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ESCUELAS TECNICAS ORT Nº2 SEDE BELGRANO ORIENTACION MEDIOS DE COMUNICACIÓN ASIGNATURA: CIENCIA, TECNOLOGIA Y SOCIEDAD Por Rodolfo Gómez APUNTES UNIDAD 1 – CARACTERISTICAS DEL DISCURSO CIENTÍFICO Introducción En este breve texto pretenderemos por un lado definir qué es lo que entendemos por ciencia y observar cuál es el alcance de este tipo de discurso dedicado al conocimiento. Por el otro, ello también implica que deberemos delimitar con alguna precisión qué es lo que no tendría que entenderse como “ciencia”. En último lugar, y en vinculación con estos dos tópicos mencionados previamente (definir qué se entiende por ciencia y cuál es la diferencia con otros tipos de explicaciones del funcionamiento del mundo), realizaremos una corta historización que abarque desde el inicio de los tiempos y hasta la Modernidad, respecto de las formas a través de las que el ser humano intentó explicar esa “realidad” de “objetos” y personas que le rodeaban. ¿Qué es esto que llamamos “ciencia”? En principio deberíamos decir que, si para nosotros la “ciencia” es prácticamente algo cotidiano (la consideramos como vocablo aún casi desde la escuela primaria, en relación con ciertos sucesos, como por ejemplo la llegada del ser humano a la luna), lo cierto es que en realidad es algo “histórico”, esto es, no existe desde el inicio de los tiempos. Su origen es “moderno”, tiene que ver con el proceso de surgimiento de la llamada “Modernidad” (o “era moderna”) hacia fines del siglo XVIII e inicios del XIX. Pero entonces, ¿cómo explicaban los antiguos por ejemplo la caída de un objeto o bien la puesta del sol?¿cómo explicaban las relaciones entre los seres humanos y ese mundo de “objetos” externos y “seres” no humanos? Tenemos aquí una primera aproximación a lo que luego va a ser nuestra definición de “ciencia”. Los antiguos explicaban su relación con el “mundo” (de objetos externos y de seres no humanos, es decir, plantas y animales) que los rodeaba a través del lenguaje. En efecto, es el desarrollo por parte de los primeros homínidos de un lenguaje articulado, lo que va a permitirles expresar su relación con ese mundo “extraño” de objetos, plantas y animales en el que vivían (y es eso lo que además va a diferenciar a estos homínidos del resto de los animales que habitan el planeta tierra). Esto quiere decir, que los primeros seres humanos, daban cuenta del mundo que los rodeaba a través del uso de un discurso. Y esta es una segunda pista que nos acerca un poco más a nuestra definición de “ciencia”. Claro está que ese primer tipo de discurso explicativo del mundo no era un discurso “científico” sino otro tipo de discurso, aquel que en ese momento podían desarrollar los primeros homínidos. Ese primer tipo de discurso expresaba por un lado los temores y al mismo tiempo la estrategia de supervivencia desarrollada por estos primeros humanos, frente a un mundo que les resultaba extraño y hostil. De manera que se configuró un discurso por un lado explicativo, pero por el otro que daba cuenta de cierta admiración por ese lugar en donde vivía. Frente a un mundo que le resultaba extraño, todo para el hombre era “sorprendente” (en el sentido de la capacidad de “sorpresa”), pero las más de las veces esas 1 “sorpresas” no eran precisamente gratas o agradables. En general suponían una puesta en juego de la capacidad de supervivencia humana. Lo que podemos conjeturar es que luego de desarrollada la evolución del homo sapiens, el mismo ha ganado en su capacidad de lenguaje y de comunicación, pero ha perdido ciertas habilidades para la supervivencia como así de camuflarse en el mundo natural frente a posibles predadores (por ejemplo, ha perdido pelo, pero también cierta habilidad para treparse de los árboles; sin que como contrapartida haya desarrollado la posibilidad de desplazarse velozmente o una visión que le posibilite divisar a tiempo la presencia de animales enemigos). Y estos dos elementos evolutivos nos dan una pista de cómo pudo desarrollarse la estrategia de supervivencia humana y también en ese sentido el primer tipo discursivo-explicativo del mundo. Por un lado la evolución no favoreció al hombre con habilidades como para sobrevivir solo frente al ataque de posibles predadores, de modo que esto implica como contrapartida que sólo pudo haber sobrevivido utilizando aquello en lo que sí se vio favorecido que fue en su capacidad de comunicación con otros seres humanos. Sólo en su relación con otros homínidos –contrariamente a lo que va a suponer la literatura en el ejemplo de Robinson Crusoe o de Tarzán- a través del uso de la capacidad comunicativa es que pudo haberse desarrollado la supervivencia humana, comunitaria y socialmente. Ahora bien, esto implicaba al mismo tiempo que esa comunicación humana tenía que ser un tipo de comunicación orientada a un entendimiento y a un acuerdo que posibilitara la supervivencia. En efecto, imaginemos que frente al ataque de un posible predador no era posible ponerse a discutir “cómo” debía ser la estrategia de supervivencia; sino más bien ejecutarla sin ninguna discusión. Esto implica que este primer tipo de discurso de supervivencia no era un tipo de discurso que se basara en la discusión ni en la presentación de argumentos racionales; al contrario, se trataba de un tipo de discurso o de lenguaje basado en la cohesión, en la unión, en una “experiencia” de supervivencia que no se discutiera (lo que implicaría a posteriori su transformación bien en una “tradición” o bien en un “dogma”). Tenia que ser un discurso que “re-ligara”, esto es un discurso “re-ligioso”; basado más en la “creencia” en lo probado de la supervivencia que en la racionalidad de la misma. Si bien los discursos mítico-religiosos, basados más bien en la fe y en la creencia que en la razón, fueron los primeros discursos explicativos del funcionamiento del mundo, no fueron los únicos presentes en el mundo antiguo. Hacia el siglo VI antes de Cristo surgieron otros tipos de discursos, sostenidos a partir de la emergencia de un tipo de sociedad diferente a las vistas hasta entonces, como lo fue la civilización helénica. Como es sabido, el desarrollo económico sucedido durante la época de oro de la Grecia “Clásica”, provocó la emergencia de un tipo de sociedad cuyos asuntos públicos ya no se resolvían a partir solamente de “experiencias” previas (tradicionales) sino más bien a través de todo un proceso de discusión pública, basada en la razón. Era el origen de las primeras formas de democracia, que promovieron al mismo tiempo el desarrollo de otro tipo de discurso diferente del mítico-religioso, sobre todo para dar cuenta de las cuestiones públicas, sostenidas en argumentos racionales: era este el discurso filosófico. El basamento de este tipo de discurso, ya no podía ser la “creencia” sino que en la discusión pública sólo podía sostenerse en el uso de la razón. En términos concretos, podríamos decir que en la antigüedad pueden encontrarse dos tipos discursivos explicativos del mundo, el mitico religioso y el filosófico. El primero de los cuales sirvió también de fundamento de las formas de gobierno teocráticas, en tanto que el segundo lo hizo para aquellas que –como la democracia ateniense o luego la republica romana- se basaban en formas democráticas (aunque estuvieran enmarcadas en formas de producción esclavistas). Entonces, para ir sintetizando un poco, tenemos que desde el origen de los tiempos el ser humano intentó explicar su relación con el mundo (de objetos y también de 2 personas) que lo rodeaba a partir del uso del discurso. Que en la Antigüedad cobraba dos formas, por un lado una mítico-religiosa basada sobre todo en las creencias y la fé y que podía asociarse a formas de gobierno teocráticas, por el otro una filosófica basada más bien en la razón aunque contuviera ciertos elementos metafísicos (como por ejemplo las referencias al “alma” o a la “esencia” humana) y que podía asociarse con formas de gobierno democráticas. Más allá de lo sucedido durante la Edad Media (lo que se tratado en el próximo apartado), donde también existió un tipo de discurso explicativo del mundo, podemos avanzar ahora con la definición de “ciencia”. La “ciencia” será también, como el discurso mítico-religioso y la filosofía, para nosotros un tipo de discurso que pretende explicar el funcionamiento del mundo. Ese tipo de discurso se parece más a la filosofía que al discurso mítico-religioso, en tanto que como la filosofía, la ciencia también se basa en la razón y precisa de demostraciones concretas sostenidas en la observación, lo que nos lleva a otra cuestión presente dentro del campo científico que no siempre se encuentra en la filosofía. Que es el problema de los métodos científicos. Y es que si es en cierto sentido sencillo distinguir a lo religioso, basado en la creencia o la fe, de lo filosófico y de lo científico, basado en ambos casos en la razón; no es tan sencillo distinguir la filosofía de la ciencia. En primer lugar porque en realidad el tipo de discurso que es la ciencia resulta de una continuidad con el discurso filosófico, que es bastante anterior al científico. Pero como discurso previo, es que la filosofía, si bien utiliza la razón, por otro lado conserva ciertas preguntas que pueden ser abordadas desde una perspectiva mítico-religiosa, como ser: ¿qué es el alma del hombre?¿qué es la esencia humana?¿existe Dios? Estos elementos, presentes en el campo de la reflexión filosófica, quedan excluidos directamente del campo científico, al precisar este último basarse también en la observación; esto es, en lo que se denomina lo empírico. Tenemos aquí entonces la –primera- diferencia entre filosofía y ciencia, en tanto que en la primera todavía encontramos elementos metafísicos, mientras que en la segunda estos elementos dejan de ser considerados. Por fin, esto nos lleva a una segunda y última definición respecto de lo que consideramos “ciencia”: se trata de un determinado tipo de discurso que intenta explicar el funcionamiento del mundo, siguiendo una serie de reglas y normas explícitas (que son los métodos científicos). Como decíamos recién, es el basamento en lo “empírico” (observacional) uno de los elementos que caracteriza al discurso científico, y que permiten diferenciarlo del discurso filosófico (que todavía conserva elementos metafísicos, es decir, que se encuentran “más allá” de lo físico) y en parte también del discurso religioso (aunque en este último caso la diferencia es que este tipo de discurso mítico, a diferencia de la ciencia, no se basa en lo racional). Pero si una de las características de la ciencia es el basamento en lo empírico, esto no supone que todo discurso basado en la observación sea científico. Ciertamente que lo observacional supone la existencia de un “sujeto” observador que va a “observar” a un “objeto” de estudio (por ejemplo, una disciplina científica como la física supone la existencia de un sujeto cognoscente, que es el científico dedicado al estudio de la física, cuyo “objeto de estudio” es precisamente –valga la redundancia- el “mundo físico”); pero esto observacional puede recortar ese “objeto” de estudio desde una perspectiva científica en la medida que ese “objeto” presente una regularidad observacional (por ejemplo, para formular su ley de la gravedad, Newton tuvo que observar muchos objetos se cayeron, tuvo que realizar muchas observaciones, no le alcanzó solamente con observar solamente la caída de “famosa” manzana sobre su cabeza) que permite luego realizar una generalización. La presencia de una regularidad y de una generalización es justamente lo que permite que la ciencia sea un discurso que se pretenda “objetivo” (veremos luego el por qué de las “comillas”). 3 Lo que nos lleva a otra distinción discursiva, entre un discurso científico supuestamente “objetivo” y basado en lo observacional, y otro tipo de discurso también observacional, pero que en este caso no es “objetivo”. Este tipo de discurso es el de “sentido común”, que es un discurso que utilizamos cotidianamente, que se basa como la ciencia en la “experiencia” (y en las observaciones), pero que es “subjetiva” y que por ese motivo no necesariamente tiene un grado de regularidad. De modo tal que llegado a este punto podemos distinguir entre un discurso como el “científico”, otro como el “mítico-religioso”, otro como el filosófico y el discurso del “sentido común”. Ahora bien, una vez planteadas todas estas distinciones entre distintos tipos de discursos explicativos del mundo, queda por realizar otra diferenciación entre un discurso como el de la “ciencia” y algo que no es estrictamente un discurso como la “técnica”. Que es en realidad una “aplicación práctica” de ciertos descubrimientos científicos con una finalidad expresa. Realizadas estas distinciones podemos pasar a analizar más en detalle, esto es históricamente, la evolución de los diferentes discursos humanos explicativos del mundo –incluido el científico- desde la antigüedad a la actualidad, reconsiderando en todos los casos las características particulares de cada uno de ellos. Los tipos de discursos explicativos del mundo desde la Antigüedad a la Modernidad. Una discusión epistemológica En el apartado previo, vimos que el discurso científico es uno de los tipos de discursos explicativos del mundo, pero no el único. Intentamos luego ver cuál era la diferencia que existía entre un discurso como el científico y esos otros tipos de discursos, lo que nos posibilitaba comenzar a ver cuáles eran las características que presentaba un discurso como el de “la ciencia”. Esto nos lleva a otra cuestión que es la del establecimiento de lo que se denomina “criterios de demarcación” científicos, esto es cuáles son los límites entre lo que puede considerarse “discurso científico” y lo que no debiera ser entendido como “ciencia”. El establecimiento de estos criterios es una tarea de una disciplina muy particular como es la epistemología, es decir, la que estudia –o tiene como “objeto de estudio”la lógica (de “logía” que viene de la palabra “logos”) del conocimiento (lo que en griego antiguo se denominaba “episteme”). Si entendemos a la “ciencia” como un tipo de discurso que intenta explicar el funcionamiento del mundo siguiendo una serie de reglas y normas, podrá apreciarse que el “objeto” de la ciencia, esto es “el mundo”, es tremendamente vasto, enorme. Motivo por el que entonces la ciencia se encuentra dividida, separada, entre diferentes “disciplinas”, es decir, “parcelas” donde se encuentran distintos “objetos de estudio”. Así, como decíamos antes, si nuestro “objeto de estudio” es el “mundo físico”, la disciplina que lo aborda es la “física”; en tanto que si el “objeto de estudio” es “la sociedad”, la disciplina que lo aborda es la “sociología”. En ese sentido, es también la “epistemología” una disciplina del campo científico, pero que precisamente aborda a la “ciencia” (entre otros discursos) y al conocimiento en general como un “objeto de estudio”. Dicho esto, podemos ahora retomar algunas cuestiones planteadas en el apartado anterior, en relación a cierta historización o periodización respecto del conocimiento humano. Como vimos, existieron en la Antigüedad dos tipos de discursos explicativos del funcionamiento del mundo, el discurso mítico-religioso, basado en las creencias o la fe; y la filosofía, basada en el uso de la razón. En el primero de los casos, nos encontramos con un tipo de discurso que es extensivo a prácticamente todas las civilizaciones antiguas (medos y persas, fenicios o egipcios, entre otros pueblos antiguos), mientras que en el segundo caso nos encontramos con 4 un tipo de discurso que se origina en la llamada “Grecia clásica” (y no en los períodos previos) y que solamente se extiende a posteriori a la república romana. Es decir, que el florecimiento de la filosofía está en un grado importante ligado con el desarrollo de procesos democráticos, donde se despliegan discusiones públicas en torno a la resolución de los asuntos públicos (de allí la palabra “res” pública, que remite precisamente a la resolución de los asuntos públicos). Pero ello implica al mismo tiempo que una vez concluida la experiencia de la república romana, esto es, con la transformación de la república en el Imperio Romano, se termina con la experiencia en cierto grado -porque no nos olvidemos que estamos en sociedades basadas en el esclavismo- democrática, y al mismo tiempo ese discurso filosófico que servía de base para el despliegue de procesos de discusión pública no tenía por ende ya razón de ser. El basamento discursivo del Imperio Romano era la suposición de que el emperador era una suerte de “descendiente directo” de los dioses, alguien que –en realidad en su poderío militar- encarnaba y se veía favorecido por los dioses en la Tierra. Como es sabido, ya desde finales de la Antigüedad nos encontramos con la expansión del Imperio Romano, con su consolidación, luego con su escisión entre el Imperio Romano Occidental y el Oriental; y por último con la caída del primero de estos imperios. Lo que supuso la finalización de la era antigua y el inicio de la Edad Media. Al producirse la caída del Imperio Romano Occidental, el territorio hasta entonces unificado a través del dominio romano fue ocupado por lo que se conoce como “tribus bárbaras” (en realidad llamadas así por los romanos, para designar a quiénes consideraban extranjeros). Las formas de vida de dichas poblaciones no eran precisamente democráticas sino más bien sostenidas en jerarquías no demasiado diferentes a las planteadas en las civilizaciones antiguas en general (aunque tal vez menos refinadas que las presentes en Roma), esto es, que partían de un dominio militar sostenido discursivamente en la idea que los líderes o reyes eran descendientes de los dioses. Cuestión que indicaba que en la Edad Media no iba a producirse ninguna modificación respecto del tipo de discurso dominante presente a fines de la Edad Antigua. Sin embargo, hay dos hechos históricos que marcarán fuertemente las características del discurso dominante medieval; por un lado el surgimiento y la consolidación del cristianismo (de manera muy potente en el Imperio Romano Oriental a posteriori), por el otro el surgimiento de una forma de producción como la feudal, que a diferencia de la esclavista se asentaba en el dominio de parcelas territoriales. El surgimiento, consolidación y expansión del cristianismo indicaba la continuidad del discurso religioso, pero el dominio territorial implicaba que dicho discurso debía servir de sostén “político” (por decirlo de cierto modo) a aquellos señores feudales (condes, duques, reyes) que delimitaban militarmente un territorio para el cultivo y la reproducción de la vida durante el medioevo. Tal fue el poder de este discurso religioso que terminó por recuperar y absorber en su interior al mismo discurso filosófico. Fueron los clérigos y teólogos medievales, como por ejemplo San Agustín o Santo Tomás, quienes rescataron los viejos escritos filosóficos aristotélicos y sobre todo platónicos para dar formulaciones argumentadas a las problemáticas religiosas. ¿Cómo podía darse esto? A partir de un tipo de discurso sostenido en un dogma (o punto de partida indiscutible, axiomático), que luego desarrollaba a posteriori un argumento –en gran medida racional- respecto de ese punto de partida. Con la expansión del modo de producción feudal durante la primera etapa de la era medieval se expandió al mismo tiempo este tipo de discurso que vamos a denominar discurso religioso filosófico. Sin embargo, este tipo discursivo no pudo extenderse a lo largo de toda la época medieval. La explicación de esto hay que hallarla en el desarrollo de las cruzadas. Las denominadas “cruzadas” fueron una serie de guerras que los cristianos europeos (y decimos cristianos en la medida que este era el tipo de discurso religioso que se 5 había convertido en dominante en Europa occidental) desarrollaron en toda la zona europeo oriental. La excusa era el combate contra los musulmanes, sin embargo, podemos encontrar aquí una explicación económica en la necesidad por parte de los europeos occidentales de incorporar mayor cantidad de tierras para la producción agrícola y combatir así las hambrunas características a lo largo del medioevo. La culminación de estas “cruzadas”, supuso no solamente un triunfo para Europa occidental y la incorporación de nuevos territorios productivos sino el despliegue de todo un período donde al no haber guerras aumentaba la producción de alimentos, y al no haber muertes en combate, esto implicó un proceso de aumento de la población. Ese paulatino aumento poblacional supuso luego el desarrollo de un proceso migratorio al acumularse dentro de los espacios del feudo grandes cantidades de familias y personas. El desplazamiento implicó el desarrollo de las primeras ciudades medievales denominadas “burgos”; de modo tal que entonces se comenzó a llamar a los habitantes de estas ciudades o aglomerados urbanos “burgueses”. Estos burgueses comenzaron a desarrollar una particularidad, una práctica que resultó de la mayor importancia para explicar sucesos históricos posteriores. A partir del despliegue del trabajo (surgieron allí los gremios de zapateros, carpinteros, etc.) y luego del comercio, estos primeros habitantes urbanos comenzaron cada vez menos a depender del señor feudal y cada vez más a depender de sí mismos. Lo que originó por primera vez la noción de “individualidad”. Cuestión que resultó de gran impacto para cuatro hechos sucesivos posteriores que redundaron en la finalización de la Edad Media y del modo de producción feudal, a saber: 1. La Reforma Protestante: si bien la reforma es también un tipo de discurso religioso, la misma representó en concreto la rebelión de los habitantes de los Burgos, que al no depender del señor feudal para su supervivencia se negaban a pagar el tributo del “diezmo” y otros impuestos. Esto socavó el poder de la Iglesia y también puso en discusión la veracidad del discurso (religiosofilosófico) que sustentaba el poder de esta, que iba unido al de la realeza (que como indicábamos se suponía era el de aquellos que se habían visto favorecidos por Dios). 2. El Renacimiento: es el momento del “renacer de las artes y de las ciencias” y está muy vinculado al surgimiento de una noción de “individualidad”. Esto en la medida que se rompe con la idea religiosa de “predestinación”, al comenzar a suponer los “individuos” (es decir los burgueses que suponían que dependían de sí mismos) que podían construir su propio “destino”. La puesta en discusión de la idea de “predestinación” implicaba a la vez también poner en discusión la idea de que “Dios” habitaba el planeta Tierra, que era a la vez el centro del universo. Los descubrimientos de algunos astrónomos contemporáneos al Renacimiento (o un poco previos o posteriores al mismo) como Johannes Kepler, Galileo o Copérnico, que son a la vez antecedentes importantes del desarrollo postrero del discurso científico moderno, refuerzan este cuestionamiento general al demostrar que la Tierra no es el centro del universo sino tan sólo uno de los planetas cuya órbita –al revés de lo que se suponíagira alrededor del sol. En el campo de las artes la noción de “individualidad” tiene otra consecuencia porque durante el Renacimiento reaparece la “perspectiva” (cuyo origen se remonta a la Grecia “clásica”), que va a comenzar a representar lo que el “ojo observa” (a diferencia del medioevo donde se dibujaba en primer plano los motivos religiosos), es decir, la naturaleza (de allí los famosos cuadros cuyo tema es la “naturaleza muerta”). Es el paulatino paso de un discurso “teocéntrico” a otro “antropocéntrico”. 3. La revolución británica (desarrollada entre 1648 y 1688 aproximadamente): si el Renacimiento había comenzado a poner en 6 cuestionamiento la idea medieval de “predestinación”, esto se vuelve concreto en Gran Bretaña y tiene una explicación económica. Como es sabido los nobles, a diferencia de los burgueses, no trabajaban; en tanto que estos últimos no solamente obtienen productos de su trabajo sino que además obtienen ganancias importantes a través de la actividad comercial. Esto hizo que los burgueses fueran incrementando –frente al parasitismo de la noblezasu poderío económico, con un agregado: ese poderío económico, implicó al mismo tiempo cierta decadencia de la nobleza, de modo tal que muchos burgueses comenzaron a comprar títulos de nobleza. Golpe de gracia a la idea de “predestinación” y comprobación concreta que era la actividad humana a través del accionar individual lo que construía un “destino”. Con el poderío económico en sus manos, la naciente y ascendente clase burguesa comenzó a reclamar poder político, que le fue negado por la nobleza en el Estado. Es el comienzo de la Revolución británica que culminó con una forma de gobierno novedosa para entonces, pero que implicaba el regreso de la democracia: la monarquía parlamentaria. El gobierno ya no estaba en manos del rey que pasaba a ser una suerte de figura decorativa sino en un primer ministro elegido por el parlamento. No es casual que al momento de resurgimiento de la democracia, forma de gobierno basada en la discusión y la razón, resurja un tipo de discurso que había sido desplazado hasta entonces como la filosofía de la mano de los grandes filósofos racionalistas y contractualistas: los británicos Locke y Burke, pero sobre todo los franceses Descartes, Voltaire, Montesquieu, Diderot o Rousseau. Este tipo de filosofía se denominó en primer término “iluminista” (por referencia al movimiento de “Las Luces” que se opuso al “oscurantismo” medieval) y también “idealista” (al sostener por ejemplo un autor como Descartes, el predominio de la razón y de las ideas). 4. La revolución francesa (que estalla en 1789): el mismo esquema observado para la revolución británica se desarrolló aproximadamente un siglo después en Francia. Una burguesía con creciente poderío económico (aunque menos desarrollado y extendido que en Gran Bretaña) que reclama un poder político que le es retaceado por parte de la nobleza. El resultado fue el estallido de la Revolución, que sin embargo tuvo características y consecuencias diferentes a las de su predecesora británica. En primer lugar, como en este caso el poderío económico burgués era menor, la negativa al otorgamiento de poder político por parte de la nobleza fue más tajante, y dio por resultado una alianza entre la burguesía y el campesinado (los llamados sans culottes caracterizados por su desprecio hacia los estamentos nobiliarios) que promovió un enfrentamiento mucho más fuerte con la nobleza. Así la burguesía no se condujo a una negociación con la nobleza para llegar a construir una monarquía parlamentaria o constitucional, postura adoptada por los sectores minoritarios dentro de la burguesía (los representantes de la Asamblea que se sentaban en el sector derecho de la misma), sino que desarrolló una estrategia de enfrentamiento con la nobleza que promovió la lisa y llana abolición de la monarquía, tal como postulaban los sectores burgueses mayoritarios aliados al campesinado, el de los “jacobinos” (es decir, el de los seguidores de las ideas democratizantes del filósofo Juan Jacobo Rousseau). La abolición de la monarquía fue finalmente el resultado político de la Revolución Francesa. Este es el motivo por el que el año de esta revolución se considera el fin de la Edad Media y el origen de la Modernidad. Si la Revolución Francesa había supuesto desde el punto de vista político el fin de la monarquía y el retorno a las formas republicanas; la Revolución Industrial implicó la expansión de una nueva forma de producción que iba a sepultar al feudalismo, el capitalismo. 7 La expansión del capitalismo supuso además la expansión de un tipo de discurso basado en la eficiencia, es decir, de un discurso racional: que fue por entonces la filosofía. Habíamos visto que al momento de desarrollo de la Revolución británica se constituía un tipo de filosofía denominado idealista, que había nutrido el accionar del ala “jacobina” de los revolucionarios franceses. Sin embargo a posteriori va a constituirse una nueva corriente filosófica que va a reaccionar de manera importante no solamente contra esa filosofía idealista cuyas ideas habían nutrido a la Revolución Francesa sino también contra algunas de las consecuencias de la misma. Esta corriente filosófica era la filosofía positiva. Así como en el caso de la filosofía iluminista o idealista, el punto de partida era la razón y el uso de las ideas; también en el caso del positivismo la razón era el punto de partida. Pero a diferencia del idealismo racionalista, el basamento del positivismo fueron los hechos observables; motivo por el que el positivismo sirvió luego de antecedente al desarrollo del discurso científico. Y esto por otro motivo adicional. Al basarse en los hechos, el positivismo implicó también el desplazamiento del campo del conocimiento de lo que se denomina “metafísica”; es decir que quedan fuera de las posibilidades de prueba conceptos como los de “Dios”, el “alma”, el “espíritu” (reservados para un campo discursivo como el religioso, ubicado desde la Modernidad en el ámbito privado). Estamos a inicios del siglo XIX, momento de consolidación de la Modernidad, y donde comienza a configurarse –ya de manera más plena- el discurso sobre el mundo dominante hasta nuestros días, la ciencia. Corrientes científicas y criterios de verdad científicos Decíamos renglones arriba que el positivismo, al eliminar de su criterio de validación de verdad a la metafísica, era un importante antecedente del discurso científico. Esto no implicó sin embargo la completa eliminación de una filosofía como la idealista. Al contrario, supuso que en la discusión con el positivismo, el idealismo fuera desarrollando distintas concepciones tendientes también a eliminar la metafísica de sus interpretaciones. Fue el caso de las filosofías de Kant y de Hegel; quienes paulatinamente se fueron acercando cada vez más a perspectivas materialistas, que se ubicarían dentro del campo científico al momento de la completa eliminación de la metafísica en sus formulaciones. Por otro lado, en la misma discusión con el idealismo, también el positivismo se vio obligado a incorporar un elemento imprevisto: la noción de “sujeto del conocimiento”. Pero al hacer esto, es decir, al incorporar esta idea de un “sujeto” que a partir de la observación puede llegara a conocer a un “objeto”; el positivismo –que justamente se había propuesto junto con la eliminación de la metafísica, la eliminación de todo tipo de “subjetividad”- se transformó en empirismo. Así, el desarrollo del campo científico, supuso la aparición de dos corrientes diferenciadas ubicadas dentro del mismo campo, que vamos a ver también desarrollan métodos de conocimiento para cada una de ellas: materialismo y empirismo Siguiendo la tradición metodológica previa desarrollada por el positivismo, basada en la observación, los empiristas desarrollan un tipo de método científico basado también en la observación, que se conoce como método empírico. En tanto que los materialistas, al seguir por el contrario más bien la tradición idealista previa, van a configurar un método que va a sostener que con la observación no alcanza para dar cuenta de lo “real” (lo verdadero) sino que es necesaria la existencia de un sujeto (el científico) capaz de “interpretar” lo que se observa, que vamos a denominar método interpretativo. Igual que para el ejemplo de Newton que vimos anteriormente, para los empiristas será necesario realizar varias observaciones (una suma de observaciones) para configurar una “base empírica” que nos permita primero generalizar y luego arribar a 8 una formulación teórica. Lo que quiere decir que el proceso del conocimiento sería “ascendente” (parte de una base empírica y luego llega a una teoría). Al contrario, en el caso de los materialistas, al hacer hincapié en la interpretación del sujeto cognoscente, deben partir de una formulación teórica que permita una interpretación más precisa de los datos empíricos (la base empírica). Es decir que en este caso el proceso del conocimiento es “descendente” (parte de una teoría para luego llegar a abordar los datos presentes en la base empírica). Si tuviéramos que dar ejemplos de científicos empiristas, podríamos hablar para el caso de una disciplina como la psicología de Watson o de Skinner; mientras que podríamos también ubicar dentro de esta corriente a Adam Smith o a David Ricardo en el caso de la economía política. Serían buenos ejemplos de materialistas para el campo de la psicología Sigmund Freud y –más cercano en el tiempo- Jacques Lacan, también para el caso de la economía política autores como Marx o Engels. Puede verse que si bien ambas corrientes se ubican dentro del campo científico, al mismo tiempo ambas conducen a perspectivas teóricas diferentes (el caso más claro, por ser notable la diferencia, es el de la teoría económica liberal de Adam Smith y la teoría económica socialista de Marx); que terminan por enfrentarse en la discusión respecto de cuál tipo de teoría es la que mejor explica el funcionamiento del mundo. Ejemplificando, podríamos decir que si los conductistas acusan a los psicoanalistas como Freud de no ser científicos, ya que el inconsciente no es observable; al mismo tiempo podríamos también decir que los psicoanalistas acusan a los conductistas de dar una explicación incompleta de la realidad, ya que al sólo considerar científico lo que ven no pueden explicar por ejemplo los actos fallidos o los sueños porque se encuentran más allá de la observación. Esta cuestión nos lleva a considerar lo referido a los “criterios de verdad” (o bien “criterios de validación”) científicos. Ambas corrientes van a sostener un criterio de verdad objetivo. Los empiristas dicen tener la razón porque los hechos observables –en teoría- no pueden ser falsos. Mientras que por otro lado, los materialistas dicen que ellos tienen la razón porque la verdad siempre supone la capacidad de observación e interpretación que tenga el sujeto, más allá de la veracidad de los hechos observables. Pero además los materialistas van a plantear que no es posible llegar a una verdad objetiva (o no discutible) a partir de la observación. Digamos que cuando Newton dijo que a partir de varias observaciones pudo generalizar sobre la caída de los objetos, lo hizo partiendo de un procedimiento racional (el tipo de razonamiento que se denomina inducción) que no permite obtener una conclusión irrefutable; sería idéntico que decir que porque observé un millón de patos blancos todos los patos son blancos. Cuestión que sabemos por anticipado que es incorrecta. Entonces, esto lleva a los materialistas a demostrar que a partir de la observación no es posible llegar a una demostración concluyente, motivo por el que no es posible sostener un criterio de verdad “objetivo” en el empirismo. Ahora bien, al analizar los empiristas minuciosamente teorías materialistas como las de Freud o Marx, van a llegar a un resultado similar. En el primer caso, dicen, porque como buen médico el intento de Freud fue el dar cuenta de las leyes que rigen el funcionamiento del inconsciente; pero tales “leyes” no pueden ser “objetivas” dada la gran variabilidad de la conducta humana. En el segundo la discusión parte de la teoría de la historia de Marx; ya que este último suponía que un proceso de transformación social podría llegar a producirse en un país desarrollado económicamente como Gran Bretaña, pero la historia mostró que dicho proceso se produjo más bien en países subdesarrollados económicamente (como Rusia en 1917, China en 1948 o Cuba una década después) Estas refutaciones parciales de las teorías de Freud o Marx no suponían necesariamente una impugnación de toda la teoría, pero sí mostraban que ninguna de 9 las dos teorías materialistas podían sostenerse tampoco sobre un criterio de verdad objetivo. La crisis de la “objetividad” científica observada entonces tanto en el campo de las corrientes empiristas como en el de las materialistas, llevó a toda una serie de discusiones epistemológicas. Entrado el siglo XX, epistemólogos e historiadores de la ciencia como Kuhn, Popper o Lakatos, también filósofos posteriores como Foucault, comenzaron a preguntarse cuál era el estatuto de la verdad científica. Y en ciertos casos llegaron a afirmar que si la ciencia no podía ser “objetiva” entonces debía ser considerado un tipo de discurso “relativo”. Pero tal consideración de la ciencia como un discurso “relativo” llevaba a otro problema importante. A mediados de los años cincuenta un importante antropólogo francés como Claude Levy-Strauss supo mostrar que no hay una cultura que resulte superior a la otra, lo que implicaba que entonces la llamada “cultura occidental” no resultaba la “meta” respecto de una instancia “evolutiva” desde estadios interiores a otros superiores. Pero con la puesta en discusión de los juicios de valor respecto de las culturas se ponía al mismo tiempo en discusión la superioridad de la ciencia respecto de otras explicaciones respecto del mundo, sean estas míticas, religiosas o de sentido común. Esto implicaba que dejaba de haber diferencias entre una explicación científica y otra mítica. Todo comenzaba a depender del “cristal” con que se lo mire, es decir, que todo comenzaba a ser subjetivo y relativo al mismo tiempo. Pero si hay entonces “tantas verdades como personas en el mundo”, esto es, si adoptamos en lugar de la “objetividad” un criterio que verdad que sea absolutamente subjetivo; se pone en crisis directamente el discurso científico, en la medida que este último si bien ya vimos que no es “objetivo” si se basa en cierto grado de generalidad. El resultado de todo esto podríamos decir es el que se extiende dentro del discurso científico hasta la actualidad, al demostrarse que la ciencia no puede ser “objetiva” pero tampoco “subjetiva” (porque no cualquier cosa que diga cualquier persona es una verdad científica); sino que debe ser comprendida como “intersubjetiva”. El criterio de verdad “intersubjetivo” en el que se basa la ciencia desde entonces hasta la actualidad, supone una instancia intermedia entre la “objetividad” y la “subjetividad” que surge de una teoría consensual de la verdad. Esto es, supone la idea de que hay varias explicaciones posibles de un mismo fenómeno (por ejemplo, aún en una disciplina como la física, mucho más “precisa” que la ciencia política, existen una explicación que se basa en la teoría de Newton pero al mismo tiempo otra que se basa en la teoría de Einstein); pero que hay “acuerdo” (consenso) entre los científicos para ello (esto quiere decir que hay acuerdo entre los diferentes físicos en que las dos teorías mencionadas –Newton y Einstein- son ambas teorías científicas). Todo esto supone que la ciencia no es una “verdad absoluta” (si lo fuera sería un dogma y no habría diferencia con un discurso mítico o religioso), pero al mismo tiempo que tampoco todo es “relativo” (si lo fuera no habría diferencias entre la ciencia y el sentido común). Es decir, que la ciencia es un discurso “flexible” que supone la coexistencia de diferentes teorías que pueden explicar un mismo fenómeno, pero que al mismo tiempo supone que hay otros discursos que no pertenecen al ámbito científico. Por último, llegado a este punto cabría realizar una última distinción al interior del campo científico, en la medida de explicitar las diferencias entre ciencias naturales y sociales. Las primeras, aunque no necesariamente desechan por completo el método interpretativo, son básicamente empíricas, por el propio “objeto” de estudio que presenta una gran regularidad. En cambio las segundas, al tener su “objeto” de estudio (los seres humanos y las sociedades humanas) una menor regularidad, pueden desarrollar sus teorías adoptando tanto los métodos empíricos como los interpretativos. 10
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