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TEMA 1: EL SABER FILOSÓFICO LA REALIDAD COMO INTERPRETACIÓN 1. FRASE DE KELLY “Sin sus invenciones, tanto teóricas como instrumentales, el hombre estaría al mismo tiempo desorientado y ciego. No sabría qué mirar ni cómo ver” Kelly ¿Para qué necesitamos la explicación de la realidad? 2.- O´HALLON, GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE Comencemos con el nivel de la realidad que involucra a las cosas y los hechos. Para la mayoría de nuestros fines, parece sensato que aceptemos ese nivel de realidad. Aunque esto podría no ser así con otras formas de vida aún no descubiertas, en general todos estamos de acuerdo acerca de la existencia y las dimensiones de las cosas particulares, y en cuanto a que, dentro y entre las cosas, a lo largo de ciertas escalas temporales, se producen cambios que nosotros podemos observar y medir. Las diferencias, a veces espectaculares y de gran alcance, aparecen en la interpretación y en la atribución de significados a aquellas cosas. Esto ha sido muy bien subrayado en un artículo de Schefien, “La sonrisa de Susan..:” Sin duda todos los observadores del hecho mencionado en el título de ese artículo (la sonrisa de Susan) estarán de acuerdo, si se les da tiempo para el análisis, en que los labios de Susan se movieron de cierto modo en un cierto momento y en una relación cronológica con las conductas de las otras personas que estaban en la habitación. Pero esos mismos observadores pueden diferir en la selección de las cosas y hechos significativos, y en la atribución de significados. En el grupo de discusión descrito en el artículo, tales diferencias de interpretación parecieron llevar a poco más que un examen interesante y prolongado de los significados posibles de la sonrisa de Susan. En otros contextos, este mismo fenómeno (el fenómeno de que las cosas y los hechos pueden verse de muchos modos, a veces conflictivos) puede conducir al desarrollo de toda una gama de problemas humanos, que van desde tendencias relativamente menores hasta la persecución religiosa, las grandes guerras y, quién sabe, quizá incluso la aniquilación planetaria total. En este punto hay que admitir que, al descender en la escala hasta los niveles subatómicos, tropezamos inmediatamente con problemas relacionados con la definición de la realidad. Por sólido que parezca un trozo de roca cuando se tiene la experiencia de él a través de los sentidos humanos desnudos, si se lo sondea en el nivel subatómico se vuelve más bien insustancial y elusivo. Parece estar formado por relaciones entre partículas minúsculas que existen brevemente en un mundo de probabilidades (y que quizá sólo adquieren existencia en virtud del proceso mismo de la observación). Como dice Capra «el concepto de materia en la física subatómica... es totalmente distinto de la idea tradicional de sustancia material de la física clásica. Lo mismo vale respecto de conceptos tales como espacio, tiempo, o causa y efecto, (1976, pág. 15). El físico Hemy Pierce Stapp, en un artículo inédito citado en la fascinante obra de Zukav, titulada TheDancingWu-Li Masters, señala que: “Si la actitud de la mecánica cuántica es correcta, en el sentido fuerte de que no es posible una descripción más completa que la que esta mecánica proporciona de la subestructura que subyace en la experiencia, entonces no hay ningún mundo físico sustantivo, en el sentido habitual de la palabra. Ésta no es la conclusión débil de que podría no haber un mundo físico sustantivo, sino de que definitivamente no hay un mundo físico sustantivo” (1979, pág. 105). No obstante, a nuestros fines, permaneceremos un tanto por encima del nivel subatómico; nuestro plano es el de las cosas y acontecimientos que experimentamos en el ambiente, y que pueden considerarse razonablemente «allí afuera». A veces, Watzlawick parece asumir una posición un tanto extrema, sosteniendo que no existe ninguna realidad «ahí afuera», sino sólo la que en «el sentido más inmediato y concreto» (1984, pág. 10) es construida por el observador. Al no diferenciar claramente entre los niveles, entre las cosas y los hechos y los significados que se les pueden atribuir, este autor parece adoptar una posición tan solipsista, que sería interesante invitarlo a elaborarla en profundidad frente a un oso polar enfurecido. ¿Está «realmente» allí la criatura? Sin embargo, la discusión entre un peletero, un esquimal, un aficionado a la caza mayoren busca de trofeos y un ambientalista, bien podría demostrar que, aunque ninguna de esas personas cuestione la realidad de tales animales, quizá difieran radicalmente en su modo de verlos y tratarlos. Resume el contenido del texto en sus 4 ideas principales. 2.- Albert Einstein …escribió en 1938: «Los conceptos físicos son creaciones libres de la mente humana, y no están, aunque pueda parecerlo, determinados en forma única por el mundo exterior. En nuestro esfuerzo por comprender la realidad somos algo así como un hombre que tratara de entender cómo funciona un reloj encerrado en su caja. Ve la esfera, las agujas que se mueven y hasta puede ser que escuche su tic-tac, pero no tiene los medios para abrir la caja. Si se trata de un hombre de ingenio, puede formarse una idea del mecanismo responsable de todas las cosas que está viendo, pero nunca podrá estar seguro de que el modelo, la imagen que se formó en su mente, sea la única capaz de explicar las cosas que está observando. Nunca podrá estar en condiciones de comparar el mecanismo real con la imagen que él se ha formado y ni siquiera imaginar las consecuencias”... Diferencia entre hechos y teorías. PASO DEL MITO A LA FILOSOFÍA “Los griegos se despertaron a la filosofía en el momento en que los dioses les parecieron insuficientes; el concepto comienza donde acaba el Olimpo. Pensar es dejar de venerar, es rebelarse contra el misterio y proclamar su quiebra”. CIORÁN, LA TENTACIÓN DE EXISTIR Comenta cada frase en relación a lo que supone el paso del mito a la filosofía LA FILOSOFÍA Y LA CIENCIA Entrevimos que la verdad científica, la verdad física, posee la admirable calidad de ser exacta, pero es incompleta y penúltima. No se basta a sí misma. Su objeto es parcial, es sólo un trozo del mundo y además parte de muchos supuestos que da sin más por buenos; por tanto no se apoya en sí misma, no tiene en sí misma su fundamento y raíz, no es una verdad radical. Por ello postula, exige integrarse en otras verdades no físicas ni científicas que sean completas y verdaderamente últimas. Donde acaba la física no acaba el problema; el hombre que hay detrás del científico necesita una verdad integral, y, quiera o no, por la constitución misma de su vida, se forma una concepción enteriza del Universo. Vemos aquí en clara contraposición dos tipos de verdad: la científica y la filosófica. Aquélla es exacta pero insuficiente; ésta es suficiente pero inexacta. Y resulta que ésta, la inexacta, es una verdad más radical que aquélla —por tanto y sin duda, una verdad de más alto rango— no sólo porque su tema sea más amplio, sino aun como modo de conocimiento; en suma que la verdad inexacta filosófica es una verdad más verdadera. JOSÉ ORTEGA Y GASSET, ¿Qué es filosofía?, Alianza Editorial, Madrid, Señala las características de la Filosofía que hay en el texto SER HUMANO “Unos quinientos años a. de C., el gran trágico griego Sófocles incluye en su obra Antígona una reflexión coral sobre lo humano que merece ser citada en extenso: «Muchas cosas existen y, con todo, nada más asombroso que el hombre. Él se dirige al otro lado del espumoso mar con la ayuda del tempestuoso viento sur, bajo las rugientes olas avanzando, y a la más poderosa de las diosas, a la imperecedera e infatigable Tierra, trabaja sin descanso, haciendo girar los arados año tras año, al ararla con mulos. El hombre que es hábil da caza, envolviéndolos con los lazos de sus redes, a la especie de los aturdidos pájaros, y a los rebaños de agrestes fieras, y a la familia de los seres marinos. Por sus mañas se apodera del animal del campo que va a través de los montes, y unce al yugo que rodea la cerviz al caballo de espesas crines, así como al incansable toro montaraz. Se enseñó a sí mismo el lenguaje y el alado pensamiento, así como las civilizadas maneras de comportarse, y también, fecundo en recursos, aprendió a esquivar bajo el cielo los dardos de los desapacibles hielos y los de las lluvias inclementes. Nada de lo porvenir le encuentra falto de recursos. Sólo de la Muerte no tendrá escapatoria. De enfermedades que no tenían remedio ya ha discurrido posibles evasiones. Poseyendo una habilidad superior a lo que se puede uno imaginar, la destreza para ingeniar recursos la encamina unas veces al mal y otras al bien»12. En esta célebre descripción se acumulan todos los rasgos distintivos de la especie humana: la capacidad técnica de controlar las fuerzas naturales, poniéndolas a nuestro servicio (la navegación, la agricultura y hoy añadiríamos los viajes interplanetarios, la energía eléctrica y nuclear, la televisión, los computadores, etc.); la habilidad para cazar o domesticar a la mayoría de los demás seres vivientes (aún se resisten algunos microbios y bacterias); la posesión de lenguaje y del pensamiento racional (Sófocles insiste en que el lenguaje lo han inventado los propios humanos para comunicarse entre sí, no les viene de fuera como regalo de ninguna divinidad); el ingenio para guarecerse de las inclemencias climáticas (con habitaciones y vestidos); la previsión del porvenir y sus amenazas, preparando de antemano remedios contra ellas; la cura de muchas enfermedades (aunque no de la muerte, para la que no tenemos escapatoria posible); y sobre todo la facultad de utilizar bien o mal tantas destrezas (lo cual supone previamente disposición para distinguir el bien y el mal en las acciones o propósitos, así como capacidad de opción entre ellos, es decir: la libertad). Pero quizá lo verdaderamente más humano sea el propio asombro del coro sofoclíteo ante lo humano, esa mezcla de admiración, de orgullo, de responsabilidad y hasta de temor que las hazañas y fechorías humanas (a estas últimas Sófocles no se refiere aquí demasiado, justo es decirlo, pero no olvidemos que el fragmento corresponde a la narración de una estremecedora tragedia) despiertan en los hombres. El principal destino de los humanos parece ser asombrarnos -¡para bien y para mal!- los unos de los otros” (Savater, El animal simbólico) Destaca los rasgos del ser humano que señala Sófocles en el texto. Tradicionalmente se ha hablado del ser humano como de un «animal racional». Es decir, el bicho más inteligente de todos. No es sencillo precisar de forma elemental qué entendemos por razón (aunque algo hemos intentado en el capítulo segundo), de una forma lo suficientemente amplia como para que los animales no queden excluidos de ella de antemano. Como muy bien ha señalado el filósofo inglés Roger Scruton, «las definiciones de la razón y de la racionalidad varían grandemente; varían tanto como para sugerir que, mientras pretenden definir las diferencias entre hombres y animales en términos de razón, los filósofos están en realidad definiendo la razón en términos de la diferencia entre hombres y animales»15. Digamos como primera aproximación que la razón es la capacidad de encontrar los medios más eficaces para lograr los fines que uno se propone. En este sentido resulta evidente que también los animales tienen sus propias razones y desarrollan estrategias inteligentes para conservar sus vidas y reproducir su especie. Desde luego ningún animal fabrica bombas atómicas ni maneja ordenadores, pero ¿es por falta de inteligencia o porque no los necesitan?, ¿podemos decir que demuestra poca inteligencia hacer solamente lo imprescindible para vivir sin buscarse mayores complicaciones? He aquí una primera diferencia entre la inteligencia de los animales y la de los seres humanos: a los animales, la inteligencia les sirve para procurarse lo que necesitan; en cambio a los humanos nos sirve para descubrirnos necesidades nuevas. El hombre es un animal insatisfecho, incapaz de satisfacer unas necesidades sin ver cómo otras apuntan en el horizonte de su vida. Por decirlo de otro modo: la razón animal busca los mejores medios para alcanzar ciertos fines estables y determinados, mientras que la razón humana busca medios para lograr determinados fines y también nuevos fines, aún inciertos o indeterminados. Quizá sea esta característica lo que apuntaba Pico della Mirandola en su descripción de la dignidad humana... En los animales la inteligencia parece estar exclusivamente al servicio de sus instintos, que son los que les dirigen hacia sus necesidades o fines vitales básicos. Es decir que su conducta sólo responde a un cuadro de situaciones que vuelven una y otra vez -necesidad de alimento, de apareamiento, de defensa, etc., cuya importancia proviene de la vida de la especie y no de la elección de cada uno de los individuos. La inteligencia al servicio de los instintos funciona con gran eficacia, pero nunca inventa nada nuevo. Sin duda algunos primates descubren trucos ingeniosos para conseguir comida o protegerse del enemigo y hasta logran difundirlos por su grupo. Pero la base de sus afanes se atiene invariablemente a la pauta instintiva elemental. Los humanos, en cambio, utilizamos la inteligencia tanto para satisfacer nuestros instintos como para interpretar las necesidades instintivas de nuevas formas: de la necesidad de alimento derivamos la diversidad gastronómica, del apareamiento llegamos al erotismo, del instinto defensivo desembocamos en la guerra, etc. En los animales cuenta mucho la especie, el beneficio de la especie, la experiencia genéticamente acumulada de la especie y muy poco o nada los objetivos particulares del individuo o su experiencia privada. Los animales parecen nacer sabiendo ya mucho más de lo que aprenderán en su vida, mientras que los humanos se diría que aprendemos casi todo y no sabemos casi nada en el momento de nacer. Para marcar esta diferencia, algunos hablan de «conducta» animal (predeterminada) frente a «comportamiento» humano (indeterminado, libre), aunque probablemente estos distingos terminológicos no sean demasiado esclarecedores. Savater, El animal simbólico Diferencias fundamentales entre el hombre y los animales