos de carácter histórico, que representan, por ejemplo, los cambios de política económica, considerados como experiencias «cuasi naturales»; bases de datos macroeconómicos, empleadas particularmente para el análisis empírico del crecimiento. Esas bases son escasas, y su calidad es a menudo cuestionada; incluso en lo que respecta a la cantidad promedio de años de estudio, sigue siendo difícil obtener datos fiables y comparables sobre varios años y sobre gran número de países. ANEXO 2 Elementos relativos a la medición de los efectos de la educación en psicología social (capítulo 14) Escala de progresismo político y económico (PEP)1 A continuación aparecen afirmaciones acerca de ciertos acontecimientos públicos contemporáneos. Puedes coincidir, no estar de acuerdo con algunas de ellas y dudar con respecto a otras. No hay respuestas «correctas» o «incorrectas». Lo que pienses es la respuesta correcta para ti. Por favor, indica tus respuestas eligiendo una de las cinco opciones: coincido, coincido absolutamente, no coincido, absolutamente no coincido, no estoy seguro. 1. La única prosperidad verdadera para el país como conjunto debe estar basada en la prosperidad de la clase obrera. 2. La recuperación se vio retrasada por la gran cantidad de huelgas. 3. Alguna forma de sociedad colectiva en la que las ganancias sean remplazadas por reembolsos en concepto de trabajos mentales o manuales útiles es preferible a nuestro sistema actual. 4. La depresión ocurrió principalmente porque la clase obrera no recibió los salarios suficientes para comprar bienes y servicios producidos con ganancia. 5. Una «economía planificada» no es suficiente, a menos que esté pensada para el bienestar de los trabajadores y no para el de los empresarios. 6. La mayoría de los problemas laborales solo se debe a agitadores radicales. 7. La gente que se queja todo el tiempo de la depresión no tomaría un trabajo si se lo ofrecieras. 8. El estándar de vida de la clase obrera puede mantenerse por encima de la línea de pobreza solo mientras los trabajadores lo eleven mediante el uso de huelgas. 1 Tomada textualmente de Newcomb (1943) y Alwin, Cohen y Newcomb (1991). 325 326 LOS EFECTOS DE LA EDUCACIÓN 9. Las organizaciones de trabajadores tienen tanto derecho a introducir agitadores externos como los empresarios a traer expertos técnicos externos. 10. Cualquier hombre capacitado (able-bodied) puede conseguir trabajo si lo intenta suficientemente. 11. La mayor parte de la gente con seguro social vive con un confort razonable. 12. El presupuesto debe estar equilibrado antes de que el gobierno gaste algo de dinero en «seguridad social». 13. Nuestro gobierno siempre ha favorecido los intereses de los grandes negocios, y esos intereses fueron los responsables principales de la depresión. 14. Los sindicatos son justificables solo si se abstienen de usar las huelgas. 15. Como es imposible para los trabajadores generar ahorros suficientes, tienen completamente ganado el derecho a jubilarse. 16. Está bien intentar elevar el estándar de vida de las clases bajas, siempre y cuando los derechos de la propiedad estén continuamente salvaguardados. 17. La mayoría de los empleadores solo piensan en sus ganancias y cuidan poco el bienestar de sus empleados. 18. El seguro de desempleo nos cargaría con una nación de holgazanes. 19. Las organizaciones de desocupados solo son grupos de quejosos crónicos. 20. No tenemos una verdadera democracia en este país, porque solo los negocios y la industria tienen oportunidades económicas. 21. Si el gobierno no se hubiera entrometido tanto en los negocios, todo estaría bien. 22. No se puede esperar que la democracia funcione muy bien mientras tanta gente sin educación ni inteligencia vote. 23. La gran mayoría de la gente de clase baja está ahí porque es estúpida o vaga, o ambas cosas. 24. A quienes tienen la capacidad o la previsión para acumular riqueza se les debería permitir disfrutarla. 25. La clase media no disfrutará de la seguridad y la prosperidad hasta que comprenda que su bienestar está asociado al de la clase obrera y no al de los grupos empresarios o industriales. 26. La verdadera amenaza a la prosperidad de este país es la actividad represiva de quienes desean mantener la riqueza y el poder económico en las manos de quienes los poseen actualmente. 327 CHRISTIAN BAUDELOT Y FRANÇOIS LECLERCQ Distribución de las opiniones sobre siete acontecimientos públicos de actualidad en 1960 N Aprueba 1. La decisión de la Corte Suprema a propósito de la abolición de la segregación escolar* Asunto 128 95% 3% 2% 2. La manera en que la administración Eisenhower trató el incidente U-2 137 12% 82% 6% 3. El aumento de las tasas de seguridad social con el fin de ayudar a las personas mayores* 136 79% 17% 4% 4. La utilización de la 5º Enmienda para negarse a responder las preguntas del comité del Congreso para las actividades presuntamente subversivas* 127 70% 24% 6% 5. La admisión de China comunista (roja) en las Naciones Unidas* 136 62% 29% 9% 6. Que Estados Unidos haga más concesiones para alcanzar el objetivo del desarme nuclear* 126 49% 36% 15% 85 85% 12% 3% 7. Las manifestaciones de los estudiantes afroamericanos (negros)* Desaprueba Sin opinión Fuente: Newcomb, Koenig, Flacks y Warwick (1967:25). Nota: * Ítems para los cuales la aprobación ha sido considerada como no conservadora. Bibliografía Acemoglu, Daron (2002a), «Technical Change, Inequality, and the Labor Market», en Journal of Economic Literature, 40 (1). ——— (2002b), «Discussion: Social and Nonmarket Benefits from Education in an Advanced Economy», en Yolanda K. 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