Download Homilía en la misa de Acción de Gracias por el pontificado de

Document related concepts

Lumen fidei wikipedia , lookup

Eucaristía wikipedia , lookup

Benedicto XVI wikipedia , lookup

Renuncia de Benedicto XVI wikipedia , lookup

Pedro II (El Romano) wikipedia , lookup

Transcript
“No abandono la cruz”
(Útima audiencia pública, 27-II-2013)
Homilía en la Misa de acción de gracias por el ministerio papal de Benedicto XVI
Catedral de Mar del Plata, 28 de febrero de 2013
Queridos hermanos:
I. Sede vacante
En mi carácter de obispo de esta diócesis de Mar del Plata, los he convocado esta
tarde para celebrar la Eucaristía, en circunstancias poco frecuentes en la vida de la
Iglesia. Por la diferencia horaria, a estas horas la sede de Pedro está vacante, por haberse
hecho efectiva desde las 20 h. en la ciudad de Roma, la renuncia del Papa Benedicto
XVI. Su nombre, por tanto, ya no será pronunciado en la plegaria eucarística.
Esta circunstancia inusual debe convertirse en pedagogía acerca del sentido del
ministerio del Papa en la Iglesia, y en ocasión de gratitud hacia el digno pastor que
renuncia a su cargo. Al mismo tiempo, una Iglesia que se queda sin Papa, se siente
obligada a ponerse en oración, a fin de colaborar con el Espíritu Santo en la elección del
nuevo pastor universal.
II. El legado del Papa Benedicto
Esta tarde estamos aquí reunidos en torno al altar, ante todo para dar gracias a Dios
por la riqueza que su gobierno pastoral de Sumo Pontífice ha aportado a la Iglesia.
Durante ocho años, nos ha edificado con el ejemplo de su vida, mostrándonos un amor
heroico al “rebaño de Dios” (1Ped 5,2) y una gran entereza ante los ataques del mundo.
En este período hemos podido gozar de la luz abundante que su magisterio de auténtico
maestro de la fe ha brindado a todos los hombres de buena voluntad, dentro y fuera de la
grey católica.
Su sabiduría incomparable, bebida en la fuente misma de la Revelación, inspirada en
el ejemplo de los Padres de la Iglesia, inserta en la Tradición de dos milenios, estuvo
caracterizada por un conocimiento excepcional de la historia de la cultura y del
pensamiento, en diálogo permanente con el mundo contemporáneo y sus problemas.
Como verdadero maestro de la fe católica supo hablar sin cansancio de la armonía
entre la razón y la fe. Nos ha repetido que “el mundo de la racionalidad secular y el
mundo de las creencias religiosas necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de
entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización” (Discurso
en Westminster Hall, 17-IX-2010).
En una época caracterizada por el relativismo moral, nos ha hablado sin cansancio
de “principios no negociables” que son previos a la fe. Aunque ésta los ilumina y
confirma, estos principios están inscritos en la naturaleza humana, y por tanto son
comunes a toda la humanidad. Con ellos se promueve y defiende la dignidad de la
persona y el bien común de la sociedad. Su olvido introduce daño y desequilibrio en el
cuerpo social.
Sin caer jamás en el agravio, nos ha recordado verdades esenciales: la necesaria
protección de la vida humana en todas sus fases, desde su concepción hasta su término
natural; el reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, fundada en
el matrimonio, que no puede ser sino la unión estable de un hombre y una mujer, abierta
a la transmisión de la vida y a la educación de los hijos; la protección del derecho
natural de los padres a educar a sus hijos, según sus principios religiosos y morales.
Su pontificado se caracterizó desde el inicio, por recordar la vigencia del Concilio
Vaticano II, del que fue testigo privilegiado. Por esa razón, se aplicó a la exacta
interpretación del acontecimiento y de sus textos. Ante la errada hermenéutica de la
discontinuidad y la ruptura con el pasado de la Iglesia, supo demostrar la auténtica
voluntad conciliar de reformar lo que es caduco y afectado por el tiempo, siempre
dentro de la continuidad en la inmutable identidad católica.
III. Significado de su renuncia y resumen de su papado
Desde el día en que sorprendió a la Iglesia y al mundo con el anuncio de su
renuncia, he leído y escuchado las explicaciones que el mismo Santo Padre ha dado
sobre ella. De modo particular, me he detenido en las palabras pronunciadas ayer
durante la audiencia pública que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro. Allí nos
encontramos ante un canto de gratitud y una profesión de fe. Se trata de un verdadero
testamento espiritual, de cautivante belleza, cuya atenta lectura recomiendo a todos. Allí
se refleja su alma como en un espejo. Tales expresiones sólo pueden surgir de un
corazón noble y de un espíritu impregnado de profunda autenticidad evangélica.
Si queremos encontrar la mejor luz para interpretar el acontecimiento, volvamos
siempre a sus propias palabras y no nos equivocaremos. Por el contrario, algunos
comentarios de estos días, al enumerar con regocijo intrigas de palacio, deficiencias
humanas, y reclamos de “modernización” de la doctrina, nos han reflejado mucho más
la mentalidad de sus autores que las auténticas motivaciones del Papa.
La necesaria brevedad de esta homilía me lleva a seleccionar breves fragmentos de
sus explicaciones. La elección es difícil ante tanta riqueza y profundidad espiritual. El
domingo pasado, comentando el evangelio de la Transfiguración, durante la alocución
del Angelus, nos decía: “Esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí,
en este momento de mi vida. El Señor me llama a «subir al monte», a dedicarme aún
más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más,
si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma
entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más adecuado
a mi edad y a mis fuerzas”.
Y en su bellísimo discurso de despedida del día de ayer, pronunciaba estas palabras
que se leen con emoción: “Quien asume el ministerio petrino no tiene más privacidad
alguna. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. A su vida se le retira,
por así decirlo, la dimensión privada. He podido experimentar y lo experimento
precisamente ahora, que uno recibe la vida justamente cuando la dona (…). El
«siempre» es también un «para siempre»: no se puede volver más a lo privado. Mi
decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la
vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recibimientos, conferencias, etcétera. No
abandono la cruz, sino que quedo de modo nuevo ante el Señor crucificado”.
2
Sería de mi parte acto de torpeza y falta de pudor, añadir a estas palabras un
comentario, que por fuerza resultaría pobre e inadecuado.
IV. “Tú eres Pedro”
La luz de la fe y el afecto que como católicos tenemos hacia el sucesor de Pedro, nos
permiten interpretar y asimilar el hecho histórico de la renuncia de un Papa. Celebrar la
Eucaristía, es para nosotros los cristianos la oportunidad de sumergirnos en la luz de la
Palabra de Dios y el momento privilegiado para beneficiarnos de la gracia que nos abre
el entendimiento para interpretar todos los acontecimientos de la Iglesia y del mundo
con las certezas de la fe.
Acuden en estos momentos a nuestra memoria las palabras del mismo Cristo, quien
nos declara el significado de Pedro y sus sucesores en la Iglesia por el fundada: “Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra,
quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el
cielo” (Mt 16,18-19).
Pedro ha recibido el carisma que se prolonga en sus sucesores, de presidir el colegio
apostólico. El Papa no es un Obispo más. Nunca está separado del resto de los Obispos,
ni estos de él. Pero su primado no es de honor sino de jurisdicción. Junto con la suprema
potestad de gobierno, tiene también el supremo magisterio. Está llamado a ser garante
de la unidad en la verdad de una misma fe, inalterable a lo largo de los siglos; e
igualmente, principio insustituible en la salvaguardia de la caridad eclesial.
En tiempo de sede vacante, recién iniciado, sabemos que debemos orar pidiendo la
asistencia del Espíritu Santo sobre los cardenales encargados de elegir al nuevo Papa.
No conocemos ni su nombre ni su rostro. Pero desde ahora nos disponemos a recibirlo
con el amor que se merece el sucesor de San Pedro y, por eso mismo, vicario de Cristo
en la tierra.
V. Gracias, Santidad
Al término de estas reflexiones, asumiendo mi condición de cabeza de esta Iglesia
particular y en representación de la misma, deseo dirigirme con ustedes a Su Santidad,
el Papa emérito, con estas palabras:
Santidad,
La Iglesia diocesana de Mar del Plata le asegura su oración
y le agradece su magnífico testimonio de pastor abnegado del Rebaño de Cristo.
Nos resulta inevitable un sentimiento de nostalgia,
pero sus palabras nos invitan a una mirada superior desde la fe.
Al dejar la conducción de la Iglesia, Usted no la abandona
sino que desea servirla con el mismo amor de antes con su oración y ocultamiento.
Su debilidad física es su poderosa fuerza espiritual.
No huye del trabajo, sino que “sube al monte” de la Transfiguración
para interceder por la Iglesia y por los hombres.
No abandona la cruz, sino que permanece de modo nuevo ante el Señor crucificado.
3
Su renuncia no lo conduce a su vida privada,
sino a la soledad donde nos abraza a todos con su ardiente ofrenda.
Gracias, Santidad, será imposible olvidarlo.
Por los siglos permanecerá su nombre
como uno de los Papas que mejor han honrado la Cátedra de Pedro.
Junto con Usted, invocamos “la intercesión de la Virgen María.
Que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús,
en la oración y en la caridad activa”.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
4