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Título original Dialogues with scientists and sages Segunda edición Mayo 2004 © Renée Weber 1986 © de la traducción Montserrat Castellá y Fernando Pardo, 1990 Diseño gráfico Bárbara P. Zanarini Impresión y encuadernación Torres & Associats, S.L. Depósito legal B-24.347/90 ISBN 84-404-6757-5 La Liebre de Marzo, S.L. Apartado de Correos 2215 E-08080 Barcelona Fax. 93 449 80 70 espejo@liebremarzo.com www.liebremarzo.com I NDICE Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . xi 1. La búsqueda de la unidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 RENÉE WEBER 2. El orden implicado y el superimplicado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 DAVID BOHM 3. Sobre materia y maya . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 LAMA ANAGARIKA GOVINDA 4. Campos morfogenéticos: hábitos de la naturaleza . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 RUPERT SHELDRAKE 5. La creatividad: el sello de la naturaleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 DAVID BOHM 6. La materia como campo significativo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143 DAVID BOHM Y RUPERT SHELDRAKE 7. La compasión, campo de vacuidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . SU SANTIDAD, EL DALAI LAMA DEL TÍBET 169 8. Las matemáticas: el cristal místico del científico . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183 DAVID BOHM 9. La simplicidad sagrada: el estilo del sabio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205 PADRE BEDE GRIFFITHS 10. La naturaleza reencantada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233 ILYA PRIGOGINE 11. Si el universo tiene un límite, debe existir un Dios . . . . . . . . . . . . . . . 257 STEPHEN HAWKING 12. Dos personas refugiándose de la lluvia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 277 KRISHNAMURTI 13. Materia sutil, materia densa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293 SU SANTIDAD EL DALAI LAMA Y DAVID BOHM Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 309 313 315 D edicado a Fritz Kunz quien abrió laspuertasa un m undo designificado y belleza FRITZ KUNZ AGRADECIMIENTOS Doy las gracias a las muchas personas que me han ayudado a escribir este libro. Aunque no aparece en la obra, mi mayor agradecimiento es para una persona: Fritz Kunz. Asistí a sus conferencias en New York siendo estudiante de la Universidad de Pennsylvania y pude apreciar su gran valor. Fue pionero del movimiento actual que trata de reconciliar la ciencia y el misticismo y el primero en llamar la atención sobre lo que él veía como importantes semejanzas entre la ciencia occidental y las tradiciones de sabiduría de India y Grecia. En las décadas de los veinte, treinta y cuarenta fue una voz que predicó en el desierto. Pedagogo americano que estuvo viviendo durante muchos años en India y Ceilán (donde fue director del Ananda College), Kunz explica cómo la primera vez que se topó con la ecuación de Einstein que hizo época, e=mc2, en 1922, estando en India, reconoció en un «flash» que «en ella estaban los antiguos darshanas de India [su visión del universo] en nuevas vestiduras». La idea de que la ciencia del siglo xx pudiera ser vista desde los antiguos sistemas, cambió la vida de Kunz. Durante cincuenta años, hasta su muerte en 1972, su trabajo giró alrededor de la exploración e integración de estas ideas. Kunz tenía amplios conocimientos de filosofía y religión, especialmente de las tradiciones místicas, y estaba también cómodo en el campo de la ciencia hasta el punto que conoció y pudo conversar con muchas de sus mentes más excelsas. Comentando, décadas después, las raíces en las que este movimiento se fundó, Heisenberg dijo a Kunz: «Estamos en una isla, pero ésta cada vez es mayor1». A su regreso de India, Kunz decidió dedicar su vida a este trabajo. Creó el Centro para la Educación Integral en New York, que se convertiría en la xi xii RENÉE WEBER base para sus numerosas actividades. Conferenciante brillante e ingenioso, Kunz atrajo a intelectuales de diversos campos. El Centro captó a eruditos tan prominentes como Henry Margenau y F.S.C. Northrop de Yale, Kirtley Mather de Harvard, Donald Hatch Andrews de John Hopkins y muchos otros que debatieron estas ideas en las conferencias, congresos y seminarios que éste organizó. En 1940, Kunz fundó una revista, Main Currents in Modern Thougt, que –junto a Emily Sellon– editó durante décadas. La revista tuvo un silencioso pero decisivo impacto en la cultura americana durante más de treinta años. Su propósito, reflejado en la cabecera, fue «promover la libre asociación de todos aquellos que trabajaran en pos de una integración de todo el conocimiento por medio del estudio de la totalidad: la naturaleza, el hombre y la sociedad, en el supuesto de que el universo es uno, dependiente, inteligente y armonioso». Main Currents atrajo a importantes colaboradores, muchos de los cuales trabajaban en las fronteras de estos campos: Heisenberg, von Weizsäeker, Eugene Wigner, H.S. Burr, Buckminster Fuller, von Bertalanffy, Dobzhansky, G.C.Amstutz, Jean Gebser, Jean Charon, Stockhausen, Adolph Portmann, Lancelot L. Whyte, Gardiner Murphy, William Irwing Thompson; y, por supuesto, Margenau Northrop y el grupo original. En 1972, la revista publicó un artículo de un joven físico desconocido, Fritjof Capra, un extracto de un libro inédito: The Tao of Physics. Al dejar de publicarse Main Currents en 1975, un joven biofísico llamado Ken Wilber fundó ReVision Journal (1977), inspirado en Main Currents pero expresando el talento formidable y la visión única de su nuevo editor. Es una de las personas a las que me gustaría dar las gracias. Como editor fue un regalo y la relación armoniosa entre su trabajo y el mío duró siete años en los que publiqué entrevistas en ReVision. Incluso cuando estábamos en desacuerdo, Wilber apoyó mi trabajo y sus brillantes conversaciones sobre la relación entre ciencia y misticismo me forzaron en ocasiones a reconsiderar mis opiniones, un proceso en el que siempre salí beneficiada. El trabajo con Rachel Gaffrey, que sucedió a Wilber como editor, fue un auténtico placer. Unas palabras en relación a los diálogos de este libro. Seis de ellos (incluyendo mi propia presentación) nunca has sido publicados; seis aparecieron en ReVision Journal. Estos últimos han sido reeditados y, en ocasiones, han recibido nuevos títulos. También se les ha dado coherencia temática al focalizarlos en temas comunes a todos los personajes que entrevisté. En algunas ocasiones he reeditados pasajes importantes de algunos diálogos y los he com- LA BÚSQUEDA DE LA UNIDAD xiii binado cuando ello ha podido proporcionar más claridad y profundidad. Con su autorización, he insertado algunos pasajes de la discusión entre Bohm y Sheldrake en mi diálogo con Sheldrake que toca un tema similar y he combinado algunos pasajes de mi primera entrevista con Bohm sobre el orden implicado con otro diálogo sobre el tema que tuvimos posteriormente. En todos los diálogos –excepto por necesidades de edición– las palabras son de la misma persona. Para asegurar la fidelidad, todos los diálogos se grabaron, pero la grabadora pronto era olvidada en el marco de la atmósfera de espontaneidad que prevalecía entre ellos. Para mí fueron experiencias de auténtico aprendizaje y me siento privilegiada por haber participado en ellas. Estoy muy agradecida a las personas que me permitieron compartir sus intuiciones y me brindaron con tanta generosidad su tiempo y energía, y deseo darles las gracias por haber hecho posible este libro. El colega con el que estoy más en deuda es el Dr. John Briggs, que leyó y reeditó algunos capítulos y cuyas sugestiones constructivas han mejorado mucho la organización e integración del libro. Fue el primero en apremiarme para que publicara este material y su amistad y aliento han significado mucho para mí. Existe un número de colegas a los que quiero dar las gracias por su interés y ayuda, ya sea por haber leído uno o más capítulos o por compartir su acertado juicio y conocimientos conmigo de múltiples formas: Dra. Patricia Hunt–Perry del Ramapo College; Dr. Robert Matthews y Mary Frances Egan del Departamento de Filosofía de Rutgers; Dr. Robert Weingard del Departamento de Filosofía y Dr. Terry Matilsky del Departamento de Física de Rutgers, que, generosamente, me han permitido consultas sobre algunos aspectos técnicos; y también al Dr. John Bronzan del Departamento de Física, con el que, a lo largo de años, he tenido interesantísimas discusiones sobre los temas del libro; Paul Weber, que me ha hecho valiosísimos comentarios críticos y sugerido aspectos que me han ayudado mucho, y cuyo entusiasmo y apoyo a mi trabajo a lo largo de estos años han contribuido de forma importante a él; y al Dr. Richard A. Falck de la Universidad de Princeton por su perspicacia, que contribuyó a mejorar la obra. Mi agradecimiento se hace extensivo a Saral Bohm por su acogedora amistad, que realzó el ambiente de muchos de estos diálogos, y a la Dra. Janet Macrae de la Universidad de New York, cuyo interés en mi trabajo y su apoyo fueron auténticos refuerzos morales. xiv RENÉE WEBER Sin las buenas artes y la participación de Emily Sellon, el diálogo con el lama Govinda no hubiera sido posible pero, además de ello, su conocimiento de la filosofía oriental, generosamente compartido en charlas a lo largo de muchos años, ha mejorado mucho mis puntos de vista sobre el tema. Estoy en deuda con Dora Kunz, cuyas enseñanzas y valiosas intuiciones personales sobre las realidades que conforman el tema de este libro han sido una fuente de inspiración. Existe una personas sin cuya colaboración este libro no hubiera sido preparado. Ningún tipo de agradecimiento convencional puede dar cuenta de la gratitud que tengo con Loretta Mandel, del Departamento de Filosofía de la Universidad de Rutgers, por su energía infatigable y la gran habilidad que tuvo al mecanografiar el manuscrito, así como en otras variadas tareas editoriales que rodearon su preparación, lo cual hizo con su entusiasmo acostumbrado, juicio acertado y asombrosa serenidad, incluso bajo presión. Muchas gracias también a Margaret Melton, del Departamento de Filosofía, por su cuidadosa y entusiasta colaboración en la preparación del libro. Para finalizar, mi más sincero agradecimiento a Eileen Wood Campbell, mi editor en Routledge & Kegan Paul, y a su equipo por proporcionarme una atmósfera de apoyo en la que el libro pudo crecer. RENÉE WEBER PRINCETON, NEW JERSEY 10 DE NOVIEMBRE DE 1985 El científico no estudia la naturaleza porque sea útil; la estudia porque se deleita con ella, y se deleita con ella porque es bella. Si la naturaleza no fuera bella, el conocimiento no tendría valor, y si conocer la naturaleza no valiera la pena, no valdría la pena vivir la vida. HENRI POINCARE La ciencia es reticente incluso cuando se trata del tema de la gran unidad –el Uno de Parménides– del que, en cierto modo, formamos parte y al que pertenecemos. El nombre más popular con el que se le conoce es Dios. ERWING SCHRÖDINGER Llegamos a una concepción de la relación de la ciencia con la religión muy distinta a la habitual... Sostengo que el sentimiento cósmico religioso es el motivo más fuerte y noble para la investigación científica. ALBERT EINSTEIN RENÉE WEBER 1 LA BÚSQUEDA DE LA UNIDAD Renée Weber La ciencia es la tentativa de entender la realidad. Se trata de una actividad cuasi–religiosa en el más amplio sentido del término. GEORGE WALD Han tratado de disuadirme repetidas veces y durante muchos años desde ambos lados del espectro –tanto científicos como místicos– pero sus argumentos no han arraigado. A veces mi mente –entrenada durante años en los rigores de la filosofía– casi se convence, ganada por algún argumento cuya validez no puede rechazar; pero sólo dura unos instantes. Poco después lo dejo a un lado otra vez por no profundizar lo suficiente en la cuestión y por no alcanzar en mí el núcleo que tozudamente va tras ello. En ocasiones, al oír a mis colegas hablar de filosofía en el estilo mesurado y modesto en que se ha convertido la forma oficial de hacer filosofía americana –el entretenerse con pequeños problemas que llevan en sí mismos su solución– me doy cuenta de que soy una rebelde, pues no puedo sentirme cómoda más que con la totalidad. Se trata de un sentimiento muy profundo y arraigado en mis entrañas. Ha estado conmigo desde mi infancia y me ha acompañado a lo largo de mis años de educación en universidades de élite, donde se ocultó en las catacumbas por motivos de prudencia. Pero sólo permaneció en la clandestinidad. Siempre estuvo allí como trasfondo y es la balanza con la que ha sido pesada cada verdad particular con la que me encontrado. Se trata del sentimiento de la unidad de todas las cosas: el hombre 19 20 RENÉE WEBER y la naturaleza, la consciencia y la materia, lo interno y lo externo, el subjeto y el objeto –el sentimiento de que todas estas dualidades pueden reconciliarse–. Nunca he aceptado su separación y mi vida, personal y profesional, ha sido una exploración de esta unidad a lo largo de una odisea espiritual. Finalmente he ido a preguntárselo a los mismos sabios y científicos. La duda que me sigue preocupando quizá puedan resolverla ellos, pues son personas cuyo trabajo se desarrolla en el corazón de la búsqueda de la realidad. Hablar con los científicos y religiosos más convencionales ha resultado vano; éstos no son capaces de hacer síntesis y no entienden mi pregunta. Sospechan que es el resultado de una confusión sobre la naturaleza del misticismo. Por lo que respecta a la filosofía, hace tiempo que abandonó estas indagaciones como vanas, pues no llevan, ni filosófica ni profesionalmente, a nada que valga la pena, por lo que se consideran una pobre inversión de tiempo. A pesar de ello, sigue siendo lo que para mí tiene más interés. He tratado de equilibrar la productividad e integridad del erudito con la búsqueda del todo. Es una prioridad con la que nada puede competir. Explicárselo a los demás es como embarcarse en una biografía espiritual a la que he tomado la decisión de dedicar un mínimo de espacio. El hecho, sin embargo, es que mi odisea me ha hecho cruzar América de punta a punta, ir tres veces a Europa y finalmente a Asia, al sur de India y al norte de Nepal. He llevado mi búsqueda desde Bohm y Krishnamurti, entre los naranjos de California, al Padre Bede Griffiths y su ashram cristiano en la abrasadora India rural, pasando por los pasillos de la Universidad de Cambridge y su astrofísico más destacado, Stephen Hawking; del Premio Nobel Ilya Prigogine en el bullicio de New York City hasta el pacífico monasterio del Dalai Lama en Suiza y la residencia alpina, famoso punto de encuentros, de Krishnamurti; he pasado por lugares más corrientes como pueden ser Princeton, Westchester County, Syracuse y Londres, en los que conversé en varias ocasiones con Sheldrake, el lama Govinda y Bohm. No obstante, el diálogo más profundo tuvo lugar en silencio. Sucedió en el Nepal, lugar al que viajé para ver la cordillera de los Himalayas. Su grandeza, paz y belleza sobrenatural me afectaron tan intensamente, que dichas montañas se convirtieron en el símbolo de mi aspiración espiritual. El verlas despertó una sensación de reverencia LA BÚSQUEDA DE LA UNIDAD 21 que no había experimentado antes, exceptuando quizá ante la visión de una galaxia bullendo con sus cientos de millones de estrellas. Durante toda mi vida he estado cerca de la naturaleza. Su presencia fue real mucho antes de que supiera nada acerca de las leyes que la rigen. Se trataba del pensamiento prereflexivo de un niño, de la consciencia definitiva de ser parte de la naturaleza. Al mirar hacia atrás, me doy cuenta de que desde mi más tierna infancia era capaz de sentir que había algo en el trasfondo de la naturaleza e incluso en su primer término. La belleza y abundancia de la variedad de sus formas ha sido para mí, desde un principio, la fuente que ha dado un sentido real a mi vida. Siento un parentesco con los elementos de la naturaleza –los animales, las plantas, los minerales, los bosques, el agua, la tierra, el cielo e incluso con las estrellas y galaxia más remotas. Nadie me lo inculcó; simplemente desperté al mundo con la convicción de estar vinculada a todas estas cosas. Este sentimiento, común en la infancia y que normalmente se pierde a medida que crecemos, ha estado siempre conmigo. Fue muchos años después cuando aprendí los nombres de estos sentimientos –la inmanencia y trascendencia de la fuerza de la naturaleza– y aprendí también que otros antes que yo los tuvieron y escribieron sobre ellos. Esta búsqueda de las fuentes ha enmarcado mi vida y mi trabajo. Cualquier cosa importante que he llevado a cabo, la he realizado con la esperanza de penetrar a través de los velos que cubren el rostro de la naturaleza. Empecé a estudiar filosofía en la Universidad, pues la filosofía parecía encerrar la promesa de llevarme más allá de estos velos hasta guiarme a la realidad oculta bajo las apariencias. Estas creencias recibieron el apoyo de Platón, el primer filósofo con el que me topé. Fue el principio de un viaje espiritual e intelectual. Pero la filosofía, como comprobé, no pudo cumplir sus promesas. La filosofía tiene su punto de partida en un lugar muy alejado del estudio de las leyes naturales y, en su disfraz moderno, ignora la naturaleza, dejándola en manos de los científicos. Buscaba la estructura profunda de las cosas –que, según creía, era la provincia de la filosofía– pero en los últimos siglos la ciencia ha acaparado su estudio. La física, más próxima a la naturaleza, da la sensación de tratar con la estructura profunda, aunque años después descubrí que lo que más se aproxima a ésta es el misticismo, por ser más abstracto y, a la vez, más interior 22 RENÉE WEBER que la ciencia y por hacer más hincapié en la simplicidad y la unidad. Lo cual está presente en la austera sugerencia de Eckhart: «Para encontrar la naturaleza en sí, debemos desmenuzar todas sus formas». Cada uno de estos dominios ofrece su propia recompensa; cada uno de ellos aporta un fragmento de lo que estoy buscando, pero, a la vez, revela una falla. Ninguno de ellos puede, por sí solo, crear una visión coherente. Fue Fritz Kunz (como he mencionado en la presentación) quien me hizo consciente de que lo que buscaba era la integración de todo –la filosofía, la ciencia y el misticismo– y quien me confirmó que mi camino no carecía de sentido, pero que tal vez fuera demasiado prematuro. El movimiento en pos de la unidad ha florecido en la cultura americana únicamente en las últimas décadas y sólo es cosa de una minoría, aunque se trate de una minoría que va en aumento. Teniendo en cuenta que constituyen la base de este libro, voy a definir a la filosofía, la ciencia y el misticismo con más detenimiento. Mi propósito no es exhaustivo, ni siquiera básicamente «profesional», sino personal (el lector que pretenda erudición sobre el tema, puede hallarla en otros de mis escritos). Lo que deseo es ofrecer una condensación de mi búsqueda personal: lo que me llevó a estos temas y el significado que tienen para mí. La filosofía, en los años en que la estudié (en la Universidad de Pennsylvania, Columbia y después en la Sorbona), había abandonado casi totalmente su propósito fundacional –el amor a la sabiduría– del que surgió su nombre. Durante los tres últimos siglos, esta concepción de la filosofía ha ido debilitándose y, en el siglo que me ha tocado vivir, prácticamente se ha extinguido. Cualquier filósofo profesional que pretenda la «búsqueda de la verdad», se vuelve sospechoso, pasa al ostracismo y se considera –sólo exagero un poco– un peligro para (la carrera de) sus estudiantes. La filosofía anglo–americana contemporánea está prácticamente dedicada a la «filosofía analítica» cuyo fin es clarificar el significado de cuestiones menores. Ha dejado de luchar con los grandes asuntos de la vida, temas con los que se enfrentó la filosofía desde los tiempos de los griegos: la Verdad, Dios, la Bondad, el Alma, el destino del hombre tras la muerte, la iluminación, el origen del universo, la inmanencia o trascendencia de algo que está más allá de nosotros. En el siglo XX, éstas se consideran cuestiones sin sentido que deben dejarse a un lado, al igual LA BÚSQUEDA DE LA UNIDAD 23 que la idea de que la «Verdad» sea algo existente y que esté al alcance del hombre. Desde los días de los grandes filósofos holísticos como Pitágoras y Sócrates, Platón y Spinoza, Hegel y Whitehead, la filosofía ha reducido su campo a vuelos más cortos. Por lo tanto, mi búsqueda es fundamentalmente un viaje en solitario, compartido sólo esporádicamente por algunos filósofos que también van tras esta visión holística, y por gentes de otros ámbitos, como los que aparecen en este libro. Los he ido a buscar fuera. De hecho, me he aventurado en un terreno prohibido por los cánones convencionales de mi profesión. Por razones demasiado complejas para esbozarlas aquí, mis reservas han alcanzado al existencialismo, a pesar de que en él hayan florecido las grandes preguntas de la filosofía. Tras prácticamente una década de estar inmersa en él, he llegado a la conclusión de que el existencialismo sólo puede aportar un esporádico alimento espiritual al haber dejado fuera a la naturaleza y –como ocurre en toda la filosofía desde Kant– haber abandonado la investigación de la estructura profunda de la realidad. A causa de ello, entre mi licenciatura y mi doctorado en filosofía, abandoné a esta última durante varios años. Me dirigí a la ciencia, a la búsqueda de un método riguroso. Pero no quería fragmentos de conclusiones predigeridas en cursos de «física para poetas», quería experimentar la vida real de un científico. La encontré en un curso introductorio a la carrera de medicina, que exigía investigación en el laboratorio y resolución de problemas. Tras años de filosofía teórica sobre la naturaleza, la inmersión en los detalle concretos fue regocijante. Durante dos vertiginosos años, inmersa en la tarea minuciosa de la física, la química y la zoología, pude comprobar de primera mano el método científico que hasta la fecha sólo conocía por lo que aprendí en los cursos de filosofía de la ciencia. La ciencia, como me fue enseñada, se rige por el método empírico, lo que significa formular una hipótesis y someterla a los experimentos empíricos mediante la cuidadosa recogida de datos para comprobar su veracidad o falsedad, con la intención de extraer conclusiones que permitan que se convierta en una teoría o, en ocasiones, incluso en una ley. Relacionadas con este proceso están las ecuaciones, que tienen la capacidad de contener el mensaje de la ciencia: las matemáticas, su lenguaje y su servidor. La ciencia, por lo tanto, es la relación entre los detalles concretos y el razonamiento abstracto; entre la inducción y la deducción; entre los sentidos que regis- 24 RENÉE WEBER tran los datos y la mente abstracta que los ordena en pautas significativas de relaciones. La ciencia, por supuesto, es más que esta rudimentaria caricatura bosquejada aquí. Es una estructura sofisticada, excesivamente compleja para hacerle justicia en pocas líneas. El leifmotif de este libro –la integración de la ciencia y el misticismo– fue el leifmotif de mi vida en este período. Descubrí, en contra de lo que me habían enseñado, que no tenía que escoger entre ellos. La ciencia y el misticismo pueden tener un camino común y hasta pueden enriquecerse el uno al otro de formas que ignoramos. Pude apreciar esta posibilidad en mi propia experiencia de trabajo. En un breve y primer contacto con la ciencia (antes de graduarme, pues se me exigía para ello), me aproximé a ella con cierta rigidez mental. Me costó aguantar el curso, memorizar los datos, poner a punto los instrumentos del laboratorio con la rapidez exigida. Mi actitud (compartida en general por mis compañeros de clase) me parece, vista en perspectiva, aburrida y desoladora. Casi diez años después, durante el curso selectivo para medicina del que he hablado, que duró dos años y medio, la ciencia tuvo para mí sentido e interés. ¿A qué se debió el cambio? En gran parte, a que en el interín había estudiado el misticismo, que nos habla de un único principio espiritual tanto en la naturaleza como tras ella. Fue esta idea la que impregnó el trasfondo de mi mente mientras estudiaba los detalles concretos, que, a partir de entonces, tuvieron un doble significado, pues lo que tenía en mi mano era a la vez algo que iba más allá de lo que expresaban. Las estadísticas sobre el diámetro solar, la masa del protón, el precipitado que había en mi probeta y el bulbo raquídeo de la rana catesbiana (la rana que diseccionábamos) ya no me producían el encogimiento de hombros: «¿Y qué?» También era así para mis compañeros de clase, la mayoría de los cuales estaban destinados a carreras científicas y a la medicina. Sin embargo, existía una diferencia: para mí, los datos científicos tenían un significado metacientífico, brillaban de forma distinta. Una imagen de una lección, que refleja con claridad mi cambio de perspectiva, se grabó en mi mente. Para demostrar la ley de la gravedad de Newton –que dice que la masa cae a tierra con una velocidad creciente (la ley de la caída de los cuerpos) hacíamos un experimento LA BÚSQUEDA DE LA UNIDAD 25 en el laboratorio que señalaba la posición de los cuerpos con pequeños puntos en una tira de papel. El objeto del experimento era demostrar que estos puntos se alejaban los unos de los otros a medida que el cuerpo se aproximaba a la tierra. Millones de estudiantes han hecho el experimento, pero para mí tuvo el sentido de un acto sacro. No pude tirar la tira de papel, como hicieron mis compañeros, al final de la hora de laboratorio, pues para mí se trataba de la firma de la naturaleza, uno de sus muchos mensajes. Lo mismo me ocurría con otros experimentos, que alcanzaban un significado que iba más allá del puramente empírico. Este episodio y otros semejantes me convencieron de que el místico podía hacer una contribución a la ciencia: la de proporcionar el sentido de que la naturaleza no es una mera colección de datos empíricos, sino una única realidad majestuosa y bella que puede experimentarse a varios niveles. Es posible que muchos científicos noten esta sensación, pero sólo unos pocos –Einstein y los «científicos místicos»– la han expresado públicamente. He dado una definición de la ciencia, pero, por el momento, ninguna del misticismo. Expresado simplemente, el misticismo es la experiencia de ser uno con la realidad. Cuando reflexiono sobre su esencia, veo a la ciencia y al misticismo como dos aproximaciones a la naturaleza. Su historia es como la conocida danza de Shiva, la dúctil energía entremezclándose y separándose. La ciencia no sólo se originó a partir del lado utilitario de la naturaleza humana –la necesidad de establecer mapas para la navegación o racionalizar la agricultura– sino también desde la curiosidad, la sed de saber más. En un principio hubo asombro y admiración. Estos inspiraron la búsqueda con la que la ciencia y la religión dieron sus primeros pasos. En sus inicios eran una, inmunes a la moderna segregación que se desarrollaría hasta el punto de decretarse que constituían dos dominios distintos con fronteras insuperables. Con esta separación, la admiración se convirtió en ciencia y el asombro en misticismo. A lo largo de la historia, la ciencia parece guiarse por la máxima «Dios está en los detalles» y el misticismo por la máxima «Dios es el círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna». Hasta hoy, la ciencia busca los límites de la naturaleza; el misticismo, la falta de ellos. La ciencia busca la gota en el océano; el misticismo, la ola. En el amor nunca puede existir una sola identidad pura, porque concierne siempre a dos y a la vez éstos devienen uno. Éste es el gran misterio. PADRE BEDE GRIFFITHS Cuando la sensación, el apego y la posesión no están presentes, aparecen el amor y la compasión. KRISHNAMURTI En mi opinión, vivir completamente libre de todo sufrimiento implica una total falta de compasión, porque la compasión es el último sufrimiento de un Arhat, de un ser realizado. LAMA GOVINDA SU SANTIDAD, EL DALAI LAMA 7 COMPASIÓN : CAMPO DE VACUIDAD Su Santidad, el Dalai Lama del Tíbet Algún día, cuando hayamos dominado los vientos, las olas, las mareas y la gravedad, podremos utilizar... las energías del amor. Entonces, por segunda vez en la historia del mundo, el hombre habrá descubierto el fuego. TEILHARD DE CHARDIN De todos los personajes que aparecen en este libro, éste es sin lugar a dudas el que posee antecedentes más legendarios. El hombre al que voy a entrevistar tiene los pómulos pronunciados y una mirada inteligente de ojos abiertos y oscuros, cercados por unas gafas. Porta la cabeza afeitada y viste los hábitos de monje de color azafrán, propios de la orden Gelupa a la que pertenece a nivel formal (aunque, de hecho, es el dirigente de todos los budistas tibetanos). Con más de cuarenta años, la vitalidad y fuerza que transmite el Dalai Lama nos hacen rememorar la raza montañesa de sus antepasados. Habla en un inglés perfecto, está totalmente familiarizado con las costumbres occidentales y, de vez en cuando, manipula la grabadora cuando su funcionamiento parece dudoso. Su Santidad, el Décimocuarto Dalai Lama, Tenzin Gyatso, nació en 1935 en Taktser, un pequeño pueblo en el noreste del Tíbet, en una familia de campesinos. A la edad de dos años fue descubierto por una delegación que estaba viajando por todo el Tíbet en busca del sucesor del recién fallecido Decimotercer Dalai Lama, la cual, por diversas razones, centró su interés en este humilde niño. Después de pasar las 169 170 SU SANTIDAD, EL DALAI LAMA DEL TÍBET pruebas reglamentarias según la tradición tibetana, Tanzin Gyatso fue proclamado como la reencarnación de su predecesor y, a la edad de cinco años, se convirtió en el líder temporal y espiritual del pueblo tibetano. Como la gran mayoría de los niños tibetanos, siguió los estudios de filosofía y religión y, cuando contaba veinticinco años, recibió el doctorado en Filosofía Budista (título de Geshe Lharampa). Para alcanzar este fin, tuvo que pasar una serie de pruebas muy duras en las tres universidades monásticas más famosas –Drepung, Sera y Ganden– y ser examinado por una docena de eruditos y lógicos, pruebas que superó con honores. En 1950, a la edad de dieciséis años, asumió su residencia en el Potala, en Lhasa, y sus responsabilidades oficiales como Dalai Lama del Tíbet. Exiliado en 1959 a causa de la ocupación militar china, huyó junto con otros muchos tibetanos, atravesando los Himalayas, hasta el norte de India. Desde entonces, Dharamsala ha sido la morada del gobierno tibetano en el exilio, así como lugar de residencia de numerosos refugiados cuya causa defiende siempre que aparece públicamente por todo el mundo. Se ha entrevistado con la mayoría de los líderes mundiales, con el Papa, e incluso con los gobernantes chinos en un esfuerzo por mejorar el sino de los tibetanos y abogar por la paz. Los budistas tibetanos creen que el Dalai Lama, cuyo título significa «océano de sabiduría», escoge renacer movido por la compasión hacia el sufrimiento de los demás, por lo que lucha por su desarraigo. En su autobiografía, My Land and My People, el Décimocuarto Dalai Lama explica que el hecho de proceder de orígenes humildes le permitió tener empatía especialmente con los pobres. El Dalai Lama ha recibido honores de universidades y gobiernos de todo el mundo y se le reclama insistentemente para dar conferencias en todos los paises. Nuestra entrevista fue precedida por varias charlas en la Universidad de Wisconsin y seguida por un seminario en Harvard. Como el lama Govinda y el Padre Bede, el Dalai Lama parece transferir muchas de sus ideas a su vida. Es un hombre sereno y sosegado, que al hablar intercala sus comentarios con frecuentes ataques de risa, como hacen todos los tibetanos que he conocido. Años atrás, en un encuentro que tuve con él en el Museo de Arte de Nawark, atribuyó la risa fácil y la alegría de los tibetanos –algo que suelen preguntarle los occidentales– a las ideas budistas acerca de la vida. Si supiéramos con seguridad lo que ocurrió en este primer segundo... habríamos resuelto todos los problemas y se volvería todo muy aburrido. STEPHEN HAWKING Si decimos que existen unas leyes determinadas y eternas para moléculas y átomos, ¿qué diremos si vamos hacia atrás, a un tiempo anterior a la existencia de átomos y moléculas? DAVID BOHM Creo que estamos viviendo aún en la prehistoria de la comprensión de nuestro universo. ILYA PRIGOGINE Pero el rompecabezas es ¿qué ocurría antes de que diera comienzo el tiempo? DAVID BOHM STEPHEN HAWKING 11 SI EL UNIVERSO TIENE UN LÍMITE , DEBE EXISTIR UN D IOS Stephen Hawking El contenido filosófico de una ciencia sólo se preserva si la ciencia es consciente de sus límites. HEISENBERG Vive en un espacio minuciosamente acotado y a la vez en un espacio de asombrosa inmensidad, y con ello es digno de una paradoja zen y de las paradojas que acosan a la mecánica cuántica. Mientras profundizaba en los antecedentes de Stephen Hawking, tomé la decisión de no permitir que su condición física dominara mi retrato ni la impresión del lector sobre el hombre al que muchos consideran la mente más poderosa que ha habido en física desde Einstein. Reafirmada por los numerosos artículos de Hawking que había leído, en los que su enfermedad era el leifmotiv, renové mi promesa durante el trayecto en tren que me llevaba a Cambridge. Mientras caminaba, en un fresco y agradable atardecer de mediados de julio de 1985, por la ciudad universitaria, traté de captar algo del sabor de Cambridge, lugar en el que ha transcurrido la mayor parte de la vida profesional de Stephen Hawking. Se trata de una bella y emblemática ciudad académica, construida alrededor de las necesidades de sus alumnos y eruditos. Pero posteriormente, por la tarde, al encontrarme frente a Stephen Hawking, mi resolución se vino abajo ante su realidad física. Es imposible soslayarla. Hawking llega más bien tarde en su silla de ruedas motorizada, maniobrando los controles que le permiten cubrir su diario trayecto de 257 258 STEPHEN HAWKING media milla entre su casa y su oficina. A pesar de la gran cantidad de informes leídos sobre su condición que debían haberme preparado, no estaba dispuesta. La causa es menos su prácticamente total falta de movilidad –la enfermedad ha afectado a todos sus miembros– que su dificultad en el habla. De hecho, sin la ayuda de Colin Williams, su joven «traductor», la entrevista hubiera sido imposible. A pesar de todo, mi percepción de Hawking cambió drásticamente al finalizar el tiempo que compartimos. Hawking se presentó, como suele hacerlo en su oficina, vestido bastante formalmente: zapatos grises, chaqueta sport, camisa y corbata. Es esbelto, de rostro alargado y aniñado, y más joven de lo que dictan sus cuarenta y tres años. Sus miembros reposan inertes en su silla de ruedas, derrotados por su incurable y progresiva enfermedad de las neuronas motoras (esclerosis lateral amiotrópica) que ha afligido su cuerpo desde los veinte años. Pero si bien su cuerpo ha sucumbido, su mente y su cabeza han desafiado a este destino. Incluso su rostro, a pesar de lo limitado de su expresión forzada por la parálisis, ha escapado en cierta medida. Es un rostro maravilloso, de ojos azul-gris tras unas gruesas gafas de estilo abuelita, amplia boca que sólo ocasionalmente, en la presente circunstancia, se rompe en una sonrisa, y todo ello coronado por una cabeza de sedoso pelo castaño, cortado a lo Beatle, con un largo flequillo cubriendo su frente. Mis ojos se han detenido repetidamente en sus manos que –a pesar de yacer en su regazo, las muñecas cruzadas, incapaces de obedecer a sus deseos– son esbeltas, sensitivas y bellas. Sentado tras la mesa del despacho y flanqueado por Colin Williams, Hawking escucha atentamente no sólo mis preguntas, sino también la traducción de sus palabras, que Williams consigue llevar a la fluidez. En las pocas ocasiones en que no está de acuerdo, Hawking hace que Williams reformule sus afirmaciones. Williams, físico inglés de veinticinco años, que ha sido el ayudante de Hawking en sus investigaciones y su traductor durante un año y medio, parece estar totalmente volcado en él–en el transcurso del descanso para tomar el té cubre todas las necesidades de Hawking de forma práctica e impersonal. La relación total entre ambos es evidente. Williams es consciente de estar trabajando con y para un hombre poco común y está tan sintonizado con su mentor que entiende pautas de lenguaje que para alguien ajeno serían ininteligibles. La tarea del intercambio verbal es laboriosa y agota a todos: Hawking, SI EL UNIVERSO TIENE UN LÍMITE, DEBE EXISTIR UN DIOS 259 Williams y el oyente. Finalmente emerge una comunicación coherente que le permite a uno tener la seguridad, a pesar de los obstáculos, de que los puntos de vista de Hawking llegan con precisión. Se trata de algo de primordial relevancia, puesto que rápidamente he comprendido que su voz es la última herramienta física que le queda para traducir su voluntad en acción en el mundo. Colin Williams, cuando estamos solos, cifra la vulnerabilidad de Hawking en ello. Durante sus múltiples viajes para asistir a conferencias, es tratado con el máximo respeto y deferencia por el personal de las líneas aéreas y por todos aquellos que conocen su identidad de físico famoso, pero también, en ocasiones, tratado condescendientemente por aquellos lo desconocen. A pesar de sus dificultades, Hawking viaja con frecuencia y lleva una vida muy activa sin privarse de nada. Pocos días antes de mi visita, había sido el anfitrión de una conferencia en Cambridge y, al día siguiente de nuestra entrevista, tenía que volar hasta Ginebra para otra reunión. Empieza nuestra entrevista diciendo: «Hoy no estoy en forma, me siento cansado, no sé por qué». Una afirmación confirmada posteriormente por Colin Williams. Sin embargo hablamos sin parar durante una hora y media, sin contar el descanso para tomar el té, para lo cual nos dirigimos a la habitación contigua frecuentada por algunos jóvenes físicos que parecen tener una fácil y afable relación con él. Durante el largo espacio de tiempo en el que esperé a Hawking, examiné la oficina en busca de alguna pista sobre su personalidad. Situada en el Departamento de Matemáticas Aplicadas y Física Teórica en Silver Street, cercana a King's Parade –un mediocre edificio que carece de la belleza de la mayoría de los inmuebles de estilo gótico por los que Cambridge es famosa– la oficina de Hawking es sencilla y está parcamente amueblada con una mesa y unas pocas sillas que son tan vulgares como el edificio. Tres cosas llaman la atención: las pizarras, totalmente cubiertas de ecuaciones (uno imagina que deben contener el secreto del origen del universo), una fotografía de Einstein, un grabado de Newton en una pared y las numerosas fotografías de sus tres hermosos hijos que llenan las estanterías. Estanterías que ocupan toda una pared y cuyos libros, en su mayoría, hacen referencia a la gravedad, la gravitación cuántica, el origen del universo y otros temas de cosmología. BIBLIOGRAFÍA 317 GRIFFITHS, FR. BEDE, The Mariage of East and West, Springfield, Illinois: Templegate Publishers, 1982. GRIFFITHS, FR . BEDE, The Cosmic Revelation, Springfield, Illinois: Templegate Publishers, 1983. GRIFFITHS, FR. BEDE, Chist in India, Springfield, Illinois: Templegate Publishers, 1984. HAWKING, STEPHEN AND ELLIS, G.F.R., The Large Scale Estructure of Space–Time, Cambridge University Press, 1973. HAWKING, STEPHEN AND CARR, B.J., Black Holes in the Early Universe, Mon. Not. Roy. Astr. Soc. 168, 1974. 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