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Surgimiento y derrota de la Resistencia Peronista entre los gobiernos de Aramburu y Frondizi según el análisis de Daniel James. De acuerdo a la línea de análisis sostenida por el autor el surgimiento, desarrollo y derrota de la resistencia peronista puede observarse desde distintos ángulos y momentos. Así emerge una faceta inicial espontánea, sentimental y ciertamente emotiva de todos aquellos que luego del golpe de 1955 “defendían algo que sentían estar perdiendo” y lo que perdían no era otra cosa que las conquistas que habían logrado con Perón. En este sentido puede hablarse de un proceso espontáneo y focalizado, más allá de las diferencias políticas y metodológicas que luego se darían entre sindicatos y comandos respecto de los caminos a seguir. La resistencia significó en la cultura política peronista un mojón que excedería los límites estrictamente sindicales para instalarse en la conciencia popular de los seguidores del líder: protesta, sabotaje y actividades clandestinas mostraban el germen de una organización caótica y localizada. Considero que el autor establece una pincelada de esta primera imagen (definida como altamente simbólica de la resistencia en general) cuando relata los valores presentes en esta etapa asociados con el folklore peronista: no- profesionalismo, espíritu de sacrificio, participación activa de gente común y carencia de una elite burocrática que centrara la organización. La resistencia significó también la organización de células clandestinas, sabotajes, comandos, acciones sindicales, levantamientos militares -como el frustrado del General Valle-, que se fueron constituyendo en las diferentes formas de rechazo al nuevo régimen militar y a lo que él representaba en materia social y política. El revanchismo de la dictadura de Aramburu con la decidida ofensiva contra los logros de la clase obrera y las clases populares en general, puso sobre la superficie que era lo que realmente estaba en juego. En tanto las instrucciones de Perón respecto de la resistencia civil daban cuenta de distintos niveles de actividad que debían ser dirigidos a desgastar a la dictadura por medio de la conocida “guerra de guerrillas”, que en su particular versión nacional, comprendía acciones de resistencia activa -consistentes en distinto tipo de sabotajes- y también de resistencia pasiva -asociada más a la difusión de rumores, volanteadas y pintadas de consignas-. Todo ello destinado a tornar ingobernable el país y sembrar el terreno para una huelga general como punto de partida de la insurrección nacional. El imaginario de la resistencia peronista se fue construyendo sobre la memoria de una clase obrera nostálgica que reivindicaba los viejos buenos tiempos filo nacionalistas donde el Estado tenía un rol central al momento de defender el patrimonio nacional y poner en marcha lo que consideraban debía ser: “un capitalismo eficiente que se ocupara del bienestar general de los trabajadores”. Es más, por momentos el “retorno del general” llegó a ser una garantía de que el Estado seguiría comprometido con el papel de guía de la sociedad. De tal forma se fueron conformando las distintas visiones y estrategias que desarrollarían, por un lado los sindicatos (con todos sus matices, que incluye tanto a la vieja burocracia acostumbrada a los cambios de situación política como a los nuevos activistas que tenían una visión crítica de esos dirigentes) y, por el otro, “los comandos” y grupos más combativos (en tanto organizaciones fundamentalmente políticas que sostenían posiciones más radicalizadas vinculadas al sabotaje y a las acciones clandestinas directas). Aún cuando en teoría no hubiese desacuerdo encontraremos una diferenciación creciente entre estos sectores a partir de mediados de 1956. Estas diferencias fueron percibidas con agudeza por el delegado personal de Perón, J. W. Cooke quien advirtió sobre las consecuencias que las mismas implicarían en el futuro estratégico del movimiento peronista. Cooke, acertadamente, era partidario de la insurrección destinada a lograr la toma del poder para consagrar una verdadera revolución social. La cuestión es que las condiciones objetivas para esa insurrección no sólo no se materializaron sino que, a partir de 1957 se alejaron crecientemente. Esto fortaleció a los blandos del peronismo que también eran alentados por los avances de las posturas sindicales. Las diferencias aludidas se mostraron claramente de cara a los comicios presidenciales de febrero de 1958. ¿Debían los peronistas votar? y en ese caso ¿debían hacerlo por Frondizi? Cooke rápidamente se dio cuenta de la imposibilidad de llevar adelante la insurrección (vista por la mayoría peronista como un camino vago e incierto) y las negociaciones secretas con representantes de Frondizi revelaron el reconocimiento explícito de Perón y de Cooke del fracaso de la vía revolucionaria. La opción de votar por Frondizi ofrecía para los sectores sindicales ventajas concretas como resultado de las negociaciones mencionadas. Para los comandos y los sectores más combativos quedaba la intransigencia y la opción del voto en blanco. Aún cuando primó la primera posición, el direccionamiento de los votos peronistas hacia Frondizi no fue sencillo, más de 800.000 peronistas resistieron afirmando su intransigencia absteniéndose o votando en blanco. Lo concreto es que más allá de las coincidencias ideológicas formales con el gobierno de Frondizi, la ruptura con éste llegaría luego de una serie de desencuentros (tema petróleo incluido) que se coronaron al aceptar el presidente un acuerdo crediticio del Fondo Monetario Internacional (FMI) que imponía condiciones altamente nocivas para los trabajadores, plasmadas en el denominado Programa de Estabilización. Tal conducta fue asimilada como una traición, no sólo por los sindicalistas sino también por otro tipo de oposición que preservaba profundas raíces de la filosofía de la resistencia sustentada en lo que el autor identifica con la experiencia los valores y sentimientos de los militantes de base que habían luchado contra el régimen militar después de 1955. La fuerza de esos sectores, que incluso desobedecieron la indicación de Perón de votar por Frondizi, se manifestaría en la dureza de la oposición que llevaron contra éste a partir de 1959 (algunos creyeron ver en esta postura rasgos autodestructivos propios de “luditas”). Lo cierto es que 1959 constituyó un año de conflictos que no reconocían antecedentes, la huelga en el frigorífico Lisandro de la Torre, por la decisión del gobierno de privatizarlo, se transformó en fuerte simbología del movimiento de resistencia peronista con destacables actitudes de combatividad y arrojo espontáneo de la militancia de base. Tales conductas reflejaron lo hondo que había calado el nacionalismo de clase obrera. No obstante lo antedicho, lo cierto es que el frigorífico fue privatizado y sólo la mitad de los 9.000 trabajadores fueron reincorporados. James sostiene que “en muchos sentidos los conflictos de 1959 fueron la culminación de la militancia y la confianza que el peronismo de base había adquirido en la época de la resistencia”. También los sindicatos vieron disminuidos su margen de acción para la negociación, ya sea por la recesión provocada por el Plan de Estabilización o bien por la intervención que debían sufrir por parte del gobierno. A partir de allí la abrupta caída estadística en lo que a huelgas se refiere es una consecuencia elocuente del impacto de la derrota. Los más activos integrantes de las células de la resistencia sufrieron el aislamiento que trae aparejado el retiro del apoyo de las bases, mientras que los activistas de menor jerarquía y los militantes locales vieron como los sindicatos se fueron transformando en lugares ajenos a su conciencia de clase, donde la pasividad y la resignación impuesta por la burocratización dejó lugar también a una creciente corrupción de la dirigencia gremial. La agudización de los conflictos promediando 1959 propiciaron un segundo momento de actividad de los grupos clandestinos, donde los constantes estallidos de bombas reflejaron el estado de enfrentamiento del gobierno con los trabajadores. Estas acciones fueron magnificadas por el gobierno de Frondizi tanto en su alcance como en su organización de manera de justificar la detención de millares de militantes, en el marco del Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado - Marzo de 1960). El último acto de estos grupos clandestinos tuvo lugar el 30 de noviembre de 1960 con un intento de golpe militar. Luego sobrevinieron la desmoralización y el consecuente abandono de la militancia de los distintos niveles que constituyeron “el alma de la resistencia post 1955 y el renacimiento del sindicalismo peronista” Finalmente el autor sostiene que a medida que el proceso de la resistencia fue desgastado por la represión y la deserción, alto fue el precio que se tuvo que pagar como consecuencia de la actividad de esos sindicalistas en la clandestinidad: desclasados y librados a su propia fortuna al momento de retirarse “la marea de la resistencia” no fue raro verlos a muchos de ellos como guardaespaldas a sueldo o elementos de choque de los círculos de la dirigencia gremial. Los escalones más bajos de la “burocracia sindical” estaban constituidos en gran medida por los ex militantes de estos grupos clandestinos. Paralelamente nacía una nueva relación entre las bases y los líderes. El pragmatismo se adueñó de los gremios peronistas y se fortaleció la idea de Frondizi de integrarlos al status quo. El fin de la ilegalidad del peronismo, su habilitación para participar de las elecciones de marzo y el exitoso resultado obtenido trajo consigo la anulación de los comicios por parte de Frondizi y el posterior desplazamiento de éste por presión militar a favor del Presidente del Senado José María Guido. Mas allá de este dato lo cierto es que como bien sostiene el autor, el sector sindical había impuesto, sobre el final de esa resistencia, sus términos a los otros sectores del movimiento y a partir de allí la expresión política de la clase trabajadora peronista se encontraría en lo venidero estrechamente ligada al sector sindical. Facundo Arnaudo