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TÍTULO: "EL CONFLICTO DE LA DEPENDENCIA EN LA DISTIMIA A LA LUZ DE LA DINÁMICA GRUPAL” AUTORES: Bravo Arráez, M.; Mainar de Paz, V.; Roque González, I.; Meléndez Librero, I.; Amaya Lega, L.; Cabrera Ortega, C. CENTRO DE TRABAJO: Centro de Salud Mental de Leganés (IPJG de Madrid) Hace ya casi dos años, en Noviembre del 2013, comenzamos una psicoterapia de grupo integrada por 8 pacientes diagnosticados de Distimia. Nuestros pacientes, dos hombres y 6 mujeres de mediana edad con situaciones vitales diferentes, tienen en común una sintomatología de tipo depresivo de larga evolución y han sido tratados durante un tiempo prolongado en nuestro centro de trabajo (CSM de Leganés). La manifestación clínica característica es la sintomatología de tipo depresivo que se mantiene durante años casi inmutable, exacerbada en situaciones estresantes que con frecuencia, están relacionadas con conflictos con personas significativas, pérdidas, que de alguna manera remiten a otras pérdidas del pasado, duelos pendientes, y que constituyen el motivo de consulta en nuestro centro. La impresión es que se trata de personas que han instalado en sus vidas el sufrimiento y para quienes la comprensión de lo que les sucede y el cambio psíquico fuera muy costoso. De hecho, el diagnóstico de Distimia ha estado acompañado de una polémica que perdura en la actualidad. El principal debate tiene que ver con la estrecha relación que mantiene con los trastornos afectivos por un lado y los trastornos de la personalidad por otro. Con este trabajo, nos proponemos reflexionar, a propósito de material clínico de sesiones grupales, sobre algunos aspectos caracteriales de la Distimia y de la dinámica grupal que se genera en torno a la expresión de la conflictiva de la dependencia. En el grupo observamos que los rasgos caracteriales se expresan en forma de conductas desadaptativas en determinadas áreas de la vida. Los pacientes no pueden desplegar todas sus capacidades, lo que les impide llevar a cabo un proyecto de futuro así como adquirir una mayor autonomía. Pensamos, junto con otros autores, que el origen de esta desadaptación está relacionado con la rigidez, la incapacidad para adaptarse a estresores internos y externos, como resultado de la utilización de mecanismos de defensa poco maduros, entre otras cosas. Son personas que se caracterizan tanto por rumiar sus problemas como por cierta anestesia a los mismos y de forma característica inhibición en algunas áreas de su vida. Observamos que son pacientes muy alejados del origen interno de sus síntomas. De hecho, acuden a una institución y demandan una solución médica para el síntoma, como es la medicación y los significados que ello pudiera tener para cada uno (cuerpo dañado, objeto transicional, identidad de enfermo…). Hay un predominio de los conflictos primitivos, la utilización de defensas poco maduras y el estilo de apego inseguro que complican la relación terapéutica. La forma de expresión está basada en la “queja” donde el paciente suele quedarse estancado, y que impide dilucidar el verdadero origen del sufrimiento. El “estancamiento” y las dificultades de cambio, pensamos, tienen que ver con el tipo de relación que establecen: una relación anaclítica donde, no olvidemos, está incluido el papel y la relación con la institución, que puede representar ese otro anaclítico. Quizás esto podría explicar el por qué estos pacientes frecuentemente aparecen y desaparecen de nuestras consultas en función de sus necesidades, más allá de la relación terapéutica individual con nosotros. Otra dificultad son los riesgos de la contratransferencia por el “sufrimiento crónico” de estos pacientes o de que el paciente contagie de su “rigidez” y “anestesia” al terapeuta, le “convenza” de que el cambio no es posible. En definitiva que entren en juego las transferencias narcisistas descritas por Kohut como, por ejemplo, la “idealizada” y la “especular”. En este sentido, hemos observado a lo largo de estos años varios aspectos que nos parecen especialmente importantes, como son los aspectos narcisistas descritos por varios autores. Así la rabia y la agresividad y lo difícil que les resulta a nuestros pacientes el tomar contacto con estos sentimientos, pueden estar camuflados bajo síntomas diversos. La vergüenza nos parece otro sentimiento característico en las sesiones grupales, vergüenza que puede a la culpa en la regulación de la autoestima. Vemos la tendencia a experimentar sentimientos depresivos en lugar de ira, como podrían experimentar otros pacientes neuróticos. En una sesión, uno de nuestros pacientes considera que “no ha logrado dominar la vergüenza”, vergüenza que relaciona con exponerse, salir a la calle y sentirse observado en el trabajo, expresando así la presencia de ansiedades persecutorias que podrían abocarle al aislamiento y la depresión. También pone en relación la vergüenza con sus dificultades para involucrarse en el grupo y así no sentir pena cuando éste acabe. Otra paciente, un día aparece sin medias, después de haber explicado sus dificultades en este aspecto. Puede exponerse, curiosamente sesiones después de contar un tema familiar complicado, que le daba también mucha vergüenza. El hablar y exponerse en el grupo, romper esa barrera, queda simbolizado en ese “quitarse las medias”. Green habla de “cicatrices narcisistas”, heridas que despiertan un profundo dolor y de las que el sujeto se defiende con una coraza que busca una distancia justa con el objeto, que alimente una independencia y autosuficiencia ideal y a la vez, le defienda frente a la amenaza de fusión, por otra parte deseada. Si se separa, corre el riesgo de perder al objeto; si se acerca, el riesgo es de ser invadido por él. Un ejemplo paradigmático podría ser el de un paciente, que según sus propias palabras, se sitúa “ni dentro ni fuera del grupo”. En un primer momento funciona como chivo expiatorio de las ansiedades y transferencias del grupo, permitiendo de este modo iniciar la cohesión grupal, entre el rechazo y la aceptación del maternaje ambivalente de otros miembros del grupo, en su mayoría mujeres. Posteriormente, se muestra como uno de los integrantes con mayor asistencia y participación, aunque, en sus palabras, “sin implicarse”. Esta respuesta defensiva frente al temor a manifestar su afecto y dependencia hacia el grupo, surgiría en un intento de protegerlo de su agresividad, cuyo origen podría encontrarse, tal y como señala Bleichmar, en la presencia de ansiedades persecutorias provenientes de la identificación con sus figuras paternas paranoides. En esta línea, entramos en el siguiente aspecto del que nos gustaría hablar, el conflicto de la dependencia que ha cobrado progresivamente más relevancia en la dinámica grupal en la medida en la que se acercaba el final del grupo. El final del grupo supone un duelo para todos sus miembros. Es cierto, que ya se han ido sucediendo duelos a lo largo del proceso grupal, el paciente tiene que compartir al analista, renunciar a objetivos omnipotentes y a terapeutas omnipotentes. Tienen lugar momentos de cambio, abandono del grupo, interrupciones por vacaciones…Sin embargo, la terminación del grupo es el momento más complicado, más aún si tenemos en cuenta la tendencia de nuestros pacientes a establecer una relación anaclítica. En relación a esto, nos ha parecido oportuno seleccionar tres sesiones clínicas que coinciden con interrupciones de la terapia por vacaciones y la proximidad del final del grupo, que ilustran sus dificultades de separación. Desde la teoría Kleiniana y de las relaciones objetales podría entenderse la dependencia como la relación con el “objeto malo”, del cual uno no puede separarse. Aparecen temores paranoides relacionados con el temor a que el objeto se vengue o le persiga, o bien por la escisión y la proyección de aspectos negativos sobre dicho objeto, que se calmarían con el control del mismo. Otro “depósito de objeto malo” es el propio cuerpo y los significados simbólicos del mismo; Por ejemplo, la fibromialgia, el alcoholismo y las conductas bulímicas. Al hilo de esto, uno de nuestros pacientes relata su dificultad para dejar a su hijo mayor al cuidado de otras personas “porque no se fía”; piensa que para que a su hijo no le pase nada tiene que estar cerca ya que es la única manera de evitarle el sufrimiento. Es capaz de reconocer que es una necesidad de él y no tanto de su hijo. Admite que si pasara algo malo y no estuviera con él, sentiría mucha culpa. Parece un emergente del peligro que se avecina con las vacaciones del grupo y como quedarse solo despierta temores paranoides; es un intento de controlar lo incontrolable. Quizás el ser el miembro con menos ausencias a lo largo del transcurso de la terapia pueda ser un indicativo de esa misma necesidad de control de objeto, en este caso, el grupo. A muchos se les olvida que hay fecha fin y comienzan a verbalizar sentimientos de ambivalencia frente a la terminación. Hay que tener en cuenta que el duelo no es solo en relación con los objetos proyectados en miembros y terapeutas sino también con los objetos reales: a partir de una determinada fecha, el grupo como tal, ya no existe. Hay momentos de negación: todavía queda tiempo, no estamos bien….; de proyección: los terapeutas queremos echarles; de disociación…Hay una tendencia regresiva, por tanto, para evitar la terminación y la separación del grupo. Es muy típico que en este momento, haya una reactivación de los síntomas y sensación de desesperanza como defensa frente a la separación. Uno de los pacientes habla del aumento de angustia que ha sentido en los días previos y antes de entrar en las sesiones. Puede identificar esa angustia como la de la primera vez que asistió al grupo así como con la que sintió cuando se separó de su primera relación sentimental. Puede aparecer también una sensación de estancamiento, abatimiento, desvalorización del mismo-“el grupo no es lo que era”, comenta una de las pacientes-. Si el grupo no vale nada, es más fácil separarse ...aparentemente. Todo ello, reflejo de sentimientos de culpa persecutoria por ataques inconscientes al objeto, los terapeutas, que les abandonan. El silencio como defensa ante todos estos temores es un emergente que predomina: el silencio actuado, no venir al grupo para no hablar, no sentir nada desagradable ahora que se acerca la separación. Una de las pacientes nos dice “en mi caso el silencio es mi conflicto, al final te quedas tu con la película y es tu peliculita”. Reconoce que no ha venido a algunas sesiones porque no se siente capaz de hablar. Aparece entonces lo difícil que es hablar en el grupo por las cosas malas a decir a los demás y también porque a uno le vean lo malo. Una de nuestras pacientes, demuestra a lo largo del transcurso de la terapia grupal, bajo la fórmula de una logorrea vacua, sus dificultades para hablar de sí misma y de sus problemas, previamente ocultados bajo una ingesta solitaria y autodestructiva de alcohol y ahora parapetados en el discurso del "todo va bien", que queda retratado en el lapsus que emite a la hora de anunciar su abandono del grupo, diciendo “no quiero venir mal” en lugar de “no quiero venir más”. Aparecen dudas sobre el resultado de la terapia, fantasías de omnipotencia, ansiedades persecutorias y depresivas, culpa ligada a los objetos edípicos…. Puede existir la fantasía de que los terapeutas puedan ser dañados y la fantasía de que ellos no van a ser capaces de resolver sus conflictos. En palabras de una paciente “ahora sin padres-sin grupo-no tengo guía”. En relación al conflicto de dependencia uno de los pacientes relata cómo tomó la decisión de no involucrarse en las sesiones para no depender porque, al tener fecha de caducidad, no quiere que sea “una de las patas que sustenta su vida”. Refiere como tomó la decisión de no depender emocionalmente de nadie tras la ruptura de su primera relación sentimental que le llevó a un intento de suicidio. De esta manera siente que protege su estabilidad emocional, citando textualmente, “para que cuando el grupo desaparezca no me vuelva loco”. Nuestra impresión es que la psicoterapia grupal es un primer modo de acercamiento al mundo interno del sujeto, facilitando la tarea primaria de la Institución que, junto con el potencial terapéutico del grupo (las miradas en espejo, repetición de roles, identificaciones, transferencia diluida) va a posibilitar el cambio psíquico. Así, durante el proceso grupal hemos observado que nuestros pacientes son más capaces de mirar hacia dentro y exponer ante el grupo sus vivencias y conflictos, tomando conciencia de diferentes significados que para ellos tienen los síntomas que padecen. Van poniendo a prueba la capacidad de contención del grupo, surge el miedo a que éste no pueda contener sus angustias, miedo, que ha de ser analizado e interpretado por las analistas para que el proceso tenga lugar. En una primera fase, los pacientes han funcionado de un modo más “individual”, pero en la medida en que el grupo se ha cohesionado, los pacientes comienzan a hablar de sus experiencias dentro del grupo. Así, el grupo se constituye en un lugar seguro que contribuirá al mantenimiento de la observación de uno mismo y de los otros. La capacidad asociativa de los pacientes y del grupo se enriquece y permite una mayor conexión de los síntomas con acontecimientos presentes y pasados, individuales y grupales. Expresan una narrativa mucho más rica y compleja. Una de las dificultades del abordaje individual de estos pacientes es la sensación de impotencia que despiertan en el terapeuta que suele ser una inoculación del paciente haciéndole sentir que nada puede cambiar o que no se puede hacer otra cosa; es decir, aceptando ser el objeto malo del paciente. La cuestión sería de qué manera y medida el paciente puede hacerse cargo de “su parte mala”, avanza de la posición esquizoparanoide a la depresiva, pudiendo relacionarse con el objeto de manera más ambivalente. El grupo permite por un lado diluir la intensa transferencia y además posibilita ver en los demás este fenómeno. Todo ello tendría un efecto interpretativo mucho más potente que en el tratamiento individual en nuestro contexto. Pensamos que la terapia individual en la que los tiempos y la duración están menos definidos, dificultan la emergencia del conflicto de dependencia. En contraposición, un enfoque grupal con un encuadre más definido, con una fecha final establecida, aporta una mayor predictibilidad en las separaciones, haciendo que el conflicto de dependencia se haga más visible y que por lo tanto, sea posible su abordaje y elaboración.