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CAPITULO I:
LA CATÁSTROFE ECOLÓGICA
I.1. La nueva antropodicea
El problema del medio ambiente significa el mayor desafío -aquel de la
supervivencia-para la humanidad en el umbral del tercer milenio. La amenaza
de un cataclismo ecológico está reemplazando al holocausto nuclear como el
más terrible fantasma al acecho de la civilización. Homo sapiens (?) se ve
obligado a un mea culpa ante la devastación de la tierra, el agotamiento de los
recursos naturales y el deterioro de la biosfera, cuya causa señalada es la
explotación industrial del planeta por obra de la ciencia y la tecnología al
servicio de la idea moderna del progreso. Surge entonces la pregunta acerca del
sentido de la revolución ambiental para la autocomprensión humana.
Conciencia ecológica y conciencia antropológica coincidirían en un nuevo relato
del hombre (antropodisea) y en una nueva justificación del hombre
(antropodicea) (1).
Según observara Freud (2), el escándalo desatado inicialmente por la teoría
psicoanalítica es comparable a las reacciones generadas en el siglo XVII con la
cosmología galileica y en el siglo XIX con la biología darwiniana. A lo largo de
la historia moderna, en efecto, el hombre se habría visto menoscabado en su
autoestima por la pérdida sucesiva, a modo de "heridas narcisistas", de tres
ilusiones reconfortantes: la ilusión de coincidir con el centro del mundo, la
ilusión de filiación genealógica singular, y la ilusión de acceso a la plena
conciencia de sí. Junto a Freud en la capitis diminutio de la autoconciencia, otros
dos "maestros de la sospecha", Marx y Nietzsche, continuaron el
desenmascaramiento del sujeto para dar lugar a los instintos sexual, económico,
de poderío- en la interpretación de la historia y la cultura (3).
A esas tres reducciones históricas del ser del hombre -la cosmológica, la
biológica y la psicológica- cabe añadir una cuarta, la reducción moral por la
conducta ecocida y suicida. El animal humano se revela como una catástrofe
para la naturaleza y como un proyecto fallido de la misma, desestabilizador de
la vida y autodestructivo. Otra vez más se pone al descubierto un valor
negativo del hombre, y ahora justamente el maleficio como condición del ser o
estar en el mundo de un "mal bicho". Con ello surge otra vez también la
reflexión antropológica justificativa, en este caso acerca de si, pese a su
estupidez antiecológica y agresividad nuclear que generan la crisis de
supervivencia, el "animal racional" tiene todavía algo que le justifique. La
Teodicea (justificación de la acción divina a pesar del mal existente en el
mundo) se convierte en Antropodicea justificación del acontecer humano no
obstante los males que acarrea), y el homo infirmus viene a definir la condición
del humanismo: que vale la pena vivir es el auténtico argumento De hominis
dignitate, aquel que da la medida del hombre, este ser jamás plenamente
justificable a los ojos de Dios o para el devenir del mundo, esa condición pasible
de la misantropía teológica y la indiferencia cosmológica (4).
En la Biblia existe un doble relato antropodiceico (y antropodiseico) con sentido
ecológico, el adánico y el noático, ambos del Génesis. Primeramente el "pecado
original" que acompaña el devenir humano como salida de los límites naturales
e instintivos, cuya consecuencia es la pérdida del Edén o la destrucción del
jardín en el que fuera el hombre emplazado. Tras el capítulo de la descendencia
de Adán, el libro de Noé, la sobrecogedora, fascinante y tremenda historia en la
que Dios pone a juicio la creación a causa de la corrupción humana -"la tierra
estaba corrompida ante Dios y llena toda de violencia". Sólo Noé encuentra
gracia a los ojos de Dios y viene a ser el segundo padre de la humanidad. El
vívido relato de la construcción del Arca, el Diluvio Universal, la salvación de la
especie humana junto a las demás especies, el arco iris como señal del pacto con
el que Dios selló su promesa de nunca más "maldecir a la tierra por el hombre".
. . todo ello configura en el imaginario bíblico la escena original de la catástrofe
ecológica y la justificación cósmica del hombre (5).
I.2. La ciencia del medio
El auge de la ecología -la ciencia de las interrelaciones de los organismos con el
medio ambiente, en escalas auto, demo y sinoecológicas- es el resultado
histórico de una relación dialéctica entre el hombre y la naturaleza. A la
posición originaria de identificación o simbiosis (racionalidad mítico-religiosa
de las culturas arcaicas, naturalismos como paradigmas holísticos o
movimientos contraculturales), sigue la posición de dominio del hombre sobre
la naturaleza, consumada en la civilización occidental por la confluencia de la
tradición bíblica, la filosofía griega y la ciencia moderna. Pero esta última con la
economía capitalista y la tecnología industrial, se ha hecho responsable en las
dos últimas centurias de una polución y escasez de reservas sin precedentes. La
(con) ciencia ecológica nace como una tercera posición, de síntesis entre la
inmanencia y la trascendencia, la sacralización y la explotación en las relaciones
hombre-naturaleza (6). La crisis ecológica enseña cómo la naturaleza ha pasado,
de ser un "medio" de producción y de habitat para el hombre, a ser objeto
universal del conocimiento y fin fundamental del quehacer humanos.
Ecología es la teoría y tecnología diagnóstico-terapéutica de las heridas
planetarias infligidas por la humanidad a la biosfera, cuyas funciones vitales
hemos alterado profundamente desde los tiempos del paraíso perdido. Si bien
cambios globales como catástrofes geológicas afectaron la vida del planeta
desde la aparición de las primeras formas vivientes, el don-finio humano de la
tierra inaugura otra era de patología y exterminio que desemboca en una crisis
de supervivencia sin precedentes; ese dominio humano empezó por la
usurpación de los espacios naturales y hoy termina con la contaminación
ambiental, entre cuyos efectos globales preocupa singularmente el llamado
"efecto invernadero" o calentamiento climático progresivo del planeta, tan
potencialmente letal como el "invierno nuclear" del holocausto (7). La
destrucción del ecosistema se dibuja en un mapa planetario que encierra los
mayores peligros para la salud ambiental y la calidad de vida (8). La patología
humana del ecocidio -patogénesis por alteración de los "elementos" (la tierra, el
agua, el aire, los alimentos)- adquiere características epidémicas: enfermedades
respiratorias crónicas, cáncer, malformaciones congénitas, mutaciones,
trastornos del comportamiento... la suma patológica del siglo XX tiene su clave
en la patodicea ecológica.
Donde está la enfermedad está el remedio, y debemos confiar en la tecnociencia
que junto a su potencial de autodestrucción nos da también instrumentos de
conocimiento y acción nunca antes a nuestro alcance. Por ejemplo, los satélites
receptores terráqueos diariamente reportan la condición global por
computadoras que recogen millones de observaciones simultáneas, de modo
que podemos tener una visión cósmica de los mecanismos generales de la vida
en acción y así vigilar nuestro experimento predador con el planeta como a un
paciente en monitoreo. La ciencia del medio proveerá, sin duda, una tecnología
adecuada para sustituir los recursos naturales explotados, como también para
reducir y reciclar los desechos contaminantes, y acaso la biogenética concurra a
la solución con la diversidad de nuevas formas de vida. Pero sólo una sabiduría
ecológica puede desafiar la crisis de supervivencia mediante un cambio radical
en la actitud hacia la naturaleza. La degradación ambiental no es sólo problema
que exige soluciones científico-técnicas; en realidad no es tanto un problema en
el sentido objetivo de algo exterior al hombre como un problema de conciencia
o de actitudes y conducta humanas.
I.3. La ética ambiental
La crisis ecológica deriva a la postre en el planteamiento de un nuevo sistema
ético - la bioética como puente entre los hechos científicos y los valores morales.
El problema moral se ha tomado "específico" para el hombre por el imperativo
de la sobrevivencia y de una responsabilidad solidaria a fin de preservar la
biosfera terráquea. La pregunta de la ética es entonces cómo debemos vivir, al
menos para sobrevivir, pero conciliando el imperativo de supervivencia con el
de dignidad humana, conciliación que es el meollo de la antropodicea (9).
La megacrisis exige fundar una macroética planetaria basada en el principio de
responsabilidad, que representa un nuevo estadio de la conciencia moral en la
civilización tecnológica, y se formula así: "Actúa de manera que las
consecuencias de tu acción sean compatibles con la permanencia de la vida
genuina sobre la tierra" (10). El primer principio de la ética ambiental es el de
reciprocidad o mutua obligación por la interdependencia de los seres vivientes
en un cuerpo cósmico (ecosfera) amenazado por la patogenicidad del cuerpo
técnico (tecnosfera) o conjunto de organismos sintéticos (enseres como
automóviles, fábricas, viviendas) que consumen energía y producen desechos
desequilibrando el ecosistema natural. La ética de la utilidad y el consumo es
cuestionada como estilo de vida ecocida, por cuanto conduce a la proliferación
anárquica de ecosistemas artificiales desestabilizadores. La ética ambiental
desempolva antiguas virtudes como la frugalidad (productiva y reproductiva) y
escribe una nueva tabla de valores revelada por la naturaleza (1l).
La filosofía ambiental inspira la utopía de una civilización ecológica e impulsa
un nuevo proyecto político (económico y social) en la humanidad posmodema.
Por de pronto, se denuncia el peligro de la dinámica expansiva de la civilización
industrial misma y se replantea a radice la dialéctica del progreso. El concepto
moderno de progreso cuantitativo -crecimiento material, expansión productiva,
aumento del confort y de la población global, etc.- ha ingresado en un decisivo
cuestionamiento (progreso no es un concepto que implique necesariamente un
valor positivo: hablamos del progreso de una enfermedad, y el crecimiento
desordenado es la filosofía del cáncer) (12). Se propone un paradigma
alternativo al paradigma de desarrollo tradicional, uno que eleve globalmente
la calidad de vida, un desarrollo técnico con miras al crecimiento cualitativo, a
la creación y preservación de las mejores condiciones humanas. La humanidad
se enfrenta planetariamente a la tarea de planificar su propio crecimiento en
función de sus condiciones naturales de vida, dañadas por la civilización
industrial (13). Pero la cuestión ecológica tampoco se resuelve con una
tecnocracia política o ecodictadura universal: hace falta la educación en una
nueva ética civil o cultura moral, a partir de la naturaleza como proyecto
axiológico.
En el progreso de la conciencia ecológica un primer paso es otra "Fisiodicea" o
justificación de la naturaleza más allá de su uso "natural" para satisfacer las
necesidades biológicas o materiales, conforme al modelo instrumental
científico-tecnológico (14). Valores no-instrumentales y actitudes no
pragmáticas o utilitarias deben construir el nuevo modelo natural de la
sociedad ecológica. En realidad, lo que distingue al hombre del resto de los
vivientes es su exclusiva relación con la naturaleza, esa capacidad de
contemplarla, apreciarla y gozaría por encima de las comunes necesidades
naturales. De modo que la buscada antropodicea equivale a esta nueva
fisiodicea: la cultura corno compensación de la naturaleza nos ha llevado a la
naturaleza como compensación de la cultura. Una teoría compensatoria de la
naturaleza "compensa" la teoría compensatoria de la cultura, y esto significa
plantear la ética ambiental más allá del nivel corriente de los argumentos
utilitaristas para la prevención de los recursos y ámbitos naturales.
En el siguiente cuadro se resumen algunas ideas sobre el nuevo paradigma de
la naturaleza. Partiendo de tres disciplinas del espíritu (religión, arte, filosofía)
se definen las respectivas actitudes naturales (respeto, imitación, admiración),
con los valores esenciales aprehendidos por ellas (sacralidad, creatividad,
sabiduría), más los símbolos correspondientes (el arca o el arco de Noé, la
estatua de Pigmalión, el búho de Minerva) y tres sentidos fundamentales
(alianza, humanización y cosmovisión) (15).
PARADIGMA ECOLOGICO DE LA NATURALEZA
DISCIPLINA
ACTITUD
VALOR
SÍMBOLO
SENTIDO
Religión
Respeto
Sacralidad
Noé
Alianza
Arte
Imitación
Creatividad
Pigmalión
Humanización
Filosofía
Admiración
Sabiduría
Minerva
Cosmovisión
Referencias
1. CL R. Maliandi "La crisis de nuestro tiempo y la dialéctica de la
desconfianza", en Escritos de Filosofía, Buenos Aires, 1983, Nº 12, 83-93.
2. Cit. por G. Canguilhem Idéologie et rationalité dans l’ histoire des sciences de
la vie, Vrin, París, 1977. pág. 101.
3. Al parecer fue Max Scheler, en El puesto del hombre en el cosmos, quien
primero atribuyó a los posteriormente llamados por Ricoeur "maestros
de la sospecha" (Freud, Marx, Nietzsche) el descubrimiento de los
respectivos instintos (sexual, nutricio, dominio).
4. ¿Quién le teme al antropocidio? Evidentemente sólo importa al hombre y
sólo la humanidad puede justificarlo como peccatum historicum: para
Dios, Fiat Iustitia, pereat mundus; para el Mundo, Fiat mundus, pereat
Iustitia.