Download Homilía en la misa de Acción de Gracias por el pontificado de
Document related concepts
Transcript
“No abandono la cruz” (Útima audiencia pública, 27-II-2013) Homilía en la Misa de acción de gracias por el ministerio papal de Benedicto XVI Catedral de Mar del Plata, 28 de febrero de 2013 Queridos hermanos: I. Sede vacante En mi carácter de obispo de esta diócesis de Mar del Plata, los he convocado esta tarde para celebrar la Eucaristía, en circunstancias poco frecuentes en la vida de la Iglesia. Por la diferencia horaria, a estas horas la sede de Pedro está vacante, por haberse hecho efectiva desde las 20 h. en la ciudad de Roma, la renuncia del Papa Benedicto XVI. Su nombre, por tanto, ya no será pronunciado en la plegaria eucarística. Esta circunstancia inusual debe convertirse en pedagogía acerca del sentido del ministerio del Papa en la Iglesia, y en ocasión de gratitud hacia el digno pastor que renuncia a su cargo. Al mismo tiempo, una Iglesia que se queda sin Papa, se siente obligada a ponerse en oración, a fin de colaborar con el Espíritu Santo en la elección del nuevo pastor universal. II. El legado del Papa Benedicto Esta tarde estamos aquí reunidos en torno al altar, ante todo para dar gracias a Dios por la riqueza que su gobierno pastoral de Sumo Pontífice ha aportado a la Iglesia. Durante ocho años, nos ha edificado con el ejemplo de su vida, mostrándonos un amor heroico al “rebaño de Dios” (1Ped 5,2) y una gran entereza ante los ataques del mundo. En este período hemos podido gozar de la luz abundante que su magisterio de auténtico maestro de la fe ha brindado a todos los hombres de buena voluntad, dentro y fuera de la grey católica. Su sabiduría incomparable, bebida en la fuente misma de la Revelación, inspirada en el ejemplo de los Padres de la Iglesia, inserta en la Tradición de dos milenios, estuvo caracterizada por un conocimiento excepcional de la historia de la cultura y del pensamiento, en diálogo permanente con el mundo contemporáneo y sus problemas. Como verdadero maestro de la fe católica supo hablar sin cansancio de la armonía entre la razón y la fe. Nos ha repetido que “el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización” (Discurso en Westminster Hall, 17-IX-2010). En una época caracterizada por el relativismo moral, nos ha hablado sin cansancio de “principios no negociables” que son previos a la fe. Aunque ésta los ilumina y confirma, estos principios están inscritos en la naturaleza humana, y por tanto son comunes a toda la humanidad. Con ellos se promueve y defiende la dignidad de la persona y el bien común de la sociedad. Su olvido introduce daño y desequilibrio en el cuerpo social. Sin caer jamás en el agravio, nos ha recordado verdades esenciales: la necesaria protección de la vida humana en todas sus fases, desde su concepción hasta su término natural; el reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, fundada en el matrimonio, que no puede ser sino la unión estable de un hombre y una mujer, abierta a la transmisión de la vida y a la educación de los hijos; la protección del derecho natural de los padres a educar a sus hijos, según sus principios religiosos y morales. Su pontificado se caracterizó desde el inicio, por recordar la vigencia del Concilio Vaticano II, del que fue testigo privilegiado. Por esa razón, se aplicó a la exacta interpretación del acontecimiento y de sus textos. Ante la errada hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura con el pasado de la Iglesia, supo demostrar la auténtica voluntad conciliar de reformar lo que es caduco y afectado por el tiempo, siempre dentro de la continuidad en la inmutable identidad católica. III. Significado de su renuncia y resumen de su papado Desde el día en que sorprendió a la Iglesia y al mundo con el anuncio de su renuncia, he leído y escuchado las explicaciones que el mismo Santo Padre ha dado sobre ella. De modo particular, me he detenido en las palabras pronunciadas ayer durante la audiencia pública que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro. Allí nos encontramos ante un canto de gratitud y una profesión de fe. Se trata de un verdadero testamento espiritual, de cautivante belleza, cuya atenta lectura recomiendo a todos. Allí se refleja su alma como en un espejo. Tales expresiones sólo pueden surgir de un corazón noble y de un espíritu impregnado de profunda autenticidad evangélica. Si queremos encontrar la mejor luz para interpretar el acontecimiento, volvamos siempre a sus propias palabras y no nos equivocaremos. Por el contrario, algunos comentarios de estos días, al enumerar con regocijo intrigas de palacio, deficiencias humanas, y reclamos de “modernización” de la doctrina, nos han reflejado mucho más la mentalidad de sus autores que las auténticas motivaciones del Papa. La necesaria brevedad de esta homilía me lleva a seleccionar breves fragmentos de sus explicaciones. La elección es difícil ante tanta riqueza y profundidad espiritual. El domingo pasado, comentando el evangelio de la Transfiguración, durante la alocución del Angelus, nos decía: “Esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a «subir al monte», a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más adecuado a mi edad y a mis fuerzas”. Y en su bellísimo discurso de despedida del día de ayer, pronunciaba estas palabras que se leen con emoción: “Quien asume el ministerio petrino no tiene más privacidad alguna. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. A su vida se le retira, por así decirlo, la dimensión privada. He podido experimentar y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la vida justamente cuando la dona (…). El «siempre» es también un «para siempre»: no se puede volver más a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recibimientos, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que quedo de modo nuevo ante el Señor crucificado”. 2 Sería de mi parte acto de torpeza y falta de pudor, añadir a estas palabras un comentario, que por fuerza resultaría pobre e inadecuado. IV. “Tú eres Pedro” La luz de la fe y el afecto que como católicos tenemos hacia el sucesor de Pedro, nos permiten interpretar y asimilar el hecho histórico de la renuncia de un Papa. Celebrar la Eucaristía, es para nosotros los cristianos la oportunidad de sumergirnos en la luz de la Palabra de Dios y el momento privilegiado para beneficiarnos de la gracia que nos abre el entendimiento para interpretar todos los acontecimientos de la Iglesia y del mundo con las certezas de la fe. Acuden en estos momentos a nuestra memoria las palabras del mismo Cristo, quien nos declara el significado de Pedro y sus sucesores en la Iglesia por el fundada: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 16,18-19). Pedro ha recibido el carisma que se prolonga en sus sucesores, de presidir el colegio apostólico. El Papa no es un Obispo más. Nunca está separado del resto de los Obispos, ni estos de él. Pero su primado no es de honor sino de jurisdicción. Junto con la suprema potestad de gobierno, tiene también el supremo magisterio. Está llamado a ser garante de la unidad en la verdad de una misma fe, inalterable a lo largo de los siglos; e igualmente, principio insustituible en la salvaguardia de la caridad eclesial. En tiempo de sede vacante, recién iniciado, sabemos que debemos orar pidiendo la asistencia del Espíritu Santo sobre los cardenales encargados de elegir al nuevo Papa. No conocemos ni su nombre ni su rostro. Pero desde ahora nos disponemos a recibirlo con el amor que se merece el sucesor de San Pedro y, por eso mismo, vicario de Cristo en la tierra. V. Gracias, Santidad Al término de estas reflexiones, asumiendo mi condición de cabeza de esta Iglesia particular y en representación de la misma, deseo dirigirme con ustedes a Su Santidad, el Papa emérito, con estas palabras: Santidad, La Iglesia diocesana de Mar del Plata le asegura su oración y le agradece su magnífico testimonio de pastor abnegado del Rebaño de Cristo. Nos resulta inevitable un sentimiento de nostalgia, pero sus palabras nos invitan a una mirada superior desde la fe. Al dejar la conducción de la Iglesia, Usted no la abandona sino que desea servirla con el mismo amor de antes con su oración y ocultamiento. Su debilidad física es su poderosa fuerza espiritual. No huye del trabajo, sino que “sube al monte” de la Transfiguración para interceder por la Iglesia y por los hombres. No abandona la cruz, sino que permanece de modo nuevo ante el Señor crucificado. 3 Su renuncia no lo conduce a su vida privada, sino a la soledad donde nos abraza a todos con su ardiente ofrenda. Gracias, Santidad, será imposible olvidarlo. Por los siglos permanecerá su nombre como uno de los Papas que mejor han honrado la Cátedra de Pedro. Junto con Usted, invocamos “la intercesión de la Virgen María. Que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa”. + ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 4