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Sonora frente al siglo XXI: cultura e identidad
Miguel Manríquez Durán*
Los procesos de globalización de las ideas, los símbolos, valores y conocimientos
producidos por las sociedades avanzadas tienen como efecto determinante el que la
reflexión académica transite hacia al análisis de los ámbitos locales, los modos de vida,
los hábitos de consumo, los símbolos y valores, los movimientos sociales, las
experiencias autogestivas y el conjunto de aquellos mecanismos cotidianos de la
reproducción social en donde los sujetos son productores de prácticas y experiencias
sociales. Bajo esta dinámica, las demarcaciones disciplinarias se transforman
aceleradamente toda vez que están determinadas y adaptadas a estructuras políticas,
sociales y económicas en sociedades estables que actualmente se encuentran en
procesos de transición y de cambio. Ello implica generar investigación pertinente,
oportuna, creativa y, sobre todo, propositiva para dar respuestas a nuevos fenómenos de
sociedades con una acelerada transición en sus instituciones, los sistemas valorales, las
relaciones culturales y las transformaciones identitarias.
Dentro de la tradición antropológica, la aportación de Malinowski, fincada en gran
medida en la definición tyloriana, concibió a la cultura como el conjunto de respuestas
institucionalizadas. Bajo tal óptica, la escuela culturalista explica así a la cultura como
conjunto de modelos culturales inculcados y sancionados socialmente. La concepción
normativa de la cultura opera, en lo general, en un contexto que destaca fuertemente la
función integradora de los procesos culturales. Por otra parte, la visión estructuralista
vincula la cultura al mundo de los símbolos, privilegiando así el orden simbólico en el
sentido de que el símbolo no está superpuesto a lo social, sino que éste es un elemento
constitutivo de la vida social y una dimensión necesaria de las prácticas; en otras
palabras, se enfatiza el fundamento simbólico de la vida social en un campo como la
fabrilidad.
Por otra parte, la historia deja en claro que, desde mediados del siglo XIX, los nacientes
estados nacionales latinoamericanos, la democracia y el liberalismo republicano son la
expresión más visible de la modernidad y el progreso. Para el caso de México, la
historia no es distinta: el proyecto liberal decimonónico fue cimiento de la
modernización económica, social, política y cultural del país mediante una percepción
fundamentalmente europea y norteamericana, generando así distintos proyectos
modernizadores. Esta modernidad adquiere hoy nuevos matices y tonos a partir de una
globalización cuyos efectos, implicaciones y dinámicas no son ajenos tanto a los
procesos culturales como a las regiones. Por tanto, es importante entender que la cultura
del noroeste, más que un fenómeno aislado, está ligada a los grandes momentos
históricos de la vida social y política, a los grupos sociales, a las ideas, costumbres y
valores colectivos y, sobre todo, a las formas de percibir el mundo de la vida. Sin duda
alguna, Sonora vive transformaciones en todos los órdenes de la vida social. Tanto los
recientes procesos de industrialización y urbanización como los hábitos y costumbres
alcanzan complejos niveles de expresión y realización que, la mayoría de las veces,
resultan conflictivos, toda vez que se manifiesta una relación de modernidad/tradición.
En lo general, no hace falta detenerse en el análisis y la observación para percibir el
cómo los ámbitos de fabrilidad y socialidad cotidianos son efecto y consecuencia de
dinámicas tanto globales como regionales, tanto centrales como periféricas, tanto
materiales como subjetivas.
Como bien lo anotan los coordinadores del libro que hoy se presenta, tanto los
significados como las subjetividades se encuentran en permanente y compleja
transformación que trae tras de sí experiencias inéditas para la vida nacional. Ello
implica, desde una óptica propositiva, la redefinición tanto de los hechos históricos
como de los valores societales que animan la vida social y que difuminan
significativamente los enfoques disciplinarios tradicionales. En este sentido, no es en
modo alguno casual que la primera parte del texto Sonora frente al Siglo XXI inicie con
un apartado de amplia diversidad titulado “Cultura e identidad” ya que una condición
necesaria para la reflexión prospectiva sobre la región es reconocer que la vida
cotidiana de los ciudadanos está determinada por la producción de la vida material, la
organización de la vida política y los procesos simbólicos colectivos; todo ello
dimensionado a partir del nacionalismo, la heterogeneidad cultural y las estructuras de
dominación.
Por su extensión y diversidad, la primera parte del texto que aquí se comenta
comprende no sólo la cultura laboral y la identidad, el discurso del poder frente al
discurso democrático, los agentes políticos y la percepción del tiempo, los procesos
industriales y la cultura del trabajo, el deporte y los fenómenos de comunicación, el
consumo alimenticio y los hábitos culturales, el cuerpo y la sexualidad en la
construcción de la identidad femenina. Este espectro, cercano a la fractalidad, da cuenta
de la íntima relación entre las dimensiones simbólicas y aspectos materiales a los que
varios autores hacen referencia en su trabajo, sino que remiten a intersecciones de orden
histórico-semiótico en donde “la producción material no puede desligarse de la
producción simbólica”. El resultado del trabajo de Luis Reygadas Robles Gil arroja no
sólo la propuesta conceptual sino también le permite definir a la cultura del trabajo
como “la generación, actualización y transformación de formas simbólicas en la
actividad laboral” toda vez que la esfera de la producción son campo de aprendizaje
tanto de normas sociales como subjetivas. En este sentido, el mundo interno del trabajo
y las relaciones intersubjetivas de los sujetos son el punto de análisis de una tendencia
teórica reciente en los estudios sobre el trabajo. Por ello, el trabajo de Reygadas, “La
cultura laboral: metáforas, conceptos y otras construcciones simbólicas”, así como el
trabajo de Sergio Sandoval Godoy, “Resultados del modelo de cultura laboral en Ford
Hermosillo” apuestan por una reflexión en donde el proceso laboral es explorado con
recursos del ámbito de lo cultural el primero y Sandoval aborda un caso específico y
local como es la empresa Ford en Hermosillo.
Igualmente, Alejandro Aguilar Zeleny en su trabajo “Espejismos de la identidad:
conflicto y procesos sociales en Sonora” parte de una reflexión sobre el concepto de
identidad para recordarnos que, si bien la cultura es un ingenio para entender las formas
en que los individuos interaccionan con otros, es también interacción con la naturaleza.
El trabajo de Aguilar Zeleny nos lleva a la idea central de que pensar a los pueblos y
sus habitantes sin la naturaleza es, sencillamente, renunciar a su voluntad de
intervención, a su antigua vocación por encontrar resonancias de su origen y destino en
el desarrollo civilizatorio. Cuando se reconoce que el entorno no es sólo geofísico sino
simbólico, entonces lo expresamos en la percepción individual del mundo de la vida.
Cuando se reconoce esta relación entre civilización y naturaleza, entre lo real y lo
simbólico, entonces se construyen identidades. Lo cierto es que en el territorio del
Norte de México coexisten diversas culturas y diferentes identidades regionales por lo
que pensar la cultura contemporánea del noroeste es imaginar diversidades, diferencias
y particularidades. Pero ocurre que también pensar en identidades es pensar en
diferencias, en discursos y en maneras de ser. En este sentido, Guillermo Núñez
Noriega nos entrega en “Identidad regional: del discurso del poder al discurso
democrático de la diversidad” una aguda reflexión fincada en una visión crítica sobre
los orígenes del discurso de la identidad regional en tanto campo de exclusión y
diferenciación simbólica, no sólo frente al ámbito de lo político sino también en la
constitución del género. Ello en razón de que, en efecto, el discurso de la identidad
regional, por su naturaleza hegemónica, construye a los sujetos a partir de un nexo entre
el poder y el placer de ser, así como los estilos de vida. En este orden de ideas, los
modos de representación, para ser legítimos, implican una noción crítica y la
reinvención de la región desde la diversidad, desde las nociones intersubjetivas que del
pasado heredamos, así como la construcción de un horizonte de orden colectivo,
inclusivo y, sobre todo, un escenario futuro de tolerancia, diversidad y democracia.
No hay vida cotidiana sin espontaneidad ni pragmatismo, sin analogías ni símbolos, sin
valores ni costumbres, sin precedentes ni juicios provisionales, sin convivencia social;
en otras palabras, la vida cotidiana del sujeto social está dimensionada a partir del
reconocimiento de éste como ciudadano. Ser ciudadano es interiorizar lo social y
asimilarlo como una forma ordenada de relación respecto de otros ciudadanos, respecto
de las instituciones sociales y respecto a la forma de organización comunitaria. Ello nos
identifica con los demás sujetos sociales. Desde esta perspectiva, Daniel Carlos
Gutiérrez en “Política y futuro: los agentes políticos en Sonora” establece un
interesantísima relación entre democracia y representación del tiempo en la
construcción del campo de la política. Su propuesta arriba a la necesidad de repensar el
tiempo y la política en tanto determinantes en la concepción tanto de la función de los
partidos políticos como de las organizaciones gubernamentales tan fundamentales para
la construcción de la identidad y del futuro. En otras palabras, la acción política se
constituye por lo elementalmente humano, es decir, por imágenes, percepciones,
estereotipos, motivaciones, representaciones, creencias, actitudes, valores y prácticas
que se dan en relación con estructuras complejas inmersas en las relaciones sociales
toda vez que son formas de intercambio entre los grupos y las instituciones.
Alguna vez, Jorge Luis Borges escribió que ningún individuo que se precie de serlo
puede permanecer totalmente inmune a los vicios de su tiempo. Tal afirmación cobra
vigencia si asumimos que la época contemporánea ha desplazado los entornos y las
circunstancias, luego entonces sería ingenuo no aceptar que las mediaciones materiales
y de convivencia a las que está sujeto el hombre han alterado sus sentimientos, su
subjetividad y sus prácticas, es decir, su forma de percibir el mundo. En este sentido,
los trabajos de Enrique Rivera, María del Refugio Palacios y Gilda Salazar Antúnez
refieren no sólo a prácticas como el deporte, la alimentación y el cuerpo femenino, sino
también a la reelaboración, mejor dicho, la reconstrucción de la percepción del mundo.
Más allá de la fetichización del béisbol, la alimentación y el cuerpo femenino abordar
estos temas no es otra cosa que asumirlos como forma compleja y diversa para entender
el mundo y, por supuesto, aprehender lo elementalmente humano. En este orden de
ideas, el béisbol se presenta como un campo de prácticas simbólicas en donde se
manifiestan discursos, símbolos y rituales desde una perspectiva etnográfica.
Igualmente, el patrón de consumo de alimentos expresa patrones de culturas
compartidas y referentes sociales que determinan procesos que se reproducen al interior
de los grupos sociales y que marcan la diferencia. También el cuerpo, en este caso el
femenino, es el punto de partida de Salazar para asumir la experiencia corporal en
relación a espacios de poder patriarcal y sus arraigados discursos que inciden
negativamente tanto en el cuerpo social como biológico de las mujeres.
Supongo (no lo sé de cierto) que los autores participantes en este texto nos reservan,
todavía, lo mejor de su reflexión crítica, ingeniosa, audaz y, para decirlo de una vez,
profundamente comprometida con su matria y su gente que les da identidad y ánimo.
Visto de manera muy general, estas publicaciones son la muestra de una apuesta a lo
múltiple y lo diverso, a la articulación de lo contemporáneo con lo tradicional, lo local
frente a lo nacional. En otras palabras, es una invitación a volver hacia nosotros mismos
para reconocernos en una cultura, una lengua, una imagen y una percepción del mundo
de la vida. En el futuro, los acelerados cambios materiales y subjetivos modificarán los
sistemas de relaciones sociales en las regiones y, por ello, la capacidad e inventiva en el
campo de la cultura parece ser una de las respuestas más consistentes, necesarias y
urgentes. Después de todo, este libro es un objeto que es muchos libros y muchas voces,
pero también es una “manera de estar en el mundo y preguntarse por él” a través de ese
lector único que, dialógico, abreva del autor. Leer al autor es inventarlo.
*Profesor-investigador de la Línea de Estudios Humanísticos de El Colegio de Sonora
mmanriq@colson.edu.mx