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El siglo XX es sin duda una de las épocas en las cuales más se ha hablado del hombre y de los derechos humanos. Todavía, es también uno de los tiempos en los cuales se han visto las angustias más profundas, las violaciones sistemáticas de los derechos y la perdida del sentido del hombre. Hoy el hombre aspira a realizarse en armonía con la propia identidad y respetando la dignidad de los otros. La crisis de los valores es, hoy, la crisis del hombre, que no reconoce su personal dignidad y, así, no respeta la dignidad de los otros. Los antiguos griegos partían constantemente del hombre, de su realidad concreta. Para ellos, el hombre era la base, la medida de todas las cosas. El pensamiento griego-romano, el cual ha seguido a los medievales, puede ser visto, en su totalidad, como un humanismo abierto. Pero en la diversidad de los autores, al centro de la reflexión antigua está siempre el hombre y su destino: el hombre en relación consigo mismo, el hombre en relación con el mundo, el hombre en relación con Dios. Un hombre singular, concreto, individualizado, que se conoce a sí mismo, que piensa, que es persona, y por lo tanto es ser individualizado. ¿Qué cosa ha sucedido, en cambio, en los últimos dos siglos? El hombre de Sócrates, de San Agustín, de Boecio, de Descartes, en resumen, el hombre que la filosofía ha cultivado durante veinticinco siglos, si ha disuelto en una entidad genérica y universal como el Espirito Absoluto, la Materia, el Inconsciente y así este rumbo. I. ACTUALIDAD Y URGENCIA DEL PROBLEMA FILOSÓFICO DEL HOMBRE 1. Instancias antropológicas totalizantes de signos absolutistas El desprecio sistemático de la dignidad humana es uno de los frutos de la filosofía idealista y de la política totalitaria. Con Feuberbach (1804-1872) inicia aquel específico cambio que convierte inmanente la antropología trascendente. El humanismo de Feuberbach es un humanismo ateo y materialista: “homo homini deus est”. En la base de la antropología de Feuberbach hay una falsa visión del hombre y de Dios. Para hacer grande al hombre, necesita destruir al hombre, porque la existencia de Dios empobrece al hombre y lo aliena. El “cogito ergo sum” se transforma en “sud in quod cogito”. El hombre, transformado en Dios para Feuberbach, es precisamente un dios rendido al hombre. ¿Cómo es posible esto? Porque la esencia del hombre no se convierte en el individuo particular, sino en el hombre genérico (Gattung). El hombre, como tal, no es el singular; la esencia del hombre es una esencia genérica (Gattungwesen). Las raíces filosóficas de este humanismo, por así decir, inmanente, se repiten en Hegel. Para Hegel (1770-1831) la única realidad es el Espíritu Absoluto, que se realiza en la historia. La persona concreta, el singular, es cualquier cosa de la irrealidad, cuya existencia tiene como sola finalidad realizar el proyecto del Absoluto. Karl Marx (1818-1883) invierte este idealismo: sustituye el Espíritu con la Materia, y especifica la esencia del hombre como praxis. Si la materia es el principio absoluto, la esencia del hombre es la transformación de la materia por medio de la praxis. El hombre es aquello que hace, al contrario, aquello que con el trabajo se hace. La esencia del hombre es su capacidad real de transformar al mundo. Marx hereda la doctrina de Feuerbach y transforma así el hombre genérico en hombre productor. El hombre ha perdido su identidad, y se ha transformado en cualquier cosa abstracta, en un fantasma privado de su realidad objetiva. Se proclama la muerte de Dios (Nietzche, 1844.1900). humillado, generalizado, convertido a la pura materia o expresiones lingüísticas, el hombre ha llegado a ser, de tal manera, hoy se vuelve más manipulable, más expuesto a ser víctima de las ideologías totalizantes, como el fascismo, el nacismo, el marxismo y el materialismo consumistico. El hombre, privado de su identidad y unicidad, si ha transformado en una anónima victima sacrificial, que se inmola sobre el altar de la ideología. 2. Instancias antropológicas totalizantes de signo liberalista La tendencia absolutista no es exclusiva de los regímenes políticos totalitarios, ya sea de izquierda o derecha. Esa está presente, quizás de forma más velada, en las sociedades consideradas liberales o democráticas. El capitalismo, en su forma de liberalismo puro, descarta por principio cada regla moral y no busca otra justificación fuera de sí mismo. Es un sistema injusto en el cual el capital es todo el individuo llegando a ser sobre todo un objeto y un instrumento para acrecentar el capital. El consumismo ha vuelto esclavo al hombre al inducirlo a comprar no aquello de cual tiene necesidad, sino más bien de aquello que el mercado y la moda le propongan. La realización del hombre no consiste más en el ser hombre, sino en el poseer bienes materiales. Este consumismo es el inspirador del permisivismo que esta destruyendo la sociedad occidental convertida en presa de una moral libertaria. El permisivismo consumistico, es un verdadero absolutismo del libertinaje. ¿Qué cosa significa absolutismo del libertinaje? Significa que la sociedad no respeta la ley de un desarrollo armónico: en esa nosotros participamos cuando actuamos sin respeto de los derechos de los otros. La aberración de fondo es: la negación del hombre, del individuo, de la persona, que se disuelve en una identidad abstracta. La solución no puede consistir más que en el rechazo en bloque de todas las ideologías totalizantes. Se necesita tener el coraje de decir no al materialismo, al racismo, al comunismo, al consumismo, al bienestar económico como principio absoluto. La alternativa a esto es el retorno al hombre a sí mismo. A la autoformación de su individualidad personal. Como dice Cornelio Fabro: “Salvar al singular del nivel de la multitud, defender los derechos de la persona frente a la explotación de la sociedad y del estado” (Problemi dell’ esistenzialismo, Roma 1945). Esta es la línea en la cual se inserta la filosofía del hombre que nosotros buscaremos desarrollar en el presente curso. II. ORIGEN DEL PROBLEMA FILOSÓFICO DEL HOMBRE Los interrogativos sobre el significado del hombre irrumpen en nuestra y se imponen ineludiblemente. No es el hombre que resuelve los problemas: es el hombre mismo el problema y su existencia es problemática. La filosofía del hombre no inventa los problemas del hombre. Ella les encuentra, les examina críticamente, e intenta dar a los hombres una respuesta. 1. La maravilla y la admiración La reflexión sobre el hombre puede nacer de la maravilla y de la admiración con relación al universo o con relación al hombre y sus creaciones. La maravilla expresa una aptitud contemplativa orientada sobre el reconocimiento de la grandeza y del misterio del hombre. En el hombre existen muchas cosas que suscitan maravillas. Nos puede sorprender la perfección del aparato visivo, la belleza de una sonrisa, la maldad de una venganza. En el conocimiento, en el amor, en el lenguaje podemos encontrar cualquier cosa de sorprendente y maravilloso. 2. El sentido de la frustración y desilusión La problemática antropológica se tenía como consecuencia del sentido de frustración y desilusión. Muchísimos hombres viven dispersos en las acciones exteriores y absortos en la superficialidad de la vida en masa: levantarse, tranvía, trabajo, comer, lunes, martes, miércoles…de repente todo se derrumba. Esos se vuelven sobre si mismos en el choque con la realidad, en la experiencia del fracaso y del jaque mate. La desventura, un accidente automovilístico, la muerte de la esposa o de un hijo… les conducen cruelmente a la dispersión y les ponen de frente al problema del significado fundamental de la propia existencia. “fue convertido para mi mismo un gran problema”, afirma san Agustín refiriéndose al trauma rápido en ocasión de la muerte de un amigo. Estas experiencias inducen a reflexionar sobre los interrogativos de siempre: ¿Qué es el hombre? ¿Quién soy yo? ¿Qué sentido tiene mi vida? Son interrogativos que surgen siempre, independientemente del credo religioso. Los interrogativos fundamentales del hombre nacen del hecho que ellos no existen como existe un perro o una piedra, sino como sujeto personal, o sea como existente libre o capaz de decir “yo”, de reflexionar, de tomar distancia de las cosas. Su existencia no sigue ciegamente los ritmos de la naturaleza. Ellos se vuelven capaces de vivir y de ser responsables de su vida. Al centro de la reflexión se busca, por lo tanto, la experiencia de la interioridad.