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El camino de la izquierda
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“En febrero anterior, la corriente
Nueva Izquierda del Partido de la
INICIO
Revolución Democrática, convocó
a distintos intelectuales a discutir
el futuro de la izquierda en México.
El filósofo Luis Villoro llamó entonces,
en el texto que hoy ofrecemos, a evitar
“la intransigencia, la pureza extrema,
a no aceptar la parte de la razón
del contrario” para poder trazar
una senda viable para
la izquierda mexicana.”
Después de la última elección hay muchos argumentos para
sostener que hubo un fraude: la decidida intervención de
la presidencia y su candidato en el proceso electoral, la negativa
al conteo pormenorizado de los votos, la declaración apresurada del
IFE sobre la escasa diferencia en el resultado de la elección, son elementos
suficientes para sospecharlo. Pero, sea o no producto de un fraude, la elección
ha puesto de manifiesto una situación real: la división que existe en el
país entre un grupo de privilegiados y los excluidos.
Frente a esa realidad no cabe rasgarse
las vestiduras. Sólo cabe una
reflexión a fondo: ¿por qué la división
del país?
Desde la revolución francesa se
intentó simbolizar esa división en
el espacio. En la Convención Nacional
se habló de una “izquierda”,
una “derecha” y un “centro”, según
la posición que ocupaban los representantes
de la Asamblea. Esos
conceptos se ampliaron a toda la
nación y llegaron a referirse a actitudes
colectivas en la moralidad
social. A eso nos referimos cuando
hablamos de izquierda y de derecha
política social. Empecemos
entonces por definir los términos.
¿Qué podemos entender en ética y
en política por izquierda?
En toda sociedad existe, de hecho, una situación de poder. Ante ella situación
se plantea una alternativa: un comportamiento colectivo de aceptación
del poder existente o una actitud de disrupción ante la realidad del poder.
Esa actitud común puede dar lugar a una práctica transformadora que
sería a la vez negación de un orden dado y proyección de otro que se
supone más racional y humano. Son esa actitud y esa práctica las que definen
a la izquierda. Lo que le dio sentido a la entrega de tantos hombres
y mujeres e hizo que, en muchos casos, algunos sacrificaran sus vidas
por un objetivo social, no fue la creencia en una doctrina científica o
filosófica; fue una pasión y una esperanza: la indignación por la estupidez
y la injusticia humanas, la urgencia por construir una sociedad fraterna.
Según las épocas y las circunstancias históricas, esa actitud disruptiva
revistió varias formas, ensayó distintas vías de acción y adujo diferentes
teorías para justificarla, pero en todas se mantuvo constante. Pero no era
prisionera de ninguna formulación ideológica, subsistía, subsiste, en todas
ellas. La izquierda en política no es una ideología, una doctrina, es una
elección de vida para la sociedad.
La confusión de la izquierda con una doctrina determinada
ha sido una de las causas de su perversión. Para ser de izquierda
había que abrazar un credo. Quien difería de la doctrina aceptada
era tránsfuga o reaccionario. De ahí el sectarismo y la intolerancia.
Además, si la izquierda se confunde con una doctrina,
sólo quienes la interpretan correctamente pueden dirigirla. Hay
un único grupo capacitado para señalar el rumbo político: el
que detecta la doctrina verdadera. La actitud transformadora
de la realidad social se reduce a la adhesión a quienes detectan
la doctrina y saben interpretarla.
Confundir la izquierda con una ideología fue, en mi opinión,
el gran error del marxismo y aun de la socialdemocracia.
Porque el equívoco de la izquierda es identificarla
con un sistema de creencias, con una “ideología”. Porque la
izquierda no es una teoría en la cual podríamos creer o no;
es una elección que tenemos que asumir, la cual lleva a un
comportamiento en la sociedad.
La izquierda podrá definirse entonces como la actitud y
práctica sociales orientadas por la realización de una sociedad
otra, distinta a la existente, la sociedad de denominación
actual. Por eso el terreno privilegiado de la izquierda es la
oposición de un sistema de dominación constituido. Cuando
deja de ser oposición y llega a una situación política en la que
puede imponer su propio poder, su gobierno solamente tiene
sentido si se ejerce para hacer desaparecer las condiciones y
estructuras de dominación. Si acaba ejerciendo, a su vez, otro
poder impositivo, si olvida su vocación disidente y establece
un nuevo sistema de dominio, se traiciona a sí misma y deja
de ser izquierda.
¿No es eso lo que puede explicar el curso que tuvieron las
revoluciones? ¿No fue lo que pasó en la revolución francesa
con Napoleón, en la soviética con Stalin, en la mexicana con el
PRI? Esta caracterización de la izquierda podría definirse negativamente:
izquierda es todo comportamiento que contribuya
a la dominación de un poder impositivo en la sociedad.
Ahora bien, el sistema de dominación del poder existente
es distinto según sean los sectores dominados en la sociedad
actual. La actitud contra la dominación tiene que estar
motivada por el interés de quienes padecen esa dominación.
Estos son todos los sectores que, en una u otra medida, están
excluidos de la participación en el sistema de poder dominante.
Para que una actitud contra la dominación pueda
desembocar en una práctica social transformadora tiene que
asumir el interés de los sectores dominados. Un programa de
acción puede calificarse de izquierda en la medida que pueda
oponer al poder impositivo el contrapoder de los sectores que
padecen la dominación.
Pese a su diversidad, todos los grupos dominados comparten,
en distintas medidas, un interés común: justamente
liberarse de su estado dominado. A pesar de sus concepciones
y necesidades diversas, coinciden en algo: en un proyecto de
otra sociedad, emancipada. A todos iguala la misma actitud
de disenso contra la situación existente; en distintos discursos,
con concepciones diferentes, todos dicen “no” a alguna forma
de dominación. Pueden, por lo tanto, unir sus voces y sus
manos en un mismo contrapoder. A su movimiento plural lo
llamamos “izquierda”.
Esto es algo de lo que podría decir de los valores morales
de una posición de izquierda. Tratemos ahora de aplicar esta
reflexión al a situación actual en México. ¿Cuál podría ser el
camino actual de una izquierda en nuestra situación?
Partamos de la aceptación de un hecho. En la situación internacional
actual ninguna revolución parece posible, además
de no ser deseable. La mayoría de las revoluciones han fracasado;
a menudo lograron su contrario: un régimen autoritario o
incluso una dictadura. La democracia en sus diversas formas
se ha impuesto. Aunque de hecho no exista plenamente, se
presenta al menos como un fin por realizar.
Pero frente al imperio del capitalismo se abre una alternativa:
la resistencia, aún más, la oposición. Oposición requiere
la colaboración de todos los que sufren la dominación, en
alguna u otro forma. En lo internacional se dificulta, sin duda,
la coordinación de las naciones que sufren la dominación
del capitalismo internacional. Pero hay muchos indicios de
que es posible en América Latina. En Cuba la actitud del
imperialismo no provocó la democracia sino su contrario:
un régimen autoritario proclive a la dictadura. En los nuevos
regímenes establecidos con las recientes elecciones la situación
es variable. En Venezuela y en Bolivia podría darse una
vía hacia una forma nueva de socialismo que satisficiera las
necesidades de los desposeídos, tantas veces aplazadas. Sería,
sin duda, una variante del socialismo en nuestra América,
con tal de vencer el peligro que acecha al socialismo en esos
países: el de caer en su contrario: la dictadura de un partido
en el poder. Si lo logra marcaría un hito en la liberación de
América Latina. La situación es variable en otros países. En
Brasil, Perú, Ecuador, en Nicaragua, incluso en Argentina,
empieza a abrirse en esta región la posibilidad de un frente
coordinado de resistencia, con variantes, frente a la dominación
de un capitalismo desenfrenado.
¿Y en México? Ante la situación de desigualdad extrema
en una mayoría sometida a la pobreza y un puñado de detentadores
de la mayor riqueza, el camino de la izquierda
no puede ser más que procurar una oposición que pudiera
aliviarla. Pero una oposición en una democracia no puede
darse solamente mediante un partido político. Todos los partidos
políticos tienen una ambición: compartir la tajada de
dinero que les otorga el Estado. La burocracia estatal a la que
pertenecen los representantes de los partidos, con escandalosos
sueldos que se otorgan a sí mismos, constituyen un
estrato que rompe cualquier proyecto de avance hacia una
igualdad democrática. López Obrador, en su campaña a la
presidencia, ya había propugnado por rebajar considerablemente
sus sueldos, pero Calderón redujo su propuesta a un
mínimo ilusorio. Una democracia en política exige austeridad.
Condición de la justicia es, al menos, iniciar un camino
para abatir la desigualdad. Ese camino debe empezar por los
propios partidos políticos.
Veamos. El Partido de la Revolución Democrática (PRD)
ha sido considerado por muchos ciudadanos un partido que
representa a la izquierda en el país. Pero para que representara
realmente a la izquierda tendría que cumplir, en mi opinión,
por lo menos dos cosas: 1) no buscar alianzas espurias con
personajes que no coinciden en nada con los valores de la izquierda
y 2) mantener una postura para acercarse a un mínimo
a la realización de valores éticos propios de una izquierda.
Puedo aducir algunos ejemplos concretos, entre otros, que
muestran cómo el PRD no siempre ha cumplido con esos
dos requisitos. Primero: el apoyo de elementos del PRD a la
candidatura, afortunadamente frustrada, a la gubernatura de
Yucatán, aunque haya sido retomada por otros partidos sedicentes
cercanos a la izquierda. Segundo: el apoyo al gobierno
de Sabines en alianza con el PRI, en Chiapas. Tercero: sobre
todo, la represión incitada por el PRD en Chiapas contra el zapatismo
(que, por cierto, López Obrador no mencionó nunca
en su campaña). Estos son solamente algunos ejemplos de que
el PRD no siempre ha tenido una posición
consistente de izquierda. Ellos muestran
que el PRD no puede presentarse como el
único partido que represente a la izquierda
en el país. Más allá del PRD, hay personas
y sectores en otros partidos, en el Partido
del Trabajo, en Convergencia e incluso en
el PRI, que podrían participar en un movimiento
amplio de una izquierda unida, más
allá de su pertenencia a un partido.
Un movimiento de izquierda no puede
restringirse a los partidos, tiene que ser
mucho más amplio. Tiene que abarcar a
individuos y grupos de la sociedad que
no quieren pertenecer a ningún partido o
que incluso estén en contra de pertenecer
a un partido. La democracia no debe confundirse
con una “partidocracia”. Muchos
individuos y grupos pueden tener ideas y comportamientos
de izquierda fuera de cualquier partido y participar en comportamientos
contra un sistema de dominación.
Pueden ser regionales, como el caso ejemplar de la APPO
en Oaxaca o de movimientos de pueblos indígenas en comunidades
de Michoacán, Jalisco, Nayarit. Pueden seguir ideas
feministas (el caso del movimiento contra los feminicidios en
Ciudad Juárez) o cristianos como en muchas organizaciones
de todo México. Pero, en la medida en que todas ellas sean
parte de un amplio movimiento de la izquierda, están más allá
de los partidos políticos aunque requieren organización.
En suma, un movimiento amplio de izquierda tiene que intentar
un camino contra la desigualdad patente en todo el país
en todas sus formas. Tiene que rebasar o, al menos, poner un
coto a los partidos y a sus burocracias. Porque una izquierda
auténtica, dijimos, es una actitud contra la dominación.
Con todo, sí podría yo señalar, en México, un movimiento
que, más allá de los partidos, está claramente contra toda
dominación: el movimiento zapatista. El zapatismo ha
propuesto la “otra campaña” que intenta caminar hacia lo
exactamente opuesto a la situación política y social que existe
actualmente en México.
Frente a la democracia representativa como la que se supone
que hay en México, el zapatismo propone un camino para
llegar a una democracia participativa o comunitaria, desde
abajo, que hiciera realidad su lema “mandar obedeciendo”.
Una democracia en la que los representantes no tuvieran retribución
y todo su poder fuera el que les delegaran sus representados.
Esa democracia es la que pretende realizar el zapatismo
mediante las “Juntas de Buen Gobierno” en las comunidades
de la zona zapatista. Este es el ejemplo más cercano, en pequeño,
a la realización de una “democracia directa” soñada
por los antiguos.
Sin duda, esa democracia podría ser realizable, con todas
sus dificultades, en una pequeña escala, en el espacio de las
comunidades. ¿Pero sería realizable en toda la nación? Para
que lo fuera, una democracia participativa
o comunitaria debería vencer varios obstáculos.
De lo contrario, en el espacio de
la nación sólo sería una utopía (“utopía”
en el sentido de una sociedad nunca realizable,
no en el sentido de una sociedad
que puede realizarse en el futuro y a la cual
hay que tender).
Para que no fuera solamente una utopía,
la sociedad futura debe proyectarse
como una idea regulativa, es decir, como
un camino para alcanzar el fin deseado.
Pero para ello debe vencer los obstáculos
que impiden su realización, inmediata y de
una vez por todas debe tener presente su
oportunidad en el tiempo.
Para que fuera realizable en el ámbito
de la nación, el zapatismo debería aceptar
que no podría mantener sus fines en toda pureza, que es indispensable
contemporizar, ceder en algo para lograr el fin
deseado, hacer las alianzas necesarias. Sin perder de vista el
fin, habría que aceptar los medios para lograrlo. La posición
zapatista, aunque intransigente, es muy valiosa, pero podría
ser contraproducente, por extrema. La intransigencia, la pureza
extrema, el temor a ensuciarse las manos, a no admitir
términos medios, a no aceptar la parte de razón del contrario,
no muestra sabiduría política.
Para ello, el Sub Marcos tendría que intentar, en sus declaraciones,
interés para acercarse, al menos, a los valores que
declara una amplia izquierda cercana al zapatismo y evitar
sus denuestos contra ella.
En suma, para concluir, creo que para acercarse a los fines
y valores de la izquierda habría que buscar la convergencia de
los movimientos de izquierda hacia un fin común, respetando
sus diferencias. Sólo así sería posible trazar un camino para
la izquierda. n
2007 Mayo.
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