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De vuelta al mundo real: epistemología, política y el campo de la Comunicación César Bolaño1 La constitución del campo académico de la Comunicación responde a necesidades de control social conocidas, vinculadas a la consolidación de la hegemonía norteamericana en la posguerra. Temprano se establecerá en su interior, la lucha epistemológica entre la corriente principal y el pensamiento crítico – en que aparece en primer plano la escuela latino-americana – por la definición del (genético) concepto de desarrollo. A partir de los 80 del pasado siglo, se establecer la hegemonía de una visión de mundo descomprometida, apartada de los problemas concretos de la realidad social, que contaminará en muchos casos la política científica en el campo. Con esto, se reduce drásticamente su capacidad de influir en el debate (y la distribución de los recursos de investigación) en el conjunto más amplio de las Ciencias Sociales. No se trata propiamente de una contradicción entre los aparatos de Estado y la comunidad académica, pero de la estructura de poder en esta última – de como se distribuye en su interior el capital simbólico – y de las particularidades da su vinculación, esto sí, con los referidos aparatos. Comunicación, epistemología y crítica He tenido recientemente la oportunidad (Bolaño, 2013) de producir un contrapunto al artículo de Muniz Sodré publicado por la revista MATRIZes, en que el autor hace una interesante evaluación de la situación actual del campo de la Comunicación, destacando que “el paradigma de los efectos aún es el fundamento de la mayor parte de las investigaciones académicas” (Sodré, 2012, p. 11), lo que restringiría su prestigio como ciencia social. Subrayé, en la ocasión, el realismo de la asertiva, señalando, sin embargo, cierta parcialidad en la argumentación, en la medida en que el análisis se restringe al mainstream del área, ignorando las perspectivas abiertas por el pensamiento crítico. Al contrario de clasificar la Comunicación, com hace Sodré, como un “campo en dificultades”, llego a la conclusión de que la referida crisis de legitimidad representa, contradictoria pero no paradoxalmente, la oportunidad de retomada de aquella legitimidad que reclamaba Barbero, “una legitimidad intelectual, más que académicoadministrativa, comprometida con la posibilidad de que la comunicación sea un lugar estratégico a partir del cual pensar la sociedad” (Moragas, 2011, p. 200). En ese sentido, más que en paradigma, concepto cuestionado en el propio campo de la epistemología,2 crítica todavía más justa cuando se trata de Ciencias Sociales, 1 Profesor de la Universidad Federal de Sergipe (UFS), Brasil, presidente de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC), director de la revista EPTIC Online, vicepresidente de la CONFIBERCOM. Autor de Mercado Brasileiro de Televisão (São Paulo: EDUC, 2004 – segunda edição), Indústria Cultural, Informação e Capitalismo (São Paulo: Hucitec, 2000), Political Economy, Communication and Knowledge (New York: Hampton Press, 2012). donde es difícil separar lucha epistemológica de lucha política, en la medida en que no hay diferencia ontológica entre sujeto y objeto, prefiero referirme a programas de investigación,3 como aquel, victorioso, propuesto por Barbero, a partir de la Asociación Latino-americana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC), en los años 70 del siglo pasado, que acabó por representar, de hecho, una ruptura paradigmática en el campo. Es importante recordar este origen del programa porque, como bien señala Sodré, en la definición de un campo científico “importa el lugar ocupado por cada uno de sus miembros, por tanto, el espacio social, de modo que al alcance de las cuestiones levantadas no es independiente de la virtud cognitiva y del peso institucional del sujeto que habla” (ídem, p. 14). Así, la cientificidad del conocimiento divulgado no es jamás una variable independiente de la forma institucional asumida por cátedra, departamento o grupos universitarios. Gracias a la división departamental del saber, profesores e investigadores protegen administrativamente su objeto teórico no solamente con la justificativa de la especificidad disciplinar, pero también buscando la repartición de los recursos públicos de fomento o a la competitividad en el mercado de las encomiendas de análisis e investigación (ídem, p. 15). No entraré aquí en la crítica a los argumentos de Sodré, ya suficientemente presentados en el referido artículo. Retomo solamente un aspecto de ella, referente al olvido de un elemento central de la teoría de los campos de Bourdieu: la permanente disputa por la legitimidad por parte de individuos y grupos con competencia cognitiva, conocedores del paradigma, pero que se encuentran apartados de los núcleos institucionales en que la hegemonía se ejerce. Talvez la mejor explicación de esa dinámica se encuentre en La producción de la creencia, trabajo esencial para el campo de la Comunicación: la position dans la structure des rapports de force inséparablement économiques et symboliques qui définissent le champ de production, c’est-àdire dans la structure de la distribution du capital spécifique (et du capital économique corrélatif) commande, par l’intermédiaire d’une évaluation pratique ou consciente des changes objectives de profit, les caractéristiques des agents ou des institutions et les stratégies qu’ils mettent en oeuvre dans la 2 Un buen resumen de las críticas al concepto de paradigma de Kuhn se encuentra entre las páginas 171 y 176 del interesante libro de Carlos Pérez Soto (1998). Debo aclarar que la observación hecha arriba no representa una crítica a Sodré. En el campo de la comunicación, el concepto de paradigma tiene dos acepciones: la de “criterios o perspectivas teóricas generales” – ahí se puede hablar en paradigma cibernético, behaviorista, funcionalista, interpretativo, pero también en paradigmas referentes a las grandes disciplinas que influencian el campo, como el paradigma semiótico, sociológico, antropológico, etc. – y la de modelo teórico simplemente (Moragas, 2011, p. 37). En Sodré, la preocupación en abarcar un gran conjunto de esos modelos, sino todos, a final de cuentas, como “el paradigma”, lleva a pensar en una definición de base kuhniana, pero en ningún momento eso está explicitado. El autor raciocina básicamente a partir del concepto de campo de Bourdieu, al cual también me limitaré aquí. 3 Sobre el concepto de programas de investigación de Imre Lakatos, ver Pérez Soto (1998), op. cit., p. 187 a 205. Sobre su aplicación al campo de la Comunicación hay un interesante artículo de Carina Cortassa y Rigliana Portugal (2003). lutte qui les oppose. Du côté des dominants, les stratégies, essentiellement défensives, visent toutes à conserver la position occupée, donc, à perpétuer le statu quo en durant et en faisant durer les principes qui fondent la domination (...) Quant aux dominés, ils n’ont de chances de s’imposer sur le marché que par des stratégies de subversion qui ne peuvent procurer, à terme, les profits déniés qu’à condition de renverser la hiérarchie du champ sans attenter aux principes qui le fondent (Bourdieu, 1977, p. 12). No se debe esperar, por tanto, que la inovación radical venga del centro, ni tampoco, por cierto, de fuera del campo. Es en la periferia donde deben ser buscados las señales de ruptura. En el caso del campo científico, afirma Bourdieu, en otro texto: la forme que revêt la lutte inséparablement politique et scientifique pour la légitimité scientifique dépend de la structure du champ, c’est-à-dire de la strucuture de la distribution du capital spécifique de reconnaissance scientifique entre les participants à la lutte (Bourdieu, 1975, p. 102). En este caso, las relaciones oscilan entre la competencia y el monopolio, sin que jamás uno de esos polos sea alcanzado: le champ scientifique est toujours le lieu d’une lutte, plus ou moins inégale, entre des agents inégalement pourvus de capital spécifique, donc inégalement en mesure de s’approprier le produit du travail scientifique (...) qui produisent, par leur collaboration objective, l’ensemble des moyens de production scientifiques disponibles (idem, p. 102).4 Si la comunicación es un campo hoy en dificultades, la base de su recuperación tendrá que ser buscada junto a aquellos sectores inseridos en el campo científico de forma subordinada, que dominan el código, os fundamentos da disciplina, siendo capacees de recuperar “epistemologías del sur” (Santos y Meneses, 2010) y utilizarlas oportunamente en la lucha epistemológica. Esa es la posición que ocupa todo el pensamiento crítico, la mayor parte da tradición latino-americana, la economía política de la comunicación, los estudios sobre comunicación popular y alternativa, sobre las políticas nacionales de comunicación, entre otros. En el artículo referido, subrayé suficientemente el papel estratégico de América Latina en esa disputa que es, a un tiempo, epistemológica, política e institucional y que no se separa, en última instancia, de la lucha de clases. No se trata simplemente de una contradicción entre los aparatos de Estado y la comunidad académica, o de las asimetrías de poder entre los diferentes campos científicos, aunque ambas cosas sean fundamentales, pero de como se distribuye en el interior de cada campo, el capital simbólico y de las particularidades de su vinculación, esto sí, con los referidos aparatos. 4 Una buena exposición de la dinámica de los campos científicos puede ser encontrada en Bourdieu (1976). Comunicación, dependencia y desarrollo No es posible entrar aquí en el análisis de la historia del campo de la Comunicación. Remito, entre otros, a Moragas (2011), ya referido, o a Melo (2007) y a mi interpretación parcial, estrictamente en la línea de raciocinio anterior, en el articulo ya referido (Bolaño, 2013).5 Es importante, sin embargo, tener en mente que la génesis de ese campo está relacionada, como la de las Ciencias de la Información, o de la llamada Administración Científica, a una radical ruptura en el plano de la racionalidad (Bolaño, 2011), ligada a la transición del viejo capitalismo liberal del siglo XIX, bajo hegemonía inglesa, para el capitalismo monopolista, bajo hegemonía norte-americana, que se consolida al final de la Segunda Guerra mundial. Ya tuve la oportunidad de discutir también con más detalle ese proceso, en diferentes ocasiones, especialmente, para los intereses de este análisis, en Bolaño (2011 b, 2012). En síntesis, se puede afirmar sin recelos (Wallerstein, 1996) que tanto los estudios sobre desarrollo como las ciencias de la comunicación forman parte de lós cambios en el orden mundial capitalista, que consolidan el modelo norte-americano, de concentración económica (de la gran empresa, de las sociedades por acciones, del capital financiero), incluso en el campo cultural y de la comunicación (con la consolidación de la Industria Cultural y de los grandes medios de comunicación de masa) y también en el campo científico, fuertemente vinculado al complejo industrialmilitar-académico, responsable principal por el sistema de innovación de los Estados Unidos a lo largo del siglo XX y hasta hoy. Del punto de vista de la construcción de la hegemonía global, Harvey (2003) insiste, correctamente, en la importancia de la nueva ideología del consumo de masa como alternativa para la integración social, en nivel nacional, por oposición al viejo racismo científico de los imperialismos europeos, especialmente el inglés, hegemónico, de la época victoriana, en el momento de la descolonización global, que redundará en la unificación, en el centro y con tendencia a la universalidad, de la cultura material propia del capitalismo industrial, como aclara Furtado (1977). La integración de la periferia, por su parte, durante el periodo de la Guerra Fría, estará profundamente vinculada al nuevo paradigma hegemónico, en el campo científico, a que se subordinan las ideologías del desarrollo y de la comunicación para el desarrollo. La mejor crítica al desarrollo há sido hecha por Furtado, a lo largo de los años 1970, en especial, en su magnífico Dependência e criatividade na civilização industrial (Furtado, 1978),6 donde queda más clara su teoría de la dependencia, presente ya en su obra anterior y que influenciaría las llamadas teorías de la dependencia, que fuerte impacto tendrían en el campo crítico de la comunicación en los años 1970. El concepto de Furtado, sin embargo, por lo que me consta, no ha sido incorporado en esa discusión. 5 Sería importante hacer referencia a la vasta bibliografía de José Marques de Melo (2000, 2008 a, 2008 b, entre otros, además del anteriormente referido) y el fundamental trabajo realizado por su Cátedra UNESCO, así como al trabajo de Cristina Gobbi (2008) y también al libro más antiguo de Moragas (1981), en que la contribución latino-americana ya se encontraba debidamente reconocida. 6 Ver también Furtado (1974, 1977, 1980). A él no se aplican, como trate de mostrar en Bolaño (2011 b) las correctas críticas hechas tanto por los estudios culturales latino-americanos, como por la economía política de la comunicación brasileña a las teorías de la dependencia o del imperialismo cultural. Furtado muestra que la dependencia cultural no es una consecuencia de la dependencia económica o tecnológica, como tendía a definir, de modo más o menos determinista el marxismo estructuralista althusseriano de los años 1960 y 1970, pero es el origen de toda la dependencia, valiéndose, para eso, de una definición de cultura de tipo antropológico, que define la (buena) teoría del desarrollo como el estudio de la difusión de la civilización industrial por todo el globo terrestre, dando origen al desarrollo y al subdesarrollo, formas particulares de un mismo proceso. Así, es de la identificación atávica de las élites brasileñas con el brillo de la cultura material europea y norte-americana, despreciando sus matrices africana e indígena, la responsable por la opción por un tipo de desarrollo excluyente, predador de la naturaleza, autoritario, concentrador, marcado por la heterogeneidad estructural, en el sentido de la CEPAL, etc. El divorcio élite-pueblo será la marca de ese tipo de desarrollo, tensionado a lo largo del siglo XX por la incorporación de la cultura popular, a partir de la acción de los intelectuales de 1922, como de aquellos, positivistas gauchos, que hicieron la revolución de 1930, construyendo la hegemonía de la burguesía industrial brasileña sobre la base de la cultura afro-brasileña, que se desarrollara relativamente libre, a lo largo del siglo XIX, despreciada e marginalizada que era por las élites de entonces. Su incorporación al proceso de construcción de la identidad nacional, por cierto, significa tanto el reconocimiento de su contribución, de su importancia, de su belleza, cuanto la imposición de mecanismos de control, de dirección, de expropiación y, con la Industria Cultural y los medios de comunicación de masa, de expansión de la forma mercancía. En el momento de la reconstrucción democrática del Brasil, en 1984, Furtado apuntaba, en esa perspectiva, que “la ascensión de la cultura de clase media es el fin del aislamiento del pueblo, pero también el comienzo de la des-caracterización de este como fuerza creativa” (Furtado, 1984, p. 24). Y, más adelante, discutiendo las posibilidades, afirma: A questão central se cinge a saber se temos ou não possibilidade de preservar nossa identidade cultural. Sem isso seremos reduzidos ao papel de passivos consumidores de bens culturais concebidos por outros povos. É certo que um maior acesso a bens culturais melhora a qualidade de vida dos membros de uma coletividade. Mas, se fomentado indiscriminadamente, pode frustrar formas de criatividade e descaracterizar a cultura de um povo. Daí que uma política cultural que se limita a fomentar o consumo de bens culturais tende a ser inibitória de atividades criativas e a impor barreiras à inovação. Em uma época de intensa comercialização de todas as dimensões da vida social, o objetivo central de uma política cultural deveria ser a liberação das forças criativas da sociedade (idem, p. 32). Si observamos la situación actual del desarrollo de las industrias culturales y de la comunicación, en el momento de la transición del modelo masivo de la TV abierta para la nueva estructura centrada en la economía política de la internet – que es lo que caracteriza, al final de cuentas, aquello que Valério Brittos denominó “fase da multiplicidad de la oferta” (Brittos, 2006) – veremos que la situación permanece sensiblemente la misma, o peor, avanza la des-caracterización denunciada por Furtado, a la base de una creciente capilarización de la cultura industrializada, visible, por ejemplo, en lo que el mismo Brittos llamó pluri-TV (Brittos, 2012). Se trata de un movimiento imparable, en nivel mundial. Lo que se observa en el nuevo posicionamiento de las empresas nacionales que conforman el oligopolio televisivo aun hegemónico es su creciente integración al nuevo modelo global de control bajo el paradigma de la digitalización y de la convergencia. Pero la nueva estructura de los medios de comunicación de masa y de las industrias culturales forma parte, como habrá quedado claro en el apartado anterior, de un sistema más complejo de dominación y hegemonía, un sistema de contradicciones en que el desarrollo sigue evidentemente como un concepto en disputa. Desarrollo sostenible, inclusivo, nuevas formas de cuantificar, índices de bien estar, de felicidad, todas las antiguas formas de pensar el problema se encuentran e causa. Permanece apenas aquella simple oposición entre el buen y el mal desarrollo. Una disputa que se da en el campo de la lucha de clases, de la cual la lucha epistemológica, como afirmé antes, no se separa. Decir lo contrario es asumir ya una posición en ese enfrentamiento. Conclusión A partir de los 80 del pasado siglo, se estableció la hegemonía de una visión de mundo descomprometida, apartada de los problemas concretos de la realidad social, que contaminará en muchos casos la política científica. El campo de la comunicación se verá particularmente afectado. Con eso, se reduce drásticamente su capacidad de influenciar el debate (y la distribución de los recursos para investigación) en el conjunto más amplio de las Ciencias Sociales. La adhesión de buena parte de los estudios culturales, incluso latino-americanos, al paradigma de la posmodernidad – concepto sabidamente propuesto como estrategia política vinculada a la retomada de la hegemonía norte-americana y, por tanto, al mismo polo de producción intelectual de donde surgió la internet y el conjunto de las innovaciones que, desde, por lo menos, los años 1940, secreta el complejo industrial-militar-académico – constituye lamentable ejemplo de retroceso del pensamiento crítico en el área. Que contribución podría dar ese campo, así reestructurado, a las necesidades urgentes de las populaciones de los países latino-americanos, en el momento de la reconstrucción de la soberanía, después de décadas de dictadura militar seguidas de adhesión a los famosos programas de estabilización? Como apoyar la conquista de la autonomía cultural de que hablaba Furtado sin deshacerse de la lógica mercantil y de los perjuicios construidos a lo largo del período neoliberal? Cual el papel del trabajo intelectual de los comunicadores sociales que se forman em nuestras universidades en la redefinición del concepto de desarrollo en el sentido de la restitución de la precedencia de los fines, de los valores últimos, en relación a los medios? La Comunicación tendría algo que decir sobre qué tipo de desarrollo debe buscar la humanidad para el siglo XXI? Muchas son las cuestiones y mucho hay para debatir en el interior de la CONFIBERCOM, de ALAIC y de todas las asociaciones académicas del campo de la Comunicación del área ibero-americana, buscando restituir al pensamiento latinoamericano en la materia, la relevancia que ya tuvo y que jamás ha perdido por completo. Aquí ocurrirá algo semejante a lo que debe ocurrir en el campo mayor de la producción cultural, en la búsqueda de la autonomía que solo se conquista por la afirmación de la identidad propia, sea ella, como es el caso, fundada en la multiplicidad: de la relectura de las mejores tradiciones del pensamiento crítico latino-americano surgirá el pensamiento nuevo que nos permitirá participar del desvelamiento de la realidad con la cual nos deparamos y colaborar para la construcción de un mundo más justo. Bibliografía: BOLAÑO, César Ricardo Siqueira. Ruptura no plano da racionalidade. Apropriação marxiana de um conceito de Furtado. 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