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MARÍA SALOMÉ SÁNCHEZ MONSALVE FILOSOFÍA Y CULTURA LATINOAMERICANA: UNA REFLEXIÓN DESDE LEOPOLDO ZEA PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía Bogotá, 5 de abril de 2010 2 FILOSOFÍA Y CULTURA LATINOAMERICANA: UNA REFLEXIÓN DESDE LEOPOLDO ZEA Trabajo de grado presentado por María Salomé Sánchez Monsalve, bajo la dirección de la profesora Marcela Forero Reyes, como requisito parcial para optar al título de Licenciada en Filosofía. PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Filosofía Bogotá, 5 de abril de 2010 3 4 5 ANEXO 2 CARTA DE AUTORIZACIÓN DE LOS AUTORES PARA LA CONSULTA, LA REPRODUCCIÓN PARCIAL O TOTAL, Y PUBLICACIÓN ELECTRÓNICA DEL TEXTO COMPLETO. (OPCIONAL) Bogotá, D.C., Agosto de 2010 Marque con una X Tesis doctoral __ Trabajo de Grado X Señores BIBLIOTECA GENERAL Cuidad Estimados Señores: La suscrita MARÍA SALOMÉ SÁNCHEZ MONSALVE con C.C. No. 52.978.599, autora de la tesis doctoral y/o trabajo de grado titulado FILOSOFÍA Y CULTURA LATINOAMERICANA: UNA REFLEXIÓN DESDE LEOPOLDO ZEA_ presentado y aprobado en el año 2010 como requisito para optar al título de _LICENCIADA EN FILOSOFÍA_; autorizo (amos) a la Biblioteca General de la Universidad Javeriana para que con fines académicos, muestre al mundo la producción intelectual de la Universidad Javeriana, a través de la visibilidad de su contenido de la siguiente manera: Los usuarios puedan consultar el contenido de este trabajo de grado en Biblos, en los sitios web que administra la Universidad, en Bases de Datos, en otros Catálogos y en otros sitios web, Redes y Sistemas de Información nacionales e internacionales “Open Access” y en las redes de información del país y del exterior, con las cuales tenga convenio la Universidad Javeriana. Permita la consulta, la reproducción, a los usuarios interesados en el contenido de este trabajo, para todos los usos que tengan finalidad académica, ya sea en formato CDROM o digital desde Internet, Intranet, etc., y en general para cualquier formato conocido o por conocer. Continúo conservando los correspondientes derechos sin modificación o restricción alguna; puesto que de acuerdo con la legislación colombiana aplicable, el presente es un acuerdo jurídico que en ningún caso conlleva la enajenación del derecho de autor y sus conexos. De conformidad con lo establecido en el artículo 30 de la Ley 23 de 1982 y el artículo 11 de la Decisión Andina 351 de 1993, “Los derechos morales sobre el trabajo son propiedad de los autores”, los cuales son irrenunciables, imprescriptibles, inembargables e inalienables. Firma, nombre completo y documento de identificación del estudiante 6 NOTA IMPORTANTE: El autor y o autores certifican que conocen las derivadas jurídicas que se generan en aplicación de los principios del derecho de autor. C. C. FACULTAD FILOSOFÍA PROGRAMA ACADÉMICO LICENCIATURA EN FILOSOFÍA. 7 ANEXO 3 FORMULARIO DE LA DESCRIPCIÓN DE LA TESIS DOCTORAL O DEL TRABAJO DE GRADO TÍTULO COMPLETO DE LA TESIS CULTURA LATINOAMERICANA: DOCTORAL O TRABAJO DE GRADO: _FILOSOFÍA Y UNA REFLEXIÓN DESDE LEOPOLDO SUBTÍTULO, SI LO ________________________________________________________ AUTOR O AUTORES Apellidos Completos SÁNCHEZ MONSALVE ZEA. TIENE: Nombres Completos MARÍA SALOMÉ DIRECTOR (ES) TESIS DOCTORAL O DEL TRABAJO DE GRADO Apellidos Completos Nombres Completos FORERO REYES ASESOR (ES) O CODIRECTOR Apellidos Completos YELITZA MARCELA Nombres Completos TRABAJO PARA OPTAR AL TÍTULO DE: LICENCIADA EN FILOSOFÍA_ FACULTAD: FIOSOFÍA PROGRAMA: Carrera ___ Licenciatura X Especialización ____ Maestría ____ Doctorado ____ NOMBRE DEL PROGRAMA: LICENCIATURA EN FILOSOFÍA_ NOMBRES Y APELLIDOS DEL DIRECTOR DEL PROGRAMA: MARÍA CRISTINA CONFORTI. CIUDAD: BOGOTA AÑO DE PRESENTACIÓN DEL TRABAJO DE GRADO: 2010. NÚMERO DE PÁGINAS: 90 páginas. 8 TIPO DE ILUSTRACIONES: - Ilustraciones - Mapas - Retratos - Tablas, gráficos y diagramas - Planos - Láminas - Fotografías SOFTWARE requerido y/o especializado para la lectura del documento___________________ MATERIAL ANEXO (Vídeo, audio, multimedia o producción electrónica): Duración del audiovisual: ___________ minutos. Número de casetes de vídeo: ______ Formato: VHS ___ Beta Max ___ ¾ ___ Beta Cam ____ Mini DV ____ DV Cam ____ DVC Pro ____ Vídeo 8 ____ Hi 8 ____ Otro. Cual? _____ Sistema: Americano NTSC ______ Europeo PAL _____ SECAM ______ Número de casetes de audio: ________________ Número de archivos dentro del CD (En caso de incluirse un CD-ROM diferente al trabajo de grado): _________________________________________________________________________ PREMIO O DISTINCIÓN (En caso de ser LAUREADAS o tener una mención especial): ____________________________________________________________________________ ___ DESCRIPTORES O PALABRAS CLAVES EN ESPAÑOL E INGLÉS: Son los términos que definen los temas que identifican el contenido. (En caso de duda para designar estos descriptores, se recomienda consultar con la Unidad de Procesos Técnicos de la Biblioteca General en el correo biblioteca@javeriana.edu.co, donde se les orientará). ESPAÑOL FILOSOFÍA LATINOAMERICANA INGLÉS PHILOSOPHY CULTURA CULTURE PENSAMIENTO THOUGHT TOMA DE CONCIENCIA TAKING CONSCIOUSNESS 9 RESUMEN La pregunta por la posibilidad o existencia de una filosofía, un pensamiento y una cultura latinoamericana, no sólo ha sido polémica, sino que ha constituido una inquietud persistente en nuestro contexto intelectual latinoamericano. En este trabajo me propongo explorar un tipo de respuestas frente a dicha inquietud, a través del pensamiento del mexicano Leopoldo Zea, para quien el problema de la posibilidad de una cultura o filosofía propiamente latinoamericana resulta ineludible en nuestro tiempo, se trata de una imposición de Occidente por la circunstancia histórica de la cual hacemos parte. Es necesario aclarar que Zea parte de una filosofía de la historia, cuya principal preocupación es mostrar las relaciones que entre sí mantienen los pueblos a nivel planetario e indicar el sentido histórico de tales relaciones. Es a raíz de la expansión occidental a nuestras tierras en el siglo XVI, de la dominación llevada a cabo por pueblos de Europa sobre los pueblos del Nuevo Mundo, donde la pregunta por la humanidad del hombre de esta América adquiere una mayor relevancia. ABSTRACT The question about the existence of a philosophy, thinking and a Latin-American culture, has not being just controversial, also, it has implied a persistent concern in our own Latin-American intellectual context. In this paper, my intention is to explore a specific kind of answer to this philosophical preoccupation by the thinking of the Mexican philosopher Leopoldo Zea. The author believes that the question about the existence of a Latin-American philosophy is really important in our times. It is an occidental imposition caused by the historical facts around us. It is necessary to clarify that Zea starts over the historical philosophy, which main worries are to understand the global relationship societies keep and to propose the historical interpretations about them. It is because of the occidental expansion occurred in the sixteenth century by the European emperies and the control imposed over the new-world societies, where the question about the humanity condition of the American man acquires the real relevancy. 10 A la Tita, Mi familia Y Juan. 11 En los últimos tiempos se ha venido hablando de filosofías comprometidas. Para esta nuestra América el calificativo es tan antiguo como la historia de su pensamiento. Sus pensadores se han caracterizado por empuñar, conjuntamente, la pluma y la espada cuando la una o la otra han sido necesarias. La auténtica filosofía ha sido siempre a lo largo de su historia filosofía comprometida con los problemas de los hombres en su obligada relación con el mundo y la sociedad de su tiempo… Es de especial importancia el que insistamos, en este nuestro tiempo, en tal compromiso. Es necesario que la filosofía recupere su función orientadora en un mundo en que se han agudizado, más que nunca, los conflictos de la relación del hombre con su mundo, en concreto con el mundo que los mismos hombres han formado y forman las sociedades. ... la filosofía, insisto, debe recuperar su función conciliadora, y en este sentido universal, de lo uno y lo diverso. Lo universal como unidad de lo diverso sin anulación de la ineludible diversidad. Por ello habrá que insistir en la igualdad de hombres y pueblos por lo que tienen de diverso, por lo que tienen de concreto; pero no tan diverso que dejan de ser hombres. Leopoldo Zea. 12 TABLA DE CONTENIDO Introducción 14 1. ¿EXISTE UN ARQUETIPO DE LO HUMANO? 1.1. Civilización y Barbarie 1.1.1. Toma de conciencia de la historia 1.2. De lo bárbaro y salvaje 1.3. Maldición del colonialismo 1.3.1. Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo – Exaltación y defensa de América 1.3.2. Dominación y dependencia 1.3.3. Europa como arquetipo de la humanidad 22 23 23 24 28 30 2. RENUNCIA AL PASADO COLONIAL 2.1. Latinoamérica y su afán por hacer una nueva historia 2.1.1. Repudio al pasado colonial 2.1.2. La colonia en la mentalidad latinoamericana 2.1.3. “Sajonización” de Latinoamérica 2.2. Latinoamérica en busca de su identidad 2.2.1. Vuelta a la realidad latinoamericana 2.2.2. Martí en defensa de nuestra América 2.2.3. Latinidad frente a sajonismo 2.2.4. El indígena: expresión de la realidad latinoamericana 38 38 39 42 44 46 47 49 51 53 3. AMÉRICA COMO CONCIENCIA 3.1. Hispanoamérica y su conciencia histórica 3.1.1. Dependencia y toma de conciencia 3.1.2. Sentimiento de dependencia 3.2. El Occidente y la conciencia del hombre 3.2.1. América en la conciencia europea 3.2.2. Latinoamérica ante Occidente 3.3. La filosofía como instrumento de comprensión y toma de conciencia 58 58 60 63 65 65 67 70 32 34 13 4. LA POSMODERNIDAD COMO ESTADO DE LA CULTURA EN AMÉRICA LATINA 4.1. Posmodernidad Latinoamericana 4.2. América Latina, más allá de la filosofía de la historia 4.2.1. La filosofía de la historia latinoamericana 4.3. Crítica intercultural de la filosofía latinoamericana 4.3.1. Filosofía latinoamericana de la interculturalidad 75 77 82 84 87 88 Consideraciones finales Bibliografía 91 95 14 INTRODUCCIÓN La pregunta por la posibilidad o existencia de una filosofía, un pensamiento y una cultura latinoamericana, no sólo ha sido polémica, sino que ha constituido una inquietud persistente en nuestro contexto intelectual latinoamericano. En este trabajo me propongo explorar un tipo de respuestas frente a dicha inquietud, a través del pensamiento del mexicano Leopoldo Zea, para quien el problema de la posibilidad de una cultura o filosofía propiamente latinoamericana resulta ineludible en nuestro tiempo, se trata de una imposición de Occidente por la circunstancia histórica de la cual hacemos parte. Es necesario aclarar que Zea parte de una filosofía de la historia, cuya principal preocupación es mostrar las relaciones que entre sí mantienen los pueblos a nivel planetario e indicar el sentido histórico de tales relaciones. Es a raíz de la expansión occidental a nuestras tierras en el siglo XVI, de la dominación llevada a cabo por pueblos de Europa sobre los pueblos del Nuevo Mundo, donde la pregunta por la humanidad del hombre de esta América adquiere una mayor relevancia. Esta preocupación por la clase de hombres que somos marcará el rumbo de la presente indagación, porque ella está en el núcleo del problema acerca de la posibilidad de una filosofía propia, del cual Zea es un referente obligado. Cabe recordar que dicha preocupación no surge espontáneamente, por el contrario, nos fue impuesta, y a través de los años no hemos hecho más que replantearnos la posibilidad de una filosofía y una cultura propias. Tratar de dar respuesta a esta inquietud significa para los latinoamericanos asumir el destino trazado por los europeos en el siglo XVI, y seguir los caminos de la llamada “Historia Universal”, esto es, la historia del mundo occidental, la Historia Universal de la que no hicimos parte. 15 El primer paso de este recorrido se inicia en el capítulo uno: ¿Existe un arquetipo de lo humano?, en el cual podemos observar cómo Leopoldo Zea elabora su filosofía de la historia a partir de la conciencia de una realidad dependiente. El término dependencia alude a una situación o ámbito de subordinación en diferentes aspectos de lo humano como son la economía, la cultura, la política y la religión. De esta manera, la dependencia puede entenderse como una realidad concreta de sometimiento que afecta a ciertos hombres y pueblos; por tal razón, la filosofía de este pensador no podría pasar por alto la situación de dependencia que ha aquejado a América Latina desde su conquista. A partir de la categoría de dependencia Zea analiza las relaciones de poder que existen entre lo pueblos que forman la humanidad, situación en virtud de la cual asumo que la pregunta por la existencia de una filosofía latinoamericana tiene como propósito restituir la humanidad negada a los latinoamericanos. Tomo como punto de partida en el desarrollo de este vínculo entre filosofía latinoamericana y humanidad la denuncia de Zea a la situación de dependencia de nuestros pueblos, la cual ha venido a constituirse en una problemática de carácter universal, puesto que todos los pueblos que se encuentran al margen de Occidente corren la misma suerte. Europa ha forjado un modelo o arquetipo de lo humano, a imagen y semejanza suya, de tal manera que de este han quedado excluidos los pueblos provistos de marcadas diferencias. Por tanto, los pueblos no occidentales quedan fuera de la humanidad, pues sus hijos no poseen aptitud para desarrollar plenamente su condición de hombres. Europa es presentada entonces como la máxima expresión de lo humano, pues su cultura y civilización configuran un modelo de humanidad único. Dicho modelo de humanidad y civilización peculiares, con pretensión de universalidad absoluta, encierra una presunta justificación del dominio de Europa sobre otros pueblos y la exigencia de sumisión de éstos. A pesar de las diferencias y épocas de las prácticas coloniales, la modernidad europea ha estado marcada por un comportamiento de dominación sobre pueblos de América, Asia y África, hoy llamados del Tercer Mundo, dando lugar con ello a situaciones de profunda marginación y exclusión. Han sido los ibéricos, luego los ingleses, franceses y holandeses y, por último, los estadounidenses, quienes han dominado la historia de América. Cada uno de ellos, en el momento en que ha ejercido el poder sobre los pueblos americanos, les ha constreñido 16 su libertad, mediante el empleo de diversos mecanismos de dominación y explotación. Podemos decir incluso que la misma definición del hombre europeo como arquetipo universal de humanidad surge de las prácticas de dominio y explotación ejercidas sobre tales pueblos. De esta manera, las metrópolis europeas afirmando su humanidad, niegan y regatean la humanidad de otros pueblos, pues ellos no representan más que expresiones limitadas de lo humano o, peor aún, la amputación de la humanidad, es decir, no una humanidad incompleta sino la misma incompletud escandalosa (monstruosa) de la humanidad. La reducción de la humanidad concede a los pueblos civilizadores la posibilidad y, en algunos casos, hasta el privilegio de elevar al rango de humanos a los habitantes del planeta que todavía no merecen tal calificativo. De este modo, los pueblos occidentales se erigen a sí mismos como cultivadores y civilizadores, los encargados de la humanización de los demás pueblos del mundo. Es importante señalar que la negación de la libertad, derivada de la exclusión de la humanidad, permite a Europa la explotación, el control y el surgimiento de un sentimiento de dependencia en los habitantes de estas otras tierras. Es así como la superación de esta situación de dependencia y subordinación, que constituye la realidad de los pueblos dominados, pasa a convertirse en un anhelo común, pues la liberación de todos los pueblos se convierte de este modo en una de las finalidades de la filosofía de Leopoldo Zea. Esta liberación sólo podrá lograrse en el reconocimiento mutuo y en el logro de la igualdad de todos los pueblos que han estado bajo alguna clase de dominio. La pregunta por la existencia de una filosofía propiamente latinoamericana como un asunto fijado por los europeos, es desarrollada por el filósofo mexicano en sus libros La filosofía americana como filosofía sin más y Discurso desde la marginación y la barbarie. Estos textos muestran que la necesidad de justificar su humanidad, después de alcanzada la independencia de los países iberoamericanos, tiene como presupuesto un sentimiento de inferioridad acuñado desde la polémica del siglo XVI sobre la esencia de lo humano y la relación que pudiera tener esta esencia con los extraños seres que habitaban el Nuevo Mundo. En cierto sentido, del mismo modo en que los griegos, que en la antigüedad habían negado el carácter de civilizados a los no griegos, es decir, a los pueblos que de acuerdo con su concepción de lenguaje no lo tenían y escasamente balbuceaban, los europeos atribuyeron la condición de bárbaros a los pueblos de 17 América. De esta manera fueron marginados los pobladores de los territorios de ultramar, paulatinamente considerados subhombres, subdesarrollados, y forzados desde entonces a legitimar su „discutida humanidad‟. La polémica sobre la esencia de lo humano, la librarían, además de los iusnaturalistas de Salamanca, Las Casas enfrentándose a Sepúlveda en Valladolid y, mucho más adelante, Clavijero, reaccionando frente a las obras antiamericanas de autores extranjeros y americanos, tales como De Pauw, Tomas Gage, Raynal, Buffon, entre otros. Ahora bien, el hombre latinoamericano, en la medida en que fue haciéndose más consciente de sus relaciones de dependencia con un mundo y un pasado que no consideraba propios, trató de romper definitivamente con ellos. El latinoamericano no encontró otro camino más que el de negar su historia por considerarla ajena. El pasado fue visto como algo negativo, como la raíz de todos los males y desdichas del pueblo latinoamericano, razón por la cual debía ser reformado por completo. En este punto introduzco el segundo capítulo, en el cual me ocupo de mostrar cómo algunos de los más grandes pensadores de esta América vislumbrarían la solución al problema de un pensamiento y una cultura propiamente latinoamericana desde la emancipación no sólo política, sino también mental de nuestros pueblos. A finales del periodo colonial comienza a generarse un sentimiento americanista que conducirá a la emancipación política de España. Los pensadores de esta época, sin embargo, se dan cuenta de que no basta con independizarse de la corona española si los hábitos y costumbres de este pasado colonial siguen vigentes, ya que son ellos la verdadera razón del atraso industrial en las nuevas naciones, y por esto es necesario ahora emprender una emancipación mental. A este proyecto Zea lo llamó el proyecto civilizador, el cual tiene como referente tratar de ser o parecerse a los Estados Unidos y así rechazar la propia realidad, su pasado colonial ibero. Son los llamados emancipadores mentales, entre estos Sarmiento, Bilbao, Alberdi y Echeverria entre otros, quienes rechazan la raza, las costumbres y la cultura configuradas en la realidad colonial. Consideran que hay que acercarse a los países civilizados, pues se necesita de su ayuda cultural y económica; además, son partidarios de la inmigración europea masiva para el mejoramiento de la raza. Por tal razón, la educación de nuestros pueblos debe seguir la línea de la educación europea y norteamericana, pues el nuevo ideal de hombre requiere capacitación para la vida práctica, para la industria y el comercio, y esto sólo es posible si se adopta el positivismo como sistema educativo. 18 Fue, por tanto, a través de los sentimientos de admiración por la vida y la cultura de las nuevas potencias europeas y de Estados Unidos, pero sobre todo de la inversión extranjera, que los grupos que sostenían el proyecto civilizador se subordinaron prontamente a los intereses occidentales. Paradójicamente, ellos pretendían civilizar al hombre de América Latina por medio de ideales europeos y norteamericanos, como lo hicieran España y Portugal siglos atrás. Para Leopoldo Zea es natural que este proyecto fracasara al tratar de imponer una serie de estructuras y dinamismos a una realidad distinta. Surge entonces un nuevo proyecto para responder a la necesidad de pensar y dar curso a la vida y los ideales de los pueblos independizados, al cual Zea denomina “proyecto asuntivo”, el cual se propone dar continuidad a nuestra cultura americana mediante una toma de conciencia de nuestro pasado colonial. En el proyecto asuntivo no es posible tener como modelo una realidad que nada tiene que ver con la nuestra, como tampoco es válido rechazar nuestra historia y anular nuestro pasado. Para los precursores de este proyecto como Martí y Rodó, es importante asumir nuestra propia realidad, nuestro pasado colonial, no para perpetuar formas pasadas de autoritarismo, sino como punto de partida para perpetuar una nueva realidad y esta nueva realidad es la vuelta a lo propio, a las raíces. Para Martí, no es queriendo ser como otros que se anula la situación de dependencia del pasado latinoamericano; pues esos otros tomados como modelos por los emancipadores, llegarán a imponer nuevas formas de dependencia. No es imitando una civilización que se acabará la supuesta barbarie en la que está sumido el hombre de América del sur. No se trata de borrar al indio, al negro o al campesino, como pretendía Sarmiento en su proyecto civilizador, sino de hacer partícipe a estos hombres considerados como minorías, de la nueva realidad que se quiere construir, de la auténtica y nueva civilización arraigada en los hombres que podrían hacerla posible. Se habla así de la llegada de una nueva conciencia, la cual se manifiesta en esta generación que rechaza los modelos y proyectos de sus antecesores. Esta nueva generación es consciente de que para forjar una cultura propia en América Latina y superar la marginalidad, es necesario partir de la propia circunstancia, tomar conciencia de ésta, en lugar de continuar importando modelos extranjeros. El proyecto asuntivo en Zea es una nueva interpretación de la historia latinoamericana, la cual se inicia con Martí en Nuestra América y con el Ariel de Rodó a finales del siglo XIX. Este proyecto se propone recuperar la realidad latinoamericana 19 asimilándola y asumiéndola, y el punto de partida será la toma de conciencia de la dependencia para su necesaria asimilación histórica. Ya no será Occidente quien dé sentido a la historia de América Latina, sino será ésta, la que partiendo de sí, descubrirá el sentido de su historia, y es esto lo que pretendo mostrar en el tercer capítulo de este Trabajo. En el veredicto de Hegel sobre América podemos encontrar la idea que éste tiene del continente. Para el filósofo alemán, Latinoamérica es un mundo todavía natural, en el cual no ha brotado la luz del espíritu y en donde no es posible la especulación filosófica. Lo que hace este filósofo, desde la perspectiva de Zea, es condenar a la América del sur a vegetar en el ámbito de la naturaleza, es decir, la excluye de la historia universal. América jamás ha ocupado un lugar en la historia, siempre ha sido un eco y reflejo de la cultura europea, puesto que todo lo que allí se piensa y se hace proviene de Occidente. Leopoldo Zea considera que dicho veredicto siempre ha justificado las situaciones de dominación y dependencia impuestas por Europa a otros pueblos en el proceso de su expansión colonial. Esto lo pude seguir al recorrer los textos América como conciencia y Dialéctica de la conciencia americana, en los cuales nuestro autor intentará mostrar que los pueblos latinoamericanos también hacen parte de la historia universal. De alguna manera, esta es una refutación al veredicto hegeliano cuyo presupuesto es la sin-historia del pueblo latinoamericano. Ahora bien, la situación en la que se ven envueltos los pueblos de América Latina, la de dominación, dependencia y negación de su humanidad impuesta por los colonizadores europeos, conduce a los hombres de estas tierras a buscar posibles repuestas que han de salvar su humanidad en crisis. Es así como el latinoamericano se verá abocado a pensar el problema desde su propia realidad, tomando conciencia e interpretando su pasado, con el fin de darle sentido a la circunstancia del presente. Esta comprensión del pasado es necesaria para no caer en los errores cometidos unas décadas atrás. Nos encontramos frente a una filosofía que surge de una realidad histórica dependiente y que se presenta a sí misma como una forma de conciencia derivada del proceso de comprensión de la realidad, que se expresa en América Latina. Zea, al igual que algunos de sus antecesores, intentará comprender esta realidad para que en el proceso de asunción de la misma se tracen nuevos caminos. De aquí se sigue que nuestro pensador vea en el pasado la condición de posibilidad para que Latinoamérica 20 se abra a un futuro propio, liberándose así de la imitación y de los modelos extranjeros que alguna vez la caracterizaron. Por esta razón, el camino recorrido a lo largo de esta investigación pone de manifiesto que no es deshaciéndonos de la filosofía y cultura europeas como podemos generar un pensamiento y cultura propios, pues Europa nos ha dado las bases para elaborar nuestro pensamiento, para seguir escribiendo nuestra historia. No se trata de romper con la cultura y filosofía europeas, sino de asimilarlas para ponerlas al servicio y como parte de la solución de los problemas de América Latina. Así lo creyeron también algunos pensadores de nuestra América en contraposición con los emancipadores mentales, puesto que afrontaron sus problemas directamente y señalaron el rumbo que debía tomarse. Conocieron diversas doctrinas filosóficas, pero lejos de repetirlas o imitarlas, las adaptaron a la realidad cuyos problemas trataron de resolver dándoles un sentido propio. La cultura europea debe servir, no para prolongar a Europa, no como obra de imitación, sino como instrumento para nuestra cultura y filosofía. Debo decir en este punto que ha sido enriquecedor ocuparme de algunas de las obras del filósofo mexicano, pues sería casi imposible abarcarlas en su totalidad en el presente trabajo. Su pensamiento nos hace un llamado a reflexionar a partir de la toma de conciencia de una realidad y una historia que por lo general ha sido puesta entre paréntesis por los cultivadores de la filosofía occidental. La revalorización de nuestro pasado, de nuestra historia, es una posible salida desde Leopoldo a Zea a la pregunta por la existencia de una filosofía, un pensamiento o una cultura auténtica, pues la falta de conciencia histórica sobre nuestro propio hacer, es lo que ha permitido y generado situaciones de marginación y dependencia. Situaciones que de alguna manera han forzado a algunos hombres a querer incorporarse a la historia de los europeos queriendo ser como éstos, y olvidando que dicha incorporación no debe hacerse a la historia de Occidente, sino a la historia sin más, a la propia historia, la cual debe ser pensada y construida desde nuestras propias circunstancias. Para finalizar, me propongo mostrar en el cuarto capítulo que la preocupación por un pensamiento latinoamericano propio encuentra, a mi juicio, su fundamento en la historia latinoamericana, pues al ser ésta distinta de la europea reclama una conciencia de dicha diferencia, y fue éste el proyecto trabajado por el filósofo mexicano. La 21 preocupación de Zea por la historicidad del pensamiento latinoamericano abre las posibilidades de su transformación. Antes que un punto de llegada donde los latinoamericanos habrían de tomar conciencia de su verdadero ser, el pensamiento de este autor nos da las pautas para seguir preguntándonos: ¿no ha pasado nada en la historia latinoamericana que reclame un nuevo pensamiento? Responder a este interrogante, señalando las nuevas realidades del continente y proponiendo una nueva mirada a las categorías clásicas de la filosofía latinoamericana, será el aporte de la filosofía poscolonial, de la cual seleccioné algunas ideas de Santiago Castro-Gómez, y de la filosofía intercultural, en la perspectiva de Raúl Fornet-Betancourt. Es indiscutible que la obra de Zea sigue viva en nuestra memoria filosófica. Su pensamiento nos enseñó a ser memoria, a tomar conciencia de nuestra memoria y a proyectarla como un instrumento de comunicación entre nosotros mismos y de nosotros hacia el resto de la humanidad. Por tal razón, considero que lo expuesto, a pesar de sus limitaciones, permite ver con claridad al filósofo mexicano, como transformador de la filosofía en América Latina. 22 1. ¿EXISTE UN ARQUETIPO DE LO HUMANO? Próspero: ¡Oh, esclavo impostor, a quien Pueden conmover los latigazos, no la bondad! Te he tratado a pesar de que eres estiércol, con humana solicitud. ¡Esclavo aborrecido, que nunca abrigarás Un buen sentimiento, siendo inclinado al mal! Tengo compasión de ti. Me tomé la molestia de que supieses hablar. A cada instante te he enseñado una cosa U otra. Cuando tú, hecho un salvaje, ignorando Tu significación, balbucías como un bruto, doté Tu pensamiento de palabras que lo dieran a conocer. Pero, aunque aprendieses, la bajeza de tu origen Te impediría tratarte con las naturalezas puras. ¡Por eso has sido justamente confinado En esta roca, aun mereciendo más que una prisión! W. Shakespeare. La Tempestad. En el presente capítulo, mi intención es mostrar por qué la filosofía latinoamericana se cuestiona desde el primer momento su propia identidad, la de su cultura y la de su misma humanidad. Dicha filosofía surge frente a la dominación europea que le niega y pone en entredicho su existencia. Para esto, es necesario un breve recorrido por las nociones de “Civilización” y “Barbarie”, entendiendo cuál es el problema que como latinoamericanos tenemos en frente, pues al ser negada nuestra humanidad por Europa, queremos justificarla incluso en nuestro filosofar. Es este filosofar propio el que ha sido puesto entre paréntesis por Europa. 23 1.1. Civilización y Barbarie 1.1.1. Toma de conciencia de la historia Hay una relación que el bosque guarda con los árboles. Son los árboles quienes posibilitan la existencia del bosque. En la introducción al Discurso desde la marginación y la barbarie, Leopoldo Zea se apoya en la metáfora del bosque, para examinar la toma de conciencia de la que hablaron Marx y Engels; esa toma de conciencia que tiene que ver con la relación que guarda el pueblo con los hombres que lo hacen posible. Dicha toma de conciencia no debería ser sólo del bosque, sino de los árboles concretos que son los que posibilitan el bosque, ya que sin árboles no hay bosque; es decir, los árboles son los seres humanos, y el bosque es el pueblo que forman esos seres. La toma de conciencia de los hombres, traerá implicaciones tales como el acuerdo de voluntades para lograr los fines comunes del pueblo. El problema aquí radica en que el ser humano al tomar conciencia de su relación con los demás, hace de ésta la única posibilidad de existencia del bosque: olvida que él es árbol y se considera bosque. Lo que él ve y cree que es el bosque, es lo justo y verdadero; mientras que lo visto y creído por los demás, será falso y bárbaro1 para él. Bárbaro será quién no posea la verdad – palabra–, el logos, que son fuente de poder ante quienes no saben o no pueden expresarse de la misma forma. En la toma de conciencia de la que hablan Marx y Engels, todas las expresiones de la humanidad, es decir, de los hechos del hombre, adquieren sentido. La toma de conciencia es una tarea de los hombres, donde cada uno de ellos debe conocer las implicaciones que se siguen de su estar en el mundo en relación con el estar de otros hombres. Así pues, la toma de conciencia de la historia, hace patente su propio origen, es decir, cuando el hombre concreto toma conciencia de la historia se evidencia el origen 1 Bárbaro era quien balbucía o tartamudeaba el lenguaje del griego. Quien hablaba mal el griego. En latín, bárbaro se traduce como balbus, significa torpe de lengua, el que no pronuncia clara y distintamente. 24 de esta toma de conciencia. Es el hombre concreto, o sea, el hombre de carne y hueso, el protagonista de la historia, su historia y la de los demás, pues sin hombres concretos no hay historia, ni tampoco habría conciencia de la misma. Sin embargo, la historia también es entendida como el resultado de un permanente conflicto entre hombres concretos. Este conflicto podrá ser superado en la medida en que el hombre concreto tome conciencia de éste y logre conciliar su voluntad con la voluntad del otro, pues el gran problema es que no se reconoce la voluntad del otro, sino que se le exige que se someta a la propia; es esta la razón por la cual esta lucha no satisface a ninguna de las partes. Debe decirse que la toma de conciencia de la historia es la forma como el ser humano trata de captar el bosque entero del cual él mismo hace parte, esta toma de conciencia no debe ser sólo del bosque, sino de los árboles concretos que lo posibilitan. A su vez, la toma de conciencia debe tener un rumbo pues no puede ir ciega, imponiéndose como deber la conciliación de voluntades para llegar a un fin, el logro de las metas comunes. 1.2. De lo bárbaro y salvaje La colonización es el puente de la barbarie en una civilización, De la cual puede llegar en cualquier momento La pura y simple negación de la civilización. Aimé Césaire. Es preciso aclarar que la palabra bárbaro es de origen griego, el bárbaro era quien no hablaba bien el griego, motivo por el cual era marginado de la sociedad. Para los romanos, bárbaro era aquel que estaba fuera de la ley y del orden de la ciudad, es en este contexto histórico donde surge la noción Civilización-Barbarie. Se concibe la civilización no como una forma de incorporar a hombres y pueblos, sino como forma de dominio de la naturaleza y de los hombres, como forma de explotación de lo bárbaro y de lo salvaje. La noción „bárbaro y salvaje‟ es puesta en entredicho por Zea, pues el asunto no es si existen pueblos civilizados o pueblos bárbaros, el asunto es que existen 25 pueblos formados por hombres concretos, ya que la relación no puede seguir siendo la del dominio de unos sobre otros. La relación entre los hombres y el pueblo no puede ni debe basarse en el dominio y explotación impuestos por unos más poderosos y sufridos por otros más débiles. Dicha relación no puede caer en una dialéctica Amo y Esclavo, sino en una relación donde ambas partes lleguen a una mutua comprensión y acuerdo, ratifica Zea. Una relación donde ambos discursos no se nieguen el uno al otro, por el contario, se amplíen entre sí. El discurso de unos no debe considerar bárbaro o salvaje el discurso de otros, pues una legítima comprensión debe tener la forma de la igualdad para no juzgarse inquisitivamente desde el centro la lejanía de la periferia. Ambas partes deben estar dispuestas a comprenderse siempre y cuando lo hagan desde el centro. Es la incomprensión la que origina el discurso visto como barbarie. Todo discurso es del hombre y para el hombre. El discurso como barbarie es el discurso desde una supuesta subhumanidad, desde un supuesto centro en relación a una supuesta periferia. Todo hombre ha de ser centro y, como tal, ampliarse mediante la comprensión de otros hombres2. Es preciso decir que el calificativo de bárbaro se daba al hombre y al mundo del otro lado de Grecia. Para el griego, el bárbaro era el extranjero, el no griego, el salvaje e inculto. La marginación y la barbarie eran dadas a partir del propio lenguaje y del mundo al que este lenguaje daba sentido. Siglos después, el término bárbaro fue utilizado por los europeos para referirse a los habitantes del Nuevo Mundo. Por esto, Europa es ahora el nuevo centro de poder, el cual convertirá la supuesta barbarie de los pueblos al margen, en nueva expresión de civilización. Europa mantendrá la relación civilización-barbarie como expresión de sus relaciones con pueblos situados en sus límites. Incluso con Rusia por su estrecha cercanía con pueblos como los mongoles, e Iberia –España y Portugal– por su relación con los árabes del norte de África, pues estas relaciones originaban mestizajes tanto raciales como culturales. Es claro que la civilización para estos pueblos europeos era entendida no como forma de incorporar a otros hombres y pueblos, sino como una forma de dominar la naturaleza, y con ello, a sus gentes, cuya humanidad se consideraba en entredicho. Aquí debo remitirme a La Tempestad de William Shakespeare, donde se muestra por medio de la comedia, cómo el colonizador encarnado en Próspero difama al 2 ZEA, LEOPOLDO. Discurso desde la marginación y la barbarie. ANTHROPOS, Barcelona, 1988, p. 23. 26 colonizado, que en este caso será Calibán, figura que representa al bárbaro y salvaje. Es Próspero quien dota de lenguaje a Calibán. No hay que olvidar que ese lenguaje pertenece al mundo del opresor, un mundo que no le es propio al oprimido, pues lo que Calibán puede expresar a partir de sí mismo es para Próspero bárbaro y salvaje, un lenguaje en el que sólo se le da cabida al balbuceo. Veamos: “Me tome la molestia de que supieses hablar. A cada instante te he enseñado una y otra cosa. Cuando tú, hecho un salvaje, ignorando tu significación, balbucías como un bruto, doté tu pensamiento de palabras que lo dieran a conocer”3. Calibán en el mundo y en el lenguaje de Próspero es un esclavo, pues su conocimiento a través de la palabra, del lenguaje, jamás llegará a ser como el de su amo y señor. Aunque aprendiese, su origen salvaje le impedirá estar a la par de su opresor, pues el lenguaje de Calibán, no podrá ser jamás el de Próspero. Esta es la razón por la cual el esclavo ocupa un lugar inferior dentro del mundo de su amo. Ahora bien, la voluntad de Calibán se limita a la obediencia que depende de otra voluntad empoderizada. Sólo pueden aprender a obedecer lo mandado aquellos hombres que poseen una razón limitada a la obediencia, aquellos hombres que sólo balbucean, y estos hombres son los esclavos. Seres limitados racional y volitivamente. Esta idea la apropiara Europa en su conquista y colonización americana en el siglo XVI. Sin embargo, para Zea el ser humano es igual a todos los seres humanos gracias a su razón, pero su desigualdad radica en las limitaciones que la misma naturaleza física del hombre impone a la razón. De esto se sigue que lo limitado para el hombre es el uso pleno de su razón. Para el europeo, él es el único que tiene la capacidad de conocer y, por conocer, de mandar. El único capaz de dominar la naturaleza poniéndola a su servicio, servicio que le dará el bárbaro, el salvaje, a cambio de su adoctrinamiento. Adoctrinamiento impuesto por el dominador, quien cree que debe sacar al bárbaro de su estado natural, de su salvajismo; ya que su cultura y modo de ser natural, no es el apropiado en el mundo del colonizador. Los no civilizados al hablar desde su supuesta barbarie, hablan un lenguaje que para el civilizador es arduo de entender, y por eso es condenado al olvido y al rechazo. El encuentro entre Próspero y Calibán es el encuentro entre el conquistador y el conquistado, el colonizador y el colonizado, mostrando que el primero se impone sobre el segundo. Imposición que se da desde la esclavitud y el encadenamiento, pues hasta 3 SHAKESPEARE, WILLIAM. La Tempestad, en Obras Completas. Aguilar, Madrid, 1951, Acto I. 27 del propio lenguaje es despojado por ser „maldito‟: “Pero, aunque aprendieses, la bajeza de tu origen te impediría tratarte con las naturalezas puras”4. Es Próspero quien impone a Calibán una cultura que no es la suya, impone dominio, donde Calibán tiene que aceptar con resignación su papel de dominado. La figura de Calibán representa al mestizo de estas tierras americanas, afirma el escritor cubano Roberto Fernández Retamar en su libro Todo Calibán. Apuntes sobre la cultura en Nuestra América, quien se pregunta ¿Qué es nuestra historia, qué es nuestra cultura, sino la historia, sino la cultura de Calibán? El complejo del mestizo, al que Leopoldo Zea alude constantemente, es alimentado por Próspero quien ha esclavizado a Calibán arrebatándole incluso su tierra. Es este „Amo‟ y „Señor‟ de la isla, quien no deja de insultar a nuestro Calibán por su bastardía, por su impura humanidad y su vil origen. “Tú, ponzoñoso esclavo, engendro vil del mismo diablo, habido en tu maligna madre (…) Tan deformes son tu alma y tus costumbres como tu cuerpo”5. Es por un acto de „piedad‟ que Próspero, luego de la apropiación de la Isla, ubicada ésta en tierras del Caribe, enseña su lengua a Calibán para tratar de ennoblecer el espíritu de este salvaje en cuyo interior sólo actúan las fuerzas de la naturaleza –lo vemos en el Acto I–. De igual manera, Europa no sólo nos enseñó a hablar con su lengua, sino que con ella montó sobre nuestros hombros el peso de lo que tan ostentosamente ha llamado civilización, como el modelo de humanidad que deben seguir estos hombres –los indígenas o salvajes en el parecer occidental–, en los que ni siquiera la calidad de humanos parece clara. Es preciso decir que Calibán es la expresión misma de la naturaleza americana, que en la concepción europea es salvaje y bárbara. Calibán es el símbolo latinoamericano, pues representa a una cultura viva, existente, concreta, que ante la presión de Próspero ha dicho ¡Basta!, y ha echado a andar –afirma Retamar–. Una cultura en marcha, que ha sido gestada por el pueblo mestizo, para hacer frente a la pretensión europea de someternos a su supuesta „civilización‟. Por ello, frente al bárbaro y salvaje, hombre marginado de la cultura y civilización europea, será fundamental la preocupación por lo que constituye su identidad. Identidad como punto de partida para la afirmación de una humanidad –dirá Zea– que ha sido negada al hombre colonizado. 4 5 Ibídem. Ibíd., Acto V. 28 1.3. Maldición del Colonialismo Nadie coloniza inocentemente, tampoco nadie coloniza Impunemente; (…) una civilización que justifica la Colonización y por lo tanto la fuerza, ya es una civilización Enferma, moralmente herida… Aimé Césaire. Desde la época de la Colonia, los hombres de esta América han intentado mostrar su humanidad a Occidente, como si fueran los Hombres6 occidentales los proveedores de la calidad de lo humano, como si fuera Europa quien legitimara la humanidad de los demás pueblos, pretendiéndose los dueños únicos y absolutos de la humanidad y de la verdad. La pregunta por la existencia de nuestra cultura no debería extrañarnos, pues nosotros latinoamericanos hemos hecho ya esta pregunta varias veces, hemos preguntado por la posibilidad de una filosofía o por la existencia de la misma; esta pregunta está implícita en el libro de Salazar Bondy ¿Existe una filosofía de nuestra América? y el de Samuel Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México, entre otros. Este preguntar por la posibilidad de una filosofía en América Latina está ligado a la idea de diversidad de la que habla Zea. Esta diversidad consiste en el hecho en que nos sentimos distintos, ¿Acaso nos sentimos distintos del resto de los hombres? –se preguntará el filósofo mexicano–. En verdad, es una preocupación extraña afirma Zea, pues tanto los griegos, como los medievales, franceses, ingleses o alemanes, hicieron filosofía. Pero a ninguno de éstos se le ocurrió preguntarse jamás por la existencia de su filosofía, por si lo que estaban haciendo merecía o no el nombre de filosofía; simplemente pensaron, simplemente filosofaron sin más. 6 Zea hace esta distinción entre Hombres, para referirse a los europeos, y hombres (con minúscula), con respecto a los habitantes de los pueblos al otro lado de Europa, en este caso, a los indígenas de América. 29 La pregunta por qué clase de hombres somos, será la que marcará para Zea el problema que representa preguntar por una filosofía propia. Para el filósofo mexicano, el preguntar por la posibilidad de una filosofía en América no surge de la nada. Esta pregunta nos fue impuesta, y a través de los años no hemos hecho más que replantearnos la posibilidad de una filosofía propia que legitime nuestra humanidad venida a menos. Para los latinoamericanos, respondernos esta pregunta significaría asumir el destino marcado por los europeos y seguir los caminos de la llamada Historia Universal, esto es, la historia del mundo occidental, la Historia Universal de la que no hicimos parte. Preguntarnos por la existencia de una filosofía propiamente americana, es un asunto fijado por los europeos. Esta Europa, lo mismo la cristiana que la moderna, al trascender los linderos de su geografía y tropezar con otros entes que parecían ser hombres, exigió a éstos que justificasen su supuesta humanidad. Esto es, puso en tela de juicio la posibilidad de tal justificación si la misma no iba acompañada de pruebas de que no sólo eran semejantes sino reproducciones, calcas, reflejos de lo que el europeo consideraba como lo humano por excelencia7. Este querer justificarnos, que a la vez es impuesto, lleva implícito el complejo de inferioridad. Este complejo de inferioridad se manifiesta en un sentimiento de inferioridad que surge al querer demostrar nuestra humanidad. Humanidad que el europeo pretendió negar, como lo muestra la polémica sobre la esencia de lo humano y la relación que pudiera tener esta esencia con los extraños seres que habitaban el Nuevo Mundo. Al igual que lo griegos en la antigüedad habían negado la humanidad de los no griegos, es decir, de los bárbaros, de los que balbuceaban, y a la vez habían justificado la esclavitud y el predominio sobre cualquier pueblo no griego, los europeos se comportaron no sólo de la misma forma con América, sino también con África y Asia; marginando así a los pobladores del otro lado de Europa, considerándolos subhombres, subdesarrollados y exigiéndoles legitimar su „supuesta humanidad‟. La polémica sobre la esencia de lo humano, la trabajará Las Casas enfrentándose a Sepúlveda, y Clavijero, oponiéndose a De Pauw y Buffon. Nosotros en Latinoamérica hemos dudado sobre nuestra capacidad de hacer filosofía. Nos hemos preguntado y nos seguimos preguntando si lo que hacemos merece el nombre de filosofía, si alguno de nuestros pensadores merecerá ocupar un lugar importante en la llamada “Historia de la 7 ZEA, LEOPOLDO. La filosofía americana como filosofía sin más. Siglo XXI, México, 2001, p.13. 30 Filosofía”, todo esto debido a dicho complejo de inferioridad que cargamos en nuestra historia, en nuestra espalda. 1.3.1. Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo – Exaltación y defensa de América Nuestro filosofar en América comienza con la disputa sobre la esencia de lo humano y la relación que pudiera tener esta esencia con los habitantes del Nuevo Mundo. Antonello Gerbi tratará la polémica tesis de la inferioridad de América –frente al Viejo Mundo– dada a conocer de forma general por Hegel. Debe aclararse que no fue Hegel el inventor de esta tesis, sino uno de los que la adoptó. Gerbi arranca por Buffon, pues los escritos de este gran naturalista francés alcanzan a mostrar observaciones, juicios y prejuicios que hasta ese entonces se tenían sólo como sorprendentes noticias de tierras lejanas. Noticias que llegaban gracias a los viajes de algunos exploradores y naturalistas de la época, aquellos que viajaron al Nuevo Mundo: América. A partir de Bufón, la tesis de la inferioridad de la naturaleza americana empieza a tener gran acogida por unos y un gran rechazo, con grandes voces de protesta, por otros. De Pauw sigue esta gran trayectoria –la que apoya la inferioridad– que llega a su cúspide con Hegel. Para De Pauw, por ejemplo, la opinión que éste tiene sobre América es clara: “La naturaleza del hemisferio occidental no es imperfecta: es degradada y decadente” 8, además de ser débil y corrupta, inferior y degenerada. Mientras que para Hegel, la división de un Mundo Viejo y un Mundo Nuevo, proviene del hecho de que este último <<América>>, ha sido descubierto tardíamente. América en su carácter esencial tiene un aire más juvenil que la vieja Europa, la cual cuenta con una formación histórica más completa frente al Nuevo Continente. Todo en América es „nuevo‟, lo que significa para Hegel inmaduro9 y débil. La debilidad de los americanos se reconoce fácilmente en todo, incluso en la estatura, afirma el filósofo. Mientras que ningún pueblo del Viejo Mundo, en conjunto, ha sido sometido alguna vez por otro continente, América entera ha sido presa de Europa. Muestra de ello 8 GERBI, ANTONELLO. Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo. Banco de Crédito del Perú, Lima, 1943, p. 42. 9 Entiéndase por inmaduro en Hegel, “lo no sistematizado todavía, lo no perfectamente conocido, o sea, el continente cuyo conocimiento era inmaduro”. GERBI, ANTONELLO. La disputa del Nuevo Mundo. FCE, México, p. 538. 31 es el hecho de que sus pueblos indígenas están despareciendo, pues la raza americana es una raza débil para Hegel, quien concluye diciendo que necesariamente la civilización salvaje americana tenía que desaparecer a la llegada de “la incomparable civilización europea”, ya que “los aborígenes no valían nada”. De igual manera habla Juan Ginés de Sepúlveda de los habitantes del Nuevo Mundo, en la controversia que tuvo lugar en la ciudad Valladolid, en 1550. Sepúlveda afirma que la guerra contra los indígenas es justificable, ya que éstos son pecadores por idolatrar varios y falsos dioses, y por practicar el canibalismo y otras conductas antinaturales. Además, por ser incapaces de gobernarse a sí mismos. También critica la inferioridad de éstos por el hecho de no ser iguales a los europeos. Corresponde a Bartolomé de Las Casas y a Francisco Javier Clavijero el esfuerzo por demostrar que los indígenas americanos y los nacidos en América, en nada difieren de los hombres de Europa. En cuanto a la cultura y religión de los indígenas, Clavijero y Las Casas afirman que los indígenas conocían la moneda, el hierro y el cobre, la escritura en jeroglíficos, el calendario y muchas cosas más. Poseían „una lengua rica y leyes sabias‟; además, su arquitectura era de comparar con la de otras civilizaciones. Pero lo que ellos no conocían, no es prueba para demeritar sus capacidades. En la religión, el padre Clavijero llega a defender el paganismo indígena, y con cierta dificultad, los sacrificios humanos. Clavijero afirma que en los sacrificios los indígenas –mexicanos– eran sanguinarios, bárbaros y crueles. Pero esto en comparación con lo que han hecho naciones del Viejo Mundo, no es nada. Además, los hombres sacrificados eran por lo general los esclavos de guerra y aquellos otros merecedores de la muerte. No sólo ofrecían a sus dioses victimas humanas, sino también animales. La visión que tenía el padre Clavijero, con respecto a los sacrificios humanos era un poco diferente a la del padre Las Casas. Para este último, los sacrificios humanos de los pueblos practicantes, demuestran un concepto altísimo de la Divinidad, ya que sus ofrendas eran en algunos casos, lo más preciado para los indígenas, sus propios hijos. Lo podemos ver en la siguiente cita referida a los aztecas, pues éstos, al ofrecer “la más excelente y más preciosa y más costosa y más amada de todos naturalmente, y más provechosa de las criaturas, mayormente si los que sacrificaban eran hijos…tuvieron mejor y más noble 32 concepto y estimación de sus dioses”10. Con respecto a la antropofagia, Las Casas la defendía, excusándola como práctica sagrada. Era más una cuestión religiosa que cualquier otra cosa, no había maldad alguna en ella. 1.3.2. Dominación y dependencia Es a partir de la polémica de Las Casas con Sepúlveda sobre la esencia de lo humano, que en el siglo XIX surge la pregunta por la existencia o inexistencia de un filosofar propio. En la polémica no sólo el derecho al Verbo, Logos o Palabra queda puesto entre paréntesis, también, la esencia del hombre de esta América. Observa Zea: En último término, preguntar por la posibilidad de una filosofía es preguntar por el Verbo, el Logos o la Palabra que hacen, precisamente del hombre un Hombre. Y este preguntar nos ha sido impuesto, nos fue planteado y los hombres de esta América, porque también lo son, no hacen sino replantear el problema11. De esta manera, vemos cómo el problema de la posibilidad de una filosofía propia, está relacionado con el regateo o negación de la humanidad latinoamericana hecha por Occidente. “Al regateo o negación de humanidad, los hombres de esta America, como ahora los hombres de otros continentes sometidos a la misma negación, argumentarán, contestarán, tratando de mostrar su propia humanidad, y son estas argumentaciones las que inician y continúan lo que hemos llamado nuestro extraño filosofar”12. Este extraño filosofar al que Zea hace referencia, consiste en los repetidos intentos de imitar modelos ajenos por parte de los pensadores latinoamericanos. Esto obedece al deseo de adaptarse al arquetipo que los occidentales formaron del hombre, su Hombre. Al ser negada la humanidad de los habitantes de estas tierras por los colonizadores europeos, la pregunta por la existencia de lo propio en la cultura o filosofía, es válida. Por tanto, al considerarse el europeo el hombre por excelencia y considerar a su pueblo como el que decide y conduce el destino del mundo, en nombre de esta idea, exigirá la justificación de la humanidad de los demás, tanto de los indígenas, como de los hombres nacidos en América, es decir, los mestizos y criollos. Esta es la razón por la que los americanos son considerados por Europa subhombres, apenas aspirantes a Hombres. Discriminación que origina la pregunta por nuestro derecho al Verbo, Logos o Palabra, esto es, por nuestro derecho a tener una filosofía en América Latina. 10 Ibíd., p. 116. ZEA, LEOPOLDO. La filosofía americana como filosofía sin más, op. cit., p.12. 12 Ibíd., p. 15. 11 33 No obstante, serán europeos –misioneros–, quienes se encargarán de revelar la humanidad de los habitantes del Nuevo Mundo. Éstos tratarán de mostrar „la verdad ofuscada por una turba increíble de mentiras‟, afirma el padre mexicano Clavijero. Los misioneros combatirán las denigrantes e infames opiniones que de América se tenía por ese entonces. Con una mirada comprensiva, mostrarán lo que de precristiano tenían los hábitos y costumbres de los nativos de América. Ser como el cristiano, como el europeo, será la meta a alcanzar para cerrar ya el paréntesis de la negación de nuestra humanidad. De lo anterior se sigue que Europa forje un concepto de humanidad en el que lo distinto y diferente a ellos, será la justificación de la dominación, de la desigualdad entre los pueblos que no son Europa. De esta manera, el modelo o arquetipo de lo humano creado por Occidente, será el impuesto en su expansión universal a los pueblos subordinados y esclavizados. Los pueblos de América para Europa, son pueblos disminuidos en su humanidad por lo que llevan de indígenas; y los nacidos allí, también son degenerados por la mezcla que llevan de hombres que no podían justificar su humanidad. Por indígenas, mestizos y criollos, los americanos son responsables de dicha subhumanidad, y a su vez, del subdesarrollo con que se encontraron por su incapacidad para pensar en el progreso. Es preciso decir que el proyecto de colonización ibero es analizado por Zea a partir de la polémica Sepúlveda - Las Casas. Tanto el uno como el otro trataran de imponer su cultura a los nativos del continente, argumentando que la cultura cristiana es superior a la cultura indígena. Las afirmaciones que hace el padre Las Casas en favor de los indígenas, no suponen en el fondo más que la negación de su condición humana, supuestamente afirmada contra Sepúlveda. “Las afirmaciones a favor de la naturaleza humana de los indígenas no bastarán para convencer, no sólo a cristianos sino también a filósofos de la modernidad, de que estos indígenas son también hombres”13. Desde esta concepción de Las Casas se llevará a cabo la colonización ibera, en la que el misionero ayudará al indígena a incorporarse a su arquetipo, es decir, al arquetipo de hombre europeo. Al indígena se le educará y enseñará a encontrar su humanidad por medio del cristianismo, pero, a su vez, por medio de esta evangelización se le negará su 13 Ibíd., p. 13. 34 cultura, su naturaleza, su libertad, su humanidad, a través, de la dominación impuesta o cristianización. Para los misioneros las leyendas, historias, formas de vida y moral de los indígenas, mostraba que, si bien no habían oído hablar de Cristo, eran cristianos, o bien dispuestos a adoptar la doctrina que hace del hombre un hombre. Como todos los hombres –los indígenas– buscaban a Dios, y como todos los hombres, trataban de salvarse de él. Creían encontrarlo en toscos ídolos, pero detrás de estos ídolos, por toscos que fueran, no estaba Satanás, sino Dios mismo. El Dios del que, gracias al descubrimiento, les podían hablar quienes lo representaban. Los indígenas eran hombres, y eran hombres porque aún sin saberlo se habían comportado como cristianos. Todo el problema consistía ahora en hacerles concientes de este hecho14. Así, la filosofía Latinoamericana del siglo XIX, en base al planteamiento sobre la existencia o posibilidad de un filosofar propio, será el tema a tratar por numerosos pensadores y filósofos de nuestra América. Para Zea, el sólo hecho de cuestionarse e intentar solucionar la pregunta, es ya hacer filosofía americana; puesto que trata de resolver el problema y reflexionar sobre el mismo. 1.3.3. Europa como arquetipo de la humanidad. Distintos pueblos de Europa, tanto los iberos como los ingleses, franceses u holandeses –Estado Unidos también se encuentra en esta lista– han ejercido su poder sobre otros pueblos, negándoles su libertad. Esta dominación fue obtenida gracias al empleo de diferentes mecanismos de opresión y explotación, para así poder controlar o manejar, la humanidad de aquellos hombres de acuerdo con sus intereses. Fueron los pueblos europeos quienes definieron al hombre, creando un arquetipo universal, que sirvió para dominar a los pueblos que no encajaban en dicho modelo. Así pues, la negación de la humanidad llevada a cabo por Europa, y tiempo después por Norteamérica, servirá para justificar su hegemonía en nuestra historia. Es al hombre occidental, al cual deben asemejarse los demás hombres, para poder ser partícipes de la Historia Universal, de la historia del hombre. La negación de la humanidad de los pueblos no europeos, surge del que Europa se considere a sí misma como civilizadora de los demás pueblos del mundo. Se impone y 14 Ibíd., p. 17. 35 expande sobre la tierra, a la vez que somete. Hace prevalecer sus intereses y su arquetipo de hombre. No sólo niega la humanidad de quienes no le son cercanos, sino que también la excluye. Además de controlar y generar dependencia y soberanía. En pocas palabras, Europa es la encarnación de la cultura y civilización del hombre. Es de manera violenta como se incorpora el hombre americano a la civilización occidental; se incorpora cultural y moralmente marginado por su propia naturaleza, disminuido así por la gran civilización europea. ¿Civilización o Barbarie? ¿Progreso o retroceso? Son las disyuntivas que plantea Zea para hacer evidente el nuevo hombre que subyace como prototipo y que se impone como modelo a seguir desde Europa. Necesariamente las disyuntivas van recargadas hacia la elección de la civilización sobre la barbarie, del progreso sobre el retroceso, ya que la civilización nos remite al arquetipo del hombre impuesto por Occidente. ¿El arquetipo a realizar debe ser Europa? ¿La Europa que ha originado la cultura occidental? ¿Qué es lo que hace del hombre un Hombre? ¿Qué pasa entonces con el filosofar latinoamericano? ¿Qué soy como hombre y cuál es mi puesto entre los hombres? Son algunas de las preguntas que nuestros próceres como Sarmiento, Alberdi y Bilbao, se plantearán. Nuestros próceres anhelan una América que, al igual que Europa, cree un conjunto de culturas nacionales semejantes a ésta. Europa y Norteamérica serán el ideal filosófico y cultural de hombre a alcanzar. Frente a la pregunta por una posible filosofía latinoamericana y, a su vez, nacional, Juan Bautista Alberdi considera que no existe una filosofía universal porque las cuestiones que constituyen el objeto de la filosofía han de buscar soluciones específicas. Vamos a estudiar la filosofía evidente: pero a fin de que este estudio, por lo común tan estéril, nos traiga alguna ventaja positiva, vamos a estudiar, como hemos dicho, no la filosofía en sí, no la filosofía aplicada al mecanismo de las sensaciones, no la filosofía aplicada a la teoría abstracta de las ciencia humanas, sino la filosofía aplicada a los objetos, de un interés más inmediato para nosotros; en una palabra, la filosofía política, la filosofía de nuestra industria y riqueza, la filosofía de nuestra literatura, la filosofía de nuestra religión y nuestra historia (…) Nosotros nos ocuparemos sólo de la filosofía del siglo XIX; y de esta filosofía misma excluiremos todo aquello que sea menos contemporáneo y menos aplicable a las necesidades sociales de nuestros países, cuyos medios de satisfacción deben suministrarnos la materia de nuestra filosofía15. Para Zea, nuestra cultura como nuestra filosofía se encuentran en proceso de maduración, lo que no indica inferioridad alguna. Esta madurez por alcanzar es un signo 15 ZEA, LEOPOLDO. Filosofía y cultura latinoamericanas. Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos”, Caracas, 1976, p. 19. 36 de posibilidad que ya no poseen las culturas logradas, maduras y cumplidas, como Europa. Es esta la razón por la cual nuestro autor, en su libro Filosofía y Cultura Latinoamericanas, cree que la cultura en América se encuentra en una etapa de transición, la cual no puede ser vista como un signo de inmadurez. La filosofía latinoamericana es también expresión de esa transición, pues es una filosofía cada vez más conciente de su problemática y de su relación con lo humano en su aspecto concreto y universal. Este filosofar latinoamericano, este preguntar por las posibilidades de una filosofía que otorgue al hombre de esta América la respuesta que pide a sus interrogaciones, como la que se refiere a su ser como hombre entre hombres, es la que nos aqueja. Ahora bien, nuestro filosofar, nuestro pensar, no puede seguir cegado, tratando de semejarse a los modelos de la historia de la filosofía occidental; éste debe partir de una determinada circunstancia. La filosofía latinoamericana va a pensar en los problemas locales, problemas que piden ser resueltos con urgencia. Es claro que tales problemas a resolver, no tienen por qué ser los mismos de la filosofía europea, sino los problemas propios de las circunstancias y de la realidad que nos permea. Por tal razón, el filósofo mexicano se opone a tomar en préstamo el pensamiento europeo para pensarnos como miembros de la humanidad, pues de hecho somos humanidad y lo somos con nuestro propio cuerpo en nuestras propias palabras. Zea afirma que siempre ha existido una conciencia filosófica en América. Además la filosofía americana, al igual que la cultura de la misma, se encuentran en una etapa en la que predominan problemas concretos, los cuales no han podido ser solucionados. Es por esta razón que se dice que nuestra filosofía y cultura se encuentran en proceso de madurez. Y es debido a estos problemas que nos inquietan, que los filósofos latinoamericanos se vieron obligados, al contrario de los europeos, a pensar sus problemas y darles soluciones concretas e inmediatas. Nuestros filósofos se encontraron con la exigencia de que no sólo tenían que pensar, sino que al mismo tiempo debían resolver los problemas prácticos de configuración de las nuevas naciones. La relación entre el pensamiento y la acción era evidente, de su acción dependía la realización de sus ideas. Los problemas con los que se encontraron eran apremiantes y requerían de una solución urgente, motivo por el que dejaban a un lado la meditación académica, más por falta de tiempo que por interés 37 propio. Estos filósofos, lejos de crear sistemas y poder dedicarse a la meditación de la academia como lo hicieron los filósofos europeos, recogieron de la filosofía occidental el material que requerían para dar solución a sus problemas, utilizando sus sistemas, pero no copiándolos ni repitiéndolos. Los grandes maestros de la filosofía occidental (…) se habían preocupado también por su realidad concreta, por su historia, por el hombre (…) habían tratado de dar soluciones permanentes a los problemas del hombre (…) habían podido meditar más y con mayor rigor (…) por ello pudieron crear sistemas metafísicos mientras los otros – los filósofos latinoamericanos – sólo crearon esquemas morales, de acción social o de política inmediata. Los unos se vieron obligados a esperar el momento de la acción desde sus academias o liceos; los otros se vieron precisados a actuar sin descanso, pensando a caballo, escribiendo con la misma mano con que tenían que empuñar la espada para enfrentarse a su realidad16. La filosofía latinoamericana, al igual que la europea, al preocuparse por dar solución a los problemas concretos que su realidad le iba planteando, ha tomado como instrumento las categorías o sistemas conceptuales de occidente que ha considerado pertinentes, para de esta manera, expresar sus propios planteamientos. Ahora bien, la idea no es la de imitar, calcar o querer ser como Europa en el ámbito filosófico, es decir, adentrarnos en su arquetipo. No, la idea es “orientar la filosofía, y con ella la acción del filósofo hacia una meta auténticamente universal, por su reconocimiento de lo humano en cualquier forma en que se haga patente, sin discriminación social, cultural, religiosa, política o racial alguna”17. No se trata tampoco de que ahora sea el americano, como ayer el europeo, el que conceda o niegue la humanidad, de acuerdo con el ideal de hombre que se tenga, pues esta idea impide la realización de lo humano y, a su vez, nos involucra en la dinámica de la dependencia generada desde la expansión europea en el siglo XVI, la cual progresivamente se va convirtiendo en la característica común que afecta a numerosos pueblos, incluso en la actualidad. Son los pensadores y filósofos latinoamericanos quienes se lanzarán en la búsqueda de una filosofía y una cultura propia, original de los pueblos de América latina, y es dentro de esta filosofía que el Verbo, Logos o Palabra, dejará de ser prestado y pasará a ser propio. 16 17 Ibíd., p. 112. Ibíd., p. 20. 38 2. RENUNCIA AL PASADO COLONIAL La generación americana Lleva inoculados en su ser Los hábitos y tendencias de otra generación. En su frente se notan, si no El abatimiento del esclavo, sí Las cicatrices recientes de la Pasada esclavitud. Esteban Echeverría. 2.1. Latinoamérica y su afán por hacer una nueva Historia El hombre latinoamericano, en la medida en que fue haciéndose más consciente de sus relaciones de dependencia con un mundo que no consideraba como propio y de un pasado que consideraba ajeno, trató de romper definitivamente con tal mundo y con dicho pasado. El latinoamericano no tuvo otro camino que negar su historia por considerarla impropia; su historia y pasado fueron considerados ajenos y sin pertenencia alguna. El pasado fue visto como algo negativo, la raíz de todos los males y desdichas del pueblo latinoamericano. Este pasado colonial, esta herencia española, debían ser reformadas por completo. El pasado colonial español permeaba todo, estaba en la mente, en los hábitos y en las costumbres de cada pueblo del Nuevo Mundo. Debido a esto, el hombre latinoamericano se sentía imposibilitado para evolucionar como lo hacían los pueblos de Europa. Él había luchado por alcanzar su emancipación política, pero ésta resultaba inútil al carecer de una emancipación mental. Latinoamérica se había independizado de 39 la corona española pero nunca de España, <<Se ha arrancado el cetro de España pero nos hemos quedado con su espíritu>> dice Leopoldo Zea. Es esta la razón por la que los emancipadores mentales18, al darse cuenta de esta realidad, determinan eliminarla de una vez y para siempre, y se entregan a la tarea de arrancarse una parte de su propio ser, su historia. El mismo empuje y valor que el español puso para dominar estas tierras e imponer sus hábitos y costumbres, lo puso el latinoamericano para librarse y arrancarse tales hábitos y costumbres. Sin embargo, el pasado no es algo que se elimine así, sin más. El pasado si no es plenamente asimilado, seguirá siempre presente en cada acto realizado por el hombre de esta América, en cada gesto el pasado se patentizará. 2.1.1. Repudio al pasado colonial Empezar como si nada estuviese hecho, hacer una historia desde sus inicios, son actitudes que se han presentado en la historia de la cultura y también en la historia particular de cada individuo. En épocas de crisis, de grandes decepciones, suele surgir ese afán por empezar todo de nuevo. Al hombre le ocurre lo mismo, pues en determinados momentos de su vida suele sentir este mismo afán por escapar a sus circunstancias, a su realidad. Actuando de esta forma cree poder eludir los compromisos que su situación en el mundo le ha impuesto, e incluso en ocasiones en las que la madeja de la historia parece enredársele y complicársele, éste se siente impulsado a escapar del enredo, mas no a desenredarlo. Imagina así mundos sin complicaciones, mundos sin compromisos y también mundos sin problemas. Y es exactamente esto lo que le sucedió a hombres de la América Latina, a los llamados emancipadores mentales. Estos hombres decidieron rebelarse contra su pasado y, con ello, contra las responsabilidades que éste implicaba. De un solo golpe trataron de romper con él, lo negaron intentando empezar una nueva historia como si nada hubiese sido hecho antes. El pasado o el futuro fue el dilema planteado por Sarmiento, Alberdi, Bilbao, Lastarria, Echeverría, Bello, Mora, de la Luz y Caballero y otros más. Para alcanzar el futuro ideal estos hombres creyeron necesario renunciar irrevocablemente al pasado. Ese pasado hispanoamericano que no era otra cosa que la absoluta negación de los nuevos ideales, los cuales diferían de los heredados en la colonia. Aquello que aspiraban 18 Sarmiento, Bilbao, Alberdi, entre otros. 40 ser lo encontraron en Inglaterra y en Estados Unidos, quienes representaban la máxima expresión de la civilización. Sus constituciones políticas, su filosofía, literatura y cultura en general, fueron los modelos conforme a los cuales los latinoamericanos pretendieron hacer su nueva historia. La nueva civilización que irrumpía era negación de la España colonial, por esta razón, era necesario elegir entre el predominio absoluto de la Colonia o el predominio absoluto de los nuevos ideales libertarios. No podía haber conciliación alguna, pensarla era el más grande error. Necesariamente para los emancipadores, tenía que imponerse uno de estos términos, exterminando así al opuesto, ¡Civilización o Barbarie!, da a elegir el argentino Domingo Faustino Sarmiento, ¡Republicanismo o Catolicismo!, grita el chileno Francisco Bilbao, se debía elegir entre lo uno o lo otro, renunciar al pasado o renunciar al futuro. Surge entonces una generación de reformistas hispanoamericanos que sueñan con transformar y acabar los hábitos y costumbres del pasado colonial, para así alcanzar una auténtica independencia, es decir, alcanzar la tan anhelada „emancipación mental‟. Estos próceres de la emancipación mental se enfrentan al despotismo del pasado como otrora sus abuelos se enfrentaron a la dominación del gobierno español. “Cayó el despotismo de los reyes, y quedó en pie y con todo su vigor el despotismo del pasado. Estaba terminada la revolución de independencia política y principiaba la guerra contra el poderoso espíritu que el sistema colonial inspiró en nuestra sociedad”19, afirma José Victorino Lastarria. Además, consideran estos reformistas que la emancipación mental sólo podrá alcanzarse repudiando la herencia que nos dejó España. Pues España estaba así en la mente y en los hábitos de los hispanoamericanos, era ella la causante de los males sufridos por cada uno de estos hombres. Sin embargo, lo que no pudieron entender los emancipadores es que el pasado lo llevaba el latinoamericano dentro, lo llevaba en todo su ser, lo llevaba en su sangre, era casi imposible desprenderse de él. Razón por la cual el futuro no acababa de hacerse presente, ni el pasado de hacerse pasado. De esta forma se hizo la historia del siglo XIX latinoamericano, una historia en la que unos hombres llenos de fe en el futuro representado por el progreso anglosajón, deciden negar todo su pasado por ser símbolo de retroceso y barbarie. Pese a todos los esfuerzos realizados, el latinoamericano siguió siendo latinoamericano, y su pasado siguió presente en su forma de vida, éste no pudo 19 ZEA, LEOPOLDO. El pensamiento latinoamericano. Ariel, Barcelona, 1976, p. 94. 41 ser arrancado. Latinoamérica por decisión propia, dice Zea, se convertía en un pueblo sin historia. La historia, nuestra historia, no existía. Latinoamérica se conformaba con ser eco y reflejo de algo que quería ser; pero que de hecho todavía no era y muy difícilmente llegaría a serlo. De esta manera, vemos cómo mientras Europa discutía su futuro, el latinoamericano tenía que seguir discutiendo su pasado. Para el filósofo mexicano es problemático que en pueblos como los de nuestra América, el pasado sea todavía un presente, y en algunos sigan existiendo formas políticas que se creían ya abandonadas como las utilizadas en la Colonia. Es necesario que estos pueblos asimilen su historia, pues al no haberla asimilado, pueden continuar sintiéndose amenazados por su pasado. De aquí la urgente necesidad de realizar dicha asimilación. Es menester que hagamos nuestra historia, estos es, que seamos conscientes de ella. Una historia que nos hable de los caminos que nuestro pasado ha tomado para no tener necesidad ya de volver a tomarlos, conocidas su experiencias. Es menester que podamos vivir el pasado como algo que fue y no como algo que aún no es. Es menester que vivamos el pasado en el recuerdo, en la experiencia realizada, en lo que, en suma, somos por haber vivido y no en lo que seremos por seguir viviendo20. Para Zea, no se trata de romper con la cultura y filosofía europeas, sino de asimilarlas para ponerlas al servicio de la solución de los problemas de América Latina. Así lo creyeron también algunos pensadores de nuestra América en contraposición con los emancipadores mentales; ya que se encontraron frente a sus problemas y señalaron el rumbo que debía tomarse. Conocieron diversas doctrinas filosóficas, pero lejos de repetirlas o imitarlas, las adaptaron a la realidad cuyos problemas trataron de resolver dándoles un sentido propio. La cultura europea debe servir, no para prolongar Europa, no como obra de imitación, sino como instrumento para nuestra cultura y filosofía. 20 Ibíd., p. 63. 42 2.1.2. La Colonia en la mentalidad latinoamericana El hombre de la frontera es el símbolo De la barbarie, no el símbolo del civilizador, Por ello es el expulsado, el desterrado. Leopoldo Zea. El latinoamericano del siglo XX continúa discutiendo apasionadamente, afirmando o negando la realidad que se le ha presentado. Continúa discutiendo la Conquista y la Colonia, éstas siguen vivas en su mente, en torno a ellas giran todas sus discusiones. Unas veces lo vemos afirmando la razón de los conquistados, otras la de los conquistadores. Unas veces justificando la Colonia, otras la Independencia. Para él, siempre está patente el problema de la dependencia y la independencia, siempre está ahí su pasado. Ese pasado es España y, con España, Europa. Él todavía no ha podido asimilar ese pasado, pues aún lo siente como algo que le es ajeno, aún no se convierte en auténtico pasado, pues sigue siendo un presente que no se decide a ser historia. En vez de tratar de resolver sus problemas, el latinoamericano no ha hecho otra cosa que acumularlos a lo largo de la historia. No había resuelto aún el tema del conquistado frente al conquistador, cuando resolvió hacerse liberal y demócrata, conforme a los modelos que le presentaban los grandes países modernos, especialmente los anglosajones. Aspirando también a establecer en su tierra burguesías semejantes a la gran burguesía europea, sin llegar a ser otra cosa que un pequeño servidor de ésta. Ayer luchaba contra España, luego contra la gran metrópoli, Estados Unidos. Siempre la misma lucha, la de su independencia. Una lucha no sólo política, sino también mental, es decir, una lucha frente a sus hábitos y costumbres. Ante esto podría decirse que el latinoamericano es ciego de cara a sus problemas, pues sólo le ve soluciones a través de los lentes europeos, además, vive como eco y reflejo del viejo Mundo, de Occidente. Eco y reflejo de ajena vida. De igual manera sucede con los Sarmiento, Bilbao y Alberdi, pues éstos siempre trataron de plantearse los mismos problemas y dar las mismas soluciones que la cultura europea se daba a sí misma. Sin embargo, debe decirse que la realidad con la que se encontraron, fue más 43 poderosa que su afán por escapar a su pasado presente. Pese a todos los subterfugios para eludir dicho problema, éste se patentizó cada vez más. Ahora bien, ¿qué es lo que se quiere borrar del pasado, por encontrársele contradictorio con el futuro que se anhela?, ¿qué es lo que se quiere de los otros y qué es lo que se mantiene de sí mismo? Son algunas de las preguntas que cabría hacerse frente a las justificaciones dadas por algunos hombres para acabar con la herencia ibera. Aquellos hombres que se empeñaron en borrar su pasado, para crear un futuro aparentemente ajeno de sí mismos, pero que consideraban era el adecuado. <<Ser como otros para ser sí mismo>> clamaban los emancipadores, ser como Inglaterra, Francia, Estados Unidos, esto es, adoptar las técnicas o instrumentos que han permitido a otros pueblos “el respeto del mundo y la felicidad de sus individuos”. Frente a este mundo, los pueblos latinoamericanos tenían que fortalecerse, aunque fuese a costa de la renuncia del pasado, de ese pasado que tanto estorbaba. Era preciso renunciar para poder construir el futuro, aquel futuro soñado, ese futuro que significaba el progreso de todos los pueblos de America Latina. Y esto fue lo que creyeron Alberti, Sarmiento y otros pensadores positivistas de su generación; ellos desarrollan sus premisas como proyectos que hacen parte no sólo de su nación, también de su continente, dándole primacía a una renuncia a la cultura europea, para así dar acceso a otra que posibilite el camino a la ciudadanía y a la nación. “la sociedad –establecía Lastarria– tiene el deber de corregir la experiencia de sus antepasados para asegurar su porvenir. ¿Acaso no necesita corrección la civilización que nos ha legado España?”21 Las políticas centrales, heredadas del positivismo, eran la industrialización, la educación o ilustración y la inmigración anglosajona. En países como Argentina, dichas políticas se implementaron desde el Estado, llevando a cabo la tarea de regenerar esa „realidad negativa‟ en la que se encontraban sumidos debido al pasado español. El regenerar la realidad estaba íntimamente ligado con la inmigración, ya que de esta manera se daría la tan anhelada “transfusión de sangre”; y con la educación, porque ésta permitiría un cambio en la mentalidad de los hombres de esta América, cambio que se traducía en progreso. Por esto, el referente de identidad que tenía Sarmiento, era el de construir una nación Argentina que se asimilara a Estados Unidos y a Inglaterra; no cabe duda – decía Sarmiento– de que estas dos potencias son la mejor encarnación de la 21 Ibíd., p. 93. 44 raza más civilizada, la cual se hace notar en su industria y en sus prácticas de civilización, es decir, la inmigración de la raza blanca, despreciando al indígena y al negro. Para el pensador argentino, se deben recibir hombres de otros pueblos, precisamente de aquellos que sean capaces de remediar el mal causado por los españoles al mezclarse con razas inferiores; y los emigrantes europeos son la solución a este problema, son éstos los únicos que pueden limpiar la raza, a éstos les debe Norteamérica su grandeza. Con gran pesimismo respecto a la raza latina, Sarmiento decía: Reconozcamos el árbol por sus frutos; son malos, amargos a veces, escasos siempre. La América del sur se queda atrás y perderá su misión providencial de sucursal de la civilización moderna. No detengamos a los Estados Unidos en su marcha; que es lo que en definitiva proponen algunos. Alcancemos a los Estados Unidos. Seamos la América, como el mar es el Océano. Seamos Estados Unidos22. Este ser Estados Unidos significaba arrasar todo lo que Sarmiento consideraba era la causa de las dolencias de América latina. Razón por la cual era necesario desarraigar todo lo que venía de España para poder así asemejarse a América del Norte. 2.1.3. “Sajonización” de Latinoamérica. Para Sarmiento, el origen e incapacidad del hombre de esta América se encuentra en la inferioridad de la raza española. La superioridad de Norteamérica la deriva Sarmiento de su capacidad para permanecer sin contaminación racial al no haberse mezclado con ninguna raza inferior, como lo hicieron los españoles al mezclarse con los indígenas del Nuevo Mundo. Para el regenerador argentino, era en vano el que los pueblos hispanos, trataran de copiar constituciones de Francia o de los Estados Unidos, pues siempre terminaban comportándose como descendientes de una raza incapacitada para la democracia. En el norte –decía – una raza europea pura ha engendrado una sociedad europeizada; en el sur una raza, más africana que europea, se ha mezclado con el indígena, lo cual es despreciable a los ojos de quienes anhelan ser como los habitantes del norte de América. “No esperemos nada de Europa que nada tiene que ver con nuestras razas. Algo puede venirnos de los Estados Unidos, de donde nos vinieron nuestras instituciones. (…) [Como consecuencia] los anglosajones no admitieron a las 22 Ibíd., p. 147. 45 razas indígenas ni como socios, ni como siervos en su constitución social” 23. Esta fue la base de su éxito, dice Sarmiento, pues el norteamericano, exento de toda mezcla con razas inferiores, ha podido conservar sus tradiciones políticas, sin que se degraden con la adopción de las impericias de la raza hispana. A la pregunta ¿cuál era el ideal a realizar en la lucha por la emancipación mental de Latinoamérica?, la respuesta que da Sarmiento insinúa la de ser un hombre con mentalidad moderna, ya que la mentalidad colonial –desde su óptica– nos había perseguido durante siglos. El dilema está entre el pasado y el porvenir. Seguir siendo un esclavo de viejos hábitos o, por el contrario, convertirse en un hombre libre con mentalidad de progreso como lo son los norteamericanos y los ingleses. Para esto, era necesario cambiar la educación tradicional moralista por una educación basada en las ciencias exactas, una educación orientada hacia la formación de hombres interesados en la industria, fuente de libertad y bienestar personal. Para Juan Bautista Alberdi, se debe implementar el idioma inglés, como idioma de la libertad, de la industria y del orden, éste debe ser aún más importante que el latín, pues para recibir el ejemplo y la acción civilizante de la raza anglosajona, es indispensable la posesión de su lengua. Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial, y para ello ser instruida en las artes y ciencias auxiliares de la industria. El tipo de nuestro hombre sudamericano debe ser el hombre formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y primitiva de nuestro continente24. La industria es el ideal de una nación independiente y a la altura del progreso. El trabajo, la industria y la riqueza, forman la firmeza y el noble valor de cada individuo, además de ser el único medio de encaminar la juventud al orden, como afirmaba el mexicano José María Luis Mora. Pero los emancipadores mentales saben que la riqueza industrial no es la única solución al problema de la emancipación mental de los pueblos latinoamericanos, ésta no es del todo suficiente, también es necesaria la ilustración de los pueblos para lograr la liberación de la mente; pues el progreso material solo es peligroso si no va acompañado de la educación del pueblo. El solo progreso no dará necesariamente origen a pueblos liberales y demócratas como los pueblos sajones, considera el chileno Lastarria, y afirma que la única solución al mal causado por España lo ofrece la educación, dejada a un lado por los próceres de estas tierras, quienes se 23 24 Ibídem. Ibíd., p. 192. 46 preocuparon más por el éxito de la emancipación política, que por los problemas educativos. Creíamos –dice el chileno– que la enseñanza política era la base de la regeneración, porque sin ella, ni era posible conocer y amar los derechos individuales y sociales que constituyen la libertad, ni mucho menos era dable tener ideas precisas sobre la organización política, sobre sus formas y sus prácticas, para poder distinguir las que sean contrarias de las fuerzas que son favorables a la república democrática25. De ahí que sea necesario acercarse al pueblo y educarlo para que deje a un lado la mentalidad colonial y, una vez hecho esto, se instruya en las artes, la filosofía, el positivismo como movimiento progresista y el enciclopedismo. Es la generación de éstos próceres, la de los nuevos emancipadores mentales, la que refleja un espíritu que le había sido ajeno a los latinoamericanos, el espíritu práctico y de progreso. 2.2. Latinoamérica en busca de su identidad América Latina pese a su innegable diversidad, se encontraba en la búsqueda de un inaplazable desarrollo dentro de la situación de dependencia a que había sido sometida y seguía siendo por los viejos y nuevos centros de poder de Europa y Norteamérica. Europa traería para los latinoamericanos, por un lado, la natural admiración y devoción por la cultura de origen en sus más altas expresiones y, por el otro, el sentimiento de su propia situación, la de destierro e inferioridad de una realidad y cultura en la que no cabían. Esto fue lo que sucedió en países como Argentina, la cual pese a los proyectos de la generación de los emancipadores mentales, aún permanecía en la colonia. La Argentina que creía haber formado Sarmiento seguía estando a la altura de los pueblos menos civilizados de esta América y del mundo. La generación civilizadora había dejado intacto el orden colonial; a lo máximo que había llegado era a cambiar la obediencia de un centro de poder por otro. La civilización, queriendo aislarse de la barbarie que representaba el indígena y el criollo, había reforzado las cadenas del pasado, de ese pasado colonial que era considerado como bárbaro. Era esta América Latina y mestiza, con sus abigarradas costumbres y con su sangre, expresión de la barbarie con la que no se quería relación o contaminación alguna por parte de emancipadores como Sarmiento. La disyuntiva planteada por éste, 25 Ibíd., p. 137. 47 „Civilización o Barbarie‟, dividió a la nación que se estaba creando o se quería crear. De la civilización se hizo un programa y de la barbarie se hizo un tabú. Sarmiento y su proyecto civilizador intentaron separar lo que necesaria y naturalmente estaba unido, lo que hacía parte de una realidad que no podía ni debía ser ignorada. Lo que Sarmiento no vio fue que civilización y barbarie eran la misma cosa, “No vio que la ciudad era como el campo”26, afirma el escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada. Sin embargo, es claro que los emancipadores mentales se equivocaron en su actitud frente al pasado cultural y filosófico de América Latina, pensaron que bastaba repetir e imitar los filosofemas de la filosofía europea para que su mundo hiciese parte del progreso en el cual estaba inmerso Occidente. Para Sarmiento parecerse o ser como los anglosajones –Norteamérica e Inglaterra– o países como Francia, era símbolo de civilización, además, hablaba en nombre de esta civilización, anulando a Latinoamérica y uniendo su destino junto al de los más grandes imperios: Europa y Estados Unidos. Facundo, es la obra en la que el prócer argentino condena a muerte a la realidad americana en la que él mismo se formó. Es al hombre de esta América al que se le persigue, critica y margina por ser mestizo, por ser indio. Es la realidad de esta América la que Sarmiento negó; poniéndola así al servicio de poderes extraños. Estos emancipadores mentales aceptaron una dominación cultural y la hicieron esencia de nuestro pueblo latinoamericano. Civilización o Barbarie, Civilización como una totalidad organizada y dominada por Europa, donde las colonias hispanas o neocolonias inglesas de América Latina quedaban inmersas dentro de la cultura impuesta por Occidente. La Barbarie es la exterioridad, es decir, el campo y la historia del indio, del mestizo, de la América Latina originaria y real, afirma Leopoldo Zea. 2.2.1. Vuelta a la realidad Latinoamericana Pese a todos sus pro y sus contra, la única realidad sobre la cual el latinoamericano podía apoyarse, era en la propia; pues las diferencias entre la América del Norte y la América del sur, se hacían cada vez más visibles. Dichas diferencias “vienen de la raza y de varios siglos de educación diferente” decía el pensador argentino Juan Bautista Alberdi, quien también sentía una gran admiración por los pueblos sajones, aún 26 Ibíd., p. 502. 48 sabiendo que esta admiración, no iba a cambiar la realidad americana. “Querer britanizar la raza española, es desconocer la naturaleza. Aunque –agrega el argentino– debemos sí, abrir anchas puertas entre nosotros a esa noble raza anglosajona”27. Al igual que Sarmiento, para Alberdi estas puertas a abrir deberán ser las de la inmigración. Pero estos pensadores en su afán por acelerar el triunfo de la modernidad y el progreso, se encontraron con grandes obstáculos en la realidad latinoamericana, obstáculos propios de sus circunstancias; diferencias que se hacen patentes al establecer la comparación entre las dos Américas. Ahora bien, para Alberdi cada pueblo debe tener una civilización propia y esto es lo que no ha hecho América latina, pues ésta sólo imita y repite lo que ve en las demás civilizaciones. Además, considera el prócer argentino, no puede haber dos pueblos que se desenvuelvan del mismo modo; pues este modo es propio, es único e individual, es el que constituye la civilización de cada pueblo. “No es hacer lo que hacen la Francia y los Estados Unidos, sino lo que nos manda hacer la doble ley nuestra y de nuestro suelo: seguir el desarrollo es adquirir una civilización propia, aunque imperfecta, y no copiar las civilizaciones extranjeras aunque adelantadas”28. Cabría preguntarse aquí ¿está esto en contradicción con el afán de hacer de América del Sur una nación semejante a los Estados Unidos? Todo lo contrario, para Alberdi los Estados Unidos representan el máximo desenvolvimiento del progreso, y esto es logrado de acuerdo a sus propias características, como el mantenerse sin contaminación racial para no degenerarse. Lo que se quiere para Latinoamérica es algo semejante, se quiere que esta sea en el sur, lo que Estados Unidos representa en el norte. Es decir, se quiere que ésta sea una nación a la altura del progreso universal, a la altura de los países más desarrollados; aunque se es conciente que el latinoamericano jamás llegará a ser como el sajón, pero al menos sí es posible educarlo de tal manera que pueda llegar a un nivel similar al de los representantes del progreso. Este gran sentimiento de admiración que tiene el latinoamericanos por los Estados Unidos, se deriva de su actitud negativa para con su propia situación histórica y cultural. Norteamérica no sólo es la encarnación de la modernidad, también es la encarnación de la libertad. Libertad que tienen por naturaleza, por el simple hecho de pertenecer a la raza sajona. “Sin Inglaterra y Estados Unidos –afirma Alberdi–, no habría libertad en el 27 28 Ibíd., p. 151. Ibíd., p. 152. 49 mundo – y agrega –, un país sin ingleses, es como un bosque sin pájaros”29. En la América del Sur, por el contrario, sus hombres tenían que enfrentarse al pasado para ser libres. Tenían que buscar sus modelos fuera de su propia cultura. Esta América tenía que realizar su propio esfuerzo para obtener la libertad, libertad que a la América del Norte se le dio por herencia. 2.2.2. Martí en defensa de Nuestra América Hasta que no se haga andar Al indio, no comenzará a andar Bien la América. José Martí. A partir de la realidad propia de América Latina, Sarmiento y la generación que en esta América se empeñó en la llamada emancipación mental de sus hombres, se propusieron echar por la borda el pasado, incluyendo allí todas las experiencias que formaban la realidad latinoamericana como las del indio, el español, el negro y el mestizo, al ser éstas consideradas como expresión de la barbarie. Sarmiento y su generación realizaron un gran esfuerzo –en vano– para cambiar la realidad en la que se encontraban inmersos como latinos, esfuerzo que se reflejó en el uso de la levita, la lectura del último libro europeo, la constitución estadounidense y la imposición de las más altas instituciones de la democracia y liberalismo occidental. También fue inútil la adopción del positivismo como filosofía educativa, que hiciese de los latinoamericanos los sajones del sur. Todo este esfuerzo fue inútil, la realidad seguía presente por más que se esforzarán en ocultarla. Allí seguía estando el indio, el mestizo, el mulato, el hombre concreto. De aquí se sigue una generación de pensadores latinoamericanos que nace en el siglo XX, la cual tendrá clara conciencia de los errores que cometieron sus antepasados y se esforzará por no repetirlos. José Martí será uno de los primeros en condenar el afán de la generación anterior por intentar borrar la realidad latinoamericana, pretendiendo levantarse desde la nada, la 29 Ibídem. 50 proyección de una cultura como la anglosajona, cultura de numerosas dominaciones. Para Martí, no es queriendo ser como otros que se va a anular la situación de dependencia del pasado latinoamericano; pues esos otros tomados como modelos por los emancipadores, llegarán a imponer nuevas formas de dependencia. No es imitando una civilización que se acabará la supuesta barbarie en la que está sumido el hombre de América del sur. No se trata de borrar al indio, al negro o al campesino, sino de hacerlo parte de la nueva realidad que se quería desechar, de la auténtica y nueva civilización arraigada en los hombres que podrían hacerla posible. Nuestra realidad, nuestra historia, ese pasado que en vano se ha tratado de ocultar, posee una extraordinaria grandeza. Grandeza sobre la cual se pueden elevar grandes naciones. Por esta razón se preguntará Martí en su libro Nuestra América. ¿En qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de la pelea del libro con el cirial, sobre los brazos abiertos de un centenar de apóstoles? A esto responderá afirmando que ese fracaso sufrido por quienes en el siglo XIX trataron de construir una nueva América, no estaba ni está en la realidad que se pretendió salvar, sino en la forma como se intentó. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia (…) el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en conjunto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo a aquel estado apetecible (…). El gobierno ha de nacer del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que los elementos naturales del país30. Lo anterior fue el fracaso de un pensamiento empeñado en negar su propia realidad viéndola como algo negativo. Esta realidad era el pasado colonial, pasado que era necesario destruir por la vía de la asimilación. Y a este pasado también pertenecía, quiérase o no, el hombre sobre el cual se hizo descansar cuatro siglos de coloniaje, el hombre al cual todavía se le sigue explotando y sacando de sus tierras, este hombre es el indígena. Ahora bien, la tarea a realizar consiste en dar consistencia y fortaleza a los pueblos de esta América, y esto no se lograría haciendo de los hombres de esta América los anglosajones del sur. Por el contario, la fortaleza se ha de encontrar en el 30 MARTÍ, JOSÉ. Nuestra América. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2005, p. 33. 51 latinoamericano, en el hombre que habita este continente <<América>>, en la realidad, en el pasado. En ese pasado conflictivo y sangriento pero que aún así no carece de grandeza, “la grandeza de los hombres que han hecho posible esta América siempre sedienta de libertad”31, dice Zea. Es la realidad de esta América, la que se convierte en expresión de la voluntad del hombre, voluntad como la única forma de defensa que lo salvará de nuevos encadenamientos, de nuevas formas de dominación. Una dominación que Martí, como Rodó y otros miembros de esta generación, había ya previsto y contra la cual alertarán a los hombres de esta América. Es esta la razón por la cual al terminar el siglo XIX e iniciarse el XX, el orgullo que el latinoamericano lleva dentro, vuelve a surgir. Se habla de una vuelta a lo propio, una vuelta a las raíces de los pueblos latinoamericanos. Es preciso decir que para el prócer cubano, el problema de la independencia frente a España y Occidente en general tiene que ver con el cambio en las mentes y con el cambio en el espíritu. Considera que si esta América habría de salvarse debía hacerlo con todo lo que en realidad era, es decir, con su violento pasado hispano, con sus indios, con sus mestizos. América tendría que salvarse con todo lo que es y con lo que ha sido. De otra manera quien se salvase sería un extraño y no este Continente. Aparentemente la propuesta de Martí coincide con la de Alberdi, Sarmiento y la generación de los emancipadores mentales, pero difieren en el modelo adoptado, lo que debería ser simple instrumento de realización de lo propio, se convierte en arquetipo y guía absoluto para los emancipadores. 2.2.3. Latinidad frente a sajonismo Había que transformar la realidad, pero partiendo de ella, conociéndola para así mejorar el presente. Había que asimilar lo mejor de otras culturas, pero asimilar, no imitar, no copiar más. Asimilar para potenciar, para completar lo propio y así entrar en la historia universal, la de todos los pueblos, la historia de la que Hegel había hablado. Para Zea, no se trata de destruir el pasado como tal, de arrasar una herencia, sino de asimilar sin borrar por completo las experiencias y los aportes de los pueblos de 31 ZEA, LEOPOLDO. El pensamiento latinoamericano., op cit., p. 456. 52 América. No se trata de cambiar un pueblo más o menos perfecto o imperfecto, sino de mejorar el propio sin renunciar a lo mejor del mismo. Surge de esta manera el pensamiento de José Enrique Rodó, que revaloriza el espíritu y cultura de América Latina y lo encarna en Ariel. Ariel es el espíritu del pueblo, el cual hace historia en la permanente lucha contra el egoísmo y los intereses de algunos individuos y de algunos pueblos. En el Ariel de Rodó se refleja el afán de sajonización en Latinoamérica como ideal para incluir a los pueblos de esta América en el progreso, donde las máximas potencias anglosajonas, Estados Unidos e Inglaterra son su máxima expresión. Para Rodó, a diferencia de Alberdi o Sarmiento, no hay propósito alguno en desnaturalizar el carácter de los pueblos americanos, para imponerles un modelo extraño, el modelo anglosajón. No todo es perfecto en el modelo a imitar, ni imperfecto en el propio, hay perfección e imperfección en ambos casos. Cabe preguntarse ¿tiene sentido esta imitación?, ¿vale esto una nueva subordinación, esto es, el pasar del dominio mental ibero al dominio mental sajón? Por supuesto que no. Es cierto que Rodó ve las grandezas del modelo que se quiere repetir, pero también ve las flaquezas del mismo. Flaquezas frente a las cuales los pueblos latinoamericanos pueden ofrecer sus propias expresiones de valores que no tienen por qué ser inferiores. Huérfano de tradiciones muy hondas que le orienten –dice Rodó de los Estados Unidos –, ese pueblo no ha sabido substituir la realidad inspiradora del pasado con una alta y desinteresada concepción del porvenir. Vive por la realidad inmediata del presente, y por ello subordina toda su actividad al egoísmo del bienestar personal y colectivo32. ¿Querría esto decir que los pueblos latinoamericanos deben apartarse de la marcha del progreso material? Todo lo contario dirá Rodó, el progreso deben hacerlo suyo, es decir, hacer parte de éste pero sin dejar de ser lo que se es, sin renunciar a lo propio. Pero esto no es así, pues el latinoamericano, tratando de escapar de sí mismo, ha caído en la trampa de un pasado inasimilado; se alza a su lado cada vez más fuerte el modelo tan anhelado de un poderoso pueblo, el pueblo anglosajón. Los Estados Unidos e Inglaterra serán la referencia para medir el progreso y desarrollo de Latinoamérica. Sin embargo, esta nación –Estados Unidos– crecía aceleradamente y hacía sentir su presencia en América Latina con su inevitable expansión. El hombre y la tierra de esta América, la América India, van a ser el centro de la preocupación de un pensamiento que aspira a dar sentido a una historia que parecía ya 32 ZEA, LEOPOLDO. Filosofía y cultura latinoamericanas., op. cit., p. 82. 53 sin contenido. Ante este hombre, Sarmiento alza su vos de protesta, pues él soñaba con una América poblada y colonizada por razas que consideraba capaces de hacer por estas tierras lo que razas semejantes habían hecho por Norteamérica. Debido al esfuerzo por borrar el pasado de esta América, considerando que éste mismo imposibilitaba el futuro, Sarmiento y su generación fueron llamados parricidas; pues se empeñaron en matar al indio y al español, a los padres de esta América, ya que con su muerte se posibilitaba la aparición de una utópica nueva vida. Arrancarse a España y aniquilar al indígena, fueron las consignas civilizadoras de estos hombres. Los parricidas se negaron a aceptar un pasado que consideraban impedía la posibilidad de realización de un futuro, su modelo a realizar lo ofrecían Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. Se aspiraba a cortar con el país de origen, y ya que la indigencia obliga a elegir una guía, se prefiere la de cualquier otro país extranjero antes que la del paterno. Los hijos también rechazan siempre los consejos del padre y prefieren los de los amigos experimentados, aun en el caso de que entrevean que estos últimos son menos sabios. Sarmiento con su Antihipanismo y su admiración por Estados Unidos, ilustra desaforadamente esta necesidad. Su vehemencia parricida, su presunción de inmoralidad, era tal que no sólo quería liquidar toda vigencia de España en la Argentina, sino que aspiraba a conformar el país, según otro país americano33. Se acaban así los sueños de generaciones empeñadas en modelar a los pueblos latinoamericanos de acuerdo con arquetipos sacados de occidente y Norteamérica. Es así como el pensamiento latinoamericano había tomado caminos que eran ajenos a su realidad, a la realidad de sus pueblos. Por esto, la decepción sigue al optimismo de quienes habían soñado con hacer de estos pueblos una nación semejante a la anglosajona. De aquí que los pueblos de Latinoamérica en su afán por arrancarse un pasado que consideraban extraño y ajeno, ese pasado que el mundo ibero les había impuesto en la colonia, llegaron a imponerse un nuevo coloniaje. 2.2.4. El indígena: Expresión de la realidad americana Es Sarmiento el implacable ideólogo de una burguesía no sólo argentina, también latinoamericana, la cual, como ya se ha visto, intenta trasladar a nuestras tierras, por ser la burguesía por excelencia, es decir, por ser anglosajona. Para ello necesita imponerla, como toda burguesía, sobre las clases populares, y así explotarlas y despreciarlas; esclavizando al negro y exterminando al indígena. Era éste el modelo que Sarmiento 33 Ibíd., p. 91. 54 tenía a su alcance y se propuso seguir con fidelidad. Martí, por su parte, es el vocero de las clases explotadas, del indio y del negro, los cuales se habían venido mezclando entre sí y con algunos blancos, dando lugar al mestizaje en nuestra América; mestizaje que Sarmiento repudia desde su natural y extremo racismo. El prócer cubano, por el contrario, es radicalmente antirracista, ya que es el portavoz de las clases explotadas y oprimidas, además defiende lo autóctono, lo verdaderamente americano. El hombre y la tierra, van a ser el centro de la preocupación del pensamiento del escritor peruano Manuel González Prada quien, al igual que Martí, considera que esta América ha estado dividida durante mucho tiempo y continúa sobre ella descansando, un dominio que en nada se diferencia del impuesto durante cuatro siglos de coloniaje. Nuevas potencias esclavistas siguen dominando al hombre concreto, al indio, al negro y al mestizo. Al coloniaje externo se suma el coloniaje interno, pues Occidente sigue imponiendo su hegemonía en el continente americano. A esto se une el viejo colonialismo con el neocolonialismo, y las oligarquías de las grandes potencias del mundo. Es sobre el indígena de estas tierras, sobre quien recae todo el peso, pues se le continúa negando la calidad de hombre, se le sigue considerando como expresión de la barbarie. “Donde se lee barbarie humana –dice González Prada– tradúzcase hombre sin pellejo blanco”34. Es preciso decir que ni el indio, ni el negro dejan de ser hombres por el hecho de tener un color de piel distinto al de la piel blanca de su opresor, aunque para este último la piel es símbolo de dominio y de explotación; pues el color de la piel negra o amarilla, representa la barbarie y la infrahumanidad. Una infrahumanidad que no podrá jamás acceder a la humanidad, pues jamás se dejará de ser negro o de ser indio, sólo será esto posible con el exterminio. Esta es la razón por la cual José Carlos Mariátegui, siguiendo a su maestro González Prada, declara “La suposición de que el problema indígena es un problema étnico, se nutre del más envejecido repertorio de ideas imperialistas. El concepto de razas inferiores sirvió al Occidente blanco para su obra de expansión y conquista”35 y, a la vez, rechaza la tesis de quienes pretendían, en el pasado, transformar a la “supuesta” América bárbara en una América civilizada mediante una inmigración blanca masiva, traída de Europa, la única posible de limpiar la raza. 34 35 ZEA, LEOPOLDO. El pensamiento latinoamericano., op. cit., p. 456. Ibíd., p. 457. 55 Con los Siete Ensayos de interpretación de la realidad peruana (1923), aparece en la historia del pensamiento peruano el primer análisis marxista del desarrollo andino. La elección de estos siete ensayos no es casual, recordemos que el autor produjo una extensa obra que se apila en veinte tomos, y responde al deseo de José Carlos Mariátegui de poner un nivel a la discusión sobre el problema indígena en el Perú, que a su vez era el problema del Ecuador, Bolivia, Guatemala, Colombia, etc. “Todas las tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a éste como problema económicosocial, son otros tantos estériles ejercicios teoréticos, y a veces sólo verbales, condenados a un absoluto descrédito”36. Para Mariátegui, el problema del indio no es un problema moral, ni un problema educativo, como lo hacen ver los opresores y las grandes potencias, quienes siempre encuentran razones morales para mantener su explotación sobre el indígena. El problema del indio es un problema económico que se apoya en el orden creado por la conquista, el cual nunca fue cancelado, por el contario, se acrecentó y se agravó a través de los años. De esta manera Mariátegui centra su análisis del problema del indio en el tema económico, es decir, la tenencia de la tierra: La crítica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía del país y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales. La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los "gamonales37. La existencia de un modelo económico semifeudal, donde el indio o campesino pobre son apenas arrendatarios o siervos, es el causante de múltiples problemas de la sociedad latinoamericana afirma Mariátegui. En la actualidad sigue existiendo una dependencia del campesino siervo ante los señores gamonales, quienes son los que deciden por quién se vota, qué cosa se cultiva, o cómo se vive. Es esta sumisión reflejada en los campesinos, muestra no sólo de un vasallaje, sino de una exclusión económica y social, como también de un atraso económico, lo que lleva al fortalecimiento de un sistema que no pretende ser modernizado, lo que pretende este sistema es prolongar en el tiempo el estado de las cosas. Ahora bien, este modelo se extendió desde México hasta Chile durante el siglo XIX y parte del XX, incluso en 36 MARIÁTEGUI, JOSÉ CARLOS. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Biblioteca Amauta, Lima 1959, p. 29. 37 Ibíd., p.30. 56 Colombia, en los últimos años se ha obrado un proceso de contra-reforma agraria que ha despojado de su tierra a miles de familias campesinas, hoy en día desplazadas, concentrado así la tierra en una minoría latifundista. Por tanto, para Mariátegui el que los campesinos e indígenas de América Latina no tengan acceso a la tierra, es un problema que se da por la dependencia económica, cultural y política que las elites imponen sobre las clases subalternas. Cambiar este orden y sus estructuras, hará de esta América Latina apartada de la América del Norte, una sola América, y de sus diversos hombres, el hombre sin más – afirma Leopoldo Zea–. La solución al problema del indio debe ser una solución social, y los protagonistas de esta solución deben ser los propios indios. De esto se sigue que para el pensador peruano el indígena se debe incorporar a la realidad en la que habita, por su propio esfuerzo y tomando conciencia de su humanidad, de lo que él es como hombre entre hombres, como igual entre iguales; a la vez, debe dejar a un lado la dependencia frente a quienes supuestamente otorgan y conceden libertades, pues la libertad sólo la puede alcanzar por sí mismo. A esto añade Mariátegui: Quienes desde puntos de vista socialistas estudiamos y definimos el problema del indio, empezamos por declarar absolutamente superados los puntos de vista humanitarios o filantrópicos (…) Nuestro primer esfuerzo tiende a establecer su carácter de problema fundamentalmente económico. Insurgimos primeramente, contra la tendencia instintiva –y defensiva– del criollo o "misti", a reducirlo a un problema exclusivamente administrativo, pedagógico, étnico o moral, para escapar a toda costa del plano de la economía (…) No nos contentemos con reivindicar el derecho del indio a la educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comencemos por reivindicar, categóricamente, su derecho a la tierra38. Frente a esta idea, el argentino Sarmiento años atrás alzó su voz de protesta, ya que soñó con una América poblada y colonizada por razas que consideraba capaces de hacer por estas tierras lo que razas semejantes habían hecho por América del Norte. Para Sarmiento el malestar de la cultura latinoamericana lo era el indígena y todas sus expresiones; para González Prada y Mariátegui, por el contrario, el indígena era el grito libertario de Latinoamérica. Por esta razón éstos se oponían a una sociedad sostenida sobre la concentración de la tierra y el poder terrateniente, ya que es un impedimento para el desarrollo económico del Perú y por ende de toda la América Latina. El carácter de la propiedad agraria en el Perú se presenta como una de las mayores trabas del propio desarrollo del capitalismo nacional. Es muy elevado el porcentaje de las tierras, explotadas por arrendatarios grandes o medios, que pertenecen a terratenientes que jamás 38 Ibíd. P. 41. 57 han manejado sus fundos. Estos terratenientes, por completo extraños y ausentes de la agricultura y de sus problemas, viven de su renta territorial sin dar ningún aporte de trabajo ni de inteligencia a la actividad económica del país. Corresponden a la categoría del aristócrata o del rentista, consumidor improductivo. Por sus hereditarios derechos de propiedad perciben un arrendamiento que se puede considerar como un canon feudal39. La explicación que da González Prada al problema del indígena en América, a este rechazo que se ve claramente en Sarmiento, tiene que ver con las situaciones impuestas por la colonia. La raza española no es mala, como tampoco lo es el indígena, el mal lo originó el encuentro de estas dos razas al quedar subordinadas la una a la otra; pues se formo así una raza de amos y otra de esclavos, los cuales eran instrumento de explotación por los españoles. Para González Prada, esto fue lo que trajo la conquista y la colonización del continente americano, la negación de la humanidad de unos hombres por otros que se consideraban el arquetipo de lo humano por excelencia. Es preciso decir que el pensamiento de este autor influirá en la ideología sobre la integración del indígena a la cultura americana, ya no se hablará de América, sino de Indoamérica. Se origina igualmente el movimiento político APRA –Alianza Popular Revolucionaria Americana–, el cual sostiene la incorporación del indígena a la vida cultural, política, social y económica de América; una incorporación que comienza por una revisión del pasado de las culturas indígenas y, a la vez, por la reivindicación de sus derechos como pueblo. Ahora bien, lo que quieren estos pensadores peruanos es que los pueblos indígenas se incorporen al progreso y prosperidad de cada nación y explican que la lucha de éstos no es regional, sino una lucha que se ha venido realizando en varias regiones del mundo. Una lucha pura y simplemente del hombre para poner fin a dominaciones que durante siglos le han impuesto otros hombres con diversos pretextos y justificaciones. Esta no es una lucha entre hombres de colores y hombres blancos, sino entre explotados y explotadores, entre amos y esclavos, de diversas regiones del mundo. Lastimosamente hoy en día algunos indígenas y también campesinos de América Latina, Asia y África no se han atrevido a levantar sus ojos y hacer parte de esta lucha. 39 Ibíd., p. 85. 58 3. AMÉRICA COMO CONCIENCIA Si queremos transformar a África en una Nueva Europa, a América en una nueva Europa, Confiemos entonces a los europeos Los destinos de nuestros países. Sabrán hacerlo mejor que los mejor dotados de nosotros. Pero si queremos que la humanidad avance Con audacia, si queremos elevarla a un nivel distinto Del que le ha impuesto Europa, entonces Hay que inventar, hay que descubrir. Si queremos responder a la esperanza De nuestros pueblos, no hay que fijarse sólo En Europa. Además, si queremos responder a La esperanza de los europeos, no hay que reflejar Una imagen, aún ideal, de su sociedad Y de su pensamiento, por los que se siente De cuando en cuando una inmensa náusea. Frantz Fanon. 3.1. Hispanoamérica y su conciencia histórica El problema central en la historia de la Cultura Iberoamericana, ha sido el de su situación como pueblos dentro del nuevo orden mundial que ha creado la cultura occidental. Este problema fue planteado a finales del siglo XVIII tanto en España y Portugal como en el continente americano; coincidiendo este con el mayor desarrollo y expansión de Occidente sobre el mundo entero. Inglaterra, Francia y Holanda crean imperios grandes y poderosos al tiempo que Estados Unidos se convierte en una gran y poderosa nación, expandiéndose así por toda la América del Norte. Frente a estos sucesos, los países iberos lejos de unificarse, se dividen tratando de ser el tipo de nación cuyo modelo es representado por los pueblos europeos que se encuentran en plena ascensión. Este tipo de acontecimientos lleva a que los iberos y la América del Sur se planteen una serie de problemas semejantes, siendo el problema central el de su 59 situación en el nuevo orden creado por la expansión occidental. Mientras España y Portugal toman conciencia de su marginalidad frente al mundo que Occidente está creando y buscan la explicación de las causas de lo que llaman su decadencia, los latinoamericanos, toman conciencia de la marginalidad de la cultura en que han sido formados y se preparan para la asimilación de la nueva cultura que se vislumbra en Occidente, la anglosajona. Es en el siglo XIX cuando surge la necesidad de definir el puesto que ocupa el hombre ibero en el mundo creado por Occidente. Esta discusión la dará España al preguntarse por la existencia de una ciencia española, y Latinoamérica al interrogarse por la existencia de una literatura, una filosofía, o mejor, una cultura americana. Preguntas como ¿somos nosotros también europeos? y, si lo somos ¿cuál es nuestro puesto en dicha cultura? ¿Cuáles son nuestras capacidades para colaborar en ella? Son las que pensadores latinoamericanos tratarán de resolver. Es preciso decir que estas preguntas sobre la existencia de una ciencia española o una ciencia Latinoamericana, en un principio, encontraron respuesta negativa, pues su mundo, el mundo ibero, no era otra cosa que pasado, lo que había sido, y no tenía por qué seguir siendo. Para cambiar esta situación, el ibero debía saltar de su situación concreta y limitada a lo universal, al universo creado por Occidente al expandirse; ese Occidente que en Hegel representaba la máxima encarnación del espíritu. A los pueblos iberos les faltaba conciencia de su relación con los demás, y era esta falta de conciencia la que les convertía en pueblos al margen de la humanidad, marginados respecto a Europa y, también, marginados respecto a la Historia. El problema cultural ibero, ha sido el de la incorporación de sus pueblos a la universalidad encarnada por Occidente. Por tal razón, el ibero tenía que trascender sus limitaciones como pueblo concreto para tomar conciencia de su papel como miembro de una comunidad más amplia. Tomar conciencia era la tarea a realizar por estos pueblos si querían dejar de ser pueblos marginales frente al progreso y frente a la Historia. 60 3.1.1. Dependencia y toma de conciencia La categoría de dependencia ocupa un lugar central dentro del pensamiento de Leopoldo Zea, pues constituye el hilo conductor de una filosofía de la historia en América Latina. Así mismo, es uno de los principales hallazgos con el que se ha venido comprendiendo nuestra historia, pensamiento y cultura. Es preciso decir que dicha categoría nos muestra un doble aspecto en tanto hace referencia a situaciones concretas que caracterizan la realidad, como también a la conciencia que de ella tengan los hombres y pueblos que están involucrados en tal situación. Zea analiza la dependencia y la conciencia desde las relaciones que existen entre nuestros pueblos. Estas relaciones en su mayoría son relaciones de poder entre pueblos subordinados, pueblos dominados y pueblos colonizados; y otros pueblos que son dominadores y colonizadores. Son estos quienes con sus actitudes someten a otros bajo su mandato y fueron los mismos pueblos occidentales quienes con su expansión, hicieron surgir, en parte, las relaciones de dominación y dependencia. América, como todos los pueblos, irá tomando conciencia de su realidad mediante un movimiento dialéctico en el que se enfrentan las opiniones de Europa sobre el ser y las que ella misma deduce al confrontarlas con lo que es en sí misma. Por un lado está lo que Europa quiere que sea y por el otro lo que en realidad es; a esto se suman las justificaciones que se da a sí mismo el europeo al imponer sobre el americano su dominio político, cultural y social, frente a la reacción del americano antes las justificaciones que le menoscaban. Es preciso decir que al hablar de toma de conciencia, se está haciendo referencia a una serie de hechos concretos, a una realidad viva y plena, tal como lo es la existencia humana. Sin embargo, al ser la conciencia algo propio de lo humano, la toma de conciencia es una de las más difíciles tareas del hombre. Tener conciencia, tomar conciencia, es algo que le pertenece al hombre; y es mediante esta toma de conciencia que el ser humano tratará de hacerse cómplice de la existencia de los otros, o de hacer a éstos cómplices de su propia existencia. Pero es esta complicidad la que implica las mayores dificultades, ya que siempre nos sentiremos más abocados a imponer nuestra existencia que a recibir la de los demás. Es en el diario convivir donde los hombres toman conciencia de su propia existencia y de la existencia de los demás. Pero esta toma de conciencia no siempre muestra una semejanza o una igualdad con los otros, también muestra la diversidad que 61 existe entre ambos, diversidad que puede llegar a la negación de dicha igualdad o semejanza. En esta toma de conciencia el hombre puede concebirse a sí mismo como donador y a la vez receptor de humanidad. Y precisamente es en esta diversidad existente que la relación con el otro, con su semejante, se torna problemática. Se pasa aquí del reconocimiento de aquello que lo hace semejante con los demás, al reconocimiento de lo que lo hace diverso de éstos. Es en la afirmación “yo no soy como tú, y tú no eres como yo” que reafirmo mi superioridad sobre los demás. El otro, mi semejante, sólo podrá ser hombre en la medida que se asemeje a mí. Al hacerlo mi semejante, le estoy imponiendo mi humanidad y, a la vez, estoy anulando su humanidad, lo que le hace ser hombre, su personalidad e individualidad. Es claro que no lo estoy haciendo mi semejante, por el contrario, lo estoy convirtiendo en un instrumento y prolongación de mi propia existencia. No es del propio interés lo que el otro sea como individuo, pues lo que le interesa al donador de humanidad es lo que el otro pueda ser como una prolongación de su individualidad. Tomar conciencia es, entonces, saberse en relación con los otros. Esto es, reconocer en el otro al individuo que también es, no imponiéndole otra individualidad, sino reconociéndole la propia, y a la vez que éste reconoce la mía, debe reconocerme como su semejante; porque tomar conciencia es saberse igual que los demás, hacerse cómplice de la existencia de estos, al mismo tiempo que estos se hacen cómplices de mi existencia: “Lo humano no es lo que separa o distingue sino lo que asemeja”, diría Zea. Ahora bien, la historia de la cultura es la historia de la lucha que realiza el hombre para situarse ante los otros y para situarse ante sí mismo. Se trata de una lucha amarga y dolorosa en la que se hiere y se es herido, una lucha en la que las heridas recibidas y las dadas, dan al ser humano conciencia de su realidad, conciencia de su humanidad, conciencia de su ser hombre, a diferencia de otros entes que jamás podrán por sí mismos, tener conciencia de su ser. Esta conciencia de lo humano se da en la historia a través de una serie de afirmaciones y negaciones que Hegel ha llamado dialéctica. A partir de estas luchas, el hombre se enfrenta a sus semejantes tratando de cosificarlos; y es aquí donde se entabla una situación dramática, ya que requiere la afirmación de su existencia para alcanzar seguridad, para ser reconocido como igual y semejante. Sirviéndose así de toda clase de subterfugios, intentará negar la humanidad de los otros, y pedirá a estos el reconocimiento de la propia. Esto es lo que Zea ha llamado regateo o negación de humanidad. 62 Se entabla así una lucha de carácter dialéctico mediante la cual se regatea y concede humanidad. Este regateo se ve en la imposición brutal de una cultura, en la conquista por la fuerza de los europeos sobre habitantes del continente recién descubierto, América. Estas formas violentas de dominio son formas con las cuales el hombre cree afirmarse negando a sus semejantes toda igualdad. Los otros, es decir, sus semejantes, mediante una serie de falsas justificaciones son rebajados en su ser de hombres; son convertidos en esclavos, siervos u obreros. Se establecen múltiples formas de discriminación justificadas en la pigmentación de la piel por ser esta negra, morena o amarilla, más no blanca. Justificaciones apoyadas en la clase social a la cual cada individuo pertenece, no por elección propia, y justificaciones en el sexo, por ser mujer más no hombre. “Ser negro, obrero o mujer y no blanco, patrón o varón son formas que justifican el rebajamiento de una parte de la humanidad en beneficio de otra” 40, afirma el filósofo mexicano. Parece como si lo humano dependiese de accidentalidades como el color de la piel, la clase social, el sexo y hasta el país donde se nace. Es este hombre al que le es negada su humanidad, el que tendrá que justificar su ser de acuerdo al arquetipo que se tiene de lo humano por excelencia. No sólo el ser humano se ve doblegado a este tipo de juicios, también pueblos enteros o culturas dependen de estos. En la historia de la cultura aparecen siempre pueblos que se consideran a sí mismos como donadores de humanidad, representantes de la civilización, pueblos que hacen de su propia cultura la piedra angular ante la cual han de justificarse los demás para así entrar en la órbita de lo que se considera la humanidad. Estos pueblos en nombre de la civilización imponen, por todos los medios, su dominio a pueblos que no pueden justificarse de forma semejante, y que para salvarse, para poder ser considerados en la órbita de los pueblos civilizados o cultos, tendrán que someterse a la acción de estos, negando así lo que les es propio. Sin embargo, es esta imposición lo que va dando origen a la toma de conciencia de una cultura, a la afirmación del propio ser. La propia realidad se va haciendo patente, lo humano se va haciendo cada vez más humano, ya no se separa o se distingue, y ya nada tiene que ver el carácter de lo humano con accidentalidades como las anteriormente señaladas. Lo humano se da gracias a la toma de conciencia del hombre, el cual a través de una serie de luchas, se enfrenta a los demás para tomar conciencia de su propio ser al mismo tiempo que va tomando conciencia del ser de los demás. En otras palabras, se 40 ZEA, LEOPOLDO. América como Conciencia. UNAM, México, 1972, p. 79. 63 toma conciencia de lo humano en su expresión concreta, para situarse ante los demás en un ámbito de semejanza o igualdad. Ahora bien, en lo que se refiere a nuestra América, esa toma de conciencia de lo humano que no parte ya de una imposición, sino de un amplio sentido de comprensión, tiene una historia. Historia en la que se mueven hombres concretos que han venido luchando para que se les reconozca su humanidad, reconociendo, a su vez, la de los otros. 3.1.2. Sentimiento de dependencia Desde sus orígenes, América se encontró dividida en dos grandes partes, en dos grandes mundos distintos el uno del otro. Una serie de circunstancias geográficas e históricas, hicieron parte de esta división. Fueron los proyectos del hombre americano los que en realidad determinaron dicha división; sus modos de sentir y de vivir diversos se expresaron en las dos Américas, tanto en la sajona, como en la ibera. Sin embargo, dichos proyectos y hechos dieron origen a mantos culturales debajo de lo cuales se debatía, en este caso, el americano del sur tratando de hacer surgir y justificar su propia humanidad. Ahora bien, en la cultura europea a pesar de la diversidad existente entre algunos de sus pueblos, razas, lenguas y costumbres, se mantiene una unidad que no es posible ver en América. Se habla de una cultura europea u occidental; pues un francés, inglés, italiano o alemán, se sabe además de su nacionalidad, un europeo, y en ese sentido considera como obra suya, como obra propia, la realizada por cualquier nación europea aunque no sea aquella a la cual pertenece. Cosa contraria sucede en la cultura americana, pues el americano del sur, jamás sentirá que hace parte de la América del Norte, y jamás considerará como obra propia, la realizada por estos ni viceversa. Cabe decir que el americano del sur se sabe heredero de la cultura europea, pero un heredero sin derechos. Las contradicciones que en Europa son consideradas como expresión de un movimiento siempre continuo, como expresión de la marcha de la cultura, en América Latina son consideradas como la más clara expresión de una supuesta incapacidad del latinoamericano para colaborar en la realización de la cultura de la cual se sabe heredero. 64 El hombre de esta América se siente partido, dividido, pues por un lado está el mundo de lo que quisiera fuesen sus proyectos, el mundo de la cultura occidental, dentro del cual quisiera tener un papel responsable y creador; pero por el otro lado esta su pasado, su historia, su realidad. El mundo que lo arraiga a su realidad, esa realidad que hasta ahora no había querido aceptar como propia. Es decir, el hombre de esta América encuentra por un lado el mundo de lo que quisiera ser y, por el otro, el mundo de lo que es y ha sido. Su historia, la historia de la cultura americana no vendría a ser sino la historia de los esfuerzos hechos por éste para hacer caber sus proyectos dentro del campo de los proyectos de la cultura occidental, mediante un rudo forcejeo con la realidad que le es propia y que le estorba. Así pues, en esta lucha trata por todos los medios de sacudirse esta realidad para formar otra de acuerdo con sus proyectos, olvidando asimilarla, pues la considera como algo negativo, opuesto a lo que él anhela ser. Y la razón por la cual no asimila su realidad, es porque pretende ir superponiendo formas culturales como las anglosajonas, ya que considera que éstas pueden servirle para emanciparse de un pasado que no quiere aceptar como propio. Por esta razón, la realidad del hombre de esta América, aparece siempre dividida y sofocada por mantos culturales que parecen no pertenecerle. Sin embargo, son estos esfuerzos, aparentemente fallidos dice Zea, los que forman la historia de su cultura. Una historia de la cual va tomando conciencia en nuestros días. Es preciso decir que no son sólo los americanos41 los que se preguntan por su ser y su cultura, en Asia y África sucede algo semejante. Este preguntar ha cundido en el continente asiático y en el continente africano, en pueblos similares a los nuestros, es decir, en pueblos como China, Corea, el Congo, Indochina, la India y Rusia entre otros, quienes se preguntan al igual que nosotros por su situación cultural frente a la cultura europea. Para Zea, no se trata tanto de saber qué sea lo chino, lo coreano o lo indochino, como tampoco se trata de saber qué es lo americano; de lo que se trata es de sabernos parte de lo humano, reconociendo a su vez la humanidad de todos los hombres. Se trata de considerarnos parte de la realidad, parte de la historia, y para esto debemos eliminar de nuestras mentes la idea de cuestionar la cultura y la humanidad del hombre de esta parte de América; pues el latinoamericano cree que negándose a sí mismo logrará alcanzar la supuesta universalidad que enarbola la cultura europea. Cosa contraria sucede en la América del Norte, la América anglosajona, en la que todo parece natural y 41 Americanos del sur. 65 donde la pregunta por la existencia de una filosofía o una cultura norteamericana no ha sido necesaria, como tampoco han sido necesarias las luchas por la emancipación política y mental que han acompañado al americano del sur en su proceso de su construcción histórica. Para los iberoamericanos, la América sajona es vista como lo que quisieran llegar a ser, Norteamérica se les presenta como el futuro que ha de ser realizado, mientras España y con ella toda su herencia cultural, es vista como lo que tiene que ser rechazado, como lo que ha de negarse como si jamás hubiese sido propio. Este es el sentimiento y la actitud de los grandes emancipadores mentales de Latinoamérica, los Sarmiento, Alberdi y otros más, para quienes la herencia española es el obstáculo que impide a América del sur incorporarse a la modernidad a la cual pertenece Estados Unidos. “Norteamérica es, para éstos, la encarnación del espíritu de la modernidad, la encarnación del espíritu liberal que quisieran realizar en Hispanoamérica. Espíritu que los norteamericanos tienen por naturaleza, por el simple hecho de pertenecer a la raza sajona”42. Y es este país del norte del continente americano, por el cual sienten una gran admiración, derivada ésta de la actitud negativa que estos hombres tienen para con su propia situación histórica y cultural. 3.2 El Occidente y la conciencia del hombre 3.2.1 América en la conciencia europea En Hegel, la historia va de la vida natural a la vida consciente y esto es visto como un aumento de libertad. Por esto, al dedicar algunas páginas de sus Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, examinará la situación de América y la ubicará en el ámbito de la prehistoria, es decir, en el lugar de la naturaleza inconsciente. Para Hegel, la naturaleza americana, impide por completo el despliegue del espíritu, esto es, el desarrollo de la conciencia. América pertenece así al ámbito de lo arcaico, de lo telúrico, de lo propiamente animal o vegetal, donde resulta imposible que sin la ayuda de Europa, el espíritu inicie su trayectoria. 42 ZEA, LEOPOLDO. El pensamiento latinoamericano., op. cit., p.139. 66 Ahora bien, al estar arraigado el espíritu en la cultura europea, es obvio que América entra en el devenir de la Historia Universal únicamente después de que los españoles impusieran sus instituciones políticas, económicas y sociales en este continente. De esta manera se empieza a hablar de un progreso en el camino hacia la libertad, pero este viene de la mano de una cultura predominante y católica; lo cual genera, a su vez, una serie de obstáculos para el progreso de esta región. La influencia de la cultura católica es para Hegel el trágico destino de las jóvenes repúblicas de América del Sur, una vez alcanzada su emancipación política. Si se consideran las diferencias entre las dos Américas, se encuentran en éstas el primado del ámbito de lo político y de lo religioso. La América del norte es protestante y ha sido colonizada por pueblos sajones. La América del sur es católica, es la América que ha sido conquistada, dominada y apoderada por los españoles para enriquecerse mediante cargos políticos otorgados por la corona española. Es claro que los españoles lograron un gran predominio sobre los indígenas del nuevo mundo, este tipo de autoritarismo no sólo fue militar, sino también religioso, consecuencia de la tradición católica del mundo al cual pertenecían los conquistadores y clérigos españoles. Este predominio sobre los indígenas de nuestra América, se dio gracias a que la mayor parte de la población estaba concentrada en el sur43 del continente. Por el contario, en los estados libres del norte fue efectuada la colonización totalmente por elementos europeos protestantes. Los europeos, en medio de la guerra religiosa entre puritanos y católicos, emigraron en busca de un lugar buscando lo que no podían encontrar en Europa: la libertad religiosa; la libertad basada en los individuos, construida por el estado. La cultura protestante, constituyó una manera abierta y respetuosa de las libertades individuales. Además, no pertenecía como los españoles a ningún estado, y tuvieron que basar su supervivencia en el trabajo y en el esfuerzo individual. Así pues, los elementos que se han establecido en Norteamérica, son muy distintos a los de América del sur. Cabe decir que en el momento en que Hegel habla de América, ésta se encuentra todavía fuera de la historia, al menos de la historia como conciencia. América es quizás el futuro de esta historia, pero no la historia aún. La historia, para serlo auténticamente, tiene que ser consciente de las metas que han de ser alcanzadas. Por esta razón, el protagonista de la historia es Europa, el mundo que ahora llamamos occidental. 43 Entendiéndose por Sur desde México hasta la Patagonia. 67 Protagonista que en su despliegue entrará en contradicción con otros pueblos y mundos, dando origen a una lucha dialéctica mediante la cual el espíritu irá tomando una conciencia cada vez más amplia de su libertad. En el futuro, todavía muy lejano, se perfila América. A su debido momento el espíritu tomará allí conciencia de sí mismo, realizando aún más ampliamente las posibilidades de la libertad. En América ya están formándose los pueblos que encarnarán esta posibilidad, como los del norte de este continente. Zea entabla una discusión con esta interpretación hegeliana de la historia. Una interpretación que en su opinión ha justificado discursivamente todo tipo de dominación impuesta por Europa a otros pueblos en el momento de su expansión colonial. A Zea le preocupa mostrar que América Latina sí ocupa un lugar en la historia universal, y esto significa mostrar que también desde el momento de la conquista se ha venido dando un proceso creciente de toma de conciencia de la libertad humana, negada repetidamente por los colonizadores europeos. Su estrategia consistirá en demostrar cómo, a nivel político y a nivel del pensamiento, Latinoamérica ha realizado un proceso de “toma de conciencia” de su realidad humana. 3.2.2. Latinoamérica ante Occidente. Los problemas que se plantea la filosofía latinoamericana sobre el ser del hombre americano y su cultura, son problemas que le han sido impuestos por la llamada filosofía universal, esto es, por el pensamiento europeo o el pensamiento occidental. Es el mundo occidental el que ha puesto en cuestión el ser del hombre americano y las posibilidades de participación o incorporación de este hombre en la llamada Cultura Universal. Esto fue así desde el mismo momento en que América fue descubierta, conquistada y colonizada. Tanto iberos como sajones cuestionaron la calidad humana y cultural de este continente. Pero el enjuiciamiento de los anglosajones fue aún mayor, pues el indígena fue visto de manera negativa desde el momento de su llegada a tierras americanas. Europa durante el siglo XVII y XVIII, siguió enjuiciando a América, a sus hombres y a su cultura. Condenó al indígena, a su fauna y a su flora, como también condenó a las culturas que surgían como resultado de la colonización en América, es 68 decir, a las distintas formas de mestizaje. Por su parte, América sajona fue considerada el futuro de la cultura europea, mientras que la América ibera fue vista como expresión de un pasado ya terminado, mezclado con culturas inferiores como la indígena y la africana, las cuales simbolizaban una naturaleza inmadura. Cabe decir que fue a mediados del siglo XIX que la América sajona se incorporó a la cultura occidental hasta llegar a convertirse en una de sus máximas expresiones. Una América que realiza los sueños del hombre occidental respecto a convivencia social y confort material. Norteamérica se transformó, política y económicamente, en el centro de la cultura occidental. En cuanto a la América Latina, la idea que sobre ella se tenía de un mundo telúrico e inmaduro, permaneció en las mentes de los pensadores europeos que la enjuiciaron desde un principio. Muchos europeos hoy en día al hablar de América, sólo entienden por ésta a los Estados Unidos, sólo existe para ellos la América de origen sajón y hacen a un lado las tierras que estuvieron bajo el dominio de los españoles y portugueses, las tierras de nuestra América del sur. Así pues, se considera a Norteamérica como parte del mundo occidental: American Westerners, mientras a nuestra América se le sigue poniendo entre paréntesis. De esta manera, ha sido la cultura occidental la que ha puesto en cuestión la filosofía, cultura y humanidad del hombre de esta parte de América. Europa ve al latinoamericano como un hombre inmaduro y a su cultura y filosofía, como un futuro de cultura muy lejano aún; pues esta América, la América ibera, es un mundo inmaduro, un mundo joven, demasiado joven, cosa que no sucede con Estados Unidos, quien tiene una juventud más cercana a la madurez, más cercana a occidente. Y es este el pensamiento de uno de los filósofos alemanes que causó polémica en el siglo XIX y parte del XX por sus interpretaciones sobre América, el Conde de Kéyserling, quien en sus Meditaciones Sudamericanas, expone sus ideas sobre este continente extraño e incomprendido, repitiendo muchas de las opiniones de un Buffon y un De Pauw, afirmando que éste es un continente inmaduro, húmedo, blando, en el que la creación está aún en la etapa de los reptiles. Leopoldo Zea lo cita en su libro La esencia de lo americano: Toda intelectualidad autóctona es pasiva, e impasibles los rostros. La expresión impenetrable, sorda y ciega, pero al mismo tiempo acechante y preñada de amenazas, que allí muestran muchos más hombres de los que puede haber malvados, refleja la mirada de los anfibios y los reptiles de aquel continente. Hasta el espléndido entusiasmo que a veces estalla con volcánica violencia en el hombre sudamericano, tiene algo de reptil. Semeja el brusco impulso de la anaconda real, que después de lanzarse en un salto formidable vuelve 69 en el acto a su entumecida apatía. Y la primera vez que allí encontré hombres de aspiraciones espirituales surgió espontáneamente en mi imaginación44. Es evidente que para Kéyserling, el hombre de esta parte del continente no es propiamente un hombre, es un proyecto de hombre, es un hombre demasiado pegado a la tierra, más cercano al reptil que al ser humano. Ante estas disertaciones cabe decir que el hombre de América del sur se encuentra frente a un mundo que todavía no está puesto a su servicio, un mundo en el que sus acciones no han adquirido aún un sentido universal. De una manera un tanto apartada de las opiniones que el Conde tenía sobre América latina, pero similar en su forma de ver al hombre de estas tierras, nos encontramos con el pensamiento de José Ortega y Gasset, filósofo español, quien también habló y se preocupó por la América Ibera, pero no buscando en ella lo que de común tenía con su España y los anhelos de la misma para occidentalizarse, no se preocupó por ella como filósofo perteneciente a una cultura marginal, sino desde el punto de vista de un europeo, de un occidental moderno. Frente a Europa, Ortega fue un hispano que buscaba y anhelaba la incorporación de su pueblo a la cultura occidental. Frente a América del sur, fue un europeo más, el cual enjuició las pretensiones de sus pueblos por alcanzar la universalidad de su cultura, pretensión semejante a la deseada por España. Ortega como filósofo hispano en el papel del filósofo europeo, no vio otra cosa diferente a la que los europeos veían en América; inmadurez, minoría de edad, primitivismo y barbarie. Tanto América sajona como América Ibera quedan fuera de la comprensión de Ortega, quien ve en ambas, más en la segunda que en la primera, lo que Hegel había ya visto en el pasado siglo: inmadurez y primitivismo. América es prehistoria, no tiene aún historia, ésta todavía está por hacerse. De esta manera, el hombre americano resulta ser un proyecto de hombre ya que no tiene conciencia de la historia, su historia, pues este hombre no puede tener conciencia de algo que todavía no ha hecho. 44 KEYSERLYNG , HERMANN ALEXANDER. Meditaciones sudamericanas. Madrid, 1931, en: ZEA, LEOPOLDO. La esencia de lo americano. Pleamar, Buenos Aires, 1971, p. 23. 70 3.3. La filosofía como instrumento de comprensión y toma de conciencia No es difícil ver que nuestro tiempo Es un tiempo de parto y transición A una nueva época. Hegel. La conciencia filosófica ha venido a ser, entre los pueblos de origen occidental, expresión de madurez cultural. Sus grandes sistemas filosóficos no han intentado otra cosa que dar a los múltiples problemas enfocados, una solución permanente. Por lo que se refiere a nuestra América, lo característico de ésta ha sido mostrar esa filosofía de urgencia. Tan urgente que ha tenido que tomar prestados los filosofemas de la filosofía europea. Los filósofos de la América sajona, concientes de esta urgencia, no han tenido inconveniente en declarar el carácter utilitario y provisional de este préstamo, en vista de la urgencia de las soluciones. Entre los filósofos latinoamericanos, este préstamo ha sido objeto de mayores disputas, desechando la validez y hasta declarando la inexistencia de la filosofía en América Latina, por considerar como filosofía únicamente los grandes sistemas que se han originado en Europa. Por tal razón, para Zea, la filosofía debe tener relación con lo humano, con los problemas que acechan al hombre. Desde este punto de vista, Zea se atreve a afirmar que siempre ha existido una conciencia filosófica en América Latina, independientemente de si ésta se haya hecho patente a través de filosofemas tomados en préstamo a los sistemas filosóficos europeos. Lo que si no se atreve a afirmar, es que esta conciencia haya alcanzado la madurez que se evidencia en la filosofía occidental, pues esta madurez aún no hace parte de la filosofía y cultura latinoamericana. ¿Es esto un signo de inferioridad? Claro que no, tanto la cultura en América, como su filosofía, se encuentran en una etapa de transición que no puede ni debe ser vista como signo de inferioridad. Pues la filosofía en América Latina es cada vez más consciente de sus problemáticas y de sus relaciones con el hombre. Para José Gaos, español exiliado en México, la pregunta por la posibilidad de una filosofía americana también ha inquietado su pensamiento, este filósofo español de nacimiento pero exiliado en México, también se ha preguntado por la posibilidad de una 71 cultura y de una filosofía en América Latina. Para Gaos, lo importante es hacer pura y simplemente filosofía, esto es, preocuparse por la propia realidad, por los problemas que ésta plantea. Por ello, hay que mirar lo que nos es más inmediato, nuestras costumbres y nuestras tradiciones, nuestras esperanzas y nuestros anhelos. Si españoles, mexicanos o argentinos hacen suficiente filosofía, sin más habrá filosofía española, mexicana, argentina, americana…La cuestión no está, pues, en hacer filosofía española o americana, sino en hacer españoles o americanos filosofía. De lo que hay que preocuparse no es, en fin, de lo español o lo americano, sino de lo filosófico de la filosofía española o americana45. Es claro que para el filósofo español-mexicano, lo filosófico también se da en la actitud frente al mundo, en el afán por resolver los problemas que se presentan al hombre, al hombre sin más, de la manera más definitiva y auténtica. Al igual que Gaos, para Zea la filosofía es una tarea de tipo universal y no una tarea simplemente americana o europea. Por tal razón, nuestra filosofía, no debe limitarse sólo a los problemas propiamente americanos, a los de nuestras circunstancias, sino a los de la humanidad en general, pues no basta querer alcanzar una verdad americana, es necesario, además, tratar de alcanzar una verdad válida para todos los hombres. Para el filósofo mexicano, es claro que no debe considerarse lo americano como un fin, sino, por el contrario, como un límite y punto de partida para un fin más amplio. De aquí la razón por la cual todo intento de hacer filosofía americana, con la sola pretensión de que sea “americana”, tendrá que fracasar; de lo que se trata es de intentar hacer pura y simplemente filosofía pues lo americano se dará por añadidura. De esta manera, nuestra filosofía tendrá como tarea, el hacernos tomar conciencia de nuestros límites como americanos, haciendo patente nuestra situación dentro del mundo de la cultura universal. Estos límites no son un fin, tampoco son obstáculos, son puntos de partida para lo que debe ser aspiración de toda cultura: lo universal desde el punto de vista de lo humano. Por esto lo primero que hacemos como latinoamericanos, es preguntarnos por nuestra situación como pueblos concretos dependientes de una cultura que no consideramos nuestra y la cual consideramos como la causante de nuestros problemas. Sentimos que como americanos, somos la más viva continuación de la cultura occidental pero ser continuación de algo no implica ser repetición de eso que se continúa. Nuestra cultura, no puede ser una repetición de la cultura europea aunque 45 GAOS, JOSÉ. ¿Filosofía americana?, en Pensamiento de Lengua Española. Notas para una interpretación Histórico-Filosófica. México, 1945, en: ZEA, LEOPOLDO. La esencia de lo americano., op. cit., p.35. 72 sea su más segura continuación, pues nuestro destino tiene que sernos propio y nuestra filosofía y cultura, deberán corresponder a las circunstancias que no han tocado en suerte. Nos hemos negado mediante múltiples subterfugios a reconocer que somos americanos y a reconocer que tenemos una cultura; nos hemos empeñado en deshacernos de nosotros mismos, esto implica: borrar todo lo que es sinónimo de pasado. Con dichos actos, no hemos hecho otra cosa que detener nuestra historia, pues nos hemos negado a tener una historia propia, tal vez por que nos hemos sentido sin historia, a pesar de llevar a cuestas varios siglos de ésta. Sin embargo, el latinoamericano, como todos los hombres, tiene su historia, pero él no quiere reconocer ésta como propia, no quiere reconocer su pasado. La historia, su historia, está formada por su querer vivir en el futuro, por este empeñarse en ser utopía europea, por este negarse a sí mismo, es decir, negarse a ser americano. Ahora bien, la pregunta por las posibilidades de una filosofía americana, no es nueva. Esta pregunta ya se la había hecho la generación liberal-romántica latinoamericana de mediados del siglo XIX. Uno de sus más destacados miembros, Juan Bautista Alberdi, había planteado este mismo problema que coincidía con otros que se planteó esta generación respecto a la existencia de una cultura, una filosofía y una literatura americanas. Preocupación semejante fue la que animó a un Sarmiento en la Argentina y a un Lastarria en Chile a borrar el pasado colonial para acercarse al progreso cultural de la gran nación anglosajona en América: los Estados Unidos. Para estos hombres, la filosofía europea contemporánea, no sólo justificaba esta preocupación, además, les ofrecía el instrumental técnico para su desarrollo. Por tal razón, estuvieron dispuestos a transformar a sus pueblos en naciones modernas, modernización que debía ser alcanzada por otras vías que no habían sido naturales como las de los pueblos sajones, para alcanzar tal progreso, se encontraron obligados a renunciar a lo heredado. Para Zea debe tenerse en cuenta que Europa, y con ella su filosofía, no es sino una parte de la humanidad, una expresión de lo humano. América, también es otra expresión de lo humano, otra expresión de lo universal. De aquí la necesidad por parte de los americanos de hacer patente esta expresión, de ponerla de manifiesto. Tanto anglosajones como iberos, se han visto obligados a actuar y pensar en función de sus acciones. Por ello la filosofía que ha surgido de esta actitud pragmatista en la América del norte y la América del sur, se caracteriza por su tendencia hacia una 73 acción inmediata. La filosofía norteamericana fiel a la tradición imperialista de la cultura de la cual es originaria, se orientó hacia el domino, cada vez más amplio, de la naturaleza. Por su parte, la filosofía latinoamericana, fiel igualmente a su origen cultural, se orientó, además del tema de su propia existencia, a las situaciones sociales y políticas que le eran propias, tales como su pasado colonial. La primera se enfrentó a los problemas que le presentaba una naturaleza de gran riqueza que, se consideraba había sido puesta allí para servir al hombre de esta región. La segunda por su parte, se enfrentó al problema de su convivencia, a luchas por su emancipación política y mental. En ambos casos los problemas eran de solución urgente. No había tiempo para la meditación académica a la manera europea. Por ello, tanto los norteamericanos como los latinoamericanos tomaron del arsenal de la cultura y filosofía europea, el instrumental filosófico e ideológico necesario para resolver sus problemas. La filosofía europea en ambos casos, fue adaptada a las necesidades de los americanos. Puede decirse que los norteamericanos, han actuado y pensado de frente a un presente ya hecho que debe ser conservado; los hombres de América Latina, por su parte, lo han hecho de frente a un futuro que debe ser realizado. ¿Cuál es el papel o el lugar, del latinoamericano en la cultura occidental? ¿Cuáles son sus posibilidades? Son preguntas que el hombre de esta América se ha seguido haciendo con el pasar de los años ya que no ha dejado de sentirse ajeno a la realidad que le ha tocado en suerte, a la cultura de la cual se sabe originario. Por esto, sus meditaciones se han orientado hacia el preguntar por las relaciones que existen entre su cultura y la cultura occidental. Ha sido justamente en los últimos años, cuando las angustiosas preguntas que se venían haciendo los pueblos de esta América sobre su cultura, han ido encontrado una respuesta positiva. El universalismo se va perfilando en su horizonte, pues ya no hay un solo universalismo, el de occidente, ahora éste hace parte de una comunidad más amplia que la puramente nacional u occidental. Y es desde este punto de vista que todos los pueblos no occidentales dejan ya de ser pueblos al margen de una determinada cultura universal, y pasan a ser parte activa y a saberse miembros de una universalidad más amplia. Tanto los pueblos asiáticos como los africanos, entre otros, al igual que nuestros pueblos del sur de América, vienen luchando por que se les reconozca la humanidad que el occidente ha reclamado para sus hombres. Hombres de todas las regiones geográficas del mundo, de todos los sectores sociales, de todas las razas, colores y sexos, reclaman 74 un puesto en la tarea de elevar el nivel de la vida cultural y material en todas sus expresiones; como dice Arturo Frondizi “Nuestra lucha es parte de la gran lucha mundial que en este momento se realiza por dignificar moral y materialmente al ser humano”46. De esta manera el mundo ibero va tomando conciencia de su universalidad al saberse, no sólo contemporáneo de otros pueblos, otros hombres y otras culturas, sino responsable de su porvenir. Como decía Hegel en su Fenomenología del Espíritu: “el puro autoconocerse en el absoluto ser-otro, es el fundamento y la base de la ciencia o saber en general”. 46 ZEA, LEOPOLDO. Filosofía y cultura latinoamericanas., op.cit., p. 38. 75 4. LA POSMODERNIDAD COMO ESTADO DE LA CULTURA EN AMÉRICA LATINA Tal como lo he intentado esbozar hasta este punto, la preocupación por un pensamiento latinoamericano propio encuentra su fundamento en la historia latinoamericana, pues al ser ésta distinta de la europea reclamará una conciencia de esta diferencia. Este fue el proyecto de Leopoldo Zea. Sin embargo, no debemos pensarlo como una respuesta definitiva a preocupaciones que, si somos consecuentes con las premisas del mismo Zea, tienen más de 500 años de antigüedad. Desde mi lectura, la preocupación del filósofo mexicano por la historicidad del pensamiento latinoamericano abre las posibilidades de concebir la transformación de ese pensamiento. Antes que un punto de llegada donde los latinoamericanos habrían de tomar conciencia de su verdadero ser, el pensamiento de este autor nos da las premisas de su cambio: si el pensamiento encuentra su arraigo en la historia, bien vale la pena preguntarnos ¿no ha pasado nada en la historia latinoamericana que reclame un nuevo pensamiento? Responder a este interrogante señalando las nuevas realidades del continente y proponiendo una nueva mirada a las categorías clásicas de la filosofía latinoamericana es el aporte de Santiago Castro-Gómez y Raúl Fornet-Betancourt. La reflexión del profesor Colombiano Santiago Castro-Gómez se encuentra enmarcada en el debate de la posmodernidad en América Latina. La pregunta que tratará de resolver en la primera parte de la Crítica de la Razón Latinoamericana, tiene que ver con la pregunta por la necesidad o pertinencia de una discusión sobre la posmodernidad en Latinoamérica. Castro-Gómez emprende una discusión con determinadas vertientes del debate latinoamericano sobre la posmodernidad que la relacionan con un profundo interés 76 extranjerizante por parte de élites intelectuales que pretenden estar “a la moda” frente a los nuevos discursos que se presentan en las sociedades del primer mundo. Arguyen estos críticos que tomar el modelo de desarrollo económico-social del primer mundo como garante referencial a partir del cual tendría o no sentido una discusión sobre la posmodernidad en América Latina, significa seguir atrapados en el eurocentrismo conceptual, del cual pretenden librarse las nuevas generaciones de pensadores latinoamericanos; además, de una inadecuación conceptual al plantear conceptos sobre el fin de la modernidad en sociedades donde el proyecto de la modernidad todavía es algo inacabado. Uno de los factores que explicarían esta reticencia de una parte de los pensadores latinoamericanos al debate posmoderno sería el trauma de la marca colonizadora, que hace que muchos intelectuales de nuestra América miren con desconfianza todo lo que viene de afuera, estableciendo así una línea divisoria entre lo extranjero y lo propio, lo autentico y lo inauténtico, lo que nos pertenece y lo que no. Para Castro-Gómez, esta reticencia se explica por la preocupación identitaria que ha marcado el desarrollo del pensamiento latinoamericano47. El segundo factor que impide a estas vertientes una asunción de la posmodernidad en América Latina está en la crítica implícita del discurso posmoderno a los ideales heroicos de aquella generación que mostró su fe en la revolución Latinoamericana, lo cual es para Castro-Gómez el gran suceso histórico al que se encontraría asociada la preocupación por un filosofar auténticamente latinoamericano. Para los “padres fundadores” de la filosofía latinoamericana en el siglo XX –Zea, Kush, Salazar Bondy, Roig–, la emancipación mediante un auténtico filosofar era un correlato de la emancipación política y económica del continente. Por lo tanto, no es extraño ver que buena parte de nuestros intelectuales hayan optado por mirar esta crítica y su escepticismo frente a los proyectos revolucionarios como una nueva “ideología imperialista”. Frente a estas críticas, es preciso aclarar que la posmodernidad en América Latina no es sólo una moda intelectual como algunos pensadores aseguran. Superando cierto reduccionismo para el que el concepto de posmodernidad sólo puede ser planteado en 47 Cfr. CASTRO-GÓMEZ, SANTIAGO. Filosofía e identidad latinoamericana: Exposición y crítica de una problemática, en Universitas Philosophica, vol.9, núm. 17-18 (dic. 1991 – jun.1992), pp. 154-158. 77 sociedades económicamente avanzadas, el profesor colombiano propondrá una interpretación particular de ésta como un “estado de la cultura”. No se trata de imitar o transcribir debates sobre la crisis de la modernidad en las sociedades europeas, sino de reflexionar la manera como Latinoamérica se ha apropiado de esa modernidad y de esas crisis, viviéndolas de una manera diferente. 4.1. Posmodernidad latinoamericana La posmodernidad no es el fin de la modernidad, ni lo que viene después de la modernidad; es la asunción de la conciencia de crisis que caracteriza a la modernidad misma48. Para Castro-Gómez, Leopoldo Zea describe de manera acertada la posmodernidad como la “modernidad de la modernidad”. De esta manera, la posmodernidad se debe entender como un “retorno reflexivo de la modernidad sobre sí misma”49 mas no como una salida a tal época. De ahí la falsa idea de creer que en América Latina el proyecto de modernidad tendría primero que llevarse a cabo para así poder entrar a considerar el sentido de la posmodernidad. Ya a finales del siglo XIX se empieza a tomar conciencia del carácter opuesto de la modernidad. Rodó, Martí, Vasconcelos, entre otros, perciben la crisis de la cultura moderna, pero, aferrados a sus ideales, buscan por distintos caminos recuperar para siempre la unidad perdida. Por tal razón, se parte del presupuesto que la modernidad es un proceso que rompe con la peculiar formación político-cultural que durante siglos había caracterizado a América Latina, la cual se encontraba bajo la hegemonía española. Rotos los vínculos con España, las jóvenes naciones latinoamericanas se vieron obligadas a ajustar su identidad adoptando valores completamente ajenos a su herencia hispana. La orientación política que tomaron las élites locales al pretender imitar los modelos ofrecidos por Francia e Inglaterra, significó la negación de la cultura que se había dado en América Latina durante el siglo XVI, momento en el que se mezcló lo indígena con lo ibero. La filosofía latinoamericana del siglo XX realizó una fuerte crítica al eurocentrismo proclamado por Hegel, aún así, los pensadores de este entonces optaron 48 cfr. CASTRO-GÓMEZ, SANTIAGO. Crítica de la razón latinoamericana. Puvill, Barcelona, 1999, p.32. 49 Ibídem. 78 por invertir los papeles: en lugar de mirar todo el acontecer humano desde el punto de vista de los conquistadores, decidieron mirar las cosas desde el reverso de la historia, es decir, desde el punto de vista de los conquistados y oprimidos; esta es la mirada de la filosofía de la liberación, la teoría de la dependencia, y de las corrientes que han visto a Latinoamérica como un “mundo de la vida” por fuera de la modernidad. La crítica de Castro consiste en mostrar que la filosofía latinoamericana y sus teorías, tanto la de la dependencia como la de la liberación, son herederas de los supuestos de la tradición moderna ilustrada, tales como el sujeto trascendental y la filosofía de la historia. Así, nos encontraríamos, en palabras de Castro, ante una crítica eurocéntrica del eurocentrismo, o ante una crítica a la modernidad desde los parámetros dictados por la modernidad misma. Es precisamente esta contradicción al interior del proyecto de la filosofía latinoamericana la que la posmodernidad intentará dejar atrás. Pero, ¿no significaría esto la negación de todo el trabajo historiográfico en el que se había empeñado la filosofía latinoamericana del siglo XX, tal como lo deja ver Leopoldo Zea? Castro-Gómez responde afirmando que la posmodernidad no conlleva a la cancelación del pasado, muy al contrario, ésta lleva al renacimiento de “pequeñas historias”. Y aquí radica el desafío para las nuevas generaciones de filósofos y filósofas latinoamericanos que se han dedicado a la tarea de interpretar nuestra historia de las ideas: “Es hora ya que entendamos que las sociedades latinoamericanas no son un tejido homogéneo de sucesos que pueden observarse desde un solo punto de vista, sino el collage de múltiples e irreductibles historias que se reflejan mutuamente”50. Otras de las críticas formuladas a la posmodernidad es su proclamación de un supuesto “final de las utopías”. Casi todas las utopías que miraban hacia el futuro, situadas en el umbral de la racionalidad moderna, concebían la sociedad ideal como aquella en donde reinaría la unidad, en donde no existirían diferencias de ningún tipo y en donde la comunicación entre unos y otros no estaría mediada por relaciones de poder, afirma Castro-Gómez. La felicidad en esta sociedad sería vivida como ausencia absoluta de la diversidad, mientras que la armonía y la homogeneidad serían las características de una comunidad en donde ya no habría lugar para la presencia de valores divergentes entre sí. De esta manera, si lo heterogéneo y lo diferente se encuentran inmersos en toda comunicación humana, resulta claro que este tipo de utopías tendrían que degenerar en modelos autoritarios de convivencia social. 50 Ibíd., p. 37. 79 Así pues, al proclamar el final de las utopías, ¿no estaremos también renunciando a un concepto como el de justicia social, tan urgente en Latinoamérica? ¿Acaso éste no se basaría justamente en la idea de una sociedad en donde no exista más la opresión y la desigualdad? Es preciso decir que el concepto de justicia por lo general es entendido como ausencia de todo mal, pero ha sido en nombre de la igualdad y de la justicia social que se han establecido algunos de los regimenes más autoritarios conocidos en la historia de América Latina. Por tal razón, de lo que se trata ahora es de reconocer que no podemos ir más allá de nosotros mismos, pues debemos saber que la justicia es pensable sólo “en el marco de unas estructuras políticas que hagan posible la confrontación de las diferencias”51. Dichas estructuras deben basarse en estrategias de acción en donde se es consciente que el combate a la injusticia necesariamente generará nuevas formas de injusticia. Así que imaginar un tipo de sociedad similar, implicaría inevitablemente recurrir a la utopía. Por fortuna, las utopías no se reducen sólo a los relatos unitarios de la modernidad; pues existen otro tipo de formas narrativas que aunque siguen cumpliendo una función utópica, no enfatizan solamente en la unidad, el consenso, la armonía, la homogeneidad, la ausencia de injusticia y la reconciliación. Estas utopías son: la utopía de un mundo policéntrico desde el punto de vista económico, político y cultural. La utopía de un mundo en el que corran paralelamente diferentes rutas alternativas hacia la modernidad. La utopía de una sociedad que sea capaz de modernizar la tradición sin dejarla atrás ni destruirla. La utopía de un orden político en donde todas las personas tengan oportunidad de ser escuchadas y así poder luchar por hacer que mejore su calidad de vida, y la utopía de un desarrollo económico que no conlleve a la destrucción de la naturaleza como sucede hoy en día. Es esta la razón por la que estos modelos utópicos pueden servir de base narrativa para políticas de carácter no totalitario. El “final de las utopías” anunciado por la posmodernidad no significa el acabar completamente con éstas, por el contario, significa la reescritura y la reinterpretación de viejas utopías según las necesidades del hombre contemporáneo. Atreverse a imaginar utópicamente el futuro continúa siendo el estatuto regulador de cambio y de lucha por el cambio, y debe tenerse en cuenta que este cambio debe estar bajo el paradigma de la diversidad y la heterogeneidad. De esta manera, presenciamos un desplazamiento de las 51 Ibíd., p.44. 80 luchas, ya no exclusivas del campo de la justicia material sino extendida a la asunción de las diferencias culturales, sexuales, y éticas. Esta ampliación de las luchas es producto de unas condiciones particulares de final del siglo XX con su creciente proceso de interdependencia social, política y económica, como también el aumento de la sensibilidad frente a problemas que no afectan sólo a determinadas naciones en particular, sino a la comunidad internacional en su totalidad. Problemas como el crecimiento sin control de la población, la propagación de enfermedades como el SIDA, la mundialización del narcotráfico, la destrucción del entorno ecológico, entre otros, han sido fenómenos que por estar integrados a una compleja red de causas y efectos, se han vuelto inmunes frente a todo tipo de control normativo y que superan los marcos nacionales. Esta nueva situación histórica hace problemáticos muchos de los supuestos tradicionales de la filosofía latinoamericana, como el de la identidad. Apoyado en los trabajos de Martín Barbero, y de otros científicos sociales estudiosos del impacto de la globalización en el universo cultural latinoamericano de finales del siglo XX, CastroGómez deja explícito que la identidad nacional o continental no es otra cosa que una construcción discursiva vinculada a mecanismos institucionales de control. Durante el siglo XIX y comienzos del XX la identidad es producida en Latinoamérica mediante el establecimiento de acontecimientos fundadores como las batallas de independencia, con el fin de lograr la tan anhelada emancipación política y mental. Estos acontecimientos luego serán enseñados a la población mediante la disciplina de la escuela, los rituales cívicos, los discursos políticos y las colecciones de los museos. De esta manera, la cultura propia queda definida en relación con un territorio y organizada conceptualmente con base a textos, objetos y rituales que representan la raíz de la nacionalidad. Así pues, el filósofo colombiano señala algunos aspectos en la búsqueda de nuestra identidad o de nuestro origen en América Latina durante gran parte del siglo XX. El primer aspecto tiene que ver con el conocimiento de la identidad latinoamericana, el cual conlleva a una responsabilidad por difundirla, enseñarla e institucionalizarla. Dar a conocer esta verdad a las masas que la ignoran es una tarea de absoluta prioridad política, ya que su conocimiento es la clave para superar las tareas que han impedido a Latinoamérica ser consciente de su historia. 81 En segundo lugar, la identidad en Latinoamérica se puede ver como un espacio de hibridación, un espacio compartido por todos, el cual trasciende cualquier distinción de sexo, raza, edad y orientación sexual. En este espacio nos reconocemos como un “nosotros homogéneo”, en donde no hay diferencias ni exclusiones. Evitar estas consecuencias implica avanzar hacia una reflexión que ya no gire en torno al fundamento último de la cultura, es decir, el eurocentrismo, sino que se concentre en la manera como se han ido construyendo los discursos que han pretendido articular tal fundamento. Para Castro-Gómez, en América Latina los discursos de identidad corresponden a un tipo de formación discursiva donde la reflexión filosófica sobre la identidad ha estado marcada por la obsesión de encontrar un fundamento último a partir del cual se pueda distinguir lo auténtico de lo no auténtico. El mestizaje, la dependencia económica, el complejo de inferioridad, la autonomía de la nación, el arraigo a la tierra, son narrativas de identidad que muestran de alguna manera la verdad de “lo nuestro”, buscando una instancia original en la cual todos los latinoamericanos, sin distinción alguna, puedan reconocerse a sí mismos. Son precisamente estas búsquedas centradas en la identidad latinoamericana las que se hacen problemáticas a finales del siglo XX. Esta visión de la identidad como exaltación de lo nacional es la que entra en crisis a finales del siglo XX, pues a lo que apuesta es a la construcción de identidades personales y colectivas que se han venido conformando a partir de continuas influencias culturales; así pues, el problema de la identidad no ha dejado de ser relevante, éste “debe ser enfocado a partir de una episteme posilustrada que nos permita dar cuenta de los múltiples tipos de racionalización desplegados por la modernidad”52. Es así como en el siglo XXI la identidad cultural de América Latina es pensada asumiendo el hecho de que los referentes identitarios ya no se encuentran más en las instituciones políticas, las prácticas religiosas, la literatura o el folclor, ahora éstos nos llegan a través de la globalización de la vida urbana y la transnacionalización de la economía. Por tal razón “es necesario aprender a renovarnos constantemente, a elaborar estrategias que nos permitan navegar en el laberinto de bienes simbólicos que 52 Ibíd., p. 65. 82 configuran nuestra identidad; a crear, en suma, narrativas de la propia vida que faciliten la práctica de las negociaciones dúctiles”53. En lugar de crear discursivamente una “autenticidad latinoamericana” (lo indígena, lo real maravilloso, lo telúrico, entre otros.) enfrentada a los programas de modernización y a categorías binarias excluyentes –moderno-tradicional, civilizaciónbarbarie, opresor- oprimido, centro-periferia– como se ha venido haciendo, lo que se debe buscar es preguntar por la manera en que estos programas han sido asimilados culturalmente en nuestro medio, y por el tipo de identidades hibridas generadas en el proceso de interdependencia de la globalización, el consumo de bienes culturales que circulan por los medios de comunicación masiva, y que han creado una situación ambigua donde, para utilizar una expresión de Néstor García Canclini, somos “consumidores del siglo XXI y ciudadanos del XVIII”. Es desde esta nueva situación que Santiago Castro-Gómez planteará la necesidad de un ajuste de las categorías tradicionales de la filosofía latinoamericana, entre ellas la del trabajo de Leopoldo Zea. 4.2. América Latina, más allá de la filosofía de la historia En lugar de preguntarnos por la verdad de la identidad latinoamericana, de lo que se trata ahora es de interrogarnos por la historia de la producción de esa verdad, esto es, de saber cómo se construyen y bajo qué condiciones aparecen y desaparecen las reglas de juego que configuran la verdad de esos discursos. Ahora bien, ya no se parte del juego de la analogía o de los opuestos, en el que los signos de la identidad latinoamericana guardan una correspondencia con los discursos que la expresan como civilización o barbarie. Se parte de que las palabras y las cosas se relacionan de maneras diferentes, pues ya no se busca un referente que sea portador de la verdad sobre lo latinoamericano; se busca ahora “un marco interpretativo al interior del cual esa verdad es producida y enunciada”54. Los discursos de identidad, como todos los discursos, se inscriben en un sistema de relaciones de poder. Desde este punto de vista, puede decirse que los discursos de identidad emergieron desde un orden populista, que durante gran parte del siglo XX garantizó la producción, circulación y distribución del saber sobre lo 53 54 Ibíd., p.66. Ibíd., p. 96. 83 propio; construyéndose así códigos o señales destinadas a instaurar el imperio simbólico de las identidades nacionales. En este orden de ideas, es preciso resaltar el lugar que ocupa la figura del filósofo español José Ortega y Gasset en el desarrollo de la filosofía latinoamericana del siglo XX. Son dos las tesis de este filósofo que deben tenerse en cuenta, tesis que se convirtieron en baluartes fundamentales para la reflexión filosófica en América Latina. La primera tesis tiene que ver con el circunstancialismo o teoría de las circunstancias. Esta teoría postulaba la necesidad de asumir el propio contexto socio-cultural como problema filosófico. En segundo lugar está el generacionalismo o teoría de las generaciones, la cual pretendía ofrecer un modelo de análisis para explicar la evolución histórica. Estas dos tesis fueron desarrolladas por algunos de sus discípulos, entre ellos encontramos a Leopoldo Zea, quien a través de una reinterpretación del pasado filosófico hispanoamericano daría las bases para el actual pensamiento de la liberación. Al igual que Ortega, Zea considera que la comprensión del pasado es la clave para la salvación del presente, pues ya no es posible apelar más a ideales que le digan al hombre lo que debe o no debe hacer, sino que se debe mirar hacia lo único que se tiene, en este caso, nuestra propia historia, pues de este modo se evitarán los errores del pasado. El programa de una filosofía latinoamericana derivó así en la reconstrucción del pasado, pues para Ortega, la reflexión histórica se convertía en una manera de salvarse a sí mismo, salvando también las circunstancias iberoamericanas en las que discurría su propia vida. Lo que se intenta mostrar es que la filosofía no se articula solamente en ciertas circunstancias, sino que es siempre filosofía de esas circunstancias. Por tanto, la realidad histórica desde donde se filosofa determina no sólo la forma como se piensa, sino también los contenidos del filosofar. Se habla así de filosofías griega, alemana, francesa, anglosajona, que se diferencian entre sí tanto por el talante en que se expresan, como por el tipo de problemas que atraen su interés. De esta manera, tanto Ortega como Zea, consideran que el pensamiento latinoamericano se haya vinculado a los procesos históricos de conformación de los estados nacionales; este pensamiento otorga prioridad a los temas sociopolíticos como también a la problemática de la identidad cultural. Esto explica que a raíz de la independencia política en el siglo XIX, las jóvenes naciones latinoamericanas se inclinaron a definir su identidad frente al legado cultural recibido de España y, posteriormente, frente al tipo de cultura que se vislumbraba en el norte del 84 continente, la cultura anglosajona que representaba Estados Unidos. Es esta la razón por la cual los pensadores de esta América se orientaron a la meditación crítica sobre sus propias circunstancias. Tal visión de la filosofía latinoamericana, como un pensamiento de salvación sujeto a la modernidad europea, se encuentra en el centro mismo de la filosofía de la historia latinoamericana desarrollada por el mexicano Leopoldo Zea. 4.2.1. La filosofía de la historia latinoamericana La reflexión filosófica sobre la propia historia es uno de los intereses de la filosofía latinoamericana, pues ésta tratará de buscar y explicar aquello que hace del latinoamericano un ser diferente del europeo, propiciando así una recuperación y valorización de la cultura propia. Es Zea quien se propone realizar una interpretación filosófica de la historia latinoamericana que sea capaz de poner las bases ideológicas para una recuperación del pasado. Para esto se basará en la meditación sobre la propia circunstancia, como también en la idea de salvación de esa circunstancia, es decir, en la asimilación del propio pasado, con el fin de que éste no vuelva a repetirse. Siguiendo esta idea, Zea inicia una reconstrucción de la historia tendiente a descubrir el difícil camino seguido por el pensamiento latinoamericano hacia la conciencia de su propia universalidad. Este camino se inició a mediados del siglo XVII con la generación de pensadores e ilustrados de estas tierras, los cuales se rebelaron frente al dominio del colonialismo español. Los ideales de la Ilustración sirvieron como instrumento para una primera “toma de conciencia” de la propia circunstancia. Este despertar sirvió para que los latinoamericanos conocieran y amaran –en algunos casos– su propia realidad, sintiéndose así ligados a ella. De esta manera se comenzó a pensar en la necesidad de una autonomía política, que llevó a la formulación de un proyecto libertario, el cual desembocaría en el gran movimiento independentista. El optimismo que había antecedido al movimiento de independencia se tornó muy pronto en hondo pesimismo, debido a que las jóvenes repúblicas del sur de América se sumieron en sangrientas y dolorosas guerras civiles que buscaban alcanzar la emancipación política de sus naciones. 85 Descubrir cuál era el obstáculo que impedía a Latinoamérica ingresar en el camino de la libertad fue la tarea que se impuso la generación que siguió a las guerras de independencia. Pensadores como Sarmiento, Alberdi y Bilbao se dieron cuenta que la libertad política no había estado acompañada por la emancipación mental respecto al pasado colonial, pues los hábitos mentales adquiridos durante la colonia seguían rigiendo la vida del hombre latinoamericano sin importar qué tan ilustradas fuesen sus constituciones políticas. De lo que se trataba ahora era de formar un hombre nuevo, un hombre semejante al que había hecho posible la cultura europea o norteamericana. Y así fue como estos emancipadores mentales, mediante una reforma de las instituciones políticas y educativas, intentaron hacer a un lado la cultura española de la cual eran herederos. Los hábitos y costumbres sembrados por España era lo que debía borrarse u olvidarse, y para lograrlo era necesario hablar de la nación, pero no como si se tratara de un retorno a las raíces, a lo propio, a lo meramente americano, sino, por el contrario, como una tarea orientada hacia el futuro y este futuro lo representaba la cultura anglosajona. La construcción de nación debería fundarse sólo en los ideales a realizar, sin ataduras con el pasado, pues la nación y cultura que se veía a lo lejos estaban por hacerse. Era necesario crear de la nada una gramática, una filosofía y una literatura nacionales, y esto sería posible a través del positivismo. Quienes enarbolaron esta doctrina, trataron de realizar el proyecto civilizador esbozado por los pensadores de la generación anterior: establecer el orden mediante una reforma de los hábitos y costumbres heredados de la colonia. No pasaría mucho tiempo antes de que comenzaran a revelarse las limitaciones de este pensamiento, pues las promesas del cambio mental, político y social anunciadas por el positivismo no se cumplieron y la gran mayoría de la población se encontró en una situación que en nada se diferenciaba de la establecida durante la colonia. Al igual que el proyecto libertario, el proyecto civilizador fracasó al empeñarse en salvar las circunstancias pero sin atreverse a asumir su herencia o pasado colonial, como afirma el filósofo mexicano Leopoldo Zea. Se puede hablar de un tercer momento o proyecto y este sería el proyecto asuntivo, en el cual pensadores como Martí, Rodó, Vasconcelos, entre otros, combaten el positivismo de las generaciones anteriores tomando como punto de partida a nuestra América. Para éstos, Latinoamérica debía volver los ojos hacia sí misma y buscar en ella no sólo la solución a sus problemas, sino el elemento que le permitiera incorporarse sin complejo de inferioridad 86 alguno a una tarea de alcance universal. Es así, como de acuerdo con el pensamiento de Zea, tomó cuerpo un nuevo humanismo en la conciencia filosófica latinoamericana. Este humanismo nada tenía que ver con el humanismo ilustrado, el cual, había convertido una manifestación concreta de lo humano en arquetipo de la humanidad, frente a este nuevo humanismo debían justificarse los demás pueblos del mundo. Para Castro-Gómez, Leopoldo Zea se da a la tarea de elaborar una crítica filosófica a la modernidad europea, pero éste no se da cuenta que lo está haciendo desde la modernidad misma, es decir, sigue tratando esquemas de orden eurocentrista bajo los cánones del pensamiento moderno como la filosofía de la Historia de Hegel. Se puede decir que al igual que en la Tempestad de Shakespeare donde Calibán, esclavo de Próspero, utiliza el mismo lenguaje de su amo para maldecirle, el filósofo mexicano articula su crítica a la modernidad desde el mismo lenguaje filosófico de ésta; entonces cabría preguntarse al igual que Castro: ¿en dónde quedarían las críticas de Zea si lo que se considera el remedio para la enfermedad, fuese en realidad la causa de la enfermedad misma? Por tal razón, a finales del siglo XX han comenzado a elaborarse otro tipo de lecturas sobre la historia latinoamericana. Lecturas que en lugar de ver los discursos como reacciones vitales de cada sujeto, se entienden mejor como “fenómenos históricos sin relación alguna con la „naturaleza humana‟”55. Pensadores como Walter Mignolo y Ángel Rama han creado narrativas en las que los discursos aparecen como reflexiones que ya no se configuran al interior de la conciencia, sino al interior de marcos epistemológicos; es así como se crea un escenario en donde ya no queda lugar alguno para una “filosofía de la historia” como la que se había venido trabajando. Según Castro, en América Latina asistimos a un nuevo “estado de la cultura”, que juzga ser el estado posmoderno, el cual modifica radicalmente nuestras prácticas filosóficas y en consecuencia los modos de concebir la tradición filosófica latinoamericana. Este nuevo estado de la cultura será el lugar desde donde se tendrá una mirada más desencantada de la filosofía de la historia propuesta por Leopoldo Zea. 55 Ibíd., p. 115. 87 4.3 Crítica intercultural de la filosofía latinoamericana La labor autocrítica que emprenderá el filósofo cubano Raúl Fornet-Betancour implica un diálogo a fondo de la filosofía latinoamericana con su propio pasado, con sus expresiones históricas, con las figuras e instituciones que han determinado las líneas dominantes de su desarrollo, esto es, un diálogo con la historia. Para el filósofo cubano, la filosofía latinoamericana puede llevar a cabo un diálogo autocrítico con su propia historia desde distintas perspectivas y utilizando diferentes estrategias. En su libro Crítica intercultural de la filosofía latinoamericana actual, Fornet-Betancourt analiza los retos de la filosofía Latinoamericana frente al concepto de la interculturalidad como fenómeno que designa La postura o disposición por la que el ser humano se capacita para…y se habitúa a vivir ‹‹sus›› referencias identitarias en relación con los llamados ‹‹otros››, es decir, compartiéndolas en convivencia con ellos. De ahí que se trate de una actitud que abre al ser humano y lo impulsa a un proceso de reaprendizaje y de reubicación cultural y contextual56 El encuentro con “los otros” obliga al hombre a modificar su contexto y construir una identidad en relación con éstos; de esta manera, la filosofía entendida como saber que aborda la totalidad, debe también repensar el desenvolvimiento del ser en confrontación con las dinámicas contextuales a las que éste se enfrenta y no como una singularidad especifica. En palabras de Fornet-Betancourt, la labor de la filosofía debe ser “práctico-reflexiva”57, y debe ser así, porque esto le permite abrir puertas y ventanas a una cantidad de prácticas y saberes mediante las cuales puede abordar de una manera más clara sus problemas tradicionales, tales como el sujeto, el estado, etc., y en relación dialógica con otros sujetos y movimientos que hasta ahora no habían sido tenidos en cuenta por el pensamiento. 56 FORNET-BETANCOURT, RAÚL. Crítica intercultural de la filosofía latinoamericana actual. Trotta, Madrid, 2004, p. 15. 57 Ibídem. 88 4.3.1 Filosofía latinoamericana de la interculturalidad Fornet-Betancourt entiende la interculturalidad como un intento de corregir una cultura filosófica hegemónica, de la que haría parte, tal vez inconscientemente, la filosofía latinoamericana. De la misma forma que Santiago Castro, el intento de FornetBetancourt consiste en una crítica a los supuestos heredados de la modernidad subyacentes a un pensamiento que se propone como crítico de la modernidad. Dentro de esa cultura filosófica hegemónica hay toda una dinámica de exclusión, opresión, etc. Por tal razón, critica esa función ideológica por concebirse como parte de un sistema de opresión. Es claro que la interculturalidad no es un reclamo de ahora como algunos piensan, sino una demanda de “justicia cultural”, la cual se viene formulando desde hace siglos en la historia social e intelectual de Latinoamérica. Si ésta hubiese sido escuchada antes, tal vez habría contribuido a cambiar el curso de la historia de la filosofía en América Latina. Por tal razón, la filosofía latinoamericana no puede responder al reto de la interculturalidad sin sufrir una dolorosa transformación que descentre su historia y abra su presente a una pluralidad de formas de expresión y de prácticas de filosofar. Es en la segunda mitad del siglo XX cuando el proyecto de una filosofía latinoamericana logrará hacer progresos definitivos que le darán a esta forma de filosofar un perfil propio claramente reconocible por sus características contextuales. Ahora bien, para el filósofo cubano el encuentro de la filosofía con la realidad cultural latinoamericana ha estado marcado por cuatro aspectos fundamentales: 1.) El uso colonizado de la razón, el cual se intentó superar con la llamada emancipación mental en el siglo XIX; este uso a pesar de hallarse en un tiempo y espacio determinado delata una herencia colonial y una labor filosófica más cercana a los modismos y al reconocimiento académico que a los contextos propios. 2.) La opción de imponer una visión civilizatoria, la cual tiene sus raíces en la modernidad europea y que se transmite por medio de modelos y métodos pedagógicos que privilegian ciertos modos de producción del conocimiento en la filosofía, por ejemplo esto se presenta de acuerdo con una vigencia normativa que regula su metodología. De ahí, la notoria inconsecuencia que se constata en la filosofía latinoamericana cuando se ve que, por una parte, impulsa y a la vez conduce a un fuerte proceso de “contextualización e inculturación” de la filosofía, pero por otra parte mantiene la vigencia del canon establecido por la tradición académica centroeuropea. 3.) La precaria apertura 89 intercultural frente a la lengua. La filosofía en Latinoamérica sólo conoce dos idiomas de escritura, el español y el portugués, desconociendo de esta forma dialectos propios y comprensiones diferentes al de los idiomas dominantes; pero si “el lenguaje es la casa del ser”, entonces la filosofía latinoamericana debería fijarse más en la diversidad de expresiones que confluyen en las culturas latinoamericanas con el fin de comprenderlo. Las otras lenguas que se hablan en América latina no hablan ni hacen parte de la filosofía latinoamericana. Para Fornet-Betancourt una filosofía bilingüe en una América políglota no es suficiente para responder al desafío intercultural que plantea la diversidad cultural, pues esta filosofía tendría límites de comprensión y expresión que se agravan en el momento de comprender al otro y de expresar la propia comprensión del otro. Y, por último 4.) La primacía que la filosofía Latinoamericana le ha otorgado a la cultura mestiza; si bien somos mestizos, el mestizaje es tan sólo una expresión de la diversidad cultural de América Latina que se ha vuelto dominante y ha impedido el reconocimiento de otros, en este caso indígenas y afroamericanos como sujetos activos del saber. Así pues, pretender presentar el mestizaje como expresión de la cultura latinoamericana resulta un acto de colonialismo cultural que diluye las diferencias y, en la práctica, oprime y margina al otro58. La tendencia de algunos pensadores de leer la diversidad cultural de nuestra América desde la clave del mestizaje, ha llevado a que la filosofía latinoamericana, en su proceso de contextualización y de interculturación, se confronte casi exclusivamente con el mundo de la cultura mestiza. Este mundo ha sido, y es hoy todavía, su “único” interlocutor, pues se tiene la errónea idea de que basta dialogar sólo con la cultura mestiza, para así entrar en diálogo con toda América Latina. Esta percepción crítica de las deficiencias interculturales de la filosofía latinoamericana supone, para Fornet-Betancourt la posibilidad de ver a ésta (la filosofía L.A.) con otros ojos, es decir, verla desde la emergencia de un nuevo horizonte de compresión más contextual, el cual permita mirar el discurso de la filosofía latinoamericana desde otras perspectivas. Este nuevo horizonte es una “generación histórica”59, un proceso y una tradición que se retoma en el curso de la historia. De esta manera, la superación de estos cuatro aspectos se ha llevado a cabo gracias a la movilización y organización de sectores populares que expresan su inconformidad frente a una visión del mundo que no les pertenece y que antes de incluirlos los deja a un lado de las dinámicas históricas, políticas y económicas de nuestra sociedad: 58 59 cfr., p.23. cfr., p. 25. 90 Esta reorganización de los pueblos indígenas y afroamericanos en un movimiento de resistencia popular en el contexto de ‹‹1992›› marca por ello un giro en la historia reciente de América Latina; un giro que abarca ámbitos muy diversos, desde la educación a la religión, pero cuyo sentido no se puede reducir a los cambios que promueve en sectores determinados de la historia y cultura latinoamericanas. Su significado va más allá y toca algo que, al menos desde una perspectiva intercultural, resulta fundamental, a saber, que cambia también las condiciones de interpretación de la historia y de la cultura en América Latina. Pueblos que defienden su diferencia, que movilizan la vitalidad de sus tradiciones y afirman la diversidad, son pueblos que demuestran con su simple presencia que en América Latina historia y cultura se gestan en plural y que, en consecuencia, hay que contar con ellos tanto en la interpretación como en el diseño de América Latina60. De esta manera, lo que ha contribuido para el filósofo cubano a la emergencia de ese nuevo horizonte de comprensión ha sido más una práctica social y política que una idea meramente filosófica. Esta es la razón por la cual la labor de apertura de la filosofía latinoamericana no debe ser sólo una tarea de sí misma sino también debe ser una labor universal, una labor de todas las filosofías, debe decirse que esta tarea se vuelve necesaria para el pensamiento latinoamericano, ya que nuestras sociedades y culturas nunca se han mostrado homogéneas. Siguiendo lo anterior, es labor nuestra establecer el giro hacia un pensamiento intercultural que reconozca las formas de resistencia y de comprensión de todos los pueblos de América Latina –negros, gitanos, indígenas, campesinos, entre otros–, siendo ésta la condición necesaria para reevaluar la historia y construir una razón que exprese su universalidad en la pluralidad y no en la individualidad, superando así el uso colonizado de la misma y promoviendo un espíritu liberador frente a las hegemonías y geopolíticas dominantes del conocimiento, las cuales han llevado a una marginación de los sujetos latinoamericanos y de sus saberes tradicionales. 60 Ibíd., p.26. 91 CONSIDERACIONES FINALES Debo decir, a manera de conclusión, que intentar seguir el hilo conductor del pensamiento del filósofo mexicano Leopoldo Zea, no resultó tarea fácil, porque en cada una de sus libros se encuentra su obra entera. Zea, al orientar su labor filosófica en el estudio de la historia de las ideas en América Latina, descubre que debemos comprender el sentido de nuestra historia, pues en América Latina la historia de la ideas se refiere a la forma como éstas han sido adaptadas en el discurso y en la realidad latinoamericanas. Nuestro pensamiento y filosofía hacen expresa la preocupación que nace en el siglo XVI por regatear la humanidad del hombre de esta América frente a Europa, y que continuó de diversas formas hasta el siglo XIX. Este regateo de humanidad nos conduce a una dependencia que se convierte en una problemática de carácter universal. Son nuestros pueblos quienes de una u otra forma padecieron la dominación europea, ya que los pueblos occidentales crearon un modelo de hombre, hecho a su imagen y semejanza, de tal manera que lo que no se asemejaba a este modelo, quedaba excluido de la humanidad. Es esta la razón por la cual los pueblos no occidentales, no harán parte de la humanidad, no llegarán a ser hombres. Europa, según el filósofo mexicano, se presenta a sí misma como la máxima expresión de lo humano, y su cultura y civilización como el modelo que otros pueblos, los no europeos, han de seguir. En pocas palabras, Europa encarna la cultura y civilización que todo hombre, para consolidarse como tal, deberá seguir. Ahora bien, el latinoamericano de los siglos XVIII y XIX se siente extraño y ajeno a su realidad, y se empeña en deshacerse de su propio pasado, adoptando así otra 92 realidad –la anglosajona61– que no le es propia, sin darse cuenta que ésta lo conduce a otro tipo de dependencia. Este cambio necesariamente los subordina, pues esta nueva realidad también se le presenta problemática, dominadora y dependiente. Por tanto, el conocimiento de la propia realidad se convierte en una necesidad moral para el hombre involucrado en esta situación de dependencia. De esta manera podría decirse que la humanidad es interpretada desde ciertas formas particulares de dominación básicamente negativas, es decir, la dominación y la dependencia indican un cierto tipo de relaciones que deben ser superadas. Así pues, el filósofo mexicano analiza la dependencia y la conciencia desde las relaciones que existen entre nuestros pueblos. Estas relaciones en su mayoría son relaciones de poder entre pueblos subordinados, pueblos dominados y pueblos colonizados con otros pueblos que son dominadores y colonizadores. Estos últimos, con sus actitudes, sus ideas y sus prácticas, someten a otros. Fueron estos pueblos occidentales quienes con su expansión hicieron surgir las relaciones de dominación y dependencia cultural, económica, política y hasta religiosa. Para Zea no es posible concebir a ninguna de las naciones existentes al margen de esta realidad radicalmente injusta, pues ningún régimen justifica la opresión que se ejerce sobre otros pueblos del mundo. La mayor parte de las críticas que realiza el filósofo mexicano apuntan hacia el problema de la dominación, hacia el poder hegemónico que ha afectado a América Latina a lo largo de su historia. Estados Unidos es presentado por Zea como el principal poder imperial. Ahora bien, es preciso decir que la filosofía de la historia de Leopoldo Zea interpreta la dominación no como algo exclusivo de un sistema, sino como un fenómeno que afecta a toda la humanidad. Las relaciones de dependencia constituyen la base de la unidad de la humanidad en el presente, lo cual supone que dichas relaciones afectan de alguna manera a todos los pueblos, especialmente a aquellos que se encuentran situados en la periferia. Desde este enfoque, la realidad es concebida como una totalidad en la que intervienen la dominación y la dependencia, fenómenos ambos que lejos de conformar realidades que pueden ser miradas de forma independiente, se presentan inevitablemente vinculadas, de manera que no se puede acceder a una visión completa de la una sin tener presente la otra. Por tal razón, las ideologías que sucesivamente han 61 La América sajona para algunos hombres de esta América, es vista como lo que quisieran llegar a ser, Norteamérica se les presenta como el futuro que ha de ser realizado. 93 venido justificando la dominación de unos países sobre otros se basan todas ellas en la pretendida superioridad de quienes ejercen el poder, con el objeto de conseguir que la explotación genere la menor oposición posible. Es así como el etnocentrismo, la pretendida universalidad de lo occidental, la supuesta inferioridad de lo no occidental, la elaboración de una historia universal de la que son marginados los pueblos no europeos, la caracterización de una humanidad de la que es excluida la mayoría de los hombres, son los más importantes recursos de los que se han valido los países colonialistas para justificar su opresión desde la época de la colonia. De aquí la urgente necesidad de una toma de conciencia histórica que conduzca a asumir la realidad latinoamericana. Esta toma de conciencia es una reapropiación del pasado, pues el filósofo mexicano ve en el pasado la condición de posibilidad para que América Latina se abra a un futuro propio, liberándose así del pasado colonial que lleva a cuestas. En todo caso, las relaciones de dependencia son similares en cuanto representan pérdida de autonomía y ansias de liberación. Por su parte, Zea, además de plantear esta cuestión en los términos generales que hemos expuesto a lo largo de este Trabajo, estudia con mayor especificidad la dependencia política y cultural en América Latina, como también los nacionalismos de los siglos XIX y XX, y las actitudes de dependencia que se dieron por parte de algunos pensadores latinoamericanos como Sarmiento, Bilbao y Alberdi, entre otros, frente al gran imperio anglosajón. Intento de emancipación no sólo política, sino también mental, el cual era necesario tener en cuenta en el proceso de liberación y desprendimiento de la colonia. Para finalizar, es preciso decir que la conceptualización realizada por Zea acerca de la originalidad y la autenticidad de la filosofía latinoamericana, donde además se pone de manifiesto la fecundidad de su pensamiento, abre grandes posibilidades a futuras investigaciones y a otro tipo de posturas como la poscolonial o la intercultural. La tarea de esclarecer cómo han sido adaptadas sus ideas y para qué se adaptaron, como también en qué medida expresan la realidad peculiar de sus enunciadores, se presenta así como fructífera y pertinente para desentrañar la compleja realidad latinoamericana. Por tal razón, el pensamiento de nuestro autor permite un espacio de reflexión en torno a la historia de las ideas en América Latina, como también nos abre el camino para pensar la historia y nuestros procesos históricos hoy en día, alejándonos así del tan acentuado 94 discurso de dominación y dependencia que ha marcado buena parte de la filosofía latinoamericana. 95 BIBLIOGRAFÍA Textos de Leopoldo Zea ZEA, Leopoldo. América como autodescubrimiento. Universidad Central, Bogotá, 1986. _____________. América como Conciencia. UNAM, México, 1972. _____________. Dialéctica de la conciencia americana. Alianza, México, 1976. _____________. Discurso desde la marginación y la barbarie. Anthropos, Barcelona, 1988. _____________. 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