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Pág. 16 ÓPERA PEQUEÑA HISTORIA DE LA ÓPERA (9) angelmoreno@gmail.com Italia después de Verdi El genio de Verdi dejaba las cosas complicadas en la ópera italiana para que fuera a mejor. Verdi supo aprovechar la estela de los belcantistas para construir unas obras que han demostrado, en el más de siglo y medio transcurrido desde entonces, un carácter universal en el tiempo y en el espacio. Recordemos, por ejemplo, que en sólo un par de años escribe Rigoleto, La traviata y El trovador, que hoy se siguen representando en todo el mundo. Pues, a pesar de ello, el testigo verdiano cayó en buenas manos. El verismo La Italia actual nace en 1870 con la conquista de Roma. Se produce enseguida una notable industrialización del norte, con la consiguiente emigración interna, que va en detrimento del resto de la nueva nación, lo que, tras las expectativas creadas por el Risorgimento, genera un creciente malestar social, con disturbios callejeros y motines de trabajadores y campesinos, que culmina en 1900 con el asesinato del rey Humberto I. Este clima social y el protagonismo de la clase obrera hace que se desarrolle en Italia una versión particular, con características propias, del verismo francés basado en el positivismo y el naturalismo encarnado en Zola. El verismo, lo verdadero, puede verse como una negación del protagonismo de los poderosos y, a la vez, como una reacción al movimiento romántico en general. Las tres óperas de Verdi que acabamos de citar serían, en cierto modo, ejemplos de lo que no se quiere. El verismo italiano tiene su primer y más significativo apunte en el estreno de la obra teatral Cavalleria rusticana de Giovanni Verga en 1884, en la que se basa años más tarde la ópera del mismo nombre de Mascagni. Esto no significa que no se hubieran escrito antes óperas que pueden tildarse de veristas, aunque quizás sea más preciso clasificar a estas obras predecesoras, como Carmen (1875) de Bizet, de realistas. Por último, señalar que el verismo musical italiano prescinde también con frecuencia de todo aspecto que implique delicadeza y belleza para centrarse en lo más sórdido y cruel de la sociedad. Es el caso de Cavalleria rusticana y de Pagliaci, que contrastan con el clima de inmensa alegría, al tiempo que triste, en que se desarrolla La bohème. En cualquier caso, al verismo no se le puede negar el atractivo de una inmensa carga de humanidad. Pietro Mascagni (1863-1945) El paradigma del verismo musical tiene nombre: Cavalleria rusticana (1890). Es la primera ópera de Mascagni, quien la escribe para presentarla a un concurso de óperas breves y con la que gana el primer premio, consiguiendo un enorme éxito popular desde el primer momento. Esto le animó a estrenar su segunda ópera al año siguiente, L’amico Fritz, que también tuvo un éxito reseñable. Desde entonces, llegó a estrenar una docena de óperas más, la última en 1935, sin que ninguna tuviera éxito alguno. Parece que la juventud y empuje de sus 27 años le hizo dar entonces lo mejor de sí mismo. Cavalleria rusticana, que podríamos traducir como Caballerosidad rústica, trata sobre el código de honor de los campesinos, como contrapunto revolucionario al honor y principios de la nobleza tradicional. Es una ópera breve, con un solo acto, coros memorables como el Inneggiam, il Signor non è morto, el brindis y varias arias de mucho mérito. ÓPERA Pág. 17 Ruggero Leoncavallo (1857-1919) Al igual que Mascagni, Leoncavallo es conocido solo por una de sus obras, Pagliacci (1892), que es también una ópera corta en dos actos. El propio Leoncavallo es autor del libreto, en el que recoge un suceso real que vivió en su infancia y en cuyo proceso judicial intervino su padre. Una tragedia amorosa en una compañía itinerante de cómicos que malvive de pueblo en pueblo. Paradójicamente, la obra en que trabajó más intensamente Leoncavallo fue La bohème (1897), una obra interesante pero que ha sido eclipsada por la homónima de Puccini, basadas ambas en la novela Escenas de la vida bohemia de Murger. Al decir de las crónicas, cuando Puccini se enteró de que Leoncavallo estaba trabajando sobre este texto se apresuró a hacer lo mismo y se le adelantó. La realidad es que ambas tienen los mismos personajes, que la de Puccini es menos fiel al texto original y que la música de la de D. Ruggero es más que digna, pero… Giacomo Puccini (1858-1924) Nacido en Lucca, tenía garantizado el puesto de organista de la catedral ocupado antes por su padre. Pero los planes del joven Giacomo cambiaron cuando, con 18 años, hizo a pie los 25 km que separan Lucca de Pisa para asistir a la representación en esa ciudad de Aida, la ópera de Verdi estrenada en El Cairo unos años antes. La contemplación de este espectáculo condicionó toda su vida y, tras completar sus estudios musicales, fue tutelado por la casa editora Ricordi, la más poderosa de la época y bajo cuyos auspicios desarrolló toda su obra. La ópera que supuso su mayoría de edad como compositor fue Manon Lescaut (1893), seguida poco después por La bohème (1896), que no fue un éxito al principio pero que pronto se convirtió en obra de repertorio en toda Europa. Su siguiente obra, Tosca (1900), supuso su definitiva consagración como figura de primera fila en el mundo de la ópera, cuyo estreno en el actual Teatro de la Ópera de Roma tuvo lugar en medio de las convulsiones anarquistas y unos meses antes del asesinato del primer rey de Italia a que nos hemos referido. En la siguiente ópera, Madama Butterfly (1904), Puccini incursionó en lo exótico, tanto en lo musical como argumentalmente, experiencia que retomaría en su última ópera, Turandot (1926). Y, entremedias, La fianculla del west (1910), una tragicomedia ambientada en el oeste americano y estrenada en Nueva York, La rondine (1917) e Il triticco (1918), un conjunto de tres óperas cortas de las que la más conocida es Gianni Schicchi con su aria para soprano “O mio babbino caro”. Por último, señalar que la música de Puccini tiene un aroma tan inconfundible como difícil de explicar. Hay que identificar sus cadencias, sus sutiles melodías a la primera, porque no da muchas más oportunidades para deleitarse con ellas, no las explota ni reitera a lo largo de minutos. La imperdible de Mascagni: Cavalleria rusticana. La imperdible de Leoncavallo: Pagliaci. Las imperdibles de Puccini: Manon Lescaut, La bohème, Tosca, Madama Butterfly, Turandot. Otras óperas veristas imperdibles: Andrea Chénier (1896) de Umberto Giordano (1867-1948) y Adriana Lecouvreur (1902) de Francesco Cilea (18661950)