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EDUCAR (Acompañar al ser humano) “Cartas cruzadas”. Francesc Torralba. Pág. 104. Edic. Sal Terrae. Educar a alguien es, ayudarle a emprender este viaje sin retorno hacia lo más recóndito de sí mismo para reconocer las propias posibilidades y los propios límites. Educar para la interioridad, para la libertad, para el amor, para el arrepentimiento y para el ejercicio de la fraternitas: tales son las directrices que se desprenden de este pensamiento judeocristiano. La filósofa de origen judío Edith Stein considera que la auténtica educación es, precisamente, aquella que va orientada a los pensamientos del corazón y, justamente por eso, requiere el ejercicio de la confianza y la práctica del amor. En la trastienda de la filosofía de la educación subsiste un conjunto de creencias (inmanentes o trascendentes) que, como si de un subsuelo se tratara, son los fundamentos de nuestras construcciones teóricas. Aquí radica precisamente aquella diferencia que hacía Ortega y Gasset entre las ideas y las creencias. Formamos parte de las creencias; las ideas, sin embargo, las tenemos. Una cosa es la esfera del ser (¡las cosas son como son!), y otra muy distinta es la esfera del deber (cómo deberían ser las cosas). Cuando digo a mi hija que mire antes de cruzar la calle, estoy empleando un lenguaje prescriptivo; pero cuando le muestro el título de un libro, entonces recurro al lenguaje descriptivo. No puedo imaginar una educación sin prescripción alguna, como tampoco puedo imaginar una educación sin ninguna descripción en absoluto. La cuestión es precisar qué podemos prescribir y por qué podemos hacerlo, es decir, cuáles son los deberes que debemos comunicar a las nuevas generaciones. Parto de la idea de que la finalidad de la educación es acompañar al ser humano hacia su plenitud, hacia su perfección, y esto significa que debe desplegar una serie de potencialidades y de hábitos. En el fondo, parto de un esquema teleológico, que no teológico. El ser humano no nace terminado ni realizado, sino que irrumpe en el mundo como un campo magnético de posibilidades y necesidades. Según Kierkegaard, el ser humano es una síntesis de necesidad y posibilidad. Educarlo es, ayudarle a desplegar su potencial (corporal, psicológico, social, espiritual, ético, estético …) y mostrarle sus necesidades. Cuando digo que la educación se orienta a la plenitud, me refiero a este desarrollo total del ser humano, que en cada uno tendrá una fisonomía u otra. Para educar sin resentimiento y sin espíritu de venganza – Buda, Sócrates y Jesús de Nazaret – han sobresalido en el ejercicio de la bondad moral. Educar tiene mucho que ver con la construcción del Sentido y la voluntad de Sentir, que, según Frankl, es tan intensa y presente en el ser humano, joven o adulto, como las pulsiones de lo que es. Al fin y al cabo, hemos de ayudar al educando a formularse la pregunta por el sentido de las cosas; o, dicho de otra forma, hemos de acompañarle a preguntarse qué es aquello que hace que la vida merezca ser vivida. Creo, sinceramente, que la educación es una tarea que podemos calificar de “ética” cuando el otro se convierte en el centro de gravedad o, por decirlo de otra manera, cuando soy capaz de ponerme en su piel, de hacerme responsable de sus necesidades y de sus deseos. Receptividad, comprensión, acogida: he ahí la trilogía fundamental de la acción educativa.