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El camino de la izquierda ®2015 Nexos www.nexos.com.mx “En febrero anterior, la corriente Nueva Izquierda del Partido de la INICIO Revolución Democrática, convocó a distintos intelectuales a discutir el futuro de la izquierda en México. El filósofo Luis Villoro llamó entonces, en el texto que hoy ofrecemos, a evitar “la intransigencia, la pureza extrema, a no aceptar la parte de la razón del contrario” para poder trazar una senda viable para la izquierda mexicana.” Después de la última elección hay muchos argumentos para sostener que hubo un fraude: la decidida intervención de la presidencia y su candidato en el proceso electoral, la negativa al conteo pormenorizado de los votos, la declaración apresurada del IFE sobre la escasa diferencia en el resultado de la elección, son elementos suficientes para sospecharlo. Pero, sea o no producto de un fraude, la elección ha puesto de manifiesto una situación real: la división que existe en el país entre un grupo de privilegiados y los excluidos. Frente a esa realidad no cabe rasgarse las vestiduras. Sólo cabe una reflexión a fondo: ¿por qué la división del país? Desde la revolución francesa se intentó simbolizar esa división en el espacio. En la Convención Nacional se habló de una “izquierda”, una “derecha” y un “centro”, según la posición que ocupaban los representantes de la Asamblea. Esos conceptos se ampliaron a toda la nación y llegaron a referirse a actitudes colectivas en la moralidad social. A eso nos referimos cuando hablamos de izquierda y de derecha política social. Empecemos entonces por definir los términos. ¿Qué podemos entender en ética y en política por izquierda? En toda sociedad existe, de hecho, una situación de poder. Ante ella situación se plantea una alternativa: un comportamiento colectivo de aceptación del poder existente o una actitud de disrupción ante la realidad del poder. Esa actitud común puede dar lugar a una práctica transformadora que sería a la vez negación de un orden dado y proyección de otro que se supone más racional y humano. Son esa actitud y esa práctica las que definen a la izquierda. Lo que le dio sentido a la entrega de tantos hombres y mujeres e hizo que, en muchos casos, algunos sacrificaran sus vidas por un objetivo social, no fue la creencia en una doctrina científica o filosófica; fue una pasión y una esperanza: la indignación por la estupidez y la injusticia humanas, la urgencia por construir una sociedad fraterna. Según las épocas y las circunstancias históricas, esa actitud disruptiva revistió varias formas, ensayó distintas vías de acción y adujo diferentes teorías para justificarla, pero en todas se mantuvo constante. Pero no era prisionera de ninguna formulación ideológica, subsistía, subsiste, en todas ellas. La izquierda en política no es una ideología, una doctrina, es una elección de vida para la sociedad. La confusión de la izquierda con una doctrina determinada ha sido una de las causas de su perversión. Para ser de izquierda había que abrazar un credo. Quien difería de la doctrina aceptada era tránsfuga o reaccionario. De ahí el sectarismo y la intolerancia. Además, si la izquierda se confunde con una doctrina, sólo quienes la interpretan correctamente pueden dirigirla. Hay un único grupo capacitado para señalar el rumbo político: el que detecta la doctrina verdadera. La actitud transformadora de la realidad social se reduce a la adhesión a quienes detectan la doctrina y saben interpretarla. Confundir la izquierda con una ideología fue, en mi opinión, el gran error del marxismo y aun de la socialdemocracia. Porque el equívoco de la izquierda es identificarla con un sistema de creencias, con una “ideología”. Porque la izquierda no es una teoría en la cual podríamos creer o no; es una elección que tenemos que asumir, la cual lleva a un comportamiento en la sociedad. La izquierda podrá definirse entonces como la actitud y práctica sociales orientadas por la realización de una sociedad otra, distinta a la existente, la sociedad de denominación actual. Por eso el terreno privilegiado de la izquierda es la oposición de un sistema de dominación constituido. Cuando deja de ser oposición y llega a una situación política en la que puede imponer su propio poder, su gobierno solamente tiene sentido si se ejerce para hacer desaparecer las condiciones y estructuras de dominación. Si acaba ejerciendo, a su vez, otro poder impositivo, si olvida su vocación disidente y establece un nuevo sistema de dominio, se traiciona a sí misma y deja de ser izquierda. ¿No es eso lo que puede explicar el curso que tuvieron las revoluciones? ¿No fue lo que pasó en la revolución francesa con Napoleón, en la soviética con Stalin, en la mexicana con el PRI? Esta caracterización de la izquierda podría definirse negativamente: izquierda es todo comportamiento que contribuya a la dominación de un poder impositivo en la sociedad. Ahora bien, el sistema de dominación del poder existente es distinto según sean los sectores dominados en la sociedad actual. La actitud contra la dominación tiene que estar motivada por el interés de quienes padecen esa dominación. Estos son todos los sectores que, en una u otra medida, están excluidos de la participación en el sistema de poder dominante. Para que una actitud contra la dominación pueda desembocar en una práctica social transformadora tiene que asumir el interés de los sectores dominados. Un programa de acción puede calificarse de izquierda en la medida que pueda oponer al poder impositivo el contrapoder de los sectores que padecen la dominación. Pese a su diversidad, todos los grupos dominados comparten, en distintas medidas, un interés común: justamente liberarse de su estado dominado. A pesar de sus concepciones y necesidades diversas, coinciden en algo: en un proyecto de otra sociedad, emancipada. A todos iguala la misma actitud de disenso contra la situación existente; en distintos discursos, con concepciones diferentes, todos dicen “no” a alguna forma de dominación. Pueden, por lo tanto, unir sus voces y sus manos en un mismo contrapoder. A su movimiento plural lo llamamos “izquierda”. Esto es algo de lo que podría decir de los valores morales de una posición de izquierda. Tratemos ahora de aplicar esta reflexión al a situación actual en México. ¿Cuál podría ser el camino actual de una izquierda en nuestra situación? Partamos de la aceptación de un hecho. En la situación internacional actual ninguna revolución parece posible, además de no ser deseable. La mayoría de las revoluciones han fracasado; a menudo lograron su contrario: un régimen autoritario o incluso una dictadura. La democracia en sus diversas formas se ha impuesto. Aunque de hecho no exista plenamente, se presenta al menos como un fin por realizar. Pero frente al imperio del capitalismo se abre una alternativa: la resistencia, aún más, la oposición. Oposición requiere la colaboración de todos los que sufren la dominación, en alguna u otro forma. En lo internacional se dificulta, sin duda, la coordinación de las naciones que sufren la dominación del capitalismo internacional. Pero hay muchos indicios de que es posible en América Latina. En Cuba la actitud del imperialismo no provocó la democracia sino su contrario: un régimen autoritario proclive a la dictadura. En los nuevos regímenes establecidos con las recientes elecciones la situación es variable. En Venezuela y en Bolivia podría darse una vía hacia una forma nueva de socialismo que satisficiera las necesidades de los desposeídos, tantas veces aplazadas. Sería, sin duda, una variante del socialismo en nuestra América, con tal de vencer el peligro que acecha al socialismo en esos países: el de caer en su contrario: la dictadura de un partido en el poder. Si lo logra marcaría un hito en la liberación de América Latina. La situación es variable en otros países. En Brasil, Perú, Ecuador, en Nicaragua, incluso en Argentina, empieza a abrirse en esta región la posibilidad de un frente coordinado de resistencia, con variantes, frente a la dominación de un capitalismo desenfrenado. ¿Y en México? Ante la situación de desigualdad extrema en una mayoría sometida a la pobreza y un puñado de detentadores de la mayor riqueza, el camino de la izquierda no puede ser más que procurar una oposición que pudiera aliviarla. Pero una oposición en una democracia no puede darse solamente mediante un partido político. Todos los partidos políticos tienen una ambición: compartir la tajada de dinero que les otorga el Estado. La burocracia estatal a la que pertenecen los representantes de los partidos, con escandalosos sueldos que se otorgan a sí mismos, constituyen un estrato que rompe cualquier proyecto de avance hacia una igualdad democrática. López Obrador, en su campaña a la presidencia, ya había propugnado por rebajar considerablemente sus sueldos, pero Calderón redujo su propuesta a un mínimo ilusorio. Una democracia en política exige austeridad. Condición de la justicia es, al menos, iniciar un camino para abatir la desigualdad. Ese camino debe empezar por los propios partidos políticos. Veamos. El Partido de la Revolución Democrática (PRD) ha sido considerado por muchos ciudadanos un partido que representa a la izquierda en el país. Pero para que representara realmente a la izquierda tendría que cumplir, en mi opinión, por lo menos dos cosas: 1) no buscar alianzas espurias con personajes que no coinciden en nada con los valores de la izquierda y 2) mantener una postura para acercarse a un mínimo a la realización de valores éticos propios de una izquierda. Puedo aducir algunos ejemplos concretos, entre otros, que muestran cómo el PRD no siempre ha cumplido con esos dos requisitos. Primero: el apoyo de elementos del PRD a la candidatura, afortunadamente frustrada, a la gubernatura de Yucatán, aunque haya sido retomada por otros partidos sedicentes cercanos a la izquierda. Segundo: el apoyo al gobierno de Sabines en alianza con el PRI, en Chiapas. Tercero: sobre todo, la represión incitada por el PRD en Chiapas contra el zapatismo (que, por cierto, López Obrador no mencionó nunca en su campaña). Estos son solamente algunos ejemplos de que el PRD no siempre ha tenido una posición consistente de izquierda. Ellos muestran que el PRD no puede presentarse como el único partido que represente a la izquierda en el país. Más allá del PRD, hay personas y sectores en otros partidos, en el Partido del Trabajo, en Convergencia e incluso en el PRI, que podrían participar en un movimiento amplio de una izquierda unida, más allá de su pertenencia a un partido. Un movimiento de izquierda no puede restringirse a los partidos, tiene que ser mucho más amplio. Tiene que abarcar a individuos y grupos de la sociedad que no quieren pertenecer a ningún partido o que incluso estén en contra de pertenecer a un partido. La democracia no debe confundirse con una “partidocracia”. Muchos individuos y grupos pueden tener ideas y comportamientos de izquierda fuera de cualquier partido y participar en comportamientos contra un sistema de dominación. Pueden ser regionales, como el caso ejemplar de la APPO en Oaxaca o de movimientos de pueblos indígenas en comunidades de Michoacán, Jalisco, Nayarit. Pueden seguir ideas feministas (el caso del movimiento contra los feminicidios en Ciudad Juárez) o cristianos como en muchas organizaciones de todo México. Pero, en la medida en que todas ellas sean parte de un amplio movimiento de la izquierda, están más allá de los partidos políticos aunque requieren organización. En suma, un movimiento amplio de izquierda tiene que intentar un camino contra la desigualdad patente en todo el país en todas sus formas. Tiene que rebasar o, al menos, poner un coto a los partidos y a sus burocracias. Porque una izquierda auténtica, dijimos, es una actitud contra la dominación. Con todo, sí podría yo señalar, en México, un movimiento que, más allá de los partidos, está claramente contra toda dominación: el movimiento zapatista. El zapatismo ha propuesto la “otra campaña” que intenta caminar hacia lo exactamente opuesto a la situación política y social que existe actualmente en México. Frente a la democracia representativa como la que se supone que hay en México, el zapatismo propone un camino para llegar a una democracia participativa o comunitaria, desde abajo, que hiciera realidad su lema “mandar obedeciendo”. Una democracia en la que los representantes no tuvieran retribución y todo su poder fuera el que les delegaran sus representados. Esa democracia es la que pretende realizar el zapatismo mediante las “Juntas de Buen Gobierno” en las comunidades de la zona zapatista. Este es el ejemplo más cercano, en pequeño, a la realización de una “democracia directa” soñada por los antiguos. Sin duda, esa democracia podría ser realizable, con todas sus dificultades, en una pequeña escala, en el espacio de las comunidades. ¿Pero sería realizable en toda la nación? Para que lo fuera, una democracia participativa o comunitaria debería vencer varios obstáculos. De lo contrario, en el espacio de la nación sólo sería una utopía (“utopía” en el sentido de una sociedad nunca realizable, no en el sentido de una sociedad que puede realizarse en el futuro y a la cual hay que tender). Para que no fuera solamente una utopía, la sociedad futura debe proyectarse como una idea regulativa, es decir, como un camino para alcanzar el fin deseado. Pero para ello debe vencer los obstáculos que impiden su realización, inmediata y de una vez por todas debe tener presente su oportunidad en el tiempo. Para que fuera realizable en el ámbito de la nación, el zapatismo debería aceptar que no podría mantener sus fines en toda pureza, que es indispensable contemporizar, ceder en algo para lograr el fin deseado, hacer las alianzas necesarias. Sin perder de vista el fin, habría que aceptar los medios para lograrlo. La posición zapatista, aunque intransigente, es muy valiosa, pero podría ser contraproducente, por extrema. La intransigencia, la pureza extrema, el temor a ensuciarse las manos, a no admitir términos medios, a no aceptar la parte de razón del contrario, no muestra sabiduría política. Para ello, el Sub Marcos tendría que intentar, en sus declaraciones, interés para acercarse, al menos, a los valores que declara una amplia izquierda cercana al zapatismo y evitar sus denuestos contra ella. En suma, para concluir, creo que para acercarse a los fines y valores de la izquierda habría que buscar la convergencia de los movimientos de izquierda hacia un fin común, respetando sus diferencias. Sólo así sería posible trazar un camino para la izquierda. n 2007 Mayo. Te recomendamos leer: Yo, Hidalgo, altivo y loco, orgulloso, arrepentido www.nexos.com.mx AddThis