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Desde la Parroquia, octubre de 2010 “EL TESORO Y EL CORAZÓN " A Jesús le gustaba contar historias para ayudar a comprender las cosas de Dios. Varias de esas historias, parábolas o relatos con una enseñanza, nos hablan de un tesoro. Sí, sí, Jesús nos habla de tesoros, como en las películas de piratas, o de aventureros que pasan peripecias mil para conseguir valiosos botines de los que han tenido noticia sabe Dios cómo. En todos los casos, a partir de ese momento su pensamiento no puede apartarse del deseo de encontrar y apropiarse de esas maravillas de las que han sabido. Pues bien, cuenta Jesús en el Evangelio de Mateo, (Mt 13, 44-46) que “se parece el Reino de los cielos a un tesoro escondido en el campo”. Y cuando alguien lo encuentra, va y vende todo lo que tiene para poder comprar aquel campo”. Según los historiadores, en los tiempos de Jesús, y en época de revueltas e invasiones, era frecuente que las cosas de valor de una familia fuesen enterradas en ciertos lugares seguros, hasta que llegasen momentos más tranquilos. Con toda seguridad muchos de esos “tesoros familiares”, monedas, joyas,… nunca pudieron ser recuperados por sus dueños porque la suerte no les sería favorable, y perecieron, quedando el tesoro en su escondrijo hasta que alguien, por casualidad y con una imaginable alegría lo encontraba. Pero muy bien podía pasar que el lugar del hallazgo no fuera de su propiedad, y en ese caso el dueño podía reclamar el tesoro como suyo, por lo cual era preciso hacerse con la propiedad del campo antes que nada. Cuando el hallazgo merecía la pena, con toda seguridad que no importaba a quien lo había encontrado, vender su casa y todo lo que tuviera, con tal de poder ser dueño de aquello que era MUCHO MÁS VALIOSO, el precioso tesoro encontrado por casualidad… Y con esta historia, que seguramente le había ocurrido a alguien que sus oyentes conocían, nos invita Jesús a dar el salto a las cosas de Dios: descubrir el Reino de Dios sería como descubrir la clave para entender la vida, de pronto tener la certeza de que Dios es alguien que VIVE, que está a mi lado, que me quiere más que nadie, me guía, me ilumina, que me habla al corazón, me revela quién soy en verdad, me orienta para distinguir qué es lo importante en la vida y qué no lo es tanto… Todo eso y mucho más, pasa a ser nuestro tesoro cuando CONFIANDO EN EL AMOR DE DIOS, lo ponemos todo en un escalón más abajo que nuestra vida de FE, que así alumbra bien todo lo demás que nos importa de veras. En otra ocasión dijo Jesús: “Allí donde está tu tesoro, está tu corazón” (Mt. 6, 19-23). Se ve que esto era así entonces y lo es ahora. LO MÁS VALIOSO para cualquiera de nosotros, es lo que llevamos siempre en la mente y nos pone el corazón en vilo. Nos preocupamos, deseamos protegerlo, conservarlo, disfrutarlo. El tesoro de una persona pueden ser sus seres queridos, y es lo más sano y más corriente. Pero hay quienes guardan su tesoro en otros lugares y en otros “valores”. Ahora bien, el corazón humano está hecho para lo bueno y lo bello, para lo grande y sublime, para sentirse satisfecho y feliz, y eso no lo logra con cualquier cosa. A este respecto, hay otro cuento que se relaciona íntimamente con los dichos de Jesús sobre tesoros, y que a mi vez lo veo relacionado con algo que a veces se oye. Se dice que de niños, la mayor parte de nosotros tenemos facilidad para CREER. Y con el tiempo, la vida va encargándose de que gran parte de las personas pierdan la fe que creyeron tener, o al menos manifiesten dificultades y dudas que les alejan del mundo religioso. Pues bien, este es el cuento: “Esto era una jauría de galgos que iban de caza. Al aparecer la liebre en el campo, un primer galgo comienza a correr y a ladrar, todos los galgos del contorno corren como a la desesperada en la misma dirección que el primero tras la liebre. Poco a poco, uno a uno, muchos se van parando a la sombra de un árbol o a beber agua en una fuente o en un charco. Sólo corren y no paran de correr aquellos galgos que SIGUEN VIENDO LA LIEBRE…” ¿No ocurre lo mismo en la vida de fe? Sólo quien ha buscado y encontrado un atisbo de ese tesoro tan inmenso que es Dios, y habla con él como un amigo habla con su amigo, ese es el que sigue corriendo (o creyendo). El que dejó de buscar, en un momento u otro se siente tentado a dejar la carrera. Te animo, amigo lector, a ser de los que buscan más y más, ese tesoro, que a lo mejor está mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos. Con un saludo afectuoso… Fco. Javier Sánchez Vicario parroquial